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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo!!!!

 

 antes de las advertencias, FELIZ CUMPLEAÑOS CYBERIA!!!!!!!!! je je espero que lo hayas pasado super, ya pasaron unos días, pero igual te felicito, este capi va dedicado a tí por tu cumple, que lo disfrutes, y ahora si, las adevertencias todos los personajes están en completo y absoluto OOC, hay escenas de violencia muy explicita, sangre, lenguaje que podría resultar ofensivo. Lean bajo su propio riesgo XD

 

Llovía, parecía que no dejaría de llover en toda la noche. La energía eléctrica había fallado provocando que la enorme y fría mansión Kido se sumiera en una profunda oscuridad, dotándole de un aspecto más que tétrico. La temblorosa llama de una vela, aderezada con intermitentes relámpagos, era lo único que iluminaba el despacho de Saori Kido.

 

La encarnación de Atenea se encontraba inmóvil, sentada frente al enorme escritorio de roble que había heredado de Mitzumasa Kido. Sus ojos contemplaban el cielo, tan negro como las profundidades del infierno.

 

Un relámpago iluminó la totalidad de su despacho, entonces lo supo. Él  estaba cerca. A cada instante se acercaba más y más... no estaba segura de que la evitaría... de que no la enfrentaría.

 

La tormenta arremetió con más fuerza, lejos de menguar, parecía estar adquiriendo más y más fuerza conforme los minutos transcurrían. Gruesas gotas golpeaban con furia los cristales  biselados del enorme ventanal que se hallaba frente a ella.

 

La mujer se frotó las manos con nerviosismo. Contempló por un instante sus manos temblorosas, los años habían hecho estragos en ellas, como en todo su cuerpo. Ya no era la jovencita que había se enfrentado con Poseidón, la que había guerreado con Hades...

 

--- Hades.... --- susurró sin querer, ¿cómo podía olvidarlo? ¿Cómo hacerlo pasar a ser simplemente parte de la historia?

 

Se llevó las manos al rostro y palpó las muy notorias marcas que los años le habían dejado, de incipientes arrugas que se negaban a desaparecer de su rostro a pesar de los costosos tratamientos con los más prestigiados cirujanos y cosmetólogos. Había dejado de ser una joven hermosa, su belleza había ido diluyéndose de a poco. Su larga cabellera mostraba gruesos mechones carentes de color. Su cuerpo, otrora esbelto y seductor, exhibía groseras acumulaciones de grasa que, por más que intentaba, no podía ocultar, mucho menos desaparecer.

 

Bajó el rostro agobiada por el peso de ser quien era, de sus actos, de sus omisiones, de sus errores...

 

--- Estás acabada. --- dijo en tono burlón, una potente voz masculina surgiendo de algún lugar de la habitación que no consiguió identificar. No conocía esa voz, pero si reconocía ese cosmos que lentamente se expandía hostil y furioso por todo su despacho.

--- Tú... --- siseó con furia y desprecio. A pesar del temor que le infundía ese ser, no dejaba de despreciarle. Intuitivamente asió aquel báculo que le acompañara en todas sus batallas.

--- ¿De que habría de servirte ese inútil trozo de metal para enfrentar a alguien como yo? Careces de poder ante mi, Atenea. --- dijo aquel hombre surgiendo de entre las sombras.

--- No deberías estar aquí, no se te permite, las reglas.... --- dijo atropelladamente.

--- Sabes perfectamente que para mi no hay ni ha habido más regla que mi propio interés. Nunca me han importado las reglas de los demás. ---- la diosa quiso ver su rostro, sin embargo, no le fue posible, el intruso se cubría con una capucha, de modo que solo podían verse sus labios. --- ¡Estás acabada! Y tú lo sabes a la perfección. No tendrás oportunidad cuando me decida a terminar con tu patética existencia. Voy a acabar hasta con tu recuerdo, diosa de la sabiduría, ¡misericordiosa Atenea! --- dijo burlón --- ¡Tus santos verán rodar tu cabeza de nuevo!

--- No serás tú quien me derrote.

--- ¿No? Eso esta por verse, no te imaginas desde cuando es que deseo que tu sangre manche mis manos... cuantos deseos tengo de desgarrar tu cuerpo y darlo a comer a mis perros. Siempre has sido una chiquilla soberbia, engreída, envanecida, que se cree que lo merece todo sólo por ser la favorita de papá... pero te tengo noticias mi querida hermana... papá está furioso...

 

Atenea lo miró con la incredulidad pintada en sus ojos violetas. Eso no podía ser cierto....

 

--- ¿Dudas de mi palabra? --- dijo él con una sonrisa  feroz --- Si me crees o no, poco me importa, sólo he venido a avisarte, quiero que estés preparada, quiero que me des batalla cuando nos enfrentemos, arrastraré tu cadáver por todo el Olimpo como Aquiles arrastró el de Héctor alrededor de Troya....y nunca más volverás a arrebatarme nada...

 

Avanzó hacía ella, al hacerlo, su rostro quedó al descubierto, permitiéndole ver a un hombre joven, en cuyos negros ojos campeaba un rojizo resplandor cargado de amenaza.

 

--- ¡No te tengo miedo! ¡No olvides que también soy la diosa de la guerra! --- dijo ella aferrando su báculo. La mirada en los ojos de aquel hombre de largos cabellos oscuros se tornó cruel.

---- No le hables de guerra a aquel cuyas manos están perpetuamente manchadas de sangre. No le hables de guerra a aquel para cuyos oídos los gritos de dolor son música celestial. ¿Sabes? A mi me parece que no es que no tengas miedo, más bien parece que estás aterrada. Deberías temer, deberías rogar porque se cambie tu destino... ¡aunque no serviría de nada! Te odio tanto... te odio tanto como le amo a él. Después que termine contigo, ¡suplicaras por que tome tu vida! --- rugió él. --- No te quedará nada para cuando haya terminado, ni siquiera esa mascota herida que duerme ebria en tu habitación. --- añadió con saña. --- Ni siquiera él... ese andrajo viviente tendrá lo que merece, al igual que tú por arrebatarme al único ser que me importaba en este mundo.

--- ¡Él merecía morir!

--- ¿Sólo por un capricho insatisfecho de una niña demente? ¡Él tenía más derecho a la vida que tú! ¡Él era lo más valioso de mi existencia! ¡Y ustedes me lo arrebataron para siempre! me has condenado a vivir en medio de este dolor... ¡tienes que pagarme, vida por vida diosa de la justicia! Vida por vida...

--- No sabes lo que dices... Zeus va a juzgarte y entonces...

---- ¿Crees que me importa el juicio de Zeus? ¡Sin él ya no me importa nada! Si me he mantenido con vida ha sido solo para ver rodar tu cabeza, me vas a pagar su vida con la tuya, pero antes... ¡antes voy a arrebatarte todo lo que amas, todo lo que es tu orgullo! Destruiré todo lo que amas, así como tú destruiste lo que yo amaba, voy a aniquilarte, y más que una amenaza, es un juramento.

--- No puedes...

--- Puedo y lo haré. Diosa de la guerra, estás acabada. Te haré pagar con lágrimas de  sangre mi dolor. Tú que desconoces lo que es el dolor, vas a aprenderlo de mi mano...ya has comenzado tu aprendizaje....

 

Atenea posó sus atemorizados ojos en aquel rostro juvenil, parecía que había sido ayer... le recordaba perfectamente, le pareció ver las manos de Hades acariciando ese rostro, le pareció ver la sonrisa en aquellos labios que ahora se plegaban cargados de furia. Hades había sacado la mejor parte de ese dios furioso, y Atenea sacaba a flote, sin duda, lo peor de él, su lado más fiero, la parte más sanguinaria de ese ser divino.

 

Lo miró y tuvo miedo de que en ese preciso instante decidiera tomar su vida, estaba indefensa, estaba sola y a merced de ese poderoso ser que le miraba furioso, presto a desenvainar la orlada espada que pendía de su cinto. Tuvo miedo de su ira. De ese dios colérico que parecía haberse forjado en las llamas del infierno. Bastó un manotazo del dios para hacer pedazos su escritorio.

 

--- Te veré caer... ¡yo, te veré caer y lo disfrutaré como tú disfrutaste mi caída!

--- Sí vas a matarme, hazlo ya, sin demora.  --- él le miró con una sonrisa cargada de crueldad y burla.

--- No, no va a ser tan fácil... he esperado, te he observado durante todos estos años... he sido paciente, he renunciado a mi instinto animal, a mi locura. Me he reservado para el momento preciso, luchando con mis impulsos para no abrirte en canal y dejar que los buitres devoren tus entrañas estando viva...no, no voy a hacértelo fácil. ¡Quiero que vivas el infierno que yo he vivido sin él! Recuerda bien mis palabras diosa de la sabiduría, cuando hayamos terminado, rogaras que te mate... y cuando creas que ya no te queda nada más que perder, volveré a sumirte en la desesperación...esa será mi venganza. Te lo juró, Hades será vengado por mi mano, recobraré el sitio que me pertenece como dios de la guerra, recuérdalo bien, yo soy Ares, dios de la guerra y la destrucción.

 

La diosa le miró incrédula... si él se había atrevido a llegar tan lejos, era porque Zeus le había abandonado.

 

Se sintió verdaderamente aliviada al verse sola. Supo que la mansión ya no era segura. Debía buscar refugio de nueva cuenta en el santuario, y esperar que los dioses volvieran a estar de su parte. Aún si no lo deseaba, tendría que volver al santuario, tendría que enfrentar a esos catorce hombres que habían muerto por su causa durante la guerra con Hades.

--- Hades... --- murmuró regodeándose en el recuerdo de su victoria. --- Esto jamás debió haber sucedido... nunca... nunca debiste oponerte a mis deseos. --- susurró alterada.

 

Resultaba imperativo  volver a Grecia, intentar al menos congraciarse de nueva cuenta con el resto de los dioses, pedir apoyo a quien fuera necesario para evadir la ira del amante de Hades. Habría que recurrir aún a Hera...

 

Al menos le quedaban sus santos, o eso es lo que quiso creer.

 

A la mañana siguiente, el patriarca recibió una comunicación urgente de la diosa, en ella le avisaba de su próximo arribo al santuario. La diosa no mencionó absolutamente respecto a los dorados, ni a su situación, simplemente anunciaba su regreso.

 

Shion dispuso lo necesario para recibirla en el santuario. Llegaría en un par de días. Tenía la esperanza de que la diosa resolviera finalmente la situación de los dorados, y que se hiciera cargo de eso que rondaba por las cercanías del santuario. Sin embargo, intuía que se trataba de algo mucho menos desinteresado lo que motivara la decisión de la diosa de volver a su santuario.

 

Según sabía, la diosa no había vuelto a pisar el santuario desde el término de la guerra santa. En los últimos tiempos, el santuario había sido abandonado a su suerte por la hija de Zeus. Muchos de los santos de menor rango habían terminado por desertar al ver que la diosa cometía error tras error, que el santuario perdía de a poco su prestigio. Los campamentos alejados del santuario se negaban a ofrecer a sus discípulos para servir a la sagrada orden de Atenea.

 

La sagrada orden de la diosa de la sabiduría estaba en franca decadencia. Se había visto inmersa en asuntos poco acordes con su vocación, gracias a la intervención de la fundación, la orden había caído en el oprobio y  el desprestigio, en buena parte, gracias a las malas decisiones, muchas de las cuales, la propia Atenea había avalado. Con el paso de los años, la burocracia que sustituyera al viejo régimen, había extendido su control a todos los ámbitos, desde la formación de los santos hasta la asignación de las armaduras. La sagrada orden de Atenea era vista más como un clan de mercenarios que como un ejército dispuesto a todo por conseguir la paz.

 

El descontento no se había hecho esperar, muchos de los líderes de campamentos habían dirigido sus críticas no solo a los burócratas, también a la propia diosa y a los más cercanos a ella. Los levantamientos no fueron escasos ni exentos de violencia. Una cruenta sucesión de enfrentamientos entre los leales al santuario y los disidentes se llevó a cabo, y sus funestas consecuencias aún repercutían en la estructura y manejo de la orden. La burocracia no había dudado en aplastar aquellos levantamientos sin importar los medios empleados para ello. El grupo de asesinos se incremento y sus incursiones era muy frecuentes. En todos los protectorados de la orden, comenzaba a rumorarse que más que santos, los hombres al servicio de Atenea eran verdaderos sicarios, hombres cuyos servicios estaban al alcance del mejor postor.

 

Esa era la realidad que Shion pretendía esconderles a esos hombres que habían dado su vida por un ideal que, a la luz de los acontecimientos posteriores a su sacrificio, simplemente resultaba absurdo. No podía predecir las reacciones de esos seres que ya habían perdido tanto. Había tanto por hacer, había tanto por limpiar... y carecía del poder para hacerlo. Se veía reducido a un simple empleado, sin poder, una simple figura representativa de algo que se había quedado en el pasado.

 

Y por si fuera poco, estaba esa extraña presencia que rondaba el santuario prácticamente desde que retornasen de la muerte. Por más que se esforzaba, por más que repasaba los antiguos archivos del santuario, a las estrellas en Star Hill, no obtenía respuesta.  Sólo sabía que era terriblemente poderoso a pesar de no estar completamente despierto, no podían permitirle desplegar todo su poder...

 

Intuía que había algo o alguien más detrás de todo aquello, esperaba que con la diosa llegaran las respuestas, no solo acerca de la resurrección, también de todas esas cosas que estaban fuera de lugar, de todo lo que amenazaba con destruir a la orden misma. Esperaba que la diosa pusiera orden en el santuario, o que al menos le restituyera su poder y rango al interior de la orden para que él hiciese lo necesario.

 

Pronto la noticia del regreso de la deidad al santuario se esparció por todas partes. La noticia llegó también a oídos de los asesinos, ellos también se dispusieron a recibirla. A penas recibir la noticia, se acuartelaron en Escorpión. Los tres hombres esperaron en el salón principal del templo del escorpión celeste a que les requirieran para recibir a la diosa. Sentados sobre mullidos cojines, bebían y hablaban.

--- ¿Cómo creen que vayan a tomárselo? --- preguntó Death Mask mientras prendía a uno de sus hombros el costoso broche que heredara de su predecesor en Cáncer.

--- Seguramente tan mal como tú. ---- dijo Afrodita al tiempo que ajustaba las correas de sus sandalias.

 

Milo les miró en silencio, sin atreverse a hablar, seguro de que esa maldita diosa no diría nada, seguro de que mantendría la farsa hasta poder hallar una solución definitiva a todo aquello.

 

Los tres vestían de púrpura y oro, los medallones, símbolo de su oficio, pendían de sus cuellos. Inconscientemente los dedos del griego se posaron en el colgante, recordaba haberlo puesto junto con los de sus compañeros en un cajón de su templo justo antes de salir a combatir a Hades aquel día.

 

Pronto llegó hasta ahí un guardia, se les quedó mirando como si nada, Milo supo que esos veinte años habían acabado con todo lo que  un día habían representado en el santuario.

 

--- El patriarca les llama al templo principal. --- dijo el guardia con escasa cortesía. Piscis le dirigió una fría y cruel mirada.

--- Largo de aquí antes de que decida enseñarte modales. --- siseó el sueco en tono verdaderamente amenazador.

 

El guardia salió del templo a toda prisa. La actitud de Afrodita lo había impresionado.

 

Los asesinos abandonaron sus bebidas y se pusieron en pie. Pronto se les vio salir de Escorpión, Piscis encabezaba la marcha, detrás de él, Escorpión avanzaba arrastrando los pies. Cáncer iba el último, ansioso, nervioso, sin saber exactamente como era que debía conducirse, sin embargo, el saber que todo se revelaría, le daba cierta tranquilidad.

 

La mayoría de los dorados consideró que el regreso de la diosa significaba obtener respuestas a todo aquello que les tenía en duda, la respuesta a todas sus preguntas, ninguno de ellos dio importancia o siquiera se percató de la presencia que pululaba por las proximidades del santuario.

 

Además del patriarca, sólo los asesinos la habían notado. Sin embargo ninguno de ellos quiso hablar al respecto, los asesinos a penas habían intercambiado algunos comentarios, sin que se lo mencionaran a nadie más.

 

Finalmente había llegado el momento tan esperado. Los dorados se reunieron en el templo principal, junto a ellos, se encontraba Kanon, muy a su disgusto, flanqueando la figura de su hermano mayor. Los ojos del ex general de Poseidón brillaron de un modo tremendamente notorio al contemplar la indolente figura del santo del Escorpión. Era la primera vez que podía verle a sus anchas desde aquel cruento entrenamiento con Piscis días atrás. No había tenido oportunidad de acercársele, el sueco lo había mantenido a raya, no se despegaba ni un momento de Milo.

 

La furia hirvió en los casi transparentes ojos del guardián de Piscis cuando se percato de la forma en que Kanon miraba a su amante. Estuvo a punto de ir y encararte de una vez por todas. Pero no pudo hacerlo, la diosa estaba arribando y su intento se vio frenado por la aparición de la misma. Ya tendría tiempo de arreglar las cuentas con ese hombre....

 

La diosa se encontraba ya entre sus santos, entre la élite de su sagrada orden. Por principio, los dorados se sorprendieron de no verla acompañada por los santos de bronce. No se veía a ninguno de ellos por ahí, ni siquiera a ese que siempre estaba a su lado, Pegaso. Al reparar en ella, la hallaron diferente, distinta por completo a la que recordaban. El aumento de peso era evidente, les resulto muy extraño que ella insistiera en cubrirse el rostro con aquel orlado velo.

 

Sin embargo, para nadie pasó inadvertido que el cambio era no solo físico. El cambio había afectado también a su cosmos. Ese cosmos, otrora brillante y prístino, parecía apagado, casi podía ser calificado como sucio. La diosa insistió en mantener su rostro oculto, impidiendo que, aún el patriarca, lo mirara.

 

Nadie supo cómo fue exactamente que sucedió, pero el velo que cubría a la diosa, cayó, dejando ver los estragos que el tiempo había producido en la diosa. Confundida, intentó recobrarlo, intentó esconderse de la vista de aquellos hombres que le miraban sin entender. Sus manos, temblorosas, se apresuraron a asir el manto y colocarlo nuevamente sobre su rostro. A penas cubrirse, apresuró el paso para ingresar al templo del patriarca.

 

Aún así, a pesar de su celeridad, no pudo evadir la burlona mirada que el santo de Piscis le dirigió, mientras los otros apartaban la vista, respetuosos, o cuando menos condescendientes, Afrodita le miraba fijamente, jactándose de aquel extraño giro del destino que les colocaba en semejante circunstancia.

 

El patriarca finalmente reaccionó y se apresuró a despedir a los dorados, anunciándoles que por la noche se celebraría un banquete en honor de la diosa. La mayoría de los dorados estaba atónita, no podían creer lo que habían visto y sus reacciones fueron de la confusión a la verdadera ira.

 

"Así que esto es lo que ocultaban", pensó Saga de Géminis mientras una sonrisa condescendiente se posaba en sus labios. No había más que hacer ahí, se retiró dejando a sus compañeros sumidos en un profundo silencio y la confusión.

 

Afrodita de Piscis contempló a su amante. Por la expresión ensimismada del griego, supuso que él también lo había notado.

---Larguémonos de aquí. --- dijo Piscis, Milo le siguió en silencio en tanto que Death Mask se quedó ahí un momento más, había conseguido ver a Misty. Necesitaba hablarle, necesitaba de él.

 

Se abrió paso entre los que se alejaban, sin fijarse en nada que no fuera Misty. Al fin le dio alcance, y sin proponérselo, sonrió.

--- ¡Misty! ---- le llamó, el rubio giró el rostro y sonrió ampliamente al reconocerlo.

--- ¡Ángelo!--- dijo el francés y fue hasta él. Death lo tomó en sus brazos y enterró el rostro en la perfumada cabellera del francés. Misty no podía dejar de sonreír. Sentía que su corazón latía cada vez con más fuerza.

--- Creí que no volvería a verte. --- dijo el rubio alzando el rostro.

--- ¿Por qué no me buscaste? --- dijo Death Mask con tristeza.

--- No nos permitían entrar en los doce templos, intenté hablar con el patriarca para que me permitiera visitarte al menos, pero, él jamás me recibió. --- Death Mask se alegró, ¡Misty lo había buscado!

--- Eso significa que no me olvidaste.

--- No podría... sabes que te amo. ---- Death lo abrazó con fuerza, no sabía exactamente que era lo que sentía, pero sí sabía que era casi feliz estando al lado del francés.

 

Se alejaron del resto, Misty no podía dejar de sonreír, sus ojos humedecidos no se apartaban ni un instante de Cáncer.

 

Se besaron, se acariciaron bajo la sombra de un lánguido roble. Death Mask se sentía transportado al paraíso, tan eufórico como si se encontrase bajo el efecto de las drogas, no, era mejor lo que sentía en los brazos del hermoso francés. En esos momentos, se sentía capacitado para lidiar con lo que fuera, aún con el negro porvenir que se avecinaba.

 

--- Te extrañé. --- declaró el ítalo clavando el rostro entre los perfumados cabellos del que fuera su amante.

--- ¿De verdad? --- preguntó Misty como si no creyera lo que escuchaba.

--- Sí, creí que te habías olvidado de mí, o en el peor de los casos, que a ti no te habían resucitado, que por eso no venías a buscarme.

--- En cuanto desperté, quise buscarte, saber de ti. Lo único que me tranquilizaba era que estabas cerca.

--- No vuelvas a la cabaña... quédate conmigo en Cáncer... por favor. --- le pidió el santo de Cáncer, Misty sonrió sin poder creer lo que escuchaba.

---- Nada me haría más feliz pero...

--- Pero, ¿qué?

--- Sabes que no puedo decidir por mí mismo... ---- comentó el francés con tristeza. --- Ahora que la diosa esta aquí... y además está el patriarca.

--- Ninguno de ellos me importa, nada me importa, quiero tenerte a mi lado. Por favor Misty... ¡te necesito!, más que nunca.

---- Lo haré, me quedaré y que sea lo que tenga que ser. --- dijo el rubio refugiándose en los brazos de su viejo amante. No sabía por qué, pero la sensación de estar arriesgándolo todo, crecía a cada instante.  Death Mask simplemente le abrazaba eufórico, tan lleno de ilusiones como no lo había estado en mucho tiempo, sabedor de que Misty era la tabla a la que se aferraba para no naufragar del todo en el caótico mar que era su existencia.

 

Tenía que ser sincero consigo mismo, no había vivido un momento semejante en mucho pero mucho tiempo. La sensación que le producía la compañía de Misty era única, gratificante, especial...

 

No tendría más miedos, Misty había vuelto, ahora, simplemente se empeñaría en hacerlo feliz, en que su sonrisa jamás menguase, iba a hacerlo lo mejor posible.

 

En Piscis, Afrodita y Milo se encontraban reposando en el jardín, el sueco miraba con satisfacción los macizos de rosas que pululaban en aquel lugar. Finalmente había  conseguido repoblar aquél espacio con sus "niñas", estaba rebosante de orgullo, el jardín volvía a ser solo suyo, sus dominios, como antaño.

 

Milo se encontraba tendido sobre el césped, con la mirada perdida en la contemplación de las nubes que parecían correr veloces sobre ellos. Aún llevaba la túnica de la recepción a la diosa.

--- ¿En qué piensas? --- le preguntó Afrodita sin desatender su labor de eliminar los parásitos de uno de sus rosales.

--- Lo sabes... --- dijo el griego sin mirarlo.

--- También tú lo notaste... --- comentó Afrodita en un susurro.

--- ¿Crees que alguien más...?

--- No, lo dudo, en realidad no creo que importe si lo saben o no, ahora deben estar muy ocupados asumiendo que están vivos y que ha pasado mucho tiempo.

--- Me pregunto... ¿cómo habrá sucedido?

--- No tiene importancia, lo único que debe importarnos es como va a afectarnos.

--- Es verdad. --- dijo el griego mientras sus dedos acariciaban el medallón que llevaba al cuello.

 

Afrodita se percató de que su amante no se había enterado aún de que los observaban. Estaba furioso, Milo estaba demasiado ocupado en sus elucubraciones como para advertir que ese hombre estaba demasiado cerca. Furioso, aplastó entre sus dedos a un gusano, imaginándose que se trataba del gemelo de Saga.

 

La idea de que lo sucedido con Aioria pudiera ocurrir de nuevo, la incertidumbre de desconocerlo prácticamente todo acerca del pasado del griego, no hacía más que incrementar su mal humor. Y Milo ni siquiera se daba cuenta...

 

Estaba irritado, molesto, deseoso de dejarle bien claro a ese infeliz a quien le pertenecía el escorpión. Una cruel sonrisa se posó en los tersos labios del sueco, tenía una idea de cómo escarmentar a ese hombre, y Milo no tenía siquiera que enterarse....

 

Se acercó a su amante, se tendió sobre él, probando aquellos labios con un sutil gusto a manzanas frescas... la venganza era suave y delicadamente deliciosa...

 

Kanon podía mirar sin ser visto, aunque no podía escuchar lo que en esos momentos el escorpión susurraba en los brazos de su amante. Pudo ver como Afrodita le besaba con pasión, pudo ver esas manos increíblemente pálidas recorrer con lujuria esa piel que le había enloquecido durante años. Pudo ver a Milo corresponder con igual pasión a las caricias que el sueco le prodigaba, sintió que cada célula de su cuerpo hervía, presa del dolor, de la furia que le causaba semejante espectáculo. Apretó los puños y volvió sobre sus pasos, no quería, no necesitaba ver más.

 

Volvió a Géminis y se alegró sinceramente de no encontrarse ahí a su hermano, más su alegría fue breve, pronto Saga arribó al templo de los gemelos.

 

--- Así que ya los has visto juntos, ¿no es cierto? --- dijo Saga con un tono que Kanon calificó como burlón.

--- No te incumbe. --- dijo el menor dándole le espalda, no iba a terminar de confiar en él a pesar de todas las palabras dulces que surgieran de su boca.

--- Me incumbe, más de lo que te imaginas, harías bien en no acercártele. No te conviene estar demasiado cerca de él, de ninguno de los dos.

--- ¿Por qué? ¿Sólo por qué tú lo dices? --- preguntó Kanon retador.

--- No, porque podrías terminar como Leo... o aún peor... --- dijo Saga mirándolo fijamente.

--- ¿No se supone que nadie sabía exactamente lo que le sucedió?

--- Lo que trato de decir es que debes tener muy claro que Piscis no va a detenerse para acabarte si cree que eres un estorbo para él. --- dijo Saga con seriedad --- Piscis es perfectamente capaz de eliminar a quien le incomode. Y las reglas de la orden siempre lo han tenido sin cuidado, así que ándate con precaución.

--- Te agradezco el consejo, pero no me hace falta.

--- Sólo tenlo en mente. --- dijo Saga abandonando la habitación. No iba a permitir que su hermano se convirtiera en una víctima más del más cruel de los asesinos del santuario.

 

Los días siguieron su curso sin que la diosa apareciera o diera una explicación. El descontento se expandía lentamente entre los santos de la orden, incluso entre los dorados. Las facciones comenzaban ya a formarse. Cada grupo conjeturaba sobre lo que sucedía, sin embargo, prácticamente nadie lo sabía con exactitud.

 

En medio de la confusión, Shion intentaba convencer a la diosa de que como un gesto de buena voluntad hacia sus guerreros, la propia diosa se encargase de sanar  a Aioria.  Sin embargo, la diosa parecía no estar dispuesta a hacerlo. Había encontrado mil y un pretextos para evitarlo, en tanto, Aioria seguía sin mejorar, debatiéndose entre la vida y la muerte.

 

Aioros pasaba la mayor parte al lado de su hermano. No se apartaba de él más que para lo indispensable, sin embargo, aquella tarde,  tuvo que dejarle solo puesto que su presencia había sido requerida en el templo principal. Aioria no podía moverse, se encontraba tendido en su cama, conectado a un respirador y a un monitor cardiaco. Los medicamentos habían conseguido frenar el avance del veneno, pero no habían podido eliminarlo por completo. Los médicos no habían podido hacer más, no si aún desconocían el tipo de veneno.

 

Aioria dormitaba, se hallaba en un estado de semi vigilia que se vio interrumpido cuando hasta las fosas nasales del griego llegó un suave y dulce aroma que reconoció de inmediato. Sus ojos se abrieron al máximo, el monitor cardiaco pareció enloquecer.

 

Afrodita...  pensó mientras el aroma se intensificaba.

 

--- Te saludo, Aioria de Leo. --- dijo aquella voz tan melodiosa como burlona, con pasos lentos, silenciosos y suaves se aproximó a la cama --- Lo lamento, siempre me olvido de ese estúpido protocolo, aunque no es que me importe... debí anunciarme. --- dijo, los ojos de Leo se desorbitaron al tener tan cerca al custodio del decimosegundo templo. --- ¿Qué sucede Leo? ¿Acaso no te agrada mi presencia? --- le dijo burlón.

 

Aioria lo miraba con frustración, con angustia... con el paso de los días no lograba definir si aquel recuerdo de Piscis irrumpiendo en su templo era real o producto de su afiebrado cerebro.

 

--- ¿No puedes moverte? --- susurró Piscis acercando su bellísimo rostro al de Aioria.  --- Me alegro... ¡me alegro de que estés sufriendo! No creo que llegues a sufrir todo lo que yo sufrí en el infierno, pero con esto me basta... por el momento. Tú y yo sabemos que esto es lo que te mereces... no... te mereces algo más... tal vez debería dejar que mis rosas devoren tus malditos genitales... lo probaste, lo tuviste en tu cama sabiendo que era mío... ¡mereces morir por eso! Pero no de una muerte suave... no, tu muerte debe ser digna de recordarse.--- dijo el sueco --- Dejaré que ella te haga compañía. --- añadió mientras colocaba una fragante rosa en el pecho del león.

 

El corazón del griego latía desesperado, creyendo que aquella rosa le arrebataría la vida en un instante.

 

--- ¿No te parece que estás un tanto alterado? ¿Qué crees que podría hacerte? --- preguntó el sueco en tono de burla --- Me han dicho que no tienes cura... aunque... tal vez... tu todopoderosa diosa querrá curarte. Pero nunca se sabe con los dioses, ¿no es cierto? ¿Te has preguntado qué pasará ahora que el dios de los muertos no existe? ¿Qué pasaría si ya nadie pudiera morir? ¿Te lo imaginas? ¡Tu agonía sería eterna! Pobre Leo... condenado a permanecer en esa cama sin poder recuperarte, sin el consuelo de la muerte... ¡pobre Leo! --- dijo y se alejó con esa sonrisa burlona en los labios --- Volveré a visitarte, Leo. ¿Quién sabe? Podría descubrir que tengo compasión y acabaría de una vez con su sufrimiento.

 

Aioria lo miraba impotente, su corazón latía furioso, deseaba gritar, poder incorporarse y  devolverle insulto por insulto... más lo único que podía mover eran sus ojos.

 

Afrodita se alejó, reía suavemente, su risa cantarina se estrellaba en el cerebro del sueco, Afrodita reía y él languidecía en aquella cama, sin poder siquiera responder a las provocaciones de ese hombre que poseería por siempre al hombre al que amaba, al que amaría  a pesar de todo.

 

Transcurrió una tediosa semana, y entonces, los asesinos  fueron asignados a una misión. Debían ir hasta una ex república soviética, terminar con un grupo separatista y volver al santuario a la brevedad posible. Según las instrucciones dadas en una escueta carta por los encargados, debían presentarse esa misma noche en la entrada principal del santuario. Ahí se encontrarían con  la gente encargada de transportarlos hasta el sitio en el que debían hacer su trabajo.

 

Para los ejecutores aquello fue sumamente humillante, nunca habían tenido que estar bajo la vigilancia de nadie, nunca,  habían tenido que soportar supervisión de nadie, ni siquiera cuando eran adolescentes, ni siquiera de sus iguales, mucho menos la de insignificantes empleados.

 

Al caer la noche, los tres hombres se hallaban apostados cerca de la entrada, con gesto serio, frío, como debía ser en su profesión. Milo miraba a las estrellas, como si pudiera hallar en ellas la respuesta a todas esas preguntas que se adivinaban en la profundidad de su apatía. Afrodita no paraba de mirarlo a él, no podía dejar de hacerlo, Milo siempre sería lo único que llenaba sus ojos, su vida, era la fuente de sus mayores alegrías, de sus mayores placeres, y al mismo tiempo, era la fuente de sus mayores dolores, de sus mayores desgracias...

 

Maldito griego...  pensó mientras le atraía hacía si para besarle con ansias, con deseo, con amor... porque él le amaba, a pesar de todo, le amaba.

 

Death Mask los observaba de reojo, secretamente aún envidiaba el lugar del griego en brazos de Afrodita, sin embargo, aquello comenzaba a perder importancia, tenía a Misty...

 

Estaba decidido a que lo sucedido la ocasión anterior no se repitiera. Permanecía inmóvil, intentaba mantener la escasa cordura que las circunstancias le permitían. Entre sus manos reposaba una jeringa, dispuesta a horadar su piel y dotarle de la dosis de tranquilidad que requería para poder matar sin remordimientos, como antes. Sabía que Afrodita no sería tan amable esta vez, que el sueco terminaría por perder los estribos sin importarle las consecuencias si esta vez no lo hacía bien.

 

Cuando aquella camioneta se detuvo frente a ellos, los tres se sintieron profundamente ofendidos, ni siquiera en sus primeros años ejerciendo el oprobioso oficio de asesinos  habían sido humillados de esa forma.

 

--- Calma. --- susurró Milo a su amante al verle al borde del colapso.

--- Tendré  calma cuando nos hallamos deshecho de estos y pueda volver a mi templo. --- dijo con verdadero disgusto.

 

Death Mask solo miraba, intentando que la cordura no se le escapara entre los dedos. Se resistía a hacer aquello, se resistía a seguir matando, así fuera por orden directa de la diosa, sin embargo, sabía que no podía ir más allá en ese descontento. Se sabía incapaz de soportar la culpa y el remordimiento que vendría después de matar... en un segundo la aguja pinchó sus carnes y la ansiada droga comenzó a surcar su torrente sanguíneo. Estaba hecho, no había que hacer nada más que esperar a que la sustancia comenzara a surtir efectos...

 

Todos recordaban bien la última visita a Rusia... ¿a cuantos inocentes habían matado esa noche? ¿Cuántos más habrían sufrido las consecuencias de o que hicieron con ese reactor?  No había modo de saberlo, ¿cuántos habían sido vaporizados con la explosión? No tenía idea. Cierto, no era el mismo sitio, pero aún así, los recuerdos parecían no querer detenerse.  No querían volver a allá, al menos Death Mask lo había evitado en la medida de lo posible durante años, sin embargo, esta vez si que no podría evitarlo.

 

El pasado clavaba sus afiladas garras en el presente y amenazaba con desgarrar al futuro...

 

Death Mask se preguntó, ¿qué pensaría Misty de llegar a enterarse de ese oscuro episodio de su vida? seguramente le vería como lo que era, como a un monstruo.

 

--- Llegamos. --- dijo uno de los hombres de la fundación.

 

El aeropuerto se extendía frente a sus ojos. Ahí abordarían uno de los aviones de la fundación y viajarían hasta la antigua Unión Soviética.

 

Que los dioses tuvieran piedad, porque ellos no tenían permitido tenerla...

 

Veinticuatro horas después, los asesinos estaban listos para atacar. Esperaban el momento oportuno en las cercanías del campamento de los rebeldes.

 

Afrodita contempló a su amante, tan frío e inexpresivo como antes, impactando con su indolencia a esos tipos que les  habían conducido hasta ahí. Había escuchado que el lugar se llamaba Chechenia, pero eso no significaba nada para él. No le importaba nada, sólo quería volver, había mucho que hacer en su jardín todavía y quería amar a Milo bajo las estrellas, tendidos sobre el húmedo césped de su jardín, rodeados por el veneno de las rosas...

 

La mirada asesina que le dirigió a uno de los miembros de la fundación trajo recuerdos a la mente de aquel hombre, recuerdos nada gratos, él había estado presente en la última incursión de los ejecutores en aquellas tierras...

 

--- Largo. --- les dijo Afrodita sabiendo que el momento había llegado. --- A partir de ahora nosotros nos hacemos cargo. --- dijo el sueco dándoles la espalda a los guías. --- Vamos. --- murmuró, los tres asesinos se pusieron en movimiento, pronto estuvieron en el sitio exacto.

 

Death Mask iba un tanto retrasado, no quería estar ahí, realmente no quería hacerlo. Sus temblorosas manos se apresuraron a inyectar la droga en su brazo. Aún así, se sentía ansioso, nervioso, con deseos de echar a correr de vuelta al santuario para refugiarse en los brazos de Misty.

 

Sus compañeros se percataron de que arrojaba una jeringa en algún punto del camino, sin embargo, ambos permanecieron inmutables, aunque por la mente de ambos cruzó la pregunta acerca de cómo había obtenido la droga.

 

Los tres avanzaron lentamente, Afrodita parecía disfrutar de aquella tensión previa a la ejecución de sus órdenes, sabía que para Milo aquello era tan gratificante como para él, sabía que detrás de toda su apatía, su amante era casi tan sanguinario como él. Aún le preocupaba el italiano, la última vez no lo había hecho bien. Sin embargo la preocupación se diluyó al verle con ese gesto de antaño en el rostro, esa sonrisa feroz, esa mirada que le había hecho ganar el mote que ostentaba.

 

No llevaban sus armaduras, las ropas oscuras que usaban les hacían mimetizarse con el oscuro exterior, parecían ser parte de la oscuridad, de la noche, que, como siempre, cobijaba sus actos. Sólo tenían que eliminar a algunos de los jefes del movimiento, sin llamar demasiado la atención. No había mayor dificultad en ello, al menos para los asesinos. Se escabulleron al interior del campamento, pronto dieron con el sitio exacto en el que se encontraban los lideres.

 

--- Esto tiene que ser rápido. --- murmuró Afrodita al tiempo que una de sus rosas aparecía en su mano izquierda.

--- Correcto. --- susurró el griego colocándose a su derecha. Death Mask permaneció en silencio, mirándolos de una manera difícil de definir. No había podido evitarlo, tenía que hacer aquello para lo que creían estaba capacitado. No podía evitarlo, esta vez, tenia que matar...

 

Pronto vio como sus compañeros adelantarse y comenzar con su labor. Se quedó quieto, mirando, sin control total de si mismo, presa de las alucinaciones, del delirio de la intoxicación.

 

Uno de aquellos hombres se abalanzó sobre él, estaba aterrado, deseando salvar su vida. Piscis y Escorpión estaban acabando con todo lo que se movía en esa habitación.  Sucedió en un instante, como si sólo se tratara de un acto reflejo, le mató golpeándole en el pecho con fuerza desmedida. Se quedó quieto contemplando ese rostro, esos ojos perpetuamente fijos. Se irguió para mirar a su alrededor, sus ojos vidriosos se posaron en el apático griego.

 

Lo miró acorralar como un verdadero escorpión al hombre que le miraba venir paralizado de miedo. Estaba aterrado y no podía moverse. Siguió la escena, el griego parecía disfrutar de aquello, recordaba bien esa mirada, una de las pocas que le conocía a ese hombre que parecía no importarle nada que no fuera el sueco.

--- Dense prisa. --- le urgió Afrodita sin mirarlos. Death Mask mató a otro de aquellos hombres, nuevamente, le bastó sólo un golpe para acabarlo. No dejó de mirar al griego, algo en su interior le hacía pensar que ese hombre pensaba hacer algo, algo más... intenso con ese hombre al que había inmovilizado con la restricción. Hasta donde podía recordar, el griego nunca la usaba, le bastaba la aguja escarlata para terminar fácil y rápidamente con sus enemigos.

 

El griego miraba fijamente a ese hombre y le sujetó con fuerza por el cuello. Sus labios se movieron y murmuró algo, algo que sus oídos no alcanzaron a registrar. El italiano se sorprendió enormemente cuando ese resplandor rojizo comenzó a emanar de las manos del  griego y el hombre comenzó a retorcerse de dolor. Sus ojos quedaron fijos en la doliente figura de ese hombre que no dejaba de gritar de dolor. Percibió el inconfundible aroma del veneno saturando el ambiente, sus labios se abrieron, pero no pudo emitir sonido alguno, ¿cómo era posible? Esa era una habilidad que el escorpión nunca había mostrado tener...

 

¿Cuándo Milo había desarrollado aquel ataque? ¿Cuándo había conseguido destilar ese veneno? Aquello le hizo pensar muchas cosas, conjeturar acerca del verdadero responsable del estado de Aioria, ¿y si acaso....?

--- Ya vienen, tenemos que largarnos. --- dijo Afrodita encaminándose a la salida al ver que nadie más que ellos quedaba con vida. El griego se apartó el cabello del rostro y le siguió, Death Mask no sabía ni que pensar.


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