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El Poder Para Proteger (Todo va a ir bien) por dominadaemoni

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Prueba de Fuerza

Mikoto apretó sus manos en puños y propinó a su último oponente un poderoso golpe de sus llamas, lo que envió al tipo a volar unos pies hacia atrás, donde aterrizó inconsciente. La extraña máscara verde que llevaba se desvaneció inmediatamente y la delgada cara de un niño, no mucho mayor que Yata o Akagi, salió a la luz. 

«Sólo es un muchacho…» 

Ése pensamiento calmó el Aura Roja de Mikoto, pero sólo por unos segundos. Por el rabillo del ojo, vio a otro de sus enemigos levantarse, sosteniendo un arma semiautomática apuntando hacia él.

 —¡Estúpido! ¡Tus puntos son míos! —gritó el chaval.

El Aura roja se encendió en Mikoto de nuevo y rugió a través de sus venas, haciendo hervir su sangre. Caliente e inquebrantable, el fuego estaba reclamando ser libre. Un sólo pensamiento estaba controlando a Mikoto en ese momento: 

«¡Quémalos! ¡Quémalos! ... ¡QUÉMALOS!»  

Antes de que el mocoso siquiera pudiera disparar su primer tiro, Mikoto lanzó un brillante muro de fuego rojo él…

 

... y éste se convirtió en una barrera azul luminosa, hecha de energía pura. Sus llamas fueron desviadas sin esfuerzo por el Aura Protectora hasta que consumió todo el poder de su ataque.

«Munakata», pensó Mikoto, molesto, cuando vio al recién llegado. 

El rey Azul. Su apariencia era tan refinada como siempre, desde el uniforme de ajuste impecable hasta los mechones negro azulado de su cabello, cayendo en perfecto desorden sobre su rostro.

La mano izquierda de Munakata descansaba sobre la empuñadura de su sable, su mano derecha ajustaba sus lentes. 

—Qué desconsiderado por tu parte, desplegar tu Sanctum sólo para poner a un puñado de inmaduros en su lugar, Suoh —dijo frunciendo el ceño.

—No es asunto tuyo, Munakata —respondió Mikoto. 

Observó con enojo, mientras los pocos supuestos pandilleros se colocaban detrás del rey Azul y huían de la escena, más gimiendo y cojeando que corriendo.

—Scepter4: Directiva estándar. Tú mejor que nadie deberías saber que los avistamientos de espadas caen bajo mi responsabilidad personal como Rey Azul.

Mikoto suspiró. Él realmente sabía eso, ¿verdad? ¿Era así? ¿Era ésa la razón por la que había salido esa noche sin los miembros de su clan, sólo buscando una excusa para pelear? Una excusa que esta pandilla callejera finalmente le dio.

Tal vez. Pero incluso si lo fuera, no lo admitiría fácilmente. Mikoto esbozó una sonrisa irónica. 

—¿Te estaba molestando de alguna manera, Munakata?

—Obviamente obtienes cierto placer al distraerme de tareas más importantes. Pero, como siempre, sigo las órdenes del Segundo Rey. ¿Qué pretendes, Suoh?

Mikoto se encogió de hombros.

—Estaba aburrido.

—Aburrido..., —repitió Munakata con una expresión en blanco—. ¡Tu obstinado deseo de obtener variedad me lleva a interminables horas de papeleo!

A pesar de sus duras palabras, Mikoto pudo ver la chispa expectante en los ojos de Reisi. Se dio cuenta de que no era el único que estaba disfrutando de sus peleas. Munakata también parecía estar esperando sus casi lúdicos disturbios, y tal vez incluso las "interminables horas de papeleo" resultantes de ello.

—Hmm—, Mikoto resopló y apretó su mano derecha en un puño, sonriendo retadoramente. Luego encendió el Aura Roja—. ¿Y ahora qué, Munakata? ¿Vas a empezar?

Reisi suspiró sacudiendo la cabeza. 

—No puedo aprobar el uso imprudente de tu poder, Suoh—. Cuando el Rey Azul finalmente sacó su sable, Mikoto pudo ver una sonrisa casi invisible formándose en los labios de Munakata. —Pero es mi deber levantarme contra ti para detenerte.

Arriba, en el cielo, además de la Espada de Damocles del Rey Rojo, ahora también había aparecido la Espada del Rey Azul. Por un momento Mikoto se sobresaltó por lo quebrada que se veía la suya en comparación directa con la otra. Cuando bajó los ojos, notó que Munakata también estaba mirando hacia las Espadas. ¿Era lástima lo que había en los ojos de su rival?

«¡Qué hipócrita!»    

Mikoto entrecerró los ojos y la ira se encendió en él como las llamas de su Aura. Tenía que luchar contra la ardiente necesidad de dejar que el fuego deambulara libremente, cada minuto de cada día, mientras que Munakata obviamente tenía mucho más autocontrol. Parecía casi ridículamente fácil, su manera de controlar el Aura Azul.

Contrariamente, el poder del Aura Roja era salvaje y desenfrenado. ¿Estaba alimentando la ira de Mikoto o era al revés? ¿Era su propia rabia, el combustible de ese fuego? 

Como fuera... La necesidad de quemar la arrogancia de Munakata lo estaba dominando y Mikoto envió una carga completa de su poder hacia él.

El Rey Azul estaba preparado para este ataque. Fácilmente esquivó las llamas. Pero al menos su atención se centraba de nuevo en Mikoto y no en su Espada de Damocles.

En los siguientes minutos se arremolinaron uno alrededor del otro, casi como si estuvieran ejecutando una danza. Saltaban en el aire, sólo para chocar segundos más tarde, acompañados por los destellos brillantes de sus Auras. La energía descargada crepitando entre ellos, hormigueando en sus pieles. Sus poderes se rozaban entre sí -diferentes pero parejos, puño contra hoja- antes de que los dos Reyes se repelieran de nuevo. Eran como imanes, atrayéndose y empujándose. Atacando y esquivando.

El aire fresco de la noche tiró del cabello salvaje de Mikoto, sopló a través de su camisa y enfrió su piel caliente mientras él y Munakata se perseguían por las calles y callejones de la ciudad de Shizume acompañados por una mezcla del rojo, el azul, y la combinación violeta de ambos.

—¿Eso es todo lo que puedes hacer? —preguntó Mikoto  tras un rato, tragándose las ganas de reír a carcajadas. Disfrutaba demasiado estos momentos, era consciente de ello. En este instante, cuando podía liberar el Aura Roja sin contenerse porque sabía que Munakata estaba allí para confinar y reprimir su poder destructivo. Eso era... libertad.

—Tu impulsividad te costará la vida algún día—, respondió Munakata, disparando una ráfaga de heladas explosiones contra Mikoto—, no obstante, más te vale aprender a controlar mejor tus impulsos.

Mikoto enfrentó los ataques con una aguda llamarada de su Aura antes de saltar hacia atrás. 

—¡Oblígame!—, exigió tontamente mientras lanzaba una nueva bola de fuego ardiente contra Munakata.

Reisi, aparentemente sin esfuerzo, colocó una barrera protectora a su alrededor. Las llamas de Mikoto rebotaron en la oscuridad de la noche.

—Como quieras—,  respondió con una expresión sombría y decidida en su rostro generalmente compuesto, mientras preparaba su contraataque. Un segundo después, el Aura Azul se iluminó intensamente.

Mikoto no se esperaba que Reisi respondiera a su desafío. Pero lo hizo. Más rápido y más despiadado que nunca, un muro azul hecho de energía pura se precipitó hacia él. Apenas tuvo tiempo suficiente para concentrarse en su propio poder y rodearse con el Aura Roja, antes de que el ataque de Munakata golpeara su defensa, haciendo impacto y enviando chispas al aire. Mikoto aumentó el calor a su alrededor, hasta que el asfalto debajo de sus zapatos prácticamente empezó a reblandecerse, e incluso temiendo que el calor también lo consumiera a él.

Pero no era suficiente.

Inesperadamente, en apenas un instante, las llamas se sofocaron dejando a Mikoto jadeando y desprotegido para el momento en el que el Aura Azul lo golpeó. Pero más que el frío en su piel, Mikoto sintió que algo se rompía. En él, o...

Asustado miró su Espada de Damocles casi esperando verla consumida. No sabía qué era más impactante, si descubrir que la piedra roja aún brillaba en el centro, o tener que ver cómo una gran parte de lo que hace algunos años fueran las encrucijadas formas de la empuñadura, se disolvían en una nube de polvo y arena, convirtiendo su Espada en una sombra infame de aquella belleza ya desaparecida.

Mikoto bajó la cabeza y cayó de rodillas. Sus respiraciones eran cortas y pesadas, el sudor comenzó a cubrir su piel, y tuvo la sensación de estar congelándose pese al Aura Roja que todavía se encontraba ardiendo en él.

—Suoh—escuchó a Munakata llegar a su lado. Una mano se posó en su hombro mientras el rey azul farfullaba atropelladas disculpas — Yo… no quería...

— ¡Apártate de mi! —Mikoto gruñó, sacudiéndose el contacto de Reisi. El otro hombre inmediatamente retrocedió. Cuando finalmente hubo reunido la fuerza suficiente para levantar la cabeza, su mirada se encontró con la del Rey Azul, y allí vio reflejada su propia consternación.

—No era mi intención dejar que esta lucha se intensificara como lo hizo al final, Suoh —dijo Reisi—. Lo siento mucho, es mi culp...

—¡Solo cállate, Munakata!, — Mikoto lo interrumpió poniéndose  de pie. 

Y como un animal herido, huyó a través de la noche, de regreso a su guarida.

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—Whisky —ordenó Mikoto, dejándose caer pesadamente en un taburete vacío. 

Ignoró el temblor de sus manos y encendió un cigarrillo. El humo llenó sus pulmones y su cuerpo se recargó de nicotina, pero el temblor se mantuvo.

—De acuerdo —dijo Kusanagi colocando un cenicero delante de su líder y dándose la vuelta para buscar la botella correcta.

Además de Yata y Kamamoto, que estaban echados en un sofá en la parte de atrás del bar -medio bromeando, medio discutiendo sobre algunas trivialidades- dentro del bar sólo estaban Chitose,  que coqueteaba con una linda chica de su edad, y Akagi que escribía, con gesto aburrido, algo en su PDA. Seguramente, Anna ya se encontraría dormida en su cama y Totsuka probablemente estaba fuera, vagando por la noche estrellada, buscando imágenes interesantes para filmar con su nueva cámara.

Era una de éstas noches tranquilas que a Mikoto generalmente le gustaban más que las concurridas. Pero durante ésta en particular, hubiera preferido contar con la presencia de todos sus amigos a su alrededor para distraerlo.

—¿El Rey Azul de nuevo? —preguntó suavemente Kusanagi, colocando el vaso de whisky con un pequeño tintineo, frente a Mikoto—. ¿Quieres hablar de ello?

Éste vació su vaso de un sólo trago. El calor que corría por su garganta no era nada en comparación con el calor del Aura Roja que solía correr por sus venas. Pero después de su inesperado y violento encuentro con Munakata, su Aura yacía enterrada bajo una espesa capa de nieve apenas fundiéndose.

—No —respondió lentamente e hizo un gesto a Kusanagi para que llenara su vaso nuevamente. Cuanto menos pensara en su enfrentamiento, o en la imagen de su destrozada Espada de Damocles, más rápido se liberaría su orgullo de la posición fetal momentánea en la que se encontraba y antes el Aura Roja volvería a arder en él, como de costumbre.

Aunque tenía la intención de no pensar en ello, Mikoto recordó casi de inmediato la cara del Rey Azul, luciendo esa pequeña y honesta sonrisa que jugaba alrededor de sus labios y que siempre hacía que quisiera borrarla de un puñetazo. Ya había sido así desde mucho antes de que ambos fueran elegidos para ser Reyes. Todavía estaban en la escuela secundaria, y también más tarde en la preparatoria, cuando Munakata ya había demostrado ésta molesta superioridad que realmente le cagaba a Mikoto.

Pero más molesto que la arrogancia de Munakata, fue tener que soportar su lástima. La sensación condescendiente de su mano en el hombro de Mikoto, la preocupación en sus ojos púrpura. ¡Mierda!

Mikoto dio otra larga calada a su cigarrillo y notó, de alguna manera satisfecho, que el temblor de sus manos ya había disminuido y el calor estaba volviendo lentamente a su cuerpo. Aliviado dejó salir el humo.

—¿Tuviste un día difícil? —De repente, unos dedos delgados se situaron sobre su brazo. Mikoto entrecerró los ojos y se dio la vuelta.

Era la mano de un chico joven; tal vez dos o tres años más joven que Mikoto, que había tomado asiento a su lado. Su corto cabello negro azulado estaba bien peinado, y con un elegante traje gris podría pasar como funcionario de oficina en la bolsa de trabajo de Tokyo. Pero aquí en el bar, entre los otros punks, sobresalía como un dolor en el pulgar. Su rostro no era realmente bonito, pero sí atractivo, delgado e inquietante, como el resto de su cuerpo. Al mismo tiempo, había un aire suave de vulnerabilidad en él. Definitivamente tenía algo que era atrayente para Mikoto.

—Mhm —Mikoto tarareó por respuesta apagando su cigarrillo en el cenicero. Tenía curiosidad por hacia dónde les llevaría su conversación.

—Sé de algunas cosas que podrían hacer que te distraigas de tus problemas y te relajes —dijo el joven con una sonrisa claramente tentadora. Sus dedos rozaron con ternura el fino vello del brazo de Mikoto causando que un escalofrío de placer recorriera su espina dorsal.

Mikoto definitivamente no había esperado esto. Por lo general, las personas no pertenecientes a HOMRA mantenían la distancia con él. Supuso que esto se debía a que era un rey. La gente podía sentir el Aura Roja ardiendo en él, y de alguna manera sabían que era peligroso, a pesar de que tratara de ocultar su carácter feroz detrás de su actitud perezosa y su falta de interés en la mayoría de las cosas. Pero éste muchacho era, obviamente, uno de los que estaban dispuestos a jugar con fuego.

Después de su encuentro con Munakata, Mikoto estaba demasiado listo para tomar el desafío sutil del chico. Una victoria pobre no podría lastimarlo para variar. 

«Veamos cómo lo llevas cuando tengas los dedos quemados», pensó sonriendo y apretando con fuerza la muñeca del chico que aún estaba sobre su brazo.

Sus miradas se encontraron y por una fracción de segundo vio el miedo parpadear en los ojos oscuros del muchacho. Entonces, su sonrisa se iluminó, se volvió más confiada. Al parecer no se asustaba tan fácilmente, a Mikoto le gustaba eso.

Incluso cuando Kusanagi vino a tomar su orden, los ojos del chico permanecieron fijos sólo en el Rey Rojo, sin siquiera vacilar por un segundo. 

—Tomaré lo mismo que él —dijo el niño. El tono sensual de su voz envió otro anticipado escalofrío por la espalda de Mikoto. —Whisky, creo... Sin hielo.

Mikoto asintió y Kusanagi agarró otro vaso pequeño, llenándolo una pulgada con el líquido ámbar y finalmente lo colocó en el mostrador delante del joven.

El chico tomó un pequeño sorbo, lo suficiente para hacer que sus labios se humedecieran. Mikoto, más que satisfecho, se dio cuenta de que el Aura Roja estaba funcionando correctamente de nuevo, porque ésa visión envió una oleada de calor a través de sus omoplatos.

—Me llamo Pale —dijo el chico.

Mikoto levantó una ceja. El nombre no era sólo raro sino también inadecuado. Aunque la piel del niño brillaba ligeramente pálida a la luz ahumada de la barra, tenía mucho color en él: en el azul oscuro y profundo de sus ojos había un desafío: «Ven y juega conmigo» 

Sus suaves y rosados labios lo hechizaban: «Seré tan bueno contigo». 

Su lengua rosada se asomó un poco y lamió una gota de whisky de su labio inferior: «Te haré olvidar todas tus preocupaciones». 

En apenas media hora, cuatro cigarrillos y tres tragos después, los pantalones de Mikoto se habían apretado con fuerza alrededor de su entrepierna.

El chico no era en realidad su tipo en absoluto; demasiado pulcro, demasiado inmaculado, demasiado elegante. Demasiado recordándole a Munakata, quien era la personificación de todas estas cosas que Mikoto tanto detestaba. Aún así, el tipo tenía algo que lo atraía. Tal vez, la simple tentación de convertirlo en un desastre.

Pale lo siguió con mucho entusiasmo cuando lo tomó de la mano levantándose. Después de un pequeño asentimiento a Kusanagi, quien respondió con una sonrisa de complicidad, Mikoto subió con Pale a su habitación.

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Reisi se despertó con el sonido penetrante y agudo de la alarma en la sede de Scepter4. Alcanzó sus gafas en la mesita de noche mirando la pantalla de su despertador: 4:06 am. Suspiró.

 

Después de su confrontación con Suoh, había pasado algunas horas en su oficina redactando su informe y leyendo los protocolos de las quejas presentadas por los ciudadanos preocupados que fueron testigos... o, más precisamente, víctimas de su inconsciente persecución por la ciudad. La idea de tener que deshacerse de un posible agravio a la imagen de Scepter4 por algunas duras críticas sobre sus... métodos no convencionales, había dejado a Reisi con un sordo dolor de cabeza. Sólo unos minutos antes de la medianoche, demasiado tarde para regresar a su propio apartamento, se había retirado a su habitación privada en el Tsubaki-Mon.

 

La noche había sido muy corta pero no podía simplemente ignorar la alarma. Reisi salió de la cama, dejando de lado su dolor de cabeza. Contra el pensamiento público general sobre los miembros de Scepter4, durmiendo incluso en sus uniformes, tardó unos minutos en cambiar su pantalón de pijama por la ropa formal del Rey Azul, y se hizo con un par de cosas más para estar listo para el día.

Se enderezó y se dirigió a su oficina. A medio camino se encontró con su Teniente que caminó a su lado. Ni su postura recta y tranquila, ni su envidiable piel fresca, se perdían por la madrugada.

—¿Qué tenemos, Awashima Kun?

—Un ataque a la torre de Mihashira, Capitán.

Reisi enarcó las cejas. Un ataque contra la torre Mihashira también significaba un ataque contra el Rey Dorado, Daikaku Kokujōji. Pero eso no estaba bajo la jurisdicción directa de Scepter4. Por lo general, el Clan Dorado, Tokijikuin, o más concretamente, los Usagi: los guardias de élite de Kokujōji, estaban a cargo de la seguridad del Rey Dorado y normalmente no toleraban interferencias de forasteros. Las circunstancias tenían que ser realmente únicas para darles una razón para involucrar a Scepter4 en sus problemas.

—Hay algo más… —dijo Awashima. Su leve vacilación ya insinuaba que a Reisi no le gustaría lo que ella tenía que decirle.

—Soy todo oídos —dijo amablemente, animándola a continuar.

—Es la Espada de Damocles Roja de nuevo, capitán —dijo, y Reisi fue consciente de su penetrante mirada que no se perdería la más mínima de sus reacciones.

«¿Tan rápido de nuevo?»   

Cualquier otra cosa, vale, pero él no estaba preparado para esto. Reisi no pudo evitar sentir un escalofrío por su espina dorsal mientras recordaba lo deteriorado que se veía el estado de la Espada del Rey Rojo por la noche: agrietada, destrozada, rota. Reisi tuvo que culparse a sí mismo por una gran parte de ése daño. Había permitido que Suoh lo provocara, algo que realmente no iba de acuerdo con el comportamiento siempre cauteloso del Rey Azul.

En el mismo momento en que Suoh había caído de rodillas, Reisi había lamentado su uso sin restricción del Aura Azul. Había ido demasiado lejos y no había ninguna excusa para ello.

—Ya veo —dijo con calma, haciendo un esfuerzo por no mostrarle a Awashima su confusión interna.

—Fushimi ya está analizando toda la información que tenemos hasta ahora —declaró Awashima —, pero desde ya, suponemos que los dos incidentes están vinculados.

Ah, ésa era la razón por la que Scepter4 fuera informado. La situación, de hecho, era única. Las razones de Suoh para tal hecho sin embargo, no estaban del todo claras para Reisi. El Rey Rojo era imprudente, atrevido, peligrosamente agresivo, y a veces, incluso brutalmente violento. Pero definitivamente no era estúpido. Un ataque al Rey Dorado sólo podría terminar en una derrota para el que lo iniciara. ¿Qué pretendía Suoh con esta acción?

Mientras tanto, habían llegado a su oficina.

—El Rey Dorado espera su llamada, Capitán —Kamo informó a Reisi en la puerta.

Reisi asintió. Tenía la sensación de que su dolor de cabeza no lo abandonaría por un largo tiempo.


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