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Querido amigo por Cris fanfics

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La luz del sol se colaba por los toldos naranjas que protegían el interior de miradas curiosas, dando a la vivienda una atmósfera cálida que no concordaba con la realidad que allí se vivía.


Las latas de cerveza estaban esparramadas por el piso, vacías, y la moqueta estaba manchada del vómito que la figura que se encontraba tirada bajo la ventana del salón con la melena despeinada delante de la cara y vestida únicamente con ropa interior había sido incapaz de contener.


La mujer se llevó el preciado líquido que le quedaba en la lata a los labios, bebiendo con las ansias de un peregrino del desierto que se había visto desprovisto de agua durante días, para después tirarla con fuerza al pasillo.


Empezó a gatear en busca de más alcohol, encontrándose con que no podía satisfacer su vicio. Entonces se puso de rodillas y empezó a sollozar con el ímpetu de una niña caprichosa, escondiendo la cara entre sus manos.


Y él era testigo de todo esto.


La pequeña figura que se escondía detrás del sofá salió de su madriguera para dirigirse a la nevera en busca de una cerveza que no hubiese sido ya consumida, teniendo cuidado de no trastabillar con alguna lata, pisar el vómito o, peor aún, acercarse demasiado a la mujer.


Una vez se hizo con el valioso tesoro de la única persona con la que vivía, se puso frente a esta respetando una distancia de separación mínima para que no se sintiese molesta.


La mujer le miró. Al darse cuenta de quién era no tardó en recoger una de las latas cercanas y tirársela a la cara.


Él la esquivo de puro milagro y, decidido a ignorar lo que acababa de ocurrir, hizo rodar hasta ella la bebida que había conseguido.


— Bebe.


Ella no se hizo de rogar, alcanzó la lata y la abrió con una facilidad pasmosa para empezar a tomarse lo que contenía con velocidad. Una vez dio unos cuantos tragos volvió a centrar su atención en él.


Fue entonces cuando volvió a llorar.


— ¿Mamá…? —Con una voz áspera y casi inaudible se acercó a ella para comprobar su estado.


— ¡No! ¡No me toques!


El niño retrocedió inmediatamente, temeroso.


— ¿Estás… estás bien?


— Por favor, no me hagas daño.


Él se encogió sobre sí mismo, pero no mostró ningún otro signo físico de que le afectara el estado de su madre; hacía mucho tiempo que no lo hacía, llorando o poniendo muecas de tristeza solo lograba que se riera de él y le insultara por su, según ella, ínfimo dolor, que comparado con el que sufría una adulta quemada por las circunstancias de la vida no era absolutamente nada.


— Nadie te va a hacer daño, yo estoy aquí —afirmó inocentemente.


— Solo por existir ya me haces muchísimo daño. Tu cara es como la de ese hombre; si ya estaba segura de que nunca lo olvidaría, contigo ya no puedo tener ni la esperanza de no tener pesadillas con él. Es cruel que hayas heredado más cosas suyas que mías —soltó una risa seca y sarcástica, aún con unas cuantas lágrimas cayendo por su rostro—. Eres un recordatorio constante de lo que ocurrió aquel día.


Él asintió con la cabeza, ya se sabía la historia y no quería volver a preguntar por ella.


Siguió observando a su madre beber, consciente de que en cuanto se terminase la bebida le tocaría ir a comprar más y entonces podría aprovechar para robar fruta o alguna chuchería para comer. Aquella sería la única posibilidad del día para hacerlo.


La mujer despegó los labios de la lata.


— ¡No queda más cerveza! —gritó, histérica.


— Dame algo de dinero.


— Dinero… —se levantó tambaleante y se dirigió hasta el sofá para registrar entre los cojines— ¡No lo encuentro! ¡¿Lo has escondido?!


— No, la última vez que vi algo fue cuando me diste por última vez; estaba en tu bolso.


— Sí, tienes razón —empezó a sufrir un ataque de hipo mientras se acercaba al perchero—. Toma.


Su madre le había dado mucho más dinero del que necesitaba pero, obviamente, no iba decírselo; gracias a lo que le sobrase podría comprar su almuerzo en vez de robarlo.


Sin despedirse ni darse la vuelta para comprobar cómo estaba su progenitora, abrió la puerta que lo llevaría al exterior... encontrándose de frente con dos mujeres a las que no conocía y que iban vestidas más elegantes que ninguna persona a la que hubiera visto nunca.


Una de las extrañas hizo un amago de sonrisa que, tan pronto como recibió el olor que emanaba del interior de la vivienda, desapareció a los pocos segundos.


— Hola, pequeño. ¿Estás solo?


Negó con la cabeza y señaló a su madre antes de ignorarlas y continuar con su camino.


Pero no se lo permitieron.


La mujer más cercana a la puerta le agarró del brazo con la suficiente fuerza como para que no siguiera avanzando.


— ¿Qué ocurre? —preguntó.


— Hemos venido a recogerte. Vamos a llevarte a un nuevo hogar… dónde podrás comer —dijo tras fijarse en el brazo escuálido del niño.


La posibilidad de tener una buena comida le resultaba más que tentadora.


— ¿Podré tener una cama nueva y que huela bien?


— Por supuesto que sí, vámonos —le tendió la mano.


Una voz desgarradora hizo que se pusiera en alerta.


— ¡¿Quiénes sois?!


— Señora, cálmese —la otra mujer extraña la agarró de los hombros con ademán tranquilizador—. Mi compañera y yo somos de servicios sociales. Unos vecinos han denunciado el mal estado en el que se encuentran usted y su hijo, hemos venido a ayudarles.


— ¡Yo no necesito ayuda, solo que me dejen en paz de una vez!


El pequeño sintió cómo la mujer le agarraba de la mano y tiraba suavemente de él, indicándole que tenían que marcharse.


— ¿Qué pasará con mi madre? ¿Van a buscar al hombre que le hizo daño para que pueda estar tranquila? —preguntó cuando se alejaron de la casa.


No recibió respuesta.


Se subieron juntos a un coche y esperaron a que la segunda mujer se reuniera con ellos para marcharse de allí… al encuentro de lo que para el niño sería una nueva vida.


**********


A Xavier le costó volver a adaptarse de nuevo a estar en la base de la Alius. Sabía que iba a volver tarde o temprano, pero había esperado que los motivos por los que lo hiciera fueran muy distintos.


Sus recuerdos con Jordan le volvieron inoportunamente a la memoria.


Sacudió la cabeza intentando olvidarle, siendo consciente de que no podía volver con él ni tampoco seguir viéndole a escondidas como había hecho en anteriores ocasiones. Tenía que ser responsable de su posición, tal y como Bellatrix le había dicho, y centrarse únicamente en lo que su padre quería de él. Su implicación con la Alius ya no se limitaba simplemente a que quisiese ayudar a Schiller porque lo amase como a un padre de verdad, sino que tenía una responsabilidad para con la felicidad del anciano.


— ¿Lo pasaste bien? —estas palabras le sacaron de sus pensamientos y le devolvieron bruscamente a la realidad; es decir, a la sala de reuniones en la que apenas unos minutos antes había recibido instrucciones de su padre para que se diera prisa en terminar la supertécnica definitiva.


Torch y Gazelle le observaban atentamente. Debían haber llegado en aquel momento o Xavier se hubiera dado cuenta antes de la presencia de ambos.


— ¿Qué quieres decir? —se forzó a responder, poniéndose en guardia ante cualquier cosa que aquellos dos pudieran hacer o decir.


— Jugaste contra el Raimon ¿no? Bajo el nombre de Génesis.


A pesar de haberse preparado, aquellas simples frases por parte de Torch le habían roto todos los esquemas. Lo ocurrido con el equipo de Mark aún le dolía profundamente.


Gazelle se dio cuenta de su turbación, pero no por ello pensaba darle tregua.


— ¿Por qué dejaste el partido a medias? No te hubiese costado nada aplastarlos.


— ¡Bah! ¡Qué va! —los defendió.


— A padre no le ha gustado nada que no fueses capaz de derrotar al Raimon. — Xavier fulminó a Gazelle con la mirada pero, de nuevo, sus sentimientos respecto al tema no le permitieron contestar—. Tu equipo no debería acostumbrarse demasiado a usar el nombre de Génesis.


Tras unos segundos más bloqueado, Xavier recuperó la compostura para contestar de forma cortante a aquella velada amenaza.


— Me lo tomaré como una advertencia —sonrió amargamente.


El par no se tomó con seriedad su recuperación, estaban más ocupados con sus propios delirios de grandeza.


— Ese nombre nos pertenecerá pronto a mí y a mi equipo: ¡el Prominence!


— No tan rápido… Te aseguro que el Diamond no se va a quedar atrás.


Xene ya no les estaba haciendo caso. Se sentía cansado, con morriña y triste; no quería saber nada de aquellos dos, solo dormir toda la noche para el día siguiente estar en forma para aguantar el entrenamiento y a Bellatrix.


— ¿Ya habéis acabado? Entonces, si me disculpáis…


Sin esperar respuesta o mirar atrás, dejó a sus aliados solos en el pasillo.


— ¡Bah! —Torch puso las manos detrás de su cabeza—. Tendré que aceptarlo… ¡No pienso permitir que Xene y su equipo sean el Génesis! ¡Nosotros ni siquiera hemos podido jugar aún contra el Raimon y demostrar nuestra capacidad!


— Es verdad. Xene debe darse cuenta de que no es el pez gordo aquí. Y tenemos que demostrarle a padre qué equipo merece de verdad llamarse Génesis.


— ¡Ja! ¡Por una vez estamos de acuerdo en algo! Aunque seguro que el elegido será el Prominence. ¡No te interpongas en nuestro camino!


— Lo mismo te digo. Yo tampoco pienso rendirme —sus ojos brillaban con determinación.


El chico de pelo blanco no pensaba seguir siendo un simple peón en los planes de su padre —como Torch o Xene—, él quería ir un poco más allá.


Y ya tenía planeado una forma de hacerlo.


**********


El Diamond entrenaba en su campo particular.


La práctica de aquel día estaba siendo más intensa de lo acostumbrado debido a la insistencia de Gazelle en que así fuera. Aunque él mismo no estuviera practicando con el equipo sino sentado en el banquillo, con los ojos cerrados y jugueteando con su flequillo, perdido en sus pensamientos.


El joven de pelo blanco y ojos azules no sabía si Wyles sería capaz de cumplir su amenaza, y tampoco si él mismo estaba dispuesto a asumir el riesgo. Si algo le ocurría a esa persona tan importante para él no se lo perdonaría nunca pero, por otra parte, deseaba seguir investigando al segundo de su padre.


Entonces se preguntó si estaba actuando correctamente. Después de que el Gaia hubiera obtenido el título de Génesis había decidido que —aunque no se rindiera en arrebatarle el puesto a Xene, Bellatrix y compañía si veía la oportunidad— quería ser útil de otras formas a la Academia Alius. Tanto Torch como Xene eran fuertes, igual que él mismo, pero ninguno de los dos se replanteaba ayudar a Schiller de otra forma que no fuera obedeciendo sus órdenes. Así que le había resultado lógico buscar una forma de hacerse notar que no tuviera que ver con la fuerza bruta o la lealtad ciega; si conseguía ser un espía que observara los detalles y los investigara para averiguar información útil podría convertirse algún día en un pilar en el que su padre verdaderamente pudiera confiar, y no solo para jugar al fútbol o hacer destrozos como “alien”, sino como un socio.


Y la gran pregunta era si sería capaz de renunciar a su pasado para conseguir aquel propósito. Su futuro se resumía en la decisión que tomara en aquel momento: ceder ante la amenaza de Wyles o seguir investigando y adaptarse a lo que pudiera ocurrir a raíz de esto.


— Capitán.


— ¿Qué ocurre, Clear? —entreabrió los ojos, observándola detenidamente.


— Lo siento por molestar, pero Bellatrix ha venido a preguntar por ti —dijo con un tono de voz bajo y hablando muy lentamente, vergonzosa.


Gazelle no le metió prisa, le dio el tiempo que necesitaba para expresarse.


— De acuerdo, muchas gracias —se levantó y empezó a caminar hasta la salida.


— ¿Seguimos entrenando sin ti?


Él asintió con la cabeza.


— En caso de que no vuelva rápido seguid las instrucciones de Arkew sobre el entrenamiento, él sabe lo que tenéis que hacer —ordenó a todo su equipo, que le observaba fijamente.


— ¡Sí, capitán!


No tardó en salir de allí, con la certeza de que su equipo podía funcionar sin él, y empezar a recorrer los laberínticos pasillos.


Sabía dónde encontrarse con Bellatrix, solían reunirse a menudo en el que ellos llamaban «el pasillo de las vidrieras» —por los cristales de colores que lo cubrían completamente— para hablar. Sus reuniones no solían ser planeadas, a ambos les gustaba aquel lugar e iban con asiduidad, pero en sus primeros encontronazos habían empezado a conversar y se habían dado cuenta de que tenían bastantes cosas en común… además de un vínculo creado por lo sucedido aquella noche de festival en el que fueron secuestrados y ella estuvo a punto de ser violada.


Aquella experiencia había sido traumática para los dos: ella ya no era capaz de confiar en los hombres y él había descubierto lo que era matar a alguien. Aunque nunca hubiera hablado de ello con nadie —ni siquiera con Bellatrix en sus charlas o con Jordan cuando este había insistido en tratar el tema cuando aún estaban en el orfanato—, Gazelle notaba un vacío en el pecho desde que asesinó a sus secuestradores. En parte era consciente de que los había matado en defensa propia y que, además, no eran buenas personas —por lo que moralmente no sentía que debiera lamentar sus muertes—, pero aún con esas no dejaba de ser cierto que había arrebatado vidas humanas.


Por eso ver a Bellatrix sana y salva le aliviaba. Ella era lo único bueno que le había ocurrido aquella noche. Gracias a aquellos horribles asesinatos había evitado que pasara por la terrible experiencia de ser violada… Una experiencia que, si estaba en su mano, no permitiría que nadie sufriera.


Por fin llegó al pasillo de la vidrieras, en el que Bellatrix lo esperaba apoyada contra los barrotes que separaban el suelo firme que era aquel fino corredor —que solo atravesaba el centro de la gran sala— del vacío de más de veinticinco metros de altura que permitía ver lo que había en la planta de abajo.


Ella le dirigió una sonrisa al verle aparecer.


Gazelle no respondió a su gesto, pero sí que relajó su siempre tenso semblante.


— Me alegro de que hayas venido tan rápido —le saludó.


— Me imaginé que si no me habías esperado fuera de la sala de entrenamiento era porque querías hablar de algo privado, así que vine directamente aquí —se encogió de hombros, colocándose al lado de la chica y adoptando la misma postura que ella.


— Vayamos al grano entonces. He venido a avisarte de que puede que corras peligro.


El chico de pelo blanco alzó la ceja.


— ¿Te refieres a que Torch puede hacerme alguna trastada o a que Wyles me está vigilando? En cualquier caso, estoy al corriente.


— Vaya, menuda pérdida de tiempo entonces. Pensaba que no tenías idea sobre lo de Wyles —dirigió su mirada hacia abajo, hipnotizada por el resplandor violeta que provenía de la planta baja—. ¿Qué le has hecho para que se emparanoie tanto contigo?


— Metí las narices donde no me llamaban —rió—. No confío en él, sé que está tramando algo, pero padre no se da cuenta de lo peligroso que puede ser.


— ¿Has hablado con él sobre tus sospechas?


— No me hará caso salvo que tenga alguna prueba concluyente de que digo la verdad. Wyles es una pieza demasiado valiosa como para sacarla del juego solo por una corazonada.


Bellatrix dejó escapar un suspiro.


— Creo que puedo ayudarte con eso.


— ¿Cómo?


— Con información. ¿Recuerdas el enfrentamiento que tuve con Xene para quitarle el puesto de capitán? —Él asintió con la cabeza—. Pues la tarde antes de que eso ocurriera, Wyles se presentó delante de la puerta de mi habitación para ofrecerme una piedra con las mismas propiedades que el meteorito Alius. Lo único que los diferenciaba era el color y que el mineral que me quería dar ejercía un efecto de atracción incluso superior al del meteorito.


— Es muy probable que esa piedra fuera uno de los proyectos que padre dejó a cargo de Wyles para duplicar los efectos del meteorito Alius. Pero no entiendo por qué te la ofrecería a ti.


— Si la hubiese aceptado… No estoy segura de si ahora mismo seguiría siendo yo misma.


Gazelle entendió lo que quería decir.


— ¿Sospechas que su plan era convertirte en un títere? Xene nunca hubiese aceptado su piedra, pero si tú lo hacías y ganabas el enfrentamiento te habrías convertido en la única e indiscutible capitana del Génesis —hizo una larga pausa—. Y así él hubiera tenido poder absoluto sobre el proyecto final de padre.


— Ahí tienes un motivo más para seguir sospechando de él —se separó de Gazelle tras darle un golpe amistoso en el hombro—. Espero que consigas que esa serpiente con aires de grandeza reciba su merecido por traidor.


— ¿Te marchas ya?


— Tengo asuntos que atender, además… —bajó considerablemente el tono de voz antes de decir—: Ya no estamos solos.


A él no le bastó más que concentrase un poco y mirar de reojo para darse cuenta de que ella tenía razón.


— Está bien, yo también voy a estar ocupado. Ha sido un placer hablar contigo, Bellatrix.


— Cuídate —le dirigió una mirada significativa.


Gazelle no se dio cuenta de ello, ya que seguía observando la planta baja incluso cuando ella se marchaba, aunque tampoco le hizo falta para comprender que la intencionalidad de Bellatrix con aquella palabra no era simplemente ser educada, sino suplicarle que no se metiera en problemas.


La belleza de la piedra Alius era hipnotizadora, no podía concebir que existiera otro objeto sobre la faz de la tierra aún más hermoso y seductor para los humanos.


— Wyles… ¿Qué estás creando exactamente? —Descubrir los planes del segundo de Schiller cada vez le resultaba más y más atrayente.


Saber la verdad y obtener el reconocimiento de su padre le animaban a olvidarse de los riesgos que podía correr al seguir con todo aquello. Sin embargo, aunque su deseo de destapar las intenciones de Wyles se hubiese acrecentado, seguía negándose a tomar una decisión definitiva.


Si decidía mirar por su presente y su futuro ella lo pasaría mal por su culpa. Y cada vez que esa posibilidad taladraba su cabeza y le impedía avanzar era un poco más consciente de lo mucho que aún estaba atado a su pasado.


Suspiró, resignado, sabiendo que no podía quedarse allí mucho más tiempo con alguien en las sombras fulminándole con la mirada. Era incómodo y, tal vez, peligroso.


Se dio la vuelta hacia una de las salidas… para encontrarse con uno de los matones de la Alius acercándose a él.


Por instinto, retrocedió mientras empezaba a preparar una supertécnica.


— ¿Qué quieres? ¿Pretendías empujarme? —Teniendo en cuenta lo sigiloso que el hombre había sido aquella posibilidad fue lo primero que se le pasó por la cabeza.


— Wyles quiere hablar contigo, Gazelle. Me ha mandado a decirte que te espera en su despacho.


Un primer impulso lo llevó a querer negarse a aquella orden, pero al instante recordó qué era lo que se jugaba si no obedecía.


— Está bien —suspiró.


Siguió por el pasillo y pasó al lado de los dos hombres que habían estado observándole todo aquel rato, ignorándoles, para dirigirse al lugar en el que había quedado con Wyles; preparándose para lo que fuese a ocurrir allí.


**********


El despacho era tan escueto como el resto de la base, aunque que su dueño no hubiera hecho nada para personalizar aquel espacio que era únicamente suyo hacía que fuera una habitación aún más fría que el resto por el nulo interés que le habían dedicado.


— ¿Para qué me has mandado a llamar? —preguntó Gazelle nada más entrar.


A Wyles no pareció afectarle de ninguna manera la falta de educación del chico —ya estaba habituado—, se limitó a ofrecerle un asiento… que el joven no aceptó.


El hombre no le dio importancia. Lo ignoró por un momento y se levantó de su asiento para coger un maletín de aluminio que se encontraba abandonado en una esquina.


— Solo quiero hablar contigo aprovechando que aquí estamos solos —contestó al fin.


— Nunca estamos solos —le recordó—. Hay cámaras monitoreando prácticamente todos los rincones de la base.


— Lo sé, yo soy el encargado principal de la seguridad.


Gazelle maldijo para sí mismo, sabiendo que si aquel hombre le había dicho la verdad quería decir que tenía vía libre para hacer lo que le diera la real gana sin que nadie se diera cuenta. Y entonces empezó a sentir una amalgama de sentimientos confusos. No sabía si enfurecerse con Wyles o sentir miedo de él: ¿cuán influyente era en realidad?


— ¿Qué quieres? —preguntó visiblemente enfadado.


El hombre sacó de uno de los cajones del escritorio un vaso y una botella de vino para después acomodarse en su silla y servirse, con lentitud, el licor. Y en todo ese proceso observaba al chico con una sonrisa, a sabiendas de que lo estaba poniendo nervioso por todo el tiempo que estaba gastando innecesariamente… y por la bebida alcohólica per se.


— Veo que últimamente te has hecho muy amigo de Bellatrix… me pregunto por qué será.


— Sé lo que estás haciendo, así que para ya. ¿Qué quieres?


El adulto sonrió con altanería.


— ¿De qué estabais hablando hace un rato? ¿Qué te ha contado?


— ¿No eres el que maneja las cámaras? —se mofó de él—. Averígualo tú mismo.


— Te olvidas muy fácilmente de que si quiero puedo hacerle mucho daño a… bueno, ya sabes a quien. —Sabía que tenía el dominio de la situación, y por ello se permitió ensanchar su sonrisa.


Gazelle contuvo la lengua, ardiendo de furia por dentro.


— Bellatrix me ha contado lo que pasó antes de que se enfrentase a Xene, lo que tú le ofreciste —cedió, bajando la cabeza y apretando los puños.


— Me alegro de que ya no sea un secreto, así podemos ir directamente al asunto por el que te he hecho venir aquí —procedió a abrir la maleta.


Gazelle seguía con la cabeza gacha, pensando en una posible solución a la influencia que Wyles ejercía en él. No le gustaba nada tener que ser tan sumiso ante nadie, mucho menos ser el perrito faldero de aquel hombre pusilánime que se suponía que debía ser el que estuviera entre las tuercas en aquellos momentos.


— ¿Por qué me haces esto? —susurró.


No se esperaba una respuesta y no la obtuvo.


Wyles bebió un trago más de alcohol antes de poner encima de la mesa lo que había sacado de la maleta.


Aquel brazalete plateado parecía ser bastante antiguo, estaba mellado en algunas zonas y había perdido parte de su brillo original, pero aún con esas parecía bastante valioso. Pero lo que realmente llamaba la atención del brazal era la joya amarilla que se encontraba incrustada en su centro, preciosa como la luz del sol y pura como un diamante recién tallado.


— Quiero que aceptes esto.


— Esto es como la piedra que le intentaste dar a Bellatrix, ¿cierto? ¿Pretendes controlarme? ¿Por qué?


— No eres tan importante —se encogió de hombros—. Quiero ver cómo reacciona el ámbar con una persona con tanto poder como tú. Si sale todo bien ya veremos que podemos hacer para que tu equipo y tú os hagáis con el título de Génesis.


— ¿Si sale todo bien? ¿Eso quiere decir que puede ocurrirme algo malo?


Wyles hizo un gesto con la mano quitándole importancia al tema.


— Pequeños contratiempos con los que tendrás que luchar cuando te pongas el brazalete.


— No pienso ponérmelo —su instinto le gritaba que aquella piedra semipreciosa no era benigna, y que el adulto se lo acabase de confirmar de forma tan evidente le causaba un repudio aún mayor.


Wyles soltó al vaso sobre la mesa, con fuerza, casi esparramando el poco vino que le quedaba.


— Si no lo haces cumpliré mi amenaza, Gazelle. ¿Quieres hacerla sufrir… otra vez? ¿Cuándo estarás satisfecho?


— Tú no sabes nada de mí, cállate.


— Cuando mis hombres vayan a verla le dirán que han ido a por ella por tu culpa…


La ira iba aumentando dentro de Gazelle; lo único que deseaba en aquellos momentos era coger el cuello del adulto y apretarlo hasta que el aire dejara de llegarle a los pulmones.


Respiró hondo, intentado contener su rabia con todas sus fuerzas, sabía que demostrar sus sentimientos abiertamente solo servía para que los demás tomaran ventaja de su debilidad.


— No te atrevas, déjala fuera de todo esto. ¡Hace años que no la veo, maldita sea! ¿Por qué tienes que ir a por ella de entre todo la gente a la que conozco?


— Porque sé que aún te duele… Es casi imposible olvidar a una madre por muy imperfecta que esta sea ¿verdad?


En ese momento Gazelle entendió por qué Bellatrix le había puesto de mote a Wyles “serpiente”. Según se iba descubriendo su personalidad era imposible no mirarle a los ojos, el espejo del alma, para intentar vislumbrar algún tipo de sentimiento en ellos… pero en lugar de un par de ojos humanos lo único que se podía ver eran las pupilas pequeñas e inteligentes de aquel reptil.


— Ya la he dejado atrás, no me importa.


— ¿Por qué has venido aquí, pues? ¿Por qué no has seguido investigándome como pensabas hacer?


— Porque…


— ¿Te sientes culpable? Lo comprendo, debe ser duro ser hijo de una violaci...


Hasta ahí llegó el auto control del capitán del Diamond.


La temperatura del despacho empezó a bajar radicalmente y, cuando Wyles se quiso dar cuenta, el chico se encontraba justo a su lado. No sabía cuándo ni cómo se había movido hasta allí, pero sí qué era lo que pretendía hacer.


El hombre intentó huir, pero Gazelle lo agarró del antebrazo con mano de hierro.


— No comprendes nada, ni siquiera la situación en la que estás —sus ojos azules brillaban con frialdad—. No me importan tus matones porque si me obligas a hacerlo te mataré antes de que tengas la oportunidad de darles ninguna orden.


— ¿Y crees que te saldría de rositas? ¡Schiller nunca te lo perdonaría!


Wyles notó como algo frío empezaba a recorrerle el brazo. Entonces recordó el estado de los dos hombres que Gazelle había matado tiempo atrás, la causa de sus muertes había sido que el hielo había quemado su cuerpo; ni siquiera los órganos se habían salvado del frío.


Desesperado, empezó a suplicarle que parase.


— Si padre se siente obligado a elegir entre tú y yo es porque no es tan inteligente como pensaba. Tú eres una pieza sustituible, yo soy el capitán del Diamond, ¿quieres ponerme a prueba?


Wyles ya no se notaba el brazo, y estaba tan aterrado que no era capaz de gesticular ningún sonido más.


Cuando todo parecía que estaba perdido para él, la puerta se abrió.


— ¡Gazelle! ¡¿Qué se supone que estás haciendo?!


— ¡No te metas, Torch! ¡Esto no es asunto tuyo, tú limítate a seguir jugando al balón! —gritaba totalmente fuera de sí—. ¡Así es como los adultos solucionan sus problemas!


— ¿Quieres matarlo? ¡Te has vuelto loco! —intentó empujarlo lejos de Wyles, pero por el grito del adulto y el gesto adusto del otro chico el plan no estaba saliendo como pensaba.


A la desesperada, Torch utilizó su poder sobre el fuego para separarlos.


El olor a carne quemada y el dolor que lo precedió hicieron que Gazelle se apartara de un salto y corriera a refugiarse en una de las esquinas de la habitación, agarrándose su hombro en carne viva.


Wyles temblaba erráticamente mientras el capitán pelirrojo observaba si su rival había llegado a hacerle algún daño significativo.


— ¿Por qué has tenido que meterte, Torch? —Las lágrimas caían por el rostro contraído en una mueca de rabia y odio de Gazelle.


— Estás fatal, de lo que has hecho no se salvaría ni Xene. Padre no te va a perdonar esto.


El de ojos azules desvió la mirada hacia su herida, bastante más preocupado por el dolor de su carne que por las inminentes consecuencias de sus actos.


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