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Reyes olvidados. por fuyumi chan

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La planicie desolada era azotada por una lluvia torrencial, en medio de la oscuridad se vislumbraba una tenue luz violeta. Rayos caían a su alrededor, iluminando a un solitario hombre envuelto en sombras. Sus movimientos eran precisos y deliberados, a pesar de la tormenta que rugía a su alrededor. Parecía estar buscando algo con determinación. Bolas de fuego azul caían cerca de él, pero no lograban perturbar su concentración. En un destello de luz azul, unas enormes alas negras se desplegaron desde su espalda, revelando su verdadera naturaleza. Este hombre era un ángel caído.


Los ángeles caídos eran seres que habían renunciado a su deber divino, abandonando su propósito original. Algunos habían sucumbido a la traición y se habían convertido en demonios, perdiendo sus alas como castigo. Otros, como el protagonista de esta historia, habían concluido su tiempo de servicio y habían elegido abandonar su tarea. Sus alas, aunque ahora negras como la noche, aún permanecían en su espalda. Turiel, después de cinco mil años de lealtad, decidió que era hora de experimentar la libertad y los placeres de la Tierra. Sin embargo, jamás imaginó que encontraría una guerra igualmente feroz a la que dejó en el cielo, una guerra que le arrebató el sueño por mil años y a su fiel compañero.


A pesar de su escepticismo hacia la magia y su desprecio por los brujos, Turiel no pudo evitar asombrarse por el poder que emanaba de aquel lugar. La planicie parecía tener una inteligencia propia, capaz de anticipar sus intenciones y obstaculizar su camino. Pero nada de eso podía detenerlo. Ni las bolas de fuego ni los vientos huracanados lograron amilanar su determinación. Su sonrisa perversa revelaba su confianza en sus propias habilidades.


Después de horas de vagar en círculos, Turiel se detuvo en seco. Había encontrado lo que buscaba. Despojándose de su capa envuelta en llamas, reveló una armadura negra y reluciente, impregnada de un aura mágica de tonos violetas.


La oscuridad reaccionó violentamente, tratando de consumir el brillo espectral y sumergirlo en sombras. El caído colocó su mano en el suelo y pronunció palabras ininteligibles para los oídos mortales. Entre sus brazos se formó una luz brillante que disipó la oscuridad circundante. Una bola de energía violeta descendió hacia la tierra, y el caído retrocedió unos pasos mientras alcanzaba su objetivo. La bola explotó con fuerza, creando un gran cráter y generando ondas de energía violeta que chocaron con una barrera protectora, intentando penetrarla. Raíces salvajes emergieron del agujero, tratando de atravesarlo, pero el caído las esquivó ágilmente.


En medio de la penumbra que consumía su luz, el caído gritó: — "¡Despierta, ¡Rey Alexander, y que tu venganza sea implacable después de un milenio de sueño! Ha llegado el momento de reclamar las cabezas de aquellos que te traicionaron", su voz retumbó en el vacío mientras la oscuridad se cerraba a su alrededor, envolviéndolo todo en una negrura profunda. Las raíces se agitaron sigilosamente en la sombra, moviéndose con una letalidad silenciosa, pero el caído danzaba entre ellas con una gracia sin esfuerzo, esquivando cada uno de sus ataques sin dificultad alguna. Era un ballet macabro, donde la destreza del caído desafiaba las intenciones asesinas de las raíces que buscaban detenerlo.


Enfurecido, el ángel emitió un gruñido y, moviendo los labios rápidamente, invocó una espada que volvió a iluminar el paisaje desolado, reduciendo las raíces negras a cenizas con su fuego violeta. Sin embargo, otra forma de protección se activó, y cientos de criaturas amorfas y pequeñas, similares a bebés, emergieron arrastrándose desde el subsuelo. Estas criaturas se aferraron a su armadura y, con ojos inyectados en sangre y llorosos, intentaron corroer su única protección. Con fervor, comenzaron a morder su armadura, pero el caído, con un movimiento de su muñeca, las destrozó con su espada envuelta en fuego violeta. Cenizas oscuras se esparcieron a su alrededor. "¡Despierta, ¡Rey vampiro, y sírveme!", ordenó el caído, pronunciando silenciosamente sus hechizos angelicales, mientras arrancaba del suelo una esfera negra que sellaba al olvidado rey.


Más y más de esos repugnantes bebés amorfos se adhirieron a su cuerpo mientras intentaba desesperadamente romper la esfera con su poder. Enfurecido, azotó su espada una vez más contra ellos, pero esta vez su número era abrumador. —¡Malditos brujos! —se quejó, sintiendo cómo arrancaban partes de su armadura y el olor metálico de la sangre impregnaba el aire, sumiendo todo en la oscuridad. Al verse superado por las criaturas, desplegó torpemente sus alas, arrastrando consigo a varios de los intrusos. Finalmente, llegó hasta la esfera negra que flotaba gracias a su propio poder y, con furia desatada, clavó su espada para romperla. Sin embargo, solo logró perforar ligeramente su resistente caparazón. Convocando su fuego divino, desató una explosión que devoró todo a su paso, reduciendo a cenizas a las pequeñas alimañas que se aferraban a su armadura. Pero para su frustración, la esfera solo se agrietó levemente, provocando un grito de rabia. —¡En serio, cuánta protección tiene esta maldita cosa! —se quejó, recordando al dragón blanco que lo había liberado. Si un dragón había logrado romper la prisión en la que había estado encerrado, ¿por qué él no podría hacerlo? Era un caído, un ser mucho más poderoso que un miserable dragón, poseía miles de años de experiencia en batalla y dominio absoluto en hechizo angelicales. No estaba dispuesto a darse por vencido. Mientras reflexionaba, solo se distrajo brevemente cuando los gemidos y chillidos de los bebés putrefactos lo arrancaron de sus pensamientos y lo devolvieron a la cruda realidad.


Las diminutas alimañas se abalanzaron sobre la esfera negra, tratando de arrancarle la piel de su cuerpo. Con un gruñido de determinación, convocó cientos de esferas de plasma y las moldeó en forma de lanzas. Empuñando su espada una vez más y canalizando su fuego divino, atravesó y redujo a cenizas a todos los cuerpos putrefactos que lo rodeaban. El caído clavó nuevamente su espada y las lanzas en la esfera, escuchando el crujido que emanaba de ella. Sin inmutarse, aplicó aún más presión, a pesar de que otro centenar de raíces con espinas surgieron del suelo para detenerlo, algunas de las cuales se clavaron en su cuerpo. Pero nada de eso lo hizo retroceder. Tenía un objetivo y estaba decidido a cumplirlo. La idea de rendirse o morir no estaba ni siquiera en sus pensamientos en ese momento, no ahora que finalmente era libre.


En un estallido de furia, soltó un grito que invocó hasta la última gota de su magia, y poco después, escuchó cómo la esfera finalmente cedía, rompiéndose en varios fragmentos. La onda resultante del choque entre su magia divina angelical y la magia negra despejó toda la oscuridad, trayendo consigo la claridad del día. El impacto del poder lo lanzó a volar varios cientos de metros, pero gracias a sus alas, Turiel logró evitar sufrir heridas graves. Cuando la onda expansiva se disipó, un humo negro surgió de los restos de la esfera rota, y de él emergió el rey vampiro. Durante un breve instante, Turiel temió por la vida del rey, hasta recordar que era uno de los primeros vampiros originales y que la luz del sol no le haría daño alguno.


El rey vampiro, tambaleándose al salir de la esfera, cayó al suelo. Abriendo sus ojos, escudriñó a su alrededor y solo encontró a Turiel a cierta distancia. De sus labios brotó un gruñido de rabia y sus rasgos se volvieron más salvajes. Sin embargo, esta ira no estaba dirigida hacia Turiel; el rey vampiro seguramente recordaba el último acontecimiento que lo llevó a su encarcelamiento. Fijando su mirada en el cielo, donde Turiel se encontraba, pronunció con palabras entrecortadas y una mirada cargada de locura su pregunta: —¿Cuánto... cuánto tiempo he dormido? —Cada sílaba de sus palabras estaba impregnada de odio y amargura. Turiel descendió junto a él y respondió a la figura desnuda del vampiro: —Mil años. — En ese momento, la mirada del rey vampiro se volvió aún más sombría y sus garras emergieron de sus dedos, apretando los puños en un estallido de ira. La sangre brotó en grandes chorros, manchando el suelo a su alrededor.


—¿Qué ha sucedido con mi compañero y mi reino? —preguntó el rey vampiro con angustia.


—Los aquelarres, tras tu "supuesto sacrificio altruista" para crear el hechizo que los protegería de los humanos, se separaron nuevamente. Tu compañero cayó en un profundo sueño y, según tengo entendido, tu gran amigo Iván Fedorov se encargó de cuidarlo. Tomó la zona que solía ser la capital de tu reino y formó un nuevo aquelarre al que llamó Vasiliev en tu honor —respondió con sarcasmo, siendo consciente de la hipocresía, ya que Iván había sido el principal responsable de la artimaña que sumió al rey vampiro en su sueño—. Ah, entiendo. Supongo que debería agradecerle —dijo el vampiro con una sonrisa maliciosa que prometía venganza—. Puedes hacerlo, pero por ahora tienes una deuda conmigo que debes saldar —advirtió Turiel, marcando el cuerpo de Alexander con un contrato de almas—. ¡Maldito! —gruñó el vampiro al sentir cómo su piel se chamuscaba en el cuello—. Cuando cumplas tu parte del trato, la marca desaparecerá.


—No era necesario. Soy una persona honorable que siempre cumple con sus deudas —dijo, acariciando la carne quemada—. ¿En qué debo ayudar? —preguntó, a lo que Turiel respondió con una sonrisa: —Debes colaborar conmigo para descubrir las ubicaciones de los otros reyes olvidados y destruir sus prisiones. Solo así debilitaremos el escudo que mantiene a mi compañero prisionero. La magia de los primeros paranormales es lo que protege fuertemente el árbol del desinterés, haciendo que los humanos piensen que solo somos cuentos de hadas.


—¿Eso es lo que deseas? —contestó en tono burlón—. No me resulta difícil ni me parece terrible. Tu causa es similar a la mía. Si debo matar a alguien primero, lo haré con gran placer —sugirió Alexander, haciendo sonreír a Turiel. Este era el comienzo de una gran amistad.


Se dice que la venganza es un plato que se sirve frío y debe saborearse lentamente... Desmembramiento, tortura, acabar con todos sus seres queridos. ¿Qué haré? Tal vez un poco de todo. ¿Quién podría culparme? Después de todo, aquel que decía ser mi hermano me traicionó, me encerró en un sueño eterno durante 1000 años y secuestró a mi compañero. Vengarme un poco, como un noble y sanguinario "vampiro reformado", seguramente no me causará más daño del que él me infligió a mí.

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