Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Tradicional por lpluni777

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

El cielo en el santuario de Poseidón era una imagen digna de ser considerada una maravilla del mundo. Incluso aquellos que lo habitaban podían quedarse absortos en la nada, solo contemplando el agua brillante sobre sus cabezas y todo lo que ocurría dentro de la misma, durante horas. Era un privilegio también el saberse resguardados de la inmundicia del mundo de la superficie, tanto la simple basura que los humanos arrojaban sin pensarlo al mar como los enemigos de su señor que residían fuera del océano, gracias al poder de su dios.

Isaak de Kraken solía mirar la danzante luz del sol, pues no podía ver el sol en sí, durante largos ratos cuando le permitían descansar de sus labores. Como el general marina más joven de los siete mares, siempre se le aconsejó que no diera a sus subordinados motivos para quejarse ni desobedecer. Tenía pocos soldados a su cargo de por sí, muchos preferían a Kanon, Baian o Eo; pero los que lo toleraron, lo hicieron porque a pesar de ser exigente durante las horas de entrenamiento, luego la única indicación que les dejaba era que disfrutasen el resto del día y no lo molestasen.

Aunque éso era así tiempo atrás. Luego de la derrota frente a Atenea, solo los generales sobrevivieron y pocos soldados nuevos fueron reclutados para estar directamente bajo el mando de Sorrento de Sirena.

—¿A quién escogerás?

Isaak continuaba yendo a un rincón que perduró en el fondo del océano, uno cubierto por corales brillantes y piedras que respiraban muy lentamente, para observar el agua y calmarse. Era el lugar al que siempre huía con Tetis cuando alguno de los dos discutía con los demás; allí aún podía oír su voz de vez en cuando.

—No lo sé.

Las tradiciones del santuario submarino eran bastante acordes a su dios; celebrar eventos de carreras cada tanto, algunos sacrificios durante ciertos períodos lunares, qué ropas debían vestir cuando no se hallaran portando sus armaduras. Todo estaba dictado en el templo y los pilares. También, quiénes y en qué momento debían perder su virginidad.

Los generales debían hacerlo después de cumplir dieciséis y antes de cumplir los diecisiete años, aunque fuese solo por un día de diferencia. Los sirvientes la tenían más difícil pues debía ser al alcanzar los dieciséis y no tenían manera de negarse a ningún superior aquél día; no era, en muchas ocasiones, su elección.

Julián Solo, al enterarse de que el aniversario de Isaak se acercaba, dijo que tenía su permiso para evadir la tradición. Pero Sorrento, quien debió hacerlo en su momento, le aconsejó que lo pensara bien; pues podría no volver a tener otra oportunidad. De hecho, ni siquiera debía tener ésa.

—¿A quién habrías escogido tú? —decidió preguntar a la nada.

—... A Krishna, pero él no es una opción viable hoy en día —la tenue voz de Tetis resonó ciertamente triste en el ambiente.

Qué tanto de esa eufonía que podía oír solo en ése lugar era su imaginación y cuánto era realmente plausible por obra divina, el general de Kraken no estaba seguro.

—Podría hacerlo con uno de los soldados de Sorrento y olvidarme del asunto —comentó cuando por su mente pasó la idea de que seguramente no podría estar con alguien sin una posición favorable entre ellos. Después de todo, ¿quién querría estar con alguien como él voluntariamente?

—No te lo aconsejaría. Aunque bien puedes preguntarle a él.

—Hm.

—Siempre tuviste el mal hábito de dejar las cosas hasta último momento.

—No me gusta planear de antemano —después de todo, las cosas nunca salían acorde a sus ideas cuando lo hacía.

El joven finlandés se levantó del suelo, palpó un poco la falda de su toga y se dispuso a caminar sin mirar atrás ni despedirse. Tenía miedo de que si lo hacía, tarde o temprano dejaría de oír la voz de su amiga. En verdad, aunque sabía que ella cumplió con el propósito de su vida, Kraken se recriminaba haber ayudado a que las cosas terminasen tan mal como para acabar con ella en el proceso; Isaak se consolaba pensando que al menos Hyoga continuaba con vida gracias a ello.

Los subordinados de Sorrento se hallaban demasiado ocupados yendo de un lado al otro del santuario, cargando materiales e indicaciones, como para reparar más de dos segundos en la presencia del joven general; aquellos que lo lograban, lo saludaban formalmente y continuaban su camino apenas Issak correspondía, así fuese solo con una sonrisa.

Kraken no vio a ninguno que le interesase particularmente, así que se adentró al templo principal con un suspiro de resignación. Quizás podía culpar a la paz en el mundo porque pensamientos y deseos tan mundanos ahora se dieran a la labor de perturbarlo cuando previamente jamás imaginó siquiera tener relaciones sexuales con alguien. O quizás se debía a que Atenea era una diosa virgen y eso lo volvía algo más importante para mantener estando bajo su dogma, incluso si no había obligación.

Quizás se lo habría pedido a Tetis, si ella tan solo hubiese sido un hombre.

Caminó en silencio por el templo, al punto en que sus sandalias no hacía ruido al pisar, hasta encontrar a Sorrento. El marina de la Sirena estaba estudiando algunos planos sobre una solitaria mesa en medio de una sala innecesariamente grande —como casi todo lo era allí abajo—. Observando a su compañero, Kraken fue a sentarse en la base de un gran pilar y cruzó las piernas, la derecha sobre la izquierda, antes de llamar su atención.

—Me gustaría preguntarte algo, Sorrento —el joven austríaco casi brincó en su sitio al escucharlo.

Isaak notó que la vista de Sorrento, luego de reconocerlo, bajó instantáneamente hacia sus piernas. Sirena era bien parecido, sí, pero Isaak no se veía junto a él.

—¿Sí, Isaak? —inquirió el mayor cuando se recobró del susto y se mostró calmo, como era usual en él—. Puedes pedir lo que sea, lo sabes.

—Qué amable eres —el más joven alzó la vista al techo recientemente restaurado—. Quisiera saber a quién elegiste tú.

Sorrento lució sinceramente sorprendido por el interés, aunque fue él mismo quien dijera a Issak que podía pedirle consejo con lo que fuese antes de regresar al santuario submarino.

—Bueno —el mayor apartó la mirada—. Yo le pedí el favor a Kaza.

—Oh —el general de Limnades era excelente guardando secretos y, por supuesto, debía poder cumplir con cualquier fantasía—. Qué suerte.

Sorrento rió por lo bajo ante su reacción.

—Supongo que no es útil mencionarlo ahora.

Los generales Krishna de Crisaor, Kaza de Limnades y también Baian de Hipocampo perecieron durante el conflicto contra los atenienses. Sorrento logró reaccionar a tiempo para salvar a Eo de Escila y nadie sabía exactamente porqué Isaak apareció más lejos en la misma playa que ellos, todavía respirando.

Kanon de Dragón Marino era una historia aparte.

Isaak sabía, como casi todos, que Baian escogió a Eo y no solo como compañero de una noche. El muchacho de cabello verde se puso de pie.

—¿Cómo se encuentra Escila? No lo veo hará unos días —cuestionó en voz tenue, como sospechando que alguien pudiese espiar la conversación.

—Trabajando duro como siempre —respondió el mayor de igual manera.

Isaak apoyó las manos y se inclinó sobre la mesa.

—¿Y tú?

Sorrento volvió a eludir su mirada.

—Esto... puede esperar —admitió referenciando los planos de reconstrucción.

—Entonces, por favor —Isaak se echó atrás y habló normalmente, en verdad no tenía intención de que fuese Sorrento su primera vez—, llévame al santuario de Atenea. Deseo verlo a él.

Sirena respiró hondo con alivio y exhaló con un deje de decepción. Luego, frunció el ceño al comprender lo que el de Kraken quería decir; de quién hablaba.

—¿Estás seguro?

El menor asintió.

—Mejor nos ponemos en camino. Escuché que es un largo trecho arriba y no tenemos más de quince horas hasta que termine el día.

—De acuerdo, la elección es tuya.

No había estipuladas restricciones sobre quién podía ser el elegido por los generales, excepto claro, que la otra persona fuese mayor a uno mismo. Hombres, mujeres, devotos a otras deidades, personas de menor rango, daba igual. En la época cuando el santuario era todavía habitado por seguidores además de soldados, Poseidón se reservaba a quien fuese que le gustase para el día de su decimosexto cumpleaños. Es algo que Julián averiguó y de lo que pareció arrepentirse largo rato, después de todo, su descendencia familiar era resultado de alguno de ésos encuentros dudosamente consensuados.

La alianza de paz que vivían se veía muy ligada a la existencia misma de Kanon, alguna vez —usurpador— general de Dragón Marino, alguna vez —suplente— santo de Géminis y, ahora, —selecto— patriarca del santuario ateniense. Claramente tenía mucho por lo que pagar, pero su ascensión al puesto de patriarca fue felicitada por todos, incluyendo a los aliados de la Atlántida quienes lo perdonaron por el bien de la paz y bajo mandato de Julián.

Mas claramente todos, incluido Isaak, todavía lo resentían por las muertes que provocó a causa de un deseo egoísta. Pero, Kraken no lo culpaba tanto porque sus planes hubiesen fallado, él lo culpaba por motivos que solo ellos dos conocían.

Llegaron al santuario pasadas cuatro horas, siendo el viaje a pie más costoso que aquél en el agua, donde solo debían dejarse arrastrar por las corrientes adecuadas. Los soldados y santos reconocieron a Sorrento al instante y les permitieron pasar en son de paz, pues ni siquiera llevaban sus escamas puestas; seguramente razón por la cual todos preguntaban quién era el varón tuerto que lo acompañaba.

Frente a las puertas de la casa de Aries, en cambio, el primero en ser reconocido fue Isaak. El muchacho de cabello castaño rojizo que portaba la armadura del carnero de oro, con los característicos puntitos en lugar de cejas de su raza, lo miró con un poco sorpresa y otro tanto de rencor. El general de Kraken le ofreció una sonrisa culposa que intentó hacer ver amistosa.

—¿Qué hacen aquí? —cuestionó el santo de oro a Sorrento, ignorando a Isaak por un momento.

Pero el austríaco no alcanzó a responder.

—Solo deseamos encontrarnos con un viejo amigo que no vemos hace tiempo —expresó el finlandés sin más formalidades de las necesarias.

El joven santo lo pensó un minuto frunciendo el ceño. Debía estar pensando en si debía dejar a alguien como Isaak pasar por las casas o no. Finalmente pareció concluir algo que llevó a su mirada una capa de tristeza.

—De acuerdo, pero yo los escoltaré.

Los marinas accedieron con un asentimiento y siguieron al pequeño santo que no debía pasar de los doce años. Kiki de Aries no era un muchacho reservado, y mucho menos silencioso, así que apenas cruzaron por su templo se dispuso a hablar con Sorrento sin problemas, volviendo a ignorar la presencia de Isaak. El de Kraken no se molestó por ello, pues mientras oía la conversación podía estudiar el paisaje del santuario el cual su maestro había protegido durante años.

Estaba bastante descuidado, a diferencia del submarino. Debía ser más difícil lidiar con el deterioro allí arriba mientras la diosa se encontraba ausente. Los interiores de las casas, por su parte, relucían como si hubiesen sido limpiadas esa misma mañana y, considerando los sucesos del episodio de los atenienses contra los espectros de Hades, seguramente debieron ser reconstruidas algunas de ellas.

No había nadie más en las doce casas. Kiki explicó que de momento solo él, el patriarca y soldados comunes se encontraban allí; Acuario estaba atendiendo asuntos personales en Rusia, Virgo se encontraba junto a su diosa en Japón lidiando con su apariencia de empresaria en un mundo capitalista y globalizado y Leo, aunque desconocieran su paradero, siempre estaba al pendiente de ellos, mientras Sagitario y Libra estaban en medio de una misión en algún rincón de Indonesia.

Kanon, antes de adoptar las responsabilidades de pontífice, ni siquiera habitaba la casa de Géminis. Era algo que Julián alcanzó a comentarles pues parecía preocupar a la joven diosa de la sabiduría. Mas ahora que las cosas se habían calmado y él tenía un puesto que le fue otorgado justamente, no ponía pie fuera del santuario.

Seguían el paso calmado de Kiki para no tener que dar explicaciones por tener prisa, de cualquier modo, no había interrupciones en el ascenso pues los solados que resguardaban provisoriamente las entradas no objetaban nada gracias a la presencia del santo. Subieron las escaleras hasta Acuario, más o menos seis horas después de comenzar la escalada y Sorrento se notaba un poco cansado, pues iba atrasado con el ritmo del santo y su compañero marina.

Kiki e Isaak aguardaron por él frente a la entrada. El general contempló todos los detalles de la casa por el exterior, desde el símbolo de las olas sobre el portal hasta la icónica cantidad de finas líneas decorativas en cada pilar —precisamente once—. El templo que alguna vez perteneció a su maestro y ahora debía proteger su amigo de la infancia.

—También solía estar vacío cuando el señor Camus era su guardián, hasta donde sé —comentó el santo de Aries luego de un rato, sin ver a Isaak a la cara.

—Me imagino. Siempre estaba ocupado —y siempre que podía, evitaba acercarse al santuario. Incluso se negaba rotundamente a llevarlos a ellos allí.

—... También oí que era un sujeto muy amable, sobretodo con los chicos. Tenía un instinto paternal abrumador para con cualquiera que no representase una amenaza.

—Lo sé, Aries —el mayor suspiró al notar el resentimiento del santo—. Yo hubiese preferido no tener que tocarte un pelo, ¿sí? Pero, tú no soltabas la bendita armadura y Hyoga no parecía dispuesto a luchar. Además, creo que lo sabes, deberías estar orgulloso.

—¿Por aguantar la paliza? —cuestionó el castaño descontento.

—Por no haber accedido a las demandas del enemigo sin importar cuánto doliera—Kiki parpadeó un par de veces y su enojo pareció esfumarse, en verdad todavía era un chico, así que hizo un puchero y dio media vuelta. Ambos notaron que Sorrento ya estaba a solo unos pasos de lograr alcanzarlos—. Felicidades, por cierto —señaló la armadura dorada para que el otro supiese a qué se refería.

—... Sí, gracias.

Lo que quedaba de camino, Kiki sí comentó algunas cosas directamente a Isaak, sobre su época de entrenamiento y el pasado que ninguno de ellos vivió plenamente dentro el santuario. Sobre Milo de Escorpio el amigo de Acuario, la historia de Aioros de Sagitario que dejó atrás a un hermano resentido con sus compañeros, y la de los traidores que deseaban serlo y aquellos que lo fueron por error. Cómo la gran mayoría de los santos de oro pasados lucían como villanos a primera vista aunque fuesen personas que dedicaron sus vidas en la búsqueda de un bien mayor.

Sorrento e Isaak se sintieron identificados con dos de aquellos puntos, mas se abstuvieron de comentar nada.

Frente a los aposentos del patriarca, Kiki se detuvo y anunció su presencia ante unos soldados, pidiéndoles que avisaran al pontífice de las visitas, a pesar de que seguramente ya era consciente de ellas. Los soldados no tardaron en regresar para darles permiso de ingresar.

—Yo esperaré aquí afuera para escoltarlos de regreso —avisó Kiki, dándoles la espalda a los marinas. Isaak y Sorrento compartieron una mirada fugaz.

—Temo que te acompañaré mientras tanto. Isaak y Kanon deben hablar a solas seriamente —el santo de Aries miró al Kraken y éste volvió a dirigirle una sonrisa que provocó que el muchacho la devolviera alzando los hombros.

—No se tarden demasiado —pidió yendo a sentarse en los escalones para descansar luego de todo el trayecto.

El sol dedicaba a ese lado de la Tierra sus últimos rayos cuando Sorrento lo siguió y tomó asiento a su lado. Isaak dio media vuelta con esa última imagen de un cielo sonrosado y se adentró en el templo de la diosa. El patriarca no se hallaba en su trono en medio de la gran sala principal, pero, le señaló con su cosmos en dónde podía encontrarlo.

Isaak siguió el camino iluminado por velas hasta quedar frente a una puerta, y antes de que pudiera pedir permiso, una voz desde el interior se lo concedió. Entró luego de respirar hondo una vez para darse ánimos, lleva años de no verlo, de solo oír sobre él.

Encontró a Kanon sentado frente a un escritorio, con un mar de papeles desperdigados sobre el mismo; eran pequeños pergaminos en los que se repetía una y otra vez lo mismo: «Αθήνα». El hombre iba con la cabeza y rostro descubiertos, su yelmo y máscara descansando sobre una mesita distinta.

—Buenas noches —Kanon lo recibió con una sonrisa encantadora. Resultaba imposible que fuera de otra manera, pues era un hombre injustamente encantador.

—¿Sellos? —Isaak ignoró el saludo y mostró su interés por los pergaminos sobre la mesa. Aunque no devolvieron el tridente a su refugio, sí accedieron a volver a sellar la urna de Poseidón para que nadie volviera a perturbarlo durante un tiempo, usando un papel igual a ésos.

Kanon se estiró contra el respaldo de su asiento.

—De momento son solo papeles y tinta. Estoy practicando.

El general marina caminó hasta quedar junto al griego bajo la atenta mirada de éste. El joven de cabello verde se sentó sobre el escritorio y tomó uno de los papeles.

—Atenea —pronunció lentamente en un murmullo estudiando las letras escritas con cautela—. Es bueno saber que te tomas tu trabajo en serio.

—¿Qué haces aquí? —indagó Kanon con otra sonrisa mientras ignoraba majestuosamente lo cerca que se encontraban el uno del otro. Sus manos bien puestas sobre el escritorio, una encubriendo a la otra.

Isaak dejó el falso sello junto al resto y se encorvó se manera que su rostro y el de Kanon quedasen a la par, sin importarle que su ropa dejase expuesto su pecho en esa posición.

—Mañana es mi cumpleaños, Kanon.

Kanon bajó la mirada e hizo algunos cálculos en su cabeza.

—Diecisiete —resolvió con sorpresa. Por la expresión que adoptó, el de Kraken supuso que no debía dar más explicaciones de porqué estaba allí.

El menor puso su zurda sobre las manos del patriarca, tibias y gruesas, a diferencia de las suyas, frías y delgadas.

—Si no es una molestia, quisiera pasar esta noche contigo —expresó el de Kraken con cierta pena. Si terminaba rechazado, ¿qué haría?

Alejó su mano al no obtener pronto una respuesta, pero, el patriarca se levantó de su asiento de golpe y en un instante tenía sus manos sobre los hombros de Isaak. Su mirada desde arriba era firme.

—¿Estás seguro, Isaak? —su tono de voz sonó amenazante. Igual al que utilizaba cuando hablaban al respecto del futuro en el templo submarino, mucho antes de que el conflicto contra Géminis comenzara en el santuario ateniense, mucho antes de que todo se derrumbara; cuando los planes de Kanon aún tenían un brillante futuro posible. Ese hombre era esencialmente un villano, por más redención que hubiese obtenido.

El de cabello verde alzó el rostro con una expresión determinada.

—Deseo estar contigo.

El hombre nacido géminis suavizó su postura y respiró antes de acercarse para besar la mejilla izquierda de Isaak en la base de su gran cicatriz, una que jamás desaparecería.

—Te lo agradezco —expresó el mayor antes de apartarse—. Por favor, sigue el pasillo a la derecha hasta el final. Yo te seguiré apenas guarde todo ésto —primeramente algo descolocado aunque aliviado, el menor asintió dispuesto a seguir esas indicaciones, mas se detuvo en el umbral de la puerta.

—¿Qué hay al final del pasillo?

—Algo que te gustará —respondió el griego llevándose un dedo a los labios en señal de que no diría nada más.

Isaak se dispuso a resolver su duda por cuenta propia y volvió a encaminarse por el sendero de velas.

Cuando ambos aún habitaban el santuario de Poseidón, Isaak pasaba mucho de su tiempo junto a Kanon, luego de descubrir que él también tenía un pasado relacionado a Atenea. Realmente jamás hablaron de ello en profundidad, por lo cual Kraken supuso cosas más positivas de lo que debieron ser, pero se sentía bien a su lado. El mayor poseía un cosmos similar al de su maestro, no brillaba como un sol dorado como el de Camus, mas lograba rivalizar a una estrella joven. Por supuesto que confiaba en él.

Al final del pasillo, el marina se encontró con una gran habitación y una piscina en medio con agua caliente en ella, si podía fiarse del vapor que salía de la misma. Se parecía un poco a aquellos «cuartos» de baño en el santuario submarino, aunque ésos estaban en el exterior y el agua se enfriaba muy rápido. Cuando era pequeño, Isaak adoraba visitar saunas junto a Hyoga y su maestro, cosa que hacían al menos una vez por mes, casi como un ritual.

El joven desató sus sandalias lazo por lazo y se despojó de su toga y ropa interior rápidamente. Se preguntó por un momento si sería adecuado invitar a Sorrento y Kiki a pasar luego de la escalada, pero, al entrar en contacto con el agua se olvidó de ellos. Estaba aún caliente y contrastaba enormemente con su temperatura corporal. Se adentró en la piscina sin miramientos, disfrutando la sensación que no sabía obtener de ninguna otra forma.

Se sintió en el paraíso y se sumergió completamente buscando más de aquél extraño placer de manera ansiosa. Como su cosmos, la base misma de su ser, le impedía disfrutar naturalmente del calor, apreciaba aquello como nadie.

Aunque finalmente debió resurgir para no ahogarse en el gusto.

Al hacerlo descubrió que ya no estaba solo en el cuarto, pues cuando apartó el cabello de su rostro, Kanon estaba terminando de quitarse los pantalones unos metros más allá. Su propia ropa fue alejada del borde de la piscina, seguramente para que no resultara empapada. Isaak observó a su compañero al completo hasta que notó que éste lo miraba de vuelta, entonces se llevó una mano a la nuca y agachó el rostro.

Era injustamente ideal, un ícono de lo que debía ser un adonis.

—Qué raro —dijo el mayor sentándose al borde de la piscina—. Estoy seguro de que jamás te había visto sonrojarte, sin importar la situación.

Kanon se adentró al agua e Isaak se guió sutilmente hacia el extremo opuesto.

—Es por el calor —explicó.

El patriarca era lo suficientemente alto para poder caminar por el fondo de la piscina sin que el agua lograse cubrir sus pectorales. Le tomó solo unos pasos firmes quedar a medio metro de Isaak, ofreciendo nuevamente una sonrisa galante al más joven.

—Me alegra que te guste.

El general marina sintió un escalofrío —otra cosa que de normal no podía sufrir— y presionó sus labios mientras pensaba en que tenía enfrente suyo al hombre cuya mera existencia le había hecho resolver porqué era distinto a los demás; porqué él jamás miró a la preciosa sirena Tetis como algo más que una buena amiga.

Sabía que Tetis habría escogido a Krishna porque el ceilanés era el tipo de hombre devoto que congeniaba con ella en todo lo que refería a Poseidón, porque él estaba tan dispuesto como ella a morir por su dios, sin motivos ocultos. Y así lo hizo.

Isaak eligió a Kanon porque fue la primera persona que vio al despertar en el fondo del mar y también la última antes de descubrir que había sobrevivido una vez más a su sacrificio por Hyoga. Lo escogió porque le recordaba a las personas que amaba, a los santos atenienses. Lo decidió porque lo creía justo, a pesar de que podría sonar egoísta.

Con cautela, el joven finlandés llevó sus manos hacia los antebrazos de Kanon mientras lo miraba pidiendo un permiso que le fue concedido desde antes de entrar a la habitación. Despacio, sintió los músculos de su abdomen, los latidos de su corazón, el calor de su piel, su respiración ligeramente irregular. Llegó a su rostro y tocó algunos mechones de cabello añil revoltosos pero sus manos se rindieron sobre los anchos hombros ajenos. Descansó su frente contra el pecho del más alto, evitando que el otro viese su rostro. Se sentía feliz.

—¿Puedo tocarte? —el mayor pidió en un hilillo de voz y el de cabello verde asintió.

El antiguamente general de Dragón Marino lo abrazó hundiendo el rostro en su coronilla. Un acto de cariño que casi logra hacer reír al menor, de no ser por lo cerca que se hallaban en ése instante, pues el gesto los había pegado e Isaak intuyó que si su espalda no chocaba contra la dureza del mármol era porque los brazos de Kanon lo mantenían a un palmo de distancia.

Para sentirse más cómodo, Kraken hizo lo que antes no se había atrevido; alzó los brazos y rodeó el cuello de Kanon, ladeando la cabeza y encontrándose con el rostro del mayor, con sus ojos verdes algo más oscuros de lo normal. Que se aproximasen lentamente, uno con cuidado y otro con timidez, pareció correcto. Isaak no sabía decir si aquél fue un un buen o un mal beso, pues desde chico solo le enseñaron a saludar presionando sus labios contra las mejillas ajenas; dos cortos besos de mariposa para las personas preciadas. La sensación de su lengua presionando contra otra era algo nuevo, tampoco sabía decir si le gustaba o no, pero no se detuvo en tratar de imitar lo que hacía su compañero.

Como cualquier santo, o más bien cualquier guerrero, ambos estaban cubiertos por cicatrices más y menos notorias; más y menos profundas. Las más grandes estaban en el pecho del griego y en el rostro del finlandés. No eran algo desagradable, ambas eran preciadas para sus portadores. Pero las demás, aquellas que sanaron con prisa o no dejaban una bonita imagen, aceptaron enseñarlas de momento aunque de normal las ocultarían de cualquier espectador; Isaak exploró la espalda de Kanon mientras éste sentía sus brazos y costados.

En algún punto mientras el de Kraken disfrutaba sentir las grandes manos de Kanon sobre sí, se dio cuenta de que lo estaba disfrutando demasiado; así que se removió, terminó el beso y se apartó, finalmente sintiendo el mármol contra su espalda. El griego lo miró preguntando si había hecho algo malo, el muchacho negó con la cabeza mordiendo su labio inferior, como una pequeña represalia ante su falta de control.

—Entonces he hecho algo bueno —concluyó el patriarca al comprender las acciones de Isaak, volviendo a acercarse a él—. Creo que es hora de salir de aquí —sugirió en voz baja al oído finlandés, revolviendo el húmedo cabello verde.

Salieron de la piscina, primero Kraken pronto a cubrir su pena con ambas manos, aunque al imitarlo Kanon le permitió volver a verlo sin tapujos, así demostrándole que no era el único afectado. El más joven abrió la boca un par de veces antes de decir lo que pensaba.

—Desvergonzado —recriminó, provocando que el griego se riese abiertamente.

La recámara del patriarca seguía el ejemplo del dormitorio que pertenecería a Poseidón en el santuario submarino; descomunal, sin ventanas ni decoraciones, con solo una cama para que el pontífice descanse. Claro que, si Poseidón deseaba «descansar» acompañado, una cama pequeña no resultaba útil; y lo mismo ocurría allí, aunque el celibato de los atenienses dictaba que el espacio extra en el colchón era tan trascendente como lo extenso de la habitación.

Nuevamente, algunas velas eran toda la fuente de iluminación en el lugar. Ni un rastro de luz estelar lograba colarse al interior.

—Te sienta bien el nuevo estilo —Kanon abrazó a Isaak por la espalda y subió una mano por su nuca, jugueteando con los cortos cabellos en la base.

—Empezaba a molestarme —lo cortó, de hecho, tras visitar la tumba de Camus junto a Hyoga en su último aniversario.

El patriarca hizo un sonido de aprobación y los dirigió hacia el lecho en la habitación, aferrando la mano del general. Sentó al joven al pie de la cama y se inclinó ante él; si Isaak deseaba frenar en cualquier momento, Kanon le dejó claro que solo debía pedirlo, mas el finlandés lo calló iniciando otro largo beso que los derribó a ambos sobre el lecho.

El mayor, inusualmente, fue cuidadoso con cada uno de sus actos aunque, como siempre, tenía la mala costumbre de pensar en maneras de lograr que todo saliese bien; por éso cada vez que parecía abstraerse en sus pensamientos, Isaak llamaba su atención de una u otra forma —mordiendo suavemente sus labios, apretando con fuerza su mano libre o simplemente llamando su nombre—.

El patriarca preparó al muchacho, como éste pidió, casi sin que se diese cuenta; demasiado disperso en todas las cosas que Kanon hacía y, penosamente, decía. Isaak no estaba acostumbrado a recibir cumplidos por nada que no fuese su desempeño en batalla. Varias veces se repitió que había hecho la elección correcta, que el Kanon que tenía enfrente era de hecho el hombre que llegó a enamorarlo —y no aquél que lo traicionó— años atrás.

El de Kraken tomó prestada la mano izquierda del santo cuando éste se adentró en él, presionando su rostro contra ella mientras intentaba relajarse por la intromisión. Fue solo cuando Kanon adoptó un ritmo constante en sus penetraciones que Isaak cayó en cuenta de que no sentía un contraste entre él y el mayor; no se encontraba helado. Su temperatura y la del griego estaban a la par. La realización de tal hecho lo sorprendió tanto como lo profundo que Kanon podía llegar dentro suyo, metafórica y literalmente.

Que solo pudiese gemir en lugar de explicar a su compañero que lo que hacía le resultaba en extremo placentero, parecía ser una reacción fisiológica que el mayor supo interpretar de inmediato, pues sus acciones se amoldaban tal cual el joven lo deseaba.

Cuando el marina culminó, poco tardó el santo en seguirlo, retirándose apenas a tiempo de su interior. Isaak se preguntó si se habría estado conteniendo o realmente fue algo cuasi simultáneo. Aunque cuando Kanon salió de su interior, lo único que pudo hacer fue abrazarlo y provocar que cayese torpemente encima suyo. Pesaba mucho, sí, pero no quería que se alejara, así que no se quejó.

—Isaak... —llamó el mayor cuando llevaban un tiempo sin moverse ni decir nada.

—Déjame disfrutarte un rato más, Kanon. No tienes idea de lo contento que me siento ahora mismo —aquello último, no supo ni porqué salió de su boca, pese a ser lo que pensaba.

El patriarca, bajo la tenue luz de las velas, le ofreció otra sonrisa y maniobró para moverse y llevar consigo al general; en lugar de estar encima suyo, ahora se hallaba debajo y era él quien abrazaba con fuerza al menor.

—Y tú no tienes idea de lo feliz que me hace que me hayas escogido, a alguien como yo.

En la perspectiva de Isaak aquello era simplemente lo justo. Es más, se había considerado egoísta durante mucho tiempo pensando que al escogerlo simplemente estaría haciendo a Kanon responsable por un acto intrínsecamente bondadoso.

—No olvides que me salvaste —recordó en un susurro antes de descansar su cabeza sobre el pecho del mayor.

Kanon tardó largo rato en contestar.

—No creí que tú pudieras recordarlo.

Mientras todo se derrumbaba, mientras el pequeño paraíso que Dragón Marino construyó se desmoronaba bajo su propio peso, éste buscó a Isaak de manera inconsciente y lo salvó incluso sin estar seguro de si continuaba con vida o no. No le importaba si él mismo moría, en aquél instante simplemente pensó en subir al muchacho a la superficie y contentarse con saber la posibilidad de que el otro continuaría su vida sano y salvo, lejos de mentirosos como él mismo.

Quizás Kanon había cambiado lo suficiente como para merecer...

Isaak se quedó dormido escuchando el latir del corazón ajeno y el patriarca suspiró. Tenía demasiadas responsabilidades como para ser el mejor amante, pero, si el joven no deseaba dejar aquella noche simplemente como la resolución de una vieja tradición, él estaría dispuesto a poner de su parte para hacerlo feliz.

Su propia felicidad era algo secundario a la vez que asegurado, pues aquella fue la primera vez en que se supo considerado como la primera opción de alguien. Era maravilloso.

 

 

 

Isaak se encontró con Sorrento y Kiki dormidos contra la base de un pilar en la entrada del templo patriarcal. Aunque preocupado por lo que podrían reprocharle, primero despertó a su compañero.

El austríaco le preguntó qué tal había ido todo y el finlandés contestó que bien. El mayor asintió seguido por un bostezo.

—Le canté una canción para que se durmiera y terminó por afectarme también —comentó el de ojos rosados, impregnado con la pereza de la mañana, haciendo referencia al muchacho que dormía con la cabeza sobre su regazo.

—Lo lamento —se había sentido tan bien estando con Kanon que se había olvidado de todo lo demás. Hasta que éste le recordó que no había llegado solo al santuario.

—Está bien —Sorrento miró al sol que se asomaba tímidamente por sobre la línea del horizonte—. Feliz cumpleaños, Isaak.

El finlandés disfrutó sus últimos minutos de tranquilidad mientras su compañero se esforzaba por despertar al joven santo que de seguro estaría encabronado con él, pensando que había conseguido cumplir con la tradición impuesta por Poseidón y, quizás, algo más.

 

Notas finales:

No son fechas ni del cumpleaños de los gemelos, pero, historia feliz ¡yay!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).