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Querido amigo por Cris fanfics

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En apenas unos minutos llegarían a Shibuya.


Todo el equipo del Tormenta de Géminis estaba aliviado de volver a un lugar seguro en el que descansar tras haber estado durmiendo en una furgoneta sin ningún tipo de intimidad y haber pasado nervios por el temor de ser descubiertos al investigar en las fábricas.


Pero en el caso de Dylan algo empañaba ese alivio.


El autobús entero estaba charlando animadamente —o, como mínimo, sonriendo ante las estupideces que decían los que hablaban— pero el más tímido del grupo se limitaba a mirar por la ventana, observando la lluvia caer acurrucado en su parca, intentando quitarse de la cabeza sus preocupaciones.


Rhona, que se encontraba sentada a su lado, se dio cuenta de que algo lo hacía sentir inquieto.


— ¿Todo bien, Dylan? ¿Necesitas hablar?


Él dejó escapar un gran suspiro.


— N-no, gracias.


— Eso no suena muy convincente. ¿Estás mal porque sigues teniendo agujetas o porque te preocupa ver a Jordan de nuevo?


— Es so-sobre lo de Jordan —admitió tras unos segundos en silencio—. S-sigo sin estar muy seguro sobre qué de-decirle cuando le vuelva a ver.


— Si has decidido que quieres ser otra vez su amigo deberías disculparte o hablarlo con él, no veo otra opción.


— L-lo sé, pe-pero… ¿qué debería d-decir exactamente?


Rhona le dirigió una de sus duras miradas.


— ¿Quieres que te diga cómo hablar con él? Era tu amigo, tú sabrás.


Dylan reparó en que no había sido buena idea consultarle a ella, siempre tan regia y segura.


— T-tienes razón, per-perdona por haberte m-molestado.


— No me mol… —la interrumpieron antes de tener la oportunidad de terminar de hablar.


— ¡Hemos llegado! —Gregory se asomó por encima del asiento de Rhona y señaló al parabrisas.


Tal y como había dicho el chico bajito, ya se podía ver el hostal.


Tan pronto como el vehículo se detuvo, los adolescentes empezaron una batalla de empujones por bajar antes del autobús, ignorando a los agentes que les ordenaban a gritos que se calmaran.


Rhona no se unió a ellos. Se quitó el cinturón con tranquilidad y miró fijamente a Dylan, que se encontraba cabizbajo y sin decidirse a dejar del asiento.


Le agarró del hombro, captando su atención.


— Vamos —le sonrió.


Sonrojado hasta las orejas, el chico la obedeció.


**********


Jordan salió corriendo de la casa en cuanto vio al autobús aparcado en la entrada.


Sus compañeros estaban sacando sus cosas del maletero, con la atención de los miembros del Servicio Secreto que les habían acompañado en aquel viaje puesta en ellos.


Inmediatamente, Jordan buscó con la mirada a Dylan, pero no le vio por ninguna parte.


Se acercó a Pat —la centrocampista—para preguntar por él.


Aunque alguien no se lo permitió.


— Hola, Jordan —el agente Marshall se acercó a él, interrumpiéndole el paso— ¿Qué tal todo por aquí?


A pesar de que su principal objetivo era ver a su amigo, no le pareció para nada mal que el miembro del Servicio Secreto se adelantase para hablar con él. Era el momento óptimo para darle lo que Bryce le había confiado horas atrás.


— Agente —bajó levemente la cabeza a modo de saludo—. Todo bien, tengo buenas nuevas.


— ¿Ya eres capaz de usar supertécnicas? Eso es genial, pero ahora mismo hemos llegado a un punto muerto en el que no sabemos que hacer, así que… no es que nos seas muy útil.


La franqueza de los agentes del primer ministro japonés era tan útil como hiriente.


— No, aún no soy capaz —tragó saliva y evitó pensar en ello—. Pero tengo algo mejor: información.


— ¿En serio? ¿Qué información?


— Gazelle, uno de los miembros más poderosos de la Alius, ha abandonado a padre y se ha arriesgado a venir hasta aquí para darnos un pendrive con toda la información que necesitamos —dijo intentando sonar lo más formal posible ante aquel hombre vestido de traje que siempre le había resultado demasiado sobrio.


Los otros dos agentes se acercaron a ellos al ver que estaban hablando de algo serio, llegando justo al final de la explicación de Jordan.


— Interesante…


— ¿Dónde tienes ese pendrive? —preguntó la mujer.


— Lo llevo encima. —Metió la mano en uno de sus bolsillos y, con el puño totalmente cerrado para que no se mojara con la lluvia, se lo dio.


Sin decir nada más, los adultos entraron en el hostal dejando a Jordan nuevamente solo.


Fue justo en ese momento cuando Rhona y Dylan salieron del autobús, uno detrás del otro.


Las miradas de los dos chicos se encontraron, y ambos sintieron como el corazón les daba un vuelco de la felicidad.


Jordan se acercó a los recién llegados con una sonrisa de oreja a oreja, deseando estrujar a Dylan entre sus brazos. Sin embargo, el más bajito pareció sentirse incómodo ante la inminente muestra de afecto de su amigo.


El chico de la coleta pareció congelarse al darse cuenta, creando un momento muy embarazoso entre los dos: estaban uno en frente del otro pero ninguno hacía o decía nada.


Rhona no intentó camuflar un suspiro exasperado.


— Al final todo tiene que hacerlo una.


A los dos varones no les dio tiempo a preguntarle de qué estaba hablando. Tras decir esto, la chica le dio un fuerte empujón a Dylan, que acabó entre los brazos del otro chico.


— ¡¿A-a qué ha ve-venido eso?!


Rhona fue hasta el maletero —que ya no tenía a una conglomeración de adolescentes haciendo cola— y cogió su maleta y la de su compañero.


— Os dejo solos. No la caguéis —miró fijamente a Dylan antes de darles la espalda y entrar en el edificio.


Antes de que Dylan tuviera tiempo si quiera de sentirse inquieto por no saber qué decir, Jordan le abrazó.


Aunque al principio no supo cómo corresponder, no pasó mucho tiempo hasta que el chico de pelo castaño enredara sus brazos en la espalda de su compañero y empezara a acariciarla, con cariño.


Se estrecharon el uno al otro como si en vez de un par de semanas hubieran pasado años separados.


La calidez, ternura y confianza de aquel contacto valían más que mil palabras, pero aún así el nerviosismo natural de Dylan le empujó a hablar para dejar en claro sus sentimientos.


— T-te he echado mu-mucho de menos...


— Yo también a ti, pequeñajo —le susurró en la oreja.


Tras unos segundos más abrazados, Dylan se separó.


— E-entonces, ¿nos ol-olvidamos de aquella p-pelea?


— No, si lo que esperas de un amigo es que sea sincero contigo yo estaré encantado de serlo —le acarició la cabeza, despeinándolo—. Eso no es nada comparado con poder estar contigo.


A Dylan se le subieron los colores, pero pronto se sobrepuso.


— ¿Me v-vas a contar lo que me es-estabas ocultando? ¿L-lo que te-tenía que ver c-con la Alius?


— Sí —suspiró—. La verdad es que necesito hablar de ello con alguien, y quien mejor que contigo. Además, así aprovechamos y me cuentas qué tal os ha ido durante el viaje.


El más bajito observó detenidamente la entrada del hostal, sin poder evitar darse cuenta de que ya habían cerrado la puerta y que parecía que nadie estaba esperándoles.


— ¿Va-vamos a dar una v-vuelta?


— ¿Así? ¿Sin permiso?


— A-a los agentes no les importará siempre y c-cuando no nos va-vayamos lejos y v-volvamos antes de que se haga de noche.


— Está bien, pero si cae el temporal mientras estamos fuera no me hago responsable —sonrió.


El agente Taylor les observó marcharse desde el salón, donde sus dos compañeros pensaban revisar los datos que Gazelle les había confiado.


— ¿Deberíamos detenerlos? —les consultó.


— No hace falta, Dylan es de fiar y si ocurre algo es capaz de defenderse.


— No es de él de quien desconfío, Marge.


La mujer rubia terminó de encajar el pendrive en la televisión para poder prestarle toda su atención.


— ¿Quieres que les siga para ver qué es lo que van a hacer?


— No hace falta —intervino el tercer agente mientras cerraba con llave la puerta del salón para no recibir visitas indeseadas—. Yo también sospecho de que Jordan oculta algo, pero si ese algo nos incumbe de alguna manera Dylan lo contará.


Sus compañeros parecieron conformes con su respuesta, porque no tardaron en olvidar el tema y en concentrarse en la oleada de información nueva que salía en pantalla.


**********


Wyles y Schiller se quedaron de piedra tras la increíble demostración de poder que los tres únicos chicos que se encontraban en la sala de entrenamiento acababan de hacer.


A pesar de que había sido Schiller quien había creado la teoría de aquella supertécnica, no se había esperado que fuera tan poderosa.


Tal vez aquello se debiera a lo prometedores que eran los tres chicos que la ejecutaban.


— ¡Padre! —Xavier se había dado cuenta de su presencia, y salía del campo para encontrarse con él—. ¿Has visto esa técnica? ¡Al fin la dominamos!


— Bien. Ya iba siendo hora… Tendréis que poner mucho más empeño para crear el mundo que deseo.


Aquellas palabras tan crudas y fuera de lugar parecieron apagar totalmente la ilusión del pelirrojo, que tan solo bajó la cabeza y contestó:


— Lo sé…


— Al menos seguro que ahora el gobierno deja de perder el tiempo y toma una decisión —dijo Schiller más para sí mismo que para quienes lo rodeaban—. Ha llegado la hora de vengarme del mundo por haberme privado de él.


— Él… —se mordió la lengua antes de soltar algo que no debería.


Por primera vez, Xavier sabía con exactitud a quien se refería con aquellos comentarios vagos que siempre le habían parecido inconexos, propios de una persona de tan avanzada edad como lo era su padre, pero que habían encerrado la verdad que a base de indagar había averiguado demasiado tarde.


— Muy bien —el anciano pareció volver a ser consciente de que no estaba solo—, tenemos que organizarnos antes de poner en marcha la operación. Xavier, busca a Torch y Gazelle y tráelos aquí. No podemos permitir que se desmadren precisamente ahora.


— Sí, padre… —El adulto ya no lo escuchaba, había pasado de darle sus instrucciones a hablar con Wyles en menos de un pestañeo, así que aprovechó para susurrar lo que deseaba decir con toda su alma; demasiado inseguro para hablar alto pero incapaz de seguir guardándoselo para sí—: Padre, sé que crees que soy un miembro valioso para el Génesis, pero… ¿eso es todo lo que soy para ti?


El anciano volvió a prestarle a atención.


— ¿Eh? ¿Has dicho algo, Xavier?


— No, padre. Voy a buscarlos ahora mismo. Tus deseos son órdenes —hizo una reverencia antes de dejar la sala que sus dos compañeros de equipo habían abandonado sin despedirse si quiera de él.


Dudaba mucho de que pudiese encontrar a Gazelle —había desaparecido como por arte de magia y sin dejar pistas de su paradero—, pero tenía una leve idea de cuál era el objetivo de Torch.


Solo tenía que ir a por él y traerlo de vuelta aunque fuese a rastras.


**********


Dylan permaneció con la mirada baja, sin saber qué responder a su amigo.


Notaba la mirada atenta y nerviosa que Jordan le dirigía —como si le estuviese suplicando silenciosamente que le dijera algo que confirmara que no le odiaba por todo lo que le había contado— pero se sentía demasiado perdido tras todo lo que acababa de escuchar como para responderle inmediatamente.


Se alejaron en silencio de la multitud que estaba en la entrada del santuario Meiji y se sentaron en el suelo, bajo el toldo de un puesto que había cerrado poco rato antes por la inminente lluvia que volvería a caer aquella tarde.


— Vamos a ver si lo he entendido —tartamudeó Dylan—. El motivo de Schiller para traer una guerra es vengarse de la muerte de su hijo.


— Así es.


— Xavier ha decidido continuar con el Génesis en vez de ayudarnos a nosotros porque se siente culpable de ser el hijo de una infidelidad de la mujer de Schiller a este.


— Sí.


— Tú has estado viéndote con él desde que estábamos en el hospital sin decirnos nada porque… le amas —añadió con evidente esfuerzo, extrañado por la idea.


— Y no has mencionado la parte en la que Bryce vino a verme para darme el pendrive y me dijo que había abandonado a la Alius.


Dylan le observó detenidamente.


— Eso no me resulta extraño, lo que es de locos es obedecer ciegamente a Schiller después de todo lo que ha hecho.


— Nosotros lo hicimos hasta que nos expulsaron, no es tan raro.


— Los equipos supremos no tienen una piedra que les lave el cerebro como excusa.


— Touché —se dio por vencido—. Ahora… ¿podrías decirme qué piensas? Me gustaría mucho saber tu opinión.


Se creó un momento incómodo en el rato en el que Dylan pensó detenidamente qué decir y cómo expresarse sin mentir pero tampoco resultar hiriente.


— No estoy de acuerdo con que ocultaras las visitas de Xavier, pero es inútil empezar a discutir cuando ya sabemos que no va a volver a verte, por lo menos ahora sabemos más cosas de la Alius. No hay mal que por bien no venga.


No pasó mucho tiempo para que Dylan se diera cuenta que con su indiferencia por el tema había hecho daño a Jordan: su cara lo demostraba claramente.


— Yo… —los ojos negros de Jordan se empañaron de lágrimas al recordar que no volvería a ver su novio nunca más.


Su amigo no aguantó verle así y, olvidándose de las reservas que le causaba el saber la orientación sexual de su amigo, se acercó un poco más a él y le agarró con cariño del brazo.


— Lo siento mucho, no debería haber dicho eso tan fríamente sabiendo cómo te duele el no volver a ver a Xavier.


— No te disculpes, es normal que estés concentrado en el tema de la Alius y te cueste hablar de nada más.


La comprensión de Jordan hizo que Dylan se sintiera culpable; aquel no era el motivo por el que había actuado de forma tan borde.


— Siempre meto la pata. Tú estás buscando un hombro en el que apoyarte y yo, en vez de ofrecértelo, te juzgo y te trato mal.


— ¿Piensas que no es normal que me gusten los chicos? —adivinó.


— Tampoco es eso. Admito que me parece raro, sí, pero nunca te apartaría ni te haría daño por algo así. Ni a ti ni a nadie —se apresuró a añadir—. Que no lo comprenda no quiere decir que no lo respete. —Guardó silencio un minuto, armándose de valor para confesar el motivo de su “enfado”—. Me siento un poco traicionado porque te estuvieras viendo con Xavier tanto tiempo y no me dijeras nada.


— Te lo acabo de contar.


— Lo sé, comprendo por qué no hablaste de ello antes y te agradezco que lo hagas ahora… por eso no entiendo por qué me siento así.


— Tranquilo, no todos somos Bryce, al resto de humanos nos cuesta racionalizar los sentimientos —se levantó, abatido—. Gracias de todas formas por escucharme.


Dylan lo miró con los ojitos tristones de un cachorrillo a punto de ser abandonado por su amo.


— ¡Espera, Jordan! —le retuvo cogiéndole de la mano—. Te agradezco que me hayas contado que eres gay, no sabes lo importante que es para mí que me des este voto de confianza, y me alegro mucho por ti… —se detuvo, a sabiendas de que había poco de lo que alegrarse de la situación en la que estaba su amigo— ¡Es decir...! Me alegro de que Xavier te haya correspondido, aunque no fuese en las mejores circunstancias.


— Tampoco es que importe ahora que se ha ido.


Dylan se puso a su altura y le limpió las lágrimas que habían empezado a caer por su rostro.


— ¿Te olvidas de por lo que estamos luchando, Jordan? Por detener a Schiller y que todo vuelva a ser como antes, y ahora estamos más cerca que nunca de ese objetivo —a cada palabra (y a pesar del tartamudeo constante) se le notaba más entusiasmado, creía en lo que estaba diciendo—. Al Raimon solo le queda enfrentarse al Génesis, el Servicio Secreto estará leyendo ahora mismo información crucial sobre la Alius y nosotros hemos destruido muchísimas falsificaciones del meteorito y ya no deben faltar muchas.


— No es tan fácil. Padre es poderoso… y nos odia a todos. No hay forma de que podamos detenerle.


— Juntos podremos —sonrió mientras le sacaba un pañuelo—. El Raimon, el Servicio Secreto, nosotros e incluso Xavier cuando se de cuenta de que estar en nuestro bando es lo correcto. Así que, por favor, no te deprimas así.


Jordan aceptó el papel y empezó a limpiarse la cara, pero fue incapaz de forzar una sonrisa o de darle la razón.


— Yo no pertenezco a todo eso que describes. Lo único relevante que he hecho es dar el empujón decisivo para que Xavier nunca abandone a padre —sollozó.


— Eres uno de los nuestros, eso ni lo dudes. Y en cuanto a lo de Xavier… Dudo mucho que lo lamentes tanto como dices —acusó tras rato de dudas sobre si proceder a convencerle de aquella manera—. ¿En serio no planeas hacer nada para remediar tu error? Si de verdad no quieres que el Génesis y el resto de chicos acaben mal haz algo y deja de lamentarte.


Dylan no quería ser malo con él —mucho menos después de su frialdad anterior para con sus sentimientos—, pero se había dado cuenta rato atrás de que solo iba a haber una forma de ayudarle a superar aquella depresión: dejar de lamentarse por él y darle motivos para que siguiera adelante.


— ¿Cómo? —preguntó con desesperación—. La única forma de ser útil es con mis supertécnicas, y no puedo hacerlas desde hace mucho. Sin ellas no soy nada.


— Yo te ayudaré a recuperarlas.


— Pero…


— Las vas a recuperar —declaró, tajante—. Te lo prometo.


Hubo un momento de silencio en el que Dylan se sintió, nuevamente, incómodo. Tal vez se había pasado de la raya…


Jordan volvió a limpiarse las lágrimas y, en aquella ocasión, sí que dejo escapar una escueta sonrisa.


—Gracias, Dylan.


Aquello era lo que llevaba tiempo necesitando.


— Volvamos al hostal y ayudemos a preparar la cena. Estar tanto tiempo solo no te ha hecho bien.


Entonces, Jordan recordó una frase célebre que le dejó con un hueco en el corazón.


— Estamos solos, vivimos solos y morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos hacernos la ilusión, por un momento, de que no estamos solos.


Dylan no quiso responder. Incluso para él aquella frase era demasiado deprimente, además de que le resultaba derrotista y patética, le sonaba más a una excusa barata para regodearse en la autocompasión que a una frase filosófica al uso, así que se limitó a ver como volvían a caer las gotas de lluvia.


Pocos minutos después ambos salieron de su refugio y empezaron a caminar sin que les importara la lluvia incesante de la que todos con los que se cruzaban huían.


Cuando la calle quedó totalmente desierta, lo único que se pudo escuchar a parte del caer del agua fue la risa de los dos amigos, que con bromas y anécdotas disfrutaban a su manera el reencuentro. Ignorando por unos dulces momentos todo lo que les rodeaba y actuando como los adolescentes que, por suerte o por desgracia, no habían dejado de ser.


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