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Paso de cebra por Doki Amare Pecccavi

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Cap. 4: Un movimiento en zigzag 

 

En la madrugada; recostado en el sofá mirando al techo, el cabello húmedo y una sabana apenas cubriendo hasta su cintura. Recordaba una a una las palabras que Damián había dicho y pensaba en todas las cosas que debió de haber respondido en vez de guardar silencio, se había ahogado con el montón de reclamos que tenía también. ¿Por qué? Justo ahora sentía un poco de lastima por sí mismo por cómo le iban saliendo las cosas. Era como si en ese año hubiese perdido el orgullo, los objetivos de vida y sus propios límites.

 

— ¡Ah! — Se quejó, terminó por girar su cuerpo en el sofá de cuero y pegó su cabeza a la almohada. Él muchas veces había aconsejado que no existía buenas o malas decisiones, sino que cada una tenía sus propias consecuencias y ventajas, sin embargo, aquello era una completa mentira, claro que las malas decisiones existían y él llevaba tiempo hundido en sus consecuencias.

 

Intentaba no ser racional con lo que ocurría con Damián, pero… a veces no podía hacerse de la vista gorda. Eran destructivos uno para el otro, pero ¿Codependientes? ¿Realmente? Ninguno de los dos parecía necesitar al otro en su vida, ni estaban segados por un amor romántico. ¿Entonces por qué tenía tanto tiempo a ser abandonado? ¿Qué era eso que parecía haber abandonado su cuerpo e ingresar al interior de Damián?

 

Lena flexionó sus brazos bajo la almohada y recargó su cabeza, esta vez de medio lado, recordando bien esa sensación de que algo había abandonado su interior. El motivo por el que no se alejaba de Damián, era esa adictiva sensación de vivir al límite, en la incertidumbre. Sentía que con Damián corría todo el tiempo de prisa, pero desde hacía mucho no se movía.

 

Estaba hundido, o corriendo en círculos, sedado la mayor parte del tiempo.

 

Dejando que en pensamientos se le fuera la noche, y al amanecer, terminaba completamente agotado para empezar su nuevo día. Desde esa mañana acudió al trabajo en transporte público. Lo mismo al terminar su jornada en el trabajo. Aquello sólo había aportado más a su cansancio diario.

 

Tal vez era evidente, quizás por esa razón una mañana de viernes Damián se ofreció a llevar a Lena, nuevamente a su empleo. Lena había aceptado enseguida, salieron juntos del departamento como hacía días no lo hacían. La música en la radio y los viajes en completo silencio.

 

— ¿Quieres que compre algo para cenar? — Se aventuró a preguntar Lena, estando a escasos centímetros de su oficina. — No hay casi nada en la despensa. Tal vez algunos cubiletes.

 

— Sí, está bien. — Respondió Damián. —¿Quieres que venta por ti?

 

— Sí… por favor. — Existió un pequeño intercambio de miradas y Lena no pudo más que separar su mirada apenada. — Nos vemos más tarde.

 

— Que tengas buen día. — Se despidieron.

Un buen día. Por supuesto que lo fue, durante su horario de comida Lena acudió a la pastelería suiza para comprar postres para Damián, lucía radiante, se lo dijeron algunos compañeros en el trabajo, él lo sentía.

 

Por la tarde Damián cumplió su promesa, le esperó frente a su oficina para ir a casa. Cenaron juntos, después no hubo conversación alguna. Cada uno terminó su día en completo silencio.

 

Era un fin de semana cualquiera. Lena había querido despertar temprano para comprar algunas cosas de la despensa, Lena había salido mientras Damián estaba dormido y al regresar, el departamento carecía de cualquier objeto que Damián hubiese podido tener.

 

Damián desapareció. Sin ninguna señal de advertencia, sin despedidas románticas.

Justo cuando Lena pensaba que las cosas volverían a la normalidad, Damián se marchaba.

 

Lo odió.

Por haberle ilusionado una última vez, por marcharse sin decir nada, por darse cuenta de que Damián no tenía ni un gramo de consideración para él, no le amaba ni le quería. Lena odió todo el tiempo que habían pasado juntos, el haberse entregado a él sin pedir nada, odió sacrificarlo todo en nombre del amor, odió su destino, la desgracia de su relación.

 

Odiar a Demián había sido un acto de autodefensa… que termino en autodestrucción.

 

Al odiar a Demián, se odiaba a si mismo, la enferma sumisión que siempre mostró para él, odiar su cuerpo, sus decisiones y su incapacidad para hacerle permanecer a su lado.

 

Detrás de todo ese odio, Lena, tenía dolor acumulado que tampoco se permitía sentir.

 

Se fue hundiendo durante los siguientes días, se levantaba sólo para ir al baño y tomar un poco de agua, toda la comida que intentó probar durante esos días se atoraba en su garganta. El cansancio incrementaba, las llamadas telefónicas le molestaron hasta que el móvil se quedó sin batería.

 

Imposibilitarse de aquella forma, era un lujo que no todos los adultos se pueden dar, pero Lena estaba solo y no había nadie que le tendiera la mano. A excepción de la gente de oficina que le dio de baja por tres faltas consecutivas, nadie más notó que no había salido de casa durante más de dos semanas.

 

Estaba imposibilitado para la vida cotidiana. No era sólo un malestar anímico, el dolor le superaba, ese que hacía arder su garganta apenas intentaba decirse a si mismo que tenía que levantarse. Las articulaciones le dolían, pero estar acostado también era agotador.

 

Dolores intensos de cabeza, días completos de un profundo sueño y noches de extrema vigilia. ¿Estaba listo para asumir las últimas consecuencias de todos aquellos días de descuido?

 

Él jamás había tenido ambiciones para si mismo. Se movía con forme la corriente; estudiar, sacar buenas notas, titularse, conseguir un empleo. ¿Cuándo había querido algo de eso?

 

Nunca habían sido deseos propios. ¿Realmente él podía encontrar un sentido en todo esto? Tal vez no, sin embargo… como último acto de supervivencia encendió su móvil y sin atreverse a leer ningún mensaje, fue directo a la última conversación con Pepe.

 

No estoy bien”, escribió.

 

Y Pepe leyó el mensaje, dejó todo a medio hacer en su departamento y acudió al llamado de Lena.

  

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«. ·°·~*~Lena muere'~*~·°·. »
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