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Querido amigo por Cris fanfics

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Pasó un mes, pero las cosas no volvieron a la normalidad. O por lo menos no para mí.

Seguía sintiéndome dolorido y mi mente estaba demasiado deteriorada como para procesar cosas complicadas, así que me pasaba casi todo el día en mi cuarto. Normalmente preferiría pasarlo en el exterior, dando paseos por el bosque o jugando en el patio, pero tras lo ocurrido tenía cierto miedo de que algún otro lunático intentara hacerme daño y me rehusaba a salir del orfanato para cosas innecesarias.

Y allí estaba, tirado en mi cama mientras leía por enésima vez el libro original de Peter Pan, el niño que no quería crecer —que es bastante más oscuro que la historia edulcorada que tenemos en la actualidad—, en un intento de olvidar todo lo ocurrido. Pero, sobre todo, intentando quitarme de la cabeza el recuerdo de la muerte de aquel hombre.

Los gritos, su expresión asustada, la carne siendo quemada a causa del frío…

La imagen me dio arcadas.

Me levanté y me acerqué a la papelera. Estuve un buen rato arrodillado delante de ella en caso de que ocurriera lo peor, pero conseguí relajarme y tragarme el vómito. Aunque fue asqueroso casi lo agradecí, no creo que a nadie le resulte agradable vomitar.

Me alegré de que Xavier no estuviese en la habitación para ver aquel patético espectáculo, sino que hubiese salido a intentar hablar con Isabelle, de la cual estaba muy preocupado.

Tras lo ocurrido aquella noche y volver al orfanato ella había actuado de forma similar a la mía… pero peor. Se negaba a salir de su cuarto y contestaba con monosílabos o puro silencio a todos aquellos que intentaban hablarle a través de su puerta. Si no fuese por su compañera de cuarto, Kim, apenas sabríamos nada de ella.

Aunque la verdad es que no estaba tan aislada como parecía.

Debido a las pesadillas que me atormentaban y me impedían dormir, a menudo escuchaba por las noches pasos en el pasillo. Una de las veces abrí la puerta para ver de quien se trataba y era ella, que aprovechaba la quietud de la oscuridad para hacer vida y chutar el balón contra las paredes del patio.

Esta última actividad no la averigüé esa misma noche de insomnio, sino una distinta en la cual me había puesto a mirar por la ventana y pude ver como Isabelle daba patadas con una rabia que nunca había visto en nadie. En uno de los tiros se hizo daño en los dedos del pie, y no pudo parar ni esquivar el rebote del balón, que le dio en la cabeza y la tiró al suelo.

Alarmado, salí corriendo para comprobar que se encontrara bien, pero al verme llegar ella se limitó a gritarme entre sollozos:

— ¡No necesito ayuda, no te me acerques! ¡Puedo sola!

Me aparté de ella mordiéndome el labio inferior y apretando los puños con rabia. Lo único que pude hacer era ver como recogía el balón y entraba penosamente al orfanato.

Me hubiese encantado hablar con ella para saber como se sentía acerca de todo lo ocurrido, pero estaba claro que no quería. Aunque me daba miedo lo que se le pudiese estar pasando por la cabeza decidí dejarla estar. Fuese lo que fuese lo que le pasaba, ella no deseaba compartirlo con nadie y yo respetaría su deseo... momentáneamente.

En cuanto a Bryce, se podría decir que todo estaba como siempre con él salvo por dos cosas: la primera era, evidentemente, el golpe en su cabeza (tenía que dejarse cambiar los vendajes tres veces al día para que no se le infectase la herida, y debía tener cuidado con no darse golpes); y la segunda, y más sorprendente de las dos, era que llevaba semanas buscando en la biblioteca información sobre personas con “poderes”, mirando los telediarios y los periódicos en espera de una noticia (que nunca llegaba) sobre un secuestro en el que los perpetradores hubiesen muerto en misteriosas circunstancias y preguntando a padre por los secuestradores.

Al parecer yo no era el único que recordaba que uno de ellos había mencionado hacer un trato con padre a cambio de nosotros. Trato que él había aceptado, así que sí o sí debía tener información sobre lo ocurrido. Por desgracia, cuando se le preguntaba por el tema, se encerraba en un silencio hosco.

Me levanté del suelo para marcar la página donde me había quedado leyendo y cerrar el libro.

Me sentía incómodo. Deseaba ayudar a Bryce con su investigación pero tenía la impresión de que sería más una molestia que una ayuda, además… tras ver lo que había hecho con los secuestradores y su impasibilidad por el tema me había empezado a dar miedo.

Me tumbé sobre la cama en posición fetal y miré fijamente a la puerta.

Quería que Xavier volviera, me sentía solo.

Como si le hubiese invocado, la puerta se abrió con brusquedad, asustándome.

— Hola.

Me respondió con un gesto de cabeza.

— No has abierto ni la ventana para ventilar —me recriminó.

— No.

Él suspiró, resignado, y se sentó a un lado de mi cama.

Yo me limité a mirarle fijamente.

— Me aburro. Vamos fuera, Jordan.

— Yo también me aburro, pero no quiero salir.

— Pues vayamos al porche a que nos de un poco el aire. Aquilina ha traído sandías —dijo con toda la intención de tentarme a abandonar la cueva—, podemos comernos una nosotros. Con el calor que está haciendo me apetece.

— Sabes que mi debilidad es la comida, eso no vale.

— Tienes suerte de que no haya helado. Si lo hubiese te daría envidia para hacerte entrar en razón y después me lo comería todo como castigo por lo cabezota que eres a veces —sonrió.

Me incorporé e intenté alcanzar mis zapatos.

— Hoy estamos con el sentido del humor a tope ¿eh? —bromeé.

— Yo voy yendo a la cocina ya —ignoró mi comentario—. Cuanto más tarde más probable es que haya gente.

Sin nada que añadir a lo dicho, salió de la habitación.

Chasqueé la lengua y, en parte fastidiado por tener que moverme de la cama, me levanté. Lo mejor sería arreglarme un poco antes de salir.

Pensando detenidamente sobre si ponerme una camiseta de manga larga que me tapase los brazos —que ya casi no tenían marcas, pero me hacían sentir incómodo igual— o una veraniega y fresca, me detuve un momento delante del espejo y me observé.

Estaba diferente. Era una afirmación estúpida, ya que era normal que a mi edad empezara a experimentar cambios, pero aún así sentía mis rasgos más maduros que la última vez que reparé seriamente en mi físico. Aún así, tampoco me gustaba demasiado aquel chico que me devolvía la mirada desde el espejo, sentía que la poca dureza que demostraba no era precisamente por el crecimiento, sino por el trauma que había nacido en él tras aquella horrible noche de un mes atrás en la cual había visto la muerte de primera mano y se había dado cuenta de su propia vulnerabilidad; una fortaleza forzada, poco natural.

Con un suspiro, e ignorando aquellos impresiones sobre mí mismo, acabé decantándome por la camisa más suelta de las dos, de color naranja con topos blancos circulares y manga corta, y salí de la habitación.

**********

Los niños del pueblo que solían pasarse delante del orfanato para ir al bosque se encontraban jugando a policías y ladrones alrededor de un árbol grueso justo enfrente del lugar en el que me encontraba sentado, olvidándose de su principal intención de ir a cazar mariposas como siempre hacían.

Me daba cierta envidia verlos correr sin la menor preocupación o problema en sus cabecitas, quien hubiese podido quitarse dos o tres años para poder estar como ellos.

Aunque yo cuando tenía su edad no tuve la oportunidad de ser así de despreocupado, así que aquel pensamiento estaba un poco fuera de lugar en mi caso…

Sin previo aviso de su llegada, Xavier se sentó en el suelo, a mi lado, y dejó el plato con los trozos de sandía cerca suya.

— Qué envidia da verles jugar ¿verdad?

— Justo estaba pensando en eso ahora mismo… —tan pronto terminé de decir esto se me escapó una carcajada bastante fuera de lugar.

— ¿De qué te ríes?

— Solo estaba pensando que para tener apenas once años ya estamos hablando como abuelitos de setenta. Por un momento nos acabo de imaginar a los dos de ancianos sentados en mecedoras mientras recordamos viejas glorias.

Él también soltó una carcajada alegre.

— Espero de verdad que cuando tengamos setenta años sigamos juntos.

Le miré detenidamente, intentando adivinar por su rostro cuales eran las verdaderas implicaciones de lo que me estaba diciendo.

Xavier no pareció molestarse por ese instante de silencio, todo lo contrario, también se tomó su tiempo para observarme fijamente a los ojos.

Estaba siendo una situación extraña, pero no me incomodaba.

En un arranque de sinceridad, dije con total calma:

— Si por mí fuera estaríamos siempre juntos.

Antes de que mi amigo girase la cabeza para coger el plato y pasármelo pude notar como se le subían los colores de forma adorable.

Me estaba empezando a gustar hacerle pasar vergüenza.

Cogí un trozo de sandía y empecé a comérmelo con gusto, hacía bastante calor y sentir algo fresco bajando por la garganta era reconfortante.

Cuando terminé le pasé a Xavier la cáscara para que la colocara en el plato.

— Entonces, ¿me prometerías estar siempre conmigo? —preguntó entonces, con la cabeza gacha.

— ¡Prometido! —exclamé prácticamente por reflejo mientras alzaba el puño con determinación.

No tenía nada en contra de aquella promesa.

Al volver a apoyar la palma contra el suelo puse sin querer mi mano encima de la de Xavier.

Por instinto, la aparté inmediatamente… pero él no intentó si quiera hacer lo mismo.

Le dirigí una mirada nerviosa y fugaz, pero él me devolvió una segura y calmada que me obligó a no desviar la mía y acercó su mano hacia mí, poniéndola boca arriba.

Tras unos instantes de duda, me atreví a poner mi mano sobre la suya. Al ver que no decía nada al respecto, me decidí a profundizar un poco el contacto.

Empecé acariciándole las yemas de los dedos con pequeños y delicados círculos para continuar haciéndole extender su pálida mano para poderle masajear el resto, entreteniéndome especialmente en las falanges y de vez en cuando haciendo pequeñas cosquillas a la palma y a la muñeca. Tras un rato haciendo esto, Xavier me sorprendió cerrando sus dedos para atraparme entre ellos.

Ya no hubo más caricias, pero aún así aquel sencillo roce consiguió que me recorriera un agradable escalofrío por la espalda. Por primera vez desde que empezamos aquel extraño “juego” levanté la cabeza para poder mirarle a los ojos; aquellos preciosos ojos verdes que me habían enamorado desde la primera vez que los vi y que, en aquellos momentos, tenían toda su atención puesta en mí: brillantes como estrellas y suplicándome que no rompiera nunca aquel contacto…

— ¿Interrumpo algo?

Nos soltáramos inmediatamente, girándonos ipso facto hacia el sigiloso recién llegado.

— ¿Qué ocurre, Bryce? —preguntó Xavier, al parecer tranquilo de que solo se tratara de él.

Empecé a sudar aún más que antes, temeroso de lo que podría haber visto y de que forma podría interpretarlo… A ser posible prefería que no fuese de la correcta.

— He conseguido que padre acceda a hablarnos de lo ocurrido. Pero dice que solo lo hará si estamos todos los implicados presentes —dijo dirigiéndome una mirada significativa—. Acabo de avisar a Isabelle, y Dave y Aquilina ya están allí, solo faltáis vosotros dos.

— De acuerdo. Ahora mismo vamos para allá.

Bryce volvió por donde había venido sin molestarse en comprobar si le seguíamos y sin preguntarnos por lo que nos acababa de ver haciendo.

Xavier fue el primero en reaccionar y levantarse, llevándose consigo el plato aún lleno de fruta.

Tras unos segundos de duda me miró y me dijo:

— ¿Vamos?

Asentí con la cabeza y me incorporé, dispuesto a seguirle.


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