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Querido amigo por Cris fanfics

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Había perdido la consciencia y notaba el cuerpo pesado como el cemento, pero aún así pudo abrir los ojos y entender lo que sucedía a su alrededor.


Se encontraba en el pueblo, cerca de la fábrica, y Dylan estaba hablando con alguien que se escapaba de su campo de visión.


— Jordan u-usó una técnica nue-nueva y nos sal-salvó. ¿Es-estará bien, agente?


— Solo se ha desmayado del cansancio, no te preocupes, volveremos a Shibuya y le dejaremos descansar.


— E-está bien...


«No, nada va bien. Padre sabe que hemos sido nosotros quienes hemos robado en su fábrica y también sabe dónde estamos viviendo» intentó gritarles, siendo consciente de que él era el único que sabía aquella última información gracias a que Xavier se lo había comentado.


Se arrepintió de no haberles contado nada al respecto, ahora estaban todos en un grave peligro del que él no sería capaz de avisarles por mucho que quisiera.


Maldijo la mala suerte que habían tenido al ser descubiertos en la fábrica; si no les hubieran visto las caras y los hubieran reconocido él no estaría en aquella situación. Lo único que podía hacer era esperar que sus aliados se dieran cuenta del peligro a tiempo o rezar para que, de alguna milagrosa manera, Schiller tuviera piedad de ellos y los dejara en paz.


**********


Xavier se encontraba en Osaka, más concretamente en el centro de entrenamiento subterráneo en el que sus compañeros de la Alius y él mismo se habían pasado meses entrenando antes de irse definitivamente a la base del monte Fuji.


Su padre le había mandado allí para supervisar a sus principales rivales y al segundo equipo más débil de la Alius, pero nunca se había esperado lo que había ocurrido aquella tarde.


Los chicos del Raimon habían ganado al Épsilon y, a causa de ello, desbloqueado los primeros archivos que se habían escrito sobre este equipo y el Tormenta de Géminis.


Pero esto no era lo peor: también habían conseguido el del proyecto “G”. Y no podía hacer nada para evitar que lo leyeran… aunque tampoco quería hacerlo. Porque sabía que la única manera de conseguir aquello era desvelando su identidad, y no estaba preparado para las miradas acusadoras de aquellos a los que, de alguna extraña forma, había llegado a coger afecto de tanto observar a lo lejos.


A sabiendas de que no iba a hacer nada allí, se apartó de la esquina en la que se había estado ocultando, dispuesto a marcharse sigilosamente.


Aunque, para su desgracia, no pudo hacerlo. Al darse la vuelta había chocado con una caja llena de balones negros que cayeron al suelo, haciendo bastante ruido.


Se quedó quieto, esperando a la reacción de aquellos que estaban en la sala contigua.


Suspiró de alivio al comprobar que, debido a las emociones que estaban experimentando al averiguar más sobre sus enemigos, seguían enfrascados en su conversación.


Sin más dilación, empezó a subir las escaleras que le llevarían al exterior.


— ¿Eh? ¿Qué ha sido eso? —Un chico bajito se asomó por la esquina en la que Xavier había estado espiando los últimos movimientos de su equipo, dándose cuenta de los balones desparramados por el suelo.


El pelirrojo maldijo para sus adentros, no le iba a dar tiempo a huir por el ascensor —aquel chico lo pararía al ver que estaba en marcha y lo dejaría atrapado dentro— pero tampoco tenía ya ningún sitio donde esconderse.


Solo había una solución.


«No me hagas hacerte esto, vuelve dentro, por favor» rogó para sí mismo.


Pero suplicar no le sirvió de nada, en cuestión de segundos el chico había terminado de subir.


Antes de que tuviera la oportunidad de mirarle a la cara, Xavier lo empujó escaleras abajo.


Mientras subía en el ascensor pudo escuchar los desagradables lloros del joven, que gritaba que se había hecho daño en la pierna.


Se contuvo para no volver y comprobar que no se había hecho nada grave. No podía descubrirse y esperaba que no tuviera que hacerlo nunca; que al menos la imagen que tenían Mark y compañía sobre el Xavier que conocían no se viera empañada por la de Xene.


**********


Schiller detuvo la grabación del partido entre el Épsilon y el Raimon en cuanto vio el primer gol que había encajado el equipo de la Alius. Ya sabía el resultado final y no quería ver más de aquel patético espectáculo que, encima, se había retransmitido en directo en todo Japón.


— Han vencido al Épsilon. —Wyles se vio en la necesidad de expresarlo en voz alta.


El anciano intentó verle el lado positivo a aquello.


— Mmmm… Entonces ya falta poco para el partido final.


— Efectivamente.


Torch y Gazelle llevaban rato con ellos, pero habían permanecido callados al darse cuenta de que, de momento, los adultos no tenían interés en hablar con ellos.


Sin que ningún ruido lo delatase, Xavier —vestido y caracterizado como Xene— se situó al lado de los dos chicos.


— Xavier —le llamó su padre, consciente de su presencia a pesar de estarle dando la espalda.


— ¿Sí, padre?


— Ya es hora de acabar con este jueguecito…


— Muy bien. Iré con el Génesis… y barreré al Raimon del mapa de una vez por todas.


Los otros dos capitanes no se tomaron nada bien aquello.


— ¿Qué?


— ¡Padre! ¡¿Estás hablando en serio?! —Gazelle olvidó todo respeto que hubiera mostrado hasta aquel momento y acortó la distancias que lo separaba del anciano, pidiéndole respuestas.


— Por supuesto, muy en serio. Génesis, el nombre del equipo más fuerte de toda la Academia Alius… Le he concedido ese título a Xavier, es decir, al equipo de Xene, Gaia.


Torch se dejó caer sobre sus rodillas, sin entender el porqué de aquello.


— ¡No puede ser verdad!


— ¡Bah! —El chico de pelo blanco se alejó de su padre y se marchó de la estancia, sin esperar el permiso de nadie, con la rabia y la impotencia ardiendo en su interior.


Xavier solo sonreía ante todo esto. Había sabido cuál iba a ser el resultado desde el principio.


Aunque los tres en términos de fuerza estaban igualados, lo cierto era que en cuanto a lealtad ciega él los ganaba por mucho. Torch, con sus ansias de superación y facilidad para experimentar sentimientos, y Gazelle, con su forma pragmática de ser y sensatez, acabarían traicionando a su padre al ver que la verdad que ocultaba el nombre de Génesis era muy diferente a lo que ellos se esperaban. Él llevaba sospechando el destino del equipo final de la Alius mucho tiempo y —tras fisgar en los archivos de Schiller y comprobar que tenía la razón— se sentía capaz de aguantarlo.


— Podéis marcharos. —Se giró hacia Xavier—. Ya te haré saber mis instrucciones, haz lo que prefieras mientras tanto.


Xavier iba a obedecer hasta que se dio cuenta de que Torch no parecía dispuesto a moverse del sitio.


Le tendió la mano para ayudarle a levantarse.


Al otro pelirrojo le costó darse cuenta de que lo estaba esperando, pero al hacerlo se limitó a dirigirle una mirada envenenada y apartar su mano de un golpe.


Se levantó con dignidad y le observó a los ojos, dejándole claro con su expresión facial y su lenguaje corporal que no le aceptaba como superior.


Tras que Torch saliera, Xavier hizo una pequeña reverencia a su padre y se marchó también.


Cuando Schiller y Wyles se quedaron solos, el más anciano le preguntó a su socio:


— ¿Qué tal van las copias del meteorito? ¿Ha habido algún cambio significativo?


Wyles se mordió la lengua.


La noche anterior los niñatos del Tormenta de Géminis habían destrozado, literalmente, el proyecto «Cuarzo»; uno de los intentos de réplica de la piedra Alius por los que Schiller le había cedido temporalmente el derecho de manejar sus fábricas —y el Grupo Schiller en general— a su conveniencia.


Pero no pensaba decírselo.


— No, mi señor. Todo como siempre, nuestros científicos siguen trabajando en ello.


— Muy bien, pues haga las maletas, Wyles, porque tenemos trabajo que atender y en unos días nos vamos de viaje.


— ¿Trabajo? ¿Fuera de aquí?


El anciano asintió.


— Nos vamos a Fukuoka a buscar a un chico prometedor.


— Eso debería ser labor del Épsilon, encima que se ha decidido por no expulsar a los perdedores por lo menos póngalos a hacer algo útil —le tentó.


— Estaría de acuerdo con usted... si no fuese porque se han ido.


— ¿Ido? ¡¿Cómo que se han ido?! ¡¿A dónde?! —mientras gritaba una de las venas del cuello se le dilató más de lo normal..


— No lo sé, pero ya no podemos contar con ellos. Y no pienso dejar que Torch, Gazelle y Xene se ensucien las manos en esto; tenemos los equipos perfectos y no quiero que nadie más se una a este proyecto, el único motivo por el que quiero fichar a este jugador es porque he oído maravillas de él y tal vez podamos convertirlo en un soldado más que decente.


Muy a su pesar, Wyles no tuvo más remedio que bajar la cabeza y obedecer. Pero no podía evitar preguntarse por qué el Épsilon se había ido sin decirle nada tras recibir todo el poder que les había cedido.


Traidores. No había mejor palabra para definirlos que malditos traidores.


— Siendo así le acompañaré, mi señor —respondió al fin.


— No tenía elección, Wyles. Pero está bien saber que no tiene nada en contra de este plan.


Wyles controló el odio burbujeante que sentía hacia aquel hombre y su forma de manejarlo como a un títere.


«No te preocupes, viejales, pronto te haré pagar por todo».


**********


Un rayo de sol que se colaba por la ventana le estaba haciendo entrar en calor, animándole junto los constantes quejidos de su cuerpo molido a no levantarse de la cama. Sin embargo, intuía que había alguien más en aquel lugar que esperaba a que lo hiciera.


Abrió un ojo para observar dónde estaba, encontrándose conque estaba en su habitación del hostal de Shibuya.


Se incorporó rápidamente, recordando todo lo que había pasado antes de perder el sentido.


La agente Marge estaba de pie al lado de su cama, atento a él, y precisamente por eso se sorprendió ante su abrupto despertar. Se llevó la mano a la cintura, dónde tenía su pistola.


— ¿Dónde están mis compañeros? ¿Qué les ha hecho padre?


Ella le puso las manos en los hombros a la vez que le decía con tono tranquilizador:


— Conseguisteis escapar, nadie salió herido y nosotros terminamos de destruir los restos de la piedra que nos trajisteis.


— Tenemos que irnos, ¡ya! ¡Padre lo sabe todo, sabe dónde encontrarnos! —gritó Jordan, para nada tranquilo.


— ¡Cálmate o me obligarás a calmarte yo!


— Por favor, escúcheme, estamos en peligro tenemos que movernos a otro sitio lejos de aquí.


Ella le puso la mano en la frente.


— Estás ardiendo… Creo que tienes fiebre, voy a buscar un termómetro, vete a dormir.


— ¡No! —La agarró de brazo y la tiró sobre la cama—. ¡Escúcheme!


La bofetada resonó en toda la habitación.


Jordan se llevó la mano a la mejilla, roja por el golpe, y miró a la mujer con los ojos llenos de lágrimas y claramente sorprendido.


— Respira. Ya ha pasado un día desde lo de la fábrica y no ha ocurrido nada malo. Tú, sin embargo, has corrido peligro y ahora puedes estar enfermo, así que déjame que me encargue de ti y ya hablaremos luego.


Jordan se dejó caer sobre la almohada, totalmente abatido.


Cuando la mujer salió del cuarto él se había vuelto a quedar profundamente dormido.


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