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EL LAZO por Camila mku

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Luego de que el director se fuera, Albus se sintió desamparado. Intentó que los nervios no se le notaran cuando finalmente cruzó la puerta del tribunal. Los ojos serios de los funcionarios se posaron sobre él cuando lo vieron caminando a paso lento y nervioso hacia la silla del acusado.

El ministro lo miró de arriba abajo. Varias veces Albus había visto fotografías del ministro en las portadas de los periódicos más famosos del mundo mágico, y además había sido él quien había enviado a su padre a Azkaban. Faris Spavin era un hombre de unos cincuenta años, alto, delgado, de cabello entrecano, tez pálida y ojeras pronunciadas. Siempre tenía una expresión gélida que infundía miedo en los demás. Se preguntó Albus, en una milésima de segundo, si ese hombre tendría la misma expresión gélida cuando llegaba a su casa después del trabajo y abrazaba a su esposa e hijos.

Se sentó en la silla con el corazón estrujado, mientras un sentimiento horrible de injusticia se apoderaba de él. Una vez que estuvo sentado, un par de lazos mágicos se apoderaron de sus muñecas y tobillos, y lo ataron de manera mordaz a la silla.

―Albus Dumbledore… ―empezó el ministro, hablando con voz arrastrada y monótona―. Sabe por qué está usted aquí hoy, ¿no es cierto?

Albus tragó espeso. Se sintió súbitamente incómodo y los latidos de su corazón empezaron a aumentar a todo ritmo. Las miradas de todos posadas en él hacían que sus nervios afloraran a toda prisa.

―Por uso indebido de la magia, señor ―respondió vacilando.

―¡Exacto! ―exclamó el ministro. Y con cierto regocijo por lo que había notado Albus―. Usted es consciente de todas las desgracias que pueden ocurrir cuando un menor de edad hace uso de la magia sin la supervisión de un adulto, ¿no es así?

Parecía una pregunta con doble sentido. Albus estaba consciente de que en cualquier momento se dispararía el tema de su hermana y su padre; intentaría esquivarlo a toda costa.

El lugar quedó en completo silencio. Albus se fijó en las caras de los funcionarios: algunos tenían expresiones de rabia, y pensó que seguramente fueran aquellos que condenaban con severidad la falta de respeto hacia las normas, mientras que otros funcionarios lo miraban con lástima.

―¿Tiene algo que decir, joven? ―Había algo en la postura del ministro que le advertía a Albus que intentaba provocarlo.

Albus tosió para aclararse la garganta.

―Mi situación es complicada. ―Fue todo lo que logró decir antes de que un nudo de nervios se apoderara de él.

―Por eso pensé que usted más que nadie debería saber que el uso de magia fuera del colegio es algo inaceptable ―continuó el ministro con voz altiva―. ¿Qué no fue ese el motivo que llevó a su hermana a padecer esa terrible enfermedad, y condenó a Azkaban a su padre? ―El corazón de Albus empezó a latir de manera arrítmica. Intentó calmarse pero se le estaba complicando con todas esas personas que lo perforaban con la mirada. Sus manos sudaban de manera descontrolada. Desvió la mirada. No podía ver al ministro. El tan solo pensar que estaba haciendo lo mismo que había hecho Ariana, e imaginar que estaba a un paso de cometer el mismo error que ella, lo hizo sentirse como un insensato―. Tengo en mis manos un listado de hechizos llevados a cabo por usted este verano ―continuó Faris Spavin―. Los mencionaré de a uno, así puede explicarnos a todos para qué los ha invocado. ―Albus tragó espeso cuando el ministro sujetó un pergamino y caminó frente al podio, ayudándose con una mano para arrastrar su pesada túnica. Se aclaró la garganta y leyó en voz alta―: Tergeo… ―Miró a Albus con hostilidad, presionando para que respondiera.

―Am… ―balbuceó este. Temblaba de los nervios―, mi hermano se cortó un dedo mientras preparaba la cena. Usé Tergeo para sanar la herida.

―Ya veo ―dijo el ministro, alzando las cejas como quien no cree la cosa―. Herbivicus ―prosiguió.

―Lo usé una noche en la que no teníamos para preparar una sopa. Hice crecer los vegetales.

Los funcionarios empezaron a mirarse entre ellos, desconcertados. De un momento a otro, les pareció que el uso que Albus les había dado a los hechizos era muy humano y para nada inescrupuloso.

Lumos ―continuó Faris Spavin.

―Lo usé para iluminar mi casa en la madrugada ―respondió, aclarándose la garganta―. El pasillo entre las habitaciones es muy oscuro y nos habíamos quedado sin velas y sin queroseno para el velador. Mi hermana estaba llorando. Yo creí que estaba sufriendo alguna pesadilla, así que debí usar Lumos para llegar hasta su cuarto.

De repente una voz se hizo oír entre el tumulto de los funcionarios; una voz que él conocía bien, y que sintió como un milagro divino que apareciera justo en ese momento para salvarlo, como un rayo de luz en medio de la oscuridad.

―¡Vamos, Faris! ―habló el director de Hogwarts, que había aparecido de repente por la puerta del tribunal―. No puedes atacarlo así después de todo lo que le ha pasado. Albus no está en condiciones de estar escuchando esas injurias. ¡Además, con esos hechizos no le hubiese hecho daño ni a una mosca!

Phineas Black hablaba fuerte y con decisión, y por un momento Albus llegó a pensar que el ministro se había sentido intimidado. Aunque posiblemente fuera solo percepción suya.

―No es un ataque, Phineas ―dijo Faris Spavin con su típica voz monótona y su poco tacto. Le dedicó a Albus una mirada de reojo que lo hizo sentir ultrajado―. Es la verdad. Mi trabajo es advertirle al señor Dumbledore de los peligros que conlleva hacer hechizos fuera del colegio siendo menor de edad. Y no me ha dejado terminar con la lista: hay más hechizos invocados por él y no son tan inocentes como los que acabo de mencionar. Por ejemplo, su "querido alumno"... ―dijo con una ironía tal que incomodó profundamente a Albus―, se atrevió a pronunciar varias veces el Incendio. ¿Qué tiene que alegar acerca de eso, señor Dumbledore?

Al contrario de los anteriores, este hechizo era más peligroso. Sería difícil convencer al ministro. Albus suspiró.

―Suelo usarlo en los días de lluvia, cuando hace frío. La lluvia suele mojar la madera que usamos como leña para echarle a la chimenea, así que si quiero mantener la casa caliente debo usar el Incendio.

Faris Spavin enarcó una ceja.

―"Deber" es un verbo muy abstracto, sabe usted ―dijo―. Pudo haber sido más precavido y pudo haber llevado la leña a un lugar donde no le diera la lluvia, para así no tener que andar usando hechizos para secarla cuando sabe muy bien que no "debe" hacerlo ―dijo con hostilidad. ―Albus tragó espeso―. El Incendio es un hechizo complejo que debe estar en manos de un mago experimentado. Un solo error y podría quemar por completo su propia casa… Aire caliente ―prosiguió.

Albus pestañeó repetidas veces. Intentaba recordar cuándo y por qué había usado ese hechizo. No le costó demasiado.

―Suelo usarlo después de lavar la ropa. La seco con el hechizo de Aire caliente.

―¿Y por qué no la cuelga al sol, como el resto de la gente? ―preguntó Spavin con cierto deje despreciativo.

―Porque es demasiada ropa. Son las prendas de todos los miembros de mi familia, y a veces cuando las lavo ya no queda ropa limpia y seca. Además, donde vivo el clima es un poco hostil. Está nublado casi todos los días. Uso ese hechizo para acelerar las cosas.

―Pues, ¡qué curioso!, porque en otras ocasiones ha hecho uso del hechizo Ralentizador ―alegó.

Albus se estrujó sus propios dedos con nerviosismo.

―Lo he usado para llegar a tiempo al trabajo. Debo levantarme a las cinco treinta de la madrugada todos los días de la semana. Trabajo en una granja. Hay veces en que mis días están tan atareados que termino exhausto y suelo demorarme un poco en levantarme al día siguiente. Uso ese hechizo para no llegar tarde a la granja y que mi jefe no me regañe.

El ministro estuvo a punto de seguir leyendo de la lista, pero fue acallado.

―¡Oh, por favor, Faris! ―exclamó Phineas Black―. Esos hechizos representarían una amenaza si hubiesen sido practicados por un hechicero con malas intenciones. Albus es uno de mis mejores estudiantes, jamás lo he visto matar ni a una hormiga. Y todo lo que le ha sucedido amerita que el ministerio de magia haga una excepción. Su madre y su hermana están gravemente enfermas y su padre está en Azkaban, ¿que no son esos motivos suficientes para ser más tolerantes con él?

―Phineas… ―dijo el ministro, hablándole de frente―. Si bien es cierto que no son hechizos que podrían lastimar gravemente a alguien, es bien sabido por toda la comunidad mágica que tales actos son imperdonables ―anunció con total serenidad―. No puedo pasar por alto esta conducta, Phineas. El joven Dumbledore debe hacerse responsable. Ya es bastante mayor para eso. Es un gran alumno, de eso no tengo duda, ha sabido sacarle provecho a todo lo que ha aprendido en Hogwarts, sin embargo esta situación me da a entender que tu autoridad como director está decayendo. ¡No es aceptable que uno de tus estudiantes viole de esta manera las normas del Wizengamot!

Volvió a mirar a Albus de arriba abajo. Phineas guardó silencio un instante. Albus empezó a temblar como una hoja. Su futuro pasaba frente a sus ojos a una velocidad vorágine. Llegó a tener el desquiciado pensamiento arrebatado de que terminaría en Azkaban al igual que su padre, y eso le heló la sangre.

―Pido que conversemos esto a solas, Faris. Por favor. ―Los ojos del director expresaron una lastimosidad difícil de evadir―, solo tú y yo. Sin la presencia de Albus de por medio―. El ministro puso cara de estar contemplando su propuesta. Pero casi de inmediato una de las funcionarias levantó la mano y habló fuerte:

―Considero que resulta inoportuno para la ocasión que haya conversaciones aparte y en secreto, alejadas de los funcionarios, que somos al final de cuentas quienes vamos a definir qué va a pasar con el joven Dumbledore.

Un silencio incómodo los invadió. Faris parecía estar tomándose su tiempo para definir qué hacer.

―Me pondré inmediatamente a debatir con Phineas sobre este tema ―dijo al fin―, pero quédense tranquilos. Me encargaré de que todo lo que hable con el director llegue a sus oídos. Daré un receso y volvemos en una hora.

Albus vio salir a todos de la cámara hacia afuera. Salvo al ministro y a su director, que se quedaron hablando a solas, mientras se dirigían a un cuarto aparte para mayor privacidad.


Albus fue a la cervecería del callejón Diagon donde también servían una deliciosa chocolatada y el café que más le gustaba. Entró con la cabeza gacha e intentando pasar desapercibido. Era un mundo de gente ahí adentro. El clima pasó de uno frío y húmedo a uno acalorado; debió quitarse el saco casi de inmediato. Se sintió agradecido de haber encontrado una mesa desocupada justo en frente de la ventana y fue hacia allá a toda prisa.

―¿Qué te sirvo? ―le preguntó un mesero, distrayéndolo.

―Chocolatada, gracias ―respondió rápidamente.

El mesero regresó a la cocina y con ello Albus volvió a meterse en sus pensamientos. Esperaba que el director lograra convencer al ministro, aunque todavía estaba sorprendido de haberlo encontrado ahí. Se preguntaba qué hacía en ese lugar y en sus vacaciones.

―Albus… ―dijo una voz conocida. Cuando este se dio la vuelta vio a Ludovico Macnot a sus espaldas. Debió parpadear varias veces para caer en la cuenta de que se trataba del jefe de la casa de Gryffindor. No podía creer que se estuviera encontrando con tanta gente de Hogwarts en un mismo día, y no estaba seguro de si era algo malo o algo bueno―. ¿Qué estás haciendo aquí, muchacho? ―preguntó aquel con extrañeza.

Ludovico Macnot no era un hombre con buenos modales. Era del tipo que lanzaba lo que pensaba sin ningún tipo de tacto, sin embargo era buena persona, Albus siempre lo aseguraba. Pero su manera de tratar al resto era semejante a su aspecto físico, el cual distaba mucho de lo que se le exigía a un profesor. Era calvo, de huesos grandes y musculatura fornida, tenía una panza prominente y una barba tan larga que le llegaba al pecho. Albus varias veces le había visto restos de comida atrapados en el cabello, pero a Ludovico siempre le daba igual quitárselos o dejarlos.

Albus sabía que el jefe de la casa de Gryffindor y el director de Hogwarts eran grandes amigos. A pesar de que el director lucía más como un lord inglés, y Ludovico como un minero. Siempre los veía juntos en la escuela. Empezó a creer que el motivo de que estuviese Ludovico ahí era porque Phineas Black estaba ahí.

Albus le contó lo sucedido de manera muy rápida. Ya estaba cansado de contar lo mismo una y otra vez. Primero al granjero, luego a su hermano, después al director y ahora al jefe de Gryffindor…

Luego de escucharlo atentamente, Ludovico tomó asiento en frente de él. Justo en ese momento el mozo fue a servirle a Albus su vaso de chocolatada y al hombre su coñac.

―¡Qué cosa con los jóvenes de estos días! ―exclamó Ludovico, negando con la cabeza―. Aunque algo puedo asegurarte: hay casos peores que el tuyo. ―Agachó la mirada y se mantuvieron en silencio un buen rato―. ¿Cómo está tu familia? ―Era la primera vez que Albus sentía que alguien se lo preguntaba del lado de la verdadera preocupación, y no porque quisiera curiosear acerca de su vida privada.

―Bueno… ―balbuceó―. Mi madre sigue igual de enferma… ―"Y creo que cada día un poco más", pensó pero no lo dijo. Se lo guardó para sí, porque algo muy en el fondo de su corazón todavía albergaba las esperanzas de que algún día Kendra se levantara de esa cama y rehiciera su vida. Aunque su parte lógica cada vez estaba menos convencida―. Mi hermana no ha mejorado nada desde el hecho. Con Aberforth hacemos todo lo que está a nuestro alcance para sacar adelante a nuestra familia… ―Su voz carraspeó―, aunque no sé si lo estamos logrando. ―Albus evitó mencionar que pensaba no ir a Hogwarts el último año, porque estaba seguro de que a Ludovico le daría una crisis si se enteraba. Aunque seguramente fuera a saberlo pronto de todas formas; se lo diría Phineas Black o, en el peor de los casos, se enteraría cuando no lo viera merodeando en la escuela.

―Lamento escuchar todo eso… pero sobre todo lamento que te esté pasando justo en esta etapa de tu vida. Apenas eres un adolescente ―lamentó, negando con la cabeza―. En cuanto a lo de tu juicio, hablaré con Phineas. ¡Los del ministerio son unos imbéciles! Y en cuanto a Faris Spavin… ―Alzó una ceja―, me reservo el derecho de opinar acerca de su desempeño como ministro de magia. Phineas dice que es una gran persona y ambos son muy buenos amigos, pero mi más sincera opinión es que Spavin es un completo idiota y creo que el puesto de ministro le queda muy grande.

―No se preocupe, profesor ―dijo Albus―. No diga nada en mi favor. El director ya está en tema. Le pidió conversar a solas acerca de mi caso. Lo están haciendo en este momento.

Guardaron silencio un rato y luego de terminar cada uno sus bebidas, Ludovico decidió pagar la cuenta y acompañar a Albus al ministerio.

―No te preocupes ―le dijo. Apoyó una mano sobre su hombro―, no permitiremos que Spavin te ponga una detención que te inhabilite para ir a Hogwarts. Ya verás como te sentirás mejor cuando empieces las clases. Estar lejos de toda esta basura y de la gente chusma te hará bien. Sé que reencontrarte con Rosé y el resto de tus amigos hará que sobrelleves tu situación familiar un poco más contenido.

Albus no dijo nada. Solo lo miró por el rabillo del ojo y se mantuvo en silencio. Entraron al ministerio y subieron las escaleras juntos. Ahora que se había sentido más consolado, tanto por el director como por Ludovico, ya no se sentía tan desamparado.

Cuando entró de nuevo en la sala de tribunales, tomó asiento en la silla con un aire muy diferente que al principio.

Los funcionarios ya estaban ocupando sus lugares, y el ministro detrás del podio volvía a dedicarle esas extrañas miradas poco agazajantes.

―Albus Dumbledore… ―anunció Faris―. He hablado con el único adulto a cargo que ha osado acudir a tu juicio en tu defensa. Si bien considero que tu comportamiento no ha sido el correcto para un estudiante de apenas diecisiete años, he decidido dejar tu caso en manos de los funcionarios. Hablé con Phineas Black y me ha repetido que eres uno de sus mejores estudiantes. Ese no es motivo suficiente para que reconsideremos absolverte de los cargos. Sin embargo, el hecho de que tu familia haya atravesado momentos muy difíciles últimamente, sumado a que eres un buen estudiante me ha hecho reflexionar. Ninguno de los presentes puede asegurar que no ha hecho uso de la magia en situaciones de desesperación… Me incluyo ―dijo, perdiéndose por un instante en algún recuerdo vago del pasado.

Albus llegó a ver cómo Faris miró de reojo a Phineas. Eran amigos y tal como había previsto Ludovico, Phineas había logrado convencerlo después de todo.

―Entiendo que bajo las circunstancias que se te han presentado no has tenido más remedio que ayudarte con la magia para sobrevivir. A veces la única amiga para un mago que se encuentra en aprietos es la magia en sí misma. Lo comprendo ―dijo, pestañeando con pesar―. Por eso es que me veo en la obligación de invitar a los funcionarios a que levanten la mano y anuncien si consideran que Dumbledore merece ser liberado de los cargos o, por el contrario, pagar por ellos. ―Los presentes se quedaron meditando por unos instantes y se miraron de manera cómplice, en silencio―. Los que voten a favor de que Dumbledore quede absuelto de todo cargo, por favor levanten una mano. ―Pidió Spavin. En un principio fue la mano de una única funcionaria la que se levantó, con el correr de los segundos otra mano se le unió, y luego otra, y así hasta que la mayoría votó a favor de Albus, y con ello la sonrisa que se dibujó en el rostro del adolescente fue apenas más grande que la sensación de alegría y paz en su corazón.

 


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