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Querido amigo por Cris fanfics

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Gente huyendo y gritando.

Desde mi arrogante postura todos aquellos que corrían de la devastación que yo mismo estaba provocando parecían hormigas a las que podría aplastar fácilmente.

Una pena que no pudiese hacerlo de verdad.

Cuando aquel impresionante espectáculo de destrucción terminó, un hombre —que seguramente era uno de los encargados de todos los adolescentes allí presentes— detuvo su huida para observar el lugar donde habían acabado los “balones” de titanio que habían destrozado el edificio.

Ese lugar no era otro que nuestras manos.

— ¡¿Qué demonios…?!

Le interrumpí antes de que empezara a soltar su patética verborrea.

Ya había pasado por algo similar antes de aplastar al equipo del Instituto Kirkwood, y no quería volver a repetir aquella aburrida escena. Cuanto antes empezáramos con la fiesta mejor.

— ¡Terrícolas! Hemos recorrido miles de años luz para venir a vuestro mundo desde el lejano planeta Alius. Queremos demostrar nuestro poder de acuerdo con el sistema imperante en vuestro insignificante planeta. Y ese sistema es… — tiré el balón y lo retuve con fuerza bajo mi pie— ¡el fútbol!

— ¡¿Eh?!

Hice una pausa antes de continuar para observar, con siniestro placer, las expresiones incrédulas de los presentes. Qué gratificante me estaba resultando engañarles de aquella manera para asustarlos aún más de lo que ya estaban.

Era cierto el dicho de: «no hay más tonto que el que se deja engañar».

— En el fútbol dos contendientes se enfrentan y uno de los dos acaba siendo el vencedor.

Rhona y Grant (ahora llamados Rhim y Ganimede) empezaron a reírse a mi espalda.

— A aquellos que conocen el fútbol les decimos: si no podéis derrotarnos en un partido, el planeta Tierra en su totalidad… dejará de existir para siempre.

— No puede ser… ¡¿Se puede saber quién demonios sois?! —gritó el aterrado hombrecillo.

— ¿Qué quienes somos dices? Muy bien… Si lo que queréis es un nombre, podéis llamarnos… ¡la Academia Alius!

**********

Días antes…

La gran sala donde había recibido el fragmento de la piedra Alius se encontraba vacía a excepción de padre y de mí.

Tras un año de larga espera en el que me había tenido que adaptar a mi nueva fuerza y agilidad, en el que había sido una carnaza para los entrenamientos de los equipos Prominence, Diamond y Gaia y en el que había aprendido a ser un verdadero líder para mi equipo, por fin iban a comenzar los planes de padre.

— Ya ha terminado el Fútbol Frontier de este año. Este es el mejor momento.

— Lo sé, padre. ¿Quiere que derrotemos al Raimon en nombre de la Alius?

El anciano estuvo unos segundos en silencio, poniendo a prueba mi paciencia.

— Te veo nervioso. Después de todo este tiempo deberías haber aprendido a controlarte, Janus.

Extendí los brazos y bufé con sorna.

— Discúlpeme, padre, solo estoy deseando derrotar al mejor equipo del país para demostrar al mundo su poder.

— El poder de los alienígenas, querrás decir.

Sonreí con picardía.

— Claro… de los alienígenas.

— En cualquier caso, no vas a ir únicamente a por el Raimon. Quiero que destruyas todos los institutos de la zona… y que busques a esta niña.

Me tendió una foto del primer ministro junto con una chica de mi edad, de melena rosa y grandes ojos azules.

— ¿Es la hija del ministro?

— Exacto. Quiero que estés atento y te la traigas contigo cuando volváis.

— ¿Qué pasa si no la encuentro?

— Nada. Esto es una misión secundaria, tu principal objetivo es desafiar a los equipos juveniles de Tokio y, una vez hayas acabado con ellos, destrozar sus institutos.

Mi ego aumentó al oír la confianza que padre tenía en mi victoria.

— Cumpliré con sus órdenes, padre. No le defraudaré.

— Más te vale. No quiero ni arrepentimientos de última hora ni que te vayas de más de la lengua, ¿entendido?

— Sí, a sus órdenes.

No sabía qué podía pasarme si aquello salía mal, pero tampoco me importaba. En mi mente no había lugar para el fracaso.

Salí de la sala y me encaré a mi equipo, que había estado esperando a que terminara mi reunión con padre para partir inmediatamente.

Los observé detenidamente.

Todos habíamos cambiado mucho, y la forma extravagante de vestir y peinarse tampoco ayudaba a ver en nosotros algo de los niños de un año atrás.

— ¡Grengo! ¿Lo has preparado todo? —pregunté sin mirar al susodicho.

— Sí, mi capitán.

Grengo —antes llamado Gregory Saturn— había sido la oveja negra del equipo desde el momento en el que yo ascendí a capitán.

Después de lo ocurrido en la última prueba, me cebé con él de muy mala manera. Le había hecho entrenar de más (hasta límites absurdos en algunas ocasiones), ser el chico de los recados por antonomasia y, también, le había obligado a taparse la cabeza con aquel ridículo casco espacial para no verle más la cara y reírme a su costa. Y, si no fuese porque era necesario para el equipo, me hubiese encargado personalmente de humillarlo hasta el punto de obligarle a abandonar su maldita personalidad orgullosa obligándole a que me suplicara parar.

Le dí un golpe en el casco con el dedo índice.

— Así me gusta —sonreí—. Ahora no quiero que digas ni una palabra hasta que yo te dé le orden de que vuelvas a hacerlo. ¿Está claro?

— Cristalino, capi...

Antes de que pudiera terminar de hablar, le pisé el pie con las botas reforzadas del uniforme del Tormenta de Géminis y me mantuve ahí unos segundos.

No podía verle la cara, pero sabía que se tenía que estar mordiéndose el labio para evitar gritar de dolor.

— Espero que hayas aprendido la lección —dije levantando la pierna.

Él se tiró al suelo y se agarró los dedos.

— Vamos, equipo. Cuanto más rápido empecemos antes acabaremos.

— ¡Sí, capitán!

Sonreí al comprobar que Grengo no se había sumado al resto.

**********

Veinticinco a cero.

Habíamos ganado a los veteranos del Raimon de forma aplastante y, por ello, no habían podido proteger su querido instituto.

Tras haber destruido el Raimon deberíamos haber partido inmediatamente hacia el instituto Umbrella, pero sabía que a padre le defraudaría aquello. Teníamos que vencer a aquellos que eran un referente futbolístico para todos los jóvenes del país, no a unos viejos decrépitos que apenas eran una sombra de lo que habían sido.

Así que esperamos a que el equipo capitaneado por Mark Evans hiciera su puesta en escena. Mientras tanto, siempre podíamos entretenernos usando las piedras para dominar las mentes de los alumnos del Raimon.

Por mi poco profunda inspección del lugar, un chico lleno de arañazos y polvo me llamó la atención. Se encontraba abrazado a sus piernas y temblando como si tuviese fiebre.

Me acerqué a él bloqueando cualquier posible ruta de escape.

— Por favor, no me hagas daño —sollozó, aterrado y mirándome fijamente a los ojos.

Sentimientos que no experimentaba desde hacía más de un año me invadieron por un momento. Pero ese momento sirvió para que sintiera piedad por el pobre chico.

—Tranquilo —le susurré mientras me acuclillaba delante de él y apretaba el botón para abrir la cápsula del pecho de mi uniforme, donde todos los miembros de mi equipo tenían escondidos sus respectivos fragmentos del meteorito Alius—. No te haré daño, todo lo contrario, te voy a hacer entrega de un poder con el que jamás has podido ni soñar… y si todo sale bien en un futuro podrás ser uno de los nuestros.

Él no me respondió —seguía asustado— pero podía ver un brillo de curiosidad iluminando sus pupilas.

Sin más explicaciones, acerqué la piedra a su cara y repetí las palabras embaucadoras que había dicho al resto de mis “víctimas” para que se dejaran manipular más fácilmente. Una vez finalizado el proceso, me incorporé.

— Levántate —dije con autoridad.

El chico obedeció mi orden sin rechistar.

— Quiero que si te cruzas con el equipo de fútbol del Raimon pongas a prueba su valía y les impidas avanzar.

— Sí, mi señor Janus.

Tras soltar estas palabras se marchó de allí como un zombi.

Aún me seguía sin creer que todo aquello pudiese ser posible. Controlar la mente de los demás… desde luego el poder de las piedras Alius era increíble.

— ¡Janus!

Dylan se acercaba a mí con una rapidez que dejaría impresionado incluso a los corredores más veloces.

— ¿Qué ocurre, Diam? —le llamé por su nuevo nombre.

— El Raimon ha lle-llegado ya. Se en-encuentran en la entrada.

Asentí con la cabeza y, sin entretenerme más, ordené a Rhim y Galileo— que se encontraban por la zona— que me acompañasen.

— T-ten cuidado —susurró Diam cuando pasé por su lado.

Me detuve, dudoso de si contestarle de alguna manera o seguir de largo. Al final llegué a la conclusión de que no valía la pena perder el tiempo de aquella forma.

**********

Observé detenidamente a los recién llegados hasta que uno de ellos rompió el silencio que había caído como una espesa cortina en cuanto nos habían visto aparecer entre los cascotes del edificio.

— ¿Quién demonios son?

No me vi en la necesidad de responder.

Tendría que derrotarlos inmediatamente… pero se me había ocurrido una idea más divertida para conseguir que aquel evento fuera aún más patético para ellos.

Tras que mis compañeros y yo nos alejáramos velozmente del equipo del Raimon, ordené a algunos de los chicos a los que habíamos lavado el cerebro que se enfrentaran a ellos.

Como imaginé no tuvieron nada que hacer y, encima, tras caer derrotados, consiguieron recuperar el control sobre sí mismos durante unos instantes en los que pudieron contarle al Raimon que nosotros éramos los responsables de lo que les había ocurrido.

«Estupendo, si no era lo suficientemente obvio ya se lo hemos terminado de confirmar» pensé sin darle más relevancia al tema.

Salté con agilidad del gran cascote del edificio central donde me había acomodado a ver el enfrentamiento.

— Espero que hayáis disfrutado del recibimiento que os hemos preparado. Es tan fácil dominar las mentes de los débiles…

— ¿A qué te refieres con eso de “dominar”? ¿Qué les has hecho? —dijo un chico con una bandana de color naranja al que pude identificar como Mark Evans.

— ¿Quién eres? ¡Responde! —exclamó el afamado ex-capitán de la Royal Academy.

— No podemos malgastar tiempo ni energía hablando con gente como vosotros. Además este partido ya lo hemos ganado.

— ¡E-espera!

Antes de que pudieran detenernos de cualquier manera, mis compañeros y yo huimos de ellos.

Avisaríamos a nuestros compañeros y procederíamos a atacar al Umbrella. Tal y como estaban las cosas sabía que el Raimon nos seguiría para detenernos, y aquel sería el momento adecuado para aplastarlos.

**********

Habíamos tenido que destruir uno de los edificios del Umbrella para que su equipo tuviera la valentía de salir a dar la cara.

A pesar de todo, habían escapado de nosotros tan pronto nos habíamos encontrado.

No intentamos detenerlos. Podríamos haberlo hecho, pero… era más divertido hacerles sentir la esperanza de que podían hacer algo para después destrozársela en pedazos.

Pero el juegecito se estaba alargando demasiado, y mi paciencia no era infinita.

Cogí a un chico —que se encontraba patéticamente escondido en el cobertizo de la escuela— por el cuello y lo llevé conmigo hasta el centro del campo de fútbol.

— Salid de dondequiera que estéis.

Tal y como imaginaba, al ver a su compañero en aquella situación no tardaron en hacer caso a mis demandas.

— ¿De verdad… venís del espacio exterior?

Solté al chico tirándole contra sus compañeros.

— ¿Por qué os escondéis? ¿Vais a enfrentaros a nosotros o no? —le ignoré.

Entonces los jugadores empezaron a hablar entre ellos en susurros apresurados que todos pudimos escuchar perfectamente.

— ¿Qué hacemos, capitán? Estos tíos han destruido ya el Instituto Raimon.

— No va a haber forma de derrotarlos. Nuestra única opción es no jugar.

— Sí. Tienes razón. Es por el bien del instituto. Lo único que podemos hacer es negarnos a jugar.

— ¿Qué? ¿Ya os habéis decidido? —pregunté siendo muy consciente de lo que iba a pasar a continuación.

— S-sí. Nos negamos a jugar con vosotros.

Rihm empezó a reírse entre dientes., al contrario que Galileo, nuestro portero, que había estallado en carcajadas muy poco disimuladas. El resto del equipo no hizo ni dijo nada al respecto, y yo tampoco me lo tomé a broma.

— Panda de enclenques… —chasqueé las palabras con odio.

Gente como ellos hacía que me invadiera el asco.

No solo eran débiles —y por tanto inferiores a mí— sino que tenían y siempre habían tenido de todo; nunca habían tenido que luchar por nada y por una vez en la que toda esa felicidad peligraba ellos no eran capaces de mover ni un dedo para salvarla… Cuanta inutilidad y desagradecimiento juntos, se merecían todo por lo que estaban pasando.

Rhim me pasó el balón que había tenido todo aquel tiempo entre las manos y, una vez en mi poder, lo solté para proceder a reunir fuerzas para usar mi supertécnica de tiro.

— Pero ¿qué…? ¡¿Qué hacéis?!

Le miré con odio, pero le respondí con toda la indiferencia de la que era capaz.

— Destruir vuestro instituto.

Se hizo el silencio entre los chicos del Umbrella.

— Al negaros a jugar, nos habéis demostrado lo débiles que sois en realidad —continué—. Vuestra cobardía equivale al fracaso, y el fracaso se paga con la destrucción.

— ¡Esperad! ¡Parad! ¡No podéis hacer eso!

Levanté la pierna para golpear el balón.

— ¡Quietos ahí!

Detuve el amago de tiro y me giré hacia la nueva voz.

— Tú…

— ¡Sí, yo! ¡Soy Mark Evans! Nosotros jugaremos en lugar del Umbrella. ¿Qué os parece? Es justo, ¿no?

— Mmm… Por fin habéis aparecido.

— ¿Qué?

— Los campeones de… ¿cómo se llamaba esa competición tan patética? ¿El Fútbol Frontier? —aproveché la oportunidad para molestarles—. Sí… de modo que vosotros sois el equipo del Raimon ¿me equivoco?

— ¿S-sabéis quiénes somos?

— Escuchadme enclenques. Me llamo Janus y somos… ¡el Tormenta de Géminis! A partir de ahora, vuestro destino nos pertenece.

— ¿Quiénes os creéis que sois? ¿Y qué clase de imagen distorsionada tenéis de lo que es el fútbol? ¡No es una herramienta de opresión! ¡El fútbol es un juego que infunde esperanza a gente de todo el mundo y hace que se unan! ¡A lo mejor lo entendéis cuando os ganemos!

«Por favor, para… me estás haciendo pasar mucha vergüenza ajena».

— ¡Ja! Eso de que os empeñéis en desafiarnos tiene su gracia. En fin, si estáis tan seguros, intentad detenernos. A ver si podéis…

**********

Y así terminó el partido con nosotros ganando veinte a cero.

Aquel encuentro había sido un chiste. Ni el mejor equipo del país podía competir contra los poderes que la piedra Alius nos había concedido. Ni siquiera tras la triunfal entrada en el segundo tiempo de su delantero estrella.

— No… no puede ser… —jadeaba Mark, que se encontraba tirado en el suelo lleno de moretones tras haber intentado parar nuestros tiros a puerta.

— Estáis acabados. Y ahora… decid adiós a todo esto.

Aunque todo el equipo del Umbrella en peso empezó a rogarme que no lo hiciera, no pensaba detenerme.

— E-esperad…

Noté como algo se agarraba a mi pierna: era Mark Evans.

— No… yo no puedo…

No me molesté ni en ser cruel con él, era completamente innecesario y no me daría ningún tipo de placer hacerlo a aquellas alturas.

Busqué a Diam con la mirada.

— Hazlo —le pasé el balón negro.

Él pareció perplejo ante mi orden, pero no tardó en obedecerme.

Y así empezó a ser destruido el Instituto Umbrella, a pesar de las súplicas constantes de Mark Evans durante el proceso.

En un momento en el que los ruegos de Evans me parecieron especialmente molestos no pude evitar soltar una de mis perlitas de crueldad:

— Creo que los humanos soléis usar un dicho para este tipo de situaciones: «Perro ladrador, poco mordedor».

Me solté del ya débil agarre del chico y me sumé a la destrucción que estaba ocasionando mi compañero. El resto del equipo no tardó en hacer lo propio.

En cuestión de minutos, el Umbrella fue reducido a una montaña de escombros.

**********

Saltábamos de edificio en edificio a velocidades de vértigo, en pos de el siguiente instituto que destruiríamos.

O eso es lo que se suponía que teníamos que estar haciendo todos.

Desde mi rezagada posición pude ver como Diam se detenía en una azotea y no parecía tener la menor intención de continuar.

Fui hasta él, preguntándome el por qué de ese repentino parón.

— ¿Diam?

Se encontraba mirando la ciudad con los brazos cruzados encima del muro.

— ¿Qué te ocurre?

— Eso ha sido demasiado cruel —tartamudeó sin observarme a la cara mientras lo decía.

— ¿De qué parte hablas? ¿De la que destrozábamos institutos o de la que humillábamos a estudiantes abusando de nuestro poder? Tú sabías que íbamos a hacer esto, es estúpido que pienses estas cosas ahora —le contesté de forma mordaz.

Hundió aún más sus hombros.

— Hablo de la parte en la que nos regodeábamos del sufrimiento ajeno y no sentíamos el más mínimo remordimiento por ello —se alejó con brusquedad de la pared—. ¿Qué nos está pasando?

— No sé de que estás hablando. Estamos haciendo lo que tenemos que hacer, y no tengo que arrepentirme por ello.

— ¡Eso es a lo que me refiero! ¿Cuándo nos hemos vuelto tan fríos, tan… crueles? ¡Antes no eras así, Jordan! ¡Y yo tampoco! —se miró detenidamente las palmas de las manos, como si buscara en ellas alguna pista que respondiera a sus preguntas—. No soy perfecto pero puedo decirte sin temor a mentir que nunca he disfrutado haciendo daño a nadie, ¡y ahora cada vez que veo el dolor que yo mismo provoco a los demás me siento lleno por dentro!

A pesar de que podía notar la desesperación de mi amigo no le dí importancia. No conseguía darle importancia, mejor dicho. Aunque lo intentaba con todas mis fuerzas, veía que su preocupación era un problema nimio al que no deseaba prestarle atención.

— Olvídate de eso, Diam, no es importante, concéntrate en nuestra misión y en nada más... Y que sea la última vez que no me llamas Janus o capitán.

— ¿Eh? Pero… Jordan...

— ¡Capitán!

La segunda delantera del equipo se acercaba a nosotros con urgencia.

— ¿Qué ocurre, Rihm?

— Los hombres de Wyles nos han transmitido un mensaje de parte de padre. Es urgente.

— ¿Qué quiere? ¿Estamos haciendo algo mal? — pregunté ocultando mi horror ante aquella posibilidad.

— Quiere que tan pronto terminemos de hacer nuestro trabajo nos dirijamos a Nara y que, a parte de continuar nuestra misión de destruir institutos de la zona, secuestremos a Vanguard y le llevemos hasta la base del monte Fuji.

Sonreí con crueldad.

— Así será.


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