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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo!!! después de mil años, pude volver por acá con otro capi, espero que les guste, las advertencias de rigor:

Todos los personajes de este fic están en un completo OOC, así que si son muy apegados al canon, por favor abstenganse, recuerden que si no hay nada bueno que decir, es mejor quedarse callados.

El sol comenzaba ya su camino diario, el rocío formaba delicadas perlas cristalinas en las incontables rosas que poblaban el jardín de Piscis.

 

Afrodita había abandonado ya hacia un buen rato el lecho. Su tiempo en el santuario se le antojaba breve. Sabía que nada ni nadie le extrañarían, sólo sus rosas, sus amadas niñas, que languidecerían hasta morir sin su presencia ni sus cuidados. Esta vez nadie habría de encargarse de ellas... esta vez el griego tampoco estaría.

 

Escaso era el tiempo y múltiples las ocupaciones. Había tanto que hacer... tanto que quería hacer antes de que comenzara el concilio. Calculaba que muy pronto iban a comenzar los preparativos.

 

Detestaba el protocolo que circundaba a los eventos al interior de la orden más que a nada en el mundo. Le resultaba tan repulsivo como arcaico era. Desde que llegara al Santuario le había parecido absurdo todo el ceremonial, siempre había creído que la orden debía modernizarse. Pero, a la luz de los recientes acontecimientos, estaba seguro de que él no vería el día en que eso sucediera.

 

Milo emergió del templo de los Peces para reunirse con su amante. Sentía la inquietud y el disgusto del sueco, Afrodita probablemente estaba más preocupado por sus rosas que por el juicio al que los someterían.

--- Esto será lo único que extrañe cuando tengamos que irnos. --- dijo Afrodita.

--- Nunca creí que extrañaría este lugar, a decir verdad, no sé si lo extrañaré o si sólo me costará abandonar la rutina. --- dijo el griego.

--- No intentes ocultarlo, a ti de verdad te gustaba esto.

--- Eso era antes... antes de darme cuenta de que perderlo todo por un dios no vale la pena.--- musitó Milo sin mirar a su amante.

--- Sí te hubieran dado a escoger, ¿habrías venido a este lugar?

--- Sólo por encontrarte. --- dijo el escorpión mirándole a los ojos.

--- Me halagas. --- dijo Piscis con ironía. Milo lo miró sin entender. --- Para ser sinceros... no sé si hubiera querido venir. Todo ha sido demasiado extraño en mi vida, desde el principio. --- dijo el sueco.

--- Cierto. --- susurró Milo mientras sus dedos rozaban a penas los delicados pétalos de una rosa.

--- ¿Tienes planes por si sobrevivimos a esto?

--- No lo sé... tal vez busque a mi familia, a lo que quede de ella. Espero que mi hermano aún esté vivo.

--- Nunca hablaste de él.

--- No tenía caso... nunca se lo he mencionado a nadie más, le daba por perdido... --- dijo Milo.

--- ¿Quiere que vaya contigo?

--- Sólo si ese es tu deseo.

--- Iremos, quiero conocerlo. --- dijo el sueco, Milo lo observó un  instante, sí, sólo él tenía derecho a saber, a conocer sus más secretos anhelos. Cuando Afrodita se incorporó, le pareció bellísimo, espléndidamente hermoso, tan bello como un dios. --- Tú sabes ya... ¿no es cierto? --- le dijo, Milo no necesito escuchar más, entendió a la perfección a que se refería su amante.

--- Estoy enterado de todo.

--- ¿Y aún así piensas seguir adelante con esto? ¡Eres un idiota! --- dijo el sueco perdiendo los estribos.

 

Milo no respondió. Simplemente le dio la espalda para volver  a internarse en el templo de Piscis. No estaba dispuesto a discutir por ese asunto.

 

Afrodita no fue tras él, permaneció en su sitio contemplando las anchas espaldas del hombre al que amaba. Estaba furioso. Terriblemente furioso. El sueco contempló con impotencia el magnífico jardín que su cosmos y su sangre habían podido crear.

--- Es una lástima... --- susurró mientras acariciaba una de sus rosas. Sus niñas, eran su única creación, su única obra, y al igual que él, serían sacrificadas en aras de una diosa a la que no le unía nada, ningún vínculo, ninguna lealtad...

 

Instantes después penetró en su templo, el aroma del café recién hecho, golpeó su nariz, haciéndole pensar en el pasado, en los días que no iban a volver, esos días que se habían perdido a raíz de los errores de ambas partes. Milo lo vio venir y se dirigió a la mesa.

 

La pareja de rubios se instaló en el salón principal. La tensión entre ambos era palpable. Ahí estaban, sin hablar, simplemente mirándose mientras bebían el café.  Para ambos, aquello sabia a la despedida de la vida que hasta entonces habían conocido, ambos ya se habían hecho a la idea de que en el mejor de los casos, serían expulsados de la orden, pudiendo ser aún peor su destino al hallarse en la víspera de ser juzgados ante un concilio dorado.

 

El juicio probablemente no sería tal. Sencillamente todo estaba decidido de antemano, seguían preguntándose,  ¿por qué tomarse tantas molestias? ¿Por qué les harían pasar por aquello?

 

Milo sintió la mirada fija de su amante sobre él mientras bebía del espeso brebaje.

--- ¿Sucede algo? --- preguntó a pesar de sospechar acerca de la respuesta que recibiría.

--- Nada, solo me preguntaba si eres lo suficientemente estúpido como para continuar con esta locura que pretendes.

--- Debo hacerlo...

--- No, tú no le debes nada a nadie, en especial a él, no es tu deber.  No es el deber de nadie. Ha quedado bien claro que  aquí cada uno va a cuidar de sí mismo. --- le dijo Afrodita con dureza.

---  Tengo bien claras mis razones, Afrodita, y no voy a cambiarlas, ni siquiera por ti. --- le respondió el griego.

--- Sabiendo lo que sabes, ¿vas a arriesgarlo todo por él?

--- Quiero pensar que valdrá la pena.

--- Quiero pensar que de verdad eres tan inteligente como se dice que eres. - dijo Afrodita mirándolo con furia. --- Sé que eres condenadamente leal, aún más que un perro a su amo, pero, ¿esto? ¡es demasiado! Él ni siquiera lo vale. No vale ni siquiera el intento de salvarle de sí mismo.

--- Mi amistad hacia él no está en tela de juicio.

--- Pero si la amistad de él hacía nosotros.

--- Voy a hacerlo, lo haré aún si te opones.

--- ¡Estúpido! ¿Arriesgarás tu vida por alguien que no deja de pensar  en cómo va a traicionarte? --- dijo un Piscis furibundo.

--- Es lo que debe hacerse. --- dijo Milo con su habitual apatía.

--- Lo que debe hacerse... --- susurró con franco rencor el sueco, prefirió callar, Milo había tomado una decisión y estaba seguro de que no podría hacerlo cambiar de idea. Pero tal vez podría hacer que las cosas cambiaran moviendo algunas piezas. Tendría que ser paciente.

 

En tanto, en el templo principal, Dohko de Libra se  dirigía a los aposentos privados del patriarca.  Debía informarle a Shion de los progresos en los preparativos para el concilio dorado.  El chino estaba de franco mal humor, no estaba seguro de poder contener su disgusto  ante su amante. Últimamente no estaba seguro de nada, ni siquiera de lo que él mismo podía llegar a hacer.

 

En cuanto llegó a las habitaciones de su amante, se encontró con que Shion se hallaba sumergido en la lectura de un libro a todas luces antiguo, a su lado, varios sobres yacían desgarrados. Reconoció en algunos la caligrafía de un hombre al que creía un simple recuerdo. Albafica de Piscis.

--- ¿Qué haces? --- preguntó con el cerebro plagado de suspicacia. Nada bueno podía venir de esa fuente.

--- Espera... sólo dame un minuto. --- dijo el rubio sin apartar sus violáceas pupilas del grueso y a todas luces polvoriento volumen. El oriental superó la distancia que los separaba y tomó asiento sin dejar de contemplar las presurosas pupilas del hombre al que había amado durante años.  Contempló el ceño fruncido del ariano y supo de inmediato que algo no andaba bien.

--- ¿Qué sucede? --- preguntó mientras los largos dedos de su amante doblaban cuidadosamente una carta.

--- Demasiadas malas noticias, eso es lo que sucede. Hay un nuevo levantamiento, esta vez en Oriente. Tal parece que la gente que habita en el protectorado de Rozan se niega terminantemente a entregar a sus jóvenes para servir a la diosa, estoy seguro de que hay algo más... --- dijo pensativo el patriarca. Dohko lo miró sin creerse por completo aquellas palabras. --- Las cosas son día a día más y más difíciles.

 

Dohko bajó el rostro. Shion no se percató del gesto sombrío que oscureció las facciones del moreno rostro del oriental.

--- ¿Qué van a hacer? --- dijo después de un largo silencio.

--- No lo sé... con los ejecutores fuera de circulación, no hay nadie a quien enviar a solventar la situación. Los santos de plata no son una opción.

--- Así que los enfrentaran con todo lo que hay disponible... --- dijo Libra pensativo.

--- Eso es lo que se dice...

--- ¿Qué es lo que de verdad está pasando, Shion? ¿Qué es? ¿Por qué no lo dices?

--- ¡Porque no lo sé, Dohko! ¡Me han dejado al margen de todo! Lo único para lo que tengo poder hoy en día es para organizar el concilio dorado, es lo único que se me permite hacer... --- dijo Shion derrotado.

--- Estoy seguro de que sabes más de lo que me has dicho.

--- No... desearía saber más, desearía que esto no estuviera pasando. --- le dijo, pero Libra no sabía si creer o no en sus palabras.

--- No entiendo, ¿por qué no te dicen acerca de todo lo que sucede? ¡Eres el patriarca! --- Shion sonrió con amargura.

--- Ellos no me dicen ni me dirán nada... he tenido que averiguarlo todo por mí cuenta. He tenido que recurrir a espías, al soborno, de nada me sirve ser el patriarca si la diosa misma les permite pasar sobre mí, si ella misma me ha relegado de todas las decisiones de importancia. --- Dohko se sorprendió al escuchar aquello, había creído que Shion estaba al tanto de todo y que si no intervenía, era sencillamente porque no lo deseaba. --- Me ha hecho a un lado, me ha puesto al margen de todo, ¡no tengo poder ni siquiera para comandar a los guardias de este templo! --- exclamó Shion desesperado.

--- Tranquilízate. --- dijo Dohko mientras sostenía sus manos entre las suyas.

--- Te agradezco... pero aún si me tranquilizara, no cambiaria en nada lo que esta sucediendo a mí alrededor. --- dijo poniéndose de pie para que Dohko no mirara su rostro. --- ¿Cómo van los preparativos?- dijo mientras intentaba recomponerse.

--- Conseguí todo lo que me pediste.

--- En ese caso... creo que estamos listos. Mañana mismo comenzaremos con esto...

--- Sabes bien lo que pienso al respecto.

--- Tampoco estoy de acuerdo con que se lleve a cabo esta locura, pero, aunque nos pese admitirlo... ella sigue siendo Atenea.

--- Hay ocasiones en las que pienso que es la peor Atenea que he conocido. --- sus ojos brillaron un instante --- Sasha...

---  Lo sé... no lo digas, por favor.

--- Ella no es como Sasha...

--- No, no lo es, ella nos dejó morir... nos dejó liarnos en una guerra sin sentido...

--- Todos sabemos que no fue culpa de Saga. --- dijo el chino intentando serenarlo.

--- No... no lo fue... --- dijo Shion con amargura.

--- ¿Quieres verificar que todo este en orden y correcto? Nos serviría de mucho salir de aquí... podríamos caminar un poco por los jardines, olvidar esto al menos por unas horas. --- dijo Libra acercándose a su amante.

--- No...yo... todo lo que quiero es estar contigo... no quiero pensar en nada de esto, quiero pensar sólo en ti, te necesito, Dohko. --- dijo atrayéndolo hacia sí para besarlo con urgencia. Dohko apartó levemente el rostro --- No me abandones tú también. --- suplicó el ariano.

--- No lo hago... no  podría... ---- susurró Dohko mientras los labios del patriarca buscaban los suyos.

--- Sin embargo, aunque calles, aunque lo niegues, es precisamente eso lo que haces... ¿crees que hago lo que hago por voluntad propia? ¡Las circunstancias me obligan! ¡Debo estar cerca para poder enterarme de todo lo que me impiden saber, para ganar terreno!

--- Shion yo... lamento no haberlo entendido antes... creí que...

--- Creíste que simplemente los había abandonado, ¿no es cierto? Pero no fue así... ¡hago cuanto puedo! --- dijo  Shion con los ojos fijos en los de su amante. Dohko se percató de la desesperación que campeaba en esos hermosos ojos amatista.  Algo muy dentro de su ser se conmovió --- Ahora todo ha salido mal... y ellos tal vez no estén preparados para enfrentar lo que viene. No tienen oportunidad... --- dijo Shion bajando el rostro.

--- No sucederá, juntos vamos a encontrar la manera de salvarlos.

--- Tenemos menos de veinticuatro horas, Dohko, ¿de verdad crees que podemos hacer algo? Por momentos parece que su deseo es desaparecerlos, deshacerse de ellos a como de lugar... y no entiendo el por qué.

--- A veces, ella es imposible de entender... tú lo sabes, no te des por vencido, hagamos lo posible... --- Shion lo abrazó, no estaba dispuesto a admitir la derrota, sin embargo, tampoco estaba muy seguro de que las cosas fueran a resultar bien.

 

Las siguientes veinticuatro horas transcurrieron agónicas en Piscis.  Milo no había querido separarse de su amante, ni Afrodita quería que se fuera. Sin embargo, el momento se estaba acercando... pronto las señales serían dadas y Milo tendría que recluirse en su templo.

 

--- Ya comienza... ----  murmuró el griego al escuchar el llamado rompiendo el silencio de la noche ateniense.  Se puso en pie y se dirigió a la puerta, Afrodita no dejaba de mirarlo.

--- Te amo. --- susurró Afrodita en voz casi inaudible cuando le vio partir. El sueco no pudo evitar rememorar el último día de su otra vida... ¿esta vez sería igual? ¿Volvería a verlo, o acaso sería de nuevo una despedida su último encuentro? Todo su ser rogaba por que la historia no se repitiera.

 

El santo de Escorpión descendió hasta su templo arrastrando los pasos. Hubiera deseado evitar cruzar por Acuario, el custodio de ese templo había estado esperándolo, oculto por la maleza en una lateral del templo de la urna.

--- Milo... --- susurró el francés clavando sus ojos en él.

--- Acuario. --- siseó el griego sin detenerse siquiera a mirarlo.

--- Quiero hablarte.

--- No me interesa, te lo he dicho antes, no hay nada de lo que tú y yo podamos hablar. Ni me interesa ni tengo tiempo para ti, Acuario.

--- Milo, sabes que tenemos cosas de que hablar.

--- No hay temas de conversación entre nosotros. Nuestra deuda esta saldada, ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No lo maté, ahí  terminó todo.

--- Tal vez debiste hacerlo... hay pocas cosas de las que me arrepiento y una de ellas es precisamente el haber desperdiciado mi favor en él.

--- Eso es asunto tuyo, no mío. Esperabas un pago, te lo di, no le des más vueltas al asunto. Todo se acabo el día en que ese muchacho salió vivo de mi templo.

--- Es un buitre... esperando el momento preciso para arrancar la armadura de mi cadáver... --- dijo el francés con amargura.

--- Acuario, ¿cuántas veces tengo que repetirte que no somos amigos? --- Camus sonrió con amargura, contemplando la pétrea faz del griego.

--- Lo sé, y de cualquier modo, no voy a cansarme de repetirte que tu amistad no me basta.  Sabes a la perfección lo que quiero de ti.

--- Pierdes el tiempo... lo sabes. Jamás voy a enredarme contigo, no después de lo que provocaste.

--- ¿No te has dado cuenta de que no sólo quiero acostarme contigo? Quiero algo más... quiero ofrecerte lo que él no va a darte jamás. Piscis jamás va a ofrecerte una vida de verdad, como yo lo haría, él no sabe ni siquiera lo que es eso. ¿De verdad piensas que podría comportarse como alguien normal? Yo no, está loco, tú lo sabes bien, ¿quién si no él podría haberte medio matado sin que hicieras nada al respecto? --- el griego comenzaba a irritarse.

--- Esas son cosas que no te importan, Acuario. --- masculló el rubio, Camus sonrió, sabiendo que, una vez más, el veneno había sido eficientemente inoculado. Sólo faltaba dar el golpe final...

--- Piénsalo, ¿cuánto tiempo va a pasar antes de que sus celos enfermizos  terminen costándote la vida?

--- Lo que suceda entre él y yo no debe importarte, así de fácil. No le importa ni a ti, ni a nadie más que a nosotros. Sí me mata o no, ¿qué más te da? ¿Para que preocuparte por algo que te haría ensuciarte las botas, Acuario? --- el escorpión comenzaba a perder la paciencia. Sin embargo, su rostro parecía de roca  y su voz sonaba tan plana como de costumbre.

--- Tú me importas... lo sabes, estoy enamorado de ti.  Siempre lo he estado. --- dijo el francés, Milo no lo miró.

--- Para mí, eso es totalmente irrelevante, tampoco hará que cambien las cosas. No puedo ni quiero sentir nada hacia ti, y de hacerlo, con toda seguridad, no seria amor. Tú fuiste quien más contribuyó a que se alejara de mí aquella vez, a que tomara esa estúpida decisión. De algún modo, tú me lo arrebataste, y eso, eso jamás voy a perdonártelo. Jamás voy a olvidarlo... y llegará el día en que te lo cobre, Acuario.

--- Milo...

--- Bien lo dice él, lo más peligroso de todo tu ser es tu lengua. --- dijo mientras se alejaba. Camus no pudo detenerlo, ni siquiera se atrevió a intentarlo. No halló en su cuerpo la fuerza para hacerlo.

 

Escorpión siguió su camino, no había tiempo que perder, la noche avanzaba y tenía mucho que hacer, debía estar listo.

 

Mientras el griego se recogía en su templo, en el pórtico de Cáncer, Death Mask  se despedía de Misty. El dorado lucía tan desolado que el rubio empezaba a convencerse de que aún si las reglas lo prohibían, la más prudente de las opciones era quedarse con él, no podía dejarle sólo en su templo.

--- Pase lo que pase... --- dijo Misty sujetándole con fuerza de las manos.

--- Lo sé, tú estarás conmigo. --- dijo el italiano sin mirarlo.

--- No son sólo palabras, ¿entiendes?

--- Sí, perfectamente. --- dijo Death Mask abrazándolo con cierta desesperación --- Lo que no puedo entender es ¿por qué insistes en estar con alguien como yo? ¿Por qué quieres librarme de aquello que me hace daño?

--- Sólo porque sí, porque quiero hacerlo, porque te amo. --- dijo Misty dolido.

--- ¿También temes ser de los próximos que juzguen? --- preguntó Death Mask con reticencia.

--- No, eso es lo que menos me importa. Si llegara a suceder, no me importaría, tal vez merezco ser juzgado, tal vez merezco un castigo. Tengo bien claro que lo peor que podía pasar ya me ha sucedido. Soy sólo un santo de plata, tú y yo no estamos en el mismo nivel, a alguien como yo no le harían un juicio, simplemente se desharían de mi. Como dije, sólo soy un santo de plata.

--- Uno de los mejores.

--- Uno de los más tontos. --- dijo el francés bajando la cabeza. --- Si hubiera sido realmente bueno, ese chico no habría acabado conmigo tan fácilmente.

--- Misty, a mi no puedes engañarme. Algo pasó allá, ¿no es cierto? --- Misty le dedicó una sonrisa desdibujada.

--- ¡Qué poco me conoces...! --- dijo en un murmullo. --- No quiero hablar al respecto, Ángelo.

---No voy a juzgarte sí es que...

--- Sabes que no haría eso... --- le respondió Misty con tristeza.

--- Yo... lo siento.

--- Descuida, ya tendremos tiempo para hablar. --- dijo el santo de Lacerta apartándose un poco. --- Debo irme...

--- Lo sé... desearía que te quedaras.

--- Son las reglas.

--- A estas alturas, ¿qué más da romper otra?

--- Ángelo... --- Death Mask no dijo nada, sus ojos hablaban por sí solos. Estaba asustado, preocupado, asqueado de sí mismo. Bajó el rostro y hurgó en uno de sus bolsillos. Tomó la mano de Misty y puso algo en ella.

--- Lo cuidé bien. --- dijo el ítalo. Era el brazalete que Misty le había entregado antes de partir a ese desafortunado viaje a Japón.

--- Contigo estuvo seguro. --- dijo el francés mientras lo ceñía a su muñeca.

--- No debiste dármelo, no a mí. --- musitó Death con amargura.

--- ¿Por qué?

--- Porque yo... yo no lo merezco, ¡no merezco que confíes en mí! ¡Estoy tan ciego! ¡soy tan torpe que  ni siquiera puedo apreciar todo lo que tú eres, todo lo que vales!

--- Llegará el día en que lo hagas.

--- ¿Y si eso no sucede? ¿Seguirás desperdiciando tu tiempo en mí?

--- Voy a quedarme a tu lado, Ángelo, voy a quedarme contigo, como tu amigo, como tu amante, como lo que quieras que sea; y seré feliz cuando encuentres el amor, aún si no es a mi lado. --- Death Mask lo atrajo hacía sí con brusquedad, ¡cómo deseaba decirle que lo amaba! ¡Cómo deseaba borrar todo aquello que lo apartaba de él! Pero, parecía que, de un modo y otro, el amor siempre terminaba negándosele.

--- Ya es hora, ¿verdad? --- dijo nervioso, sin querer separarse de Misty.

--- Sí... --- el rubio lo miraba  con pesar, verdaderamente habría querido quedarse.

--- No sé que sería de mí sin ti...--- dijo el dorado muy convencido de sus palabras. Misty alzó el rostro y le sonrió.

--- Cuando todo termine, podremos  hablar.

--- Está bien. --- dijo Death Mask, Misty le besó con ternura en la mejilla, más el italiano buscó sus labios  con ansiedad, quería impregnarse con el aroma de su amante, de su presencia para tener la fuerza necesaria para soportar lo que vendría.

 

Misty se alejó con los ojos humedecidos, ¿y si esa era la última vez que estaban juntos? Temía por la vida de su amante. Death Mask era un mar de confusión, ¿estaba listo para enfrentar sólo aquello?

 

Pronto el santuario de Atenea quedó prácticamente desierto. Salvo por los doce custodios, la diosa y el patriarca, el resto de los habitantes del santuario tendrían prohibido el ingreso a los doce templos. Nadie más debía quedarse. Pronto se vio a los santos de plata  tender un cerco alrededor de los templos del zodíaco, alertas y llevando sus armaduras, permanecían a la expectativa, vigilando. Más allá, las entradas del santuario eran custodiadas por los santos de bronce. Muy cerca del pueblo podía verse a los guardias del templo custodiando el perímetro exterior de los dominios de Atenea.

 

La gente del pueblo comenzó a preguntarse que sucedía, nunca antes habían visto tal movimiento, algunos, los mayores, recordaban lo sucedido hacía ya más de veinte años. Sin embargo, ni siquiera entonces, habían presenciado tal despliegue de elementos. Varios grupos de los hombres de la fundación rondaban por el pueblo.

 

Las órdenes de la diosa habían sido acatadas al pie de la letra. El santuario estaba casi desierto. Sólo permanecían en su interior aquellos que eran considerados oficialmente miembros de la orden, los aprendices habían sido recluidos en las barracas del exterior.

 

Al caer la noche dio comienzo el ritual de purificación previo a un concilio dorado de las características del que iba a celebrarse. Tres días y tres noches habrían de permanecer los dorados aislados en el templo que custodiaban, en ayuno y meditación, esperarían el momento en que iniciara el concilio. Tres días y tres noches de silencio absoluto en los dominios de la misericordiosa Atenea. Las reglas prohibían reír, hablar, todo contacto entre los dorados, con el resto de la orden.

 

Afrodita de Piscis permanecía en su jardín, arrodillado entre sus rosas, pensando en su amante, en el rubio escorpión y en lo que sucedería a partir de ese momento, a partir de que comenzara su juicio.

 

En el templo del Escorpión Celeste reinaba el silencio. Milo se encontraba sentado en el piso del salón principal de su templo, puliendo el peto de su armadura. Dedicaría cada hora del periodo de purificación a esa tarea. Tenía que hacerlo, probablemente sería la última vez. No volvería a posar sus manos sobre  Escorpio, de alguna manera sabía que tenía que despedirse. Necesitaba estar lo más sereno posible, tenía que guardar todas sus energías para cuando llegara el momento de actuar.

 

En Cáncer, Death Mask se paseaba de un extremo a otro de su templo sin saber que debía hacer, como debía actuar. La mezcla de temor y vergüenza parecía acentuarse conforme pasaba el tiempo. ¿Qué pasaría si ellos llegaban a saberlo? No quería ni imaginar lo que Afrodita haría si llegaba a enterarse de su secreto.

--- Afrodita.... ---- susurró hacia la nada. El sueco nunca sería para él, nunca. Pensó en Misty, ¿qué diría él de enterarse de la propuesta que le había hecho la diosa? Se sentía atrapado. Acorralado en mitad de esa situación, terrible y angustiosa, que definitivamente estaba fuera ya de su alcance. Tenía miedo, demasiado miedo de ser expulsado. Se dijo que, tal como estaban las cosas, lo mejor sería que le condenaran a muerte. Una vez más, la muerte parecía ser su mejor opción.

 

Los días transcurrieron con lentitud exasperante, para cuando llegó la tercera noche, los nervios de más de uno de los participantes del concilio dorado estaban deshechos. En esa última noche, ninguno de los ejecutores pudo dormir. Afrodita contempló casi con pesar el enorme jardín que separaba su templo del  principal. Por un momento pensó que sus rosas intuían lo que pasaría a la mañana siguiente, el perfume de las rosas se tornaba denso, asfixiante por momentos. Pero eso no les libraría de su destino, al igual que a él.

 

Con la llegada del amanecer, el patriarca dio inicio al ritual que precedía a un concilio de tintes semejantes. Abandonó el lecho con los primeros rayos del sol, ese lecho que sentía frío sin la presencia de Dohko de Libra, y fue hasta el baño. Se aseó cuidadosamente, siguiendo paso a paso el ritual prescrito para ello. Luego del baño, se vistió con los ropajes sacerdotales, cubrió su rostro con la inexpresiva máscara y su cabeza con el orlado casco. Estaba listo. Abandonó su templo lleno de pesar, lleno de ese sentimiento que había invadido todo su ser desde que su mente intuyera el destino que le deparaba a los hombres que él había conocido siendo niños.

 

Suspiró al salir de su templo, todo había comenzado ya, pero no tenía idea de cual sería el final de las cosas. Los asesinos, sin duda, eran un peligro latente. Sin embargo, estaba cierto de que lanzarlos al mundo no era lo mejor, lanzarles al mundo equivalía a desatar un cataclismo.

 

Luego de una breve caminata, arribó al primer templo, el templo del Carnero. En el pórtico de aquel templo, el santo de Aries ya esperaba por él.

--- Las bendiciones de la poderosa Palas desciendan sobre ti. --- dijo el patriarca.

--- Y sobre el que es su voz en la tierra. --- replicó Aries arrodillándose ante Aries.

--- Mu de Aries, artesano y orfebre, custodio del primer templo, tu que guardas al poderoso carnero, viste el sagrado ropaje y sígueme, la virgen Atenea, te convoca al concilio de tus iguales. --- dijo el patriarca.

---Que así sea. --- dijo Aries llevándose la diestra al pecho. Siguiendo a su maestro, Aries penetró en el templo del carnero. Aún reinaba la oscuridad al interior del mismo. El propio patriarca encendió una antorcha y de pie junto a la puerta posterior esperó a que su antiguo discípulo diera consecución al ritual.

 

Mu de Aries se dispuso a tomar el baño ritual de purificación que era menester en un acto semejante, para luego cubrir su cuerpo con la sagrada armadura de Aries. Shion esperaba ya.  El tiempo que debía consumir la operación era de una hora, ni más ni menos. Cuando estuvo listo, siguió al patriarca hasta el templo  de Tauro, cuyo guardián ya se encontraba esperando por ellos, arrodillado, recibió a Shion. Cuando Tauro estuvo listo y habiendo transcurrido el tiempo necesario, los tres hombres siguieron hasta el templo de los Gemelos. Las órdenes eran que Kanon permaneciera al margen, por lo que sólo Saga estaba en Géminis para recibirlos.

 

Pronto llegaron hasta Cáncer. Death Mask los esperaba terriblemente angustiado, visiblemente nervioso, sabedor de que  estaba a unos pasos de sellar su destino.  Se arrodilló torpemente al verlos llegar.

--- Las bendiciones de la diosa Atenea desciendan sobre ti. --- dijo el patriarca.

--- Y sobre el que es su voz en la tierra.

--- Ángelo de Cáncer, tan furioso como un dios en las batallas, custodio del cuarto templo, tú que vigilas las puertas de la muerte, viste la sagrada armadura y sígueme, la poderosa Atenea, prudente en la guerra, te llama para ser juzgado frente al concilio de tus iguales.

--- Escucho y obedezco... --- susurró el italiano sintiéndose derrotado.

 

Shion le miró y esperó a que se incorporara para ingresar al templo del Cangrejo.  Todos entraron en Cáncer, Death Mask se adelantó para sumergirse en las perfumadas aguas que habrían de purificar su cuerpo para poder presentarse ante la diosa a la que servía.

 

Estaba asustado...

 

Una vez que Cáncer reposó sobre su cuerpo, Death Mask se reunió con el resto. Bajó el rostro, incapaz de encararles. Nunca como aquel día se había sentido tan derrotado. Para cuando llegaron a Leo, el italiano aún no conseguía dominarse. Estaba francamente aterrado. Death Mask observó con gesto ausente las escenas que se representaron en  cada uno de los templos siguientes, presenció cada una de ellas sin ser más que un espectador, sin participar de ninguna manera, era como si de pronto, hubiera dejado de existir a ojos de los hombres a los que acompañaba. Aquello se le antojaba, irreal.

 

Fue en ese estado letárgico que arribo junto con el resto a Escorpión. Contempló al orgulloso heleno rodilla a tierra en la entrada de su templo. no le sorprendió aquella apatía del escorpión, aunque si se sorprendió de que aún en esas circunstancias, el griego se atreviera a mostrar aquella coraza de indiferencia.

--- Que las bendiciones de la sagrada Atenea desciendan sobre ti.

--- Y sobre el que es su voz en la tierra.

--- Milo de Escorpión, aventajado entre los hombres,  custodio del octavo templo, tú que en la diestra portas la justicia del escorpión, viste el sagrado ropaje y sígueme, Atenea, la sabía, la de los ojos brillantes, te llama para ser juzgado ante el concilio de tus iguales.

--- Escucho y obedezco. --- dijo estrellando con apatía su puño derecho en mitad de su pecho.

 

El griego se puso de pie, cediéndole el paso al patriarca y a sus compañeros. Sus ojos no se detuvieron en ninguno de ellos, ni siquiera en Cáncer. Los abandonó en mitad de los que hasta ese día fueran sus dominios y penetró en sus estancias privadas para tomar el baño ritual. Poco después se les unió, aún faltaba por visitar cuatro templos.

 

Tres horas más tarde, cuando el ocaso teñía de rojo todo alrededor, Afrodita de Piscis los vio venir. ¡Cómo odiaba el protocolo! Con disgusto y escasa convicción, se postró ante el patriarca, aunque en ningún momento bajó la mirada. Parecía retar a Shion, aún en esas circunstancias.

--- Que las bendiciones de la diosa desciendan sobre ti.

--- Y sobre el que es su voz en la tierra.

--- Afrodita de Piscis, el más hermoso de cuantos tienen la dicha de servir a la Areia, custodio del decimosegundo templo, tú que eres el último bastión del patriarca, viste el sagrado ropaje y sígueme, Atenea, la hija de Zeus que lleva la égida, te llama para ser juzgado ante el concilio de tus iguales.

--- Escucho y obedezco. --- dijo el sueco con disgusto. Enseguida se puso de pie ya a regañadientes, le cedió el paso al resto de los dorados.

 

Finalmente se les vio salir, los trece hombres avanzaban en un silencio absoluto, sólo se escuchaba el rumor de sus pasos, de los bruñidos cloths mientras el viento agitaba a lo lejos las hojas de los árboles arrancándoles suaves murmullos.

 

Había llegado el momento que Afrodita hubiera deseado omitir desde que se enterara de aquello. El hermoso santo de Piscis se adelantó y se plantó ante el espléndido jardín que era su obra.

 

Maldito protocolo...  pensó mientras abría los brazos. Su cosmos se encendió en un instante, y, con un sólo  movimiento de sus manos, las rosas se desvanecieron en un estallido de rojos pétalos. Se quedó ahí, con los puños y las mandíbulas apretadas. Bojó los brazos, también el rostro para no mostrar a nadie que aquello significaba para él una derrota. Los otros pasaron a su lado sin mirarlo, sólo Milo, su amante, le miró, el griego rozó su mano con la suya al pasar a su lado, en un mudo gesto de amor y solidaridad. Él sabía todo lo que encerraba ese jardín...

 

El patriarca les guió hasta ese salón que algunos de ellos sólo habían visto una vez en sus vidas. Antes de entrar, Shion puso en manos de Acuario una orlada vasija que contenía agua lustral destinada a proveerles una última purificación antes de dar inicio al concilio. El patriarca entregó a Virgo una cesta pequeña en la que se adivinaba la presencia de una daga. Milo reconoció aquel instrumento, ¡era la daga que había empleado Saga al suicidarse! Por último, el patriarca entregó a Capricornio una cratera con vino.

 

El rito estaba comenzando ya.

 

Dieron tres vueltas alrededor de aquella sala, los santos pudieron percibir el cosmos de la diosa en el interior. Shion abrió la puerta luego de dar tres toques. Uno a uno, entraron en el salón y ocuparon su lugar en aquella sala, los asientos que ocuparían los dorados estaban dispuestos en un semicírculo, frente a ellos se encontraba el sitial reservado al patriarca, a sus espaldas, se adivinaba una pequeña sala en la que la diosa se ocultaba detrás de un vaporoso cortinaje.

 

Una mesa destinada a las ofrendas se hallaba dispuesta junto al asiento del patriarca, a su lado, reposaban los elementos de que se servirían para ofrendar a la diosa.

 

Antes de las ofrendas, Acuario se encargó de proveer al resto de agua lustral para purificar sus manos, uno a uno, los dorados lavaron sus manos. Entonces Shion ascendió los tres peldaños que le separaban del resto de los presentes y  dio comienzo al ritual invocando a la diosa.

--- ¡Oh poderosa Palas! ¡Virginal Atenea! ¡Hija de Zeus! ¡Bendita entre los dioses! --- dijo alzando los brazos. El resto se arrodilló. Con la mirada baja, podían entrever la figura de su diosa detrás de aquellas cortinas que ostentaban los símbolos de Niké y Themis, sus ojos podían ver también un atisbo de la armadura de la diosa, del poderoso escudo y de su sagrado báculo. --- ¡Atenea veneranda! ¡Protectora de Atenas, Argos, Gartina, Lindos y Larisa! ¡Atenea, la sabia, tú que mantienes el orden y haces prevalecer la justicia! ¡Tú, venerable madre, que proteges a las fratrías! --- dijo, mientras rociaba vino sobre el altar  ---- ¡Misericordiosa Atenea! Tú que con diestra mano guiaste al pélida Aquiles, guíanos también, oh poderosa, en este concilio. ¡Que la verdad y la justicia brillen ante nosotros e iluminen nuestro camino. --- dijo mientras extraía de la cesta sostenida por Virgo aquella resplandeciente daga.

 

El sumo sacerdote de la sagrada orden de Atenea procedió entonces al sacrificio de las víctimas destinadas a ser ofrendadas a la diosa.

 

Los labios de Afrodita se contrajeron en una mueca burlona, ¡no podía creer que se siguiese aquel anticuado ritual al pie de la letra!

 

Terminadas las ofrendas y libaciones,  el patriarca se giró hacía ellos, a sus espaldas, aún ardían las ofrendas hechas a la diosa.

--- ¡Compañeros y hermanos todos! --- dijo dirigiéndose a los dorados ---- Nos hemos reunido aquí, por mandato de la diosa, para escuchar a los santos que custodian los doce templos del zodiaco y dilucidar, según la justicia de la diosa, ¿qué hemos de hacer con Cáncer, Escorpión y Piscis? ¿Hemos de castigarles? ¿Hemos de censurarles? ¿O acaso, hemos de acogerles nuevamente como lo hace el padre con el hijo que vuelve tras larga ausencia, olvidando sus pecados y reteniéndole a su lado? compañeros y hermanos todos; que la poderosa Atenea de luz a nuestro entendimiento, ea, pues, manifiesten el dictado de sus consciencias, ustedes, benditos entre los hombres, antes de que la Areia imparta su justicia.--- dijo y tomó asiento.

 

Uno a uno habrían de manifestar su opinión acerca de los tres hombres que se hallaban de pie, apartados del resto, vigilados por todos.

 

Llegó el turno de Death Mask, el patriarca tuvo que urgirle a hablar, pues el italiano se mantenía en un profundo silencio.

--- Adelante, Cáncer. --- dijo el patriarca con serena amabilidad. Death Mask volteó a mirar a su derecha y observó a Milo y a Afrodita. el griego se mantenía cabizbajo, silencioso, aprestándose para cuando llegase el momento. En tanto que Afrodita se mantenía quieto, observando fijamente lo que sucedía detrás del cortinaje que ocultaba de su vista a la diosa.

--- Yo... --- dijo al fin --- ... Yo no tengo mucho que decir, se que he cometido errores, que he actuado de una forma ajena al código de la orden... pero estoy sinceramente arrepentido, y si me dan una oportunidad... quiero enmendarme.... --- dijo mirando al piso. Afrodita lo miró con disgusto. Los irises casi transparentes del sueco brillaron desdeñosos, ¡no podía creer lo que había escuchado! Verdaderamente Cáncer estaba dispuesto a todo con tal de permanecer en la orden. Lo vio retorcer entres sus manos el pergamino en el que constaban sus faltas.

 

El patriarca asintió y le dio la palabra a Leo. Milo, por su parte, permanecía absorto en sus pensamientos, sumergido en un impenetrable silencio que sólo rompió cuando el patriarca lo instó a hablar.

--- No tengo nada que decir, sólo aclarar que ya he sido juzgado y castigado por la muerte de Adriano de Saggita. --- dijo para volver enseguida a su mutismo. Afrodita lo miró complacido. no le sorprendió que acusaran nuevamente a su amante por la muerte de aquel santo de plata, recordaba a la perfección el día en que ese hombre muriera y el castigo que su griego recibiera de manos del propio Arles.

 

Finalmente le llegó su turno de hablar. Afrodita de Piscis contempló al resto con aire altivo, con los brazos cruzados sobre el amplio pecho, disgustado, atento a lo que vendría.

--- ¿Qué tienes que decir en tu favor, Piscis? --- le arengó el patriarca al persistir su silencio.

--- No tengo nada que decir, dejo mi suerte en manos de Atenea. --- sentenció con desfachatez. Para ninguno de los presentes pasó desapercibida una brusca elevación del cosmos de la diosa.

--- Compañeros y hermanote la sagrada orden de Atenea, hemos sido escuchados y hemos escuchado a nuestros hermanos, no queda más que acatar el veredicto de nuestra deidad, ¡que la Areia de su veredicto! --- todos los ojos se volvieron hacia el cortinaje que ocultaba de la vista de todos a la diosa. Pudieron notar que se ponía de pie y avanzaba un poco. El silencio se impuso.

 

El momento decisivo para los asesinos había llegado. Los opacos ojos del escorpión se posaron en la desdibujada figura de la diosa. La deidad aferró su báculo y golpeó con él tres veces su escudo, los ojos de Death Mask se desorbitaron. ¡Ella los había encontrado culpables! Su nerviosismo era inconvenible, no quiso ver más y prefirió bajar el rostro esperando lo peor. Uno de los cargos que se les imputaba a los tres había sido traición. Y al traidor sólo le esperaban dos cosas, la muerte o el destierro. La segunda de las posibilidades, sin duda, se le antojaba más terrible que la muerte.

 

Todos los ojos esperaban expectantes por lo que vendría a continuación. ¿Rojo o blanco? Se preguntaban todos y cada uno de aquellos hombres. Cáncer era, quizá, el más angustiado de todos. El cuarto custodio temblaba como una hoja al viento, temeroso de su suerte y asombrado por la calma con que los otros dos se estaban tomando las cosas. ¿Acaso el griego no pensaba intervenir? ¿Y si lo sabía todo y estaba dispuesto a abandonarle a su suerte? Miró al rubio escorpión, los apáticos ojos por primera vez mostraban cierto interés en algo, miraba fijamente a los pies de la diosa.

 

A penas ver caer el pañuelo que significaba su condena, Milo se adelantó hacía el altar, arrebató la sangrienta daga del cesto y, con decisión, cortó su muñeca, justo sobre la cicatriz que le había quedado después de verter su sangre en las armaduras de los santos de bronce.

--- ¡Imbécil! --- gritó Afrodita precipitándose en dirección a su amante. Mas, era tarde.... El griego había comenzado ya, con su propia sangre, trazó aquellos signos y dio inicio a la invocación.


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