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Whisper in my ear por EvE

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*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Sus dedos rozaban suavemente las hojas húmedas de ese árbol gigantesco, cuya copa alcanzaba la altura de su terraza, brindándole un escondite seguro desde el cual podía observar como los invitados de su hermano iban entrando al palacio, sin que la suave lluvia que cayera por la tarde y que aún se sentía en una caricia fría a manera de rocío los detuviera. Por un momento tuvo la esperanza de que así sería, que podría evitarse la tortura de soportar aquel baile de hipocresía que Saga ofreció, pero no… tal parecía que a los aristócratas londinenses ni la lluvia los detenía, acostumbrados a su compañía perpetua, seguramente.

 

El gemelo menor suspiró con triste resignación. Las carrozas se detenían frente al inicio de ese camino de piedras pulidas, surcado por faroles que iluminaban majestuosamente la entrada. Damas de alcurnia, acompañadas de sus esposos, amigos, prometidos… jovencitas risueñas, tan torpemente encantadoras que Kanon sintió lástima por ellas. Iban en fila hacia el salón en donde se estaba desarrollando el baile,  y tal como él lo haría pues no tenía otra opción.

 

La lluvia ya había humedecido sus largos cabellos azules. Vestía una bata de seda como pijama, ya que su ropa permanecía intacta sobre la cama, reticente a ponérsela, reticente a bajar.

 

Los suaves toquidos en su puerta apenas llegaron a sus oídos; giró su vista hacia adentro de la iluminada recámara y no pudo evitar chasquear los dientes. Sabía que Saga estaba empezando a presionarlo, era inevitable retrasar más el momento en que bajara.

 

Se encaminó con pesadéz hacia su cuarto, cerrando la ventana y sus cortinas tras él. Abrió la puerta para recibir el mensaje del sirviente que enviaba su hermano, que era exactamente lo que presentía y luego de eso, tomó un profundo respiro antes de comenzar a cambiarse. Con lentitud intencional, colocó las prendas que vestiría… que no era nada comparado con lo que su hermano le había ordenado que se pusiera.

 

La elegante levita, capa y pantaloncillos cortos, con las joyas y esas botas de cuero en color negro reposaban en un sillón. Kanon odiaba traer tanta ropa encima, demasiados adornos y lujos para sus costumbres, a pesar de que los lujos eran algo tan ligado a su vida como el mismo aire para respirar.

 

Calzó unos zapatos ligeros, se puso un pantalón de tela suave en color blanco y luego, una perfecta túnica del mismo tono, con un toisón de oro colgando hasta su clavícula. Una enorme piedra roja prendía desafiante a la altura de sus pectorales, acompañado de otros collares menos vistosos pero igualmente bellos. Su cintura fue ceñida por un cinturón dorado, ancho y elegante a la vez. Echó otro vistazo a las ropas en el sillón, tenía la certeza de que Saga se enojaría por haber elegido aquellos atuendos en lugar de su elegante levita azul marino de bordados en hilo de plata, pero francamente no le interesaba… si había que soportar ese baile lo haría a su manera, eso ni su hermano podría impedirlo.

 

Sus largos cabellos, pulcramente peinados hacia atrás dejaban su frente casi al descubierto. El rostro de bellas facciones lucía en todo su esplendor bajo la luz de las velas en su recámara, serio y con un destello de tristeza innegable en sus ojos verdes, estaba listo para bajar a lidiar con otro baile más.

 

Como si no hubiese tenido suficientes en su vida.

 

-¡Ya voy!- respondió con cierta molestia al siguiente llamado en su puerta.

 

Roció un poco de colonia en lo que quedaba a la vista de su cuello y un anillo en su dedo anular izquierdo fue el toque final. Avanzó con pasos gallardos hacia la puerta, ignorando a la sirvienta que prácticamente se había quedado sin habla al verlo pasar a su lado, vestido de aquella forma y más altivo que nunca.

 

El rumor del baile pronto llegó a sus oídos al seguir avanzando impávido por los pasillos del palacio hasta dar con la puerta del salón en donde se estaba llevando a cabo. Los sirvientes le abrieron paso de inmediato, y entonces, la perfecta iluminación del sitio, su música de orquesta y el barullo de las personas que disfrutaban de todo aquello le golpeó los sentidos. Sus ojos verdes observaron con absoluta frialdad a los presentes, y estos, en su sorpresa, le dedicaban miradas entre curiosas y hasta burlonas.

 

Su figura espigada, vestido de blanco y de forma tan poco convencional, resaltaba como un diamante en bruto en medio de piedras comunes, que celosas de su brillo trataban de opacarlo incitándole a sentir vergüenza… que  Kanon evadió con elegante cortesía.

 

La mirada de Saga ya se había clavado en él. Lo observaba junto con Saori desde el grupo de personas con los que se encontraban charlando. Al gemelo mayor no le quedó más remedio que acercarse a él, caminando con pasos soberbios y taladrándolo con su mirada esmeralda. El si usaba la elegante vestimenta que Kanon había desdeñado, llevaba en el pecho medallas y un toisón un poco menos grueso que el suyo. Una elegante capa escarlata colgaba de uno de sus hombros, se veía tan señorial que era imposible que no resaltara entre los demás… tal como su hermano.

 

El menor sonrió levemente, como si tratara de aliviar la molestia de Saga lo cual era imposible, aunque lo disimulaba muy bien, no era su estilo dar espectáculos delante de la gente… pero ya se imaginaba lo que le esperaba después.

 

-Mi hermano, el Duque Kanon-

 

Los presentes hicieron pronunciadas reverencias, al gemelo de cabellos opacos, acompañadas de una melodiosa nota musical, que dio inicio a una ronda de baile. Una bella jovencita, que recordaba como hija de Lord Harrison se aproximó a él, sonriente y estúpida como era costumbre, aunque esta vez no solo fue ella, sino que otras cuantas más lo rodearon… era el objetivo de Saga, que conociera y conviviera con las jovencitas casaderas para elegir una entre ellas y “sentar cabeza” de una vez por todas.

 

Kanon se sintió asqueado de tanta superficialidad.

 

Entre saludar una y cien personas, la noche parecía que iba a ser eterna. Salvo beber un par de copas de vino tinto o conversar brevemente con Saori, todo lo demás era una tortura. Quería abandonar todo aquello y salir a tomar un poco de aire, liberarse de las molestas muchachas que lo rodeaban, intentando arrancar de él más que una simple sonrisa cortés o una educada adulación. Que más darían sus padres por verlas casadas con un Duque griego, joven y rico como lo era él… pero Kanon parecía inalcanzable como una estrella en el firmamento, era obvio su desinterés para con ellas y para con el baile en sí, para todo lo que eso significaba. Saga lo había estado observando de reojo, por supuesto que la actitud de Kanon no le pasaba desapercibida en lo absoluto.

 

Se disculpó con sus invitados para acercarse a donde su hermano gemelo conversaba con un grupo de jóvenes mujeres, las saludó con una sonrisa galante, indicándole después a su hermano que lo siguiera hacia una de las mesas con bocadillos y vinos. Kanon aprovechó para tomar una copa de este, como buscando aplomo y tolerancia… ya sabía lo que Saga le diría.

 

– No puedo creer que te vistieras de esa forma –

 

El gemelo menor ahogó una carcajada burlesca en su copa, casi estaba contento de provocar un disgusto en Saga… uno por los cientos que le había hecho pasar a él.

 

– ¿Te avergüenzas de nuestras raíces, gemelo? – La voz cargada de sorna no le hizo nada de gracia al mayor, que devolvió una mirada fúrica.

 

– Si no estuviéramos siendo observados por cientos de ojos te abofetearía, eres un impertinente –

 

– Lo sé, pero como no puede ser de otra forma, tendrás que aguantarme hasta que el baile se haya terminado… hermanito – sonrió de medio lado, llevándose la copa entre sus dedos dispuesto a alejarse de Saga. Pero el mayor lo detuvo de un brazo, obligándolo discretamente a quedarse a su lado – Suéltame –

 

– No te atrevas a dejarme más en ridículo o te juro que vas a arrepentirte – susurró fríamente Saga, sonriéndole con aparente cariño, antes darle un abrazo fraternal y acariciar sus cabellos – Disfruta de la fiesta hermano, finge que te gusta, finge que estás contento, FINGE o te va a pesar –

 

Sus palabras le hicieron temblar de rabia, apenas y pudo esbozar una sonrisa, tenía las mandíbulas fuertemente apretadas y unas ganas tremendas de dejar el sitio lo más rápido que le dieran sus pies. Pero por el contrario, se quedó con la mirada clavada en su gemelo, sus gemas esmeraldas, brillantes, ocultando el tremendo rencor que sentía para él en ese momento. Se safó del agarre en su brazo suavemente, elevando la copa hacia la suya a manera de brindis, un brindis que intentaba apalear la desazón que sentía.

 

Y el vino le supo a hiel.

 

– Lord Radamanthys de Wyvern –

 

Hasta que lo mencionaron a él, el rubio del caballo negro que recordaba desde su última salida de cacería, ese de los ojos místicos y taladrantes… esos ojos. Kanon casi estuvo a punto de tirar el contenido de su copa, un temblor inexplicable le sacudió el cuerpo, mientras Saga sonreía ignorando su reacción. Se adelantó hacia Radamanthys, saludándolo con cortesía antes de invitarlo a acercarse precisamente a donde estaba Kanon, en la mesa de bocadillos que le servía de barricada para no flaquear.

 

– Kanon, ¿Te sientes bien? –

 

La voz dulce de Saori le distrajo un momento. Levantó su mirada vidriosa, tratando de sonreír amablemente; pero antes de que pudiera responderle, su hermano y el rubio ya estaban frente a ellos. El gemelo menor una vez que puso sus ojos en las pupilas ámbar de Radamanthys ya no pudo desprenderse de su mirada.

 

– Mi esposa, La Duquesa Saori –

 

– Es un placer, milady –

 

Su voz, seductora y masculina, acarició los sentidos del peliazul ataviado en túnica blanca como si el elogio fuera dirigido a él. Sus ojos verdes rompieron su contacto con los del Wyvern al verlo inclinarse ante Saori y depositar un suave beso en el dorso de su mano. Kanon casi renegó que su invitado recién llegado pareciera tener más atención en la hermosa mujer de cabellos morados que en él. Cosa que era total y completamente lógica.

 

Se reprendió a sí mismo por sus pensamientos, era indigno lo que se le venía a la mente, enojarse por que el rubio no le tratara de la misma forma… por que no tomara su mano, cuando deseaba sentir sus labios quemando su piel

 

Los pensamientos casi le marearon. La presencia de Radamanthys era imponente. Ataviado en su traje de levita y capa negra, con sus manos enguantadas y sus cabellos rubios ligeramente despeinados. El hombre le atraía enormemente…

 

Un hombre.

 

< Dios, perdóname… perdóname>

 

– Es bueno verlo de nuevo, Señor… –

 

La mirada del gemelo menor se había perdido en la salida del salón y esas voces que componían la conversación ya le resultaban ajenas. De su garganta no podía salir ninguna palabra, sentía un nudo en ella.

 

– Kanon, mi hermano se llama Kanon – Respondió Saga por él, al darse cuenta de la tremenda distracción en que su gemelo estaba sumido – Habrá de disculparlo, se distrae con facilidad  –

 

Solo el toque de las manos de Saga en sus brazos lo trajo de vuelta a aquel sitio.

 

– Kanon – su nombre emergiendo de aquellos finos labios casi estuvo a punto de arrebatarle un suspiro – Espero que Londres no les resulte muy molesta, no todos se acostumbran a su clima –

 

El comentario del rubio le sirvió para recuperar el aplomo; Saga y Saori soltaron una elegante carcajada, mientras  Kanon sonreía un poco más tranquilo.

 

– Londres es una ciudad encantadora, que su clima sea pésimo no la opaca – habló por primera vez, antes de beber de golpe el contenido de su copa.

 

Radamanthys asintió casi complacido de escucharlo al fin, llevaba días deseando escuchar su voz, verlo de cerca todo el tiempo que deseara. Bajo el salón iluminado y con esas ropas puestas, cuya caída resaltaba totalmente los contornos de su cuerpo, lucía más hermoso que nunca a los ojos del Wyvern. Sintió deseos de sacarlo de ahí, arrastrarlo a cualquier rincón oscuro y volver a descubrir la piel bronceada que había probado la primera noche en que llegaran… pero ahora combinada con el sabor salado de su sudor mientras lo poseía, de su sangre manchándolo…

 

Sangre. El latido acelerado de su corazón era una melodía incitante que los sentidos sobrehumanos del rubio captaban con beneplácito. Su sangre corriendo alocada por sus venas era también un placer extra… por que sabía que era él quien provocaba esas reacciones, quien lo ponía… nervioso.

 

< Te he descubierto, pequeño…>

 

Anunciaron a otros invitados más, lo que hizo que Saga dejara a Kanon en compañía de Radamanthys, no sin antes dedicarle una mirada a su hermano, dejándole ver que era su deber atender al Lord inglés. Y Kanon le temblaron las piernas cuando sintió el roce de afiladas uñas en el dorso de su mano, cuando este le adelantó otra copa más al ver que la que bebiera antes ya se había terminado.

 

– Su hermano tiene muy buen gusto… esta fiesta es encantadora – dijo el rubio, sonriendo de medio lado mientras observaba a Kanon – Las personas que la engalanan también… más perfecta no pudo haber sido –

No sabía si lo estaba alucinando, pero descubrió un toque de seducción en la voz ronca del otro que le erizó la piel. Kanon sonrió con torpeza, bebiendo su vino casi al instante.  La cabeza le dio vueltas, supo que el vino empezaba a afectarle… el vino y la presencia de Radamanthys.

 

– Que alegría que sea de su agrado… se hace todo por consentir a nuestros invitados –

 

– Y lo lograron muy bien aunque… – el vampiro avanzó un paso hacia él, reduciendo a nada la distancia entre ellos hasta que pudo acercarse hacia su oído, hablándole en voz muy baja junto a él – No se necesita hacer mucho para consentir a alguien cuando se tiene la suerte de contar con la compañía de alguien tan hermoso… como usted –

 

El gemelo menor retrocedió, sacudido por un mareo aún más fuerte que el anterior. Descubrió casi con pánico que el aliento susurrante del rubio era aún más embriagante que el vino, que sus palabras le golpeaban descaradamente, le acechaba de una forma desesperante y levantaba emociones tan fuertes en el que apenas si podía contenerse.

 

Miedo, vergüenza, euforia…

 

No podía creer lo que estaba escuchando.

 

- Yo… no me siento bien – movió la mano tan torpemente que el vino cayó derramado sobre la mesa, provocando que su líquido tinto manchara los inmaculados manteles. Los sirvientes se acercaron de inmediato a limpiar el desorden, mientras Kanon apenas podía pasar saliva. Su garganta estaba tan reseca que dolía y un temblor incontenible le sacudía de pies a cabeza – Discúlpeme… debo retirarme – pronunció con la voz en un hilo, retrocediendo en su lugar sin poder dejar de mirar al Wyvern.

 

– Descuide, yo se lo comunicaré a su hermano – expresó en un tono casi preocupado el rubio, dejando que el peliazul se alejara de él con pasos casi entorpecidos, perdiendo por completo la altivez con la que llegara.

 

Estaba complacido de haberlo visto reaccionar así, sabía que no tendría problemas a la hora de dominarlo… solo jugaría con él un poco más, aumentaría su deseo para darle lo que necesitaba en el momento en que su propio deseo por el se hiciera intolerable. Lo liberaría de sus ataduras.

 

Sonrió con malignidad, solo para luego girarse hasta localizar la cabellera cobalto del gemelo mayor e informarle del repentino malestar de su hermano de forma muy discreta… después de todo él era un caballero, nadie podría quejarse de sus modales jamás.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Corrió con el alma en un hilo por los solitarios pasillos del palacio. La túnica blanca que vestía se agitaba con violencia a cada paso rápido y sus joyas casi le golpeaban el mentón al agitarse en su veloz carrera.

 

No le importó en lo más mínimo que algún sirviente lo viera. Solo podría detenerse hasta haber llegado a su recámara. Cerró la puerta tras el con un golpe seco, recargándose completamente agitado en esta; ahora estaba seguro de que cada vez que tuviera que encontrarse con aquel misterioso hombre sería una verdadera tortura, que cada día que pasara en Londres lo sería con la constante zozobra de saber que se sentía atraído por un hombre… un hombre que al parecer pretendía seducirlo.

 

Era algo tan indigno, el pecado más grande que se podía cometer.

 

– No no no no –

 

Pasó saliva con dificultad, derribándose junto a su cama en el suelo. Sus manos temblorosas, alcanzaron la vela y los fósforos de su mesita de noche para encenderla, antes de tomar la Biblia que reposaba a un lado, aferrándose a ella como si fuera una cuerda que lo sostuviera de no caer en el abismo. Por años enteros había mantenido sus deseos perfectamente ocultos, esos que consideraba como impuros y bajos, esos que la mirada ambarina de un desconocido despertaba una vez más, lastimándolo en lo más profundo de él.

Abrió la Biblia y comenzó a leer en el primer capítulo que quedó, sin prestar atención a eso, solo buscando una vía de acceso a esa angustia que le taladraba los sentidos.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

– ¡Maldito sea Kanon! –

 

La voz airada de Saga resonaba sin tapujos en las paredes del palacio. El baile finalmente se había terminado, lo que significaba que era tiempo de hacer todas esas reclamaciones que tenía en mente respecto a la conducta por demás vergonzosa de su hermano durante el tiempo que permaneciera en el salón… antes de su repentina partida.

 

– ¡Es que no puedo creer que me hiciera esto! –

 

Su esposa lo seguía tratando de igualar su paso, levantándose el vestido para casi correr detrás de él.

 

– ¡Entiéndelo Saga! ¡No se sentía bien! –

 

– ¡Patrañas! ¡Yo conozco sus razones y créeme, son inaceptables! – se detuvo frente a la puerta de la recámara del gemelo menor. Saori lo jaló del brazo, mirándolo con angustiada mientras trataba de detenerlo.

 

– Saga, no seas tan duro con él… ¿por que no mejor no descansas ahora y mañana hablas con el con más calma? –

 

El mayor le respondió con una mirada airada, soltándose de su frágil agarre y empujándola hacia la habitación que compartían sin miramientos.

 

– ¡No me digas lo que tengo que hacer! –

 

La mujer se quedó con las palabras en la boca, casi desconociendo la actitud de su esposo. No pudo evitar que su labio inferior le temblara y que sus ojos se humedecieran con un llanto incipiente, pero ni eso detuvo a Saga. Entró en la recámara de Kanon y cerró la puerta en sus narices, observando con ira la figura dormida de su gemelo, que se había quedado recostado sobre la Biblia, sentado a un costado de la cama. Fue inevitable que no diera un salto asustado al escucharlo entrar de forma tan violenta, pero apenas pudo girar hacia donde el se acercaba su rostro fue cruzado con un par de bofetadas, que consiguieron despertarlo de inmediato.

 

El mayor lo levantó de los collares que aún portaba, rompiendo los más delgados en medio de su ira.

 

– ¿Cuándo? ¡Dime cuando vas a dejar de ridiculizarme! Te presentas en la fiesta vestido de túnica, luego te niegas bailar con alguna mujer y terminas largándote sin más como una damisela adolorida… ¿¿En qué demonios estás pensando?? – Lo sacudió con fuerza sosteniéndolo de los antebrazos, haciendo que su aturdido hermano emitiera un sonido doloroso y cerrara los ojos apretando los párpados – ¿¿Crees que no sé por que lo haces?? ¡Eres un maldito pervertido! –

 

Kanon abrió los ojos lleno de miedo, inútiles fueron sus intentos de liberarse de aquel firme agarre que su hermano cernía sobre él, Saga estaba realmente molesto y parecía que no iba a detenerse hasta no verlo hecho cenizas.

 

– ¡Basta ya! ¡Deja de torturarme!–

 

– ¡Nunca! No hasta que te hayas casado y formado una familia, no hasta que aceptes que eres un ¡HOMBRE! ¡Y que te condenarás en el infierno si sigues pensando de otra manera! ¡Y arrastrarás el honor de tu familia al lodo! –

 

Sus palabras y sus acciones fueron una sola cosa. Lo arrojó contra la cama de un brusco movimiento, haciéndolo rebotar sobre la suave superficie. Su respiración estaba agitada como la del gemelo menor, el cual se tallaba la mandíbula que sentía adolorida y se limpiaba un hilo de sangre que corría por sus labios.

Sus lágrimas apenas le dejaban ver la figura erguida de su gemelo, amenazante y furioso, con su mano extendida hacia él y un dedo acusador apuntándole como un revolver listo para disparar… y hubiera deseado que fuera eso.

 

– Te doy dos meses Kanon… Dos meses para que elijas una mujer, ya has tenido muchas oportunidades y las has desdeñado todas, pero esta vez no lo harás… ¡no voy a permitir que tu ignominia nos manche a todos! –

 

Los ojos de Kanon, empañados y húmedos, contemplaron a su gemelo salir de la recámara sin más. La sentencia había sido dictada, acabaría casándose por compromiso tal como todos lo hacían, se ataría a una vida de mentiras, cumpliría con las tradiciones al pie de la letra al final de cuentas… por que simplemente no podía escapar de ese destino.

 

Se dejó caer de lado en la cama, llorando en silencio con las almohadas entre sus manos. La sangre en su saliva seguía mezclándose puesto que ahora mordía la herida que le hubiese hecho Saga momentos atrás, dañándose más, buscando lavar sus culpas en el dolor que sentía.

 

< Dios, no me desampares… no me dejes caer en tentación… ayúdame a olvidarme de todo…>

 

Por que lo necesitaba, un consuelo, algo de que aferrarse para no sucumbir bajo la extenuante presión de Saga.

 

– Dos meses… –

 

Dos meses y se acabaría su libertad.

 

Escondió el rostro entre las sábanas, dejando que sus lágrimas las humedecieran, silenciando sus sollozos… hasta que el cansancio lo venció y pudo quedarse dormido de forma irremediable.

 

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Ya había pasado más de una semana desde la violenta discusión que tuviera con su gemelo. Tal parecía que nada sucedió entre ellos, al dia siguiente esa noche Saga estaba tan jovial y animado como solía estarlo, sin que hubiera una sola huella del coraje que le había demostrado horas atrás. Su gemelo era tan cambiante como las corrientes del mar, estaba perfectamente acostumbrado a sus cambios bruscos de humor.

 

Aunque no le pasó desapercibida cierta tensión entre él y Saori, la última se mostraba casi hosca con él, apática y hasta ofendida, fue obvio que tuvieron una discusión de la que no se enteró y de la que no se atrevió a indagar. A fin de cuentas eran asuntos de pareja que no le incumbían, y todas las parejas tenían problemas en algún punto de su relación.

 

Esa mañana se había levantado un poco tarde, puesto que su noche no había sido precisamente buena. Tuvo pesadillas que lo obligaron a despertar constantemente por la madrugada, bañado en lágrimas y en sudor, preso del pánico que solo en sus más terribles sueños podía sentir. Se veía ardiendo en la hoguera, pagando el castigo por sus actos.

 

Por que era innegable: a el no le gustaban las mujeres, y saberlo era tan doloroso como traer una espina clavada en el pecho. Se sentía sucio, pecador.

 

Y se refugiaba en la religión. A veces encontraba consuelo al leer que Dios siempre perdonaba los pecados de los hombres, pero desde que tenía uso de razón estaba enterado que sentir atracción o deseo por otro hombre era pecado mortal, algo que el Todopoderoso no perdonaba.

 

Mucho menos la sociedad.

 

Saga y Saori habían salido muy temprano a misa, pero el no los alcanzó. Por lo que al caer la tarde y poco antes de las 6, acudió a la Catedral de San Pablo, muy al centro de la ciudad. Parecía que llovería, como siempre solía pasar en Londres, pero tenía toda la intensión de sentarse a escuchar la homilía, además que hacerlo resultaba todo un deleite… inclusive para aquel que no se considerara completamente religioso. La construcción de estilo renacentista, con su enorme cúpula y los coros masculinos que amenizaban la ceremonia le invitaban a relajarse, a quedarse en el santo lugar aún cuando la misa terminó.

 

Tan sumido en sus pensamientos se encontraba que apenas se percató del momento en que finalizara. La gente fue dejando sus asientos con lentitud parsimoniosa, Kanon saludó a sus conocidos con elegantes inclinaciones y sonrisas colmadas de cortesía, hasta que finalmente se descubrió solo en el lugar. O al menos eso creía.

 

Radamanthys de Wyvern lo estuvo observando desde una banca apartada; la melena azul y el olor inconfundible que el gemelo menor desprendía le resultaron casi hipnóticos, lo descubrió al bajar de su carruaje mientras el paseaba bajo el cielo negruzco londinense y la tentación de observarlo por más tiempo fue irresistible.

 

Entró a la catedral a pesar de que todos aquellos monumentos a la religión y las misas en sí le parecían una tontería.  Pero ni siquiera había puesto atención a las palabras del sacerdote, estuvo todo el tiempo observando discretamente el perfil de Kanon. Sus rasgos eran tan perfectos como los de una estatua, esas que tallaban sus antepasados, la belleza de sus ojos verde esmeralda, ligeramente opacada por un velo de tristeza que no escapaba de sus pupilas ámbar resultaba digna de contemplación… aún el movimiento de sus labios cuando respondía alguna alabanza o letanía era apasionante.

 

Le apetecía poseer a ese hombre más que a ninguno que hubiera tenido antes. Quizás por ese aire de inocencia que le rodeaba, por que conocía el dolor de su corazón y sabía que tenía en sus manos su alivio… quería dárselo, quería darle todo.

 

Kanon se puso de pie, ignorando la presencia del vampiro a sus espaldas, refugiado entre la oscuridad y las bancas de madera pulida. El gemelo menor comenzó a andar. La capa de color negra que portaba se movía sutilmente a cada paso que daba, el elegante sombrero de terciopelo verde olivo, como su levita y sus pantaloncillos cortos reposaba entre sus manos, a veces moviéndolo como si quisiera apalear con eso su nerviosismo.

 

Llegó hasta una pileta de mármol donde había agua bendita y se sacó uno de sus guantes, el de su mano derecha, humedeciendo ligeramente las yemas de sus dedos para hacer la señal de la cruz en su frente, cerrando los ojos en el proceso. Pero cuando los abrió, los ojos amarillos de Lord Wyvern estaban fijos en él, haciéndole dar un salto visiblemente asustado, la respiración se le aceleró en segundos y por un momento las palabras abandonaron su garganta… como siempre le pasaba cuando lo miraba a él.

 

– Lamento haberlo asustado, joven Duque –

 

Una sonrisa torcida adornó el rostro masculino de Radamanthys. Kanon abrió la boca tratando de decir algo, pero solo consiguió balbucear de forma torpe, cosa que provocó una discreta carcajada en su rubio acompañante.

 

Siempre de negro, siempre elegante, apenas una corbata de fino encaje blanco y remaches de plata prendía de su cuello, ceñida a la camisa con un broche de rubíes.

 

– Hermosa nuestra catedral… ¿No es así? Christopher Wren hizo un gran trabajo de reconstrucción… – comentó el vampiro en tono casual al griego, que parecía recuperar el aplomo y comenzaba a sonreír no sin un dejo de nervios.

 

– Es un hermoso lugar, en definitiva… – el peliazul entornó los ojos, mirando las cúpulas que brillaban de dorado gracias a la luz de las velas y la pintura que las recubría – Londres es hermoso –

 

– Lo es… – La voz siseante del rubio le sorprendió aún más que cuando lo viera frente a él. Se había movido con suavidad felina hacia sus costados, podía oler su embriagante aliento a licor de tan cerca que lo tenía.

 

A Kanon se le resecó la garganta. De nuevo su mandíbula temblaba y el aliento abandonaba sus pulmones. La sonrisa enigmática de Radamanthys y esa cercanía pecaminosa que mantenían ambos rostros hacía que sus piernas flaquearan. Casi pudo cerrar los ojos y arrojarse sobre su boca de labios finos, deseó besarlo con un deseo nunca antes sentido.

Ese hombre era simplemente fascinante.

 

– Ha sido un placer saludarlo, mí lord, debo volver a casa–

 

Hizo una reverencia respetuosa casi de forma inconsciente, antes de dedicarle una sonrisa y persignarse de nuevo, emprendiendo el camino hacia la salida de la iglesia. El rubio lo observó huír como la presa que era… pero ya no deseaba hacerlo más. El griego escurridizo tenía que ser suyo cuanto antes, la espera había sido demasiada.

 

< Mío… quiero sentirte mío… quiero enloquecerte…>

 

Y lo lograría, por que el siempre obtenía todo aquello que deseaba.

 

Afiló los ojos, mirando hacia sus espaldas donde se encontraba el altar de la catedral. Una carcajada gutural y burlona se dejó escuchar como un eco extraterreno en la solitaria iglesia. El vampiro posó sus ojos en las figuras de santos frente a él con evidente ironía, como si se mofara de toda la bondad que representaban.

 

< Patrañas>

 

– El será mío… y ni tú ni nadie podrán impedírmelo… –

 

Giró sobre sus talones, dejando que las sombras de la noche que caía en las afueras se mimetizaran con el. La lluvia ya azotaba las calles londinenses, mojando sus hombros anchos cubiertos de terciopelo. Aún alcanzó a ver el carruaje de Kanon alejarse… y una sonrisa maligna emergió de sus labios, mientras se perdía entre la gente como cualquier otro Lord más.

  

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Saga soltó un suspiro casi hastiado. Estiró sus piernas cuan largas eran sobre el piso alfombrado de la sala en donde ahora reposaba, acompañado de Kanon que parecía sumido en su lectura y de la copa de jerez que se bebía. Su hermano estaba silencioso como piedra, y el demasiado inquieto, más bien fastidiado. Tanto silencio en ese palacio…

 

Si Saori andaba en el mismo plan desde que le gritara tras la noche del baile. Se inclinó sobre la mesa redonda que adornaba la estancia para alcanzar su copa y beberla de un solo golpe. Kanon lo observó de reojo y negó con la cabeza. Ya sabía que algún problema existía entre él y Saori, pero lo más conveniente era dejar que Saga hablara por si mismo… siempre lo acababa haciéndolo cuando algo le afectaba.

 

El gemelo menor recargó un codo en el descansabrazos, apoyando su sien sobre sus dedos al mismo tiempo que daba otra vuelta a la página del libro de “Cándido o el Optimismo” de un filósofo francés con pintas de hereje y que sin embargo le atraía enormemente. Su hermano lo miró ceñudo, antes de dirigirse a él con la voz golpeada.

 

– ¿Leyendo porquerías de nuevo, Kanon? –

 

Se limitó a esbozar una sonrisa casi cínica.

 

– No es mi problema que estés pasando por tu primera crisis matrimonial, Saga –

 

El aludido resopló con enfado, poniéndose de pie al instante para comenzar a caminar con inquietud por la sala. Su gemelo siguió contemplándolo con una sonrisa ahora más burlesca, mientras negaba sutilmente con la cabeza.

 

– ¡Las mujeres son tan complicadas! –

 

– Quizás si te disculpas…–

 

– No tengo por qué disculparme, su deber es ser buena esposa y cumplir con sus obligaciones –

 

– Yo no he visto que no lo haga… sigue tan activa y responsable como siempre ha sido –

 

Saga lo miró con sus ojos esmeralda chispeantes de ira, antes de cruzar las manos a su espalda y continuar caminando.

 

– Hay cosas que tú no ves –

 

– Entonces… debes disculparte – puntualizó el gemelo menor, provocando que su hermano entornara los ojos aún más fastidiado – No solo se trata de que cumpla con sus deberes, quizás si la trataras más como tu esposa que como una esclava que has adquirido para que te sirva las cosas resultarían más fáciles…–

 

– Pareces comprender tan bien la mentalidad femenina… es sorprendente que sigas soltero, hermanito –

 

Kanon bufó molesto, cerrando su libro de un golpe y fue el quien se puso de pie ahora, con toda la intensión de abandonar la sala y dejar a su famélico hermano lidiar con sus problemas solo.

 

– Discúlpate y deja de molestarme –

 

Pero entonces, llamaron a la puerta.

 

Una doncella de figura menuda se apresuró a abrirla, pasando por el pasillo de la sala principal como una exhalación. Los gemelos, intrigados por la repentina visita de quien fuera que se tratara, caminaron también hacia el vestíbulo del palacio casi al momento de ver pasar a la sirvienta hacia allá.

 

– Lord Wyvern, ¡Que sorpresa! Bienvenido – saludó Saga al recién llegado con una sonrisa amplia, adelantándose hacia él para saludarlo de forma correcta.

 

Kanon se quedó en su sitio, con el libro fuertemente asido a su pecho y las emociones corriendo por sus venas. Ahí estaba el dueño de sus más pervertidos anhelos, con las mismas ropas con las que se lo topara en la catedral, su perfume elegante y masculino golpeando fuertemente sus sentidos… aturdiéndolo.

 

– Perdón que los moleste a estas horas, pero mi visita tiene una buena causa – comenzó a hablar el inglés, mirándolos a ambos con cierta malicia – Hay una fiesta no muy lejos de aquí, en la casa del hijo mayor de Lord Richards, está celebrando su cumpleaños y pensé que quizás les gustaría acompañarme –

 

– Lord Richards… Creí que estaba de vacaciones en Venecia con su esposa…–

 

– En efecto, Lord Saga, pero Dylan su hijo mayor se está celebrando sus veinticuatro años, es una gran fiesta, créame –

 

El rubio dejó entrever una sonrisa blanca, matizada de cierta complicidad que Saga pareció entender muy bien.

 

– Fiesta de solteros sin padres en la casa, ¡Oh si! Ya me imagino que clase de fiesta es –

 

– Mi carruaje espera afuera, voy acompañado de dos bellas damas y un amigo, que seguramente estarán encantados de que se nos unan –

 

– Suena tan atractivo… pero soy un hombre casado mí Lord, me temo que tendré que decantar su invitación… – sonrió irónicamente, antes de buscar la figura de Kanon a sus espalas – Pero mi hermano estará muy contento de acompañarlo, es algo tímido y no ha socializado muy bien… le será provechoso empezar a hacerlo –

 

Ya se lo imaginaba. Se maldijo de no haber huido cuando pudo hacerlo. Ahora Saga lo empujaba hacia la salida, jalándolo del brazo que se empecinaba en mantener flexionado hacia su pecho, donde aún sostenía el libro que leyera antes.

 

– Saga no… yo… no soy de esos ambientes y… –

– Se divertirá, se lo aseguro…– La sonrisa de Radamanthys se acentuó casi perversa.

 

El gemelo mayor ya había mandado traer la capa y el sombrero de su hermano en lo que este permanecía inmóvil, contemplando el rostro acechante del inglés. Apenas reaccionó cuando Saga le arrebató el libro. Miró a su hermano casi suplicante, deseando que interviniera para que lo liberara de aquello… pero no lo haría. Ya veía su sonrisa triunfal asomar por sus dientes perfectos, al mismo tiempo que era empujado con discreción hacia la salida gracias al tacto de la mano enguantada del vampiro.

 

– Pásala bien hermano, nos veremos mañana… –

 

No tuvo oportunidad de replicar absolutamente nada, pronto estuvo fuera del palacio y con el carruaje de Lord Wyvern frente a sus narices. Radamanthys le sonrió de forma torcida, mientras un paje abría la puerta.

 

– Entre o se mojará demasiado… –

 

Desde ahí podía escuchar las risas alegres de quienes iban dentro. Kanon comenzó a descender por los escalones de la entrada, avanzando con paso inseguro hacia el carruaje, temeroso de descubrir un mundo ajeno al suyo, de las sensaciones violentas que experimentaba gracias a la presencia imponente del Wyvern. Temeroso de perder el control… y caer seducido ante el embrujo malévolo de sus ojos amarillos.

 

– Gracias… –

 

Musitó con suavidad, intentando sonreír. Su paso se tornó seguro y acomodó el sombrero sobre su cabeza. Radamanthys le siguió al entrar al carruaje para finalmente arrancar, dejando pronto los terrenos del palacio de los Duques griegos.

 

Saga lo había contemplado todo con una sonrisa victoriosa, asomando sus ojos esmeraldas por la ventana del vestíbulo. Estaba complacido, Lord Wyvern podría ser un buen maestro para su hermano, se notaba a leguas que el inglés era un seductor empedernido, lo había visto en el baile rodeado de jovencitas a las que les arrebataba suspiros, compañías así era lo que necesitaba su reprimido hermano…

 

Cuan equivocado estaba. Sin querer había puesto la oveja en las fauces del lobo.

 

Observó desdeñoso el libro que cargaba su gemelo, leyendo el título no sin hacer una mueca de asco.

 

– ¿Voltaire? –

 

Una doncella se había quedado a esperar las órdenes del Señor, y fue a ella a quien le entregó el libro como si le hubiese quemado en las manos.

 

– Échalo a la basura – fue la seca orden, antes de que el gemelo encaminara sus pasos hacia sus aposentos…

 

A disculparse tal como Kanon se lo había sugerido.

 

Aunque desde el principio sabía que esa era la solución.

  

*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*

 

Apenas y había hablado durante el trayecto a la mencionada casa de Lord Dylan Richards. Las mujeres eran escandalosas, vulgares… empezaba a creer que se trataba de meretrices sacadas de burdeles por aquel par de elegantes hombres que le acompañaban. Uno de cabellos rosados y exóticos, pero piel tan blanca que se le antojó irreal. Su poderosa mirada azul resaltaba en la oscuridad del carruaje, lo mismo que la de Lord Wyvern, aunque los del último poseían un encanto superior… eran distintos, mas profundos, mas atrayentes.

 

Kanon no pudo evitar sentirse atrapado, no solo por la mirada casi obsesiva que Radamanthys le dedicaba, sino por sus propios miedos e inseguridades. Se sentía incapaz de lidiar consigo mismo, la compañía de las mujeres resultaba hastiosa… la del pelirosa que respondía al nombre de Valentine le estorbaba. Deseba estar a solas con el rubio, y el motivo oculto de su deseo era lo que más le angustiaba. Sentía que de suceder aquello, todas sus fuerzas quedarían reducidas a nada y acabaría ofreciéndose igual o peor de lo que aquellas mujeres lo hacían… eso sencillamente le aterraba.

 

Sentía que sus manos sudaban bajo la tela de sus guantes, el sitio era asfixiante.

 

Por fin se detuvieron y el aire fresco de la noche húmeda le golpeó las mejillas al abrir la puerta del carruaje, provocándole un placer al que no se podía negar. Radamanthys fue el primero en salir, luego Valentine y él, siendo las damas quienes lo hicieran al final. Una se prendió de su brazo de forma más que molesta, pero Kanon no pudo protestar.

 

Las puertas de la lujosa mansión del festejado se abrieron de par en par. Un olor a tabaco y alcohol le invadió de inmediato los sentidos, casi mareándolo. Radamanthys lo miraba de reojo, su plan estaba saliendo a las mil maravillas; nunca pensó que el gemelo de Kanon le fuera a poner las cosas tan fáciles, pero agradecía su buena suerte. Sin su hermano vigilando el griego estaba entre sus manos, ya casi podía saborear esa piel tostada por el sol mediterráneo entre sus labios.

 

Un ejército de gente los interceptó. Kanon apenas y conocía a unos cuantos, los había saludado en el baile que ofreciera su hermano y vagamente recordaba sus nombres. Tuvo que soportar de nuevo todo ese intercambio hipócrita de saludos, aunque solo fue por unos instantes. Radamanthys y sus acompañantes comenzaron a caminar por los pasillos semiluminados de la mansión, guiados por un sirviente que había mencionado que el festejado los esperaba en otro lugar.

 

Kanon sentía un miedo irrefrenable. Las piernas apenas le respondían al caminar.

 

El rubio lo miraba de reojo de vez en cuando, atento a las reacciones del griego… su miedo resultaba delicioso, como todo en el. Saboreaba por anticipado su posesión con solo percibir sus emociones.

 

Unas puertas dobles les cerraron el camino. El sirviente las abrió de par en par para dejarlos entrar a un salón que se le antojó similar al recinto del harem perteneciente a un sultán… de esos que había visto en sus libros. Había mujeres hermosas por todos lados, hombres a medio vestir recostados en almohadones sobre el piso cubierto de seda y alfombras persas. El concentrado olor a licor y lujuria destemplando sus sentidos… quiso huir de inmediato.

 

– Déjeme presentarle al cumpleañero… – Radamanthys se lo impidió, sujetándolo de un brazo, arrastrándolo hacia el interior de aquel gran salón hasta un nicho donde reposaba un joven hombre, de cabellos castaños y mirada verde obviamente enajenada.

 

Estaba rodeado de tres mujeres, que lucían sus vestidos arriscados, mostrando los encantos que sus cuerpos ocultaban… piernas torneadas, jóvenes y bellas, a medio cubrir de sus medias. Los pronunciados escotes casi dejaban entrever completamente las formas de sus senos.

 

Kanon desvió la mirada, era demasiada depravación para él, apenas y respondió el saludo del festejado cuando dos mujeres lo sostuvieron de los brazos, friccionando sus cuerpos ardientes contra él; quiso empujarlas y liberarse de su agarre, pero le fue imposible, ya lo arrastraban hacia un ala del salón donde colgaban suaves cortinas transparentes, donde parecían resguardarse otras parejas mientras se rendían a sus bajas pasiones.

 

Las mujeres lo condujeron a pesar de su reticencia a uno de esos nichos, uno que estaba solitario y casi dispuesto para ellos… Radamanthys se dejaba arrastrar por aquellas que parecía conocer, mientras les musitaba alguna perversión al oído que lograba arrancarles lánguidos gemidos.

 

El griego se sentía indignado. Aquel hombre parecía alentar su deseo seduciéndolo con miradas devoradoras y palabras soeces, solo para luego llevarlo a un sitio lleno de rameras y exhibirse con ellas como el completo libertino que era.  Sentía celos, si… celos, rabia, un deseo innegable de apartar a la mujer que le besaba el cuello y ocupar su lugar.

Cayó en cuenta de sus pensamientos cuando el lecho blando de cojines y seda le sorprendió al dejarse caer sobre él. Radamanthys arrojó a una de las mujeres con lujo de violencia hacia el piso, aquella soltó una carcajada y el rubio la acecho desde su altura, mientras Kanon contemplaba sus movimientos casi con arrobamiento. La respiración se le aceleró con violencia cuando lo vió colarse entre las piernas abiertas de la mujer e iba subiendo lentamente su vestido, dejando ver las piernas de la misma en el acto.

 

No podía despegarle la vista de sus ojos, no podía hacerlo por que Radamanthys lo tenía capturado en ellos. Lo miraba mientras besaba lujuriosamente el cuello de la fémina, mientras sus manos acariciaban sin tapujos sus senos, visiblemente ansioso de descubrirlos por completo. El peliazul se estaba excitando de forma alocada.

 

< Sé que quieres su lugar… sé lo que deseas… >

 

Aseguraba para si mismo el Wyvern, sin despegar su mirada ámbar ahora iridiscente de los ojos verdes de Kanon. Solo en el momento en que las manos inquietas de las mujeres que lo acompañaban tocaron su entrepierna endurecida fue capaz de reaccionar. Se descubrió con la levita abierta y su camisa desfajada, casi a punto de ser desabrochada.

 

– ¡No! – apartó las manos de las mujeres con un movimiento brusco, pero estas en cambio lo empujaron de regreso al lecho de almohadones, y una de ellas calló sus palabras con beso húmedo, intentando colar su lengua hacia la boca del griego que se negaba a dejarla pasar.

 

Volteó a ver a Radamanthys una vez más y lo descubrió con los ojos entrecerrados, observando el rostro de la mujer que se deshacía en gemidos mientras sus manos acariciaban las zonas más íntimas de su cuerpo bajo el vestido. El Wyvern volvió a mirar a Kanon, esta vez ladeando bruscamente a la mujer de los cabellos, a manera de que su rostro quedaba de perfil al griego al mismo tiempo que la besaba.

 

Jugó con su lengua por fuera de su boca eróticamente, asegurándose de que Kanon lo viera muy bien. Y el peliazul ahogó un gemido, mientras en sus manos apretaba las sábanas del lecho, casi ajeno a las caricias que las mujeres le dedicaban por estar atento a la lujuriosa y torturante contemplación del Wyvern. Aquel abrió su boca, capturando con un beso apasionado y lleno de lujuria la de la mujer, que gustosa, lo recibió sin peros al mismo tiempo que el rubio movía insinuante sus caderas contra ella, provocando que la chica ahogara jadeos potentes contra sus labios.

 

Pero eso no fue lo que a Kanon le impactó, fue ver la sangre que corría en un delgado hilo por el mentón de la muchacha, fue ver los colmillos enrojecidos de Radamanthys al separarse de la boca de su compañera con un gesto de innegable y absoluto placer.

 

– Extrañaba tus besos… querido mío… – musitó ésta sin aliento, acariciándose lúbricamente el torso.

 

– Lo sé milady, lo sé… – El rubio aprisionó sus manos contra el lecho, dedicándose a repartir besos ensangrentados sobre su pecho ante la mirada atónita de Kanon, que al fin pudo reaccionar y apartar violentamente a las mujeres de su cuerpo antes de ponerse de pie.

 

Trató de acomodarse sus ropas y tras recoger su capa del lecho salió corriendo, escuchando vagamente la carcajada burlesca y fría del rubio.

 

Aquello escapaba de su lógica. Radamanthys era uno de esos seres malignos que estaban considerados como demonios salidos del mismo infierno, un vampiro… por eso su seducción infalible, por eso su encanto insuperable.

 

< Dios ¡Ayúdame!>

 

Tenía que salir de aquel lugar lo más rápido posible, pero ni siquiera sabía en donde se encontraba. Se quitó a todos del camino con brusquedad, derramando copas o bocadillos de forma irremediable hasta que logró dar con la salida de la mansión. Ahí no había ni un solo chofer, ni un solo carruaje. Lo recibió la noche londinense con su tormenta eterna y los escuetos relámpagos le hicieron percatarse de que estaba casi en medio de la nada.

 

Aquella mansión había sido construida sobre de lo que parecía ser un bosque, para desgracia de  Kanon. 

 

Pero eso no lo detendría. Su angustia y deseo de escapar era muy superior a todo en esos momentos. Atravezó la glorieta principal de la mansión hasta dar con el camino de los carruajes. El lodo sobre el piso hacia que sus zapatos se hundieran, pronto, sus pulcros mallones blancos estaban cubiertos de aquella viscosidad, entorpeciendo su carrera.

 

No sabía a donde dirigirse, no tenía idea de donde podría quedar el palacio… por lo que tuvo que seguir el camino aquel que al parecer no tenía fin. La lluvia había mojado su rostro por completo, el sombrero se había quedado sobre el nicho de almohadas y ahora sus ropas estaban completamente empapadas.

 

Un frío taladrante comenzó a colarse por sus huesos y el evidente cansancio que su desbocada carrera le provocaba lo obligó a detenerse para recuperar el aliento. Se recargó sobre sus rodillas con las manos, tratando de tranquilizarse un poco. Pero por inercia volteó hacia atrás, justo cuando un relámpago iluminaba el lugar. La figura erguida de Radamanthys fue claramente visible, había dejado la mansión tal como él con el único objetivo de darle cacería, de hacerlo suyo hasta que la noche se terminara…

 

Y la noche era demasiado joven…

 

Kanon soltó un alarido de pánico. Sus piernas recomenzaron con la carrera ahora con más prisa, guiado por el miedo irrefrenable que sentía… ya no solo de caer en tentación con un hombre, sino con un demonio en persona como lo era Radamanthys, eso era algo impensable, una aberración.

 

El Wyvern lo contempló sin moverse, como dándole tiempo de que se sintiera a salvo, de que pensara que podía huir de él.

 

– Pequeño estúpido –

 

Sonrió de forma perversa, antes de comenzar una carrera como la de Kanon, avanzando a gran velocidad unos cuantos metros para finalmente desplegar sus alas aceradas y elevarse por encima del suelo en dirección a donde el griego corría como liebre asustada. Apenas y pudo verlo caer cual ave de rapiña sobre sus hombros, haciéndolo ir de bruces sobre el lodo, hundiendo sus manos y parte de su pecho en el.

 

– ¡Te tengo! –

 

Exclamó con algarabía el rubio. Uno de sus brazos lo rodeó por el cuello, haciéndolo erguirse sobre sus rodillas para dejar que su lengua lamiera uno de sus oídos mientras le musitaba con voz ronca y agitada… estaba tremendamente excitado.

 

– No… esta noche no huirás de mi Kanon, ¡Ya no más! –

 

Le abrió la levita y la camisa por la mitad, exponiendo su pecho al contacto de sus manos ansiosas. Su piel tibia, bañada por la lluvia helada, temblorosa cual hoja al viento le hizo ahogar un jadeo en su hombro, mordiendo superficialmente la tela que lo cubría.

 

– Suélteme… ¡Se lo suplico! – el griego lo sostuvo del brazo que cercaba su cuello, intentando vanamente apartarlo de él.

 

– Si, suplica… quiero que supliques por más mientras te hago mío…–

 

Lo arrojó de vuelta al lodo, dejándolo sobre sus manos para poder friccionarse de forma obscena contra sus glúteos, esa carne firme que sentía gracias al fuerte roce de su entrepierna contra él… un roce violento, como el de sus manos vagando por sus costados hasta deslizarse por debajo de su cuerpo y palpar la hombría de Kanon ansiosamente, descubriéndolo tan excitado como él.

 

– ¡Esto es un sacrilegio! ¡Es un pecado mortal! –

 

– ¡Así es! ¡Y vas a disfrutarlo hasta el delirio! –

Sus cabellos azules y largos le resultaron perfectos a Radamanthys. Tiró de ellos con brusquedad, obligándolo a levantar su rostro hacia la lluvia para descubrir ante sus ojos las facciones deliciosas del griego, su gesto oscilando entre el miedo y el deseo, la respiración acelerada y quemante de su obvia excitación. El rubio sonrió fieramente, antes de cubrir su boca con un beso desesperado, lleno del más puro deseo, una pasión insana que descontroló a Kanon… ese roce de sus colmillos y el de su lengua húmeda contra la suya le hizo enloquecer y sin remedio, languideció entre sus brazos.

 

Las alas del Wyvern lo cubrieron por completo, ocultando su figura espigada para transformarla en oscuridad, permitiendo que reinara sobre el sitio mientras el desaparecía en el aire junto con su presa.


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