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EL LAZO por Camila mku

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Junto con el alba cantaban los gallos de su vecina, la señora Drawings. Los cantos de esos gallos siempre resultaban ser una bendición para Albus, porque era gracias a ellos que se levantaba a las 5:30 de la madrugada todos los días. De ningún otro modo sería posible con lo cansado que terminaba al final de cada noche.

Bostezó. Era el inicio de un día que Albus ya intuía agotador. Los miércoles debía ordeñar vacas en la granja de sol a sol, y sus manos acababan tan hinchadas que ni sumergirlas en agua tibia con sal hacía la diferencia. Además, creía que no había descansado lo suficiente como para arrancar otra jornada de trabajo pesado. Ya se sentía estresado y ni había empezado.

Se quedó sentado un rato largo en los pies de la cama mientras se vestía, pero un sonido que provenía de la ventana llamó su atención. Una lechuza blanca de contextura mediana estaba parada sobre el alfeizar y picoteaba el vidrio. Había una carta blanca colgada en su pata izquierda.

Albus terminó de abotonarse la camisa y le echó un vistazo rápido a la lechuza. Agradeció haber enviado a Fawkes con una carta para Rosé la noche anterior, de lo contrario se habría puesto como loco con la presencia de esa intrusa. Fawkes era un ave muy fiel, pero también muy territorial.

La lechuza lo miró como si le implorara que le quitara el peso de esa carta de su pata. Albus destrabó la ventana con intención de hacer el menor ruido posible. Le desató la carta con cuidado de no lastimarla y le dio un poco de la comida y el agua que había dejado Fawkes en su jaula. La lechuza se mostró agradecida con el gesto.

Albus fue a sentarse a la cama. Los rayos del sol en pleno amanecer le ayudaron a leer sin necesidad de encender una vela. Por un instante había creído que se trataba de la respuesta de Rosé, pero no tenía sentido alguno, ¡ella le contestaría enviando a Fawkes de regreso! Además, Albus nunca había visto a esa lechuza blanca antes. Creyó que seguramente fuera el mensaje de un desocnocido.

Empezó a leer:

Estimado señor Dumbledore:

Le informamos por este medio que debe presentarse el día jueves 12 de febrero a las 11 am ante el Departamento contra el uso indebido de la magia, con sede en el edificio décimo del Ministerio de Magia en Londres, Reino Unido.

Este aviso tiene carácter obligatorio. Si no se presenta, será penalizado con la expulsión definitiva del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y su varita será incautada bajo apercibimiento cautelar.

Queda usted notificado a los 07 días de febrero de 1891

Firma: Faris Spavin

Cargo: Ministro de Magia

—¡¿Qué…?! —gimió Albus sorprendido.

Se dejó caer sobre la cama como un saco de papas. Su mandíbula estaba por el piso y casi ni podía respirar. ¿El ministro de magia lo había citado… a él? ¡No lo podía creer! Debió leer varias veces el nombre del acusado para que le entrara en la cabeza que sí decía Albus Dumbledore y que sí era él quien, al parecer, estaba metido en semejante embrollo.

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? Nunca antes se había metido en problemas tan pesados como para ser citado por el ministerio. En su cabeza empezó a conjeturar ideas sobre la posible causa de esa notificación. ¿Habría sido por haber curado a Aberforth después de haberse rebanado el dedo índice en la cocina? ¿O por haber hecho crecer la calabaza para la cena?

En todo caso, ambos hechos habían sucedido el día anterior; no habría forma de que la gente del ministerio se enterara el mismo día y le enviaran una notificación a la mañana siguiente… ¿o sí?

Exhaló con abatimiento y se llevó una mano para agarrarse la frente. Había leído en Historia de la Magia, en clase de la profesora Doroty Blain, el año anterior, que cuando un menor de edad era citado por el ministerio, siempre debía ir acompañado por un adulto a cargo, y de ser ese el caso estaba en problemas, porque no había ningún adulto en sus cabales alrededor.

Se mordió el labio y sintió que el pecho volvía a dolerle de la misma manera que cuando se enteró lo de su padre. Era un dolor intenso que casi le cortaba la respiración.

Cuando Albus levantó la mirada se percató de que la lechuza no estaba. Había sido tan sigilosa al salir que no se había dado cuenta, y para cuando miró a través de la ventana vio que aquella ya había montado vuelo muy alto en el cielo, y solo era visible un bosquejo de su cuerpo que se perdía ante la inmensidad del alba.

No podía esperar que el día transcurriera sin decírselo a su madre. Después de todo, debía ir a trabajar y, seguramente cuando volviera tendría demasiadas cosas que hacer para contárselo. Creyó mejor opción hacerlo en ese momento que cuando volviera de la granja.

Entró a la habitación de Kendra con lentitud. Se agachó a su lado. Era imposible ver algo con la oscuridad espesa ahí adentro y terminó llevándose por delante varios objetos. Se sentó a su lado de la cama. Había veces en que temía hallarla muerta, y se aliviaba cuando la escuchaba respirando.

—Mamá… —murmuró, pero nada. Albus desvió la mirada y tragó espeso—. Mamá, despierta, por favor, se trata de algo importante…

—Ya no quiero vivir, Perci… —murmuró entre dormida, dejando a Albus con peor estado del que había entrado. Fue entonces que se dio cuenta de que su madre estaba cada vez peor; sería imposible para ella acompañarlo y, en caso de que lo hiciera, no estaba en las condiciones mentales de hablar por él o de defenderlo. La depresión iba comiéndosela de a poco.

Albus comprendió que, de ahora en más, todo lo que debiera hacer lo haría solo y fue invadido por una sensación horrible que lo obligaba a sentirse como un adulto cuando todavía tenía dieciséis años.


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