Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Antipatía por Princesa de los Saiyajin

[Reviews - 3]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

4

Mostrando el alma

 

—Lo hiciste bien, Kakarotto—comentó, tras ver a su amigo en su entrenamiento, donde consiguió ganar aquel combate improvisado que hizo con el otro chico bajito—. Sobre ese giro final que hiciste, antes de patear, nunca vi que hicieras algo así.

     —¡El maestro Roshi me lo mostró hace unos días! —empuñó sus manos—. ¿Verdad que tiene técnicas muy buenas?

     —Sí, sí, como digas—bebió de su botella de jugo, desviando la mirada, algo incómodo del entusiasmo del Son respecto a aquella persona. Sacó su celular, viendo que aquel último mensaje que envió al chico peliverde seguía sin ser visto—. Supongo que me evitará luego de la incomodidad de anoche… Es lo mejor.

    —Milk en su competencia de esta mañana estuvo increíble—comentó, sentándose a su lado—. Y a las nueve nos fuimos a desayunar al restaurante de su familia. ¡La comida es deliciosa! —lo miró—. De hecho, Milk dijo que siempre tienen mucha gente en el restaurante, pero que si algún día vas tú con Granola les puede conseguir una mesa.

     —¿No le has dicho que él y yo nos conocimos hace menos de un mes?

     —Jeje, no—se apoyó en su hombro—. Pero estaría genial que fueran juntos. De verdad tienen comida muy deliciosa.

     —Lo tomaré en cuenta—subió su mano a su cabello, el cual sintió un poco húmedo por el sudor—. Necesitas una ducha. En serio apestas.

     —Sí, sí… —se levantó y se colgó la mochila—. Quiero ir con Krillin a visitar al maestro. ¿Vienes?

     —Olvídalo. Quería ir a la biblioteca a estudiar un poco.

     —Vegeta, ¡son vacaciones! Qué aburrido eres—el otro rio—. Nos vemos en casa, Veg.

     —Anda, con cuidado—se despidió de un ademán y se levantó él también, para tomar un rumbo distinto. Caminó a un cibercafé, para tomarse un capuchino con hielo mientras trabajaba en su laptop. Se sentó al fondo, sacó su laptop de su mochila y abrió un nuevo documento, para poder editarlo—. Esto se ve bien. Requiere sólo pocas correcciones.

     Siguió tecleando un rato, copiando y pegando textos, haciendo cambios y resaltando otros. Estiró un poco su cuello, tratando de destensarse por estar tanto tiempo en la misma posición. Terminó de beber su café, antes de pedir un pastelillo para acompañarlo con un segundo vaso de café helado.

     —Sigue sin ver mi mensaje—apoyó su codo sobre la mesa, para sostener su cabeza con su puño—. Bahh, debe estar agotado o con migraña—comenzó a teclear en su computadora por mera curiosidad un “¿Qué pasa si un omega tarda en tomar supresores?”.

     >>“Cuando una persona en celo tarda demasiado en tomar medicación, se pueden presentar algunos efectos secundarios. Entre ellos se encuentran cuerpo cortado, fiebre, debilidad física, resfriado, defensas bajas, dolor estomacal con o sin vómito, por mencionar los más comunes. Asimismo, puede que vuelvan a tener celos con más frecuencia a pocos días del incidente. Ante las dosis altas de supresores también se pueden mostrar estos efectos”—leyó—. ¿Entonces él estará tan mal? Quizá ni siquiera ha podido levantarse de la cama—soltó aire, con pena.

     >>Hace días yo tuve mi celo y también tardé en tomar pastillas. Pero me liberé tocándome, reduciéndolo un poco, y cuando me tomé el medicamento pude recuperarme. Además, tenía a Kakarotto que me ayudó llevándome la comida a la cama. Pero Granola estuvo casi dos horas sin poder hacer nada, y tomó varias dosis de supresores…—miró su celular, viendo que el chico no tenía alguna conexión reciente—. Será mejor que vaya a verlo.

     Se levantó, guardó su computadora en su mochila y pidió un café y una dona para llevar. Salió del lugar, y paseando por la banqueta decidió pasar también a un local de comida para poder llevar algo de comida caliente. Asimismo, se animó a pasar a una farmacia por algunos medicamentos y sueros.

     Al terminar todas sus compras por fin fue a su auto y condujo hasta el edificio departamental donde el peliverde vivía. Sabiendo ya qué habitación era la del chico, subió directamente, pasando por el ascensor con todas las bolsas en sus manos.

     Al llegar al tercer piso buscó su departamento y tocó dos veces con su puño, donde no recibió ninguna respuesta o ruido interno. Procedió, ante la falta de señales, a abrir con la llave que el otro le había dado. Al abrir la puerta se dio cuenta de que el peliverde se había ido a asomar desde su habitación al oír que alguien intentaba adentrarse a su hogar.

     —Ah, eres tú—susurró, recargándose contra el marco de la puerta. Se veía decaído, con su piel pálida y su ropa y cabello desordenados.

     —¿Estás bien? —el otro caminó despacio hacia su alcoba—. Permíteme—se acercó, colocándose debajo de su brazo, para llevarlo a su cama. Se dio cuenta de que avanzaba casi arrastrándose, con gran dificultad—. Todavía está encerrado su olor, pero él ya está calmado.

     —No creí que vendrías hoy—susurró, sentándose en la orilla de la cama—. ¿Es para darme la llave?

     —En realidad venía a traerte algo para comer—el otro sólo revolvió un poco su cabello, algo ido—. ¿No has comido?

     —¿Te parece que estaba de humor para cocinar algo? —el Saiyan volvió a la puerta de entrada, para poder recoger las bolsas que había dejado en el suelo—. Me ducharé, dame un momento.

     —¿Puedes sostenerte? —se acercó, tomándole el brazo—. ¿Te paso un cambio de ropa?

     —Por favor—apoyándose con el muro pudo llegar al baño con pasos lentos, mientras Vegeta le acercaba las prendas limpias que sacó de su clóset.

     —¿Puedes?

     —¿Qué? ¿Piensas entrar conmigo? —el otro rio—. Creo que puedo hacerlo sin caer.

     —Bien… Estaré aquí por si necesitas ayuda.

     —Claro—entró y cerró, mas no colocó el seguro, sabiendo que si se presentaba un accidente donde él se resbalara por su dificultad para apoyarse, el chico más bajo tendría que entrar para auxiliarlo.

     Vegeta se quedó en la habitación, sintiendo que estaba demasiado encerrada ante la falta de ventanas. Sacudió la cama y acomodó la colcha, y sacudió también las almohadas, ordenando un poco. Fue al área de cocina para poder sacar de su envase la comida que compró, para servirla. Así como también guardó en la nevera las botellas de suero que compró para él.

     Regresó a la habitación al oír ruido, viendo que salía vistiendo el short holgado y una playera sin mangas. Se acercó para poder encaminarlo a la cama. Se veía tan débil, como si las dosis de medicamentos de la noche anterior, sumado a su falta de alimento en todo el día, le hubieran hecho mucho daño.

     —Traeré la comida—fue a la cocina, para poder llevarle los platos con fideos, así como las otras cajitas con diferentes cosas, como tiras de pollo fritas y papas condimentadas, así como ensalada de verduras y ensalada de atún—. No sabía qué te gusta, así que traje distintos platillos.

     —Trajiste todo el menú—bromeó, sosteniendo el tenedor y probando los fideos en salsa de soja—. Está delicioso. Muchas gracias.

     —No es nada—susurró, sentándose a su lado.

     —¿No piensas comer? —preguntó, el otro negó despacio levantando su mano.

     —Anda, come tú. Tú eres quien necesita más…

     —Vegeta no podré acabar todo—subió el tenedor que tenía una pieza de pollo—. Prueba.

     —De verdad es muy amable—sonrió y abrió la boca, para probar la comida—. Nunca había comprado en ese local. Es muy bueno.

     Fue por un tenedor para acompañarlo, degustando ambos aquellos platillos variados, bebiendo la soda que el más bajo había comprado para “levantarle el azúcar” al peliverde. Y, como postre, el chico le compartió la mitad de la dona de chocolate que le llevó.

     —Ayer te veías agobiado, Vegeta—el Saiyan volteó a verlo—. Incluso hoy. ¿Qué tienes?

     —No, nada… Sólo quería asegurarme de que estás bien—el otro seguía con la misma expresión—. En serio.

     —¿Es porque reaccionaste? ¿En serio te estás castigando tanto? —el otro bajó la mirada, evitando su vista—. Vegeta, está bien. ¿De acuerdo? Yo también lo hice, ¿bien? —como seguía sin voltear, soltó un suspiro—. En serio, no pasa nada. Fue un momento incómodo para ambos. Eres dominante, las percibiste todo el tiempo, y en ese momento con mayor intensidad.

     —Me molesta ser alfa, ¿sabes? Es una pesadilla todo. Sentir que mi cuerpo reacciona, percibir feromonas…—bufó, antes de sacudir su cabello—. Supongo que también pasas por lo mismo.

     —Bueno, nunca culparía mi naturaleza por mis acciones—el otro lo miró—. Vegeta, no considero que hayas hecho algo malo… No liberaste feromonas a pesar de mi celo, me trajiste a salvo a casa, no trataste de aprovecharte creyendo que estaba vulnerable… Porque no eres mala persona—mordió la dona, manchando la comisura de sus labios con chocolate—. Porque es ajeno. Eres alfa, y en natural que notes feromonas y reacciones. Pero no realizas alguna acción indebida, porque sabes que no tiene qué ver. Sabes que el instinto nunca puede más con la consciencia.

     —Yo… —sonrió, bajando la mirada—. Gracias, Granola.

     —No es nada—lo miró unos segundos—. ¿Por qué tanto complejo?

     —¿Eh? ¿Complejo?

     —Sí, complejo con ser alfa. ¿Es sólo por las feromonas y ser hipersensible al percibirlas?

     —Es más complicado que eso—soltó aire, golpeando un poco su vaso con su dedo.

     —Bueno, está bien si no quieres hablar—comenzó a apilar los platos ya vacíos, los cuales el Saiyan levantó, para ir a la cocina y lavarlos rápido. Al volver se dio cuenta de que el chico se estaba tocando su tobillo.

     —¿Sigue inflamado? —se acercó, sentándose enfrente para tocar su pie—. Esto sí que está hinchado.

     —Tal vez hubiera sido bueno usar hielo—el más bajo se levantó para ir por su bolsa, de donde sacó varios objetos—. ¿Qué es todo eso?

     —Cosas que te ayudarán—sacó una caja, donde dentro había un empaque tubular—. Es un gel de efecto calor-frío. Te ayudará a calmar el dolor.

     —¿Y eso? —preguntó, tomando una prenda pequeña que parecía un calcetín sin la punta.

     —Una tobillera. Si necesitas levantarte puedes usarla como apoyo, para que no tengas que vendarte. Te creará un soporte.

     —Jejeje —el Saiyan alzó la mirada al oírlo reír—. Disculpa, me hace cosquillas. Se siente raro.

     —Te calmará el dolor—volvió a colocarle la calceta después de haber dado un ligero masaje en la zona de su empeine—. Ya está.

     —Gracias—bostezó—. Diablos, la cabeza me está matando.

     —Anda, necesitas descanso—el otro se acomodó sobre la cama, todavía dirigiéndole una mirada al Saiyan.

     —Debo lucir patético en este estado…—el otro negó.

     —No creo eso… Digo, sé que si te hago enojar todavía tienes la fuerza para levantarte y sacarme a patadas —el otro rio—. Granola, está bien que de momentos necesites ayuda.

     —Como sea—se acomodó mejor bajo la sábana—. Gracias por todo. Después te transfiero lo que gastaste en los medicamentos y…

     —Te considero mi amigo. Dejemos esto como un regalo—el otro asomó su cabeza por debajo del textil—. En serio. No podía dejarlo así.

     —Bahhh…—se incorporó de nuevo, sosteniendo su cabeza—. Vegeta…

     —Granola…

     —Gracias. En serio te agradezco todo—extendió su mano, para que le otro la estrechara—. Gracias, Vegeta.

     —No es nada—sonrió de medio lado, antes de volver a bromear con ese humor que ambos compartían—. Es bueno que ya no me odies.

     —Nunca te odié—soltó su mano, para volver a llevarla a su cabeza—. Sólo no me sentía cómodo.

     —Comprendo—alcanzó su vaso, para beber un poco de soda.

     —En realidad no creo que seas mal sujeto…—volteó a verlo, dándose cuenta de un tenue sonrojo en las mejillas del peliverde, quien desviaba su mirada—. De hecho, me agradas un poco.

     —¿Le agrado? —sonrió. Pero esa sonrisilla sólo le duró unos instantes, antes de notar algo—. ¿E-estás liberando feromonas?

     —¿Qué? N-no, ¡diablos! Sólo olvídalo…—le aventó una de sus almohadas, tirándose nuevamente en el colchón.

     —¿Está sonrojado? Se ve tan…—recibió otro almohadazo en la cara.

     —¡No liberes las tuyas! —el Saiyan tomó aquella almohada que seguía en su rostro, para cubrir su propia pena.

     —De verdad es inconsciente, mi cuerpo las libera porque él me gusta… —lo miró, ese chico estaba hecho un ovillo bajo las sábanas—. Al final, en el fondo, es alguien tímido… No te sientas mal. Tu cuerpo estará inestable unos días, es normal que sueltes algunas sin querer.

     —¿Te irás a tu casa? —oyó aquella vocecita baja, proveniente de ese chico.

     —Supongo que sí—miró la hora en su celular—. Tus feromonas se sienten raras, de verdad es evidente en ellas que tienes malestar. Las vitaminas te ayudarán, y traje unos antigripales, por si empeoras. Los dejaré en tu mesita—se acercó al mueble para acomodar todo encima, para que fueran fáciles de acceder para él.

     —Ya es tarde—susurró, cerrando sus ojos—. No tengo problema en que pases la noche aquí.

     —¿Debería?... —tragó saliva, sosteniendo la bolsa de medicamentos todavía entre sus dedos—. ¿Te sientes cómodo si me quedo?

     —Ya te dije que no tengo problema—estornudó, antes de volver a acurrucarse haciéndose bolita bajo las cobijas—. Diablos.

     —¿Te preparo un té?

     —Tengo una caja de sobres en la alacena.

     —Bien—fue al lugar, para poder rebuscar entre sus cosas—. Qué raro, no tiene tantas cosas—pensó, al ver la alacena casi vacía. Por mera curiosidad abrió también el refrigerador, viendo con mayor atención todos los compartimentos—. Tiene vacío el cajón de las verduras, sólo hay para preparar arroz… Supongo que los gastos de la mudanza le afectaron económicamente—comenzó a calentar el agua para preparar la infusión—. Mañana haré las compras.

     Tardó sólo pocos minutos, donde se entretuvo mensajeando un poco con Kakarotto, avisándole que existía la posibilidad de que pasara la noche afuera. Aunque, claro, no especificó que la razón era que estaba en casa del peliverde, porque de lo contrario empezaría con sus insinuaciones.

     Soltó aire y vació el líquido en una taza cuando estuvo listo. Fue a la habitación, encontrándoselo todavía acurrucado bajo las cobijas. Incluso se había levantado para colocarse otra.

     —Toma—el chico se incorporó para sostener la taza y poder beber aquel té—. Te ves tan mal…

     —Gracias por el cumplido—soltó con sarcasmo. Terminó aquello y dejó la taza en la mesita de noche—. Me siento fatal.

     —Bueno, requieres descanso—el otro se acomodó en su lugar—. Acomodaré una sábana en el suelo. ¿Cuál puedo tomar?

     —Tengo una bolsa de dormir en el armario, es color azul—se levantó, para ir al lugar—. Si te incomoda tanto el suelo, puedes hacerte aquí un lugar.

     —¿Acaso me está sugiriendo dormir en su cama? —dirigió una mirada hacia él, notándolo casi inmóvil, posiblemente a nada de quedarse dormido—. No. No debería incomodarlo.

     Tiró la bolsa en el piso y se acostó encima, a una prudente distancia de la cama. Soltó aire y le dio la espalda, recostándose de costado luego de apagar la luz. Cerró sus ojos, pudiendo percibir únicamente el aroma de ese chico.

     —Sus feromonas me relajan demasiado…—tragó saliva—. No debería estar aquí, debería irme. Debería tomar distancia entre ambos—soltó un silencioso suspiro—. Pero en estos momentos, él necesita ayuda. Y es tan orgulloso que no la pedirá.

 

***

 

¿Mhg? —abrió sus ojos, sintiendo unas enormes punzadas en su cabeza—. Diablos, me duele en serio…—trató de distinguir en su alrededor, notando su habitación en completa oscuridad. Extendió su mano, para alcanzar su celular—. Son las ocho de la mañana…—apagó nuevamente la pantalla y se volvió a acurrucar—. ¿Fue la puerta principal? —intentó levantarse, pero su pesado cuerpo no se lo permitió—. Demonios… —susurró—. Esa esencia… Es Vegeta.

     Soltó un suspiro aliviado, antes de dejar caer su peso total en la cama, ya más tranquilo de identificar que la persona que entró a su hogar era el Saiyan.

     Guiado por el dolor de su cabeza, decidió volver a dormir.

 

***

 

Ese olor…—sintió su estómago haciendo ruido—. Muero de hambre.

    Se quedó unos largos minutos en su lugar, sintiendo que su cuerpo dolía demasiado. Sólo saboreaba el aroma que se filtraba a su habitación, una combinación exquisita de condimentos y posiblemente verduras hervidas. Se sobresaltó al oír un ruidito, que era el de la perilla de su habitación abriéndose, seguido de pasos acercándose.

     —Pss, Granola…—abrió sus ojos para enfocar al pelinegro, que estaba de pie al lado de su cama—. Preparé un caldo de verduras. ¿Te lo traigo a la cama? ¿O te llevo a la mesa?

     —En la mesa. No quiero hacer un desastre aquí—se quitó la cobija que lo cubría, sintiéndose sudado por el calor de la colcha.

    Se sentó en la orilla de la cama, buscando sus pantuflas, notando que el Saiyan se arrodillaba frente a él para ayudarle a colocarse la tobillera. Inmediatamente sintió que la elasticidad de la prenda le daba un poco de rigidez a su inestable tobillo. Se levantó, siendo sostenido al instante por el más bajo, quien se colocó bajo su brazo.

     Se le quedó viendo unos instantes, todavía en esa oscuridad, mientras era sostenido. Vegeta estaba atento en cada uno de sus pasos, para poder ayudarlo a caminar. Estaba bastante pendiente de él, cuidándolo.

    —¿Todavía te sientes con dolor de cabeza como anoche?

    —¿Eh? —parpadeó un par de veces antes de bajar la mirada, tratando de analizar las palabras que le dijo, las cuales se habían perdido mientras él veía el rostro del pelinegro.

     —¿Te sientes muy mal? Tus feromonas se sientes más estables que ayer, puedo llevarte al médico.

     —No, sólo necesito comer algo…—siguieron avanzando, hasta llegar a la cocina—. ¿Preparaste café?

     —Sí, necesitaba algo para mantenerme despierto. ¿Quieres que te sirva?

     —Por favor—el Saiyan vertió café en una taza y se la entregó, para poder centrarse en servir el caldo.

     Tomó un tazón para llenarlo, en el líquido nadaban algunas verduras que todavía desprendían vapor. Lo colocó sobre la mesa, frente al chico. También sirvió algo de arroz en un tazón más pequeño.

     —Esto está delicioso—alzó sus cejas incluso tras probar aquello—. Es muy bueno, Vegeta.

     —Qué bueno que te guste—se sirvió también para poder acompañarlo en su almuerzo.

     —¿Cómo aprendiste a cocinar? —preguntó, tomando los palillos para comenzar con el arroz.

     —Bueno, mis padres trabajan mucho y a veces me quedaba en casa solo con mi hermano. Aprendí primero repostería, me gustaba hacer postres. Y después me enseñé a cocinar cosas saladas… Con Kakarotto como compañero tuve que aprender cosas nuevas, porque él sólo sabe cocinar pocas cosas.

     —¿Por qué son roomies? —se animó a preguntar, metiendo aquella rodaja de zanahoria en su boca.

     —En preparatoria estuvimos mucho tiempo juntos, y fui muchas veces a su casa… Vivíamos algo lejos, pero a veces me quedaba en su casa a dormir, o él iba a la mía. Como sus padres no podían pagar la universidad y al mismo tiempo la renta de un departamento, le sugerí que viviéramos juntos y les pareció bien.

     —¿El departamento es tuyo?

     —Mis padres tenían esa posibilidad—rascó su nuca—. Pero al graduarnos, el próximo año, posiblemente lo venda. Kakarotto quizá regrese a Montaña Paoz con su familia, y yo buscaré un lugar… No sé.

     —Ya veo…—mordió aquel brócoli—. Bueno, un año es poco tiempo, en realidad… El tiempo pasa demasiado rápido—soltó un pequeño suspiro, apoyando su cabeza en su puño, mirando su plato.

     —¿Quieres volver a la cama? Te ves agotado—el otro alzó la mirada, para verlo.

     —Sí… iré a descansar—alborotó un poco su cabello antes de levantarse—. Diablos, olvidé que no puedo apoyar.

     —Vamos—se levantó para rodear la mesa e ir con él—. Los primeros días son los más importantes para no agravarlo.

     —Sí—alzó su brazo para sostenerse de él y encaminarse de nuevo a la cama. Soltó al más bajo cuando pudo apoyarse en el colchón, dirigiéndole una mirada rápida al Saiyan—. ¿Me das espacio?

     —¿Eh? —lo vio con su mirada gacha al suelo—. Claro. Limpiaré la cocina por mientras.

     Salió, dejándolo solo. Sabía que necesitaba reposo y descanso. Aunque, claro, posiblemente también se sentía incómodo, ya que pasó de un momento a otro de estar en total soledad en ese pequeño departamento a tener a alguien acompañándolo.

     Lavó los trastes y secó sus manos, antes de aproximarse a aquella esquina donde estaban recargados una escoba y un trapeador, para poder barrer el área de la cocina donde había un poco de desorden por su mala organización a la hora de cocinar.

     Ya estando en eso, aprovechó para asear todo el departamento. Claro, ¿por qué no? El chico peliverde no podría realizar esas actividades hasta que no se sienta mejor, y era algo que entre más pospusieran más suciedad y polvo se acumularía. Además, la falta de ventanas (salvo una) hacía más difícil la ventilación, por lo que era primordial mantener limpio el lugar.

     —Son libros de biología…—pensó, al leer los distintos títulos que estaban en ese pequeño librero. Se sentó en el suelo a un lado para sacar uno—. Son de pasta dura, deben ser algo costosos—hojeó un poco, viendo las ilustraciones a todo color—. Insectos…—sacó otro tomo, para también ver su contenido—. Flores… Este tiene demasiados separadores, y se ve más gastado…

     >>Se ve que le gustan mucho las flores. Tal vez le traiga un ramo mañana…—golpeó su cabeza contra el mueble—. ¡No! Ya basta…—miró al techo con fastidio—. Debo dejar las cosas fluir tranquilas.

    Soltó aire, volviendo a colocar el libro en su lugar. Se animó a sacar los demás tomos, viendo que se separaba en distintas ramas. Colocó el último en su lugar y sacó una carpeta grande, dándose cuenta de que en realidad era un álbum de fotografías.

     Alzó sus cejas un poco enternecido al ver imágenes del peliverde cuando era niño. Algunas fiestas de cumpleaños, otras con quien parecía ser su madre por la similitud con la mujer. Ella también tenía sus ojos de diferente color, cosa que en realidad no le sorprendía tanto puesto que la heterocromía era hereditaria. Lo que sí lo sorprendió fue ver las imágenes donde, en cierto punto, dejó de aparecer la mujer y sólo aparecía el chico con un hombre anciano.

     —¿Será su abuelo? —terminó el álbum, donde sólo había una que otra fotografía suelta del chico, donde unas eran de su graduación de preparatoria y otras de él en un parque de diversiones con el mismo hombre.

     Se levantó, para ir a su habitación, todavía con aquel álbum en sus manos. Se asomó primero, viéndolo acostado con su pecho contra el colchón y su rostro girado a un costado. Se acercó, viendo que el chico volteó a verlo, delatando que estaba despierto.

     —Estaba limpiando, y encontré esto—comentó, sentándose en la orilla del colchón. Granola lucía bastante decaído y agotado, como si no hubiera dormido bien en varios días—. Eras un niño muy adorable.

     —¿Eh? —alzó su mirada, viéndolo—. Hace años que no abro eso.

     —Se nota, estaba lleno de polvo. ¿Sólo lo acomodaste en el librero?

     —Sí, en serio no lo he visto en tres años—se incorporó con dificultad, quedando sentado.

     —¿Es tu mamá? Te pareces mucho a ella—comentó, señalando una fotografía donde la mujer lo cargaba en sus brazos, teniendo como cinco o seis años.

     —Sí, es ella…—miró la fotografía, apoyándose en el hombro del chico—. Su nombre era Müesli.

     —¿Era? —el chico soltó aire—. ¿Qué pasó?

     —La mataron—el Saiyan volteó a verlo—. Yo tenía cinco años cuando lo hicieron.

     —Pero…—miró las fotografías, que coincidían con lo dicho por el chico. La presencia de la mujer cesó en las imágenes aproximadamente a esa edad—. Eso…

     —Fue un sujeto llamado Elec Heata—cubrió su rostro con su mano—. Era un vecino donde antes vivía con mamá…

 

^^^Flash Back^^^

—Granola, ¿dónde estás? —la mujer comenzó a buscar a su hijo en la extensión de su casa. Dio un saltito cuando el pequeño salió de debajo de la mesa.

     —¡Boo! —ella sonrió y lo levantó en sus brazos, repartiendo besos en la cabeza del menor, sacándole risitas.

     — Müesli., ¿quieres más ayuda? —preguntó el hombre, asomándose a la casa, llevaba una pequeña maceta en sus brazos, la cual tenía flores rosas.

     —No, tío, ya hiciste mucho—bajó a su hijo para acercarse al hombre—. Ven, siéntate. Te prepararé un café.

     —Gracias…—se sentó en la silla, levantando al menor y sentándolo en su regazo—. Granola, ¡mírate! Cada día que te veo estás más grande.

     —Jeje, ¡crecí dos centímetros!

    —Pequeño, en serio estás creciendo muy rápido—tomó la taza que la mujer le extendió—. Es una casa bonita, Müesli..

    —¿Verdad que sí? Me costó mucho trabajo poder ahorrar, y es algo pequeña, pero está cerca de la escuela, y quiero que Granola pueda estudiar bien—el menor rio cuando su cabello fue revuelto—. ¿Verdad que sí, mi amor?

     —¡Quiero saber mucho de plantas como tú, abuelo! —el hombre sonrió enternecido con las palabras del menor.

     —Serás un gran investigador, pequeño—oyeron la puerta principal ser tocada, por lo que la mujer se levantó a abrir.

     —H-hola…—saludó la peliverde—. ¿En qué te puedo ayudar?

     —Soy el vecino de enfrente. Vi que te estabas mudando, así que quise pasar a saludar y preguntar si necesitaban ayuda. Me llamo Elec Heata, mucho gusto.

     —Ah, mucho gusto. Me llamo Müesli—estrechó su mano con el hombre—. No es necesaria la ayuda, ya tenemos todas las cajas. Pero puedes pasar, te puedo ofrecer una taza de café…

     —Qué encantadora mujer, te lo agradecería mucho…—se adentró, siguiendo a la mujer a la cocina—. Buenas tardes—saludó al par que estaba en el comedor.

    —Buenas tardes—respondió el hombre.

    —Ahh, ¿y quién es este pequeño tan adorable? —el menor, por instinto, ocultó su rostro en el pecho de su abuelo, tratando de esconderse aferrándose a él.

     —Es mi hijo, se llama Granola—presentó la mujer, extendiéndole la taza—. Espero te guste.

     —Muchas gracias… El vecindario es muy agradable, estoy seguro de que tu hijo se divertirá mucho aquí. Hay varias familias con niños pequeños, como de su edad.

     —¿En serio? —se agachó con el menor, quien seguía aferrándose a las prendas de su abuelo—. ¿Oíste, Granola? Podrás hacer muchos amigos…—pero el menor sólo asomó un poco sus ojitos, antes de volver a esconderse—. Disculpa, es un poco tímido.

     —Eso veo—terminó la bebida antes de devolverle la taza—. ¿Me aceptan una invitación a comer? Hay un restaurante cerca, es pequeño, pero la comida es muy buena. Como un recibimiento.

     —¿Eh? N-no es necesario…

     —Por favor. Será una cálida bienvenida…

 

***

 

Los días pasaban, y aquel vecino llegaba siempre con una encantadora sonrisa y un plan para invitarlos a alguna salida, o llevar algún presente a su hogar. Y, pese a la repentina aparición, solían aceptarles sus insistencias.

     Aunque el pequeño Granola todavía no estaba muy convencido de aquel sujeto alto, sintiéndolo una persona muy imponente con quien no quería convivir. Era como si aquella mirada del hombre lo atravesara, y su simple presencia era suficiente para hacerlo sentir temor.

     Agradecía los momentos donde su abuelo estaba con él, porque podía aferrarse a él y esconderse detrás de su cuerpo o simplemente arrastrarlo para que lo llevara al parque o al jardín para estar lejos de ese hombre.

     ¿Por qué le temía tanto? Le provocaba una enorme incomodidad, lo único que pensaba era en salir corriendo cuando se acercaba. No sentía confianza en ese sujeto pese a su amabilidad, invitaciones y regalos. Es más, ver cuando le tomaba la mano a su mamá, o le decía algunos cumplidos acerca de su belleza, lo hacía sentir molesto, y en más de una ocasión, a pesar de su temor, se había interpuesto entre ambos, para abrazarse a la mujer y jalarla un poco, incitándola a ir con él y que el hombre se fuera antes.

*

     —¿Te está gustando tu fiesta, mi amor? —preguntó la mujer, agachándose para estar a la altura de su hijo. En aquel jardín había un juego inflable, y había unos cuantos niños jugando ahí, en las mesas estaban los padres de los menores, que convivían entre ellos. Haber estado ya varios meses en ese vecindario había permitido que el pequeño peliverde hiciera amigos en la primaria, mismos que vivían en esa misma calle, así como que la mujer se pudiera relacionar con las demás familias de ahí.

     —¡Sí! ¡Mucho! —abrazó a la mujer, siendo correspondido.

     —Mira quién viene allá—el menor volteó, sonriendo enormemente al identificar a la figura masculina que llegaba.

     —¡Abuelo! —corrió hacia él, abrazándolo.

     —Mi pequeño—lo levantó, a como su cuerpo se lo permitió—. Feliz cumpleaños.

     —Gracias, abuelo…—fue bajado, así que le tomó la mano—. Ven, te aparté un lugar, abuelito.

     —Claro, pequeño…—lo siguió, sentándose en aquella silla que estaba bajo un árbol, en una fresca sombra.

     —Te quería enseñar algo, abuelo—corrió hacia el interior de su casa, para volver a los pocos segundos con un frasco en mano, mostrándoselo—. ¡Mira mi plantita!

     —A ver…—tomó el frasco, viendo que dentro había un algodón blanco con una plantita pequeña que recién había germinado.

     —Es un frijolito. Vi este experimento en un libro, ¡y sí nació!

     —Crecerá muy grande, cuídalo mucho—el menor asintió, poniéndolo en la mesa—. Terminando te ayudo a colocarlo en la tierra.

     —¡Sí, abuelito! — se sentó en la silla de enfrente, para comer una gelatina con él.

     —¿No vas a jugar con tus amigos? —preguntó, señalando a los otros infantes que brincaban en el trampolín inflable.

    —No me gustan mucho, me mareo y luego no podré comer pastel.

     —Claro, pequeño… Te pensaba traer un regalo, pero mejor te llevaré a que lo escojas. Podrás pedir lo que tú quieras.

     —¡Sí! —metió la cuchara con aquella gelatina roja sabor fresa en su boca—. ¡Quiero que me lleves al cultivo de fresas!

     —¿Eh? —sonrió—. Claro que te llevaré, pequeño.

     El menor sonrió más animado, mirando a su alrededor. Notó cerca a su madre, platicando con el Heata. Miró con recelo a esa dirección, notando cómo el hombre intentaba retirarle el mechón de cabello que tenía en su frente.

     — Müesli, de verdad creo que eres una mujer muy bella—oyó decir al hombre, viendo que se acercaba un poco más a la mujer.

     El menor soltó su vaso y cuchara, para correr hacia ellos y empujar al hombre con todas sus fuerzas. Incluso consiguió que el sujeto se desequilibrara y cayera sentado. La mujer sostuvo a su hijo por los hombros.

     —¡No! —se aferró a su mamá, quedando en un espacio intermedio entre ambos.

     —Granola. Cariño…

     —Ay, parece que alguien está celoso…—comentó una mujer cerca, tras ver la escena.

     —No…—el menor empezó a sollozar de la vergüenza ante todas las miradas fijas sobre él.

     Salió corriendo al interior de la casa, siendo seguido por la mujer. Fue a su alcoba, metiéndose rápido debajo de la cama, llorando escandalosamente. Ella se acostó en el suelo, para poder verlo.

     —Cariño… No llores, no pasa nada… ¿no quieres volver a tu fiesta?

     —No.

     — Müesli, ¿qué pasó? —preguntó el hombre, entrando a la habitación —. ¿Y mi nieto?

     —Debajo de la cama—el hombre se sentó en una silla cercana—. Granola, ¿qué pasa?

     —¡No me gusta!

     — Müesli., deberías escuchar a tu hijo—ella se levantó para mirarlo—. Es un hombre que ha estado muy atento, no se ve mala persona, pero tu pequeño no está bien si está cerca de él. Elec ha tratado de acercarse de buena manera, pero no creo que debas forzar a tu hijo a convivir con él.

     —No quería ser descortés, Elec ha sido muy amable y ha ayudado demasiado estos meses—soltó aire, mirando a su tío—. Le diré a los invitados que Granola no se siente bien, y les repartiré un poco de pastel.

     —Yo me quedo con él—ella se puso de pie y sacudió el polvo que le quedó en su ropa—. Me dijiste que Elec es alfa dominante, ¿verdad?

     —Sí… El pediatra me dijo que Granola es dominante también, quizá por eso le repele tanto, aunque todavía no sepa identificar feromonas —el menor salió de su escondite, para ir a abrazar a su abuelo, todavía sollozando.

     —Ya, pequeño… No te sientas mal—lo levantó, para abrazarlo.

     —Iré con los invitados, para disculparme—le revolvió el cabello a su hijo y le besó la cabeza—. En un ratito vuelvo, amor.

     —Pequeño, ¿por qué no te cae bien? —preguntó, cuando estuvieron los dos solos.

     —¡No me gusta! —el hombre se paseó por la habitación todavía con él en brazos.

     —¿Es porque tu madre pasa mucho tiempo con él? —el menor negó, escondiendo su cabeza en su pecho—. ¿Te dijo algo feo? —recibió otra negación—. ¿Te hizo algo?

     —No me gusta. Se ve malo y huele mal.

     —Ay, pequeño…—siguió arrullándolo—. Está bien si no te cae bien…

     Fue abrazado todo el tiempo por aquel hombre, quien le hizo saber constantemente que no estaba enojado por haber peleado y empujado al sujeto, y que de todos modos le daría su regalo de cumpleaños.

     Al final, aquel día había terminado bien. Aunque se interrumpió la fiesta por el pequeño berrinche que hizo donde se negó a volver al patio, pudo comer pastel con su familia solos los tres.

 

***

 

—Mami, ¿me compras este cereal? —preguntó tomando la caja, donde en la portada había un conejo.

     —Claro que sí, cariño—el menor se puso de puntillas y alzó su brazo, para poder meter la caja en el carrito.

    —¡Müesli! —giró su cabeza al oír esa conocida voz—. Qué sorpresa encontrarnos aquí.

     —Ah, hola, Elec.

     —No has contestado mis mensajes… De verdad no te sientas apenada, no estoy enojado. Entiendo que tu hijo puede estar celoso, es raro para él que su madre conviva tanto con alguien más.

     —No es eso… —tomó las manos del hombre—. Creo que es mejor que tomemos un poco de distancia, mi hijo no se siente muy bien con nuestra amistad, y quiero respetar a mi pequeño.

     —Vamos, ¿no saldrás conmigo? Puedes pedirle a alguien que lo cuide mientras tú y yo salimos…—ella soltó sus manos—. ¿Müesli?

     —No puedo, en serio. No quisiera empezar algo sabiendo que mi pequeño no está bien con ello. Él es mi prioridad, espero que lo entiendas…

     —¿En serio? ¿Después de todo lo que he hecho por ustedes? ¿Me vas a rechazar sólo porque tu hijo está muy apegado?

     —¿Eh? —frunció el ceño—. ¡No es eso! Mi hijo es alguien tímido, y no quiero forzarlo a nada—bufó, tomó la mano de su hijo y se llevó al carrito—. Adiós, Elec.

     Luego de aquel incidente, ya no se habían topado al hombre. Había acatado la indicación de la mujer, alejándose totalmente de ellos. Ni siquiera volvieron a encontrárselo en las calles de su vecindario. Era como si hubiera desaparecido totalmente de la faz de la Tierra.

 

*

 

—Mami…—se aferró a la mujer cuando ella lo levantó, siendo que la lluvia había aumentado de intensidad, donde las gotas de lluvia que caían en la acera salpicaron los tobillos del menor.

     —Tranquilo, hijo. Ya casi llegamos a casa…—siguió avanzando, impidiéndosele ver mucho hacia adelante debido a la cortina de agua.

     —Huele mal…—ella se detuvo, tratando de ver el rostro de su hijo. Sin embargo, el gorro de su impermeable le impidió verlo—. Es él.

     —¿Quién, cariño? —preguntó, retomando su paso. Se volvió a detener, mirando a su alrededor—. ¿Elec?

     — Müesli.… Mucho tiempo sin verte—ella retrocedió un poco.

     —Apestas a alcohol… —siguió avanzando, apresurando su paso, trotando incluso con su pequeño en brazos.

     —¿Por qué huyes de mí? —ella sintió un alivio al poder llegar a su hogar y cerrar con seguro.

     —Mami, ¿qué pasa?

     —Nada, cariño…—ambos se sobresaltaron al escuchar golpes fuertes en la puerta.

     —¡Ábreme! —el menor se aferró a la pierna de la mujer.

     —¡Largo! —tomó al menor en sus brazos, y salió al patio trasero al ver que la puerta se estaba rompiendo en el marco—. Parece que enloqueció, está muy ebrio… Y sus feromonas están muy fuertes, está en celo…

     —¿Qué es celo? —ella miró a su hijo, que lucía aterrado pese a que no comprendía la gravedad de la situación.

     —Cariño, ¿recuerdas que te gustaba meterte debajo del balde cuando jugamos a las escondidas? —se acercó al patio, donde había un balde muy grande volteado hacia abajo al lado de donde estaban plantados algunos rosales, lavandas, y otras flores que emanaban un fuerte perfume—. Entra, y no salgas hasta que yo venga por ti.

     —Pero…

     —Vendré por ti, mi amor—le besó la cabeza, antes de que el menor entrara debajo, donde todavía estaba seca la tierra debido a que el balde había funcionado para cubrir de la lluvia esa zona—. Imagina que estamos jugando a las escondidas, ¿de acuerdo? Vendré a buscarte.

     —Mami…—se aferró fuertemente a la mano de la mujer.

     —Tranquilo, mi amor. Todo estará bien, ¿de acuerdo? Guarda silencio, no hagas ningún ruido hasta que regrese…—volvió a besarle la cabeza, antes de bajar nuevamente el balde, quedando un espacio pequeño en la parte inferior, separado del suelo, por donde podía entrar algo de aire fresco para que respirara.

     El pequeño se quedó ahí, escondido en ese lugar estrecho. La poca luz que se filtraba del espacio de separación le permitió ver una lombriz que estaba en la superficie de la tierra. Se sobresaltó al oír un fuerte ruido, similar al de un fuego artificial, pero mucho más escandaloso.

     Oyó ruido de pasos, un sonido húmedo debido al lodo que había en el jardín. Cubrió su boca con ambas manos al distinguir a varios metros unos zapatos grandes y pesados caminando de un lado a otro. Sentía que el pecho le dolía debido a lo acelerado que estaba su corazón. Cerró sus ojos, temiendo hacer algún sonido.

     Sólo vio cómo finalmente se alejaba. Pudo relajarse sólo un poco, antes de sentir que todo se desvanecía y se volvía oscuro.

 

     Abrió sus ojos al sentir algo en su rostro, encontrándose con un perro olfateándolo. A su alrededor había algunos hombres vestidos de azul, con placas policiacas en sus uniformes. Sin fuerzas, sólo cerró sus ojos de nuevo, desvaneciéndose una vez más.

^^^Fin del Flash Back^^^

 

     —Después de eso, me llevaron al hospital, para ver si estaba herido. Me desmayé del miedo de verlo ahí, cerca de mí—abrazó sus piernas—. Mamá huyó a la casa del vecino, para ver si alguien podría ayudarla. Pero no estaban, y Elec la alcanzó… Intentó abusar de ella, mamá se resistió, y le disparó. Portaba ilegalmente un arma algo antigua.

     >>Después de eso huyó, y no lo encontraron. Mi abuelo Monite era el único familiar que me quedaba, así que se hizo cargo de mí—limpió la lagrimilla que se le escapó—. Llevé terapia toda mi infancia. Y estar con mi abuelo me ayudaba demasiado, era un gran hombre… Pero hace dos años falleció de un paro cardiaco, era ya un hombre mayor y no resistió.

     >>Yo ya era mayor de edad, pero me sentía demasiado pequeño para quedar totalmente solo. Caí en depresión, e incluso pensé en quitarme la vida. Estaba devastado, pero…—sonrió de medio lado—. Los años que viví con mi abuelo aprendí cosas maravillosas. Él tenía un vivero enorme, y me enseñó mucho para cuidar todas sus plantas. Su vecino también le ayudaba siempre, tenían ese trabajo en conjunto. Y crecí aprendiendo de ellos.

     >>Pedí ayuda, de verdad estaba en el fondo. No le encontraba sentido a continuar, siendo que estaba sin nadie. Pero quería cumplir también mis metas, tenía muchos sueños y sé que mi abuelo y mamá estarían orgullosos de que continuara a pesar de todo. Así que retomé la terapia, para poder salir de la depresión.

     —Granola…—se acercó, pasando su brazo por encima de su hombro.

     —No se te ocurra abra…—pero antes de terminar de hablar, fue envuelto en los brazos del más bajo—. Vegeta, muévete.

     —Lo siento mucho…—el peliverde, tímidamente, subió sus manos, correspondiendo aquel abrazo, escondiendo su rostro en su hombro—. Si en algún momento necesitas algo, sabes que nos tienes a nosotros. ¿De acuerdo? Está bien pedir ayuda…—subió su mano a su cabello, enredando un poco sus dedos en él en pequeñas caricias—. Sus feromonas se sienten como aquella noche. Supongo que estaba triste por recordar todo esto…

     —Si tan sólo vuelvo a ver al imbécil de Elec, lo mataré…—el Saiyan se sintió incómodo al escuchar esas palabras soltadas con rabia. Se separó, notando la expresión dura y de molestia del otro chico—. Ese imbécil me quitó a una persona que yo amaba…

     >>Y no sólo eso…—bufó—. Incluso ya tenía antecedentes de violencia doméstica. Era divorciado, mandó al hospital a su exesposa por golpes. Y ella muy apenas pudo salvar su embarazo… Fue en otra ciudad, por eso nadie lo reconocía aquí y se dejó de dar seguimiento.

     >>Siempre llega con la finta de buena persona, pero usaba la fuerza para conseguir lo que quería. Y en esa ocasión, donde se dejó llevar, donde se embriagó…—empuñó sus manos—. ¿Sabes, Vegeta? Mi primer celo lo tuve a los catorce años. Pero esa ocasión, donde ese imbécil estaba en celo, fue la primera vez que yo percibí feromonas.

     —P-pero usualmente es en la pubertad…

     —Imagina qué tan intenso era, y lo drástico de la situación, para que eso ocurriera…—miró su puño—. Tengo deseos de matarlo con mis propias manos…

     —Oye, Granola. Creo que deberías tranquilizarte un poco…—el otro lo miró—. Te estás exaltando mucho.

     —¡Mató a mi mamá! ¿¡Qué pretendes que sienta!?

     —No es por eso, pero vengarse es una tontería.

     —Tsk, imbécil—contrario a lo que Vegeta se esperaba, el peliverde se levantó, tratando de golpearlo. Dio dos pasos hacia adelante, tratando de atacarlo hasta que su pie flaqueó—. ¡Ouch! —fue sostenido por el Saiyan, quien se acercó, abrazándolo de la cintura, sosteniéndolo fuerte.

     —¡Escucha, idiota! ¡Contrólate! —el otro, al no tener opción, sólo se aferró a ese cuerpo pequeño—. Si haces algo así, el único que tendrá consecuencias eres tú—el peliverde chistó—. Granola, yo tampoco entiendo cómo, pero es posible que ese imbécil tenga a alguien que lo defienda, y que si haces algo te culpen de todo a ti… Y, aunque no, no vale la pena que arruines tu futuro con algo así…

     —Si lo hubieran detenido por lo ocurrido con su exesposa, mi madre seguiría viva. ¿Cómo pretendes que confíe si la primera vez no lo hicieron, y después de la segunda todavía no lo detienen?

     —Lo sé, es un asco que no lo hayan atrapado y que se pudiera haber evitado…—colocó su mentón en su hombro—. Pero la justicia a mano propia sólo te dará satisfacción en ese momento, pero con demasiadas consecuencias que te arruinarán tu vida. Tienes una vida por delante, que no vale la pena arriesgar tu libertad y tu futuro por un idiota—Granola reforzó su agarre—. Reconsidéralo, por favor.

     —Tsk…—soltó aire, escondiendo su rostro en el espacio que había entre el cuello y hombro—. Su esencia… El aroma de Vegeta es muy distinto al primero que olí cuando era niño…—siguió aspirando otro poco—. Es bastante suave…

     —¿E-estás liberando feromonas? —el peliverde levantó la mirada, encontrándose con los ojos del Saiyan, que lucía un poco confundido.

     —Eh… N-no…—sus mejillas se ruborizaron totalmente—. ¡No es nada! —se separó, para tirarse a la cama, dándole la espalda—. Diablos…

     —Dejaré el álbum en su lugar—comentó, saliendo de la habitación, dejando al peliverde que estaba agobiado, escondiendo su rostro en su almohada—. Granola…

     —¿Qué quieres?

     —¿Vas a volver a dormir?

     —Sí, ¿algún problema?

     —No, ninguno—se sentó en la orilla de la cama, donde el chico todavía le daba la espalda—. Si no te molesta, preferiría pasar esta tarde contigo… No me gustaría dejarte solo ahora que sé que estás algo decaído…

     Duró un largo rato en silencio, sólo observando la espalda del chico. Sus feromonas seguían bajas, aunque no lo suficiente como para ser discretas. Aunque se sentía un pequeño toque de tristeza en ellas, no era tan alto como hace unos minutos.

     —Me gustaría que te quedaras—se sorprendió ante aquella respuesta.

     —Claro, apagaré la luz—se acercó al interruptor, para presionarlo y dejar en oscuridad el lugar. Se acercó a la bolsa de dormir, moviéndola un poco para volver a extenderla.

     —No me molesta si duermes conmigo.

     Los vellos de su nuca se erizaron al escuchar aquellas palabras. Tragó saliva, y fue a su cama, acostándose a un lado de él, viendo su espalda. Y esa nuca, donde podía percibir aquel aroma de una manera un poco más intensa.

     —De-descansa, Granola…—susurró, sintiéndose nervioso de estar a centímetros de él.

    —Vegeta, ¿te molesta si me acerco un poco más a ti?

     —No, no me molesta…—el chico se giró. Ahí el Saiyan pudo apreciar unas lagrimillas en su rostro, las cuales limpió antes de aferrarse un poco a él—. Está bien…—estiró su brazo, para poder abrazarlo. Sintió un poco de pena al sentir que aquellas feromonas nuevamente delataban el pesar que tenía ese chico, seguido de un silencioso sollozo por parte del peliverde.

     ¡Y cómo no! Había perdido todo lo que tenía, estando ahora sin alguien. Incluso en esa ciudad desconocida para él, estaba completamente solo. Su único consuelo en aquel lugar era que Kakarotto era su amigo y que podría llamarlo. Pero, considerando su orgullo y la manera en que Goku solía armar planes constantemente con sus distintos amigos, no le pediría apoyo cuando lo necesitara.

     Pero justo en ese momento, podía ver a ese chico mostrando su lado sensible, hablando de sus miedos y de todo aquello que le afectaba. No era de sorprenderse que el chico probablemente, después de aquella siesta que necesitaba tomar, estaría de nuevo como alguien fuerte que podría derribar a cualquiera de un solo golpe pese a su lesión.

     Aunque, reflexionando su pasado, había sido una persona que había llegado como un buen amigo con su familia y resultó un monstruo total. ¡Por esa justa razón no confiaba en él en un inicio! Si tenía tan traumática experiencia con un alfa dominante, era normal que no pudiera aceptar fácilmente estar con él. Pero, al menos, era alguien que estuvo abierto a conocerlo, pudiendo ahora ser… ¿amigos?

     —Vegeta.

     —¿Sí? —tenía su mano en aquella cabellera verde, deslizando sus dedos en un suave masaje para tratar de consolarlo.

     —No malinterpretes lo que diré, pero…—tomó un profundo suspiro antes de continuar—. ¿Podrías liberar tus feromonas?... Son suaves, me relajan.

     —Claro…—dejó de suprimirlas, inundándose la habitación con su aroma—. ¿De verdad le gustan? —lo notó todavía oculto contra él, pero respirando más despacio. Como si el llanto, aunque lo haya agotado, por fin haya acabado y pudiera serenarse—. Las tuyas también me relajan.

     El peliverde alzó la mirada, para enfocarlo. Incluso Vegeta sintió un pequeño escalofrío, creyendo que aquel chico lo golpearía o que lo empujaría para tirarlo de la cama. Pero sólo lo miraba con una expresión serena, sólo un poquitito sorprendida.

     —Está bien ya no tener que esconderlas tanto…—susurró, liberándolas. En la alcoba se podía sentir ambas esencias combinadas.

     —Sí, opino igual…—sin querer alternó su mirada entre sus ojos y sus labios—. Diablos, ¡concéntrate!

     —Vegeta—miró aquellos ojos claros que lo veían atento

     —¿Sí?

     —Gracias por todo.

     —…—sonrió—. No es nada… Anda, puedes dormir. Te hará sentir mejor.

     —Sí—se acomodó, pasando su brazo por el torso del mayor, quien seguía acariciando su cabello.

     —Por cierto… ¿qué es eso que me dijiste del “cultivo de fresas”?

     —En Kantō, en la prefectura de Tochigi. Tienen un espacio donde hay fresas, donde las personas pueden ir a cosechar y comerlas ahí, o llevárselas a casa. Mi abuelo siempre me platicaba de ese lugar, pero nunca me habían podido llevar cuando era niño porque estaba muy lejos…—soltó aire, aferrándose un poco más fuerte a aquel cuerpo—. Después de que mamá murió, me cerré demasiado y no podíamos salir mucho. Ya sabes, por el cambio de que él tendría que hacerse cargo solo de un niño, y que yo estaba acostumbrado a sólo haber estado con mamá.

     >>Cuando cumplí siete por fin me llevó—se escuchó una risita por parte del peliverde—. Me enfermé del estómago por comer muchas fresas.

     —Ese lugar debe ser maravilloso. Supongo que algún día podría visitarlo… Podemos ir juntos en el futuro, si quieres.

     —Ese lugar es increíble… Quisiera volver a ir—cerró sus ojos y bostezó—. Si te necesitas levantar, dime para moverme.

    —Sí, no te preocupes por ello…—aferró su agarre, tratando de envolver bien entre sus brazos al de ojos bicolor—. Descansa.

     —Tú también, Vegeta.

Notas finales:

31/07/2022


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).