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El camino al Cielo por Lizzy_TF

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Sin fe


 


—No sabemos nada de él. Además de su nombre, no podemos asegurar que sea humano —externó Martín levemente desesperado. Estaba sentado frente a su amiga y a una lámpara de iluminación fosforescente—. Tampoco sabemos qué fregados hacía cerca de la aldea. ¿No te parece muy oportuno?


—Recuerdo que dijo que buscaba algo —respondió Xenia pensativa—. Es obvio que no es un ser humano ordinario, si es que lo es —agregó y miró hacia la esquina donde descansaba Liam.


—¿Acaso no viste lo mismo que yo? Movió un vagón con su puño —renegó su amigo sin modular la voz—. Apareció un guante enorme que rodeó su brazo y ¡pum! ¡Hasta le arrancó el corazón! ¡Quién sabe qué hizo después, que se esfumó con todo y guante!


Xenia le pidió que bajara el tono y asintió. Le ofreció un paquete de galletas, que encontró momentos atrás en las máquinas dispensadoras de la estación, y comieron juntos.


—Lo vi. No tienes que gritarlo —aceptó contrariada—. Pero no podemos regresar al pueblo, Martín. Si los monstruos nos encuentran, moriremos. Con Liam, tenemos más posibilidades de sobrevivir.


—¿Qué? Por favor, Xenia, ¿estás insinuando que lo sigamos? No sabemos a dónde va, ¡nada!


—¡Shhh! —indicó apresuradamente—. Buscaremos un poblado humano. Lo seguiremos, hasta encontrar un lugar para vivir, ¿te parece?


—Sí.


 


 


***


 


 


Los ojos azules de Liam resplandecían por los destellos verdes anormales que los caracterizaban. Se movían de aquí para allá, observando a los pajaritos cantores de la mañana, a las plantas que se mecían tersamente por el soplar del aire y a los pescados que saltaban de vez en cuando en el río. Tenía los brazos sobre el marco de la ventana y la cabeza recargada en ellos. En una de sus manos mantenía un talismán romboidal que su padre le había dado tiempo atrás. Su mente estaba en blanco, como si no existiera el pasado y como si el futuro fuera intrascendente.


Vivía en una pequeña casa restaurada y cercana a un río pacífico. Ya se había acostumbrado a la soledad, a pesar de que su guardián le acompañaba y cuidaba.


—Es la primera vez que te veo así —se oyó una voz varonil desde la sala detrás suyo.


Giró y encontró a su cuidador, quien era un hombre de tez oscura, cabeza calva, barba blanca, y vestido con una túnica gris. Aunque parecía un ser humano, sabía que no lo era. Se incorporó, pero no avanzó hacia la mesa.


—Anda, comamos. Más tarde podrás seguir el entrenamiento —continuó el tutor y terminó de poner la mesa—. Hoy te mostraré cómo convocar a Chaosholder.


—Por fin —contestó entre dientes. Se acercó a una de las sillas y se sentó. Antes de guardar el regalo de su padre en el bolsillo, se molestó por las sensaciones de tristeza que se apilaban en su pecho.


—¿Quieres un poco de jugo? —preguntó el hombre con tono amoroso, al detectar su mueca seria.


No respondió, pero aceptó el vaso lleno y lo bebió de una. Tenía la costumbre de cuestionar todo durante la hora de la comida, como si fuera el momento perfecto para resolver las dudas tormentosas que le quitaban el sueño. Entonces, dejó el vaso junto al plato recién servido y le arrojó una mirada de seriedad a su guardián.


—¿Qué pasa? ¿Oh? ¿Otro tema difícil para hoy? —expresó el hombre afable y comprendió lo que se avecinaba.


Liam asintió y esperó sin cambio alguno en su rostro serio.


—¿Qué será esta vez? ¿Tu padre? ¿El mundo humano que te parece muy extraño? ¿O el trono en el reino de los altos cielos?


—Dijiste que, para abrir el portal, hay que hacer un sacrificio, ¿no?


—Es correcto —confirmó el tutor.


—Eso quiere decir que necesitaré humanos, ¿no?


—El sacrificio no lo especifica así. Sin embargo, una vez que lo hayas conseguido, tendrás que cruzar la Ciudadela Blanca, la fortaleza impenetrable que ha protegido al reino por miles de años.


—¿Puede ser un animal? —inquirió con incertidumbre.


—Uno pensante, racional, uno que pueda distinguir entre sus actos, entre lo falso y la creencia. Un perro, por ejemplo, jamás podrá servir para abrir el portal.


—¿Un demonio? —insistió Liam, pero ahora con más calma.


—Sí, podría funcionar, si es uno de la categoría cuatro o superior —corroboró y comenzó a comer.


—¿Hay otro método, Isaiah?


—Sí, existe otro —aseguró Isaiah y le regaló una sonrisa. Le indicó que comiera, pero Liam se negó. Soltó un respiro pesado y cumplió sus caprichos—. Si deseas abrir el portal sin un sacrificio, tendrás que buscar La Llave. Desgraciadamente, después de que el Destructor desató el Apocalipsis en la Tierra, Las Llaves del Cielo y el Infierno han estado perdidas. Además, los Terrores han sido liberados y muchos se han apoderado de zonas importantes en el planeta.


—Eso quiere decir que Las Llaves podrían estar en sus territorios.


—No —negó y bebió un poco de jugo—. Los Terrores y las Abominaciones pueden serlo, si es que han consumido cada pedazo de estas.


—Mierda… ¿pedazos? ¿Han sido destruidas? —inquirió con desesperación y enojo.


—Li… —Isaiah no pudo continuar, pues fue interrumpido.


—Enséñame a despertar a Chaosholder —comandó y se puso de pie—. Buscaré La Llave y entraré a la Ciudadela Blanca. Asesinaré a todos los que se pongan en mi camino y reclamaré el trono de mi padre.


El tutor sonrió seguro, como si se sintiera orgulloso de sus palabras. Se puso de pie y caminó hacia un estante de cristal. De entre los ornamentos, tomó un mango viejo sin la hoja de la espada y lo puso en la mesa para que Liam lo inspeccionara.


—Chaosholder es un arma muy antigua, proveniente de un mundo muerto —explicó Isaiah con calma, al notar el rostro impresionando de su aprendiz—. Fue creada por un grupo de individuos considerados ‘errores’, por eso no pude ser usada plenamente por nadie más que ellos.


—Híbridos —dijo, con una sonrisa segura.


—Exacto. Híbridos, descendientes de las dos razas más poderosas de la Creación. Por eso, despertará ante tu poder y podrás usarla en combate. Será tu compañera de por vida, si demuestras tu capacidad y determinación.


—Muéstrame, Isaiah. ¿Cuál es el método para convocarla?


 


 


***


 


 


Liam despertó adolorido y gimió un poco por el dolor en su costado derecho. Ignoró el sueño referente a una de sus memorias distantes, se levantó lentamente y se tocó la herida del último combate. La sangre ya no salía, y la costra estaba seca. Había malestar, pero era soportable. Miró los alrededores y, en los asientos del extremo contrario, encontró a Xenia y a Martín dormidos. Caminó hacia la ventana próxima y escuchó atento el exterior.


Desafortunadamente, la muerte de Mortábiss no sería suficiente, pues necesitaba tres corazones más. Al perecer, los Terrores dejaban una parte de su esencia en objetos con forma de óvalo, encerrados en jaulas protectoras y hechas de un metal duro, elegante y proveniente de algún otro mundo. Eran plastas enrojecidas, apretadas y sin sangre. Por otra parte, Las Llaves del Cielo e Infierno estaban perdidas, puestas en el interior de los Terrores y Abominaciones por alguien que no deseaba que los portales fueran abiertos desde la Tierra. Aunque Liam desconocía esa información, por ahora su misión era clara.


—El siguiente está en el sur. Necesito su corazón —susurró pensativo. Luego, dirigió el interés en los chicos y recordó el otro método para abrir La Puerta—. Si todo sale mal, los usaré a ellos como el sacrificio. ¿Cómo los convenceré para que me sigan?


Regresó al asiento y se acostó del lado contrario a la herida. Cerró los ojos y aguardó, con los pensamientos en la imagen de sus hermanos. Tenía memorias cálidas de ellos, especialmente del mayor. Antes del abandono de su padre, convivió con su hermano y disfrutó de su presencia y locuras. Sonrió un poco, al recordar sus intereses infantiles para satisfacer la curiosidad del mundo que los rodeaba, o al usar la imaginación para crear escenarios ficticios y aventuras fantásticas, o al dormir juntos después de un día largo y atareado por el estudio. Nada de eso regresaría, lo sabía muy bien. No obstante, no lo deseaba. Era más una duda. ¿Qué había pasado con su hermano? Durante aquél día en que los separaron, no pudo ni despedirse de él. ¿En dónde estaba?


—Mi padre me trajo a la Tierra —musitó en tono de queja.


A su mente llegó el recuerdo de su otro hermano, el menor. De él no tenía muchos recuerdos, a excepción de la imagen de un niño sensible y frágil. Se suponía que los tres tenían la sangre de dos creaturas sumamente poderosas y contrarias, así que debían presentar capacidades extraordinarias. Sin embargo, el más pequeño nunca mostró grandes talentos. Tal vez, había sido el hecho de que todo eso ocurrió cuando Liam fue demasiado joven.


El sonido de una persona lo sacó del trance. Se incorporó con cautela y encontró a Xenia caminando hacia su lugar. La chica se sentó en el asiento frontal y le regaló una sonrisa.


—¿Cómo te sientes? —preguntó amable.


—Mejor.


—¿Cómo es posible que tu cuerpo se recupere tan rápido? —inquirió ella, con un leve titubear.


No dijo nada.


—Entiendo. No quieres hablar de eso —aceptó la chica. Subió las piernas al asiento y se abrazó a sí misma—. ¿Qué es lo que estás buscando?


—Algo —dijo ligeramente apático.


—¿Era a ese insecto gigante?


—Sí —contestó, sin intenciones de conversar más sobre el tema. En lugar de eso, apreció la figura de la chica.


A diferencia suya, Xenia tenía el cabello largo y ondulado, de un tono café, como una gitana hermosa. Su tez era morena clara y combinaba a la perfección con sus facciones femeninas y finas. Además, vestía una blusa escotada y unos pantalones bombachos que acrecentaban su figura curvilínea. Era bellísima, y hasta ahora lo notaba.


—¿Liam? —dudó la joven, al percatarse de su mirada intensa.


Giró la cabeza y la evitó. Soltó un suspiro pesado y se molestó por la reacción que su cuerpo presentaba. Nunca había creído que sentiría interés en una humana, mucho menos en una que no conocía bien. Jamás le había dado importancia a todo eso relacionado con la atracción y el placer físico, más allá de que era la figura femenina lo que le excitaba.


—Viajaré al sur, hacia una zona volcánica, cerca de la antigua ciudad sagrada de la gente de este lugar —continuó la revelación y se aclaró la garganta—. ¿Qué harán ustedes?


—¿Al sur? Allá se encuentra lo que quedó de la capital —dijo Xenia analítica—. Es una buena opción. Martín y yo podemos quedarnos en ese poblado.


—Bien. Si así lo desean, pueden acompañarme —dijo lo más neutral que pudo. No sabía de qué manera insistirles que lo siguieran sin levantar sospechas.


—¿Vas a buscar a otro insecto gigante en esos rumbos? —preguntó curiosa.


—¿Qué? —la miró perplejo y sin comprender.


Xenia soltó una risita tierna y le regaló una sonrisa cálida.


—Encontraste al insecto gigante en…


—Mortábiss —la interrumpió—. Se llamaba Mortábiss.


—Eso, Mortábiss —repitió insegura de la pronunciación de la palabra—. ¿Para qué lo buscabas?


—La buscaba —corrigió un poco desesperado—. Mortábiss era una Abominación. Era parte de los Terrores Menores que abandonaron el Abismo.


—¿El Abismo? ¿Es…? —titubeó con inseguridad—. ¿Eso es real? Lo dices como si fuera un mundo.


—Lo es.


—Ya… —aguardó sin saber qué opinar al respecto—. Pensé que era algo figurativo y que se enseñaba en las religiones.


Liam no continuó. Se levantó, pero Xenia hizo lo mismo, por lo que quedaron a unos centímetros de distancia. Se miraron de frente casi sin parpadear. La chica percibía una tristeza y fortaleza extrañas en la mirada del otro, pero también algo demasiado cálido y femenino. No sabía cómo explicarlo, pero le parecía que algo de Liam era muy parecido a ella. Por otro lado, él pensó que era agradable conocer humanos, pero se autocriticó ante la idea de crear amistad. Estaba solo y así debía permanecer. Nadie le aceptaría, o eso creía.


Entonces, ambos dieron un paso atrás y evitaron sus miradas.


—Quiero agradecerte por lo de mi madre —dijo Xenia dulcemente—. Lo que no entiendo es qué pasó con su cuerpo.


—Su alma se desprendió de su cuerpo. El talismán que te di sirve para liberar a las almas de la Corrupción a la que han sido expuestas en contra de su voluntad.


Ella escuchó atenta, pero no comprendió nada. Volvió a sonreír y asintió. Luego dijo:


—¿De verdad no quieres que revise la herida? Traje algunas medicinas.


—Estoy bien —repitió levemente irritado.


—Liam, tu ropa está llena de sangre.


El chico movió la gabardina y sintió la humedad de la sangre. De nuevo, le indicó que estaba bien y se alejó hacia la salida, pero escuchó los pasos de Xenia.


—No eres humano, ¿verdad? —preguntó ella presurosa.


No respondió y salió.


 


 


***


 


 


El día siguiente, Xenia, Liam y Martín se movieron por los túneles que alguna vez conformaron las líneas de traslado de los trenes subterráneos. Evitaron zonas peligrosas e inundadas, cruzaron las estaciones de control principal, hasta que salieron por una de las más lejanas rumbo al sur.


—¡Por fin! ¡Aire fresco! —Martín dijo como un chiquillo mimado. Extendió los brazos y disfrutó de los rayos del sol.


—No debemos estar muy lejos del antiguo lago de Bolsena —comentó Xenia y buscó un mapa en su morral.


—¿Acaso no es una zona infestada de monstruos? ¿Vamos a cruzarlo? —inquirió su amigo molesto. Se le acercó y miró el mapa—. ¿Por qué no tomamos la antigua carretera? Así llegaremos al poblado cercano de la vieja capital.


—¿Cuál será tu parada, Liam? —dudó la chica.


El aludido no habló. Casi todo el tiempo se mantuvo en silencio y con el rostro serio. Parecía que estaba perdido en algún pensamiento turbulento, o que realmente no deseaba hacer amistad con ellos. Durante el trayecto, había respondido un par de preguntas con simples afirmaciones o negaciones, pero no más.


—No le insistas. Podemos irnos por nuestra cuenta por la carretera —expuso Martín y soltó un bufido de mofa, para provocarlo.


—No iniciemos una discusión, Martín —lo regañó su amiga.


Los reclamos siguieron por unos minutos más, hasta que Liam se detuvo cerca de los escombros que colindaban con la zona oriente de un lago enorme. Los otros se quedaron detrás suyo, y observaron los vestigios humanos. Era increíble imaginar que alguna vez existieron restaurantes, hoteles y de más comercios turísticos ahí.


Xenia soltó un suspiro pesado y, por todos los que habían perecido años atrás, oró en silencio. Justo como Martín, nació en un mundo decadente. La sociedad humana ya no existía como en el pasado, las grandes naciones habían caído por completo debido a la invasión de monstruos y otro tipo de seres que parecían casi como las ilustraciones angelicales de las grandes religiones. El planeta estaba en ruinas, y los pocos pobladores peleaban por sobrevivir y restaurar lo que alguna vez fue la guía social.


—Tengan cuidado. Pueden haber muertos vivientes en lo que fue la ciudad —indicó Liam.


Reanudaron el paso y atravesaron las carreteras deshechas. Las plantas invadían la mayoría de los caminos pavimentados, por lo que era un buen indicio de la restauración de los ecosistemas. Sin embargo, causaba una sensación de angustia y deterioro. Las imágenes que se encontraban en los viejos sistemas computacionales mostraban poblados llenos de vida, cientos de miles de humanos conviviendo en las calles, con aparatos pequeños y rectangulares que parecían haber sido sumamente importantes. Pero ahora no había más que abandono.


Xenia se acercó más a Martín, en busca de calidez, y éste le regaló una sonrisa triste. Siguieron el paso del otro, hasta que se adentraron a lo que fue un poblado en las costas del lago. Casi todos los edificios estaban en ruinas, las calles tenían hoyos, como si algo gigante las hubiera destrozado, mientras que la costa no lucía bella debido a los desechos.


—Quizá debamos buscar alimentos —opinó Xenia en voz baja.


—Sí, sería buena idea —aceptó Martín, lo más relajado que pudo.


Liam se detuvo en seco y miró el lago. La energía que se aproximaba venía de las profundidades y era reconocible.


—¡Busquen refugio! —les ordenó y se acercó a la costa.


Ellos obedecieron, al ver que el agua comenzó a moverse como si fuera empujada hacia la costa de manera brutal. Se quedaron detrás de una pared del hotel más cercano y aguardaron. Por su cuenta, Liam sujetó el mango de su espada y la hizo aparecer. El arma era tan grande y gruesa que parecía que apenas podía maniobrarla, pero no era así.


Las olas incrementaron su poder, y una explosión ocurrió a unos metros de la playa. Una monstruosidad apareció, con el agua escurriéndole a los costados. Tenía el cuerpo antropomorfo y la espalda jorobada, carente de cuello. Sus ojos resplandecían de color blanco y contrastaban con su piel rojiza y escamosa. Su parte inferior estaba conjunta, como si fuera una figurilla de base redonda. Se movió, flotando sobre el agua, y levantó los brazos alargados y flacos, llenos de garras al final. Liam reaccionó y cubrió el ataque. La creatura soltó un grito gutural y le lanzó bolas de fuego, pero las esquivó sin problemas. No obstante, los estruendos hicieron colapsar a los pocos edificios en pie y aturdieron a los otros chicos.


—¡Rápido! ¡Vamos a otro lugar! —indicó Martín y sujetó el brazo de Xenia.


Corrieron por sus vidas y se lanzaron detrás de una montaña de chatarra y automóviles en mal estado.


Liam cubrió otro ataque directo, pero no pudo esquivar una pared de fuego que el enemigo creó de frente. Su cuerpo recibió quemaduras en los brazos, pero no tuvo tiempo de quejarse. Las garras del engendro lo sujetaron del pecho y lo apretaron. Intentó no gritar, pero el dolor se acrecentó y sintió que sus huesos se quebraban. Entonces, el monstruo lo lanzó hacia el lago, como una roca que chocó varias veces en la superficie antes de hundirse.


—Xenia, ¿viste eso? ¿Está en peligro? —preguntó Martín, con los ojos puestos en la pelea.


—Sí —respondió asustada—, ¿qué haremos?


El enemigo buscó a Liam en las profundidades y lo encerró en una bola de llamas. El chico gritó y comenzó a ahogarse. Por unos segundos, se debatió si debía usar todo su potencial, pues creía que moriría. No obstante, se ofreció una autocrítica como respuesta. Ese Terror no merecía ni su interés. Sabía que era Ninhussay, la hija de Tiamath, la Abominación de la Vida.


Se tranquilizó y apareció el guante metálico sobre su mano izquierda. Tocó la burbuja de fuego y la destrozó en un puñetazo. Nadó hacia la superficie y tosió con fuerza. Respiró profundamente y se acercó a la costa.


—¡Liam! ¡Cuidado! —los gritos de Martín y Xenia se escucharon cercanos.


Miró atrás y encontró a Ninhussay con los brazos arriba. Tomó la espada y esperó. El Terror lanzó una llamarada resplandeciente, como una bala de cañón rojiza, pero él la destruyó y saltó hacia el engendro. Le cortó las extremidades y le hizo salir del agua por completo. La Abominación aguardó, con el cuerpo curvado y siseando de molestia. Levantó la cara, mostró los ojos más brillantes de lo normal y movió el agua hasta su posición. Sus brazos reaparecieron, pero ahora hechos de líquido humeante. Se deslizó por el terreno y creó tentáculos, para atacar a Liam, quien reaccionó y los destrozó con movimientos rápidos y precisos. No obstante, Ninhussay le sujetó de la pierna y lo estrelló contra los escombros del hotel. El chico resintió el golpe, por lo que se movió lentamente y no pudo escapar a tiempo. Sintió el agua hirviente en su cuello e intentó destruirle los brazos


—¡Ah! ¡Mierda! —gritó con dolor.


El monstruo se le acercó, sin dejar de estrujarlo, y apareció lanzas de fuego encima suyo. Sin embargo, Liam actuó deprisa. Levantó el arma y dejó que Ninhussay se acercara más y se empalara con la punta de la espada. El Terror deshizo el ataque, como si las lanzas fueran una lluvia espumosa y roja que quemaba al contacto con cualquier material. El chico agachó el rostro y se cubrió con la gabardina, pero una parte de su espalda se quemó por completo.


Justo como el monstruo, el muchacho cayó al suelo, con el cuerpo humeante. Se arrastró un poco hacia el enemigo y usó el guante metálico para arrancarle el corazón. Los ojos de Ninhussay perdieron su brillo, y su cuerpo se solidificó, como la lava al contacto con el agua. Liam escondió el corazón en su puño y desapareció el guante. Cerró los ojos y se relajó.


—¡Liam! —los otros vociferaron y salieron del escondite.


Xenia se inclinó a su lado y miró la quemadura más grave. Buscó en su morral una crema de primeros auxilios y le pidió apoyo a Martín, quien ayudó a levantar a Liam. Entraron a uno de los edificios más estables, se acercaron a unas barras resistentes y le pidieron al chico que se acostara, pero no lo hizo. Una discusión comenzó, y Liam se alejó bruscamente.


—¡Por favor! ¡Estás muy malherido! —indicó Xenia desesperada.


Pero no obedeció. Se quedó en la pared cercana, sentado y con la respiración agitada.


—No será necesario —dijo y sujetó la gabardina con fuerza, como si protegiera su cuerpo.


—¡Joder, cabrón, puedes morir! —rebatió Martín sorprendido.


—Estaré bien. Déjenme dormir —indicó enojado. Soltó un suspiro pesado y cerró los ojos.


Xenia y Martín le arrojaron miradas de desaprobación y no insistieron más.


—Terco —susurró Martín con dolo.


—Bien, si es lo que desea, está bien —aceptó la chica enfurecida. Caminó hacia una puerta y se adentró en busca de distractores, pues sentía un estrés altísimo que se proyectaba en su mueca dura.


Martín, por su cuenta, salió del edificio para tranquilizarse. No tenía idea de qué pensar o qué hacer cuando se trataba de Liam. No obstante, decidió enfocarse en otras necesidades como los alimentos, así que cazó unas liebres.


Cuando la noche llegó, el chico prendió una fogata en el exterior y cocinó. Su amiga le ayudó y conversaron un poco. Estuvieron atentos a los movimientos de Liam, pero lo encontraron dormido y en una posición defensiva, por lo que no lo molestaron.


—Es un idiota —Martín dijo enojado y terminó de comer el último bocado de la liebre que asaron.


—Tengo la sospecha de que no es humano —Xenia decidió expresar sus pensamientos.


—Es obvio que no lo es. Ninguna persona podría pelear contra esas cosas, ni mucho menos hacer que una espada aparezca de un mango viejo. Ni hablar del guante que también va y viene en sus puños. ¿Crees que sea un monstruo?


Ella no respondió de inmediato. A lo largo del tiempo, los humanos habían aprendido a clasificar a los monstruos, los cuales parecían aterradores, peligrosos y malignos, pero ninguno tenía formas humanas, mientras que los avistamientos de otros parecían muy sospechosos; se decía que parecían demasiado humanos y que poseían alas como los pájaros.


—¿Recuerdas el reporte que llegó del sur hace años? —dijo, con un tono oscuro.


—Sí.


—Si no mal recuerdo, dijeron que vieron a seres alados y muy parecidos a nosotros, ¿no?


—Es verdad. Pero Liam no tiene alas.


—No, no tiene alas —confirmó ella y soltó un suspiro pesado—. ¿Realmente crees que la devastación ocurrió por la invasión de esos monstruos? Sé que suena como una estupidez creer que los ángeles y demonios existen, ¿cierto? Pero… —farfulló inquieta—, por mucho tiempo se ha enseñado que son reales, según las religiones. Incluso, muchos sacerdotes todavía profesan lo que los libros sagrados sugieren. Dicen que el apocalipsis no se terminará hasta que el planeta quede deshabitado.


—Sé lo que se dice, Xenia, pero sabes que no creo en esas chorradas —expuso Martín y la miró seriamente—. Lo que creo es que los monstruos son producto de la mutación causada por tantos accidentes en el pasado, así como las guerras.


—No seas ingenuo.


—¡Tú eres la ingenua! ¿Crees que los ángeles vendrán a rescatarnos? Si realmente son esas creaturas que describieron en el sur, entonces no son mejores que los monstruos.


—¿Y? ¿Qué debemos hacer? —cuestionó, con el corazón apretujado y la desesperación en todo su rostro.


—Sobrevivir —contestó él molesto. Agachó la mirada y aguardó. Luego, se puso de pie y entró al edificio.


Xenia se sintió desmoralizada, perdida y vacía. Levantó la cara y contempló el cielo oscurecido y lleno de estrellas. Justo como muchos sobrevivientes, su fe estaba rota. Por más que la gente les pidieran a sus dioses, por más que buscaran el consuelo de los seres divinos conocidos como ángeles, lo único que obtenían era desolación. Los pueblos eran atacados constantemente, la población disminuía día con día y las opciones se terminaban.


—Dios, si existes, dame una señal —musitó y sollozó en silencio.


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