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Resurgir de las cenizas de Herbay, primera parte - La rebelion por pilaf chan

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Riki e Iason se instalaron en el refugio subterráneo junto con Cal.

Para Guy, Katze había dispuesto un pequeño y confortable departamento entre las paredes del almacén, frente a la entrada al túnel del lado de Ceres. Dado que nadie en los suburbios conocía su implicación en la explosión de Dana Burn ni su condición de oficialmente muerto para los registros de Júpiter, Guy podìa vagar libremente por sus antiguos aposentos, pero no podía salir de sus confines.

De hecho, trabajaba para Katze y era la cara del mercado negro en Ceres. Su tarea consistía en crear contactos para entregar bienes, alimentos y artículos de primera necesidad a los habitantes de los barrios marginales.

El lado Midasiano del túnel conducía a las oficinas del mercado negro, donde se encontraba la residencia de Katze.

Cal, además de ocuparse de la casa y hacer que la vida de sus amos fuera cómoda, era el intermediario entre ellos y el mundo exterior. El brazalete de mueble que llevaba siempre en la muñeca le convertía oficialmente en una propiedad de Katze, lo que le permitía ir a cualquier lugar de Midas que quisiera y comprar lo que fuera necesario para el refugio y sus ocupantes.

Para Riki, la vida en el refugio subterráneo no era muy diferente de la vida en la torre de Eos. De hecho, era mejor porque no había reglas tontas que seguir y el riesgo de encontrarse con alguna mascota estupida o algun Elite fanfarrón por los pasillos.

Pasaba la mayor parte de su tiempo con Iason dentro del departamento o en el jardín cubierto. Todos los días se ejercitaba en el gimnasio. De vez en cuando atravesaba los túneles para ir a la habitación de Guy en Ceres o a las oficinas del mercado negro en Midas. Como todos los demás, tenía sus papeles: realizaba tareas informáticas y de oficina para Katze y ayudaba a Guy con todo lo que estaba relacionado a Ceres. Se mantenía ocupado y se sentía útil. Aunque estaba escondido entre paredes, no sentía el peso del aburrimiento ni el vacío de la monotonía.

No podía salir al aire libre. Como no tenía un chip de identidad de tipo P.A.M. instalado en el lóbulo de su oreja - a diferencia de todos los ciudadanos de Midas - no podía ser identificado. Sin embargo, el riesgo que alguien le reconociera por la calle o que la policía de Midas le detuviera precisamente por carecer de identidad - por lo tanto, por ser mestizo - era demasiado alto.

Incluso caminar por Ceres hubiera sido arriesgado. Llevaba demasiado tiempo lejos, y aparecer de repente haría que la gente hablara de él. Riki era muy conocido en los barrios bajos tanto por ser el famoso Riki the Dark, antiguo líder de los Bisons, como porque se había corrido la voz que se había convertido en la mascota mimada de un Blondie. En un abrir y cerrar de ojos, la noticia de su regreso iría de boca en boca y llegaría también a Tanagura.

Iason nunca salía del departamento subterraneo y no estaba interesado en hacerlo. Pasaba la mayor parte del día en su estudio, donde procesaba miles de datos, diseñaba estrategias útiles para los negocios del mercado negro y las transmitía a Katze, con quien mantenía reuniones comerciales diarias. Disponía de un teléfono no rastreable y no holográfico que camuflaba su voz, con el que hablaba con clientes y proveedores.

Gracias a él, los negocios habían mejorado exponencialmente y los beneficios se habían cuadruplicado. Iason y Katze juntos habían construido un pequeño imperio.

El resto del tiempo lo pasaba principalmente en la biblioteca, que se había llenado de volúmenes antiguos procedentes del ático de Eos, o en el salón.

Él y Riki tenían muchos instrumentos electrónicos del pasado, reliquias construidas antes que la hegemonía de Tanagura fuera absoluta y demasiado antiguas para que Júpiter pudiera interceptar sus ondas radiomagnéticas. Un terminal, un televisor, un reproductor de películas, uno de música, una placa de datos y una consola de videojuegos.

De vez en cuando, organizaban cenas a las que Katze y Cal también asistían, con largas sobremesas y charlas. El encierro forzoso les había dado a todos la oportunidad de reducir un poco sus distancias jerárquicas y sociales.

En cambio, Guy era muy reservado. Había sanado sus diferencias con Riki, con quien había recuperado la antigua amistad, pero los momentos de encuentro entre él y Katze estaban reducidos al mínimo y meramente vinculados al trabajo.

Hacía todo lo posible por evitar encontrarse con Iason, cuya presencia aún le incomodaba, pero con tiempo y mucha paciencia Riki logró convencerlo de que asistiera también a algunas de sus cenas. Realmente quería que los dos se llevaran bien, pero como ambos eran orgullosos y testarudos, ninguno parecía dispuesto a ceder y dar el primer paso.

Cuando no se dedicaban a recibir huespedes, Riki e Iason intentaban conocerse mejor y profundizar en su relación. Jugaban al billar, veían una película o escuchaban música juntos. A veces, el rubio leía sentado en el sofá y Riki apoyaba la cabeza en su regazo. Otras veces, era el mestizo el que se sumergía en la lectura - prefería su tableta de datos con los numerosos libros digitales que Katze le proporcionaba constantemente a los polvorientos, aburridos y viejos volúmenes de la biblioteca - mientras que Iason utilizaba su mejorado cerebro para largas meditaciones.

Conversaban, y esto era una novedad para ellos, que en casi cuatro años de relación amo/mascota nunca se habían conocido realmente. Era extraño y al mismo tiempo alentador para Riki poder por fin charlar con el rubio sin tener que temer sus reacciones repentinas e imprevisibles o humillantes pedidos de tipo sexual. Para Iason era un motivo de orgullo y satisfacción descubrir que el mestizo había empezado a abrirse a él sin necesidad de amenazas o coacciones.

Descubrieron que tenían muchas similitudes que iban más allá de la atracción física y la afinidad sexual; que podían hablar durante horas sin volverse repetitivos o monótonos; que podían entenderse e interactuar constructivamente; que el punto de vista de uno complementaba la opinión del otro.

Entre sus temas favoritos y recurrentes estaban la política y la diferenciación social. La marginación de muchos en contraste con el lujo extremo de unos pocos. Los excesos por un lado y las privaciones por el otro. Tanagura, Ceres y Midas. Júpiter. Elites, mestizos, muebles y mascotas.

Hablaban de música, literatura, historia, geografía y astronomía. La educación de Riki iba poco más allá de la simple alfabetización, pero era curioso, inteligente e interesado. Iason llenaba todas sus brechas culturales con paciencia y claridad.

Cuando estaban especialmente sensibles, hablaban de ellos mismos. De la infancia de Riki en Guardian y de su pasado en Ceres como líder de los Bisons. Del pasado de Iason. Pero, sobre todo, de su relación, que incluía cómo se habían conocido y los años en los que Riki había sido una mascota expuesta diariamente a abusos, encarcelamientos, torturas y humillaciones.

A veces, Riki reaccionaba con estallidos de ira y miedo, recordando el viejo Iason y todo lo que le había hecho. Rechazaba a su rubio, gritaba y se encerraba en sí mismo.

Lord Mink no sentía ningún remordimiento. Según su opinión, todo lo que él y Riki habían pasado les había servido para llegar exactamente a donde estaban ahora y no podría haber sido de otra manera. Afrontaba esos momentos sin miedo. Explicaba sus porqués y exponía las reglas de Júpiter, remarcando como los Elites no eran más libres que las mascotas. Confesaba sus debilidades y vulnerabilidades.

Luego, se iban a la cama. Iason era insaciable, pero con el tiempo había aprendido a respetar las limitaciones físicas y emocionales de su amante. Había una línea para Riki donde el placer se convertía en tormento, e Iason ya no la cruzaba. El sexo dejó de ser un arma de dominación y sumisión para convertirse en un momento de condivisión en el que ambos se esforzaban por dar al otro todo el placer posible. Se emborrachaban de besos, olores, humores y caricias. Se quedaban dormidos desnudos, entrelazados y agotados. Pegajosos de su propio sudor y fluidos corporales.

Las mañanas eran largas y perezosas. Un momento dedicado a los mimos en el que no había prisa por salir de la cama. Cal había adquirido la costumbre de dejar sus desayunos listos en cúpulas de autocalientamiento de modo que, independientemente de la hora a la que se levantaran, Iason y Riki sólo tendrían que pulsar un botón.

Así, en la burbuja, pasaron seis meses.


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