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Querido amigo por Cris fanfics

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La reunión para informar de la existencia de una última piedra que debían romper y del inminente partido entre el Raimon y el Génesis, que marcaría el futuro del mundo, acababa de terminar.


Rhona había salido junto con el resto de sus compañeros, tal y como los agentes les habían ordenado, pero pensaba volver a entrar inmediatamente; quería hablar con los adultos.


Se hizo a un lado para no estorbar delante de la entrada al salón y esperó de que los dos chicos que quedaban dentro salieran.


Dylan no tardó en hacerlo.


En cuanto la vio fue hacia ella, con una dulce y pequeña sonrisa de alegría.


— ¿Y Jordan? —le detuvo en seco.


— T-tiene cosas que hacer.


Notó su nerviosismo.


— Entiendo —se cruzó de brazos y decidió ignorarlo.


— ¿Te a-apetece dar una vuel-vuelta?


— No.


La chica no añadió nada para suavizar su negativa. Por no decir que ni le había mirado al decir aquello.


— Bue-bueno… —Dylan estaba descolocado— Entonces, ¿prefieres pa-pasar la t-tarde hablando en mi habitación?


— No, no quiero estar contigo.


— ¿P-por qué me tratas a-así? —preguntó, molesto.


Ella se giró de sopetón hacia él, con la ira pintada en sus facciones.


— Porque eres un falso. Me dijiste que odiabas que te mintieran y ocultaran cosas y eso es exactamente lo que estás haciendo conmigo.


— ¿De qué es-estás hablando? —desvió la mirada.


— No te hagas el tonto. Sabes lo que oculta Jordan y no has querido decírmelo.


Fue el turno de Dylan para molestarse.


—N-no es asunto tu-tuyo, es algo que me ha querido con-contar en c-confianza porque soy su amigo.


— Si fuera todo así de simple por mí perfecto. Pero no me engañas, sé que Jordan está ocultando algo relacionado con la Alius desde hace muchísimo tiempo. —Dylan quiso decir algo, pero ella no se lo permitió—. No sé si es que tiene más información que nosotros porque él fue capitán o si averiguó algo en su momento, pero ¿por qué no habla con el Servicio Secreto? ¿Y por qué lo apoyas?


Dylan suspiró, derrotado.


— E-es cierto que oculta al-algo relacionado con la Alius… pero no es pa-para nada lo que estás imaginando.


Rhona no pareció muy segura con su respuesta.


— ¿En serio?


— Créeme —asintió con seguridad—. Si n-no fuese así no hubiese a-aceptado c-callármelo.


Aquello no terminó de convencerla. Dudaba de que Dylan estuviese haciendo aquello con malicia o con intención de clavarles un puñal en la espalda. Sin embargo, no era capaz de decir lo mismo del chico de pelo verde, que no le trasmitía demasiada confianza y podía perfectamente haber engañado a su ingenuo amigo con algún fin en mente.


— Está bien —mintió.


Pasaron unos segundos de silencio incómodo.


— ¿Es-estás… enfadada c-conmigo? —preguntó él, con miedo, aún notándola más seca de lo habitual y algo irritada.


Rhona se enterneció por lo infantil que había sonado su amigo.


— No, tranquilo —se acercó más a él y le acarició la mejilla, sacándole los colores— Empiezo a creer que es imposible estar enfadada contigo mucho tiempo, eres demasiado tierno como para eso.


Si el chico ya se había sonrojado con una caricia, aquel repentino cumplido y la sonrisa sincera que la chica le dedicaba consiguieron que su corazón fuera a mil y su mente se quedara momentáneamente en blanco por los nervios.


— G-gracias… —fue lo único que logró decir.


— Ahora tengo que hablar con el Servicio Secreto de algo personal, pero en un rato estaré disponible y podré estar contigo… Si te parece bien, claro está —se apresuró a añadir al ver la cara de susto que Dylan acababa de poner.


— ¡S-sí! ¡Me pa-parece bien!


Tan pronto dijo esto, salió corriendo hacia las escaleras sin despedirse si quiera: al parecer los nervios habían podido con él y prefirió marcharse lo antes posible para calmarse.


Ella no se lo tomó a mal, se limitó a sonreír con picardía, consciente de lo que había provocado.


Justo entonces, Aquilina y Jordan salieron del salón. Movimiento que a Rhona no le pasó inadvertido.


Tras fulminarles con la mirada, se decidió a entrar.


Los tres adultos se encontraban allí hablando entre ellos, probablemente comentando sus planes sobre la operación que ocurriría dos días más tarde en algún lugar de la inmensa Tokio.


La mujer fue la primera en notar su presencia.


— Rhona, ¿necesitas algo?


— Quería preguntarles sobre quienes planean mandar a la reunión que padre ha convocado.


No era tonta, no se creía que no hubieran pensado en candidatos para esa labor antes de preguntarles a ellos.


— No te preocupes por eso —el agente Marshall hizo un gesto de despreocupación con la mano—, tú eres una de las que seguro va a ir. Eres la que mejor se ha apañado en los viajes a las fábricas, además de que que tu fuerza física y habilidad con las supertécnicas es superior a la de casi todos tus compañeros.


Ella hizo una leve reverencia.


— Muchas gracias.


— ¿Acaso querías sugerirnos a quienes quieres que vayan contigo? Me imagino que con Dylan, que ha sido tu compañero casi todo este tiempo, te sentirás más a gusto trabajando que con ningún otro.


— Y su desempeño tampoco está nada mal, y si alguien te supera con las supertécnicas ha demostrado ser él —agregó el agente Taylor.


— Mentiría si dijera que no lo considero mejor que el resto de nuestros compañeros. Le prefiero a él como aliado antes que a cualquier otro.


Los adultos asintieron, conformes con lo que había dicho.


— Entonces Dylan irá también, no tenemos a nadie mejor a quien elegir. ¿Alguna otra sugerencia?


La chica pareció replantearse su respuesta.


— Tal vez. Jordan ha recuperado su capacidad de usar supertécnicas.


— Al parecer fue buena idea pedirte que le ayudaras —sonrió la mujer—. ¿Consideras que está preparado para participar? Sabes que hay muchas posibilidades de que tengáis que teletransportaros en caso de emergencia para poder huir…


— Le veo capaz de hacerlo, eso no es lo que me preocupa.


— ¿Qué te inquieta, entonces?


— Como ya les dije hace un tiempo, desconfío de él, sospecho que nos oculta algo.


Los adultos se miraron entre ellos.


— Pero aún no sabes el qué —dijo acusativamente el agente Marshall.


A Rhona aquel tono no le gustó nada.


— Es irónico que a una adolescente le recriminen el no saber recabar información pero que ustedes, agentes con años de experiencia en su trabajo, dejen tan a su aire a alguien tan sospechoso como lo es Aquilina.


El agente abrió la boca para excusarse, pero se dio cuenta a tiempo que no tenían excusa y que cualquier cosa que dijese sonaría estúpida, así que prefirió callarse.


Se habían percatado poco antes de la ausencia de la hija de Schiller y habían decidido dejarla estar, después de todo, era su aliada.


Aunque había que reconocer que solo por su parentesco con el creador de la Alius no deberían dejarle tanta libertad.


— ¿A qué viene ese comentario? ¿La has visto haciendo algo sospechoso?


— ¿Irse a hurtadillas con Jordan cuenta como sospechoso?


Momento de silencio.


— ¿Han salido del edificio?


— Creo que sí.


Los agentes procedieron a salir de la sala, sin despachar ni dar explicaciones de ningún tipo a la chica.


Rhona dudó sobre lo que hacer.


Muy en el fondo deseaba que su presentimiento sobre Jordan fuera erróneo: que no fuese un traidor. Sería una auténtica lástima perder a alguien tan valioso y, además, a Dylan le partiría el corazón saber que su mejor amigo le había mentido.


Pero si ella tenía razón no podían permitir que el antiguo capitán estuviese a su aire.


Al final, se decidió a seguir al agente Taylor, dispuesta a averiguar la verdad.


**********


Torch y su equipo habían abandonado la Alius.


A pesar de las órdenes de Xavier no volvieron a aparecer por la base y, obviamente, no se supo nada de ellos a partir de su desaparición tras intentar enfrentarse al Raimon tres días atrás.


Así que del gran proyecto de Schiller —que había empezado con cinco equipos de once personas— solo quedaba el Génesis.


Xavier y Bellatrix no podían evitar notar lo fría y solitaria que era la base sin el resto de sus compañeros deambulando por ahí.


Se encontraban en el pasillo de las vidrieras, mirando desde las alturas lo que ocurría en la sala de la piedra Alius, que en aquellos momentos ya no desprendía su habitual brillo.


— Es una pena que Torch también se haya ido —dejó caer la chica, sin dejar de observar como el Raimon se enfrentaba a los robots guardias—. Ni él ni Gazelle parecían querer abandonar a padre, me pregunto por qué lo habrán hecho; no tenían remordimientos, así que… no sé que les ha pasado —reiteró, verdaderamente confusa.


El pelirrojo no contestó, aunque podría haberlo hecho.


Estaba al corriente de que habían robado información a Wyles justo la noche en la que Gazelle había escapado y, tras interrogar a varios miembros del Prominence tiempo atrás, también sabía que Torch había estado entrenando hasta tarde aquella noche.


Solo había tenido que atar cabos para darse cuenta de lo que había ocurrido, aunque aún se preguntaba qué era lo que podía haber averiguado Gazelle como para que tanto él como Torch huyeran de aquella forma tan apresurada justo cuando estaban a las puertas del gran final.


Sin embargo, si habían averiguado el destino final del Génesis no le extrañaba tanto; teniendo en cuenta lo que iba a hacer su padre con el equipo más fuerte que tenía en su poder era incluso más aterrador suponer que haría con el resto.


Fue entonces cuando recordó una de sus preocupaciones más recientes con respecto a su equipo: solo él sabía la verdad —gracias a husmear información clasificada sin que nadie lo supiera—, y debería compartir aquella información con sus compañeros para que no creyeran en unas falsas expectativas que se verían rotas en cuando terminara toda aquella pantomima de la Academia Alius y se dieran de bruces con la verdad.


Pero algo le detenía.


Si todo el Génesis salvo él mismo abandonaba la Alius… a su padre no le quedaría nada ni nadie.


— ¿Te ocurre algo, Xene? Últimamente estás demasiado serio y obediente; algo de lo que no me quejaría si no fuese porque sé que a ti te gusta demasiado escaquearte del trabajo.


— No, nada. Es solo que tengo muchas ganas de que nos enfrentemos ya al Raimon.


Bellatrix no lo dudaba, pero aquella no era la respuesta a la pregunta que le había hecho.


— Bueno, da igual. Después de todo… falta poco para que todo acabe, ¿verdad?


— ¿Te refieres a derrotar Raimon?


Ella rió.


— Sabes que no.


Hubo un momento de silencio.


— ¿Padre te ha dicho la verdad o lo has averiguado por tu cuenta? —acabó preguntando, con resignación.


— Los chicos y yo no aguantábamos más sin saber que era lo que padre quería de nosotros, y él no es muy comunicativo, precisamente.


— ¿Os vais a quedar hasta el final de todas formas? ¿No huís?


— Esto es lo mínimo que le debemos a padre por todo lo que ha hecho por nosotros, no vamos a dejarle en la estacada.


Xavier no consiguió alegrarse por esa decisión, se limitó a tomársela con naturalidad.


— Me parece bien.


— Qué frialdad. Ojalá siempre hubieras sido así —le guiñó el ojo antes de separarse de él.


— ¿No vas a terminar de ver cómo el Raimon vence a los robots?


— Prefiero marcharme ya, en nada empezará el partido y me gustaría estar preparada.


Cuando ella se marchó, Xavier dejó caer la cabeza, como si estuviese aguantando un gran peso sobre ella.


Sus nervios le estaban dando una mala pasada otra vez, pero para lo que le quedaba de libertad debía controlar el impulso de escapar.


Se lo debía a su padre, no tenía otra opción.


Nervioso, revolvió dentro del cuello de su camisa y sacó su siempre fiel colgante para mirar la foto que había en él, como solía hacer.


Isabelle, Jordan y él mismo en sus versiones infantiles una noche que no habían podido dormir y decidieron ponerse a jugar con el balón en el patio del orfanato. Buenos recuerdos que cada vez se le antojaban más lejanos pero que, a su vez, también le permitían escapar de sus preocupaciones diarias como si de un bote salvavidas se tratasen.


Se detuvo especialmente en la imagen de Jordan, deseando estar con él una última vez por muy egoísta que fuese aquel deseo, y notó cómo las lágrimas empezaban a caer por sus mejillas.


Se limpió la cara y alzó la mirada: debía seguir adelante.


En cuanto el Raimon terminó con aquel obstáculo insignificante que Schiller había insistido en poner en su camino, Xavier siguió el ejemplo de Bellatrix.


El enfrentamiento final tendría lugar en cualquier momento.


**********


Era de noche y las farolas alumbraban las calles, pero en aquel lugar recóndito la única luz que había era la de una pequeña bombilla que iluminaba únicamente la entrada a aquel local que por fuera parecía tan abandonado y viejo como la propia callejuela en la que se encontraba.


El hombre que velaba la puerta estaba atento a su alrededor, a la espera de algo… o de alguien.


Observó su reloj de pulsera y chasqueó la lengua.


Incómodo, miró al cubo de basura que se encontraba a escasos metros como si algo fuera a salir de él y volvió a mirar la hora.


Entonces, cinco figuras se asomaron por la esquina.


Aunque el hombre no fue capaz de distinguir sus caras sí que pudo darse cuenta de que eran dos adultos y tres jóvenes; todos vestidos de forma muy elegante, como si fueran a una reunión de negocios.


Se acercaron a él y, cuando la luz permitió identificar sus rostros, el fortachón dejó escapar un suspiro de alivio.


Sin embargo, la forma en la que se dirigió a ellos no era reflejo de sus sentimientos.


— Pensé que ya no llegabais —refunfuñó entre dientes.


La agente Marge, vestida con un precioso vestido gris ceniza y con su melena rubia recogida en un moño bastante coqueto, le contestó:


— Estamos a la hora, ¿no? No podíamos arriesgarnos a coincidir con los invitados de la hora anterior.


— Es mejor ser precavidos —el agente Taylor bajó el ala de uno de sus siempre fieles sombreros que, en aquella ocasión, iba a juego con el traje de gala que llevaba— ¿Qué hay de ti? ¿Te has encargado del anterior guardián y de los invitados que venían a nuestra hora?


El gigantesco hombre de piel oscura señaló con la cabeza el cubo de basura.


— Se están dando una pequeña siesta con los restos de la comida de alguien.


— ¿E-eso es legal? —se escuchó por lo bajo.


— No preguntes, Dylan —contestaron al unísono sus compañeros.


El adulto más bajito, aunque ignoró a los chicos para no prolongar la situación mucho más, no pudo evitar sonreír.


— Bueno, aquí tenéis las invitaciones falsas —el falso guardián les tendió unos papelitos con la foto de cada uno y nombres falsos.


— Gracias, jefe.


Dylan miró por encima del hombro la foto de sus compañeros, aparentemente no muy contento con la suya.


— ¿No podríais haber elegido a unos chicos más parecidos entre ellos? —miró a los más jóvenes con detenimiento; no coincidían si quiera en tonalidad de piel—. Lo siento mucho, pero no pasáis por una familia.


— Diremos que son adoptados.


— Está bien —suspiró ante la pobre excusa que pensaba poner su compañero—. Extended las manos para que os pueda poner el sello.


Rhona y Dylan fueron los primeros en obedecer, seguidos por los adultos. Cuando le tocó el turno al último adolescente el líder del Servicio Secreto arqueó una ceja con condescendencia.


— ¿Ocurre algo?


— Tenía entendido que hace un par de días apenas eras capaz de usar supertécnicas, ¿qué haces aquí, Jordan?


El chico de pelo verde no fue capaz de responder. Aunque todos los miembros del Servicio Secreto le imponían respeto, aquel hombre grande como un armario le daba aún más; se sentía intimidado por él.


El agente Taylor le puso una mano en el hombro e intercedió por él:


— No le hemos traído por gusto. Le hicimos una serie de pruebas antes de permitirle venir con nosotros y las superó todas de manera espectacular.


No mentía, Jordan había demostrado en aquellas pruebas mejores resultados que nunca. Algo que había sido una para sorpresa para todos, incluido él mismo, que no terminaba de entender el porqué de sus nuevas capacidades.


Al plantearle esta duda a Dylan, el chico pálido había hecho una comparación muy acertada acerca de aquella rápida e increíble recuperación. Según él, el poder del que se había visto privado su amigo era como el agua de un río y lo quiera que fuese lo que le había impedido usarlo era un montón de piedras que le habían prohibido el paso a aquel torrente que, sin ellas, hubiera seguido su camino normal hasta su desembocadura en el mar o en un lago. Al agua hacerse un hueco entre las rocas había conseguido desplazar estas últimas, volviendo a su flujo pero con una potencia aún mayor a la de antes debido a toda la que se había acumulado en aquel tiempo.


A ninguno de los dos chicos se le ocurrió qué podrían ser realmente esas hipotéticas piedras, pero a Jordan le había valido igual la teoría de Dylan.


El agente no demandó más explicaciones, se limitó a marcar la parte posterior de la mano del chico.


— Tened mucho cuidado.


Asintieron sin dudar, a sabiendas de que aquello no era un juego.


El hombre más bajito le tendió el brazo a su compañera, que no dudó en agarrarse a él, y avanzaron como si de una pareja se tratasen.


Dylan y Jordan se cercioraron de que las corbatas de sus trajes estuvieran bien colocadas —era la primera vez que vestían de una forma tan elegante y se sentían raros— mientras Rhona observaba cómo le sentaba aquel conjunto de chaqueta, camiseta de botones y pantalones de ejecutiva que tanto le había gustado desde que lo había visto por primera vez.


— ¿Estáis listos?


— Vamos —contestó Rhona en representación de los tres.


El hombre que no iba a participar en todo aquello les abrió la puerta, dándoles paso a una habitación claustrofóbica en todos los sentidos que lo único que tenía en ella eran un par de taciturnas lámparas de pared, que daban algo de luz a la estancia, y unas escaleras que bajaban a algún lugar.


Descendieron por ellas.


El recorrido de más de dos minutos para llegar a la planta de abajo consiguió que a Jordan se le revolviera el estómago a causa de los nervios. Cuando el día anterior le habían dicho a dónde irían no tenía ni idea de qué se encontrarían en aquel lugar ni por qué su padre había decido que aquel sitio cochambroso fuera el lugar de reunión para negociar con gente acaudalada; por muy ilegal que fuera, uno pensaría que sería preferible hacerla fuera de Japón y en lugar más confortable teniendo en cuenta el tipo de gente que eran los invitados.


Y, debido a este incongruencia, era por lo que el Servicio Secreto sospechaba que lo que se iba a ofertar en aquella reunión era la falsificación del meteorito. Schiller no podría sacar el mineral fuera del país porque el gobierno —ya enterado del plan secundario del creador de la Alius— había prohibido terminantemente que los pasajeros llevaran consigo piedras preciosas y tenía los aeropuertos y los puertos vigilados las veinticuatro horas del día por las fuerzas del orden para ayudar a evitarlo.


Jordan observó a los adultos, agradecido de que gente tan metódica y pragmática como ellos le hubieran permitido ser un infiltrado más en aquella misión teniendo en cuenta lo que les había ocultado hasta hacía apenas dos días atrás.


En efecto, tras que les descubrieran a él y a Aquilina hablando entre ellos, los agentes habían pedido explicaciones que Jordan no había tenido más opción que dar. Aquilina, por otra parte, se había negado a hablar sobre sus sospechas. Ella, a diferencia del chico, se pudo permitir aquello ya que el gobierno aún la necesitaba para guiar al Raimon y tampoco es que fuera tan sospechosa a ojos de los agentes como lo era el ex-capitán del Tormenta de Géminis.


Jordan había hablado de sus reuniones con Xavier y, obligado por la avalancha incesante de “¿por qués?”, también confesó la relación que los unía.


Los agentes habían sido clementes con él al darse cuenta de que no tenía más que ocultar, pero aún así el chico no se libró de un buen discurso acerca de sobreponer el bien común a los sentimientos de cada uno y de una regañina por haber dejado escapar tantas veces a un enemigo tan importante como lo era Xavier.


Y, aprovechando que ya era libre de expresar preocupación por su pareja sin miedo, había preguntado sobre su destino y el del resto del Génesis; obteniendo el silencio como respuesta.


Seguía enfadado con el Servicio Secreto por aquel detalle, ¿qué más les daba contarle la verdad?


Entonces, recordando vívidamente lo ocurrido aquellos últimos días, Jordan notó como alguien le acariciaba el hombro intentando animarle.


Era Rhona, que desde que el de pelo verde había contado la verdad era mucho menos seca con él.


— No te pongas nervioso, no estás solo en esto —susurró.


Él le agradeció el gesto con una sonrisa.


Bajaron los peldaños que quedaban, encontrándose con algo que —por lo menos Jordan, Dylan y Rhona— no se esperaban.


Allí, en el sótano de un edificio viejo y abandonado, había una kilométrica sala que era idéntica en diseño a la de un cine o un teatro… o a una combinación de ambos, ya que había un enorme escenario al fondo que contaba con una pantalla de plasma igual de grande en cuanto a lo largo se refería.


Había muchísimas personas que se encontraban en sus asientos, hablando con aquellos que tenían al lado, además de unos cuantos trabajadores velando las dos entradas —la que Jordan y compañía habían tomado y otra justo al lado cuya escalera parecía bajar horizontalmente— y atendiendo a sus clientes.


Uno se acerco a ellos.


— Muéstrenme el sello y la invitación, por favor.


Obedecieron.


— Sean bienvenidos, esperamos que disfruten de esta noche —dijo tras devolverles el carnét que acreditaba sus identidades—. Aún no va a empezar el evento principal, por lo que son libres de ir a otras estancias como el casino, el restaurante o la sala de muestras.


— Muchas gracias por la guía —la mujer jaló sutilmente de su compañero, deseando inspeccionar más a fondo aquel lugar.


— Disculpe… ¿qué puerta lleva a la sala de muestras? —preguntó Jordan.


— Las de la izquierda; las de la derecha llevan al casino y al restaurante respectivamente —las señaló para dejarle claro su ubicación.


El de la melena hizo una leve reverencia de agradecimiento antes de reunirse con sus compañeros, que se habían adelantado por el pasillo central olvidándose de él.


Cuando avanzó se dio cuenta de que justo encima de las entradas había otra planta que también estaba a reventar de sillas de terciopelo rojo, y aquel detalle fue lo que terminó de convencer a Jordan para etiquetar aquella sala como un teatro.


Los adultos se sentaron en una de las sillas más alejadas al escenario, cerca del pasillo, haciéndoles un gesto para que se acomodaran con ellos.


Rhona se sentó al lado del hombre del sombrero mientras que los dos chicos de la mujer.


Pasaron unos minutos incómodos en el que los más jóvenes no supieron cómo actuar. Deberían empezar a buscar, pero que los que estaban a cargo de ellos no dijeran nada les hacía dudar sobre qué hacer.


De repente, la agente les tendió algo de dinero a cada uno.


— Entreteneos un rato, esto va a ser largo.


— ¿Tendríamos que volver a una hora en concreto o tenemos vía libre?


— A la que queráis, pero procurad no separaros.


Los tres asintieron enérgicamente antes de levantarse y marcharse de allí.


Los adultos se quedaron solos y, tras un breve momento de silencio, empezaron a comentar las impresiones generales y obvias que tenían de aquel lugar.


— ¿Te has dado cuenta de que hay cámaras y televisiones por todas partes? Me pregunto si también habrán en lugares como el casino…


Su compañera le miró de reojo.


— Sí, y es muy extraño teniendo en cuenta que también hay en el escenario —miró la gran pantalla de plasma que justo encima tenía una cámara que observaba al público—. Está claro que esto no tiene nada que ver con la piedra, sino con… —dejó que el silencio diese a entender por sí solo lo que quería decir.


— No nos sonáis de nada, jovencitos. ¿quienes se supone que sois?—preguntó una tercera persona, sorprendiéndolos.


Los agentes se giraron, encontrándose de frente con una pareja que los miraba con aire de superioridad.


— Déjalos, cariño. Está claro que solo han sido invitados para pujar por los artículos que el buen Wyles pretende vender como gangas.


— La verdad es que no nos han informado demasiado sobre este evento —mintió el agente—, sería todo un detalle si pudieran explicarnos qué es exactamente lo que va a ocurrir para competir justamente por las mercancías —hizo un gesto invitándoles a sentarse a su lado.


Sus interlocutores dudaron sobre lo que hacer.


— Si quieren hablar lo mejor sería ir al casino a tomar unas copas y apostar.


Taylor y Marge se dirigieron una mirada de circunstancias.


Más valía que los chicos encontrasen el mineral o que las pistas sobre lo que iba a ocurrir aquella noche fueran ciertas y, por ende, pudieran detener a todos los allí presentes y confiscar el dinero recaudado por Schiller aquella noche.


Ambos sabían que si el dinero que gastasen no era recuperado al final de la velada, les descontarían el mismo importe de sus nóminas…


**********


A Xavier aún le dolía la conversación que había mantenido con su hermana media hora antes.


Como el equipo del Raimon estaba delante mientras hablaban, había tenido que decir en voz alta la mentira que su padre le había contado años atrás en vez de ser sincero con Aquilina y contarle que sabía la verdad y lo que sentía al respecto. Hubiera deseado que fuese posible, pero no pensaba poner en evidencia a su padre contándole aquello a unos desconocidos por mucho que tuviera ganas de desahogarse.


En aquellos momentos estaban en su campo de entrenamiento, esperando al Raimon y compañía.


Los focos le estaban haciendo daño en los ojos, aunque ya se estaba acostumbrando a ello, y su cuerpo se estaba empezando a entumecer de estar tanto rato en la misma postura con los músculos tensos.


— Están llegando —dijo su padre.


Xavier alzó la mirada, aguantando como podía las ganas de cerrar totalmente los ojos conformándose con mantenerlos entrecerrados.


Tan pronto Aquilina puso un pie en la sala, las cámaras que se encontraban desperdigas por todas partes empezaron a retransmitir.


**********


— ¡Vendido a la señorita del número catorce! Esperamos que usufructúe esta pieza digna del mayor de los coleccionistas.


Los aplausos sucedieron a las palabras que aquel hombre había pronunciado con orgullo, como si lo que acababa de vender fuera una obra hecha por él mismo.


La sala de muestras era algo más pequeña que el teatro, pero tenía también más gente, sobre todo adultos que habían ido allí para pujar por los productos extraños que se ofertaban en las vitrinas y en el pequeño escenario.


Rhona, Dylan y Jordan habían encontrado sin demasiado esfuerzo una puerta que bien podría llevarles a un almacén dónde rebuscar a gusto. Sin embargo, tenían el contratiempo de que la entrada estaba estrictamente vigilada y que cada dos por tres trabajadores salían de ella con algunos objetos que no estaban a la vista de los compradores.


Rhona chasqueó la lengua, molesta.


— Tenemos el mismo problema que si hubiésemos decidido intentar colarnos por la puerta del escenario principal.


— E-encima no podemos usar supertécnicas, lla-llamaríamos mucho la a-atención…


Jordan no los escuchaba, estaba demasiado atento a lo que estaban sacando en aquellos momentos.


Cuando se dio cuenta de lo que era dejó escapar un gemido ahogado que llamó la atención de sus compañeros.


Hasta aquel momento los objetos a subasta habían sido armas de último modelo y aparatos raros que ninguno de ellos sabía lo que eran y que el subastador no se había molestado en explicar.


Pero en aquella ocasión era diferente.


La caja de vidrio que se bamboleaba en el carrito que el hombre llevaba consigo tenía en su interior una tarántula de varios colores, de unos treinta centímetros, peluda y con unas patas que incrementaban su tamaño y resultaban espeluznantes; no era un animal que los chicos hubieran visto nunca, ni siquiera en libros.


— ¿Qué cojones…? —Rhona no pudo evitar mostrar su sorpresa, pero la potente voz del hombre que presentaba los productos la interrumpió.


— Damas y caballeros, esta araña creada tras muchísimos intentos de juntar a la más venenosa y a la más grande de su especie es una gran oferta del Sr. Wyles para los invitados de esta noche —señaló al animal—. Su picadura es capaz de matar a un ser humano adulto en menos de dos minutos y su veneno mezclado con ciertos químicos (cuyos nombres daremos al ganador de la apuesta) resulta en un ácido capaz de derretir piel y huesos en cuestión de segundos. Es toda una máquina de matar hecha para casos más personales que bélicos que seguro que a más de uno de ustedes les interesa...


Los susurros se extendieron entre la multitud.


— ¿Es cierto que es capaz de matar a un ser humano tan rápido tras picarlo? —se hizo oír un caballero.


— Obviamente tenemos pruebas que lo corroboran.


Tras decir esto, se agachó y rebuscó debajo de su atril para, pocos segundos después, sacar un mando a distancia.


Apuntó a la gran televisión que se encontraba en un extremo de la habitación, lo suficientemente lejos como para obligar a buena parte público a moverse.


Los chicos —que no podían aprovechar aquella oportunidad para colarse en la puerta de personal porque seguía igual de vigilada— también fueron a ver lo que iban a mostrar.


Sin venir a cuento, imágenes de un hombre semidesnudo atado concienzudamente a una camilla de morgue en posición vertical, hicieron que los adolescentes se quedaran congelados en el sitio.


El cautivo estaba en una habitación oscura, alumbrado únicamente por una pequeña lámpara que se encontraba en una mesita de operaciones cerca suya, y se retorcía en todas direcciones mientras gritaba cosas que nadie pudo entender debido a que le habían puesto cinta adhesiva en la boca.


Fue entonces cuando la araña, aparentemente salida de ninguna parte, empezó a subirle por la pierna.


Rhona fue la primera en entender lo que iba a pasar a continuación.


— ¡No miréis!


Jordan consiguió apartar la mirada pero Dylan parecía hipnotizado por la pantalla.


La chica se abalanzó sobre él y le obligó a girarse en su dirección, agarrándole con fuerza de los antebrazos.


Dylan sintió cómo los músculos le ardían de dolor y, tras unos segundos en los que la cara seria de Rhona le intimidó demasiado como para quejarse, sacó fuerzas para gemir:


— Rhona… M-me es-estás haciendo daño…


No era para menos, su amiga le estaba agarrando con muchísima fuerza; si seguía así le acabaría dejando la marca de los dedos.


Aquellas palabras parecieron hacerla reaccionar.


— Lo siento mucho —se apresuró a soltarle, visiblemente afectada.


Los chicos no se dieron cuenta debido a su estado, pero no habían sido los únicos a los que les había sentado mal aquellas imágenes. A buena parte del público le había ocurrido lo mismo que a Dylan y eran incapaces de despegar sus aterrados ojos; otros tantos habían salido de la sala con malas caras —ya fuesen de terror o de asco—; y unos pocos de los que aguantaban la dureza de lo que veían, parecían muy incómodos.


— Ahora mostraremos el proceso de extracción del veneno y cómo actúa cuando se convierte en ácido —dijo el subastador, sin darse cuenta de lo que ocurría entre el público.


— ¡No! —Jordan estaba al borde de las lágrimas, nunca se hubiera esperado que alguien mostrara con tanta impunidad algo tan horrible.


Justo cuando el hombre pulsó el botón que daría entrada al siguiente vídeo, el aparato se apagó.


Pronto la multitud se hizo escuchar:


— ¿Qué ocurre?


— ¿Un apagón?


— ¡No seas tonta! ¿No ves que no se han apagado las luces?


La televisión volvió a encenderse y en aquella ocasión mostraba un campo de fútbol… en cuyo centro se encontraban Schiller, el Génesis, los dos entrenadores que había tenido el Raimon, el propio equipo del Raimon y el agente de policía Smith (al que Jordan y Dylan no habían vuelto a ver desde aquel día en el que el Servicio Secreto había ido a buscarles al hospital de Kioto).


La cámara debía estar fuera del área de juego, ya que se podía ver la zona entera, pero no tan lejos como para que los protagonistas de aquella escena se vieran diminutos o fueran inaudibles para aquellos que los observaban a muchísimos kilómetros de distancia.


— Bienvenidos, señores del gobierno —saludó el anciano—. Disculpen la espera.


En aquellos momentos toda la instalación subterránea estaba emitiendo el directo: el teatro ya se encontraba lleno de gente que prestaba plena atención a las palabras de Schiller; en el casino los dos agentes habían verificado cual era el plato fuerte de aquella noche y se encontraban llamando a sus compañeros para que prepararan patrullas para detener a todos los allí presentes una vez terminara el “espectáculo”; y en la sala dónde estaban Jordan, Rhona y Dylan buena parte de los adultos se acomodaron en los sofás que se encontraban alrededor de la televisión, aquella vez sí que dispuestos a estar un buen rato atentos a la pantalla.


— ¡Permítanme que les presente nuestra última creación! El arma más reciente del Grupo Schiller —se giró hacia el equipo de Xavier y Bellatrix— Los guerreros definitivos… Les presento… ¡al equipo Génesis!


¿Creación? ¿Guerreros definitivos? Aquellas palabras se grabaron a fuego en la cabeza de Jordan, que escuchaba anonadado a su padre.


— Son el equipo más potente de la Academia Alius, con mucha diferencia… ¡Son auténticas armas de combate! Y ahora comprobarán su magnífico poder con sus propios ojos… ¡Podrán ver en directo el partido que librarán contra el equipo del Instituto Raimon!


En la sala de muestras se empezaron a oír comentarios despectivos.


— ¿Esos niños armas de combate? —dijo un hombre, de no más de veinticinco años, que se encontraba sentado de forma arrogante, con los brazos extendidos sobre el respaldo del sofá y las piernas abiertas de par en par—. Tiene que estar bromeando…


— Pero se van a enfrentar contra el Raimon, y ya sabes lo famosos que se han hecho últimamente y por qué —le comentó otro joven que se encontraba no muy lejos de él.


— No te lo niego, pero aún así los del Génesis no parecen una gran cosa. Las únicas por las que daría un duro sería por las chicas… Sobretodo por el bellezón de pelo azul.


—Ahí te tengo que dar la razón —coreó el otro con una carcajada.


Jordan se mordió la lengua, literalmente, evitando así ponerse a insultar a los dos adultos que habían mantenido aquella asquerosa conversación.


Pero pronto otros susurros llamaron su atención:


— Ese viejo está senil. Menos mal que ha puesto tan ridículamente baratos los productos que de verdad valen la pena.


— ¿Tanto espectáculo para esto? Yo pensaba que los soldados definitivos, a parte de contar con el poder del afamado meteorito Alius, serían adultos con experiencia militar… O por lo menos que habrían matado alguna vez.


— El capitán es el pelirrojo ¿verdad? Da muchísima grima, parece que nunca le haya dado el sol de lo paliducho que está. Ese no ha puesto pie en una guerra en su vida; dudo incluso de que lo hayan dejado salir si quiera de su jaula alguna vez.


— Qué lamentable. Que nos hayamos reunido aquí para ver un partido de fútbol para niños...


— No los demos por perdidos todavía, si salen baratos aún podemos revenderlos a buen precio.


Dylan consiguió que su asqueado amigo ignorara a la gente sacudiéndole el brazo.


— M-mira —le hizo un gesto con la cabeza para que se centrara en lo realmente importante.


Con una fuerza inhumana ignoró a aquellos ricachones que tan nervioso habían conseguido ponerle.


Justo en aquel momento, Aquilina se acercó a su padre.


— ¡Padre! ¡Deja de usar la Piedra Alius con los niños! ¡Antes tú no eras así! ¡Jamás habrías sacrificado a los niños del jardín de infancia Don Sol de esta manera!


— ¿Sacrificado? —preguntó como si su hija le hubiera dicho algo muy extraño—. ¡¿De qué estás hablando?! Estos chicos le deben su inmenso poder precisamente a la Piedra y a nada más.


— ¡Te equivocas! ¡Fíjate en el Raimon! ¡Ellos han conseguido mejorar sin la ayuda de algo similar!


El anciano rió suavemente.


— No. La equivocada eres tú, hija mía. El Raimon también le debe su fuerza a la Piedra Alius. —A pesar de la cara de horror que había puesto Aquilina, él siguió hablando como si estuvieran comentando el tiempo—: Tu equipo se ha hecho más fuerte porque debía derrotar a la Academia Alius. Al final tú has hecho lo mismo que yo. La única diferencia ha sido el método.


Lina parecía acorralada, aunque el último argumento —y en general el giro que había dado aquella discusión— le parecía ridículo a Jordan.


— Puede que sea verdad… ¡Aún así, crear superhumanos con la Piedra Alius es una barbaridad! ¡Tuve que entrenar al Raimon para detenerte!


— Veo que sigues sin darte cuenta… Podría haberte detenido cuando hubiese querido, Aquilina. No obstante, necesitaba que entrenaras al Raimon para que se convirtieran en unos adversarios dignos del Génesis.


— ¿Qué? —consiguió gesticular ella a duras penas.


— El Raimon consiguió mucha fama tras derrotar al Tormenta de Géminis y al Épsilon. ¡Si el Génesis derrota al Raimon, su valor en el mercado subirá como la espuma!


La dura voz de Rhona a su lado hizo que el antiguo capitán del primer equipo mencionado por Schiller perdiera el hilo de la escena:


— Suficiente.


Fue entonces cuando Jordan se dio cuenta de que los sentimientos de sus compañeros ante aquellas palabras eran los mismos que los suyos: Dylan observaba indignado a Schiller mientras que Rhona tenía lágrimas de rabia asomando de sus ojos negros —algo que resultaba muy extraño en ella teniendo en cuenta su personalidad, pero que también era comprensible sabiendo que se había criado con Schiller al igual que Jordan— y apretaba con fuerza los puños, conteniendo las ganas de emprenderla a puñetazos con lo que tuviera más cerca.


Sin decir una sola palabra, la chica de pelo rosa fue directa hasta la puerta por la que pretendían colarse.


Sus compañeros se dieron cuenta inmediatamente por su lenguaje corporal de qué era lo que pretendía hacer, pero no la detuvieron.


El guardia la observó de arriba a abajo antes de preguntar:


— ¿Qué le ocurre, señorita?


En un pestañeo, la chica alzó la pierna y dirigió su pie a toda velocidad contra la cabeza del hombre.


Como si fuese un simple leño, el hombre cayó al suelo con un ruido sordo: se había desmayado inmediatamente a causa del golpe.


Jordan y Dylan se acercaron al guardia y lo arrastraron detrás de una vitrina no muy lejos de donde estaban.


El moreno observó a su alrededor, comprobando si alguien los había visto.


El subastador, aunque no se hubiera movido de su sitio, estaba tan atento a la televisión como el público: nadie parecía haberse dado cuenta de lo ocurrido.


Y entonces se le ocurrió una idea que, tal vez por lo que ocurría a su alrededor, se le antojó divertida.


Dylan volvía al lado de Rhona, deseando marcharse de allí lo antes posible, cuando se dio cuenta de que amigo no lo seguía.


Fue hacia él y tiró de su chaqueta, pero Jordan no le hizo caso.


— Jordan, ¿qué es-estás…?


Se detuvo a mitad de pregunta, paralizado.


El moreno tenía una sonrisa tétrica y muy fuera de lugar iluminando su rostro; una sonrisa como la que Janus lucía cuando hacía algo cruel y disfrutaba de ello.


Se apartó un poco de él, teniendo flashbacks de su época en el Tormenta de Géminis.


Sin contar con sus compañeros —y sin darse cuenta de la reacción de Dylan— Jordan cogió la pequeña linterna que el guardia tenía atada a su cinto y la lanzó con precisión contra la jaula de la araña. Esta no se rompió por estar hecha de vidrio en vez de cristal, pero el impulso del golpe hizo que se moviera levemente el carrito en el que se encontraba… acercándose un poco más al subastador.


El hombre se dio la vuelta tras escuchar golpe y el cercano ruido de las ruedas al moverse, y gritó instintivamente al ver al animal — enganchado en la pared de la jaula que daba para él— tan cerca suya.


Pronto se formó el caos.


Aquel susto había generado el miedo a que la araña se hubiera escapado. La gente empezó a correr, espantada, hacia la puerta que llevaba al teatro gritando de terror y dándose empujones entre ellos.


Rhona abrió la puerta y les apresuró a entrar, mirando a Jordan con resignación.


Ninguno de ellos pensaba volver la vista atrás, estaban seguros de lo que tenían que hacer y no querían pasar más tiempo escuchando a Schiller ni compartiendo espacio con aquella gente que, a sus ojos, no eran más que cerdos deseosos de ser cebados con la basura que era el exceso de poder.


Pero Jordan no pudo evitar recular para ver el rostro del chico al que amaba, cuyos siempre armoniosos y tranquilos rasgos estaban tensos y sus brillantes ojos verdes ya no tenían la chispa alegre que tanto le gustaban.


Parecía mentira que luciese tan solitario y triste cuando estaba rodeado de gente a la que quería tanto.


Entonces, el de melena verde decidió que si el Raimon no ganaba aquel partido él no pensaba dejar las cosas estar. No iba a permitir que hicieran daño o manipularan a los chicos del Génesis, mucho menos a Xavier; haría lo que fuera para evitarlo, aunque tuviesen que rodar cabezas y su amado le tachase de egoísta por ignorar su deseo expreso de obedecer hasta última instancia a Schiller.


A aquellas alturas la moralidad no le resultaba tan importante como su sueño de ver a sus seres queridos felices de una vez por todas.


**********


El pasillo, igual que todo en aquel lugar, era más amplio de lo que se podía esperar de un edificio como aquel.


Los tres chicos avanzaban con sigilo, evitando encontrarse de frente con los trabajadores que se encontraban por allí, y usando su capacidad de teletransportarse siempre que creían que corrían peligro de ser descubiertos.


En su camino se habían encontrado con numerosas puertas, similares a las que se solían usar para los garajes, que llevaban a pequeños almacenes que, por desgracia, no tenían nada que ver con su misión principal en aquel lugar.


Sin decir nada en ningún momento, siguieron la rutina de avanzar y registrar toda habitación que se encontraban hasta que llegaron al final del camino: una sala grande que parecía un almacén comercial.


No se podía ver el final de la estancia debido a los innumerables contenedores que estaban en el camino; entre estos había estrechos pasillos con un montón de cajas industriales de madera y armas sueltas desparramadas de cualquier manera en un curioso orden que alguien que no contase con un listado como guía sería incapaz de entender; además, el elevado techo contaba con la única y febril iluminación de unas bombillas de globo que hacían el ambiente desagradable.


— ¿Se puede saber que pretendía hacer padre con tantas cosas? Es imposible que esta noche venda si quiera la mitad de todo lo que tiene aquí…


Dylan, ignorándola, oteó a su alrededor.


— El que adelante no mira atrás se queda —respondió Jordan—. Es probable que esté haciendo planes a futuro y, si ese es el caso, puede querer hacer frecuente el hacer apuestas. El dinero no deja de ser dinero.


— ¿C-creéis que la fal-falsificaión esté aquí?


Un escalofrío recorrió la espalda de Jordan.


— No puede ser —negó con la cabeza, abrumado por la cantidad de trabajo que supondría registrar de arriba a abajo todo aquel lugar.


— Es una posibilidad —le contradijo la de pelo rosa—, sobre todo si la han roto en pedazos para poder transportala con mayor facilidad y vender más. —El rostro del moreno perdió color al escucharla—. Pero no hay manera de que podamos buscar solos, lo mejor sería volver con Marge y Taylor por el momento y contarles lo que hemos encontrado.


Los dos varones no tuvieron nada en contra de aquel plan, por mucha rabia que les diera sabían que no podían hacerse cargo de aquella situación ellos solos.


Dylan se adelantó un poco a sus compañeros —que aún miraban al lugar que iban a dejar atrás, deseando tener una opción viable que les permitiera marcharse de allí con su objetivo cumplido— y procedió a abrir la puerta que les llevaría por dónde habían venido.


Pero, desde el otro lado, alguien se le adelantó.


Justo en aquel momento dos hombres entraron en el almacén, encontrándose de frente con el chico tartamudo.


Dylan entrecruzó miradas con el primero de los adultos, incapaz de decir una palabra; aquel encuentro repentino le había dejado totalmente en blanco.


Los adultos, también sorprendidos de verlos allí, reaccionaron antes que el adolescente. Uno de ellos se llevó la mano al cinturón y se puso rápidamente en contacto con seguridad mientras el otro se acercó al chico, que al darse cuenta de lo que quería hacer retrocedió poco a poco.


Jordan no tardó demasiado en darse cuenta de en la situación en la que estaban.


— ¡Dylan! ¡Escapa! —gritó dejándose la garganta, con la esperanza de que no solo su amigo reaccionara, sino también Rhona.


El de pelo verde se avalanzó contra la puerta mientras se preparaba para teletransportarse antes de que los adultos le impidieran el paso. Sin embargo, no contó con que los trabajadores de Schiller y Wyles tendrían un as bajo la manga.


— ¡Zona de seguridad!


Una supertécnica.


Se detuvo como si alguien le hubiera clavado contra el piso, literalmente.


Una sombra negra se había creado bajo sus pies, prohibiéndole avanzar, y unos haces de luz parecidos a carpetas se alzaban alrededor de él negándole la posibilidad de ver más allá.


Cerró los ojos, a sabiendas de que lo que iba a ocurrir a continuación iba a doler.


Pero el dolor nunca llegó, en su lugar notó como alguien se abalanzaba sobre él, sacándole de la zona peligro.


No pudo evitar gritar de dolor cuando sus huesos dieron contra el suelo.


Rhona cayó cerca de él y se levantó sin más preámbulos, incapaz de creerse que se hubieran salvado de aquello.


— ¡No te quedes ahí! —exclamaba mientras tiraba de él para que también se incorporara— ¡Corre! ¡Corre!


No había forma de enfrentarse a los trabajadores si estos tenían supertécnicas, así que los tres huyeron en dirección al laberinto de contenedores como una exhalación.


Los hombres no se quedaron quietos, fueron detrás de ellos.


Jadeante y con el corazón yéndole a mil por hora, Jordan intentó a seguir a sus compañeros en todo momento, pero los hombres —gracias a sus supertécnicas— conseguían seguirles la pista saltando encima de los contenedores con pasmosa facilidad.


No les quedaba más remedio que separarse y huir por diferentes caminos si querían que al menos uno de ellos tuviera la oportunidad de escapar y avisar al Servicio Secreto.


Cuando se dieron cuenta de este hecho, cruzaron miradas disgustadas; no querían separarse, aunque tampoco es que tuvieran un gran abanico de opciones.


Rhona fue la primera en ir por su lado, abrió un agujero de gusano en su camino y desapareció por él no sin antes dirigirle una sonrisa tranquilizadora y llena de confianza a un asustado Dylan.


Jordan frenó de bruces y corrió hasta un camino especialmente pequeño entre dos containers, medianamente cubierto de las agudas miradas de sus perseguidores, seguido de un sudoroso Dylan.


El moreno se agarró de las rodillas, recuperando el aliento perdido tras aquella maratón.


— Jordan…


— Rhona ha sido inteligente, nosotros también debemos separarnos.


Dylan sufrió un pequeño espasmo debido al escalofrío que le recorrió la espalda.


— N-no quiero ir-irme sin ti —declaró con una seguridad que contrastaba claramente con sus tartamudeos.


— No tenemos opción, Dylan.


El otro negó efusivamente con la cabeza.


— Vayamos j-juntos a por Rhona, no de-deberíamos haberla dejado irse s-sola.


Jordan se dio cuenta entonces de que por mucho que le rogara a su amigo que se fuera solo, este no lo iba a hacer: si algo había aprendido en base a la experiencia era que una vez Dylan decidía algo era imposible hacerle cambiar de opinión.


Le agarró de los hombros y le acercó a él, estrechándole entre sus brazos.


— Cabezota —rió.


En cualquier otro momento a Dylan no le hubiera importado devolver aquel arranque de cariño, pero en aquella situación tenía los nervios a flor de piel y estaba preocupado por la recién desaparecida Rhona.


Se zafó con rudeza del agarre de su amigo.


— ¿Qué te pa-pasa? T-tenemos que darnos p-prisa.


— Lo sé —le dirigió una mirada llena de cariño.


Un haz de luz a la espalda del más bajito de los dos iluminó levemente aquel rincón del almacén.


Dylan comprendió perfectamente lo que había hecho su amigo, pero aún así no le dio tiempo a hacer nada para evitarlo.


En menos de un pestañeo, Jordan empujó al menor contra el portal.


— Huye —sonrió a su mejor amigo antes de que este, visiblemente aterrado, acabara en un punto lo suficientemente lejano como para que no le diera tiempo a volver a por él antes de que se marchase de allí.


El sonido de unas pisadas sobre el contrachapado del container le sacaron violentamente del momento.


Uno de los hombres le mirada desde arriba y ya estaba preparando una técnica que Jordan no pensaba averiguar cuál era.


— Te tenemos.


— No des por vendida la piel antes de matar al conejo.


En un rápido movimiento por su parte creó un portal que lo llevó unos cuantos metros más allá y empezó a correr como si la vida le fuera en ello.


A pesar de desplazarse con envidiable fluidez por el lugar, pronto se dio cuenta de que ya no estaba siendo perseguido por uno de los hombres, sino por tres. Los refuerzos habían llegado antes de lo que se esperaba.


Desesperado, se coló por una pequeña abertura entre dos contenedores. Apenas cabía, pero debía intentar que los hombres de Wyles le perdieran la pista cuanto antes.


La sensación de opresión y el pánico de no poder escapar de allí se hicieron muy reales en el momento en el que su cuerpo se negó a continuar avanzando a pesar de que quedaba muy poca distancia para escapar.


Entre gemidos de angustia consiguió hacer un último esfuerzo para salir, cayendo de bruces contra el suelo.


Había llegado al lado opuesto del que había entrado y, justo en frente de él, una puerta se ofrecía a ser su vía de escape.


Sin pensarlo dos veces, se avalanzó sobre ella y corrió por el nuevo pasillo que se abría ante él, similar al que había recorrido para llegar hasta allí pero con unas pequeñas diferencias que mataron su esperanza de que su sentido de la orientación le hubiese jugado una mala pasada y estuviese volviendo sobre sus pasos.


Lo que Jordan nunca llegaría a saber era que sus perseguidores observaban impasibles cómo salía del almacén, a sabiendas de que no valía la pena seguirlo al sitio al que se dirigía.


Ignorando el hecho de que se les había escapado uno de los polizones, dieron la vuelta en busca de los otros dos chicos que aún podían ser una amenaza para ellos.


El antiguo capitán del Tormenta de Géminis corrió por el pasillo a pesar de que intuía que ya no había peligro, encontrándose con la única salida (¿o entrada a otro lugar?) del corredor en frente de él.


Cuando atravesó el marco, una luz granate le dejó totalmente ciego y desorientado.


Se tapó instintivamente con el brazo para que sus retinas no sufrieran más daño hasta que se sintió preparado de nuevo para mirar a su alrededor.


Craso error, era imposible adaptarse a aquel insufrible rojo.


Intentaba salir de aquel horrible sitio buscando a tientas la puerta, incapaz de aguantar permanecer allí un minuto más, cuando una risa que conocía bastante bien le taladró los oídos.


Aterrado, intentó abrir de nuevo los ojos… recibiendo un golpe en las costillas.


Cayó de rodillas, loco de dolor pero incapaz de gritar porque se había quedado sin aire en los pulmones.


Alzó la cabeza para mirar con odio a la persona que le había hecho aquello, aunque su sentimiento de repudio se transformó inmediatamente en miedo al reconocer definitivamente a su atacante.


Un golpe más en la sien le dejó fuera de combate, indefenso ante quien había estado esperando por él y su equipo desde antes de que supieran si quiera que aquel iba a ser el destino final de su aventura.


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