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Querido amigo por Cris fanfics

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Cada vez quedaba menos para que el evento principal del festival, aquel por el que gente de los lugares más remotos de Japón se molestaba en venir a aquel pueblo perdido de la mano de dios, empezara.

Al llegar la medianoche un numeroso grupo de bailarines ofrecería al público espectáculos teatrales que narrarían historias tradicionales de la zona; la gran mayoría de estas tratarían sobre demonios y extrañas criaturas que salían de los bosques para atormentar a los lugareños ofreciéndoles hacer realidad sus deseos más oscuros para luego arrastrarlos a la locura o devorarlos en vida.

Y nadie querría perderse algo así… O al menos eso era lo que decía el panfleto publicitario.

Estábamos sentados en la escalinata de piedra que dirigía al templo del pueblo. Habíamos ido allí para poder respirar un poco debido a que cada vez había más gente en el festival y costaba moverse por él.

— ¡Te-tenemos que verlo! —exclamaba Dylan con emoción.

— Es verdad, se me olvidaba que a ti te agradaban estas historias tirando a oscuras...

Él asintió con entusiasmo.

— No creía que te gustaran ese tipo de cosas. Pareces bastante más de estos chicos miedicas y finos que no dejan de chuparse el dedo hasta que son adultos o hasta que una mujer…

Antes de que Claude pudiera decir nada más, Isabelle le dio un golpe en la nuca.

— ¡Ay!

— No vuelvas a abrir la boca en lo que queda de noche.

— Cualquiera te dice que no…

— Entonces, ¿qué hacemos? Nos han dado permiso para estar hasta tarde, pero creo que deberíamos irnos ya. Tenemos que contar con que el camino de vuelta es bastante largo, tardamos una hora en llegar aquí a pie.

— ¡Venga ya, Xavier! Tu mismo lo dijiste antes, para una vez que nos dejan a nuestro aire qué menos que aprovechar.

— Eso es lo que yo llamo coger el brazo entero cuando solo te han ofrecido la mano...

— ¿Decías algo, Jordan? —Isabelle se giró hacía mí con mirada amenazante.

— No, nada.

— Pues está decidido entonces.

— ¿Va-vamos a i-ir?

Isabelle asintió efusivamente con la cabeza a la vez que le dirigía a Dylan una sonrisa picarona que hizo que este se sonrojara y bajara la cabeza.

— Vosotros podéis ir yendo —continuó ella—. Es en la plaza central ¿verdad? Yo voy a comprar algo para beber, no sé vosotros pero yo estoy sedienta.

Noté como Xavier puso los hombros en tensión.

— No deberías ir sola.

Ella se envaró, ofendida.

— ¿Por qué? ¿Cómo soy una chica crees que estoy indefensa? Perfecto, ahora además de tener que aguantar ese tipo de conductas en padre también tendré que soportarlas en ti.

Y ahí iba otra pulla más. Tras entrar en la pubertad el carácter de Isabelle se había agriado bastante y solía tomarse a mal todo lo que le decían, pero en aquel último mes se la notaba más nerviosa que de costumbre; sobre todo con Xavier.

— No se trata de eso —dijo él, herido por sus palabras—. No quiero que nadie se quede solo; me fio de vosotros, no de los extraños.

— No te preocupes —intervine—, yo iré con ella. Además, así te ayudo y no vienes tan cargada con las botellas, ya que estamos compremos bebidas a los demás también —me apresuré a decirle a ella antes de que se quejara.

—De acuerdo, pues vámonos ya. Seguro que las calles estarán más vacías ahora.

Bajamos las escaleras y estuvimos hablando un poco más antes de que dejáramos el grupo.

—¡Tened cuidado, y no os separéis! —exclamó Xavier cuando ya nos marchábamos.

Yo levanté el pulgar y le sonreí tranquilizadoramente, Isabelle se limitó a pasar de él y acelerar el paso.

**********

Las calles que una media hora antes estaban llenas de gente se encontraban desiertas. Ver el pueblo así de tranquilo daba bastante miedo… así que para sacar de mi cabeza —o por lo menos calmar— la inquietante sensación de que había algo que marchaba terriblemente mal, hablé con mi compañera.

— Qué raro que no haya ni un alma. Sé que iba a empezar ya el espectáculo, pero esto es muy exagerado.

— La gran mayoría de los puestos han cerrado o se han movido para ir al lugar que más clientes les pueda proporcionar; y la poca gente que no quiere ver la actuación se habrá marchado ya —respondió sin darle mayor importancia—. Pero prefiero probar suerte aquí y ver si aún queda alguno abierto antes que ir con la marabunta de gente. Me agobio cuando estoy rodeada de multitudes.

Reinó el silencio de nuevo.

— Lo que te dijo Xavier no iba a malas. No te habrás ofendido… ¿verdad?

— No, tranquilo. Me he pasado un poco, luego me disculparé con él.

— ¿Por qué últimamente actúas de esta forma? No solo con Xavier, sino con todo el mundo, en general.

— He tenido algunos problemas… pero preferiría no hablar de ellos.

— ¿Por qué? ¿No confías en mí? No se lo voy a contar a nadie, y si de verdad esos problemas te hacen comportarte como una amargada, cuando realmente no eres así, creo que son bastantes serios y no deberías callártelos para ti sola.

Ella se detuvo en seco, haciendo que nos chocáramos.

Miraba fijamente al suelo, y supuse que lo hacía porque aunque quería contarme lo que le pasaba no sabía como empezar a explicarse.

Finalmente, dijo con brusquedad:

— Xavier me confió que él no es hijo de verdad de padre, que le adoptó cuando era muy pequeño y le puso su apellido.

Me quedé en blanco, sin saber qué responder.

— Yo también llegué al orfanato siendo apenas un bebé —continuó—pero, a pesar de todo, fue a él a quien adoptó y también al que aún hoy tiene de favorito. Yo nunca podré compararme con él —afirmó con pesar.

Por la forma en la que hablaba pude darme cuenta de que Xavier no le había contado toda la verdad. Seguramente se había sentido mal mintiendo a una de sus amigas más cercanas pero no había querido destapar algo tan doloroso y personal como lo era la muerte del hijo de padre, así que había optado por decirle a Isabelle una verdad a medias.

— Isabelle…

— ¿Es porque soy una chica? ¿O hay algún otro motivo que no termino de entender? ¿Qué es lo que me diferencia de Xavier y le hace tan especial?

Podría haber respondido a sus preguntas: Xavier me había confiado el secreto que había en torno a él y a padre. Pero precisamente por esa confianza no podía contarlo así como así; si el deseo de mi amigo era que el tema siguiera siendo un secreto, mis labios estaban sellados.

— Ya me lo imaginaba —fue su respuesta a mi silencio—. Encima... en la última visita de padre le pregunté qué era lo que deseaba que hiciese yo en un futuro. Le expliqué que quería ir a la universidad para estudiar algo que pudiera ser de ayudar para su empresa y empezar a trabajar en ella de adulta ¿y sabes lo que me contestó? Que con que yo me quedase ayudando en el orfanato estaría bien, que Xavier ya se encargaría de llevar el negocio.

—Lo siento —dije al cabo de un rato pensando en lo que me había contado y en cómo responderle sin sonar ni condescendiente ni pedante—. Ha tenido que ser duro para ti que te subestimen de esa manera.

— Sé que es un hombre mayor y no se le puede pedir que cambie de hábitos y forma de pensar así como así, pero… yo no pienso seguirle el juego. Le demostraré que yo también puedo ser como Xavier y, entonces, dejará de tratarme como si no fuese nada para él —siguió hablando, más para sí misma que para mí.

Tras que dijera aquello no volvió a hablar, y a mí tampoco se me ocurrió nada más que añadir.

Seguimos caminando por aquella calle que cada vez me resultaba más inhóspita. No había ni un alma, y yo me estaba empezando a desesperar por aquel silencio cargado.

— Isabelle, deberíamos volver con los demás. No hay nadie, es una tontería seguir buscando. —Ya no aguantaba más, la presión de la soledad acompañada de la inquietante sensación de ser observado me estaba poniendo nervioso, porque como bien dice el refrán: «de noche todos los gatos son pardos».

Ella, para mi sorpresa, no puso objeciones. Se detuvo y dio media vuelta a paso rápido.

Yo no tardé en seguirla.

La oscuridad y el frío hizo más pesada la caminata que a la ida. Y, por si fuese poco, cualquier mínimo ruido hacía que nos asustásemos como si fuéramos otra vez los niños pequeños que se acurrucaban debajo de las mantas, despiertos toda la noche tras escuchar a Dave contar alguna de sus historias de terror; pendientes de que los horribles monstruos de manos con dedos alargados no salieran del armario a arrancarnos a tirones la cabellera o que el hombre de debajo de la cama no nos metiera en su saco.

— ¡¿Has oído eso?! —exclamé al escuchar un sonido muy poco habitual: el de algo bastante pesado cayendo al suelo.

— ¿Hay alguien ahí? —preguntó Isabelle.

Nadie respondió, pero el ambiente se notaba raro, como si algo desentonara.

Se escuchó un gemido de dolor procedente de detrás de uno de los puestos cerrados.

Isabelle y yo, ante la posibilidad de que a alguien le hubiese pasado algo, decidimos acercarnos.

— ¡Bryce! —Nuestro compañero se encontraba tirado en el suelo, inconsciente, pero soltando quejidos ocasionalmente.

Isabelle fue la primera en actuar. Se alejó de mí y fue lo más deprisa que le permitía el kimono a comprobar que Bryce estuviese bien.

Yo no tuve la oportunidad.

Cuando por fin reaccioné alguien me agarró por la espalda y me tapó la boca y la nariz con un pañuelo.

Me intenté quitar de encima a quien me estuviese reteniendo, pero mi cuerpo se sentía pesado y mis ojos se entrecerraban, pidiéndome que parase de obligarlos a permanecer abiertos por más tiempo.

Quise avisar a Isabelle, pero no pude aguantar más. El extraño me soltó y mis huesos dieron contra el duro piso de piedra.

Mientras todo a mi alrededor se difuminaba, una sombra de hombre casi totalmente negra se acercaba a una agachada Isabelle y repetía con ella lo que había hecho conmigo.

«Isabelle… huye...».

**********

Mi cuerpo dolía. Si me hubiesen dado una paliza probablemente me sentiría mejor que como me sentía en aquellos momentos.

Intenté abrir los ojos, pero un pinchazo en la cabeza me quitó las ganas de volver a intentarlo. Me sentía ido, no podía pensar con claridad, quería expresar muchas cosas pero todas las palabras que se me ocurrían decir al respecto se me escapaban de entre los labios y era incapaz de pronunciarlas. Era como si estuviese aprendiendo a hablar de nuevo.

— Jordan, Isabelle, despertad —susurró con urgencia una voz que se me antojaba familar.

Ya estaba despierto y no quería abrir los ojos, dolería demasiado, pero también me estaba empezando a doler el tenerlos cerrados.

En un esfuerzo titánico, conseguí observar lo que había a mi alrededor.

Me encontraba tirado en el suelo de una oscura y claustrofóbica habitación abarrotada de muebles viejos llenos de polvo y telas de araña. Bryce se encontraba enfrente mío, sentado con las piernas cruzadas y maniatado. Su pelo blanco estaba manchado por algo que parecía sangre y me miraba con la preocupación brillando en sus ojos azules.

Noté algo cálido a mi lado. Tras hacer un esfuerzo más en girar la cabeza comprobé que se trataba de Isabelle, que intentaba despertarse y que, al igual que Bryce, se encontraba atada con una cuerda alrededor de sus brazos y torso.

Tras darme cuenta de en la situación en la que estaban mis compañeros, reparé en que yo también me encontraba inmovilizado.

— ¿Qué… qué ha ocurrido? —conseguí articular aún con la sensación de que tenía la boca pastosa.

Bryce me fulminó con la mirada.

— Habla más bajo —susurró—, si no saben que estamos despiertos tal vez podamos hacer algo para escapar de aquí.

En ese momento recordé lo ocurrido.

— ¿Nos han secuestrado?

— Sí —contestó escuetamente antes de cambiar de tema—. Escúchame, detrás vuestro hay unas tijeras de poda encajonadas entre dos muebles. Si puedes llegar hasta ellas y cortar la cuerda que te rodea puedes liberarnos a nosotros también.

«¿Y por qué no lo has hecho tú antes?».

Bryce pareció leerme la mente.

— A mí no me drogaron, me golpearon por la espalda para que me desmayase, así que me ataron a algo para que no me pudiese mover en caso de despertarme. A vosotros no os han hecho lo mismo porque pensaron que estarías fuera de combate más tiempo.

Escucharle hablar hacía que me doliera aún más la cabeza.

— Esta bien… Intentaré llegar.

Me arrastré por el suelo tristemente como si fuese un gusano, incapaz de incorporarme sin ayuda de mis manos o de algo en lo que me pudiese apoyar, hasta que llegué a lo que parecía ser una máquina de coser. Contorsioné mi cuerpo en unas posturas que no creo que nunca pueda volver a repetir y gracias al apoyo del instrumento conseguí sentarme. Una vez en esa posición me permití el lujo de observar mejor la habitación —ya con la vista adaptada a la oscuridad—: había una puerta que dirigía hacia otra parte de la casa —por la parte baja se podía ver una débil luz, tal vez una vela o un candil—, y una única ventana que daba hacia el bosque. Solo había dos formas de escapar, pero había cosas más importantes que hacer antes de decidir cual de ellas elegir.

No había nada afilado a parte de las tijeras que había mencionado Bryce, así que no tenía más opción que llegar hasta ellas. Por desgracia, en mi intento de alcanzarlas no pude evitar hacer caer varios objetos que hicieron bastante ruido al impactar contra el suelo. Pero no podía detenerme, si se habían dado cuenta de que estábamos despiertos no tardarían en entrar en la habitación y, entonces, podríamos olvidarnos de que nos dejaran solos de nuevo.

Me incorporé un poco y, tras pincharme las manos varias veces, conseguí encajar el filo bajo las cuerdas.

Unas pisadas empezaron a retumbar por toda la estructura de madera.

Empecé a mover el torso contra la hoja con toda la rapidez de la que era capaz. Las cuerdas eran de calidad y mi piel, que apenas estaba cubierta por una fina capa de ropa, era sensible al tacto con las tijeras. Mientras que la cuerda apenas cedía, mi carne empezaba a estar irritada. Sabía que si seguía así me cortaría o, peor aún, me las podría clavar, pero en mi desesperación de pensar en lo que podría hacernos nuestro secuestrador continué con mi labor, ignorando el dolor de mis brazos y la sangre que empezaba a bajarme por las muñecas.

El hombre que nos había secuestrado abrió con violencia la puerta, despertando del todo a Isabelle y asustándonos a Bryce y a mí.

Con la inercia del susto conseguí terminar de cortar las ya débiles cuerdas. Pero eso ya no me benefició en nada… lo único que consiguió fue hacer que todo empeorara.

Abracé los brazos contra mi pecho mientras empezaba a sollozar.

— ¡¿Qué se supone que haces, mocoso?!

Arrodillado, me giré en su dirección con la cara cubierta de lágrimas y, antes de que pudiera verlo venir, noté como un puño golpeaba mi mejilla y me tiraba contra el suelo.

— ¡Jordan! —escuché a Bryce gritar.

— ¡Tranquilízate, Bernd! —dijo otro hombre desde el exterior del cuarto—. Son solo críos, si los golpeas así vas a acabar matando a alguno.

La cabeza me palpitaba aún más que antes y el dolor en mi cuerpo se intensificó. Ya era seguro que sin ayuda no conseguiría moverme del sitio.

El tal Bernd me proporcionó esa ayuda “amablemente”.

Me cogió de la coleta y me levantó, obligándome a mirarle a la cara y a tener que aguantar su halitosis.

Y así, conseguí identificar a uno de los secuestradores como el hombre al que había intentado hacer frente durante el festival, aquel que había empujado a Dylan.

— Si se portan bien de ahora en adelante no me veré en la necesidad de golpearles más… ¿has oído, mocoso?

No respondí de ninguna forma. Me limité a mirarle como lo haría una cobaya al encontrarse con una pitón: con el miedo reverencial que toda presa debe sentir hacia su depredador.

Él me sonrió, consciente de la posición de vulnerabilidad en la que me encontraba, y me soltó con toda la lentitud de la que era capaz.

— Bien, ahora deja de amedrentar al niño. Me he puesto en contacto con el viejo, al parecer está dispuesto a negociar con nosotros por su liberación —dijo el segundo adulto (que habría entrado en aquel rato en el que había estado demasiado asustado como para pensar en nada que no fuese en el hombre que me estaba haciendo daño) señalándonos con el mentón.

— Perfecto, lo raro hubiese sido que dijera que no. Si fuese así… me lo pasaría bien —declaró clavando una penetrante mirada en Isabelle, que se limitó a cerrar los ojos y ocultar su cara con la melena.

Pude percibir como Bryce temblaba. Al principio pensé que lo hacía por miedo, pero cuando vi sus facciones pude percibir que miraba al hombre con un semblante de odio.

— Bueno, no creo que el niño que está desatado haga mucho más, pero por si acaso quédate con ellos mientras yo estoy fuera hablando con el jefe.

— Oído cocina.

Y sin más dilación, el segundo hombre se propuso salir de la habitación.

Pero antes de hacerlo volvió a mirar al interior.

— Y ni si te ocurra hacer nada innecesario. No quiero que se vuelva a repetir lo de aquella mujer en China ¿entendido? No es tan fácil escurrir un bulto así, por mucho que el jefe sea alguien influyente.

No esperó ni que a su compañero contestase. Cerró la puerta de un golpe, dejándonos con aquel hombre al que no podía evitar ver con terror.

— Bien. Ahora confió en que seréis buenos chicos —dijo sentándose en una de las sillas que se encontraban desperdigadas por el lugar.

Nadie dijo nada en todo el tiempo que estuvimos allí. A pesar de esto, noté como la tensión aumentaba poco a poco. El hombre no paraba de mirar a Isabelle, y su mirada denotaba un deseo enfermizo que nos puso en guardia.

Bryce me lanzó una mirada preocupada, y entendí el por qué.

Nuestra amiga estaba maniatada, y aunque no lo estuviese tampoco podría hacer nada para defenderse de aquel animal, pero nosotros tampoco estábamos en condición de ayudarla si algo malo ocurría.

«Padre, Lina, Xavier… quien sea. Por favor, que alguien nos ayude» pensé con desesperación.

El tiempo pasaba con lentitud y lo único a lo que pude aferrarme para no caer en la desesperación durante aquellas largas horas fue a mis recuerdos del orfanato y del tiempo que recordaba haber pasado con mis padres —muchos de estos últimos ya muy deteriorados y cambiados por el pasar de los años— además de observar con detenimiento cada pestañeo de nuestro captor con la vana esperanza de que se estuviese quedando dormido.

Pero llegó un momento en el que la bomba explotó.

Bernd se levantó de la silla y se acercó a Isabelle.

Ella intentó arrastrarse lejos de él, pero no lo consiguió. El adulto la alcanzó, la agarró del cuello y rompió las cuerdas que la rodeaban con una navaja que se había sacado del bolsillo.

—No haré nada innecesario… mientras no te mate o te haga un daño irreparable no pasará nada.

Ella empezó a alternar sus gritos entre insultos y ruegos de piedad.

No podía seguir viendo aquello, no quería saber lo que iba a ocurrir, así que aparté la mirada… encontrándome con la suplicante de Bryce.

Quería que le soltase, si teníamos una oportunidad de hacer algo era o en ese momento o nunca.

El sonido de ropa desgarrándose rechinó en mis oídos como si estuviese escuchando uñas arañando una pizarra.

Forcé mi dolorido cuerpo a recoger las tijeras y arrastrarse hasta Bryce.

Los gritos se transformaron en sollozos.

Con cortar el nudo que mantenía al chico de ojos azules agarrado a la pata de la pesada mesa bastó para que el resto de la cuerda cediese.

Bryce se incorporó y se dirigió hacia Bernd con un aura asesina y… fría.

El aire de la habitación se congeló. Empecé a tiritar con fuerza, pero a aquellas alturas ya no sabía si era a causa del miedo o del frío.

Cuando el hombre estaba a punto de quitarle el sujetador a Isabelle, Bryce le cogió del brazo.

— ¿Eh?

Antes de que pudiese decir o hacer nada más algo empezó a emanar desde la mano de Bryce hasta su cuerpo.

La congelación empezó desde el punto que estaba agarrando el joven y siguió extendiéndose por el resto del brazo.

El sonido de la navaja al caer rebotó en mis oídos con la claridad de cristal rompiéndose en mil pedazos.

Bernd intentó deshacerse del agarre del menor, pero este se negaba a soltarlo. Pronto, el frío continuó su recorrido por el resto del cuerpo hasta que toda la piel se quedó negro-azulada, completamente quemada.

Una vez el horrible hombre dejó de emitir ningún sonido, Bryce empujó el cuerpo sin vida a un lado; imagino que para que no le cayera encima a nuestra amiga.

Sin ni siquiera detenerse a comprobar si Isabelle estaba bien, salió de la habitación.

Segundos después se pudo escuchar al otro hombre gritar algo que no fui capaz de comprender, pero que sabía que iba dirigido a Bryce. Después de eso se escuchó una trifulca, seguida del ya conocido sonido de la piel al ser congelada de forma instantánea y, por último, nada. Absolutamente nada.

Mientras el mundo se empezaba a tornar borroso, mis sentidos se adormecían y lo que me rodeaba me resultaba cada vez más ajeno, un fuerte abrazo y unas lágrimas cayendo sobre mi frente hicieron que retrasara mi viaje a la inconsciencia; la melena azul de Isabelle apareció momentáneamente frente a mis ojos.

Finalmente, con el calor de un cuerpo firmemente agarrado al mío y sintiendo una cabeza insegura sobre mi pecho, todo se volvió oscuro.


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