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Querido amigo por Cris fanfics

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En unos días nos marcharíamos a Osaka.

Dylan no había vuelto a hablar conmigo desde que Aquilina se fue, y el resto de chicos también estaban muy distantes: como si se encontraran en su propio mundo.

Isabelle y Dave cada día que pasaba estaban más encerrados en sí mismos; Claude con los únicos que pasaba el tiempo era con Ethan, su mejor amigo, y con Bryce —que sus peleas y discusiones faltasen sería como un día en el que el sol no saliera: imposible o el fin del mundo, pero, aún con esas, sus discusiones se habían hecho más frecuentes en aquel entonces—; y ni siquiera Xavier tenía humor para hablar. Las frases que él y yo nos dedicábamos durante ese tiempo eran en su inmensa mayoría trivialidades, y eso me preocupaba porque —aunque sabía que su actitud se debiera muy probablemente a la marcha de Lina— en el fondo tenía miedo de que el episodio en el porche le hubiera hecho darse cuenta de mis sentimientos hacia él y que hubiese decidido alejarse de mí.

Para quitarme de la cabeza esos pensamientos, me dediqué a empacar mis escasos objetos de valor y, tras terminar, pasar el resto del tiempo deambulando por el hogar que pronto abandonaríamos a saber hasta cuando.

En uno de mis paseos por el orfanato acabé yendo hacia el despacho de padre. Necesitaba hablar con él sobre todo aquello; nos estaba afectando demasiado a todos y quería que me aconsejase algo que pudiera hacer para mejorar la situación. Además, también quería hablarle sobre Bryce, Isabelle… y sobre mí. Desde que nos habían secuestrado mis dos compañeros estaban raros, hasta al extravagante Bryce se le notaba diferente, y yo también me sentía horriblemente mal: mis pesadillas sobre la horrible muerte de aquel hombre y el miedo serbal que me atenazaba siempre que estaba solo —recordando vívidamente el terror de aquella noche— me estaban haciendo la vida imposible.

Cuando estaba a punto de tocar a la puerta, una voz procedente del interior me detuvo y me incitó a quedarme quieto para escuchar lo que decía.

— ¿En serio cree que unos críos son la solución a todo este embrollo? Cada vez estoy más convencido de que está usted loco. ¡Lo del fútbol era solo una broma!

— Tal vez —le respondió padre—, pero no es tan mal plan como parece. Utilizaremos una de las cosas más importantes del ministro para arrebatarle algo de mayor valor. Además… si unos niños son capaces de enfrentar a la seguridad nacional con un juego gracias al poder de las piedras todos se darán cuenta de que es una auténtica estupidez no aprovechar ese potencial para algo realmente importante.

— ¡Y a todos nosotros nos detienen como criminales en el proceso!

— No si jugamos bien nuestras cartas. Si aún con esto el gobierno no recapacita o deciden empujarnos a un lado y quedarse ellos solos con el meteorito solo tenemos que hacernos con el control del país a la fuerza, tenemos lo que necesitamos para ello.

Hubo un breve silencio.

— Está bien. Le concederé el beneficio de la duda por ahora. Pero, ¿hacía falta que fuesen tantos niños? Con un grupo de once nos bastaría.

— Es usted muy complaciente. ¿Para qué bastarnos con tan poco cuando podemos tener una fuerza como dios manda?

Ya no quise escuchar más.

Padre no iba a atenderme, así que me dí la vuelta y me marché tan sigilosamente como había llegado.

**********

El movimiento del segundero del reloj resonaba ruidosamente por la habitación.

Estaba tumbado en mi cama mirando hacia la de Xavier, que se encontraba vacía.

Observé de reojo al escandaloso aparato. Eran solo las once de la noche, no era muy tarde, pero mi amigo debería haber estado allí desde hacía una hora. Siempre hablábamos un rato antes de dormir, eran contadas las ocasiones en las que no lo hacíamos y siempre era por temas importantes…

Preocupado y sintiendo la súbita soledad que precedía a mis últimamente habituales ataques de pánico, decidí salir a buscarle. Pero no solo quería dar con él por el miedo, el reconcome de que en aquellos días de distanciamiento pudiéramos haber perdido la confianza que siempre había existido entre nosotros hacía que me doliera el corazón.

Me precipité hacia la puerta y al abrirla me sorprendió encontrarme de frente con Dylan.

Él se asustó al abrir yo de golpe y había dado un bote en el sitio, en aquellos momentos se encontraba mirándome con asombro.

— Hola, Dylan, ¿qué ocurre? —le obligué a salir de su sorpresa.

— Quería hablar con-contigo.

No tardé en caer en la cuenta de sobre qué.

Respiré hondo y procuré pensar con calma. Xavier tendría que esperar de momento; aquello era más importante.

— Pasa y ponte cómodo.

Él no tardó en hacerme caso. Tras entrar en la habitación encendió la luz y se tiró encima de mi cama mirando con curiosidad a su alrededor. Aquella era la primera vez que le invitaba a mi cuarto, siempre solíamos estar en el patio, en la biblioteca o en su habitación.

Cerré la puerta y me senté a su lado.

— ¿Has estado pensando en lo que te dije?

Asintió con la cabeza.

— Voy con vo-vosotros —dijo con evidente ilusión.

Aquella no era la respuesta que esperaba.

— Esto va a ser peligroso, Dylan. Una vez acabemos de entrenarnos padre pretende que hagamos cosas horribles. Y nos perseguirán por ello. No quiero que tengas que pasar por algo así; te destrozaría.

Dylan pareció dudar. Bajó a cabeza y se miró fijamente las rodillas, pensativo. Tras un rato en esta posición, colocó su mano derecha en el pecho antes de levantar la cabeza con timidez y atreverse a hablar de nuevo.

— No quiero quedarme solo —tartamudeó en un tono más bajo del normal—. Tú eres mi único amigo, si te vas y no vuelves… no tendré a nadie.

Aquella declaración y el valor que había tenido que reunir para hacerla hicieron que me enterneciera.

— Yo también te aprecio muchísimo, y precisamente por eso no quiero que tomes esta decisión solo por mí. Si me marcho encontrarás a otra persona que esté contigo.

— Mentira —sus ojos estaban vidriosos y su voz era acusadora—. Lo que realmente ocurre es... que te molesto, ¿verdad?

— ¡No! ¡No es por eso para nada!

— Si es cierto déjame ir. No quiero estar solo —se acercó a mí y me cogió de las manos.

— Dylan…

— Si no me dejas no te lo perdonaré nunca.

Bajé la cabeza para romper el contacto visual y me solté con suavidad de su agarre.

— Está bien —suspiré—. Es tu decisión. Espero que no te arrepientas de ella.

Él pareció aliviado casi al instante, pero yo me sentía muy arrepentido.

Mi cabeza no paraba de dar vueltas sobre el mismo tema: ¿debería haberle mentido para que no se pusiese en peligro? ¿Haberle dicho que sí me molestaba? En aquellos momentos yo era un pilar para él, decirle algo así hubiera sido como clavarle un cuchillo en el corazón… nunca le habría hecho eso, ni siquiera por su propio bien.

— Muchas gracias, Jordan.

— De nada, pero que conste que creo que esto va a acabar mal —rezongué.

Abrió la boca con intención de añadir algo, pero el sonido de la puerta al abrirse interrumpió lo que fuese a decir.

Xavier se detuvo de sopetón al vernos.

— Lo siento... debería haber llamado antes de pasar.

— No pasa nada, ya me iba —dijo Dylan antes de salir, lanzándonos una tímida sonrisa como despedida.

Tras unos segundos en los que Xavier y yo estuvimos en completo silencio, él me preguntó:

— ¿Va todo bien ya? ¿No tenéis ningún problema?

No le había contado nada a Xavier sobre mis planes con Dylan, pero él me conocía lo suficiente como para intuir que había estado tramando algo a sus espaldas. No era estúpido, y siempre prestaba atención a lo que le rodeaba, sobre todo si concernía a sus seres queridos.

— Sí, ya está todo arreglado… —Dudé antes de continuar hablando—. Se viene con nosotros a Osaka.

Xavier sonrió.

— Me alegro.

Tras decir esto él no parecía muy interesado en continuar con el tema. Fue hacia su cama y se quitó los zapatos, dispuesto a tumbarse.

Y recordé la preocupación que llevaba sintiendo por mi relación con mi mejor amigo y que tanto deseaba comentar con él.

— Oye, Xavier, creo que tenemos que hablar.

— ¿Sobre qué? Va todo bien, ¿verdad?

Me solté la coleta para poder estar más cómodo; me estaba empezando a doler la cabeza de tener el pelo agarrado todo el día.

— Eso es exactamente lo que me pregunto yo —me masajeé el cuero cabelludo para quitarme la marca del coletero—. Desde que se fue Aquilina… No, mentira, desde que padre nos contó sobre el meteorito, has estado raro.

— Es lo normal. Todos hemos estado raros estos días.

— ¿Eh?

— Dejemos el tema para otro momento. Estoy muy cansado. —Fue hasta el ropero y empezó a quitarse la ropa.

Yo, intentando apartar la mirada lo más disimuladamente posible, me levanté para apagar la luz.

— ¿Estás seguro de que no quieres hablar? —le pregunté cuando estaba a punto de ponerme encima las sábanas.

— Seguro. Buenas noches, Jordan —dio por terminada la conversación haciendo lo propio.

— Buenas noches…

Me acurruqué y le dí la espalda.

Estuve un buen rato despierto, esperando, porque en el fondo deseaba que la oscuridad de la noche le diera la intimidad y el coraje suficiente como para empezar a contarme lo que le ocurría. Pero no fue así, y me acabé quedando dormido.

A la mañana siguiente y todas las demás antes de que nos fuéramos él se las apañaba para marcharse del cuarto antes de que yo me despertase.

Y aquel fue el detonante que me hizo darme cuenta de que algo andaba mal, realmente mal. Xavier me estaba rehuyendo. No sabía exactamente por qué, pero lo hacía.

Siempre que abría los ojos y no le veía a él en la cama colindante me sentaba en la mía, me colocaba las mantas por encima y me abrazaba a mí mismo; buscando algo de calor humano que aliviara la profunda soledad que la indiferencia de mi amigo me provocaba. Aunque lo único que conseguía con ello era que me entrara aún más melancolía y que lágrimas furtivas se me escaparan de los ojos.

Sabía que había perdido a mi mejor amigo, y mis esperanzas de que me quisiera tanto como yo le amaba a él se difuminaron como si fuesen los rastros de un sueño; un sueño en el que él me daba la mano y acercaba su rostro al mío para besarme; un sueño absurdo nacido de un corazón que en sus ansias de ser querido se había herido mortalmente a sí mismo.

**********

El autobús que nos llevaba hacia Osaka tenía dos plantas que eran lo suficientemente grandes como para llevar a más de veinticinco de nosotros en cada una.

A pesar de ser un grupo muy grande no hacíamos ruido. La gran mayoría estuvimos callados todo el viaje y los pocos que hablaron lo hacían entre susurros, procurando no caldear el más que tenso ambiente.

Dylan se encontraba a mi lado, en el asiento de la ventanilla, con la mirada perdida en el paisaje urbano que se extendía ante nosotros. Yo estaba demasiado ocupado observando a Xavier, que estaba sentado un poco más adelante, al lado del alicaído Claude.

Mi mejor amigo había notado varias veces ya mi mirada —lo supe porque se le habían escapado nerviosos vistazos de reojo hacia mi dirección— pero aún así se negaba a prolongar el choque de miradas o levantarse de su asiento para venir a dar conmigo y hablar antes de que llegáramos a nuestro destino.

Aquella estaba siendo una situación incómoda a la par que dolorosa.

«Xavier… ¿Qué ha pasado? ¿He hecho algo mal?» le preguntaba con la mirada durante los escasos segundos en los cuales me dirigía su atención.

Antes de que mi ya de por sí depresiva mente tuviera la oportunidad de empezar a maquinar de nuevo sobre el por qué de todo aquello, el vehículo se detuvo delante de lo que parecía un parque de atracciones.

A ninguno le extrañó que nuestra meta final fuese un lugar como aquel. Todos sabíamos que aquel sitio no era más que una fachada para lo que se escondía debajo de él y que, desde luego, aquello no era una excursión y no estábamos allí para divertirnos.


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