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Querido amigo por Cris fanfics

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as paredes de la base cada vez se le hacían más pequeñas. Xavier estaba convencido de que si pasaba un solo día más allí dentro se volvería loco.


A cada minuto que pasaba más quería ver al Raimon entrenar, hablar con Mark —que había despertado una gran curiosidad en él—, visitar ciudades de Japón que en toda su niñez solo había podido ver en las fotografías de los libros, y volver a estar con Jordan, del cual se había despedido apenas dos días atrás y ya lo estaba echando muchísimo de menos.


Suspiró con pesadez. Cuando por fin conseguía sacar el valor para demostrarle a su amigo sus sentimientos románticos, ambos tenían que tomar decisiones que no harían más que separarlos el uno del otro. Por un momento lamentó no haberse confesado antes, pero se quitó el pensamiento de la cabeza, había tenido motivos para no hacerlo y no tenía que sentir pesar por su decisión.


Después de todo, cuando había empezado a ser consciente de sus sentimientos por Jordan aún no sabía si quiera con seguridad si le gustaban los chicos de igual forma que las chicas; si hubiera estado en una relación con Jordan y se hubiese dado cuenta de que su deseo hacia él no había sido más que un capricho pasajero y que no sentía atracción sexual hacia los hombres, hubiera jugado con sus sentimientos y le habría hecho muchísimo daño. Tanto que a lo mejor Jordan se hubiera visto incapaz de tener un relación íntima sana con otra persona sin sentir una inseguridad excesiva y desconfiar de ella.


Tras haberse criado con niños conflictivos y con problemas, era incapaz de jugar con la felicidad de nadie: sabía el dolor que podía provocar una falsa expectativa.


Y también estaba el segundo problema de toda aquella hipotética relación entre los dos: su padre. Estaba seguro de que no le agradaría en absoluto saber que estaba con otro hombre, igual que estaba seguro de que a Jordan no le gustaría nada llevar su relación en secreto.


Aunque tenía que admitir que podría haber llevado el asunto de ocultar sus sentimientos un poco mejor. Distanciarse de Jordan para no caer en la tentación de dejarse llevar había sido un experiencia difícil para los dos; habían sido solo unos días —ya que una vez entrenando en Osaka se hubieran alejado el uno del otro sí o sí—, pero habían sido unos días que dejaron a Jordan con el reconcome de no saber el por qué de sus acciones y a él mismo con la sensación de tristeza de no poder hablar con aquella persona en la que más confiaba.


La próxima vez que se encontraran —que sería más pronto que lo que Jordan se imaginaba— le explicaría todo esto, y esperaba que consiguiera comprenderle y perdonarle.


— ¡Xene, ve a por el balón! —gritó su compañero.


A Xavier apenas le dio tiempo a empezar a correr hacia dónde Bellatrix le había pasado la pelota.


Por desgracia, no llegó a interceptar el pase.


— ¿Qué se supone que haces, Xene? —rechistó Isabelle, que se acercaba a él visiblemente enfadada— Si tienes cosas mejores en las que pensar que en el entrenamiento haznos el favor a todos de marcharte como siempre haces.


Como si pudiera hacerlo. Su padre le había dado órdenes expresas de no salir de la base hasta que se compenetrara mejor con el equipo; si tuviera carta blanca no estaría allí, sino con Jordan o —en caso de que su amigo no pudiese— con Mark.


— Espera, es cierto —bufó divertida—. Me olvidaba de que no puedes.


El resto del equipo le miraba de reojo con resignación.


— Lo siento, prometo concentrarme a partir de ahora.


— Más te vale. Recuerda que cada vez que te distraes de los entrenamientos no solo decepcionas a tus compañeros, que están dando lo mejor para estar en el equipo, sino también a padre.


Aquello fue como una bofetada, pero no porque ella hubiera intentado ser hiriente sino porque, por una vez, no había hablado con intención de demostrar su rencor hacia él sino que simplemente se había limitado a decirle la verdad.


Jordan, Mark, y sus ansias de ver mundo debían de esperar de momento. Tenía un objetivo que cumplir.


Miró a sus compañeros e hizo una leve reverencia a modo de disculpa sincera.


Isabelle asintió, conforme, y se alejó de él sin prestarle más atención.


«No decepcionaré a padre, sé que lo que está intentado hacer es lo correcto y le apoyaré en todo el camino por difícil que sea» pensó el pelirrojo, con determinación, antes de centrarse plenamente en el entrenamiento.


A pesar de ello no pudo evitar sentir dudas de la afirmación que acababa de hacer dentro de su cabeza. ¿De verdad estaba su padre obrando para conseguir un futuro mejor para todo Japón? Y aún en el caso de que fuera verdad... ¿Excusaba esa meta todo lo malo que estaba haciendo?


Zarandeó la cabeza y se concentró en la supertécnica que Bellatrix, Wittz (el segundo delantero del equipo) y él estaban poniendo a punto.


—¡Vamos a por todas! ¡Ya estamos cerca de conseguir hacer el Pingüino Espacial! ¡Un último esfuerzo! —les animó el gigantesco chico de pelo blanco.


Isabelle cogió la pelota que había acabado fuera del campo y se posicionó de nuevo en su lugar en el centro del campo.


Los dos chicos se pusieron en tensión, esperando a que su compañera hiciera el primer movimiento.


Ella, a su vez, cerró los ojos para concentrarse mejor. Cuando los volvió a abrir una energía chispeante recorría su cuerpo, estaba convencida de que aquella vez sí que conseguiría hacerlo.


Pero cuando iba a empezar a ejecutar la supertécnica, la voz de Wyles resonando por todo el campo la detuvo en seco.


— ¡Xene!


Antes de que se diera cuenta, el poder que había conseguido acumular se le escurría de entre los dedos, haciéndola presa de una súbita debilidad.


Cayó sobre sus rodillas y se miró las palmas de las manos, desolada por el repentino vacío que sentía dentro de ella.


— ¿Qué ocurre, señor Wyles? —Xavier se acercó a la entrada, donde se encontraba el susodicho.


— Schiller quiere que te ocupes de un asunto importante. Acompáñame un momento a un sitio más discreto para hablar del tema, por favor. —Se internó en el pasillo sin esperar una respuesta por parte del joven.


Él asintió, a pesar de que Wyles no necesitaba ni quería su confirmación, y se marchó del campo sin mirar atrás.


Sus compañeros no comentaron nada al respecto; no era la primera vez que a Xene se le encargaban misiones especiales de las que, supuestamente, solo él se podía hacer cargo… y que le hacían ganar puntos para que Schiller le tuviera en mayor estima que a Torch y Gazelle.


Wittz se agachó para ayudar a Isabelle, pero ella no aceptó el hombro que le tendía. Se levantó sola y observó, con el ceño fruncido, al lugar en el que momentos antes había estado Xavier.


— ¿Deberíamos intentar hacer la técnica solo para dos, Wittz? —preguntó.


— No creo que sea buena idea. Nosotros tres somos los que más potencia de tiro tenemos de todo el equipo y mira lo que nos está costando; si prescindiéramos de Xene sería imposible que consiguiéramos dominarla.


— Sí, tienes razón.


Él la observó con detenimiento.


— No deberías dejar que te consuma el rencor, eres mejor que eso, Bellatrix.


La cara le empezó a arder de la vergüenza, ¿tan obvio era su desagrado por Xene?


— Puede que Xene sea el favorito de padre pero no el nuestro —continuó él—. Recuerda que siempre puedes contar con nosotros.


Ella no tardó en darse cuenta de que todo el equipo estaba atento a ellos dos, asintiendo a lo que decía él. Y comprendió lo que estaba ocurriendo.


Sonrió con genuina alegría antes de decir con la confianza de un general al que todos sus soldados seguirían sin dudar:


— Muy bien, equipo. Los planes de entrenamiento de hoy serán diferentes a lo normal; teniendo en cuenta que Xene, la piedra angular de la que dependen casi todas nuestras supertécnicas en grupo o pareja, no está, hoy trabajaremos las aptitudes físicas y el aguante.


— ¡Sí! —contestaron todos al unísono, haciendo que el orgullo de Isabelle subiera como la espuma.


«Aún tengo oportunidades para capitanear el Gaia. Ten cuidado, Xene, la costumbre que tienes de ir por libre te puede costar muy cara».


**********


—¿Qué es lo que padre quiere de mí? —preguntó Xavier una vez se alejaron bastante del campo.


— Tus últimos informes sobre el Épsilon y el Raimon fueron muy buenos, observas la forma de jugar y las aptitudes de los jugadores con mucho detalle, por eso el señor Schiller ha querido encargarte un trabajo muy similar a los dos que has hecho antes en los partidos del Épsilon y el Tormenta de Géminis.


— ¿Va a haber un nuevo partido contra el Raimon? ¿Tan pronto? El Épsilon no está preparado aún para la revancha.


Xavier se alegraba de haber podido convencer a su padre para que no echase a los miembros de la Alius que cometieran el más mínimo error o que perdieran contra los campeones del torneo nacional, si hubiera tenido que ver al equipo de Dvalin corriendo la misma suerte que el Tormenta de Géminis no sabía cómo podría haber actuado ni cómo afectaría su posible reacción a los planes de su padre. Con lo ocurrido con el equipo de Jordan había estado a punto de abandonar toda aquella empresa…


—No, no va a ser el Épsilon quien se enfrente al Raimon en esta ocasión… sino la Royal Academy.


— ¿Los antiguos campeones del Fútbol Frontier? No entiendo que motivos tienen para enfrentarse a ellos en las circunstancias en las que se encuentran.


Wyles dejó escapar una sonrisa ladina.


— No me refiero a esa Royal Academy. Ray Dark ha vuelto y ha decidido colaborar con nosotros, la Academia Alius, consiguiendo más jugadores para nuestra causa y poniendo punto y final al periplo del Raimon.


— ¿El mismo Ray Dark que manipuló los resultados del Fútbol Frontier durante años a base de ilegalidades? Creía haber escuchado que había sido detenido tras que se descubrieran las trampas que hizo en el campeonato de este año.


— El señor Schiller ha hecho que Torch se encargase de eso… No te preocupes de ese tipo de cosas, lo único importante son los jugadores de su nuevo equipo. Obsérvalos en su partido contra el Raimon y, tanto si pierden como si ganan, dinos si hay alguno que tú creas merecedor de ser convertido en un miembro de la Alius.


— Muy bien, ¿a dónde tengo que ir esta vez y cuándo queréis que me vaya?


Ante la respuesta del chico, Wyles no pudo más que sentir envidia de Schiller. Tenía en sus manos un arma leal y poderosa, pero era demasiado estúpido como para darse cuenta de lo que aquello realmente implicaba…


Aunque tal vez con aquella suposición le estuviera subestimando demasiado.


**********


La recepción del hospital estaba a rebosar de gente y a Dylan le costaba seguir al ritmo al imponente inspector de la policía que se abría paso entre la multitud sin apenas problemas, ya que nadie quería acercarse a él por las pintas que tenía.


— Es una pena que solo tú hayas aceptado trabajar con la policía.


— S-sí… Yo también es-esperaba que f-fuera diferente. —El policía no le escuchó, el ruido de su alrededor y el tono bajo de voz que Dylan siempre utilizaba no se lo permitió.


«Tenía la esperanza de que al menos Jordan decidiera venir» decía Dylan para sus adentros, apretando las tiras de su mochila con amargura. Dejar atrás a su amigo le pesaba como una loza… pero no podía ni debía cambiar de opinión y darse la vuelta para estar con él. Lo que estaba haciendo era lo más justo, era Jordan quien había tomado una decisión errónea.


Una vez en el mostrador, el detective procedió a demostrar que tenía el derecho a llevarse a Dylan consigo y a firmar un papel acreditándolo.


Cuando terminó, se giró para mirar al menor a la cara.


— ¿Nos vamos?


El chico se dio la vuelta una vez más, con la esperanza de que Jordan apareciera.


Pero no fue así.


— S-sí… —suspiró.


Las puertas correderas se abrieron a su paso y los dos salieron del edifico.


— ¡Esperad!


A Dylan se le iluminaron los ojos al reconocer la voz de aquel al que tanto ansiaba ver.


— ¡Jovencito! ¡No puede salir sin estar acompañado de un adulto que se haga responsable de usted! —intentó detenerlo uno de los administrativos que estaban atendiendo al público.


— Tranquilo, viene conmigo. —Smith dio la cara por él.


Una vez Jordan llegó hasta ellos —vestido con ropa de calle—, se agachó y se agarró las rodillas mientras intentaba recuperar el aliento tras la maratón que se había dado para huir de los enfermeros.


— Quiero ir con usted.


— Eso ha sido un poco precipitado… Has tenido tiempo de sobra para tomar esta decisión, ¿en serio lo has hecho a última hora? —a pesar de estas palabras el detective se alegraba de verlo allí.


— Tuve dudas y por eso me negué a su proposición, pero ya he entrado definitivamente en razón, más vale tarde que nunca ¿no? —Le guiñó el ojo a Dylan, que tenía una gran sonrisa en la cara, feliz de saber que podían seguir juntos.


— Bueno, no hay más que decir pues. Voy a firmar para poder llevarte conmigo también, volvamos dentro.


— ¡Sí! —afirmaron los dos adolescentes al unísono.


Mientras el adulto daba la cara por Jordan —que en su huida había montado una buena con el servicio de enfermería— Dylan cogió el brazo de este y le acercó a él.


— N-no me quejo de que hayas to-tomado esta decisión, p-pero ¿por qué l-lo has hecho? ¿Ha sido solo p-para escapar de un cas-castigo o hay algo más?


— No ha sido para evitar mi merecido castigo, tranquilo. Tengo un motivo para estar aquí.


Dylan dejó escapar un suspiro de alivio.


— M-me alegro de que t-te hayas da-dado cuenta de que lo que hace Schiller es-está mal, será genial s-ser compañeros.


— No te niego que sea cierto lo de padre, pero esa no es la razón.


— ¿Eh?


Jordan le miró y sonrió de una forma en la que se diera cuenta de la tranquilidad y seguridad que sentía en aquellos momentos.


— Quiero volver a mi casa torcida para volver a tener mi vida torcida de siempre.


Dylan se quedó sin palabras, recordando el día en el que se conocieron y en el que había comparado a los chicos de orfanato con la figura del hombre torcido.


Cuando consiguió reaccionar e intentó decir algo, el detective Smith les interrumpió.


— Ahora sí que sí, nos vamos.


— A la orden, señor.


— ¿Has dicho eso con ironía, mocoso?


— Quién sabe… — Jordan alzó los brazos para agarrarse las manos detrás de la cabeza y empezó a caminar, dejando a los otros dos atrás.


«Me da que esto se me va a hacer largo» pensó Dylan al ver cómo su amigo picaba al adulto y este caía en todas sus provocaciones como si de un adolescente más se tratase.


Cuando se quiso dar cuenta habían salido del edificio sin él.


— ¡Es-esperadme!


Salió corriendo detrás de ellos… para chocar con la espalda de detective, que se había parado en seco.


— ¡Ay! ¿P-por qué os habéis de-detenido? —Miró a Jordan, que parecía haberse congelado en el sito, para después observar a quienes se encontraban en frente de ellos.


— ¿Qué queréis ahora? —preguntó el detective.


El agente del Servicio Secreto que estaba al mando desde que la hija del primer ministro se había marchado con el Raimon se acercó a él.


— Nos han dado la orden de llevarnos con nosotros a los miembros del Tormenta de Génesis. A todos ellos. — Sacó un papel cuidadosamente doblado de un bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió a Smith para que lo leyera de primera mano.


Mientras esto ocurría, otro agente cogía del brazo a Jordan y a Dylan y tiraba de ellos para alejarlos de Smith.


— ¡Oye! Un poco de delicadeza no hace daño a nadie.


— ¿D-detective Smith? —Dylan no sabía a qué venía todo aquello.


Y el viejo policía tampoco.


— ¿Por qué? ¡El ministro Steward en persona me dijo que tenía su permiso para interrogar a estos chicos!


— El primer ministro puede decir lo que quiera, pero si el resto del Gabinete no comparte su decisión él tiene que acatar la demandas de sus compañeros de gobierno.


Smith cerró los puños con fuerza.


— Iré a hablar con él para pedirle explicaciones, ¡y si no me convencen me encargaré en persona de informar a los medios para que se ceben con él!


— Lo que usted diga. —Pasó de él y prestó atención a sus compañero—. Id a por el resto, en nada llegará el furgón.


A Jordan se le formó un nudo en la garganta. No había olvidado la paliza que le habían dado al Servicio Secreto en aquel partido en Nara. El miedo de que, aprovechando el poder que tendrían sobre ellos de ese momento en adelante, se vengaran por lo ocurrido hacía que casi prefiriera volver al hospital y seguir ingresado allí.


— ¿A dónde los van a llevar?


— Clasificado.


— ¿Esto os resulta divertido? —la rabia teñía la voz del hombre—¡Más os vale que no les hagáis daño!


— De-detective… ¿n-no puede hacer nada?


El hombre bajó la cabeza.


— Lo siento, chico.


En cuestión de minutos el resto de compañeros de Jordan y Dylan que habían estado en el mismo hospital que ellos, salieron acompañados de los agentes.


Después de eso, fueron llevados prácticamente a rastras —entre quejas y pataleos— al interior del furgón.


Maldecir entre dientes fue lo único que pudo hacer el detective mientras veía cómo sus mayores pistas para descubrir la verdad eran arrastradas lejos de su alcance por culpa de aquellos que más deberían estar interesados en que se supiera.


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