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Querido amigo por Cris fanfics

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Durante la cena no vi en ningún momento a Dylan. Eso me preocupó bastante, ya que le había dicho a qué hora se empezaba a preparar la comida, así que dudaba que se le hubiese ido el tiempo.

Tal vez simplemente no tuviese hambre.

En ese momento el inoportuno recuerdo de su complexión escuálida vino a mi mente. Zarandeé la cabeza, intentando olvidar esa imagen.

— ¿Estás bien, Jordan? Normalmente hablas por los codos, pero hoy has estado prácticamente toda la cena callado.

Como de costumbre, compartía mesa con Isabelle y Xavier. Pero en aquella ocasión no podía centrarme en tener alguna conversación con ellos; Dylan tenía ocupada mi mente, de veras que estaba preocupado por él.

Y así se lo hice saber a Isabelle.

— Tal vez deberíamos ir a su cuarto. Puede que no se haya dado cuenta de la hora.

— O tal vez solo quiera estar tranquilo —dijo Xavier—. Si ese es el caso mejor que lo dejemos solo. Además, Jordan, ¿padre no te había dicho que quería reunirse contigo en su despacho? Tal vez sea para hablarte de él.

— Sí, voy a ir a verle. No sirve de nada que me coma la cabeza cuando puede que padre me despeje las dudas. Pero, Xavier, ¿me harías un favor?

— Sí, claro.

— ¿Podrías controlar si Dylan viene a cenar?

— De acuerdo. Procuraré estar atento. Luego hablamos.

— Buenas noches, Jordan.

— Buenas noches, Isabelle. A ver si mañana consigo convencer a Dylan para que juegue con vosotros un partido —le guiñé el ojo.

— Si es un buen jugador, yo encantada —sonrió ella.

**********

Toqué la puerta del despacho, esperando que padre no se hubiera olvidado de que me había citado y que me dejase pasar.

— ¡Adelante!

Cuando entré en la habitación estaba poniendo sobre la mesa un montón de sobres. Parecía ocupado.

— ¿Qué tal hoy con el nuevo?

— Es un poco raro — le contesté con sinceridad.

— No te preocupes, seguro que con el tiempo no te resultará tan extraño. No es mal chico, solo es muy tímido, le puse a tu cargo porque creo que podrías llevarte muy bien con él.

— ¿Quería hablarme sobre Dylan?

Padre parecía sorprendido por mi pregunta.

— No. No te había llamado para eso, Jordan.

— Perdón, pensé que quería… ya sabe… decirme algo sobre él.

— No creo que necesites que te cuente nada. Lo único que te podría interesar es que es tímido y necesita tiempo para integrarse, como todos, pero eso ya lo sabes.

— Entonces, ¿por qué quería hablar conmigo?

Él me ignoró y empezó a buscar entre los sobres que le había visto apilar cuando entré en el despacho.

Tragué saliva, empezando a intuir para lo que me había llamado.

Tras rato de espera, apartó uno de los sobres del montón.

— ¿Sabes lo que es esto?

Miré con preocupación lo que me había tendido.

«Expediente de Jordan Greenway».

— ¿Por qué…?

— Creo que ya eres lo suficiente maduro como para que sepas la verdad. Pero no te voy a obligar a que lo leas; te lo doy para que lo abras cuando consideres oportuno.

No quise hablar más. Sabía perfectamente lo que encontraría dentro de mi expediente pero, en el fondo, no estaba seguro de querer saber más del tema.

Le dí las gracias a padre y me marché directo a mi cuarto, abrazando el sobre contra mi pecho.

**********

Xavier me había confirmado que Dylan no había pasado por el comedor, así que a la mañana siguiente decidí levantarme un poco antes e ir yo mismo a despertarle para que no se saltara el desayuno.

Iba a tocar la puerta cuando un sollozo salió del interior de la habitación.

Dudé un poco entre dejarlo estar e irme o aporrear la puerta hasta que Dylan me abriera.

Me acabé decantando por una solución que no fuera tan extrema.

— Dylan, soy yo, Jordan, el chico de ayer. ¿Estás bien?

No me respondió.

— Comprendo que no quieras hablar conmigo pero, por favor, dime algo para saber que todo va bien.

Cuando parecía que no iba a recibir respuesta, la puerta se abrió.

Salvo por los ojos rojos y llorosos estaba exactamente igual que el día anterior, no se había cambiado de ropa siquiera.

— ¿Qué haces así? ¿No te has aseado en todo el tiempo que llevas aquí? —me escandalicé al notar el mal olor que provenía de él.

— N-no.

— Vamos, prepara tus cosas que te acompaño —dije entrando en su habitación.

— N-no, espera.

Me detuve en seco para mirarle, tenía la voz llorosa.

— ¿Qué pasa?

— No me he du-duchado porque… no t-tengo más r-ropa.

Me quedé clavado en el sitio.

— ¿Cómo que no? Si no trajiste nada padre debe de haberte dado algo.

— E-el anciano m-me dijo que me daría co-cosas a la noche. Pe-pero na-nadie vino.

— No fuiste ayer a cenar porque te daba vergüenza estando así ¿verdad? —caí en la cuenta, como si fuera lo más obvio del mundo.

Él se limitó a asentir con la cabeza.

No pude contenerme más, me acerqué a él y le abracé con fuerza.

Pude notar como su cuerpo se ponía en tensión.

— Tonto —dije mientras se me escapaban un par de lágrimas furtivas.

— ¿Qué… t-te pasa?

No pude evitar reírme.

— Nada. Solo que me gustaría ser tu amigo.

— ¿Y p-por eso me abrazas?

— No. Te abrazo porque eres tonto y porque me siento… triste, creo.

— ¿E-estás triste porque no m-me he d-duchado?

— Estoy triste porque me da lástima ver lo mal que lo estás pasando y quiero ayudarte.

Se apartó de mí y me miró a los ojos.

— Me gus-gustaría que f-f-fuésemos amigos. Hace mucho tiempo que no te-tengo ninguno.

— Me alegro, un amigo es un tesoro —dije mientras le acariciaba la cabeza.

Aquel chaval había conseguido que le cogiera cariño en menos de un día… era demasiado adorable para mí.

— Ahora ve a ducharte, yo te prestaré mi ropa hasta que hablemos con Aquilina para que te dé la tuya propia.

— ¿N-no te importa?

— ¡Claro que no! Venga, ve. Yo voy un momento a por la ropa, nos vemos luego.

Se marchó con la cabeza gacha, evitando posibles miradas, pero aún así notoriamente más animado que antes.

A saber cuanto hacía que no se relacionaba con gente de su edad, me alegraba haber podido ayudarle a que se sintiera mejor.

Volví a mi habitación y me puse a rebuscar en el armario, en silencio para no despertar a Xavier.

Nuestro cuarto había sufrido un cambio radical en aquellos últimos años, los más notorios eran la desaparición de nuestra cama litera a favor de dos camas individuales, lo suficientemente grandes como para que nos aguantaran toda la adolescencia, y que nuestros juguetes habían sido reemplazados por estanterías repletas de libros y un telescopio que nos había costado preciosas horas de nuestras vidas trabajando como limpiadores y jardineros para Aquilina.

Una vez conseguí la ropa interior, una camisa y unos pantalones me dispuse a salir del cuarto, pero antes de hacerlo observé a mi amigo.

Estaba durmiendo acurrucado sobre sí mismo, volteado hacia la pared.

Con todo lo que había pasado con Dylan no pude evitar recordar todo lo que había hecho por mí, ¿qué hubiera hecho yo sin su compañía y su amistad incondicional?

Me acerqué un poco más para verle mejor y me dí cuenta de que la pubertad estaba empezando a hacer mella en sus rasgos infantiles: su cara era menos redondeada, sus rasgos más afilados y, además, su cuerpo ya era un poquito más… de hombre.

Le analicé de arriba a abajo sin darme apenas cuenta, pensando en lo atractivo que me resultaba. Cuando fui consciente de lo que se me estaba pasando por la cabeza noté como el calor subía a mis mejillas.

Sacudí la cabeza intentando quitarme el rubor.

Aquello había sido extraño, tuve suerte de que Xavier no se despertara en ese momento o hubiera pasado mucha vergüenza.

Suspiré y me giré hacia mi propia cama; antes de salir tenía que comprobar que mi expediente siguiera debajo del colchón.

Y allí estaba.

Me senté un momento y me quedé leyendo mi nombre una y otra vez, dudando de si empezar a leer su interior.

Pero no era el momento, Dylan me estaba esperando.

Devolví el sobre a su sitio y salí de una vez de la habitación.

**********

Me encontraba con la espalda apoyada contra la última pared que servía de separación entre las duchas, esperando a que Dylan acabara para poder ir juntos a desayunar, cuando me acordé de la “conversación” que tuve con él el día anterior.

— Oye, Dylan…

— Di-dime —resonó su voz desde el interior de la ducha.

— ¿Qué fue aquello de lo que hablabas ayer? Lo de que este era un lugar para gente torcida.

— Siento mucho haber hecho e-esa comparación. Pe-pero no pude e-evitar pensar que erais como yo…

Se calló de forma abrupta. Si quería disculparse lo estaba haciendo bastante mal. Pero no se lo tuve en cuenta; tampoco me sentía enfadado.

— No pasa nada, te perdono. Pero no conozco de nada eso del hombre torcido, ¿es un monstruo de una película de terror?

— C-creo que sí. P-pero realmente es el per-personaje de un cuento inglés.

— ¿Qué cuento es ese?

— «The crooked man». ¿Quieres que te lo cuente? Es un p-poco oscuro pero a-a mí me gusta mu-mucho.

— Vale, ¿por qué no?

Con evidente entusiasmo y con su tartamudeo habitual, Dylan empezó a narrar:

«Había un hombre torcido que caminó una milla torcida y que encontró una moneda de seis peniques torcida.

En un sitio torcido compró un gato torcido, que atrapó un ratón torcido; y todos ellos vivieron juntos en una casa torcida.

Pero el hombre torcido estaba triste y pensó:

“¿Por qué soy torcido cuando los demás no lo son?”

Todo era inútil, dejó escapar un gran suspiro y se marchó. Encontró una cuerda y la ató al cielo; y sobre una silla detuvo su andanza, con los ojos blancos y muertos. Y sin otro pensamiento, se lanzó y su cabeza torcida colgó».

— Es una historia un poco rara y tétrica. Por no decir que la traducción del inglés es nefasta —interrumpí—. ¿Quién te llamaba «hombre torcido» si se puede saber?

— M-mi madre.

— Que tu madre te haya comparado con un personaje que acaba suicidándose no me parece muy alentador.

— Mamá no es-estaba bien des-después d-de que papá nos d-dejara. Lo pa-pasamos muy mal los últimos dos a-años.

Me estremecí. No estaba seguro de que Dylan se hubiese dado cuenta de que prácticamente me había contado el motivo por el que había llegado al orfanato.

— ¿Quieres que s-siga contando e-el cuento?

— ¿El cuento sigue? ¿Que el hombre torcido no se había quitado la vida? Pobrecillo, ya podría el creador de la historia haberle dejado vivir tranquilo en su casa torcida.

— Ya… no pa-pasa nada si no t-te gusta. Re-realmente ya t-te he con-contado la parte más importante.

— Espero que tu gusto por ese cuento se limite a que te gustan las historias de terror, si realmente te sientes así… puedo ayudarte.

Se detuvo el sonido del agua al caer. Vi el brazo de Dylan intentando agarrar la toalla, pero no llegaba, así que se la pasé para que no tuviera que salir de la ducha para cogerla.

— No t-te preocupes. Nun-nunca se me ha pasado por la cabeza hacer algo así. E-en lo único con lo que m-me identifico con él es con su ma-mala suerte… y con su-su delgadez e-extrema —añadió riéndose.

—No seas así —le respondí, sonriendo a mi pesar.

Salió de la ducha con la toalla atada a la cintura y terminó de vestirse.

Tras hablar con Aquilina para que le dejaran ropa a Dylan, él me preguntó si podíamos buscar a Anne —la chica que le había asustado el día anterior— para pedirle disculpas y poder conocerla.

Me alegré mucho de que se atreviera a salir de su cascarón. Seguía actuando de forma tímida pero por lo menos… ya no parecía un muerto viviente.

Era un comienzo.


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