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Querido amigo por Cris fanfics

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La humedad que calaba hasta los huesos y las sombras proyectadas por las copas de los árboles tapando el sol del mediodía daban al bosque un aire tétrico. Pero, a pesar de ello, dos niños recorrían la foresta sin ningún atisbo de miedo… o por lo menos eso es lo que pensaba uno de ellos.

— ¿Estás seguro de por dónde vamos? Para mí todo es igual, no sé cómo te guías.

— Tranquilo. He hecho este camino un par de veces solo; tardaremos un poco en llegar pero me hace mucha ilusión enseñarte ese sitio, estoy seguro de que te va a gustar.

Tras decir esto, continuó caminando, sin comprobar si su amigo continuaba siguiéndole.

— ¡Por favor, espérame! ¡No me dejes atrás! —El otro niño corría, intentando seguir su paso pero, al no ser tan rápido, acabó cayendo de bruces contra el suelo tras apoyar el pie en una piedra cubierta de moho.

El que guiaba la marcha retrocedió, preocupado al escuchar los gemidos adoloridos de su acompañante.

— Ay…

— ¿Estás bien? —se agachó a su lado.

— Sí, no me he torcido el pie, pero el golpe ha dolido.

— Lo siento mucho —musitó al darse cuenta de que había sido en gran parte culpa suya por no haberse adaptado a su ritmo.

— ¡No pasa nada! —se incorporó apoyándose en el hombro que le habían cedido.

— ¿Quieres volver? Si estás cansado no tienes que obligarte a venir…

— ¡No! ¡Tú querías enseñarme el árbol!

— No me hace tanta ilusión realmente, y Lina debería mirar si te has hecho algo serio en el pie.

— Mientes, la forma en la que miras me dice que aún tienes ilusión por ir.

El niño que guiaba soltó una carcajada.

— ¿Cómo puedes saber lo que pienso solo por cómo miro? Eso no tiene sentido.

— Como dice el refrán: «Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación». —Le empujó del hombro—. Ahora continúa guiando, esta vez seré capaz de seguirte.

Aunque había aceptado la orden de su compañero para no seguir con una discusión inútil que seguramente perdería, ya no fue capaz de continuar como antes; no quería que se volviera a repetir algo así y que en la siguiente ocasión acabará ocurriendo algo grave de verdad.

Cuando ya quedaba poco para llegar al lugar, notó que el otro niño respiraba con dificultad y que poco a poco se iba quedando atrás.

No soportó verle en aquella situación, se detuvo y le tendió la mano para poder avanzar los dos a la vez.

Aunque dudó por unos momentos, el niño más lento aceptó la ayuda de su amigo.

Y así, llegaron juntos a su meta final.

Más que observar el precioso paisaje —que ya se sabía de memoria tras haberlo estado mirando durante horas— Xavier observó cómo reaccionaba su amigo: sus iris negros haciéndose más grandes, su sonrisa llena de ilusión, y su melena verde siendo zarandeada por el viento que azotaba con fuerza en el claro llenaron su corazón tanto como aquel día en el que encontró aquel lugar en una de sus “expediciones” en solitario.

— Xavier, esto es… creo que es lo más bonito que he visto nunca.

— Yo también pensé lo mismo la primera vez que lo vi. Por eso ahora es mi refugio secreto.

— Si me lo has enseñado a mí ya no es un secreto.

— Confío en ti, sé que no se lo contarás a nadie —sonrió con sinceridad—. Eres mi mejor amigo y por eso quería enseñártelo.

Jordan le devolvió la sonrisa y, aprovechando que aún estaban cogidos de la mano, tiró de él y se internó en el claro.

—¡Hay montón de espacio para jugar! ─exclamó mientras se soltaba del agarre de Xavier y daba una vuelta alrededor del enorme tronco— ¡Podríamos hasta escondernos detrás del árbol!

—¡Juguemos al pilla pilla! Seguro que aquí tiene que ser divertido —corroboró Xavier entre carcajadas.

─ ¡Tú la llevas!

Pasaron el resto de la tarde jugando, sin reparar en el pasar de las horas hasta que el cielo se empezó a tornarse oscuro.

Entonces, agotado, Xavier se tiró sobre el césped.

— Ha sido divertido —consiguió decir entre jadeos—. ¿Me acompañarás otro día también, Jordan?

Nadie respondió a su pregunta.

— ¿Jordan? —se incorporó y miró a su alrededor, pero no había nadie.

Asustado, se levantó y empezó a mirar por todas partes. No era posible que su amigo se hubiese marchado así, sin más, hacía apenas unos momentos habían estado jugando y riéndose juntos.

— ¡¿Jordan?!

De nuevo, silencio.

Por mucho que llamara, nadie iba a responderle, estaba solo.

Cuando asumió esto, un Xavier adolescente se tiró de rodillas al suelo, sollozante.

«¿Dónde te has ido? ¿Y por qué?».

Miró al cielo para observar las estrellas —con la esperanza de que le animaran con su brillo como siempre hacían— pero no pudo ver ninguna; un color violáceo cubría la bóveda celeste limpia, sin rastro de humo y luces artificiales que la cubrieran, que estaba acostumbrado a admirar desde la ventana de su cuarto en el orfanato.

Y así, sin nada que reconfortara su solitario corazón, se marchó de allí y volvió al lado de su padre: el lugar en el que le correspondía estar.

**********

La base de la Academia Alius, el corazón del proyecto de Astram Schiller.

A pesar de que este lugar tan importante para el futuro del mundo se encontraba en uno de los lugares más conocidos de todo Japón —el monte Fuji—, no llamaba la atención, ya que estaba oculto a ojos de cualquiera que no esperase ver una enorme fortaleza futurista en plena naturaleza.

Pero no por eso dejaba de ser un espectáculo a la vista de aquellos que vivían en ella.

Xavier se dirigía a la sala de los transportadores, admirando todos los avances tecnológicos que los trabajadores de su padre habían tenido el honor de crear, mientras pensaba en cómo sería el mundo años después si a principios del dos mil ya tenían todo aquello. La informática y la mecánica no dejaban de ser asuntos que le maravillaban.

La puerta se abrió ante él, mostrándole lo que había en su interior.

Ignoró los aparatos extraños y los cables escurridos por el suelo de cualquiera manera, se acercó a la pantalla y tecleó su destino.

«Kioto».

— ¿Qué se supone que haces, Xene? —preguntó una voz desde la oscuridad de la habitación.

— Eso te lo debería preguntar a ti, Isabelle.

La joven salió de su escondite, vestida —a diferencia de él— con el inmaculado uniforme del Gaia.

— Te he dicho que no me llames por ese nombre, ni siquiera cuando estemos a solas, ahora soy Bellatrix. —El chico se encogió de hombros, restándole importancia a la situación—. Ahora responde a mi pregunta.

— No tengo por qué hacerlo. Hasta donde yo sé, tú no eres la capitana, lo soy yo.

— Vas a marcharte otra vez ¿verdad? ¿Vas a ver el partido de Dvalin contra el Raimon? ¿O vas acaso a buscar a…?

— No es asunto tuyo —la interrumpió.

La chica sonrió con superioridad.

— Veo que te afectó bastante ver como el Tormenta de Géminis desaparecía. No debería, pero lo hizo.

Aquello había sido un golpe bajo. Él había estado presente el día de la derrota del equipo más débil de la Alius, y había sido duro ver como personas a las que conocía desde hacía muchísimo tiempo eran abandonadas de aquella forma; sobre todo porque una de ellas había sido su amigo de toda la vida.

Y aquel momento tan inocente de su infancia que se materializaba en sus sueños y que se repetía todas las noches desde entonces, se encargaba de recordárselo.

— Por cierto —se apresuró a añadir Bellatrix al comprobar que Xavier no iba a responder a la puya—, ¿padre sabe que vas a salir sin haber empezado si quiera los entrenamientos de hoy?

— Padre me ha dado permiso para hacer lo que quiera. No tengo que irle a preguntar cada vez que quiera irme.

Ella le dirigió una mirada llena de odio.

— Se nota el favoritismo, ¿verdad?

— Sí, pero tranquila, he aprendido a vivir con ello.

Aquella respuesta tan extraña descolocó a Bellatrix, pero pronto recuperó la compostura. Xavier debía de estar tomándole el pelo.

— Si no te importa, me marcho.

— Tranquilo, mientras tú sigues haciendo uso de tus privilegios para hacer lo que te da la gana, yo estaré esforzándome para obtener el título que merezco y que padre te dio a ti solo por ser su ojito derecho.

El chico entró en el transportador, ignorándola.

Podría haberle contado el por qué no podía hacerse ilusiones con conseguir esos objetivos, pero él —a diferencia de Janus— tenía aún la empatía necesaria como para no romper las delicadas esperanzas que la motivaban. Su relación había perdido mucho a causa de las circunstancias de ambos y a los celos de ella, pero aún la quería y no le deseaba tanto mal.

La puerta se cerró y él respiró hondo, preparándose para lo que venía a continuación. Aquel viaje sería rápido, pero eso no tenía nada que ver con que fuese a ser una experiencia agradable.

**********

Las calles de Kioto habían visto interrumpidas su habitual tranquilidad.

Un gamberro, que se había ganado la fama de peligroso tras haber atacado a varios de los tenderos que vendían comida para los turistas, tenía atemorizados a los habitantes de la zona, y en aquellos momentos el miedo se respiraba en el ambiente más que nunca.

Una mujer con su hijo se encontraba delante de la puerta de la comisaría, exigiendo que un agente la atendiese. Con todo el barullo que la mujer estaba haciendo no tuvo que esperar demasiado tiempo para que obedeciesen sus demandas.

— Iba vestido de forma muy rara e intentó hablar conmigo en el callejón —declaraba en voz baja el pequeño, tocándose la mejilla dolorida tras la bofetada de su madre.

— ¿Lo ves? ¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no juegues en esa clase de sitios?!

El niño bajó la cabeza y empezó a llorar.

Una mujer y su anciana madre se acercaron para participar en la escena.

— No puede ser… Ese canalla ha estado rondando por aquí otra vez ¿eh? No sé cuántas veces van ya esta semana.

— A mí todo esto me preocupa, ¿qué quieres que te diga? —corroboró la anciana— Ojalá lo detengan pronto, porque esto no es vida ni es nada.

— Bueno, estamos haciendo lo que podemos, pero no somos capaces de atraparle. Se trata de un tipo realmente escurridizo. —A continuación, el viejo policía arqueó la espalda de forma exagerada, en un intento de hacer reír al pobre niño— La última vez que apareció, dos compañeros y yo estuvimos a punto de cogerle, pero mis viejas rodillas no aguantaron.

El pequeño dejó escapar una pequeña carcajada.

— ¡Inútiles! —exclamó la anciana alzando su bastón y señalando al hombre.

— Tal vez deberíamos dejar esto en otras manos más capaces… quizá los chicos del Claustro Sagrado sean capaces de ocuparse del criminal.

La anciana y la madre del niño asintieron efusivamente, totalmente de acuerdo con ella.

Mientras todo esto ocurría, Xavier se encontraba en un puesto cercano, con el oído puesto en la conversación.

En cuanto las mujeres dejaron de hablar de lo que le interesaba, cogió entre sus dedos el wagashi de muestra que le habían ofrecido y, tras soltar propina al vendedor, se internó en los callejones de Kioto.

**********

Horas de búsqueda exhaustiva y seguía sin encontrar ningún rastro.

Sin saber muy bien qué hacer, caminó dejándose llevar por la avalancha de turistas en un vano intento de encontrar a quien sospechaba que era su amigo de la infancia.

— Un momento… Xavier, ¿eres tú?

Se dio la vuelta para encontrarse con una cara conocida.

— ¿Eh? ¡Hola, Mark! —se apartó de la multitud y se acercó a él y a su grupo de amigos.

No había sido nunca intención de Xavier confraternizar con sus enemigos, pero se cruzó con el capitán del Raimon por accidente y, tras un rato hablando con él, le había resultado alguien interesante.

— No tenía ni idea de que estuvieras en Kioto. ¿Qué estás haciendo aquí, Xavier?

— Nada… He venido a buscar una cosa.

Al momento se arrepintió de decir aquello. El corazón se le había encogido al referirse de aquella forma a Jordan.

— ¿A buscar una cosa?

Ya era tarde para rectificar de todas formas.

Una idea cruzó su mente: intuía que el objetivo del Raimon en aquel lugar era el mismo que el suyo así que… ¿por qué no aprovecharse de la situación?

— Sí. Pensaba que la encontraría aquí en Kioto. Pero creo que lo pasaré mejor con vosotros. He oído por ahí que estáis buscando a ese hombre misterioso. ¿Os importaría que os ayude?

— ¡Claro que no! Cuantos más seamos, mejor. —Tras decir esto, le cogió de la manga de la chaqueta y tiró de él hasta el interior de la ciudad.

Se recorrió de nuevo las calles, esta vez con ayuda de Mark y compañía, pero tampoco consiguieron encontrar a Jordan… pero sí a alguien que podía ayudarles a ello.

Un niño con gafas bloqueaba el acceso a un callejón y no les permitía continuar.

Mark intentó hablar con él.

— ¿Qué queréis? Ah, os interesa lo que estoy haciendo ¿eh? Os lo contaré. Pero no os vayáis a chivar a mi madre ¿de acuerdo? —No dejó que nadie respondiera a su pregunta, siguió hablando como si estuviera soltando un monólogo—. Estoy acechando al canalla ese que lleva algún tiempo causando problemas. ¡Me muero por ser yo quien le capture!

— Lo siento, pero le hemos prometido al Claustro Sagrado que seríamos nosotros quienes le lleváramos ante la justicia —le interrumpió Mark antes de que continuara hablando sin parar.

— ¿Qué? ¿Queréis encontrarlo vosotros? ¡Ni hablar! ¡Vosotros lo que queréis es llevaros todo el mérito!

— Madre mía… Cualquiera convence a este...

Xavier, harto de perder el tiempo, decidió hacerse cargo de la situación:

— Dejádmelo a mí.

— ¿T-tú quién eres? ─tartamudeó el más pequeño.

El joven no le respondió, se acuclilló a su lado y le miró a los ojos.

— Ya no tienes por qué estar aquí. Puedes irte a casa. Vamos, lárgate.

— Yo… voy…. ahora… mi casa.

En una especia de trance, el niño se marchó de allí.

Xavier se incorporó y soltó un suspiro de alivio.

— Ya está, Mark. Puedes continuar con la búsqueda.

— Vaya… Gracias. Pero ¿qué le has hecho a ese chico?

Antes de que tuviera la oportunidad de soltar alguna excusa, una sombra que corría veloz al fondo del callejón atrajo su atención.

— ¡Mark! —exclamó Victoria, que también la había visto—. ¡Hay alguien ahí!

— Vamos a echar un vistazo. Tal vez sea quien estamos buscando. — Mark se precipitó al interior de la callejuela, seguido de Tori.

Shawn avisó a ambos antes de internarse él también en la oscuridad:

— Mucho cuidado…

Xavier no tardó en acompañarles.

Tras minutos de persecución, perdieron de vista a la sombra.

— ¿Dónde se ha metido? —jadeó el chico de pelo gris, mirando hacia todas partes.

— ¡Por ahí!

Aunque todos pudieron verla durante una fracción de segundo, esta no tardó en volver a escapar.

— ¡Ha huido! ¡Pues sí que es rápido este tío!

— Ya será menos… —Shawn empezó a correr sin importarle dejar a sus compañeros atrás.

Estos no tardaron en seguirle lo más rápido que pudieron; Xavier se limitó a seguir su ritmo para que no sospecharan que había algo “extraño” en él.

Shawn se tiró encima del ladrón, evitando así que pudiera volver a salir corriendo.

— ¡Ya te tengo, amigo! Se te va a caer el pelo… ¡¿Eh?!

— ¿Qué ocurre, Shawn? —Tori se quedó helada al comprobar quien era el que habían estado persiguiendo— Pero… ¡si eres tú!

— ¡Janus! ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Así que eres tú el que ha estado causándole tantos problemas a todo el mundo!

Shawn soltó al ex-miembro de la Alius, que no iba a ofrecer resistencia. Estaba en las últimas: parecía confuso, estaba lleno de moretones y heridas y, aunque solo hacía poco más de una semana desde la última vez que el Raimon y él se habían encontrado, se le notaba demacrado.

— ¿Janus es el hombre misterioso?

Xavier no dijo nada al respecto. Sospechaba que su amigo era al que habían estado persiguiendo —le hubiera decepcionado que no fuese así— pero le daba miedo cómo podría reaccionar él a su presencia. Había ido hasta allí para comprobar su estado, no para provocar un reencuentro; lo mejor era permanecer al margen, observando.

— Uh… ¿Quiénes…? ¿Quiénes sois? —Janus, aún en el suelo, apoyó su espalda contra la pared llena de humedad.

El capitán del Gaia sintió como la sangre se le congelaba en las venas. No… no podía ser que su padre les hubiese hecho…

— No intentes fingir que no sabes quiénes somos. Soy Mark Evans, el capitán del equipo de fútbol del Instituto Raimon. ¿Te acuerdas? ¡Destruiste mi instituto!

— El Instituto Raimon… Me suena… Me llamo… Mmm… ¿Cómo me llamo? No… No me acuerdo…

— Mark… ¿No se te ha ocurrido pensar que igual la Academia Alius lo ha castigado por perder contra nosotros borrándole la memoria?

En ese momento Xavier dejó de prestar atención a lo que decían. Bajó la cabeza para que su melena lacia le tapase la cara. Su cuerpo tembló de rabia, pero consiguió contenerla. En lugar de gritar de la frustración como tanto deseaba, soltó una sonrisa dolida.

— Puf… Menudo rollo.

— ¿Eh? —Shawn le miró de forma extraña.

Pero nadie a parte de él escuchó aquello y la conversación entre los otros dos continuó:

— Reconozco que Janus no me gustaba ni un pelo, pero es que esto…

— Mark, tú procura mantenerte al margen…

Ignorando a su amiga, el capitán del Raimon se acuclilló frente al chico de uniforme destrozado y le cogió de la mano, en señal de apoyo.

Xavier arqueó una ceja, desconfiando de lo que fuera a ocurrir a continuación.

— Mírate, Janus —dijo el chico de la bandana con un tono que casi sonaba tierno—. Ni siquiera eres capaz de recordar quién eres. No creo que hayas venido a causar problemas. —Como respuesta, Janus le miró con aquellos ojos vacíos, que no reflejaban ninguna emoción—. Oye, creo que deberías irte de aquí. Refugiarte en algún lugar seguro.

— En algún lugar…. seguro... —Tras decir esto, se levantó y empezó a caminar lejos de ellos, como un muerto viviente.

Al pasar al lado de Xavier, rozó sin querer su brazo.

El joven de pelo rojo no mostró de ninguna forma si aquello había supuesto algo para él; se limitó a observarle por el rabillo del ojo, negándose incluso a cruzar miradas con alguien a quien, en aquellos momentos, consideraba una carcasa vacía que tenía el aspecto de Jordan.

— ¡Janus! Toma esto.

Mark lo retuvo un momento y le tendió lo que había llevado entre las manos durante todo el día.

— ¿Esto qué es?

— ¡Es un balón de fútbol! Y esto a ti se te da genial, ¿no lo recuerdas tampoco? Espero que algún día juguemos juntos. ¿Te apetece? —preguntó con una gran sonrisa inocente en la cara.

— ¿Juntos? Sí… Algún día —aceptó el presente de Mark y continuó su camino.

— Mark, recuerda que destruyó tu instituto —dijo Xavier, taciturno—. ¿Vas a limitarte a darle el balón y dejar que se vaya? ¿Cómo puedes perdonarle?

— No lo sé. Pero lo que sí sé es que ya no es el mismo Janus de antes. Ahora que ha cambiado, quizá podamos ser amigos. Tal vez el fútbol termine uniéndonos después de todo.

— Pecas demasiado de ingenuo, Mark —sonrió el dueño de la bufanda.

— ¡Qué gente! — Xavier empezó a alejarse del grupo.

— ¿Adónde vas?

Se detuvo y miró de reojo al que, poco a poco, iba considerando su nuevo amigo.

— Tengo cosa que hacer. Ha estado bien estar un rato juntos… me voy.

— ¡Adiós Xavier!

Se despidió con la mano y se alejó del animado grupito.

No había mentido al decir que tenía otros asuntos pendientes en Kioto. No habían sido prioritarios al empezar la búsqueda de Jordan, pero ahora sí que lo eran; quería quitarse aquel desagradable sentimiento de encima y, como no era el momento de desahogarse, debía ocupar su cabeza en otros temas.

El Épsilon estaba a punto de llegar.

**********

El partido contra el Claustro Sagrado había sido demasiado fácil… y, sobre todo, aburrido. Para ser valorado por todos como el mejor equipo del país dejaba mucho que desear.

Pero, entonces, el Raimon había entrado en escena —junto con un niño del Claustro que no había jugado el primer partido— y habían conseguido algo que nadie había logrado desde hacía muchísimo tiempo: hacerle sentir algo al capitán del Épsilon.

Desde que obtuvo la piedra todo el mal temperamento de Dave —finalmente apodado Dvalin— había desaparecido como si nunca hubiese existido. ¿Era más cruel y calculador con ella que sin ella? Sí, pero por lo menos era capaz de controlarse a sí mismo y, debido a esto, Schiller no le había dado la más mínima importancia a este cambio de personalidad radical.

Xavier sabía todo esto y no podía evitar observar maravillado como el Raimon obraba su “magia” y conseguía, poco a poco, convertirse en el centro de todo lo que iba ocurriendo.

El Épsilon hubiera ganado si Dvalin no se hubiera retirado en el último momento. Pero eso no importaba. Gracias a aquel partido había conseguido ver mejor las capacidades de ambos contendientes y, aunque el Raimon entrenase, lo cierto es que el equipo de la Academia Alius era muy bueno. Si Dvalin no se dejaba llevar por su sentimiento de querer encontrar a alguien que le hiciese frente y superar a ese alguien, todo iría bien para su equipo.

Ya habiendo confirmado todo esto de primera mano la misión de Xavier en Kioto había llegado a su fin, era la hora de volver a casa.

Salió del Claustro Sagrado y se dirigió de nuevo a la ciudad. Debía ir al edificio de oficinas de su padre y usar el transportador para volver al monte Fuji... O esa era su intención hasta que vio un montón de gente aglomerada en un mismo lugar, observando algo.

Se acercó con curiosidad, pero los adultos estaban en primera fila y él no era lo suficientemente alto como para ver nada.

— ¿Puedes oírme? — escuchó a un hombre preguntar con preocupación.

Llevado por un súbito y horrible presentimiento, Xavier empezó a abrirse paso entre los espectadores de lo quiera que estuviera pasando. Ganándose quejidos e insultos hacia su persona y toda su familia por ello.

— Venga chico, despierta —suplicaba el mismo hombre.

Empujó a la última persona que se interponía en su camino justo para ver como el hombre que había estado gritando ponía la mano en la frente de Jordan, que se encontraba tirado en el suelo visiblemente mal: tiritaba como si se estuviese congelando pero a pesar de ello sudaba demasiado y tenía la cara totalmente sonrosada, hablaba entre dientes (como si estuviese teniendo una pesadilla) y en ocasiones gemía de dolor.

— ¡Hay que llamar a una ambulancia, rápido!

Se quedó paralizado unos instantes, pero al ver que nadie hacía el más mínimo hincapié de llamar desde su teléfono móvil no tuvo más remedio que ser él quien se moviera. No había traído su móvil consigo, pero tenía encima el suficiente dinero como para llamar por una cabina telefónica.

Corrió hasta el final de la calle —esta vez con la ventaja de que la gente tuvo la cortesía de apartarse de su camino— y se abalanzó sobre el teléfono. Sin embargo, cuando quiso marcar el número de urgencias, se dio cuenta de que le temblaba el brazo y que tenía la vista empeñada a causa de las lágrimas; no podía evitar pensar que todo lo que estaba ocurriendo era culpa suya, y ese pensamiento pesaba sobre él como una loza.

Respiró hondo —siendo consciente de que arrepintiéndose no conseguiría arreglar nada— y tragó saliva. Una vez recuperada la calma cogió el teléfono con decisión y llamó a emergencias.

Después de eso todo pasó muy rápido.

Volvió a donde estaba su amigo y estuvo a su lado hasta que la ambulancia llegó y le separó de su lado. Lo único que pudo hacer mientras se lo llevaban lejos de él era mirar, ahogándose en su impotencia y siendo consciente de que no podía acompañarle porque una vez diera ese paso era muy posible que no quisiese volver nunca con la Alius.

Apretó los puños clavándose las uñas en la piel y se internó por las apretadas calles sin volver la vista atrás ni un momento para no tentarse a cambiar de idea.


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