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Aka to Shiro por Lima369

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¿Alguna vez te has sentido solo?

¿Alguna vez te has sentido desesperado por algo de compañía?

Pues así es como se sentía el castaño en esos momentos.

Se sentía abandonado, triste, sin nadie.

A veces conversaba, pero ni las nubes, ni la nieve, ni sus muebles habían respondido una sola vez.

¿Es que acaso no le querían?

Varias veces se había preguntado eso.

Varias veces se había preguntado esa clase de cosas.

Y todas y cada una de esas veces había llegado a la misma conclusión.

Ellas no tenían la culpa de su soledad.

Si vivir solo no bastaba ahora debía pasar los días solo y encerrado en su propia casa.

Desde aquella discusión que había tenido con la reina todo había cambiado.

Lo tenía encerrado para mostrarle quien mandaba, pero eso no significaba que pudiese salir de vez en cuando.

Sin embargo todo cambió cuando la bruja se dio cuenta de lo que estaba haciendo.

Era el colmo, definitivamente no podía soportar eso. Sería capaz de hacerlo con todo lo que la mujer le pusiera pero eso sí que no.

Y es que había puesto vigilancia en la casa del de ojos color miel, con la simple excusa de que se distraía "jugando" y olvidaba su verdadero trabajo y para lo único que servía: ir a la frontera.

Gracias a esa pelea le era imposible no salir de casa sin al menos un par de guardias que le vigilasen.

Y por esa razón sólo podía ir a ese hermoso lugar los "días de recolección" como habían decido llamarle a los días en que él iba a la frontera por las provisiones para el sustento del reino de Shiro.

Su única compañía en esa casa solitaria era el pequeño príncipe ególatra.

Él se llevaba bien con el peliblanco pues había sido su amigo desde que lo separaron de la población del reino y lo llevaron a la cumbre de esa montaña.

Hablaban de cosas triviales y divertidas pero el príncipe nunca perdía el tiempo ni la oportunidad de insinuársele al castaño y eso le hacía sentirse acosado y acorralado en su propia casa. Era horrible. Era el peor martirio que podrían haberle dado era... estresante.

Pero lo peor de todo era que él mismo había firmado su sentencia, si antes se sentía preso aun cuando era libre ahora... esa sensación se incrementaba a niveles insospechados era... terrible.

Apenas podía asomarse por la ventaba y poder ver como estaba el día sin ser reprendido por los guardias que rodeaban la casa, cercándola y haciéndole recordar que era un prisionero.

Solo podía estar con el enano...

¿Escapar?

Aquella decisión se había esfumado por completo y es que se sentía tan acorralado.

Sólo le disponían de dos horas para ir a la frontera cada 20 días.

2 horas es lo que podía tardarse para estar ahí.

No tenía tiempo de quedarse a ver como estaba ese lugar que se había hecho importante e invaluable para él y menos con la carga de comida que le daban.

Llevaban una soga le amarraban el tobillo, un minuto que se retrasara era suficiente para halar la soga y llevarle de regreso.

¿Qué porque no se había deshecho de ella?

Simple. Cada que iba a la frontera le quitaban esa pequeña navaja que siempre cargaba con él. Cada que iba a la frontera le anudaban la soga al pie de forma que ni con los dientes se podía desamarrar el nudo. Lo había intentado de cientos de maneras y no había podido hacer nada el respecto.

Se sentía como un animal que debe obedecer todas las ordenes de su amo o recibir un castigo, así de simple, tú escoges que es lo que quieres que ocurra.

Cazar...

Pescar...

Aquellas actividades que se hacen es solitario y puedes meditar y sentirte libre.

También las hacía acompañado de esos hombres con armadura.

Cualquier cosa que hacía era supervisado.

Ya no podía soportarlo más...

Se sentía tan acorralado...

Se sentía tan sólo...

Prefería pasarse tirado en su cama, encerrado en su habitación, lejos de todo y a la vez de nadie.

Había una tormenta dentro de él y no sabía cómo apaciguarla.

Si aún no se derrumbaba era por el recuerdo de su madre.

Si aún no se sumía en le llanto era porque creía que todo iba a cambiar.

Si aún no iba y se ponía a completa disposición de la reina era porque creía que en algún momento él se sentiría liberado y podría irse y ser libre por primera vez en su vida.

Y parece que ese sufrimiento acabaría por al menos un tiempo.

Esa mañana hacía más frío que las demás. Todas solían ser heladas, pero esa... lo era al menos diez veces más.

Se asomó por la ventana y no podía creer lo que veía.

Una tormenta de nieve fuerte y sin igual azotaba el reino. Era igual a la que sentía dentro de sí.

La tormenta era tan fuerte que n se podía ver nada a un metro de distancia. La tormenta era... su oportunidad para escapar.

Fue corriendo hasta su armario y buscó una capa que hace muchos años atrás se había hecho. Era de una piel blanca hermosísima y era tan larga que le arrastraba un poco, tenía un gorro grande que cubría hasta la mitad de su rostro, tenía un par de seguros hechos con suma delicadeza que abrochaban hasta el abdomen, esa capa era una belleza . Seguro que le resguardaría del frio y la horrenda ventisca que la tormenta traía consigo.

Asomó su cabeza por la puerta y al no poder ver nadie cerca tapó su cabeza con la gorra de su capa y corrió lo más rápido que la capa de nieve que se formaba en el suelo le permitió. Corrió sin detenerse hasta llegar a la frontera, al rio y se dejó caer al suelo, apoyando sus manos en la tierra y aspirando el aire con fuerza y rapidez para controlarse un poco. Miró hacia el frente y sonrió.

– He vuelto –. Susurró para luego cerrar los ojos y quitarse la capa y poder sentir el calor que el sol le regalaba sonriendo apenas un poco. El viento se la arrebató de las manos y la llevó hasta el otro lado del río, peo poco le importó pues pronto iría a recuperarla.

Comenzó a reír después de unos minutos.

– Está vez si me iré y dejaré todo –. Tomó del bolsillo de su pantalón una pequeña navaja de dos filos que casi siempre solía llevar con él y se giró hacia un árbol tras él. –Lo lamento, pero debes comprender que te necesito –. De una fuerte patada logró hacer que el árbol cayese y ayudado del cuchillo comenzó a hacer largas y delgadas tiras de madera, fabricaría un puente.

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No podía creer la suerte que tenía ese día.

Sus padres habían salido de casa, sus hermanos no estaban, su Reita había salido porque necesitaba atender unos asuntos y estaba solo en casa, no podría sentirse más feliz. Estaba solo sin que alguien le llenara de mimos falsos o de tontos regalitos para subirle el ánimo. Se sentía feliz por primera vez en mucho tiempo.

Sin embargo esa felicidad se vio levemente interrumpida con un mandato del rey rojo. Tenía que ir por las provisiones.

Con algo de pereza de levantó y tomó la larga lista. Tomó la carreta y se encaminó a la frontera, dispuesto a cumplir con su deber.

Y vaya que su suerte incrementaba, tenía unos pocos minutos de haber llegado cuando miró del otro lado del agua una figura que corría en su dirección.

Se asustó tanto que se escondió tras unos arbustos y esperó hasta que vio como la capa caía de ese fino, delgado y alto cuerpo. Pudo ver ese hermoso cabello castaño otra vez. Pudo ver esos ojos color miel que brillaban con felicidad y sintió como un suspiro escapaba de sus labios al escucharle reír. Todo en él era perfecto. Y ahí estaba le había encontrado.

Miró como la capa era arrebatada de las grandes manos de ese ser al que amaba y como caía en un árbol cercano a él.

No pudo resistirlo y menos cuando miró que su amado se daba la vuelta y hacía algo con un árbol, seguro necesitaba madera para algo del otro lado. Con suavidad se levantó y sin perder detalle del otro tomo la capa y la abrazó, aspirando el aroma que esta despedía... era incluso mejor de lo que había imaginado.

 

Terminó de hacer su encargo y corrió de regreso a casa, poniéndose la capa blanca y siendo aún más feliz, si es que se podía.

 


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