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Aka to Shiro por Lima369

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Abrió los ojos cuando los rayos del sol iluminaron la habitación por completo. Claramente se veía la pereza con que despegaba sus parpados y los volvía a cerrar, tratando de ubicarse en la habitación. Apenas pudo mantenerlos abiertos lo suficiente para no ver borroso notó que su cara daba contra algo que no había visto antes y fue ahí que recordó lo que había pasado el día anterior y su rostro tomó un suave color rojo en sus malares, tanto como su piel morena le dejaba mostrar. Sonriendo por el recuerdo vivo se abrazó con fuerza al torso del hombre frente a él y ocultó su rostro, haciendo que con esos actos el castaño despertara, moviéndose un poco entre sus brazos y tallando sus ojos. De inmediato la vista miel se clavó en el cuerpecillo a su lado y de igual manera sonrió y dedicó unos segundos a acariciar sus negros cabellos.

– Buenos días –. Saludó el mayor con la típica voz ronca de todas las mañanas y con esas dos palabras logró que el pelinegro volteara a verle, mostrándole aún ese ligero rosado en sus mejillas.

– Buenos días –. Respondió el saludo, sonriendo un poco antes de que la pálida mano de su acompañante se posara en su mejilla y lo atrajera a su rostro, besándolo con mimo, dejándolo pegado a su cuerpo y abrazando por su mano libre, que en ese momento rodeaba la cintura del menor.

El beso se prolongó un poco más de lo que habían planeado y prontamente se encontraron buscando más cercanía entre ambos, con el pelinegro abrazando por el cuello al mayor y enredando sus cabellos entre sus dedos mientras el castaño acariciaba ahora con ambas manos la espalda del chico. Por otro lado, mordían y halaban suavemente los labios ajenos antes de enredar sus lenguas.

Cuando la falta de aire se hizo notoria el castaño ya se encontraba sobre su encantador novio, mientras acariciaba sus muslos de forma suave, recordándolos con cuidado. Tuvieron que separarse, pues, desgraciadamente, el oxígeno les era necesario y por un instante, sus bocas se mantuvieron unidas por un hilito de saliva, cuya filancia terminó rompiéndose antes de que sus ojos volvieran a encontrarse.

El pelinegro rodeó el cuello del mayor, entrelazando sus propios dedos a la altura de la nuca, dejando que sus muñecas se posaran con un suave tacto sobre su piel y terminó viéndolo a los ojos mientras se mordía el labio inferior a lo que el castaño solo juntó su frente y cerró los ojos.

Por otro lado el castaño se encontraba recargado en sus antebrazos a la cama, prácticamente tendido sobre el cuerpo ajeno, acomodado entre sus piernas.

– Mi pequeño... –, usó aquel mote con que siempre lo llamaba, – ya es tarde, debo irme ahora antes de que noten que falto –. En su voz se notaba que no quería irse de ahí.

– Lo sé... –. Susurró el pelinegro antes de levantarse un poco y halarlo con suavidad hacia él, terminando por unir sus labios nuevamente, aunque esta vez el beso fue lento, tranquilo, acariciaban sus labios con dulzura y enredaban sus lenguas con cuidado y lentitud, disfrutándose mutuamente.

Después de cortar el beso el castaño se levantó de la cama y comenzó a buscar sus ropas para cambiarse y poder irse, por otro lado el pelinegro se acurrucó entre las mantas y simplemente se dedicó a verlo, creyendo que así podría retrasar el momento al menos unos minutos más.

Cuando el mayor volteó a verlo no pudo evitar alzar una ceja mientas sonreía y terminaba por reír un poco

– ¿Has estado viéndome todo este tiempo? –.

A lo que el pequeño, nervioso se tapó un poco con las mantas.

– ¿Te enojarías si así fuera? –.

Respondió algo cohibido.

– Por supuesto que no. De hecho, me parece algo atractivo –, se acercó a él y acarició su mejilla, – vamos, ya es hora de irnos, no quiero darte problemas con tus padres –. Besó dulcemente sus labios y luego se separó para buscar la ropa del chico mientras este se levantaba de la cama, aunque no logró ir mucho más allá debido a un fuerte dolor que le azotó en la cadera, haciéndolo caer al suelo de rodillas y quejarse un poco. Al ver aquello el castaño corrió hacia él y lo ayudó a sentarse en la cama.

– ¿Estás bien? –.

El otro solo asintió y eso le calmó un poco. – Solo duele un poco –. Fue su respuesta antes de voltear a verle. – Debes hacerte responsable por esto –. Lo miró sonriente y buscó un beso, el cual no le fue negado, aunque apenas habían juntado sus labios la puerta de la cabaña se abrió de sorpresa, mostrando a un joven de ojos y cabello de color café obscuro, piel tostada y una banda de tela negra cubriendo su nariz.

– ¡Aoi! –. Dijo apenas lo vio, mostrando alivio en sus palabras. – ¡Qué bueno que te encuentro antes que ellos! –. Lo abrazó. – Se suponía que estarías en casa hace una hora, tus padres me presionaron y les dije que estabas aquí, que te quedaste dormido y vienen hacia acá –. Explicó rápidamente. – ¡Debes cambiarte y esconderlo ya! –. Seguía bastante alterado y ¿cómo no estarlo? Los padres del chico estaban casi a punto de entrar a la cabaña e iban a darse cuenta de que estaba junto a un hombre que no conocía, tumbados en una cama y con uno de ellos desnudo.

Prontamente e ignorando el dolor en su espalda baja y el escozor en su retaguardia, el pelinegro se levantó y comenzó a vestirse rápidamente mientras el otro chico, al cual ni siquiera le habían presentado al castaño, le ayudaba a poner todo en orden y luego caminaba hasta el mayor.

– Ven conmigo –. Lo haló suavemente mientras fuera de la cabaña se escuchaban parloteos, haciéndoles ver que ya habían llegado los padres del pelinegro y ambos solo atinaron a meterse bajo la cama, pues se suponía que ninguno debía estar ahí. Por otro lado el pelinegro se metió bajo las mantas, fingiendo dormir.

– Aoi, amor, despierta mi cielo –. La voz dulce de la que era su madre se dejó oír apenas entró al recinto y oyeron crujir las fibras del colchón de la cama antes de que el pelinegro se sentara en la cama y se "desperezara". – Quiero que conozcas a alguien –. La voz mostró más interés y ansiedad, dejando ver que la mujer se encontraba feliz. – Vamos, no seas tímido. Pasa niñito, no nos dejes esperando ahí. –. La voz de esa mujer dejó de ser dulce y amable como cuando despertaba al niño. Pronto se escucharon un par de botas golpear la madera de la entrada en pasos ligeros, y por el rabillo que dejaban las mantas y el suelo, Reita podía ver perfectamente todo lo que ocurría, sobresaltándose un poco al ver quien era quien lo acompañaba, ese chico con el que ambos primos jugaban en su infancia, de rasgos varoniles y buena familia.

– ¿Pero de que hablas madre? Nosotros ya nos conocemos, es nuestro vecino, Hiro. Jugábamos juntos –. Trató de explicarse.

– No hables tonterías, hijo ¿O es que acaso piensas que yo soy tonta? –, dijo la mujer, – por supuesto que no lo traje aquí como si no lo conocieras de antes, sino para que veas lo que será pronto –. La mirada de la mujer era severa y mostraba cuan molesta se sentía en ese momento.

Ante aquellas palabras el recién invitado bajó la cabeza, algo apenado y los chicos bajo la cama voltearon a verse mutuamente. Las cosas no marchaban nada bien.

– Lo siento mamá –. La vocecita apagada del más pequeño apenas se escuchó entre las paredes de la pequeña casita.

– No importa –, suspiró la mujer, – como bien sabes Aoi, ya estás en edad de casarte y Hiro vino esta mañana a pedir tu mano y nosotros accedimos –, dijo refiriéndose a su padre y a ella, – hemos decidido que su boda se celebrará mañana en la mañana.

Aoi solo pudo levantarse de la cama, tratando de disimular el dolor en el trasero que lo asaltó ante tan brusco movimiento.

– ¿Qué? –. Solo pudo pronunciar aquella palabra, aún sin entender nada de lo que estaba pasando.

– Ay tontito –, le respondió su madre con un tono de incredulidad y leve burla, sin saber si su hijo estaba haciéndose el tonto o realmente no la entendía, – es justo lo que escuchas, vas a casarte con Hiro –. Lo sentenció sin siquiera preguntarle a él su opinión, sin siquiera saber que era lo que él quería. El pelinegro volteó a ver a su padre, buscando su ayuda pero este solo mantenía gacha la cabeza.

– Pero mamá...

–Nada de peros –. Interrumpió la mujer, con esa voz autoritaria nuevamente, – es tu responsabilidad dar descendencia, sabes lo que dicta la tradición, tú debes casarte con un hombre para asegurar que alguno de tus hijos será el siguiente gigante, – suspiró, – de verdad que no entiendo porque los niños de hoy en día han perdido tantos valores. No puedes negarte a dejarle la honra de esa responsabilidad a alguno de tus hijos, es realmente una bendición y que mejor tener una familia con Hiro, su familia y la nuestra ha sido amiga desde hace generaciones, tú no tienes ningún compromiso y lo conoces desde hace años, es perfecto. No entiendo como no se me ocurrió comprometerlos desde la infancia. – Se dio la vuelta. – Le diré a Reita que te ayude a despejarte esta noche para que mañana estés listo para la ceremonia, quédate aquí lo que queda del día –. Sentenció como punto final y luego los tres que recién llegaban salieron de la cabaña y se fueron al pueblo.

Justo después salieron los dos de debajo de la cama.

– ¿Ahora qué harán? –. Preguntó Reita mientas los miraba, diciéndoles con esas palabras que aceptaría cualquier decisión que tomara su primo.

– Eso es obvio –. El que respondió fue el castaño mientras entrelazaba sus manos con las del menor. – Él se va conmigo –. Afirmó sin un ápice de duda y volteó a verlo. – Aoi... ven conmigo al otro lado de la frontera y escapemos juntos y seamos una familia.

Aquellas palabras hicieron que el pequeño Aoi sonriera y se aferrara a él en un abrazo. No podía negarse la felicidad que él sentía al escuchar esas palabras, esas que le proponían y no lo obligaban, esas que le prometían un lindo futuro y no uno obscuro o lúgubre al lado de alguien que él no quería, solo siendo una incubadora para el próximo gigante.

– Sí –. Respondió sin dudarlo, aún aferrado a él en ese abrazo, aun sonriendo y viéndose feliz. – Claro que sí –.

Ahí, en aquel pequeño cuarto y frente a Reita sellaron su pacto con un beso y este último solo pudo sonreír un poco.

– En ese caso esperen aquí. Regresaré al pueblo por algo de ropa para Aoi y para no levantar sospechas de nada. Después los cubriré para que puedan irse.

– Pero Reita... sabrán que me ayudaste a escapar –. El miedo se palpó en la voz del menor de todos.

– Podemos llevarlo con nosotros. La capa le ayudará a llegar a la frontera y podemos acondicionar algo para él allá. Seguro Ruki nos ayuda –. Esta vez fueron palabras del castaño. – Me adelantaré a buscarlo, tú ve a la Frontera con Reita y los esperaremos en el puente –. Al decir esas palabras entregaba la capa blanca al pelinegro, con ella podrían ayudar a Reita a mantener su cuerpo caliente.

Todos asintieron y separaron sus caminos, decididos a llevar a cabo su plan y esperando a que no los descubrieran.

En el lado blanco...

Apenas pudo, el castaño corrió hasta la cabaña donde el príncipe solía pasar su tiempo y entró de golpe, agitado y respirando irregular.

El príncipe, que en ese momento estaba sentado frente a una chimenea, leyendo un libro, se exaltó y volteó a verlo algo molesto.

– ¿Se puede saber que te pasa?

– Yo... yo... voy a robármelo –. Aquellas palabras del castaño hicieron que el peli plata se levantara del asiento.

– ¿Robártelo? –, preguntó casi incrédulo, – ¿A quien te vas a robar? –. En ese momento casi soltaba una carcajadita.

– A Aoi... -. Respondió sin dudarlo. – Y traeremos a su primo también. Necesito que me ayudes a ocultarlo aquí, vivas con él y cuides que no le pase nada. Yo me iré con Aoi a vivir en lo profundo de las montañas, así nadie nos encontrará y estará seguro.

– ¿Estás loco verdad? –. Fue la respuesta que le dio después de unos minutos. – No puedes desaparecer como si nada y dejarme a una persona que morirá de frío aquí mientras tú tienes tu luna de miel.

– No podemos dejarlo solo allá. Quieren que Aoi se case y él me ayudará a evitarlo, solo voy a pedirte que mantengas caliente este lugar y lo dejes vivir aquí.

El príncipe no veía como aquello siquiera iba a funcionar pero aceptó de todas formas. El otro siempre había estado ahí para él y sentía que, como su amigo y compañero, era su deber ayudarle ahora.

– Está bien. Tráelo aquí. Buscaré la forma de que esté cómodo y viva bien –.

– ¡Gracias! ¡Muchas gracias! –. Agradeció el castaño mientras lo abrazaba. – Iré a buscarlos esta noche. Lo traeré aquí de inmediato –.

Dicho aquello el de ojos ámbar se fue a preparar las cosas que necesitaría para el traslado hasta las montañas. El de ojos cenizos, por otra parte, preparó el sofá como una cama y lo dispuso a un lado de la chimenea, que en ese ambiente más que nada servía como adorno que para calentar; para que así el dichoso primo pudiera mantenerse al menos algo caliente.

En el lado rojo...

Reita y Aoi daban vueltas cada uno a su propio cuarto, empacando sus cosas para poder irse.

El de cabello café buscaba ropa tan abrigadora como podía, que no era mucha decir verdad, y empacaba igual ambos abrigos, el café y el blanco, para no morir en el viaje.

El de cabellos negros iba empacando todo cuanto veía a su alcance, nervioso y ansioso por lo que harían esa noche.

Se habían puesto de acuerdo para pasar la noche en la casa en lugar de en la cabaña, así no debían sacar nada y no levantarían sospechas.

Cuando era entrada la noche comenzaron la huida, saliendo de la casa por la ventana y corriendo hacia la frontera sin mirar atrás.

Ahí lo dejaban todo...

Sus vidas...

Sus infancias...

Su familia...

Todos sus recuerdos a cambio de hacer más en brazos de las personas que amaban.

Una vez en la frontera, el castaño los esperaba en el lado rojo a pie del puente y llevando una carreta con pieles.

El pelinegro llevaba a cuestas al de la banda en la nariz que, prácticamente, iba muriéndose. Uruha corrió a ayudarlo y rápidamente lo pusieron en una carreta, tapándolo con las pieles mientras el menor de todos se acurrucaba a su lado, dejando que su energía le calentara.

El castaño los llevó hasta la cabaña del príncipe tan pronto como pudieron y este lo llevó hasta la chimenea, lugar que él, a esas alturas, no podía circular.

Los otros dos se fueron a altas horas de la madrugada, llevando sus pertenencias en la carreta mientras se tomaban la mano.

Llegaron a la montaña cuando amanecía. Aún les faltaba recorrer mucho camino.

Poco les importaba eso pues se detuvieron, dejando que el tenue brillo del sol los iluminara y ahí sellaron sus promesas, esas que se habían hecho en la cabaña, con un beso...

 


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