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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo!!! umm esta vez si que me he portado de lo peor, espero me disculpen, ya debo tenerlas hartas con eso de que me voy a reformar, pero esta vez va en serio, bueno, acá les dejo un nuevo capi, espero que sea de su agrado, bien pues las advertencias de rigor: todos los personajes estan en OOC, así que si son fanáticas del canon, les suplico se abstengan, ya que me he pasado de la raya con el OOC, este fic esta plagado de violencia y escenas impropias para menores de edad.

Recuerden que sobre advertencia no hay engaño, y ahora, si es que siguen conmigo, espero que lo disfruten

Los días en el santuario transcurrían con una lentitud exasperante, en medio de esa tensión que anunciaba la tormenta que estaba por venir.

 

Nunca antes había sentido que la ausencia de una respuesta pesara tanto. Nunca antes había dependido tanto de una respuesta. Y ahí estaba, esperando, esperando la respuesta que Afrodita debía darle para poder seguir adelante sin temores. Sí, tenía miedo. Por primera vez en mucho tiempo tenía miedo. Un miedo animal se apoderaba de él sin que pudiera encontrar la manera de deshacerse de él. Se sentía tan pequeño e indefenso como cuando era un niño. Detestaba esa sensación. De entre todas las experiencias vividas en la edad adulta, esta se le antojaba como la decisiva, como la que marcaría su vida, para bien o para mal.

 

El tiempo se estaba terminando...

 

Y ni siquiera estaba seguro de que Afrodita diría lo que él quería escuchar. Afrodita siempre había sido transparente para él, pero de un tiempo a la fecha, se había tornado un enigma...

 

Contempló una de sus viejas túnicas. Solía ser de un blanco inmaculado. Los bordes ostentaban complejos bordados en oro auténtico. Al menos sus cosas habían quedado intactas... faltaban algunas minucias, pero, por suerte, sus brazaletes estaban donde los había dejado. Aunque faltaban sus mejores sandalias.

 

Con el transcurso de los días, había sentido que su inquietud aumentaba, ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera así? ¿Tal vez cuando estaba a punto de luchar por Escorpio contra Erebo? No, aquella vez había estado bien seguro de que mataría a su maestro, pero esta vez... esta vez estaba terriblemente inseguro.

 

Repentinamente le había asaltado el pensamiento de que  una vez que se decidiera su destino en la orden no podría volver a usar esa vestimenta de la que tanto gozaba. Se vería obligado a vestir como la gente común,  tendría que ser como la gente común, a pesar de haber sido moldeado para no ser jamás como la gente común...

 

Esa misma noche se celebraría el banquete en el que estaba seguro, la diosa anunciaría la fecha exacta del concilio. Había pensado en un primer momento en negarse a asistir, pero, eso era, quizás, la señal que esperaba la diosa para lanzarse contra ellos con toda la fuerza de la orden. No era conveniente precipitar las cosas, no, aún no  era el momento de actuar. Debía conservar la serenidad, disponerlo todo para que en el momento correcto todo sucediera sin que se percataran de ello. Debía ser paciente y esperar.

 

Ciertamente tenía mucho que perder... Afrodita, todo lo que podía perder esta vez era a su amante, y no iba a permitir que eso sucediera de nuevo. Las cosas  tenían que ser manejadas con sumo cuidado, tanto respecto a su amante como respecto a los demás. Comenzaba a habituarse a la idea de perder a Escorpio, sin embargo, el sólo pensamiento de ser separado de Piscis, revolvía por completo su ser. Era consciente de que no soportaría una nueva separación. Durante el tiempo que vivió sin él su vida había sido un absoluto desastre. En ese tiempo había cometido el que consideraba el peor error de su vida....

 

Nada, fuera de mantener a Afrodita a su lado era importante para él en esos momentos.

 

La hora de asistir al banquete se acercaba. No se creía capaz de soportar tanta hipocresía. Le resultaba sencillamente repugnante... no podía creer que actuaran de esa manera, podía entenderlo de la gente de la fundación, pero, ¿la diosa? Era sencillamente aberrante. ¿cómo podían actuar de una manera tan poco honorable? Los resabios de lealtad que pudiera guardar para con la orden  y la diosa se diluían bajo el peso de los acontecimientos que día a día se presentaban frente a él. Se extinguían lenta e inexorablemente.

 

Permanecía a solas en su templo en espera de que llegara el momento de presentarse al banquete, no había querido ir con Afrodita, había preferido quedarse sólo con sus pensamientos. Había momentos, como ese, en los que creía que sus pensamientos eran cuanto poseía en todo el ancho mundo.

 

Se preguntó sí su amante estaría listo. Afrodita se había mostrado aún más reacio que él a asistir a lo que había calificado como una verdadera burla.

 

No estaba seguro de que fuera lo mejor presentarse, la gente a su alrededor, cada día le resultaba más y más incomprensible. Era como si de repente todo hubiera perdido el sentido y la única persona a la que hubiera podido aferrarse, se le escurría entre las manos. Sentía deseos de echarse a llorar, sin embargo, no conseguía que las lágrimas brotaran de sus ojos. Sentía que algo se expandía en su interior y lo desgarraba todo sin que pudiera evitarlo, causándole en el proceso más dolor del que podía resistir.

 

Era esa sensación de impotencia que acompaña al presentimiento de que, de alguna manera, todo esta terminándose, de que todo se derrumba sin que sea posible hacer algo por frenar la debacle.  Todo se volvía ruinas a su alrededor y esta vez no quedaba un sitio seguro al que podría ir.

 

Él lo ignoraba pero, su amante sentía igual.

 

Para Afrodita las cosas no eran tan sencillas como sus palabras las habían hecho parecer.  Iban a enfrentarse a lo desconocido, pasara lo que pasara, así sería. Y no estaba dispuesto a volver al infierno... no, había tenido suficiente de él la primera vez.... Iban a aventurarse al mundo real, a ese mundo que desconocía, al que no pertenecían, un mundo con el que él jamás había trabado contacto.

 

Aquello le sumergía en un mar de confusión que se traducía en una enorme furia, en una eterna frustración que parecía no tener escape. Se sentía incapaz de mantener la calma, de razonar con la frialdad que las circunstancias exigían.

 

Estaban a punto de ser lanzados a un mundo que no tenía lugar para ellos...

 

Afrodita de Piscis colgó de su cuello aquel medallón que gritaba al mundo su oficio. Se miró al espejo, sus largos dedos dedicaron un instante a acariciar el medallón con suavidad. Milo lo había conservado desde su muerte. A sus ojos, aquello era lo único que el griego podía haber hecho con semejante objeto.

--- Maldita vida... ---- susurró mientras se ajustaba una vez más el cinturón por encima de la túnica que usaría.

 

No hubiera querido hacerlo, pero estaba listo para ir allá y enfrentar  la hipocresía, las sonrisas falsas y los comentarios venenosos. Tan listo como siempre.

 

Se quedaría ahí, esperando a que su amante se decidiera a venir.

 

Milo abandonó su templo, avanzó despacio por las escalinatas que le separaban de Sagitario, aguzó los sentidos para descubrir  el más insignificante indicio de la presencia de Aioros en el templo. no logró ubicarlo en el interior, aún así, no penetró en el templo, avanzó rodeándolo, no quería encontrarse con él de nuevo. No le interesaba nada de lo que el arquero tuviera que decir.

 

Siguió hasta Capricornio sin encontrarse con nadie. Miró al cielo, el estío estaba muy avanzado y pronto llegaría el invierno. Asumió que para entonces él ya no se contaría entre los miembros de la orden de Atenea.

 

Sus opacas pupilas se posaron en la oscura figura que obstruía el paso a Capricornio. No era otro más que el custodio de dicho templo, el custodio del templo de la Cabra Montesa se hallaba frente a él, mirándolo con disgusto, con furia,, como si quisiera matarle ahí mismo. El hispano lo miró con franco odio.

--- Capricornio.--- murmuró el griego, manteniéndose en su apatía.

--- Escorpión. --- escupió el español con desprecio. Lo odiaba, odiaba a ese hombre de un modo más allá de cualquier límite que hubiera creído tener.

 

Como de costumbre, Milo se limitó a mirarle con apatía, a sus ojos, Shura no significaba absolutamente nada, no era una amenaza, a lo sumo  una molestia, pero no más.

 

Una sarcástica sonrisa adornó los labios del español. Tenía que desquitarse, al menos verbalmente. Sí todo sucedía como él pensaba que ocurriría, Milo dejaría de ser una piedra en su zapato.

---  Debes estar feliz... todos los hombres de tu vida están esperando por ti allá arriba. --- dijo burlón.

--- Al igual que todos tus amigos, Sagitario, por ejemplo. --- dijo el griego con frialdad antes de seguir su camino.  Shura le cerró el paso.

--- ¿Por qué con él? ¿Por qué tuviste que enredarte precisamente con él? --- dijo el hispano sin poder contenerse más.

 

El escorpión no respondió, ni siquiera lo miró, simplemente siguió su camino. Para él, el asunto de Aioria era caso cerrado. No iba a decir nunca más algo al respecto.

 

Shura lo miró alejarse, cada día de su nueva vida lo había gastado pensando en que ese hombre le había arrebatado a Aioria años antes de tenerlo en su cama. Milo simplemente había exhibido su maldito rostro de roca y Aioria había caído a sus pies como un imbécil. Mas de una vez se había contenido para no caerle encima a golpes. Tuvo que tomarse unos minutos para recobrar la cordura.

 

Se decidió finalmente a presentarse en el banquete, ante de penetrar en el salón jugueteó un poco con su brazalete izquierdo mientras reconsideraba la posibilidad de retirarse. Sólo en ese momento, reparo en que el brazalete había sido un obsequio de Aioria, allá en esos tiempos en que el león era un jovenzuelo que soñaba con ganarse la armadura de Leo y también su amor.

 

Se internó en ese salón en el que sólo se escuchaban murmullos. Le resultó inquietante mirar a los gemelos de Géminis. Sin embargo, la imagen que con mayor nitidez se plasmó en su cerebro fue la de Aioría al lado de su hermano, de Aioros de Sagitario, el hombre al que había accedido a asesinar sin piedad por mandato de Arles.

 

Evadió la comprometedora mirada que le dirigieron esos ojos esmeraldinos. Estaba cargada de reproche, de desprecio y decepción... había estado evitándolo durante todo ese tiempo, sabedor de que no tendría el valor de mirarle a la cara llegado el momento. Sagitario era, ahora, la prueba viviente de todo aquello que se esforzaba en esconder sobre su persona, de ese lado oscuro y cruel que poseía tal magnitud que era capaz de opacar aún sus brillantes cualidades.

 

Sus ojos viajaron hasta los asesinos. Los tres se hallaban sentados al otro extremo de la enorme mesa que los acogía. Los tres hombres vestían en tonos oscuros, exhibiendo en sus pechos aquellos medallones que les fueran entregados en su presencia años atrás, orgullosos como entonces, despreciables como siempre.

 

Les detestaba... tan orgullosos de su oficio como ningún otro miembro de la orden, corruptos, dañados hasta lo más profundo, pero aún así, miembros de aquello que el consideraba no daba cabida a seres semejantes. No pudo evitar dirigirle una mirada de odio a la pareja de rubios que charlaban en murmullos al lado de un impasible Death Mask. Piscis le devolvió la mirada con igual o mayor intensidad, reemplazando la cortesía que la ocasión ameritaba con esa ferocidad que le caracterizaba. Era increíble que alguien así pudiera ser capaz de las atrocidades que sabía ese hombre había cometido.

 

A punto estuvo el sueco de abandonar su sitial y encarar al hispano. Sin embargo, Milo se lo impidió.

--- ¿Ahora pretendes proteger a ese perro? --- siseó con tremenda furia.

--- Por supuesto que no,

--- Entonces, ¿por qué lo  haces? ¿Qué más te da si lo muelo a golpes o no?

--- No me interesa él. ¿No te das cuenta? Lo último que necesitamos es otro lío, sí lo matas a la vista de todos, nada ni nadie te salvará de Cabo Sunión. Necesitamos mantener las cosas como están, necesitamos tiempo... y no vamos a ganarlo sí te dejas llevar por tu endemoniado carácter. --- masculló el griego cerca del oído de su amante.

 

Afrodita se estremeció de furia. No podía creerlo... no podía estar más furioso. Ahí estaban todos esos cretinos. Leo, tan pálido como un muerto, pero sin dejar de mirar lo que era suyo. Acuario, con ese aire afectado y esa sonrisa falsa que tanto le disgustaba. Y por si eso no fuera poco, también estaba el condenado gemelo de Saga, comiéndoselo con los ojos, seguramente recordando las veces que  le tuvo en su cama, ese infeliz le parecía verdaderamente detestable.

 

Cuando al fin estuvieron todos reunidos, la diosa hizo su aparición, seguida por el patriarca, se internó en aquel salón, todos a un tiempo se pusieron de pie, mirándola con insistencia, llenos de preguntas que nadie se atrevía a formular. Nadie dijo nada, no se escuchó ni un murmullo, aún cuando las miradas persistían, y si no se atrevieron siquiera a murmurar, fue por el estricto protocolo que rodeaba aquel acto. En el más absoluto silencio, los dorados se sentaron de nuevo, mientras el servicio recorría el salón atendiendo a los comensales.

 

Atenea contemplaba a sus guerreros, a esos hombres que un día dieran la vida por ella y que ahora no la reconocían. Esos hombres habían sacrificado sus vidas en más de un sentido por ella, por los ideales de una orden que  se desmoronaba bajo el peso de sus errores.

 

Podía sentir como el descontento, la ira, la frustración minaba la voluntad de aquellos hombres que habían ofrendado sus vidas por todo lo que ella representaba.

 

Para nadie paso desapercibido el creciente aislamiento del santo de Virgo. Aquella noche, como ninguna otra, Shaka parecía más que alejado de los mortales.

 

Comieron y bebieron juntos, tal como se suponía que debía ser.  Sin embargo, las rencillas, viejas y nuevas, se abrían una y otra vez, tal como la herida que no termina de sanar por estar repleta de pus. El grupo estaba más y más dividido, las rencillas simplemente empañaban lo que podía haber sido la mejor ocasión para finiquitarlas, más los involucrados, no parecían dispuestos a ceder, ni ante sus compañeros, ni ante nadie. El único grupo que parecía estar intacto era el de los asesinos, se los veía sólidos, fuertes, tan macabramente compenetrados como siempre.  Sin embargo, como las más de las veces, las apariencias engañan...

 

Afrodita de Piscis contempló con desgano el delicado plato que reposaba intacto frente a él.

--- ¿Qué pasa? Deberías probarlo al menos, disfrutar de esto, la comida es buena. --- dijo Death Mask, el vino comenzaba a hacer estragos en él.

--- Cierra tu maldita boca. --- les espetó Afrodita con dureza. Estaba de muy mal humor.

--- Él tiene razón. Deberías disfrutarlo, esta bien puede ser la última vez que nos hagamos llamar santos de Atenea.

 

Afrodita permaneció en silencio. Las palabras del griego, aún cuando eran ciertas, no le agradaron nada. Sujetó con fuerza ese estilizado tenedor de plata que había a su izquierda mientras contemplaba a su amante sujetando con esa clásica elegancia una copa de la cual bebió un largo sorbo. Era cierto. Estaban viviendo sus últimos momentos como miembros de la orden.

 

Piscis se sintió observado. Al girar el rostro, reconoció a Libra. El sueco frunció el ceño disgustado y procedió a escanciar el vino en su copa, ajeno al parloteo que Death Mask había desatado.

 

"Maldito enano..." pensó, mientras bebía. Libra se había encargado de no perderlos de vista desde que volvieran al santuario. No había perdido detalle de lo que ocurría entre ellos desde que se sentaran a la mesa.

 

A pesar de la estrecha vigilancia a la que los había sometido, Dohko aún no tenía idea de que era lo que tenían entre manos. Estaban decididos a no dejar rastro de sus actividades, decididos a no dejarle salir ni el más insignificante indicio de lo que tramaban, pero intuía que, una vez más, el cerebro detrás del músculo era Milo de Escorpión. Shion estaba seguro de ello.

 

Empezaba a desesperarse, parecía que la paranoia de Piscis y Escorpión finalmente había terminado por contagiar a Ángelo, éste se negaba a hablar con él, la escasa confianza que había podido ganarse respecto a él, se perdió en el momento mismo en que Cáncer se enteró del juicio. Lo conocía bien, cabía que Ángelo escondía algo...

 

Death Mask contemplaba todo como si no fuera parte de aquello, tenía demasiadas cosas en mente, demasiados temores acumulándose en su angustiado espíritu. El santo de Cáncer apuró el resto del vino que quedaba en su copa al saberse observado por su mentor. Las inquietantes pupilas verdosas del chino parecían arrojar sal en la herida.

 

Sus ojos enrojecidos viajaron hasta la diosa y sintió que la vergüenza invadía hasta el más pequeño rincón de su ser. No podía responder a lo que la mujer había ofrecido, no sabía si sería capaz de resistir esa oferta que ella había dejado sobre la mesa.

 

Aún Misty ignoraba aquella entrevista con la diosa, no había querido hablarlo con él, tenía miedo... Nadie más que los que estuvieron presentes aquella tarde sabía de la naturaleza del ofrecimiento hecho por la piadosa Atenea a uno de los tristemente célebres asesinos. Sólo ellos dos lo sabían.

 

Había sido llamado a audiencia con la diosa a penas unas horas después de que recibiera la invitación al banquete.  Tomó aquello como un a última oportunidad de abogar por una causa a todas luces perdida si las cosas eran como sus compañeros le habían hecho ver.  Decidió jugarse el todo por el todo y hacer lo necesario para convencer a la diosa de mantenerle a su servicio.

 

La había encontrado bebiendo... no sabía que era, pero si sabía que contenía alcohol. La mujer le había mirado con gesto torvo, podía palpar el desprecio en esos ojos que le miraban con extrañeza.

--- Señora yo... --- dijo aún arrodillado.

--- Sé lo que quieres... no necesitas decírmelo. --- dijo ella con una sonrisa burlona.

--- Entonces... ¿me dejará quedarme en la orden? Haré lo que sea, no diré una palabra de lo que sé.

--- Eso no es suficiente... tienes que hacer que nadie más lo sepa. Sólo hay una manera de conservar tu armadura y tu rango en mi orden... --- dijo ella mirándolo fijamente --- Tú lo sabes, después de todo, te has dedicado a esto toda tu vida... sólo si los matas... sólo si se llevan el secreto a la tumba podrás permanecer en la orden. --- había sentenciado ella. No había dado una respuesta, ni ella la había pedido, se limitó a decirle que tenía hasta la noche en que comenzara el concilio para preparar su respuesta.

 

Seguía horrorizado, seguía pensando que aquello no podía ser, que tal vez había sido una mala jugada de su trastornada mente. Estaba horrorizado de si mismo, de suponerse capaz de acatar esa orden. Se había sorprendido a sí mismo más de una vez analizando la posibilidad, sopesando aquella extraña oportunidad que  la diosa había dejado abierta para él.

 

Largas habían sido las noches sin dormir, pensando en aquello, acariciando la posibilidad, pensando en si acaso sería capaz de siquiera intentarlo. Sí fallaba, esos dos serían perfectamente capaces de destrozarlo, de acabar con cualquier recuerdo suyo. No iban a dudar si tenían que librarse de alguien, aún si ese alguien era él. Pero... eran amigos, el griego lo había dicho muchas veces...

 

El remordimiento hacía pasto de su espíritu, por lo que  había alcanzado a escuchar de Afrodita, eso que el griego haría por él, sencillamente era arriesgarse a morir.

 

Los tres habían compartido tantas cosas... habían sido una unidad en toda la extensión de la palabra, aún en los peores momentos. No podía fingir que los días de Arles no habían ocurrido, que el infierno había sido un espejismo. ¿Cuántas veces el griego le había salvado de morir por sobredosis? ¿Qué habría sido de él sin la compañía de Afrodita en el infierno? No podía olvidar que esos dos seres tan retorcidos como él habían sido las únicas manos que se tendieron hacia él cuando se sumergía en lo más profundo del abismo.

 

Afrodita con su crueldad, con su cinismo, se había ganado su corazón. Milo había hecho tanto por él como ningún otro. Los miró y supo que traicionarlos era traicionarse a sí mismo, a lo que había significado más en su vida después que abandonara Rozan.

 

Nunca lo diría. Nadie sabría que la tríada había estado a punto de resquebrajarse desde dentro.

 

--- ¿Qué sucede, italiano? --- dijo Afrodita con voz ronca. ---- Deberías dejar el vino... te va a acabar la poca cordura que te queda. --- sentenció el hermoso sueco antes de servirse más vino.

--- Silencio, parece que al fin va a decirlo. --- dijo el griego mientras observaba a la diosa intercambiar algunas palabras con el patriarca, a juzgar por la reacción de Shion, ella debía estarle diciendo que era hora de hacer el anuncio.

 

La diosa se puso de pie, apoyó sus enguantadas manos en la enorme mesa y se irguió frente a sus servidores. Sus manos temblaron, fue a penas un instante, sin embargo, no pasó desapercibido para los inquisidores ojos del decimosegundo de los dorados.

 

Los murmullos no cesaban, más de uno quería aprovechar la oportunidad para hacer llegar su inconformidad a la diosa. El patriarca llamó al orden y poco a poco, el salón se quedó mudo. Sólo entonces, la diosa habló.

--- Los he reunido aquí esta noche porque tengo un anuncio que hacerles. --- todos los ojos se volcaron en ella, expectantes, preguntándose que era lo que quería anunciar. --- Se llevará a cabo un concilio dorado.  --- añadió, los puños de más de uno se crisparon, sus nervios se tensaron ante la aparente inminencia de un nuevo peligro que arrostrar en aras del deber que habían asumido al sumarse a la orden. --- Tres de ustedes serán juzgados. Para ello es que se requiere la presencia de todos los dorados. --- dijo, los presentes se miraron entre si con sorpresa, algunos más con incertidumbre --- Es mi voluntad juzgar a Cáncer, Escorpión y Piscis. --- dijo mientras sus manos aferraban el borde de la mesa.

 

Aioria de Leo intentó ponerse de pie, sin embargo, Aioros le obligó a permanecer en su asiento.

--- No es lugar ni el momento oportuno. --- dijo el mayor de los hermanos aferrando el brazo del menor. Aioria bajó el rostro, incapaz de contenerse, le dirigió una terrible mirada a la deidad.

 

Ciertamente siempre había existido en él la incertidumbre, esa especie de presentimiento de que Milo terminaría siendo echado de la orden. Pero jamás se imaginó que lo sería en tales circunstancias. Jamás le había pasado por la mente que pudieran enjuiciar a su efímero amante. Siempre creyó que, tal como se estilaba en casos semejantes, se le ofrecería un retiro anticipado para ir a hacerse cargo de la formación de aprendices en algún lugar  remoto, sin que se le permitiera volver a pisar el santuario de nueva cuenta, relegado a un sitio en el que nadie volviera  a saber de él.

 

Las reacciones de los presentes fueron del verdadero desconcierto al más descarnado beneplácito. Shura de Capricornio no podía esconder ni dejar más patente lo bien que le  parecía la decisión tomada por su diosa. Alzó su copa y la dirigió a los asesinos con una sonrisa burlona pintada en los labios.

 

Libra frunció el ceño ante aquella clara provocación que los asesinos no respondieron. Estaba verdaderamente indignado, no había creído ni por un segundo que de verdad fueran a juzgar a los ejecutores. Nunca, en toda la historia de la orden habían hecho algo semejante. Observó a su discípulo. Death Mask prácticamente estaba en shock. Aferrado al mantel, presenciaba aquello que se le había antojado verdaderamente trágico.

 

Cáncer se giró un poco para poder ver a su maestro. La mesa entera lo hizo, Libra se había puesto de pie, pese a la insistencia de Shion, y exigía su derecho a ser escuchado. El rejuvenecido Libra clavó sus pupilas en la diosa, habló, fuerte y claro, sin perder ni por un instante la serenidad.

--- Señora, uno de los hombres a los que piensa juzgar ha sido mi discípulo, me siento responsable por sus actos, me siento obligado a hacer lo necesario por él. Permítame actuar en su defensa. --- dijo con voz clara y pausada.

--- No. Sabes que tu solicitud esta fuera de lugar. --- fue la seca respuesta de la diosa. Dohko la miró por primera vez en toda su existencia con furia, a punto estuvo de perder la ecuanimidad.  Más de uno creyó al verlo que el veterano de dos guerras santas iba a alzarse ahí mismo contra la diosa.  Mas el chino se contuvo, apretó fuerte la mandíbula y volvió a su asiento, al tiempo que Milo de Escorpión le susurraba algo al oído a Piscis.

 

El griego había permanecido impasible, mirando únicamente en dirección a su amante. El sueco, por su parte, se había mostrado altivo, altanero, con los brazos cruzados sobre el pecho, con un aire de franco desafío en aquellos ojos casi transparentes.

 

Acuario se veía realmente afectado, sus movimientos habían perdido la habitual elegancia y se tornaron nerviosos. El francés se revolvía en su asiento sin hallar las palabras precisas para mostrar su inconformidad. Aquello le disgustaba. Independientemente de sus sentimientos hacía el griego, aquel juicio afectaba algo que le era más preciado, su propia tranquilidad. Con ese juicio se abría la posibilidad de que él también fuera juzgado.

 

Saga de Géminis contemplaba a los asesinos.  No estaba sorprendido con la reacción de ninguno de ellos, había aprendido a conocerlos. No le sorprendió la inquietud, la incredulidad que se plasmaron en el rostro de Death Mask. Conocía bien el carácter del italiano, no en vano, pues había empleado ese carácter volátil más de una vez en su provecho. Las verdes pupilas del heleno se detuvieron un instante en Afrodita de Piscis, el más hermoso de los ochenta y ocho santos de la orden miraba con franco desprecio al resto de los presentes. No podía culparle, había días en los que él mismo no resistía siquiera mirarse al espejo.

 

Se percató del nerviosismo de la diosa, de cómo había ido en aumento exponencialmente. Pronto halló la razón. Tres pares de pupilas convergían en ella. Los asesinos la miraban la traspasaban con esos ojos que habían visto tan de cerca tanta muerte y destrucción. La miraban como si supieran algo que ella deseaba esconder. Le pareció que ella huía de esos tres pares de ojos.

 

Repentinamente la mujer se puso de pie y abandonó el salón sin mayor ceremonia, pero no sin antes anunciar que el concilio se celebraría en el término de un mes.

 

Ante su salida, el banquete se dio por terminado. Los asesinos se reunieron en la puerta.

--- ¿Te has resignado ya a que nuestra suerte está echada? --- dijo Afrodita refiriéndose a Death Mask. El italiano lo miró con cierta vergüenza. --- Aunque sigo sin entender... sí sólo quiere echarnos, ¿para que armar toda esta farsa?

--- Somos un ejemplo... sólo eso. --- murmuró Milo llevándose un cigarrillo a los labios.

--- No puedo creer que esto de verdad este sucediendo. No... no lo concibo. --- dijo Cáncer con pesadumbre --- No creí que lo hiciera.

--- una muestra más de que los dioses son tan miserables y vengativos como los hombres. --- sentenció Escorpión. Afrodita notó la amargura tras el comentario de su amante. Dijera lo que dijera, lo que ocurría simplemente no podía serle tan indiferente como el resto de las cosas. --- Me largo a mi templo, no pienso seguir con este juego. --- el griego no esperó más, dio media vuelta y se echó a andar en dirección a Escorpión. Afrodita permaneció un instante en silencio para luego seguirlo.

--- Los alcanzó después. - susurró Death Mask sin saber a ciencia cierta como interpretar esa última mirada que le dirigiera Piscis.

--- Ángelo. ---- era su maestro quien le llamaba.

--- Maestro. --- respondió el italiano entre sorprendido y confortado.

-- ¿Cómo te encuentras? --- Death Mask no respondió más que con un encogimiento de hombros. Dohko le dirigió una sonrisa amable que terminó por apesadumbrar al guardián de Cáncer. --- Sabes que no voy a dejarte sólo en esto. Confiemos en que todo saldrá bien, ya verás que todo resulta mejor de lo que esperas.

--- Yo... yo... no sé si esto vaya a funcionar, maestro, ella no nos quiere más en su orden.

--- Ella está confundida... ha dejado que la gente de la fundación tome las riendas de la orden. --- Death Mask sólo negó con la cabeza.

--- Sea como sea... lo mejor que nos espera es el destierro...

--- No lo permitiré. --- dijo Dohko, Cáncer sonrió con tristeza.

--- No lo creo... nadie más que usted se opuso a esto.

--- Eso no debería preocuparte. --- dijo el chino al notarlo amargura en el rostro y la voz de Death Mask. --- Quiero pensar que ellos, y tu también, tienen un plan.

--- Sí... el griego sabe algo, pero no ha dicho nada, ni siquiera se lo ha dicho a Afrodita. --- Libra guardó silencio. --- Debo irme, Misty me espera. --- Cáncer miró con profunda tristeza a su maestro. Dohko no lo detuvo. De sobra sabía que su alumno y sus compañeros habían optado por el aislamiento en semejante situación.

 

El cielo se veía oscuro, como si afuera no hubiera nada, o al menos, eso era lo que le pareció a Kanon. El menor de los gemelos  había abandonado el banquete tan pronto como la diosa saliera del salón. No le apetecía estar cerca de Saga, ni de los otros. Todo lo que le importaba era Milo, pero el escorpión parecía tan desinteresado como nunca antes lo había visto. Sabía bien que las cosas entre ellos jamás se repararían. Lo sabía, pero no por ello se creía capaz de declarar aquello caso cerrado. No podía simplemente salir de su vida. No podía simplemente dejarle atrás como había intentado hacerlo al recluirse en el santuario marino años atrás.

 

Sus errores parecían escupirle a la cara a la menor oportunidad. Sus errores comenzaban a pesar de una manera prácticamente intolerable.

 

Empezaba a detestar cuanto le rodeaba, y sabía que aquello no era sano, que simplemente estaba fuera de lugar, que no podía dejarse llevar por aquello que tanto daño le hiciera en el pasado, pero no podía sacarlo de su mente...

 

¿Cómo iba a olvidar cada uno de los momentos vividos al lado de ese rubio adolescente que terminaría convirtiéndose en la obsesión romántica que era a la fecha? ¿Cómo iba a olvidar todos esos años de esconderse, de ser la sombra de Saga y todas aquellas trabas  que su hermano pusiera en su camino? Se sabía incapaz de olvidar, incapaz de aliviar la incertidumbre que crecía en él a cada instante.

 

Su situación con Saga era insostenible. Su hermano parecía verdaderamente deseoso de una reconciliación, sin embargo, a él aquello le sonaba verdaderamente falso. Conocía a Saga, conocía bien al pragmático hombre que se ocultaba detrás de una gran máscara de refinados modales, tenía sus sospechas y no iba a arriesgarse a comprobarlas.

 

Se hallaba a solas en Géminis. Saga había permanecido en la reunión, en realidad no había puesto demasiada atención en su hermano, tenía demasiadas cosas en mente. De espaldas a la puerta, se despojaba de los orlados brazaletes que había usado para asistir al banquete. No soportaba aquello, ¿qué iba a pasar ahora? ¿Qué pasaría con Milo? Tenía miedo, miedo de que terminara muerto...

 

---- Creí que no estabas aquí. --- dijo Saga mientras ingresaba a la habitación.

--- Decidí volver de inmediato, los dos sabemos que no encajo.--- dijo sin molestarse en ocultar la molestia que le había producido el comentario. --- Los dos sabemos que siempre has sentido que yo estorbo en tus planes.

--- Kanon, estás siendo injusto. Nuestra relación podría ser mejor si sólo pusieras algo de tu parte. --- sentenció su hermano mayor avanzando hacía él.

--- ¿Qué esperas que haga? ¿Qué te agradezca el haber hecho todo lo que hiciste? --- escupió Kanon con desesperación.

--- Kanon...

--- ¡Cállate! ¡Todo es tu culpa! ¡Lo he perdido, a él, a cada cosa que aprecié en la vida por ti, por tu maldito afán de sacarme del camino! ¿Quieres saber lo que siento por ti? ¡Te odio! ¡Eso es lo único que te mereces, maldito infeliz!

--- ¿Me odias a mí o te odias a ti mismo por haberte ido sin mirar atrás? Él no resistió tu ausencia... sí no te hubieras ido, no habría terminado como.... ---- Saga no  pudo proseguir, el puño de Kanon se estrelló con violencia en su rostro. El mayor de los gemelos trastabilló hasta chocar con una pequeña mesa, su hermano menor no se arredró, fue hasta él y siguió golpeándolo. El cuerpo de Saga reaccionó más rápido que su mente, no podía salir de su estupor, sin embargo, su cuerpo reaccionó. Enfrentó a un irracional Kanon, el menor de los gemelos no dejaba de gritar, de maldecirle una y otra vez.

--- ¡Maldito seas, Saga! --- gritó antes de golpearle una vez más, para esos momentos, la pelea se había equilibrado, Saga respondía a los golpes de su hermano, jamás se imaginó que volverían a enfrentarse, y mucho menos que sería en tales circunstancias.

 

Kanon aprovechó el momento de debilidad de Saga y le golpeó con todas sus fuerzas, Saga cayó al suelo, de sus labios manó un hilillo de sangre.

--- ¡Sí sólo no te hubieras empeñado en sacarme del camino a como diera lugar, tu armadura jamás me interesó! Pero... tú no pudiste entender siquiera lo que yo quería... ---- dijo el ex general antes de abandonar Géminis, tembloroso, furioso, lleno de desesperación...

 

Salió al exterior, el frío de la noche hizo que su piel se erizara, pero no iba a volver, al menos no sin antes haberse calmado.

 

No quería saber nada de Saga durante un buen rato.

 

Pensó en ir a buscar a Milo, sin embargo, se imaginó que, con toda seguridad, estaría con su amante, ese sueco impertinente, ese hombre que le había arrebatado lo único que le importaba en la vida.

 

Kanon no era el único que pensaba en Milo esa noche, a solas en sus  aposentos, Aioria de Leo repasaba sus recuerdos de los momentos compartidos con ese hombre al que nada ni nadie parecía conmover. Se encontraba mejor, mucho mejor que la última vez que Afrodita se presentara en su templo. Cierto, su malestar se diluía, más no su ansiedad por encontrarse con Milo. El rubio no había siquiera preguntado por su salud en todo ese tiempo, y él no se atrevía a buscarle, no por Afrodita, sino por el propio Milo. Temía que al verle, sencillamente le rechazara.

 

No se sentía preparado para soportar un abierto rechazo por parte del hombre al que amaba...

 

Permaneció tumbado en la cama, sumido en la semipenumbra y en el pesado silencio que cubría su templo. Se sabía solo. Había despedido a  Lythos luego de que volviera de entregar su mensaje a Shura. Le había pedido a la muchacha que pasara la noche en Sagitario con Aioros, en parte porque  a su hermano no le había sentado nada bien la convivencia con sus antiguos compañeros, y en parte porque no quería interrupciones. Lo que iba a tratar con Shura, debía quedar exclusivamente entre ellos.

 

No estaba precisamente seguro de que él se presentara, ni siquiera de que fuera capaz de convencerle de hablar a favor de los asesinos cuando se celebrara el concilio. Sí alguien, además de Saga conocía a la perfección las actividades de los asesinos, ese alguien era Capricornio. Era un secreto a voces que el español había sido el segundo al mando durante el gobierno de Arles en el santuario.

 

Si había que ser sinceros, Aioria ni siquiera estaba seguro de que Shura acudiera a la cita. Sabía que el español seguía furioso por lo sucedido con Milo. La noche caía presurosa, y para él, se antojaba eterna.

 

Comenzaba a quedarse dormido cuando notó la presencia de alguien más en Leo, no le quedó duda alguna, era él, Shura. No podía equivocarse, su corazón dio un vuelco. Se levantó de la cama y fue a su encuentro, estaba cansado de esperar. A penas unos minutos después, Shura se encontraba frente a él.

 

Con gesto sereno, el español se acercó a Aioria, lo contempló largos instantes, maravillándose de que ni siquiera los años, y todas las cosas que habían pasado entre ellos hubieran mellado ese enfermizo amor que sentía por el custodio del quinto templo. al mirarlo, lo encontró hermoso, deseable, tan inquietante como cuando le había conocido. El sólo pensamiento de que ese mal nacido rubio le había tenido en sus brazos le hizo temblar de furia. No quiso pensarlo más, sin mediar palabra alguna, se lanzó sobre él.  Le atrapó en sus brazos y buscó con ansiedad los resecos labios de Aioria. Estaba dispuesto a borrarle todo recuerdo que el maldito escorpión hubiera dejado tras de sí.

 

Aioria no supo como reaccionar ante aquel beso tan violento y demandante, se dejó ir entre la corriente de desbordada pasión del hombre que le aprisionaba con furia entre sus brazos. El español aferró el rostro de Aioria, que, inmóvil recibía sus caricias.

 

A Leo le tomó una eternidad reaccionar, tomar el control de sí mismo y reunir la fuerza necesaria para apartar a Shura.

--- Espera... --- susurró apartándose de él.

--- ¿Qué pasa? ¿No es esto lo que querías?

--- No.

--- ¿De verdad?

--- Lo que deseo es hablar contigo. --- dijo mientras se acomodaba la ropa. Shura sólo le miró con una sonrisa sarcástica.

--- ¿Y de que podrías querer hablar conmigo ahora? ¿Del imbécil de Escorpión? supongo que quieres pedirme que le ayude, que haga algo para que no lo echen.

---No pueden...

--- Sabes que lo harán. --- dijo el hispano tomando firmemente los hombros de Aioria --- Sabes que no hay nada que puedas hacer por evitarlo.

--- El patriarca dice que si todos hablamos en su favor, podemos convencer a la diosa de que no los eche.

--- ¿Y me hiciste venir para convencerme? --- preguntó el español con malicia

--- Sí, es verdad.

--- ¿Qué obtendré a cambio? --- Aioria supo que Shura no bromeaba.

--- Lo que pidas. --- dijo mirándolo fijamente.

--- ¿Estás seguro de lo que ofreces?

--- Completamente.

--- ¿Lo que sea? ¿Me darás cualquier cosa que yo te pida?

--- Cualquier cosa. --- dijo Aioria  muy seguro de sí mismo.  Shura no podía dejar de mirarlo.  La sonrisa de satisfacción en sus labios se tornó enorme al escuchar aquello.

--- Bien, en ese caso... volverás a ser mi amante, te quiero de nuevo a mi lado. --- Aioria se sobresaltó. Aquello le parecía una broma de mal gusto. --- Hablo muy en serio, Aioria. si quieres que hable bien de ese, tendrás que volver a mi cama. ¿Lo tomas o lo dejas? - de los labios del griego no brotó sonido alguno. Simplemente respondió con un movimiento de cabeza en sentido afirmativo.  Shura lo abrazó e intentó besarlo una vez más, pero Aioria se resistió.

--- No. --- dijo secamente. Shura frunció el ceño molesto. --- El trato comienza desde que tú hables por él, no antes. --- añadió con frialdad.

--- Vaya. --- dijo Shura con una sonrisa torcida --- Estar con ese te ha afilado las garras, Leo.

--- Ya no soy un niño, Capricornio.

--- Es cierto. Sin embargo, espero que seas lo suficientemente inteligente como para comprender que no estás en posición de imponer condición alguna. ---Aioria cerró los ojos al sentir el aliento tibio de Shura acariciándole el cuello. Se quedó quieto, completamente inmóvil mientras las manos de Shura se deshacían de sus ropas.

 

Mientras le desnudaba, Shura se maravillaba al redescubrir cada detalle de ese cuerpo que había adorado durante años, de ese cuerpo que volvía a ser suyo...

 

Le tendió suavemente en el lecho, disfrutando de cada instante, de cada gesto, reconociendo en el rostro de Aioria los  cambios que producía la excitación. Se sumergió en aquel cuerpo que había anhelado durante tanto tiempo, en ese ser al que amaba por encima de todas las cosas, aún de sí mismo.

 

Aioria se había abandonado. No tenía caso luchar. Cerró los ojos mientras Shura le poseía, dejándole hacer de él lo que quisiera. Se sumergió en los recuerdos, en las memorias que guardaba de aquellos días en que se amaban, de aquellos días que compartiera con él siendo sólo un adolescente.  Se abrazó al cuerpo de Shura y reprimió un sollozo. Shura ni siquiera se percató de aquello. No quería ver más allá de la idea que se había formado de aquel encuentro. No quería pensar, porque si lo hacía, se daría cuenta de que Aioria seguía pensando en ese mal nacido que se lo había arrebatado ya una vez.

 

Shura depositó un beso suave  en los labios de Aioria antes de salir de su cuerpo. Una extraña sensación se había apoderado de él. No podía explicarlo, era como si sintiera que Aioria estaba cada vez más lejos de él, cómo si de súbito hubiese entendido que todo lo que tendría del castaño en adelante, sería su cuerpo. Abandonó Leo sin decir nada, no quería hablar con él, no quería darle oportunidad a mostrarle una vez más que todo lo hacía por ese asqueroso ser que era Milo de Escorpión. Se vistió a prisa, en silencio, obviando los apagados sollozos que brotaban de la garganta del que era, a partir de esa noche, de nuevo su amante.  Sólo le besó en la frente antes de salir.

 

Aioria se vio sólo, desnudo, con el aroma de Shura plasmado en cada centímetro de su piel. Comenzó a llorar, tomó su ropa y se vistió, no quería quedarse en su templo, no resistía permanecer en ese lugar.

 

Se echó a andar sin rumbo, sin tener nada en mente, sólo esa profunda tristeza que le embargaba cada vez que pensaba en la indiferencia de Milo, en ese absoluto abandono al que le tenía sometido desde que Piscis retornara a su vida. Se resistía a creerlo, pero era verdad lo que Aioros decía, Milo nunca había sentido nada por él.

 

No tenía idea de dónde estaba, se dejó caer sobre el suelo poblado de césped sin poder reprimirse más. Sollozó violentamente, sintiendo que el mundo se le venía encima. Se limpió el rostro al escuchar que alguien se acercaba. Se sorprendió mucho al contemplar el rostro de quien venía. Por un momento le confundió con Saga, pero pronto se  percató de que se trataba de Kanon. Había algo en él que lo hacía diferente de Saga, por lo menos a sus ojos, tal vez era ese aire de melancolía...

 

El menor de los gemelos le miró fijamente. A pesar de los intentos de Aioria por ocultarlo, se percató de que había estado llorando.

--- ¿Te encuentras bien? --- le dijo cuando notó que Aioria intentaba ponerse de pie sin demasiado éxito.

--- Sí...yo...aún no me siento del todo bien...

--- Te acompaño, deberías descansar. --- le dijo el gemelo sin demasiado entusiasmo.

--- No... prefiero quedarme un poco más aquí.

--- Es un buen lugar para salir del radar del resto, ¿no lo crees? --- dijo el pelinegro mientras se sentaba al lado de Aioria. El chico siempre le había simpatizado. --- Vengo aquí cuando no me apetece soportar a Saga.

--- ¿De verdad?

---Sí, ¿cómo descubriste este lugar?

--- Por casualidad. La verdad es que no sé ni cómo llegué a aquí.

--- Entiendo. --- dijo el menor de los gemelos mientras se sentaba a su lado.

--- No tengo idea de lo que hago últimamente.

--- No eres el único.

--- A mi me parece que tú tienes al menos una idea de cómo hacer las cosas... en cambio yo, termino metiéndome en más problemas de los que puedo manejar.

--- Con el tiempo, te das cuenta de que las cosas sólo valen la pena si las haces por la persona correcta.

--- Así que ya lo sabes...

--- Sabiendo lo que yo sé, era obvio, podía predecir qué harías algo como lo que hiciste. Si te sirve de consuelo... en tu lugar habría hecho lo mismo. --- dijo el ex general. Aioria lo miró sin saber cómo era posible que dos seres tan distintos como lo eran ellos tuvieran algo en común. Al menos no se sentía tan solo, al menos había alguien en el mundo que comprendía su sentir y su actuar.

Notas finales: Bue, no hay mucho que decir, sólo  que el capi esta kilometrico, creo que nunca había escrito algo tan pero tan largo, umm tal vez hubiera sido buena idea partirlo, pero bue, ya esta hecho XDD je je por cierto, este capi va especialmente para Cyberia, espero que te agrade amiga, es como que la suma de lo que habíamos hablado je je ahora si, bye!!

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