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Querido amigo por Cris fanfics

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El móvil vibraba en el bolsillo de Wyles, pero este se limitó a ignorarlo; tenía asuntos más importantes que atender en aquellos momentos.

Él y Schiller se encontraban en el despacho del primer ministro japonés. El político estaba sentado en su escritorio con aires de suficiencia mientras el anciano le mostraba los planos de las armas.

— Con el poder del meteorito podemos fabricar tanques más resistentes y con mayor potencia de fuego. Debido a que aún no hemos encontrado la forma de replicar sus efectos no podríamos usar todo el mineral, pero aún así creo que a la armada japonesa le interesaría contar con todo este poder. Además, con ayuda de sus científicos podríamos lograr nuestro propósito de hacer más piedras con muchísima más rapidez y facilidad.

El ministro Vanguard se llevo las manos al entrecejo y se acomodó aún más en el sillón.

— Señor Schiller… no sé cómo mis camaradas le han permitido acaparar tanto poder para sí mismo, pero me temo que voy a tener que detener sus proyectos.

— ¿Disculpe?

— Por lo que me ha mostrado, el meteorito... o Piedra Alius, como se ha tomado la libertad de llamarlo, es un arma peligrosa que debe ser eliminada. Cualquier gobierno que tenga tanto poder en sus manos es un peligro para el resto de la humanidad, así que le exijo que me entregue tanto el meteorito como sus fragmentos para que podamos proceder a destruirlos.

— No sabía que ahora a los políticos les importaba el bienestar de la gente de a pie —intervino Wyles, con ironía—. Lo que está diciendo me suena más a una excusa para obtener nuestro trabajo sin pagar nada por él.

— Puede parecerlo, pero le garantizo que no es así —dijo el primer ministro con rotundidad—. No dudo de que si le hubiesen mostrado esto al ejercito o a otros ministros ellos hubiesen aceptado sin dudar su oferta, pero yo no soy así. Y no voy a permitir que por enriquecernos unos pocos metamos a Japón en una guerra.

— ¡No se haga el ingenuo, Vanguard! —exclamó el anciano poniéndose de pie y dando un puñetazo contra la mesa de roble—. Sabemos de sobra que el comercio de armas es uno de los más extendidos en el mundo, y es imposible que esto sea así si solo se negociase con terroristas, unos cuantos países que las permiten en sus civiles y guerrillas de tres al cuarto. Los gobiernos están metidos hasta el cuello en esto. ¿O me dirá que solo presumen de navíos de guerra y armas por hacer bonito delante de las cámaras de televisión? ¡Todos ustedes se están preparando para entrar en guerra en cualquier momento! ¡Era así cuando yo también estaba en el negocio!

De nuevo, el móvil volvió a vibrar, distrayendo a Wyles de la conversación.

Cansado de las constantes interrupciones se excusó y salió del despacho para atender la llamada, no sin antes lanzarle una mirada significativa a su socio para que no metiese la pata en su ausencia.

Una vez se escuchó el sonido de la puerta al cerrarse, la conversación continuó:

— Escúcheme, Vanguard, si esta negociación no sale bien mi compañero piensa hacerle el mismo trato al gobierno estadounidense.

Aquello afirmación hizo que el político se pusiese en tensión.

— Sabe que ellos no tendrán reparo ninguno en negociar con nosotros. El meteorito funciona, y es el arma milagrosa con la que todas las figuras de poder han soñado alguna vez… Pero yo no quiero que esos malditos extranjeros tengan la llave para hacerse con el control de todo el mundo, si hay una guerra quiero que sea Japón el que esté en el bando vencedor.

— Por esto que me ha dicho ya estoy seguro de mi decisión. Me niego a aceptar tratos con usted.

— No entiendo su lógica.

— Sé que no va a negociar con otros países, y en Japón no hay ningún grupo armado que tenga tanta influencia ni recursos como para empezar una guerra aún con la piedra Alius. Así que si el gobierno japonés no desea su meteorito… usted no aceptará dárselo a nadie más porque no quiere una guerra porque sí, lo que quiere es venganza por lo que le ocurrido hace doce años ¿verdad?

Schiller hizo un gesto de asco con la boca.

— A eso no le llamo venganza, le llamo justicia.

Vanguard se levantó de la silla y se acercó al anciano. Tras un momento de incómodo silencio, le agarró del hombro intentando así trasmitirle ánimos.

— Comprendo por lo que está pasando, pero no fue más que un accidente. Ver el mundo arder no aliviará su dolor. Lo único que conseguirá es hacerse más daño a usted mismo y, también, a todos los que le rodean.

El más mayor se quitó la mano de su interlocutor con un manotazo y, sin mediar palabra, salió de la habitación como una exhalación.

**********

Tras abandonar el despacho, Schiller estaba tan enfadado y asqueado que ni se dio cuenta de que Wyles no se encontraba por ninguna parte.

¿Cómo se atrevía aquel mocoso a indagar en su vida privada y echarle en cara sus decisiones? ¿Que comprendía por lo que estaba pasando? ¡Él no sabía nada!

Una vez fuera del edificio intentó calmarse. Respiró hondo, disfrutando del frescor de la noche, y procedió a tomarse su medicación. Tenía que controlarse si no quería sufrir un ataque cardíaco.

— ¡Schiller! —exclamó una voz a su espalda—. ¡Teníamos que salir de aquí con el gobierno japonés lamiéndonos las botas! ¡¿Qué demonios ha hecho?!

— No ha querido aceptar el trato, Wyles.

— ¿Y no ha negociado? ¡Es para eso para lo que hemos venido aquí!

— No se preocupe. Vanguard no ha aceptado por las buenas… pero le aseguro que lo hará por las malas.

— Sinceramente, prefiero no meterme en problemas con el gobierno. —Wyles se sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta y empezó a marcar un número—. Hablaré con mis contactos para que nos den cita con el presidente estadounidense o alguno de sus ministros.

Schiller agarró con fuerza el brazo del más joven, haciendo que se detuviera.

— ¿Qué le ocurre ahora?

— Sigo siendo yo quien ha subvencionado todo este proyecto, Wyles, no se olvide de ello. Si yo no quiero hacer algo no se hace y no hay más que discutir. En ningún momento dije que quisiese hablar con los americanos.

Wyles bajó la cabeza, rindiéndose ante aquellos argumentos con demasiada facilidad.

— Sí, señor Schiller.

— Marchémonos de aquí. Hemos de pensar en una forma de que el ministro Vanguard quiera colaborar con nosotros.

Ambos hombres se encaminaron hacia su coche.

El chófer abrió la puerta trasera para que pudieran pasar y entró también al vehículo, procediendo a encender el motor.

— Como no sea con fútbol dudo que encontremos otra solución —rió Wyles, respondiendo al comentario anterior de Schiller con una alusión a la obsesión del primer ministro con este deporte.

Al anciano no le hizo la más mínima gracia.

— Por cierto, ¿quién le llamó antes?

— Es cierto, me olvidé de comentárselo, un hombre dijo que quería hablar con usted sobre el meteorito, que tenía algo que realmente podía interesarle. Me imagino que sería alguien de la empresa que me comentó en nuestro viaje al monte Fuji.

— ¿Algo que me podría interesar? —Schiller tuvo un mal presentimiento— ¿Y qué le respondió?

— Que usted se pondría en contacto con él tras la reunión.

— Marque el número, Wyles, quiero hablar con él inmediatamente.

Este hizo lo que el anciano le pedía y le tendió e móvil.

— ¿Señor Schiller? —respondió una voz masculina al otro lado de la línea.

— Sí, soy yo. Ya les dije que no estaba dispuesto a trabajar con su empresa, ¿cuanto más piensan insistir?

— Esta vez es diferente.

— ¿Qué quiere decir?

— Queremos que lleve a la siguiente dirección todos los pedazos de meteorito que tiene en su poder. Si no lo hace… digamos que tendrá tres bocas menos que alimentar cuando vuelva al orfanato.


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