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Querido amigo por Cris fanfics

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La fuente de bambú subía y bajaba una y otra vez, haciendo un sonido seco al caer que resultaba monótono y relajante. Pero los dos hombres que podían disfrutarlo sabían que no era el momento de tomarse las cosas con calma y perder el tiempo tomándose un té.


Schiller se encontraba sentado dándole la espalda a Wyles, que estaba con la frente pegada al suelo mostrando arrepentimiento.


Al anciano no le había gustado ni un pelo lo que había ocurrido en Okinawa. El delantero de fuego había vuelto con el Raimon, y la Alius ya no podía amenazarlo con su hermana pequeña porque le habían perdido la pista a la niña y no sabían en qué hospital se encontraba; por no contar con la desobediencia de los chicos del Épsilon, que habían sido derrotados y, por ello, renunciaban a volver a la Alius de nuevo.


Wyles intentaba excusarse, pero su “socio” no quería escucharlo.


— No tengo ningún interés en oír tus excusas. Has cometido un grave error, Wyles. Eres consciente de ello, ¿verdad?


— Sí, señor.


— Y ahora Gazelle ha desobedecido tus órdenes y se ha largado —se levantó del cojín y se dirigió lentamente hacia la puerta que dirigía al pasillo—. Me has decepcionado. La próxima vez, el Génesis debe derrotar al Raimon. Si no eres capaz siquiera de lograr eso no me sirves para nada.


El más joven se incorporó.


— Entendido, señor —respondió aunque ya se encontraba solo.


Maldijo en voz baja al equipo del Épsilon, al Raimon y a Gazelle. ¿Por qué tenían que ponerle las cosas más difíciles? Ya tenía bastante con todo el esfuerzo que estaba haciendo para que sus superiores lo ayudaran a proteger las fábricas del Grupo de Operaciones Schiller. Obviamente, aquello no sería necesario si Schiller supiese que el Servicio Secreto estaba usando a los chicos que habían expulsado de la Alius tiempo atrás para destrozar las imitaciones del meteorito; pero le habían ordenado específicamente que no permitiera que el anciano metiera las narices en aquel tema, así que no podía contar con él. Pero, a la vez, los mismos que le negaban la posibilidad de colaborar con Schiller le estaban dando largas para no tener que mandar a más gente para apoyarlo, ¿cómo querían que defendiera las fábricas entonces? ¿A qué se debía ese desorden tan de repente?


Justo entonces, recordó que debía informar de las nuevas. Incluyendo, por supuesto, la destrucción de los minerales en los últimos días.


— Tal vez ahora que solo queda un único mineral entero quieran tomarse en serio todo este proyecto de una vez —sacó su móvil y empezó a escribir un mensaje al último número desconocido que se había puesto en contacto con él.


No tardaron mucho en contestarle.


A medida que leía, sus ojos se iban abriendo cada vez más. No quería creerse lo que estaba viendo.


«Abandona el proyecto Alius, ya no es necesaria nuestra colaboración» decía el final del texto, sin ningún tipo de tacto.


Wyles respiró entrecortadamente, intentando tranquilizarse, para después empezar a teclear con rapidez pidiendo una explicación.


«Limítate a obedecer, en cuanto vuelvas tienes nuevas instrucciones esperándote. Obtendrás toda la información entonces».


Un gritó de frustración salió de lo más profundo de su garganta antes de que tirara el móvil contra la pared.


Sabía que era una orden y que no podía hacer nada para desobedecerla, pero aún con esas no quería acatarla. Había gastado años de su vida en trabajar con Schiller, no pensaba tirar todo aquel esfuerzo a la basura y empezar un nuevo proyecto interminable… otra vez.


Estaba cansado de que toda su vida fuese un cuento de nunca acabar. Una organización de la que no sabía casi nada le daba ordenes en las que invertía largos periodos de tiempo y nunca le dejaban ser testigo del final de sus esfuerzos; esa pauta de trabajo se había repetido durante más de cuarenta años y llevaba trabajando a ciegas para ellos desde que solo era un crío de quince.


Se estaba haciendo mayor y deseaba parar, pero no consideraba justo que tuviera que abandonar sin recibir una recompensa por todo el trabajo prestado y toda una vida a la que había tenido que renunciar.


Su mirada brilló de forma enfermiza.


Puede que fuese una pieza sustituible para sus superiores, pero en aquellos momentos él tenía entre sus manos el poder suficiente como para decidir qué hacer.


Abrió con desesperación su últimamente fiel maletín para observar las piedras preciosas que contenía. Todas salvo una eran los últimos vestigios de los experimentos que el Tormenta de Géminis habían roto en pedazos... literalmente.


— Trataré de salvar lo que queda del experimento —miraba fijamente un granate que brillaba como si tuviese lava fluyendo en su interior—. Y si no funciona tampoco es que me importe; siempre puedo vender estas piedras a un buen precio y usar al Raimon para llevarme el premio gordo.


Sí, aquella idea no sonaba para nada mal. No necesitaba que sus superiores le mangonearan como a un títere, él solo podía hacerse cargo de aquella situación.


Volvió a cerrar el maletín y recuperó su teléfono móvil, dispuesto a marcharse de una vez del orfanato. Ya no tenía nada que hacer allí y el final del proyecto se acercaba inminentemente; la Academia Alius dejaría de existir tanto si el Raimon era derrotado como si no, y él debía mover todas sus cartas antes de que ocurriese.


**********


Al día siguiente sus compañeros volverían al hostal tras semanas sin pasarse por allí. Aquella sería la oportunidad de Jordan para demostrarles su progreso.


Todos los días desde que se había despedido de Xavier había estado practicando las supertécnicas. Y, aunque no hubiera conseguido usar ninguna, por lo menos ya notaba algo (a diferencia de los primeros días tras perder totalmente sus poderes, que no había sentido si quiera el cosquilleo característico de invocar un portal).


Y aquel día, por mucho que fuese el último antes de verse acompañado de nuevo, no quiso saltarse su rutina de intento de entrenamiento. No tenía nada mejor que hacer —ya había limpiado la casa y atendido al repartidor que, cada poco tiempo, le traía la compra que el Servicio Secreto había pagado de antemano antes de dejarlo solo—, por lo que podía permitirse la tarde para tratar de conseguir ejecutar al menos una técnica sencilla y básica como era Teleportación.


En el patio del hostal, con la luz del día animándole a no tirar la toalla tras diez intentos en vano, volvió a alzar el brazo frente a sí mismo para soltar la energía que tenía acumulada entre los dedos.


Aquella vez pudo ver como unas chispas azules y lilas le recorrían la mano.


— Ya es un avance —rió, sacudiendo el brazo para quitarse el hormigueo que se le había quedado en toda la extremidad.


De pronto, una sensación de cansancio le recorrió todo el cuerpo y su cabeza empezó a darle pinchazos.


En un intento desesperado de aliviar el dolor, volvió a entrar en el edificio y cerró las persianas para que no se filtrase la luz. Tras dejar la planta baja en absoluta oscuridad se sentó en un escalón, sin entender por qué algo tan nimio como intentar una supertécnica le había dejado tan mal.


Los ojos se le estaban cerrando, demandando descansar, así que no se hizo de rogar y se levantó para volver a su cuarto.


Sin embargo, cuando dejó su habitación a oscuras no pudo ni terminar de abrir el futón; tan pronto como lo sacó del armario se tiró sobre él y se apretó la frente con la vana esperanza de que así parara de dolerle.


No tardó en quedarse dormido.


**********


La bocina de un coche sonando varias veces le sacó de su espeso sueño.


Estaba acostado de lado, con buena parte de las sábanas mal enrolladas alrededor de él, con la ropa descolocada y el pelo suelto; la coleta se le había soltado de tanto moverse al dormir.


La habitación se encontraba a oscuras y a través de la cortina se podía ver ya las luces de las farolas, pero Jordan no quiso levantarse a encender la luz, si lo hacía corría el riesgo de que volviera el dolor.


Sabiendo que le costaría volver a dormirse buscó con la mano a Xavier, que debía estar durmiendo a su espalda, pero en lugar de a su pareja sus dedos solo tocaron el frío suelo.


— ¿Xavier? —se incorporó de golpe.


Entonces se dio cuenta de que su cabeza le había jugado una mala pasada. No veía a su novio desde que pasaron la noche juntos tras visitar el Don Sol, y de aquello habían pasado días.


Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos.


Aquello le había sentado como si hubiera vuelto a la mañana en la que había despertado solo, con la certeza de que Xavier no volvería a escaparse para verle.


Abrazó las sábanas contra su pecho, como si fueran una persona de carne y hueso en lugar de simple tela.


La soledad que había tratado de ignorar se había hecho más latente y dolorosa que antes. Tal vez hubiese sido buena idea exteriorizar sus sentimientos en lugar de tratar de ignorarlos, pero… ¿de qué serviría que llorase y patalease si no había nadie para escucharlo y animarlo? Al final solo habría acabado sintiéndose más miserable.


Se arrastró hasta una esquina —aún agarrando las sábanas— y se acurrucó sobre sí mismo, dispuesto a cerrar de nuevo los ojos para que aquella noche pasara lo más rápido posible y poder volver a ver a su equipo cuanto antes.


Cuando viese a Dylan le contaría todo —decidió entonces—, no quería que cuando se reencontraran siguieran llevándose mal, le echaba mucho de menos.


Dejó escapar un bostezo. Mientras pensaba en la inminente reunión con su amigo se estaba quedando dormido.


Cuando su cabeza empezó a caer hacia un lado, unos pasos en su balcón le hicieron abrir los ojos de nuevo.


Una única posibilidad pasó por su mente: debía ser Xavier.


Con la imagen de su novio como aliciente para poner a trabajar sus agarrotados músculos, corrió hasta la puerta.


— ¡¿Xavier?! —preguntó ilusionado, abriendo con rapidez.


La sangre se le congeló en las venas, y la sonrisa que momentos antes había lucido murió en cuanto su mente terminó de procesar la identidad del chico que se encontraba frente a él, mirándole con curiosidad.


— Jordan…


Aquello fue lo único que le dio tiempo a decir antes de que el de pelo verde se apresurase a volver al interior e intentase trancar la puerta de papel para impedirle pasar el tiempo suficiente como para salir huyendo de allí y coger un cuchillo de la cocina para defenderse si era necesario.


Aunque no lo consiguió. El visitante reaccionó rápido y retuvo la puerta corrediza antes de que llegara al tope.


— ¡Déjame! —gritó poniendo aún más fuerza en sus intentos de crear una barrera entre ambos.


— ¡No he venido a hacerte daño! Por favor, sal aquí fuera y hablemos con tranquilidad, si sigues así me vas a trillar los dedos…


Jordan no quería hacer eso pero, obviamente, tampoco pensaba pecar de inocente y dejarle entrar.


— ¡Quita la mano y me lo pensaré! —Al momento de decirlo el otro le hizo caso.


Jordan se dejó caer, con los brazos latiendo a causa del reciente forcejeo.


— Qué desconfiado —se escuchó detrás de la puerta.


— Como dice el dicho: «quien se fía de un lobo, entre sus dientes muere» —citó, serio—. Tú harías lo mismo, Gazelle.


El ex-capitán de Diamond soltó un suspiro resignado.


— No me llames así. Me gustaría olvidar todo lo relacionado con ese nombre lo antes posible.


Muy a su pesar, Jordan sintió como se le llenaba el pecho de alegría.


— ¿Has… abandonado la Alius?


— Sí, teniendo en cuenta lo que averigüé ya no podía seguir apoyando a padre.


Entonces, Jordan volvió a incorporarse y, lentamente, salió al balcón.


Bryce le miraba sin saber muy bien qué esperar, su antiguo compañero de la Alius tenía un brillo raro en la mirada y parecía un poco ido.


Por ese motivo, cuando se acercó a él y le apretó entre sus brazos estaba totalmente desarmado y no supo cómo responder.


— Me alegro —lloró sobre su hombro tras un rato en esa posición—. De veras que me alegro…


— No hace falta que reacciones así, tampoco es que fuéramos tan cercanos de pequeños.


— No me importa, eres el Bryce con el que me crié… Has vuelto.


Bryce no opinaba igual, él se sentía diferente tanto del niño que había sido en el orfanato como del chico que había trabajo con la Alius.


Y el cambio había sido a mejor porque, por primera vez en su vida, era libre. Solo se tenía que preocupar por sí mismo y no debía dar a demostrar nada a nadie. Aquellos días viajando a pie desde el monte Fuji hasta Tokio habían sido una experiencia que, aunque dura, le había servido para disfrutar de la soledad que siempre había ansiado y nunca había disfrutado; una sensación que, lejos de desagradarle, le había dado la oportunidad de conocerse mejor a sí mismo y descubrir lo que significaba la auténtica independencia. Una independencia a la que no quería renunciar.


Pero no tenía porque darle tantas explicaciones a Jordan, no había ido hasta allí para un reencuentro entre amigos.


Se separó de él, sin importarle parecer cortante.


— Tengo prisa —le taladró con sus fríos ojos azules.


El otro chico, lejos de parecer ofendido o dolido, soltó una pequeña risa mientras se limpiaba las lágrimas.


Desde luego, intentar tener un momento tierno con Bryce seguía siendo igual de imposible que siempre. En el fondo no se esperaba otra cosa.


— Pues te toca esperar, porque tengo preguntas que quiero que me respondas...


— ¿Por ejemplo? —le alentó a continuar.


— ¿Te has marchado tú solo o el resto del Diamond ha abandonado contigo? ¿Es posible que más gente deje la Alius?


Antes de responder, Gazelle se apoyó contra la barandilla, observando la calle.


— Mi equipo ha venido conmigo, todos quisieron serme leales incluso aunque tuvieran que llegar a este extremo. En cuanto a los otros… digamos que solo el equipo de Xene, que es el que te interesa, se quedará con padre hasta el final.


Jordan sintió que se le subían los colores.


— ¿Qué quieres decir con «el que te interesa»?


— Cuando saliste antes pensaste que yo era Xene; me imagino que en sus escapadas venía a verte y por eso le esperabas a él. —Hizo un gesto con la mano para detener a Jordan antes de que hablara—. No me importa el tipo de relación que tengáis, no es de mi incumbencia, así que hazme el favor de no darme explicaciones y seguir preguntando.


Al chico de pelo verde le costó reponerse de las palabras de Bryce. Por algún motivo sentía vergüenza de que alguien cercano, tanto a Xavier como a él, intuyera la verdad sobre lo que sentían el uno por el otro.


— ¿Cómo has conseguido liberarte de la atracción de la piedra Alius? —se sobrepuso—. En mi caso no habría sido capaz de quitármela por propia voluntad, estaba subyugado por su poder.


Bryce lo miró con extrañeza para después caer en la cuenta de algo.


— Es cierto, ni tú ni Dvalin sabéis la verdad.


— ¿La verdad? —frunció el ceño inmediatamente; tras lo ocurrido con Xavier no podía evitar sentir miedo de las verdades ocultas, no solían traer nada bueno con ellas.


— Los tres equipos supremos de la Alius (Prominence, Diamond y Gaia) no hemos usado la piedra en ningún momento, Jordan.


Segundos de silencio.


— Eso es imposible —balbuceó a duras penas—. Vuestra fuerza es inhumana, no habéis podido conseguirla solo entrenando.


— ¿Y cómo te explicas que el Raimon consiguiera derrotar al Tormenta de Géminis cuando en un principio era incapaz de aguantaros siquiera un asalto? ¿Y que en estos momentos haya conseguido derrotar también al Épsilon y esté incluso enfrentándose al Génesis? Si ellos han logrado eso en tan poco tiempo imagínate lo que hemos conseguido nosotros durante más de dos años de entrenamiento.


Jordan se apoyó contra la pared, mareado.


— ¿Por qué padre no hizo lo mismo con Dave y conmigo, entonces?


— Porque vosotros erais nuestro medio de entrenamiento más fiable. Aquellos meses en los que vosotros dos seguíais compitiendo para no quedar en el equipo más débil de la Alius fueron suficientes para que nosotros os sacásemos ventaja y nos pusiéramos a la altura de una persona promedio con el poder del meteorito… como Dave y tú —le miró significativamente—. Desde ahí solo nos quedó seguir mejorando hasta llegar al nivel que tenemos ahora.


— Y Xavier no me contó nada de esto…


Bryce empezó a juguetear con uno de sus mechones.


— Supongo que no querría hacerte daño con algo que ya no te incumbía. Viendo como estás reaccionando ahora me imagino que si te lo hubiera contado él habría sido peor.


— Me estaba protegiendo —comprendió, con rabia.


Él, por otra parte, había sido incapaz de hacer lo mismo. En aquellos momentos deseaba de corazón haberse guardado la información acerca de la familia Schiller para sí; si lo hubiese hecho tal vez Xavier estaría allí, con él, colaborando con el Servicio Secreto en vez de capitaneando al Génesis de nuevo.


— «La ignorancia es la clave de la felicidad» —comentó Gazelle—. No es un mensaje con el que esté de acuerdo, pero es lo que dicen —hizo una larga pausa—. ¿Tienes más preguntas?


— ¿Qué le va a hacer padre a los chicos del Génesis?


— ¿Sabes algo sobre eso? —entrecerró los ojos.


— Sí, que Xavier está asustado y agobiado por lo que le va a ocurrir —se llevó el puño al corazón y lo cubrió con su otra mano, bajando la cabeza al recordar su discusión con el pelirrojo sobre su futuro como pareja y otros tantos momentos en los que su novio había demostrado inseguridad—. Y necesito averiguar el porqué.


Bryce dejó escapar un suspiro resignado mientras rebuscaba en el bolsillo de su pantalón.


— Toma —le tendió un pendrive—. Darte esto es el motivo por el que he venido aquí, necesito que se lo des al Servicio Secreto.


— No has respondido a mi pregunta.


— Porque la respuesta está ahí dentro, voy a dejar en manos de la gente del gobierno el contártelo o no.


— ¡Eso es injusto! —agarró a Bryce del cuello de la sudadera—. ¿Por qué te callas ahora?


El chico de pelo blanco le empujó con fuerza, casi haciéndole caer por la barandilla.


— Si Xavier no ha confiado en ti para contártelo yo no soy nadie para pisotear sus deseos.


— Eso no te importó a la hora de decirme que vosotros nunca habéis llevado el meteorito y que padre me utilizó como saco de boxeo —dijo con rencor.


— Esto es diferente —se puso bien la ropa que Jordan había descolocado en su ataque de ira—. Lo que te conté era algo que a ti te incumbía, yo no tengo la obligación moral que se ha impuesto Xavier de protegerte bajo una cúpula de cristal para que nada ni nadie te haga daño, pero en el resto no tengo que meterme para nada.


— ¿Y, según tú, lo que le pueda pasar a Xavier es algo que no me incumbe?


— No, porque lo respeto lo suficiente como para considerar las decisiones que tome para sí mismo. Si él no ha querido contarte algo que tiene que ver con su futuro la verdad no va a salir de mi boca si no gano yo nada con ello.


A Jordan le dolía demasiado la cabeza como para detenerse a pensar lo que ex-capitán de la Alius estaba diciendo.


— Dices que la información está en este pendrive, ¿cierto? —Bryce asintió—. Pues ya te puedes ir marchando.


El chico de pelo verde se dirigió a la puerta con paso digno y sin mirar atrás. Algo que al otro joven no pareció gustarle.


— ¡Espera! Quería pedirte un favor —consiguió que Jordan se detuviera antes de volver al interior.


— ¿Cuál?


— Es de noche. Llevo días sin asearme y dormir bien —se pasó la lengua por la comisura de los labios—. Y no tengo donde pasar la noche.


— ¿A dónde quieres ir a parar?


— ¿Me dejarías quedarme hoy en alguna habitación?


El portazo de la puerta fue la única respuesta por parte de Jordan.


— ¿¡ Y para eso tenías prisa!? —se le escuchó gritar desde dentro, echándole en cara que le metiera apuros al comienzo de la conversación.


— Bueno… no me gusta alargar innecesariamente las cosas —dijo con sinceridad, no había querido estar mucho rato hablando.


— Para no agradarte hablar, bien que te sueltas cuando lo haces tú...


Bryce no le contestó, sabía que si seguía contestándole era porque en algún momento su corazón se iba a ablandar y le dejaría pasar.


Y no se equivocó, tras minutos de silencio Jordan abrió la puerta.


— Gracias —susurró Bryce al pasar por su lado.


— Mañana por la mañana no te quiero ver el pelo.


— Dalo por hecho —le sonrió—. No he venido a Shibuya solo para darte el pendrive.


Aunque el de pelo blanco ya le había dado la espalda para salir de su habitación y empezar a buscar otra que poder usar, Jordan le preguntó:


— ¿Para qué más has venido?


El capitán del Diamond se detuvo. Tras unos segundos de duda, se dio la vuelta para mirar a Jordan.


Aún en la oscuridad del cuarto el de piel morena pudo ver como en los ojos azules de Bryce tenían una chispa de nostalgia e inseguridad.


— He venido a despedirme definitivamente de mi pasado.


Sin ninguna palabra más, e ignorando la visible confusión de su amigo de la infancia, se perdió en la negrura del edificio.


Tal como le prometió a Jordan, a la mañana siguiente había desaparecido como si su visita no hubiera sido nada más que un sueño.


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