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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo! bueno, como verán estoy reformandome XDD es por eso que les traigo un nuevo capi de esta historia, espero que lo disfruten (y que Cyberia no me mate), bien, las advertencias de rigor: todos los personajes de este fic están en OOC, porlo que les pido que si son muy apegadas al canon se abstengan de leer para evitarnos, a ambas partes, malos ratos. Este capitulo muestra violencia que podría resultar ofensiva para personas especialmente sensibles.

Sin más comentario, acá les dejo el capitulo, dudas, reclamos, amenazas de muerte, conocen mi correo XDD

El silencio reinaba en aquel salón. Todas las voces parecían haber sido acalladas por la de Milo de Escorpión, el heleno susurraba aquellas frases desconocidas por el resto sin que nadie supiera con exactitud que era lo que pretendía lograr al hacer aquello. Afrodita contemplaba con impotencia al griego. Escuchaba murmurar a su amante, recitar las frases sacramentales sin dejar de apoyarse en el altar. Lentamente las cosas comenzaban a tomar forma en su mente, él tampoco sabía con exactitud lo que se proponía, pero en ese momento supo que ya no había manera de dar marcha atrás.

 

---... Que Zeus, protector de los suplicantes, quiera mirar lleno de benevolencia a esta su gente, quienes hemos dejado atrás hogar y familia, para servir a su hija, y ahora, tras años de fatigoso servicio, ¡está nos aparta con violento afán! ¡Oh dioses de nuestra antigua raza que saben donde mora la justicia, escuchadme! Que esta ciudad, su tierra, y sus aguas límpidas, que los dioses celestes y los pesados vengadores subterráneos que habitan las tumbas, y Zeus, Salvador, en tercer lugar, acepten como suplicantes  a estos hombres que votaron servir a la diosa Atenea. --- al fin Afrodita comprendió lo que hacía, de inmediato, se dispuso a protegerlo, no permitiría que nada ocurriese a su amante estando tan desprotegido como lo estaba en esos momentos. --- ¡Qué el padre que todo lo ve ponga, en su momento, fin a nuestro  infortunio! - dijo el griego mientras derramaba una vez más su sangre sobre la sagrada ara. Todos los ojos estaban sobre ellos, no entendían lo que el escorpión hacía, no entendían lo que estaba pasando.

 

La diosa no podía creer lo que estaba sucediendo... ¡tenía que parar aquello! La diosa Atenea surgió intempestivamente de detrás del cortinaje, con el rostro deformado por la furia, enardecida, asiendo su báculo, se dirigió al patriarca.

--- ¡Shion! ¡Te ordeno que frenes esta blasfemia! --- dijo la diosa con voz estridente. --- ¡Te lo ordeno! --- gritó apuntándole con el báculo --- ¡Cumple ahora mismo la sentencia! --- dijo, furiosa --- ¡Hazlo ahora mismo! --- el patriarca la miró anonadado, sin comprender el proceder de la encarnación de Atenea.

--- Pero... señora....

---- ¡Haz lo que te ordeno! ---  rugió la diosa. Al escuchar aquello, Afrodita de Piscis adoptó una posición defensiva, intuía que en esos momentos, Milo era más vulnerable que nunca. Tendrían que pasar por encima de él para acercarse al griego. El escorpión permanecía arrodillado, musitando plegarias, con las manos apoyadas en el altar --- ¡Mátalos! ---  ordenó la diosa.

 

Las plegarias del  griego cesaron finalmente. Sólo entonces, el rubio se incorporó y miró al resto con la apatía de siempre.  Había terminado su tarea.

--- Usted sabe que ya no puede matarnos... ---- siseó el escorpión con aquella voz que era capaz de helarle la sangre a más de uno, los ojos de la diosa parecieron fulminarlo al punto que terminó de hablar. Afrodita sonrió de lado, satisfecho por lo que su amante había hecho en las narices de la diosa.

--- Shion, te he dado una orden, ¡exijo que se cumpla! ¡Mátalos! --- dijo la diosa al borde de la histeria.

 

Shion no sabía que hacer. El resto de los dorados, aún Death Mask, no comprendía, miraban la escena sin comprender, sin saber con exactitud lo que había ocurrido frente a ellos. Los furiosos ojos de la diosa emitieron un destello, podía apreciarse en ella algo que lindaba peligrosamente con la locura.  ¡Debía ponerle fin a todo aquello antes de que  fuera demasiado tarde!

-- No pueden matarnos. --- dijo Milo con convicción, Afrodita lo miró de reojo sin variar su pose defensiva, Death Mask  no comprendía lo que pasaba, pero por la actitud de la diosa, entendía que, de alguna manera, eso les favorecía. Se situó al lado de sus compañeros y esperó.--- Usted lo sabe, Santidad. Ahora no pueden matarnos. --- puntualizó el griego mirando fijamente a Shion.

--- Milo.... --- susurró el patriarca, al fin había conseguido comprender. Por su parte, Dohko de Libra al fin había conseguido recordar donde y bajo que circunstancias había escuchado pronunciar semejante fórmula.

--- ¡Es verdad! No pueden matarlos, ¡sus vidas deben ser respetadas!  ---- exclamó el oriental.

--- ¡Cierra la boca! --- gritó la diosa, los hombres que permanecían rodeándoles, la miraron confundidos, ella jamás se había expresado en esos términos. Los asesinos permanecieron impasibles. --- Ustedes, ¿qué esperan para obedecer? ¡Mátenlos! --- exclamó dirigiéndose a los dorados. Los demás santos dorados no comprendían, la sentencia había sido decretada, lo único que restaba era cumplirla, ¿y aún así Libra sostenía que sus vidas debían ser respetadas? Algunos comenzaban a irritarse al desconocer lo que ocurría Los asesinos observaron la escena, replegándose, fue en una fracción de segundo que decidieron emplear en su beneficio la confusión reinante.

--- ¡Maldición! ¡Tenemos que salir de aquí! ---- dijo Afrodita con disgusto. No le gustaba la sensación de estar atrapado.

--- Quítense las armaduras. --- declaró Milo con voz plana. Como de costumbre, le había tomado instantes trazar una estrategia apropiada para salir con bien de aquella situación.

---- ¿Para qué? --- preguntó Death Mask.

---- ¡No hay tiempo para esto, tenemos que largarnos de inmediato! --- dijo Afrodita exasperado.

---- Las armaduras los distraerán, tendremos tiempo suficiente para alejarnos y escapar. --- dijo Milo.

--- Más vale que esto resulte, o estaremos acorralados. ---- masculló el sueco, estaba furioso, deseando moler a golpes todo lo que había a su alrededor.

 

En medio de un intenso resplandor dorado, los tres asesinos se despojaron de sus armaduras. Les tomó fracciones de segundo alcanzar la puerta y salir.

--- ¡Italiano! Usa tu telequinesis para bloquear la puerta. --- dijo Milo mientras salían. --- ¿Qué esperas? --- le gritó bloqueando la puerta con su cuerpo.

--- Pero yo...

--- ¡Si pudiste reventar un reactor, podrás bloquear una puerta! --- gritó Afrodita.

 

Death Mask tuvo que hacer un enorme esfuerzo por dominarse lo suficiente como para hacer lo que el griego había indicado.

--- No va a durar mucho. --- dijo mientras bloqueaba la puerta.

--- No esperaba que durara para siempre, sólo lo suficiente para que podamos salir de aquí, todo lo que necesitamos es un poco de tiempo, pronto tendremos a toda la orden sobre nosotros. --- dijo el griego.

--- ¡Entonces dejen de hablar y larguémonos! --- sentenció Afrodita.

 

Echaron a correr, la furia de Afrodita era inmensa, hubiera querido quedarse y pelear, sin embargo, reconocía que era una reverenda estupidez pelear los tres solos contra diez dorados y una diosa. Milo se mantenía lo suficientemente sereno y alerta como para detectar a cualquiera de sus compañeros, pronto saldrían a cazarlos, la diosa no iba a permitirles abandonar el santuario tan fácilmente.

 

Death Mask corría siguiendo a sus compañeros, sin saber a ciencia cierta lo que le deparaba el camino, prefería ocuparse únicamente de mantener el bloqueo. No quería tomar conciencia de lo que estaba sucediendo a su alrededor. No se sentía muy convencido de que escapar de esa manera fuera la mejor opción, no entendía muy bien lo que el griego había hecho. Sólo entendía que, para bien o para mal, estaba completamente fuera de la orden. Comenzó a sentirse a disgusto, ¡Milo había dicho que haría lo necesario para que no lo expulsaran de la orden!

 

Al interior del salón en que se efectuara el juicio, reinaba la confusión y la diosa había estallado en colérico arrebato.

---- ¡Partida de inútiles! ¿Y se dicen santos de oro? ¡No son capaces de acatar una orden! --- gritó con furia --- ¡Soy su diosa! ¡Se supone que deben servirme! Ahora entiendo el por qué de tantas bajas, ¡sí ustedes no pueden siquiera ejecutar una simple orden! --- les gritó alzando el báculo --- ¡Apártense! Si quiero que se cumplan mis órdenes habré de hacerlo yo misma. --- dijo  avanzando hacia la entrada, usando su báculo para abrirse paso entre los hombres que  la rodeaban sin poder salir de su aturdimiento.

 

Los guerreros simplemente la miraron sin saber que hacer. Dohko de Libra salió a su encuentro, con gesto decidido, le habló.

--- Señora, sería aconsejable que....

--- ¡Te dije que cerraras la boca! --- gritó ella hundiendo su báculo en el cuerpo del oriental. La obscura sangre del chino manchó sus manos y su armadura. Lo miró caer con gesto confundido, como si no creyera que aquello estuviera sucediendo. El chino se llevó las manos al pecho, sin atinar a hacer nada más.

 

Libra cayó al suelo como en cámara lenta, de sus labios brotó sangre. Los demás permanecieron ahí, mirándolo, sin detener su caída, sin intervenir. Sólo el patriarca se arrodilló a su lado. Shion, solicito se acercó a él, le tomó en brazos y le habló.

--- ¡Dohko! --- el custodio de Libra no pudo responder, simplemente parpadeó un par de veces antes de ser vencido por la muerte. Los ojos del oriental quedaron fijos, llenos de esas emociones que jamás alcanzó a mostrar, a transmitir al hombre que tanto había amado a lo largo de los años.. Los ojos del patriarca no se apartaban del rostro del hombre que había amado casi toda su vida, asqueado de todo, maldiciendo su suerte y a sí mismo. Mientras tanto, el resto sólo miraba.

 

Saga de Géminis apartó el rostro como queriendo librarse de la sensación de culpa que le atenazó el pecho al ver caer a uno de los pocos hombres a los que había llegado a respetar.

 

Atenea estaba de espaldas, ocupada en derribar la puerta.

--- Espero que a todos les haya quedado claro... --- dijo sin mirarlos --- Ahora, ¡derriben esa puerta y vayan por ellos! --- gritó mientras la sangre tibia de Libra goteaba de su báculo hasta derramarse en el piso inmaculadamente blanco.

 

Shion permanecía arrodillado, abrazando el cuerpo yerto del que fuera su compañero y amante. Con la barbilla clavada en el pecho escuchó los acelerados pasos de los santos dorados al abandonar el salón. Bajo la máscara, el patriarca se había olvidado de todo asomo de cordura. Copiosas lágrimas descendían por su rostro, llegando al extremo de humedecer su túnica. Lentamente, una mancha sanguinolenta fue formándose en el borde superior de su vestimenta. El patriarca había tenido que morderse los labios para no dejar escapar ni una sola expresión de dolor.

--- Shion. --- le llamó la diosa --- ¡Shion! --- insistió al no obtener respuesta, la encarnación de Atenea se giró y lo halló arrodillado, abrazando el tibio cuerpo de Libra --- Shion, antiguo santo de Aries, gran patriarca de la sagrada orden de Atenea, levántate, tu diosa te llama. --- dijo ella, lentamente, cómo si le representara un gran esfuerzo, Shion se desprendió del cuerpo del ser al que más había amado en toda su vida, se despojó del manto que portaba y con él cubrió el cuerpo de quien hubiera sido, además, su mejor amigo. --- Shion, no me hagas esperar más. --- dijo la diosa. Shion, en un gesto disimulado, empapó sus dedos con la sangre de Dohko.

--- Ya voy, señora. --- le respondió a la diosa, mientras sus dedos ensangrentados cruzaban su pecho, marcando con sangre el ropaje sagrado. La diosa le miró fijamente, con reproche, con cierta repulsión campeando en esos ojos fríos. Por un momento se sintió tentada a darle muerte ahí mismo, a terminar de una vez por todas con ese hombre que lejos de ayudarla le obstaculizaba. Pero pensó que era mejor mantenerle con vida, después de todo, alguien debía de cumplir con el papel de ser un símbolo al interior de la orden, no quería más mártires, con Libra era suficiente.

--- Libra no tendrá un funeral de estado, ya sabes lo que se hace con los traidores. --- dijo ella con verdadera crueldad, a sabiendas de lo que sus palabras causarían en su servidor. Shion bajó la cabeza, detrás de la máscara, su rostro se distorsionaba presa de la desesperación, del dolor, de la auténtica furia que no hallaba cause alguno, ni canal para ser desahogada.

--- Entiendo, señora. --- dijo el sacerdote con las mandíbulas crispadas.

 

La vio abandonar el recinto sin decir más, aún tenía la respiración agitada y se le veía notablemente nerviosa. Pero, él tenía mucho que hacer todavía, estaba seguro de que sus ocupaciones no habían hecho más que empezar. Todo a su alrededor le indicaba que el caos, lejos de menguar, habría de ir in crescendo. Tenía sus propios planes, mismos que se apresuraría a cumplir antes de ser descubierto. Era el momento de tomar la única opción que se le ofrecía.

 

"Este día habrá de quedar en la memoria de dioses y hombres"  pensó mientras se dirigía a sus aposentos, llevándose el cuerpo de su amado Dohko consigo. Le llevaría al único sitio donde nadie se atrevería a buscarle, el único sitio digno de ser la última morada de un hombre semejante.

 

En tanto, los asesinos habían logrado alcanzar el cementerio. Corrían tan rápido como se los permitían sus piernas. Cruzaron entre las tumbas, atrás habían dejado a algunos santos de plata y bronce. Estaban seguros de que no habría más obstáculos al frente; el paso por el que abandonarían el santuario era particularmente inhóspito. Sólo alguien muy hábil o muy desesperado se arriesgaría a cruzarlo.

 

Repentinamente, Death Mask frenó su carrera. Afrodita y Milo volvieron sobre sus pasos para encararlo.

--- ¿Qué pretendes? ¡Tenemos que irnos! --- le gritó Milo francamente exasperado.

--- ¡No voy a irme sin Misty! --- gruño el italiano. Piscis le miró casi con burla.

--- ¡Imbécil! Él debe conocerte mejor de lo que crees, porque, por sí no lo has notado, es más listo que tú y ya abandonó el santuario. --- dijo Afrodita con gesto furioso mientras le sujetaba violentamente del cuello --- Con que, empieza a correr pedazo de idiota. --- dijo apartándolo de sí con gesto asqueado.

--- Están demasiado cerca ya... ---- dijo el griego sabiendo que las cosas comenzarían a tornarse todavía más duras a partir de ese momento.

--- ¡Maldita sea! --- rugió Afrodita contrariado. No iba a dejarse matar, no esta vez. Esta vez tenía planeado vender muy cara la derrota. Estaba furioso, y quien fuera que se atreviera a ponerse en su camino sería eliminado sin titubear.

 

Más pronto de lo que hubieran querido les dieron alcance, Géminis, Acuario y Capricornio iban a la cabeza, ellos serían sus primeros oponentes. Los asesinos supieron de inmediato que no tenían otra opción más que pelear. Iban a pelear por sus vidas con esos hombres que, por una u otra razón, a lo largo de sus vidas habían sido un obstáculo para ellos, a la par que ellos lo habían sido para ellos. Esta vez, sería diferente, este no iba a ser como habían sido otros enfrentamientos, esta vez, nada ni nadie frenaría a los involucrados. Iban a pelear a muerte. Era la oportunidad perfecta de terminar con las viejas rencillas de la única manera en que les había estado vetada hasta entonces. Todos los presentes estaban convencidos de que, al menos, uno de ellos caería esa noche.

 

Las nubes se habían despejado, la luna había tomado el color de Ares y parecía anticiparse a lo que sería una verdadera lucha a muerte. Los asesinos se giraron para quedar frente a frente con sus perseguidores, les esperaron a pie firme, sabiéndose en desventaja, pero no por ello atemorizados.

 

Una sonrisa triunfal curvó los labios del santo de Capricornio al caer en cuenta de que en esta ocasión, tenía la ventaja de su lado, las cosas se presentaban de tal modo que tenia en sus manos la oportunidad perfecta para disponer de la vida de Milo, ¡era libre de matarlo, aún mejor, la propia diosa se lo había ordenado! No habría preguntas, no habría límites... gustoso cumpliría las órdenes de su diosa, gustoso derramaría la sangre de ese ser que catalogaba por debajo de lo humano.

 

Capricornio corrió tan rápido como pudo, sí por algo eran conocidos esos tres, además de su oficio, era por su velocidad. Tenía que alcanzarlos antes de que los demás lo hicieran.  ¡Tenía que acabarlo! No habría piedad...

 

Sin aviso alguno, los atacó; primero a Cáncer, luego a Afrodita, buscando aislar al griego de sus compañeros. Sin embargo, no resultó. Milo le evadió, pareció adivinar el movimiento, y se escabulló lejos de él para dirigirse a enfrentar a Saga. El mayor de  los gemelos le vio venir a tiempo, lo suficiente como para frenar el golpe que el rubio descargó sobre él con toda la furia que era capaz de mostrar el apático asesino.

 

Las clarísimas pupilas de Piscis se posaron en los tres hombres que les habían estado persiguiendo. Para Afrodita, aquella pelea cobró un nuevo significado cuando vio que entre los que les habían dado alcance se encontraba Camus de Acuario. Pronto lo tuvo frente a sí, y entonces, decidió aprovechar ese último golpe de suerte que parecía regalarle la fortuna. Estaba decidido a terminar con la vieja rencilla de la única manera que le parecía posible, sólo uno de ellos quedaría en pie, y estaba decidido a ser él quien sobreviviera, ese infeliz no volvería a siquiera posar sus ojos en el hombre que había reclamado para sí.

 

Los asesinos, sin duda, echaron de menos a sus armaduras, pues la batalla era desigual estando ellos desprotegidos. Pero, al menos para los rubios, aquello no significaba un reto insalvable. Ambos peleaban con furia, estrellando sus puños en los cuerpos de sus adversarios. Por su parte, Death Mask se limitaba a frenar lo mejor que podía los ataques de Shura, no quería pelear, no quería nada más que recobrar todo aquello que sentía perdido. El español estaba furioso, perdía la paciencia a cada segundo. Todo lo que había en su horizonte era no perder la oportunidad de deshacerse por su propia mano de ese estúpido griego.

--- ¡Infeliz! --- gritó, tenia que deshacerse pronto de ese estorbo, Cáncer no era su objetivo, ¡quería ir por el griego ya! Su paciencia estaba al límite, tenía que actuar con rapidez sí es que quería cumplir sus deseos a la par que los de la diosa. No lo pensó demasiado, simplemente actuó dejándose llevar por el momento, hizo lo que le dictó el instinto, con maestría comenzó a atacar a Death Mask usando a excalibur, el italiano no hacía más que seguir evadiéndolo y retroceder sin decidirse a atacarlo.

 

Uno de los ataques de Shura dio en el blanco... Death Mask miró con horror como sus vísceras salían de su cavidad abdominal. Con los ojos desmesuradamente abiertos y manos temblorosas, lleno de desesperación, se esforzaba por devolverlas a su sitio con la respiración agitada. La angustia en su rostro y en su actuar, eran evidentes. Nada existía para él en esos momentos, fuera de sí mismo.

--- ¡Italiano! --- gritó Milo intentando hacerle reaccionar, sin embargo, no fue escuchado. Ante aquello, se decidió y atacó uno de los escasos puntos desprotegidos del cuerpo de Saga, el gemelo jamás se esperó aquel movimiento y recibió de lleno una patada en el rostro. Sin esperar ni un segundo, el escorpión se precipitó hacia Death Mask, en un acto desesperado, le empujó, tenía que quitarlo del camino, Shura se disponía a darle el golpe final.

 

Todos los presentes pudieron escuchar el gutural sonido que desgarró el silencio de la noche. Por un instante, todos los presentes se quedaron quietos, aún Afrodita  tuvo que frenar su combate con Acuario al escuchar aquello. Afrodita giró el rostro, esperando encontrar la causa de aquello. Se encontró con Death Mask  tumbado en el suelo, aterrado, desesperado, sujetando con todas sus fuerzas su abdomen, con las manos manchadas con su propia sangre. De inmediato supo que no había sido él quien profiriera aquel lúgubre sonido. Sus casi transparentes pupilas se posaron entonces en su amante, el heleno se abrazaba a sí mismo de una manera extraña, estaba sangrando, pero no podía saber de dónde  provenía la hemorragia.  Los ojos del escorpión brillaron tan sólo un instante. Aún Afrodita se sorprendió al hallar en ellos semejante furia. Su amante nunca mostraba sus emociones... nunca antes lo había visto así.

 

Todos los ojos parecieron converger en la maciza figura del, hasta entonces, santo de Escorpión. De la garganta del griego manó un grito terrible, mezcla de dolor y furia, que hacía pensar en el grito de guerra de algún pueblo primitivo. Maldijo en su lengua nativa mientras se abrazaba a sí mismo con fuerza, sin perder ese gesto inexpresivo que era su sello distintivo.

 

Empleando esa velocidad por la que era bien conocido, se acercó a un confundido Shura. El español estaba seguro que después de ese ataque, quien fuera que no hubiera recibido, no podría volver a ponerse de pie. Aún así, notó que el griego se acercaba a una velocidad impresionante. Usando las piernas, el heleno se dedico a atacarle, lo obligó a retroceder al atacarle en los escasos puntos que la armadura no protegía. Una y otra, y otra vez, le golpeó con furia. Lleno de cólera, lleno de coraje, Milo siguió atacando, acosando al español, actuando como un demonio furioso presto a acabar con cuanto había frente a sí,

 

Afrodita se acercó al notar que las ropas de su amante comenzaban a teñirse de sangre. Se acercó lentamente, situándose dentro del campo visual del griego de modo que  éste pudiera verle y no le atacara por equivocación. Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, había visto a Milo perder el control más allá de lo que él mismo se permitía.

 

Al sentirlo cerca, Milo se replegó un poco, agazapándose, estaba cansado y la pérdida de sangre le había debilitado más de lo que estaba dispuesto a admitir. Sus apáticos ojos azules se clavaban insistentemente en los de Shura, a manera de callado reproche, a manera de velada amenaza que todos sabían, tarde o temprano habría de cumplir. Acuario reprimió un grito cuando le vio en ese estado, por un segundo tuvo miedo de que hubiera ocurrido lo peor, Milo sangraba demasiado y aún Shura lucía confundido ante lo que sucedía. Saga parecía ser el más sereno de todos. Estaba consciente de que tenían que parar aquello antes de que alguien resultara muerto. Estaba seguro de que los asesinos no iban a dejarse atrapar con vida, era mejor intentar negociar.

 

Afrodita no perdía de vista a su amante, los ojos del heleno brillaron de una manera única. Parecía como si un inusual furor se apoderara de él. El odio en su estado más puro fue lo que encontró en los opacos ojos del escorpión. El rictus de dolor en el perfecto rostro de Milo era evidente., se estaba mordiendo los labios hasta el punto de hacerlos sangrar. Todos los ojos estaban en él, aún los de Death Mask que, tumbado en el suelo, intentaba ponerse de pie con escaso éxito.

 

- ¡Milo! - gritó Camus con ese marcado acento francés que le caracterizaba. Las facciones de Afrodita se retorcieron con disgusto, pero sin dejar de mirar a su amante en aquella extraña actitud.  El cosmos de Milo ardía en todo su esplendor, comprendió que su amante intentaba conjurar esa toxina que le había visto usar semanas atrás.  Comprendió que no podría hacerlo, estaba demasiado débil a causa de la hemorragia.

 

Los breves instantes de duda de Afrodita fueron bien empleados por Acuario. No tuvo tiempo de evitar el ataque del francés, el polvo de diamante lanzado por éste, le dio de lleno en el brazo derecho, congelándoselo casi por completo. No importó demasiado, porque al fin lo había entendido. En su intento por sacar del camino a Death Mask, había sido Milo quien recibiera el ataque de Capricornio.

 

Los ojos de los amantes se encontraron.  Aquello significó el entendimiento inmediato entre ellos. Milo permaneció apoyado contra la columna, debilitado, bajó la cabeza ligeramente como dándole su consentimiento a su amante para lo que fuera que la desquiciada inventiva de su compañero de vida quisiera iniciar.  Había perdido demasiada sangre, se sentía inútil, sin poder siquiera hacer algo por apoyarle, era mejor no estorbar.

 

Death Mask no se enteraba de nada, había renunciado a ponerse de pie y luchaba por mantener sus intestinos en su sitio.

 

El gesto en el bellísimo rostro de Afrodita de Piscis reflejaba odio, coraje, decisión, sed de venganza, todo al mismo tiempo, ese hombre incontenible había sido atacado en la forma en que nadie debía atreverse a hacerlo. Cierto, podía morir por Milo, pero también podía matar por él. Haría lo que tuviera que hacer por ese hombre, sin límites, sin medidas, de la misma manera en que lo amaba.

--- ¡Maldito seas, Capricornio! --- gritó mientras corría hecho una furia en dirección al español. Acuario le salió al paso, dispuesto a no dejarle ir tan fácilmente, quería terminar con esa pelea.

--- ¡Tú y yo aún no hemos terminado, Piscis! - gritó el francés cerrándole el paso. No hubo respuesta alguna. Afrodita de Piscis era un hombre que jamás dejaba ir a una presa. El sueco no iba a apartarse de su objetivo, no lo haría jamás. Miró fijamente a Camus, el gesto se le endureció y de sus manos comenzaron a brotar docenas de rosas blancas que, prestas, se dispusieron a eliminar el obstáculo en su camino. No en vano el bellísimo rubio era considerado tan mortal como hermoso era. Sorprendentemente, Acuario se vio inutilizado con un solo ataque. Camus cayó pesadamente, cada centímetro de su cuerpo que la armadura no protegía se veía plagado con rosas. El francés se revolvía en el suelo intentando en vano quitárselas de encima, pero aquellas flores, fieles a su amo, nunca se retirarían a menos que éste se los ordenase... y él no lo  haría hasta no cumplir su objetivo.

 

El sueco se desvaneció en el rocío de sus rosas. Capricornio no lo vio venir ni pudo sentir su cosmos, ni siquiera tuvo tiempo de levantar la guardia para no ser golpeado en pleno rostro. Piscis le dejó muy claras sus intenciones desde el comienzo. Quería matarlo. Cada uno de los golpes del rubio iban destinados a causar el mayor daño posible, a destruir cada espacio de su ser... no quería dejar nada tras de sí, nada más que destrucción y muerte.

 

Shura se vio copado, no sabía como actuar, al parecer, el sueco lo había estudiado con anterioridad. En los casi incoloros ojos de Afrodita brillaba una llama de furia, de desprecio por la vida humana que Shura jamás esperó ver en un semejante, Afrodita era la quintaesencia del salvajismo y la ferocidad en esos instantes, más que un humano, más que un asesino, el sueco parecía un demonio ardiendo en deseos por derramar su sangre. Ciertamente el hermoso santo de los Peces estaba furioso, sin embargo, eso, lejos de menguar sus capacidades, parecía potenciarlas, parecía hacerlo más fuerte, más peligroso, más rápido, más letal... Parecía adivinar cada uno de sus movimientos, parecía saber exactamente lo que haría, aún antes que él mismo.

---- ¡Voy a acabarte! --- gritó, preparándose para atacar de nuevo --- ¡Nadie lo toca, nadie, excepto yo! --- rugió con furia desbordada.

 

Nunca antes Shura se había sentido tan feliz de llevar puesta su armadura. A pesar de que Afrodita peleaba desprotegido, las cosas no eran precisamente fáciles para el español. Las rosas de Afrodita ya habían probado su carne y su sangre. El asesino era hábil, había atacado estratégicamente los escasos puntos en los que la armadura de Shura era vulnerable, aprovechaba los intentos de Capricornio de lanzar ataques con excálibur, y había conseguido herirle en las axilas, tenía toda la intención de llegar a su corazón o desangrarlo en el proceso.

 

Géminis había conseguido reponerse y había ordenado sus ideas, estaba de pie y se acercaba cautelosamente a ellos. Aunque no fue lo suficientemente discreto como para que  Afrodita no lo notase. El furioso rubio no pedía ni daba tregua, ¡quería terminarlo de verdad!

--- ¡Piscis! --- gritó Saga intentando llamar su atención, el tono empleado por el mayor de los gemelos le hizo recordar a Arles y enardeció aún más su exacerbada furia. El sueco fingió no escucharle mientras frenaba a mano limpia la excálibur de Shura.

 

Saga no se apartó. Tenía que detenerlos, no podía permitir que se mataran entre ellos, pero ninguno de los dos estaba interesado en parar.

 

Con un movimiento tan veloz como sorpresivo, Afrodita desvió con estudiada precisión un nuevo ataque de Shura, la diestra del español desvió su curso hasta estrellarse contra Géminis, le cortó peligrosamente cerca de la aorta, atorándose en la clavícula del gemelo. El geminiano cayó de rodillas, asombrado y sangrante. ¡Jamás lo hubiera esperado!

 

Capricornio no fue capaz de reaccionar, sintió ese golpe en la base del cráneo. El sueco le atacaba con brutalidad, no era capaz de defenderse correctamente, y por un momento pensó que estaba a un paso de ser asesinado por Afrodita. Fue entonces que supo que Piscis no se  detendría que la batalla entre ellos sólo se daría por terminada con la muerte de uno de los dos. Afrodita era una auténtica fiera, sedienta de sangre y de venganza, deseosa de verle morir.

 

Afrodita no era tan torpe como para no reconocer que estaba en desventaja y que la pelea no podía durar demasiado. Lo había hecho bien, pero su resistencia no sería eterna, tenía que apresurarse, matar a cuantos pudiera antes que el resto se percatara de su ubicación. El resto de los dorados ya se encontraba muy cerca. Quería acabar a Shura, quería salvar a su amante, a él mismo, aún a Death Mask, pero con todos ellos cerca, no podría hacerlo todo. Tenía que elegir. Era consciente de que no podría hacer ambas cosas.

 

"Maldita sea..." pensó mientras retrocedía luego de golpear con inusitada fuerza el rostro del español. El brazo que Acuario le había congelado dolía como el infierno y servía de muy poco.  Se sabía acorralado, sus compañeros estaban fuera de combate, y, aunque había ganado tiempo inutilizando a Acuario y a Géminis, no había manera de que él sólo, sin su armadura y tan disminuido como estaba, fuera rival para seis santos de oro.

 

Estaban acercándose cada vez más... no iban a resistir... no había muchas opciones. Sorprendido, Shura de Capricornio contempló al sueco retroceder hasta quedar a unos pasos de sus compañeros asesinos. Milo lucía aún más pálido que Afrodita, a punto de desfallecer debido a la pérdida de sangre, Death Mask no podía ni siquiera ponerse en pie. Shura pensó que esos hombres iban a necesitar de un auténtico milagro para librarse de esa situación. Sonrió satisfecho, esos tres estaban más que acabados. Cuando los demás llegaran, no tendrían más opción que entregarse o morir.

 

Afrodita resoplaba furioso. Milo no lo miraba, estaba demasiado ocupado manteniéndose de pie.  Con los puños crispados, el sueco se dispuso a hacer lo único que quedaba para salvarlos a ellos y a sí mismo. Elevó al máximo su cosmos, el aroma a rosas ase expandió por los alrededores, muy pronto se liberaron una enorme cantidad de rosas, negras, blancas, rojas, surcaron los aires formando una espesa cortina que les serviría de cubierta para escapar. De sus manos manchadas de sangre no paraban de manar sus temibles rosas, al tiempo que los efluvios de su mortal perfume se extendían por las cercanías, llegando incluso, a los limites del pueblo.

 

Intempestivamente Shura alzó el rostro, pudo contemplar como esa tupida nube de flores se alzaba contra él. No hubo tiempo para nada. El español prácticamente aulló de dolor al sentir el agudo dolor que le producía una de esas flores al encajarse en su ojo derecho.

--- ¡Malditos bastardos! --- rugió hacía la nada. Supo que ya no quedaba nada por hacer, no podrían evitar que los asesinos escaparan a su castigo.

 

A unos metros de aquel paraje se encontraban ya el resto de los dorados. Superaron la distancia que les separaba de los combatientes sólo para ver aquella marabunta de rosas. Aries no atinó sino a protegerse usando su cristal wall; a su lado, Tauro sencillamente se protegió usando sus enormes  brazos. Pero las rosas no paraban, revoloteaban alrededor de unos sorprendidos santos de oro que no encontraban la manera de hacerlas parar, de alejarlas de sus cuerpos, de sus rostros, que eran lastimados una y otra vez por las espinas de esas rosas tan sedientas de sangre como su creador.

 

Con un veloz movimiento, Shaka de Virgo  consiguió aprisionar en su mano una de aquellas flores. La rosa, tan roja como la sangre fresca, se revolvió en su mano cómo lo haría un animalillo salvaje, obligándolo a soltarla al ser pinchado en un dedo con sus afiladas espinas. Contempló en silencio la solitaria gota de sangre que brotó de la diminuta herida en su palma.

 

"Dioses... esto, sin duda, es peor de lo que imaginé", pensó la encarnación de Buda, en tanto, las rosas, aún furiosas, remitían lentamente, dispersándose paulatinamente, dejándoles sin pistas de los asesinos. Shaka avanzó hacia donde se encontraban sus compañeros. Contempló a Saga arrodillado, sus manos cubiertas de heridas, con algunas rosas clavadas en ellas, su armadura manchada de sangre que en principio creyó ajena, A Camus, intentando librarse por fin de las sanguinolentas flores que cubrían su rostro.

 

Cuando las rosas se dispersaron finalmente, Aioros de Sagitario pudo ver con impotencia a su hermano caer de bruces, le pareció que, aunque sonara irracional, aquellas flores se estaban ensañando con él. Mientras se acercaba, el custodio de Leo comenzó a toser, Aioros pudo ver el confundido rostro de su hermano al percatarse de que sus manos estaban salpicadas de sangre.

--- ¡Aioria! --- gritó al verlo caer desmayado. Corrió a socorrerlo, sin importar nada más. Cuando llegó a su lado, notó que Aioria estaba lívido. El desesperado ataque de Afrodita había causado terribles estragos en las filas de los dorados.

 

No muy lejos de donde Sagitario tomaba a su hermano en brazos y echaba a correr hacia los doce templos, Shura se ponía de pie precariamente. Estaba furioso, no entendía como era posible que todos sus compañeros hubieran resultado ser tan torpes, aún Saga, quien intentaba ponerse de pie con ayuda de Aries.

--- ¡Imbéciles! ¿Qué esperan para ir tras ellos? --- dijo a los gritos al incorporarse, su aspecto era terrible, intentó andar, mas el veneno de las rosas ya estaba en su sistema y le impedía moverse con soltura.

--- Déjalo ya, Shura, no vamos a alcanzarlos, así como estaban, lo más seguro es que hayan ido a parar de cabeza al barranco. --- dijo Camus débilmente. El santo de la urna se ocupaba de sacar una a una las rosas que seguían empeñadas en devorarle. Se sentía demasiado débil. --- Ya deben estar lejos, si es que siguen vivos. Además, Saga necesita que lo vea un médico.

--- ¡Infeliz! ¿Dónde quedó tu honor de santo de Atenea? --- exclamó el español con gesto furioso.

--- Mi honor ha ido a parar al mismo lugar que  tu cordura, por lo que puedo ver. ¿Tan pronto has olvidado lo que pasó aquí? ¡Estuvo a un paso de matarnos! Aprecio demasiado mi vida como para volver a enfrentar a esa fiera. --- dijo el francés dándole la espalda. Para Camus había sido  una fortuna que el resto llegara, ¡los dioses sabrían que tantos trucos escondía todavía Afrodita! estando tan desesperados como estaban, los asesinos  eran todavía más peligrosos que antes. Mientras que los santos al servicio de la diosa peleaban porque así se les ordenaba, los asesinos iban a luchar por lo único que les quedaba, sus vidas.


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