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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo!! bueno, me retrasé otra vez... jejeje pero aqui esta el capi, una disculpa a Shakabudina y Torres, esta pagina jija del diablo no me dejo responderles como es debido, les respondi el review, pero no aparece la respuesta X__X, bueno pues sin más, las advertencias de rigor: todos los personajes se encuentran en un completo y descarado OOC, así que si eres muy aficionada al canon, abstente, no pasemos malos ratos. Otras advertencias, violencia física y verbal, conductas inapropiadas.

El cielo gris y nublado parecía reflejar su estado de ánimo. Exhaló lentamente un sonoro suspiro plagado de cansancio y se estiró perezosamente. A su lado, Misty dormía plácidamente. Le pareció increíble  todo lo que había acontecido en su vida en el transcurso de unos meses. Giró el rostro y sus ojos vagaron por el paisaje bucólico que le ofrecía el exterior. El tren pronto llegaría a su destino. El paisaje de la campiña siciliana se extendía frente a él como la amenaza palpable de la soledad, enorme, inmensurable, ininteligible. Pese a la simpleza de todo a su alrededor, cada objeto, cada ser viviente le parecía intimidante.

 

Se volvió en dirección al joven rubio que dormía a su lado. El perfecto rostro de veinte años de Misty le arrobó. Contemplar los dorados cabellos del hombre que le acompañaba le hizo pensar en ese otro ser que parecía no querer abandonarlo jamás. De golpe vinieron a su mente las imágenes de ese otro hombre rubio que perpetuamente formaría parte de su mundo onírico, ya como pesadilla, ya como quimera. Recordaba a la perfección esa última conversación con Afrodita. Tal vez no era correcto llamarle conversación, pero había sido el momento más amargo que recordara haber pasado con el sueco.

 

Aún se recuperaba en un hospital tan desvencijado como su ánimo, aquel día, el sueco estaba completamente trastornado, era la furia vuelta carne. Al ver esos irises casi transparentes, creyó que Afrodita había perdido la razón. De cierta manera, así era, Afrodita estaba trastornado por el dolor, por la desesperación. Jamás, desde que lo conocía, lo había visto así, llegó a pensar que de verdad iba a matarlo. Aún le provocaba estremecimientos el recordar el enfurecido rostro del sueco, esos ojos que exhalaban furia en su estado más puro. El sólo pensar en como lo miraba, hacía que algo en su interior se desmoronara una vez más. En ese momento estaba seguro de que Afrodita había llegado a odiarle, el sueco verdaderamente había perdido todo aprecio por él. Más allá del despreció, lo que encontró en esos ojos fue un odio absoluto, animal, que sólo hallaría desfogue con su muerte. Ese sentimiento en el sueco solamente hallaría alivio con su completa aniquilación.  No comprendía muy bien porque Afrodita lo había dejado vivo, tal vez porque el retorcido sueco entendía a la perfección como era que él funcionaba. ¡Ese maldito rubio sabía a la perfección que para él vivir era el peor castigo!

 

Su pulso vaciló al rememorar los detalles de la escena vivida esa mañana en el hospital. Afrodita, hecho una furia, irrumpió en el pabellón en el que él convalecía de sus heridas. Actuaba como lo haría un loco, como una auténtica fiera siguiendo sus instintos.

- ¡Maldito seas!  ¡Mil veces maldito! - le gritó rompiendo el silencio absoluto que reinaba en el lugar. Sus manos, delicadas, pero fuertes, se cerraron en torno a sus brazos con furia, como auténticas garras. Loco de furia, ciego de dolor, el sueco se presentaba ante él completamente descompuesto -. ¡Todo esto es tu culpa! ¡Tu culpa, infeliz! - gritó mientras sus dedos se hundían en las morenas carnes del italiano. Él se había quedado callado, mirando con ojos enormes al sueco, sin poder siquiera hablar en su defensa. Afrodita sólo sabía mostrarle su profundo rencor, más bien, su profundo odio. Death Mask se quedó callado mientras gruesas lágrimas manchaban las perfectas mejillas de quien fuera el santo de los peces.

- ¡Basta! - dijo Misty e intentó separarles, el violento Afrodita se volvió hacía él como un torbellino de cabellos rubios y, furioso, le empujó lejos, con todas sus fuerzas, el francés cayó estrepitosamente al suelo, sin saber exactamente que hacer para frenar aquello, mientras, Afrodita descargaba toda su frustración en el hombre que yacía en esa cama apestando a antiséptico y con el rostro mostrando toda la perplejidad que la actitud del sueco le producía.

- ¡Sí sólo no hubieras sido tan estúpido nada de esto no hubiera pasado! ¡Tu estupidez nos ha costado muy caro a todos! ¡Eres un idiota! ¡Eres demasiado estúpido y no te importa nada más que tú mismo! ¡Debió dejarte morir! ¡Te lo merecías por ser tan estúpido! ¡Debió dejar que ese perro español te abriera en canal! ¡Merecías morirte por idiota! Hubiera sido lo mejor para ti que ese maldito acabara con tu patética existencia. Lo arriesgó todo por ti... ¡por un pedazo de basura como tú! ¡Por un hijo de puta que estaba dispuesto a traicionarlo sólo por salvar su miserable pellejo!

 

El italiano sólo observaba, azorado, el descompuesto rostro de su ex compañero de armas, las lágrimas no paraban de surcar ese rostro que durante años, había formado parte de sus sueños. Había sentido su piel arder, pero sus ojos no se apartaban de ese hombre que lo miraba con furia inaudita mientras las lágrimas bañaban su rostro. El veneno que exhalaba por cada uno de los poros de Afrodita lo intoxicaba. Esa potente toxina disfrazada con ese sutil aroma a rosas que lentamente se intensificaba, estaba  empezando a aturdirle, ni siquiera él podía resistirse tanto al veneno del sueco. Cada célula del cuerpo de Afrodita estaba empeñada en acabarlo.

 

- ¡Tú, Tú, maldito traidor! ¡Ojala te hubiera dejado morir cualquiera de esas veces que te encontró medio muerto por causa de esas porquerías que tanto te gustan! ¿Creíste que no llegaría a saberlo' ¡Qué poco me conoces!  A mí, ¡a él!  no te bastó la traición, no te bastó con acabar con lo que éramos los tres juntos, ¡tenías  que arrebatarme lo que más amo en el mundo!  - le gritó Afrodita con los ojos arrasados de llanto. Death pensó que estaba viviendo los últimos momentos de su vida.  sin embargo, cuando esperaba que el sueco descargase toda su furia sobre él, simplemente sintió una corriente de aire rozar su piel erizada por la excitación y el miedo.  Afrodita retrocedió y lo maldijo en su lengua nativa. Lo miró lleno de odio una vez más y se acercó de nuevo a la cama desde la que el italiano le miraba terriblemente confundido y apesadumbrado.

- ¡Judas! - siseó y le escupió al rostro. Death lo vio irse, con las manos sumergidas en los bolsillos del raído pantalón que vestía. Pudo sentir que la vibración de todo lo que le rodeaba bajaba de intensidad.  Afrodita se había ido.

 

No volvió a verlo después de aquello.  Ya habían transcurrido dos meses desde el incidente y  aún no tenía idea de su paradero, no tenía idea de que era lo que el sueco pensaba hacer, no tenía ni un solo indicio para saber  donde podría encontrarlo, aunque en realidad, estaba seguro de que Afrodita no quería ser encontrado, y mucho menos por él. Había visto en sus ojos el odio, el mismo odio que mostraba cada vez que alguien se acercaba demasiado a él. No podría volver a estar cerca de ese hombre sin el riesgo de ser asesinado, en lo más íntimo de su ser, sabía que ese, aun cuando fuera su más grande deseo, difícilmente se vería colmado, el sueco lo conocía bien.

 

Afrodita lo odiaba, y sólo en eso podía pensar.

 

Él tenía razón... era basura...

 

Inconscientemente se palpó el brazo, en el sitio preciso en que Afrodita había dejado plasmado como el pintor en el lienzo, las huellas de su violenta presencia. Piscis con excesivo alarde de violencia, le había arrancado la cánula del brazo, manchándose el rostro con salpicaduras de su sangre al hacerlo.  Aquello sólo le dotó de un aspecto aún más pavoroso. Aún le dolía, no sabía si porque de verdad la lesión no había sanado del todo, o más bien por un efecto psicosomático. Pero el dolor estaba ahí, recordándole a cada segundo quién era, lo que era, lo que había sido, lo que ya no tenía... el verdoso moretón que le quedaba, sin duda, era la demostración palpable de que todo aquello había sucedido, que no había sido una alucinación, que había sido tan real como lo que vivía en esos momentos.

 

Se atrevió a mirar una vez más al exterior.  Pronto el viaje llegaría a  su fin, no recordaba prácticamente nada de ese trayecto, sólo una vez lo había hecho y hacía ya muchos años de eso. Nunca se había atrevido a volver. No podía evitar sentir que el nerviosismo hacía presa de él.  Ciertamente estaba a punto de enfrentarse a algo desconocido.  No tenía manera de saber lo que le aguardaba al volver al pueblo que le viera nacer.  No había mucho que aclarar respecto a porque había decidido ir ahí. Había sido un impulso la razón, el detonador de su regreso, no la razón, ni la conveniencia.  En su mente, no había aparecido otro sitio para refugiarse ahora que las circunstancias le habían hecho abandonar el santuario. Fuera de Rozan, ese pequeño pueblo italiano era todo lo que conocía.  Tal vez era el único lugar en todo el ancho mundo al que podía ir.

 

Finalmente había cesado el traqueteo del tren, habían llegado a la estación de su destino. Estaba nervioso. Al descender por la escalinata del tren, sintió como sí jamás hubiera partido, como si jamás hubiera abandonado aquel terruño.

 

Se sintió tan desvalido como la noche en que, confundido y adormilado, lo había abandonado todo para integrarse a las filas de la orden de la diosa Atenea.

- ¿Te encuentras bien? - le preguntó Misty con voz suave al notarlo angustiado. Death Mask se dejó llevar, Misty asía su mano y le guiaba por el camino, ¡qué metafórico era ese cuadro!  Asintió  al percibir la insistente mirada de su amante sobre él. Mentía. ¿Cómo podía sentirse bien con todos los recuerdos que comenzaban a adueñarse de su cabeza?, los dos lo sabían, pero era mejor mantener la calma. Nunca iba a olvidar esa infancia que lo había marcado para siempre. Nunca.

 

Abandonaron la estación de trenes y comenzaron a andar con rumbo al pueblo, no estaba tan lejos, sin embargo, a Death Mask le parecía que se encontraba un millón de años luz de distancia. Mientras avanzaba, podía mirar la blanca torre del campanario alzándose frente a ellos. Una extraña sensación, mezcla de alivio y temor, comenzaba a formarse en su pecho.

 

Su viejo pueblo seguía prácticamente idéntico al día en que  lo había abandonado, no recordaba exactamente cuantos años hacía ya que había partido de ese lugar para enfrentar un destino para el que nunca se creyó preparado. A decir verdad, nunca había estado dentro de sus planes el regresar. En su mente siempre había creído que el día que tuviera que volver, sería porque estaba viejo y debía retirarse. Nunca se imaginó que su regreso se daría en semejantes circunstancias.

 

Conforme más se acercaba al pueblo, más se convencía de que todo seguía igual al día de su partida, a como lo veía en los diluidos recuerdos que atesoraba de esos lejanos días. Contempló con nostalgia la vieja fuente., al anciano roble alrededor del que aún jugaban los niños, y le pareció verse a sí mismo, pequeño y sucio, descalzo, desarrapado...

 

Ni su mente ni su cuerpo estaban en condiciones de soportar lo que estaba sucediendo.  Le dolía la cabeza, sus manos sudaban copiosamente y habría dado la mitad de su vida por una dosis de heroína.  Miró a todas partes y no encontró ningún rostro conocido. No alcanzaba a comprender que, dado el tiempo que había pasado, era tremendamente difícil que alguien lo reconociera. Se sintió confundido y pensó en preguntar a alguien por su madre.  Sin embargo, la forma en que los lugareños le miraban, le hizo cambiar de planes.

 

Misty caminaba a su lado, en silencio, percatándose del efecto que ese lugar producía en su amante, de la manera en que esas personas los miraban a ambos. Lo tomó de la mano en un gesto inconsciente.  Death Mask se sorprendió ante aquel acto, sin embargo, fue una sorpresa agradable.  Pese a las circunstancias, le tranquilizaba un poco el saber que había alguien que se preocupaba por él.

 

Cruzaron la pequeña plaza en medio de las murmuraciones de la gente que los miraba. En ese momento, Death Mask no supo si se debía a él o al hecho de que  Misty le sostenía la mano. El asesino dudó acerca de si debía o no detenerse un momento en la iglesia.  ¡Hacía tanto tiempo que no se acordaba del dios de sus padres!  Siguió caminando  como un autómata, recordando esa sensación  que le acompañó toda su infancia: la de sus pies descalzos sobre el suelo empedrado.

 

Le preocupaban tantas cosas... no sabía siquiera si su madre iba a reconocerlo después de tanto tiempo. ¡Ni siquiera sabía si ella aún vivía! ¿Qué iba a pasar si ella había muerto, si ella ya no estaba ahí?  Pero y ¿sí ella lo rechazaba? Ese simple pensamiento le hizo temblar. Se repitió que tal vez no tenía importancia, si tenía a Misty, eso no tenía importancia. Nunca había sido un hijo devoto. No habría podido serlo aunque quisiera, siempre había tenido que cuidar de sí mismo y preocuparse por sobrevivir, no quedaba mucho margen para convertirse en un hijo modelo.

 

Por alguna razón que no alcanzaba a entender, apresuró el paso. No había visto a su madre desde que se fuera. Quizás porque intuía que el rumbo que llevaría su vida a partir de ese momento le alejaría cada vez más de lo que habría creído sería su vida cuando abandonó el hogar materno.  Hacia demasiado tiempo que no sabía nada de ella. La última vez que supiera algo de su madre había sido muchos años atrás. Poco después de cumplir los dieciséis años, su anciano maestro le había urgido a escribirle una carta a su madre, a la que la mujer había respondido escuetamente  y sin mostrar mayor interés. Todavía era un niño cuando se separó de su lado y no estaba cierto de que ella fuera a recordarle. Tal vez lo daba por muerto.

 

Al poco rato, el hogar de su infancia se alzó en el horizonte. Todo su cuerpo se estremeció y la ansiedad comenzó a invadirlo. De pronto volvió a sentirse tan pequeño, tan ignorado como se sentía en aquellos días. La casa lucía tan desolada y gris, tan sumida en el más profundo de los abandonos, igual que en la época de su niñez. Nada había cambiado.

 

A simple vista, el lugar parecía desabitado. Rodeó la casa buscando rastros de su madre, no se le veía por ningún lado y la idea de que tal vez ya había muerto, se volvió casi tangible. Avanzó despacio por el decadente trozo de jardín que había al frente con el viento acariciando su rostro asustado.

 

Cuando casi había perdido la esperanza,  la vio emerger cual aparición de aquella casa con aires abandonados. Su madre se había convertido en una anciana encorvada que vestía por completo de negro. Contempló la nevada cabellera de la mujer mientras ella avanzaba hacia él lo más rápido que le permitían sus cansados miembros. Por un momento pensó que ella le abrazaría, que le besaría, pero al percibir aquella mirada de profundo odio, al contemplar esos ojos oscuros mirarlo con desdén, supo que había cosas que no iban a cambiar jamás...

- ¿A qué has venido? - dijo con voz cansada, con un tono que hizo a Death Mask revivir los años de infancia -. Debiste quedarte en donde sea que estabas, aquí no hay lugar para ti, ya no más. Tú renunciaste a él... tú tuviste la culpa de que  todo se terminara. - dijo ella sin detenerse -. Vete, ni tu hijo ni yo te necesitamos para nada, ¡no eres más que una basura! Vete e una vez, no quiero que Ángelo te vea. - le dijo con un profundo odio.

 

Death Mask se quedó callado. Era obvio que con los años su madre había empeorado, estaba peor que cuando la había dejado, no sabía como reaccionar, tal como no lo sabía de pequeño. Ella lo confundía con su padre...

- ¿Es que no me escuchaste? ¡He dicho que te largues! No te necesito, Rafaello. - dijo la anciana mujer sin poder contenerse.

- Madre... - balbuceó sin saber que más hacer o decir, pese a todo, no le gustaba verla en ese estado tan lamentable. Jamás se imaginó que ella terminaría así... jamás...

- ¡Largo de mi casa! ¿Es que no entiendes que me hace daño verte? - dijo ella con gesto suplicante -. ¡Prefiero verte muerto a recordar lo que nos hiciste! -le dijo -. No vuelvas por aquí, tu hijo no sabe nada y es mejor que se quede sin saberlo, ¿cómo podría explicarle que te fuiste para estar con... él? - la mujer estaba a punto de echarse a llorar, furiosa y herida como un animal. Con los ojos cristalizados, le miraba de una manera extraña, entre amorosa y dolida, hasta que sus ojos repararon en el joven rubio que presenciaba mudo toda aquella escena -. Te atreviste a traerlo... ¡te atreviste a traerlo aquí! -gritó ella perdiendo los estribos. Death Mask la miró horrorizado, sin poder siquiera hablar -. Vete de aquí, ¿por qué me haces esto? ¡Te he amado cada instante de mi vida y tú me traicionas! ¡Váyanse de aquí los dos! - gritó completamente rota. El asesino no pudo contenerse más y sujetándola por los hombros, intentó hacerla volver a la realidad.

- Madre... por favor, ¡estás equivocada! ¡No soy él, soy tu hijo, Ángelo!

- ¿Ángelo? No, no puede ser... él es un niño todavía... - balbuceó la anciana mientras apartaba la vista del rostro de ese hombre que a sus ojos era idéntico a Rafaello, su esposo -. Tú no puedes ser Ángelo...él es un niño... ¡eres Rafaello!  ¡Eres el mismo mal nacido que traicionó todo lo que había prometido! ¡Te odio! - gritó ella al tiempo que lo abofeteaba con furia.

 

Death Mask recibió el golpe sin inmutarse. Se mantuvo firme, inamovible, contemplando con esos ojos intensamente negros, el ajado rostro de la anciana que se revolvía en su agarre intentando liberarse infructuosamente. Esperaba que ella se tranquilizara, esperaba que ella terminara por reconocerlo, por decirle todo lo que siempre había querido escuchar de niño...

- Madre. - dijo con firmeza. La anciana no dejaba de intentar librarse de él, sin embargo, dada la fuerza de su hijo, aquello era materialmente imposible.

- ¡Ya basta! ¡Vete de aquí! ¿No te bastó con lo que me hiciste? ¿Tienes que traerlo aquí para que se ría de mí, para que los dos se rían de la pobre mujer estúpida que te lo dio todo? - dijo mientras las lágrimas bañaban su rostro.

- Madre, ¿por qué no me reconoces? ¡Soy Ángelo, tu hijo! - dijo Death Mask luchando por impedir que las lágrimas brotaran de sus ojos. Se sentía al borde la más profunda de las desesperaciones.

- ¿Mi hijo ¿ - dijo ella, parpadeó repetidas veces como si aquel acto tuviera la virtud de disipar la confusión. Alzó el rostro y le miró fijamente - Ángelo... - dijo, Death Mask esbozó una sonrisa que se disipó al percatarse de la forma en que ella le miraba -. Ángelo... - repitió con desprecio, la mirada en sus ojos, tan oscuros como lo eran los suyos, se tornó despectiva, cruel... -. Ángelo... - dijo con desdén. Death se estremeció al reconocer la miraba que había dominado su infancia. Ahí estaba, era esa mirada que recordaba tan bien. La de cada día, la que ella le dirigía cada vez que reconocía en sus rasgos infantiles algún matiz de los de su padre -. Algún día tenías que volver... - susurró la anciana -. ¿A qué has venido? No hay nada aquí para ti. Cuando te fuiste, creí que era para siempre.

- Madre yo...

- ¡Responde! ¿A qué has venido?

- Yo... sólo vine para saber de ti. - dijo Death sintiéndose un niño de nuevo, un niño ansioso por agradar, por recibir aunque fuera un poco de atención...

- ¡Mientes! Tú no viniste hasta acá sólo por mí. No puedes estar aquí por nada bueno. Seguramente quieres que te ayude a esconderte, ¡asesino! ¡Me avergüenzo tanto de ti! No me atrevo ni a mencionar que eres mi hijo. Abandonaste todo lo que te enseñé por seguir a esa diosa. ¡Maldita la hora en que te traje al mundo! ¡Asesino! - Death Mask la dejó libre, retrocedió, incapaz de enfrentarla, incapaz de siquiera sostenerle la mirada -. Todo el pueblo sabe lo que eres, ¡todos aquí saben de tus hazañas! Todos saben que no son pocos a los que has matado. ¡Eres todavía peor que tu padre! - una vez más la anciana mujer reparó en Misty, el francés sólo miraba, sin intervenir, sin atreverse a hacer nada más que mirar, cuando la madre de su amante lo miró, sintió que el odio de la mujer era capaz de penetrarlo, de herirlo, repentinamente ella estalló colérica - ¡Depravado! ¡Pecador! - le gritó a su hijo terriblemente furiosa -. Ni aunque quisieras podrías negar que eres su hijo, de tal palo, tal astilla...eres como él. - dijo con profundo desprecio y repulsión - No es suficiente para ti con matar, con violar las leyes de los hombres... ¡también faltas a las leyes de Dios! ¡Blasfemo! ¡Maldito seas, tu propia madre te maldice!

 

Death Mask no podía ni quería mirarla... escucharla gritar de esa manera, escucharla maldecirlo de esa manera, le hacía sentirse de nuevo pequeño, de nuevo indefenso, sujeto a los vaivenes del humor de su madre, sometido a ella más por temor que por amor. se sintió ofendido, se sintió herido en lo más profundo de su ser al reconocer la incapacidad de su madre para verle de una manera distinta, al ver que ella era incapaz de hallar algo bueno en él, de ver que era capaz de actos nobles, de actos desinteresados, ella parecía empeñada en notar sólo sus defectos, sólo las caras oscuras de su personalidad.

 

Todo su cuerpo se estremeció al sentir como los puños de su madre se estrellaban en su amplio pecho una y otra, y otra vez...

- ¡Eres todavía peor que tu padre! ¡Vete, como él lo hizo y no vuelvas jamás! - aquellas palabras en labios de su madre parecieron accionar un mecanismo en su mente que parecía haber estado dormido durante mucho tiempo, un mecanismo del que un niño como el que él había sido era incapaz de emplear, pero no un hombre, no él, no en ese momento.

- Deja de hablar de mi padre como si aún estuviera vivo... - siseó con las mandíbulas apretadas - ¡Él no se fue! ¡Él no nos abandonó! ¡Fuiste tú! ¡Tú lo mataste! Les dijiste a todos que había huido con Renzo, pero no era verdad, ¡tú lo mataste! - gritó con toda la desesperación que había acumulado tras  años de constante ocultamiento -. ¡Tú lo mataste porque creías que iba a abandonarte! - la anciana lo miró confundida.

- ¡Estás mintiendo! Yo soy incapaz de hacer algo como eso... yo... yo lo amaba más que a mi vida... ¡Él nos abandonó para irse con Renzo! Nos dejó por su culpa...a los dos, ¡se fue siguiendo a su amante!  - gritó ella con todas sus fuerzas.

- Deja de engañarte, tú lo mataste... estabas tan enferma de celos... ¡tus malditos celos fueron lo que te hizo perderlo! ¡Él te amaba, todos lo sabían, excepto tú! Nunca te engañó, sólo te amaba a ti. No confiabas en él ¡y terminaste asesinándolo! No intentes negarlo, ¡yo mismo te vi hacerlo! - gritó él perdiendo el control -. No me reproches se r un asesino, ni me digas que soy como él, ¡porque, en realidad creo que me parezco más a ti que a él! Tú y yo, ambos somos asesinos.

 

La anciana bajó los brazos, como petrificada, ni siquiera era capaz de mirarlo a la cara.  Death Mask temblaba como una hoja sintiendo que de nuevo veía a su madre, joven y hermosa, cegada por los celos, cegada por la frustración, asesinando a su padre, apuñalándolo sin que él hiciera nada por proteger su vida. lo recordaba como si hubiera sido ayer... ese hombre, al que se parecía tanto, tendido en medio de un charco de sangre, con el rostro vuelto hacía ella, mirándola mientras agonizaba, mientras se desangraba, sin entender porque ella había hecho algo semejante. Siempre se había preguntado sí él lo había visto, porque a él el había parecido que así era, que los ojos grises de su padre se habían posado en él antes de exhalar el últimos suspiro.

- Ángelo... por favor, ya basta. - era Msity, el francés lo sujetó gentilmente del brazo y le obligó a apartarse.

- Pero...

- Es suficiente... no tenemos nada que hacer aquí. - le dijo mirándolo a la cara -. Es hora de irnos. - dijo mientras lo arrastraba lejos de su madre.  La anciana se había arrinconado contra un muro, incapaz de enfrentar la realidad, sólo repetía incoherencias.

 

Death Mask se dejó llevar, contemplando como la endeble figura de su madre se perdía de sus ojos, repentinamente le vino a la mente que Misty tenía razón, él no tenía nada que hacer en ese lugar al que hacía ya mucho tiempo había dejado de pertenecer.

 

Ese mismo día abandonaron el pueblo y una semana más tarde, decidieron viajar a Palermo, con la intención de establecer ahí, al menos por un tiempo, sabían que estaban en constante riesgo de ser encontrados por la gente del santuario, estaba demostrado que la diosa haría lo necesario para hacer cumplir la sentencia que había dictado.

 

Hasta el momento, la ciudad no había sido precisamente hospitalaria, habían pasado días verdaderamente difíciles. Sin dinero, sin papeles, sin amigos, sólo les quedaba confiar en la buena fortuna para mantenerse, era verdaderamente duro conseguir empleo. Death Mask comenzaba a sentir que la desesperación hacía presa de él. Se sentía responsable por todo lo que estaba sucediendo. Todo era culpa suya, Misty no tendría que haberse visto en semejante situación, no se habría puesto en tal riesgo de no ser por él, por el amor que le profesaba y del que ni siquiera se sentía digno. Su amante había llegado al extremo de desprenderse de su única posesión por ayudarlo. El brazalete que conservaba como recuerdo de su familia, había terminado en una casa de empeño de la cual sería casi imposible rescatarlo.

 

Aquella tarde, después de un interminable peregrinar en busca de empleo, había dejado a Misty esperándole en el cuarto de hotel que constituía ahora el hogar de ambos. Estaba desesperado, tenían que conseguir dinero y tenían que hacerlo pronto. El producto de la venta del brazalete de Misty estaba a punto de agotarse, no tenían dinero más que para cubrir una noche más de hospedaje y no tenía corazón para decirle a Misty que debían pernoctar en la calle. Él se merecía lo peor, pero no Misty. Él no. Ni siquiera tenían para comer... ya no podía soportar ver a Misty  sufriendo todas esas privaciones sólo por causa suya.

 

La sensación de impotencia hacía ya un buen rato que lo había sobrepasado. Se sentía roto por dentro,  ajado en lo más profundo de su ser, de una manera irreparable. Caminó por las calles oscuras y húmedas por la lluvia, esperando que la sensación se disipara antes de volver al lado de Misty. Pronto llegaría al lugar en el que sabía se realizaban peleas clandestinas.  Llevaba días pensando en ello, considerando la posibilidad de manera recurrente, viéndolo como su única opción en medio de todo lo que acontecía a su alrededor. Era la única alternativa que le quedaba para conseguir el dinero que tanto estaban necesitando.

 

Contempló aquel sitio, sucio y deprimente, con gesto resignado. No había nada de glorioso ni de glamoroso en ello, pero era la única oportunidad de tener un techo sobre sus cabezas en los próximos días. Para nadie era un misterio el motivo por el que ese grupo de hombres,  de lo más variopinto, se encontraba ahí. La mayor parte eran obreros, gente dura forjada en las peores condiciones.

 

No le costó mucho hacer que le dejaran pelear. Ahí lo importante eran las apuestas, no tanto los hombres que se partían la cara por unos cuantos billetes, justo como él estaba a punto de hacerlo. Fue fácil despachar al hombre que le tocó en suerte enfrentar. Enfrentó a dos más antes de que le pidieran dejar el sitio a alguien más.

 

Al final, había ganado lo suficiente como para pagar un par de semanas de alojamiento y alimentos para él y Misty.  Volvió al hotel satisfecho consigo mismo, pensando que después de todo, no era tan inútil. Tal vez lo que había hecho no era lo mejor, pero si lo suficiente como para subsistir al menos unos días. Aunque ya estaba bien entrada la noche, encontró a Misty despierto, esperando por él.

- Al fin volviste... estaba preocupado. -  dijo el francés poniéndose de pie para besarlo.

- Tenía que conseguir dinero. - le respondió negándose a mirarlo de frente.

- ¿Qué hiciste? - preguntó el francés preocupado.

- Sólo lo necesario para conseguir el dinero. Hice lo que tenía que hacer para que tú estés bien. -le dijo atrayéndolo hacía sí con fuerza.

- Sabes que yo no necesito mucho. - susurró Misty.

- Sé que estás acostumbrado a pasar estas cosas, la vida en el santuario no era muy diferente a esto cuando éramos aprendices, pero... te aseguro que no será así por mucho tiempo. - dijo Death Mask fingiendo optimismo. En momentos como ese, se olvidaba de todo, en especial del por qué estaban ahí, simplemente quería verlo sonreír, que no sufriera ningún daño.

- Lo que haya será suficiente, lo que podamos conseguir juntos. - dijo Misty pegándose a él.

- Estoy cansado y tengo hambre, tú también debes estar hambriento, hace casi veinticuatro horas que no comemos nada. - el rubio guardó silencio, ¡vaya que tenía hambre!  Pero se mantenía callado a sabiendas de que no tenían mucho.  - Saldremos y cenaremos algo, ¿qué te parece? - dijo el italiano forzando una sonrisa.

- Pero...

- Sólo deja que yo me encargue, te prometo que todo va a cambiar, que no voy a arruinar las cosas, ya lo verás.

 

Misty se dejó llevar por Death Mask. No iba a discutirle nada, no era el momento, no ahora que por fin le veía verdaderamente esperanzado desde que dejaran el santuario. No podía, ni quería destruir aquella burbuja de felicidad, que si bien frágil, le dotaba de la tranquilidad que creía haber perdido para siempre.

 

Disfrutaron de ese pequeño respiro, sabedores de que no pasaría mucho tiempo sin que los problemas les agobiasen nuevamente.  Estaban solos, en medio de una aventura a la que uno  había sido arrojado y el otro le había seguido por amor. Estaban lejos de todo lo que siempre había sido su vida. Lejos de todo lo conocido y hasta cierto punto amado, flotaban a la deriva con un futuro incierto, lleno de nubes de tormenta, sólo se tenían el uno al otro, con mil y un demonios pisándoles los talones...

 

Aquella noche debía bastar para mantener la moral en algo por un largo tiempo. Death Mask acalló su frustración y Msity su miedo a que Death Mask terminara siguiendo los mismos pasos que en el pasado. De momento, no había lugar para aquello, debían mostrarse fuertes uno frente al otro, debían mostrarse optimistas aun cuando sentían que el  mundo les caía encima.

 

Con el paso de los días, Death Mask se repetía una y otra vez que aquello era transitorio, que conseguiría un empleo tarde o temprano y que  tendrían una vida tan normal como los seres como ellos podrían aspirar a tener. Se dijo de nuevo que tenía que olvidarse del pasado y seguir adelante, luchar por lo único que le quedaba: Misty. No quería ni pensar en todas esas cosas terribles que hacían sombra en su vida, no quería dejarse caer aún cuando era lo único que aparentemente podía hacer, aun cuando todo a su alrededor parecía conjuntarse para echarlo abajo todo en su vida. Esta vez, si que tenía algo porque luchar, algo que le haría sacar fuerzas de donde ya no las había. Misty se había convertido en la brújula de su vida y haría lo necesario por salir adelante, aún si avanzaba a contracorriente.

 

Sin embargo, su optimismo comenzaba a diluirse poco a poco dando paso a la desesperación. Seis meses más tarde, seguía sin conseguir empleo. Quizá era su aspecto, quizá era otra cosa, pero parecía que nadie quería contratarle, ni siquiera para las labores que nadie más quería realizar.  Misty había conseguido un modesto empleo en una panadería, sin embargo, su salario no bastaba para sostenerles a ambos y no había podido dejar las peleas. Cada vez que tenía que salir para asistir al callejón, Misty le miraba con la misma aprensión. No le gustaba que lo mirara de esa manera, no le gustaba que Misty se mostrara tan preocupado, pero tenía que hacerlo, tenía que acudir a allá. Se hacía de noche y debía prepararse para salir.

- ¿A dónde vas? - le preguntó Misty nervioso y temeroso de escuchar la respuesta que no quería escuchar.

- Tengo que ir... - dijo Death Mask con aire cansado.

- Voy contigo. - dijo el francés abandonando la cama.

- No, y a hemos hablado de esto, tú no vas a ir a ningún lado. - dijo Death Mask mientras se ponía la gastada chamarra -. No debes ser parte de esto. - le dijo mirándolo fijamente, a punto de quebrarse -. Ese no es lugar para ti...

- ¿Te olvidas de quien soy, de lo que soy? - le dijo Misty sin desistir de su propósito.

- No vayas... por favor... - insistió el italiano -. Tú no debes mezclarte en esto. No quiero que me veas hacerlo... - dijo el moreno mirándolo fijamente.

 

Misty lo dejó partir, hubiera querido ir con él, hubiera querido estar a su lado aún en eso, pero Death se veía tan confundido...

 

El hombre que recibiera el título de santo de Cáncer, se presentó en el lugar de siempre, a hacer lo  necesario para conseguir el dinero que tanto necesitaban. Había terminado ya con la última pelea, sólo faltaba recoger su pago y volvería a casa.  Se encontraba realmente nervioso, sin una razón aparente. A últimas fechas, se había percatado de que alguien había comenzado a vender droga en el círculo de peleadores. Hacía cuanto estaba a su alcance para no caer en la tentación, para evadir el deseo. Sin embargo cada día era más y más difícil sustraerse de él.  no quería echar a perder las cosas, llevaba ya un buen tiempo limpio y, por Misty, no quería recaer. Él quedaría profundamente decepcionado si recaía. Ciertamente hacía tiempo que su cuerpo había dejado de depender de la droga, sin embargo, su mente, su espíritu, seguían añorándola.  ¡No podía dejar de desear drogarse cada mañana!  Era algo que no podía superar tan fácilmente.

 

Todo lo que tenía que hacer era mantenerse lejos de la tentación y así nada pasaría, se repitió mientras caminaba en dirección al pagador. Le pareció extraña la sonrisa de complicidad que le dirigió aquel hombre cuando le entregó su pago de esa noche.  La sonrisa cínica de ese tipo se ensanchó cuando notó que Death Mask, como era habitual, contaba su pago.

- Hey, mi pago no está completo. - dijo el moreno después de un segundo recuento.  Estaba molesto, el otro simplemente  rió con suavidad mientras deslizaba sobre la maltrecha mesa un diminuto sobre que Death reconoció de inmediato.

- Con esto cubrimos la diferencia, ¿no crees? - le dijo sin dejar de sonreír. Death Mask no supo que hacer -. Anda, tómala, estoy seguro de que te va a gustar. - añadió mirándole a los ojos -. Sólo tómala, si no te gusta, puedes venderla y ganar un poco de dinero extra.

 

Se quedó tan callado como una tumba, con manos temblorosas asió el diminuto paquete y lo guardó en su bolsillo, sin saber que era lo que debía hacer exactamente. Cada una de las células de su cuerpo, todas y cada una de ellas, se rebelaban contra él, exigiéndole que de una vez por todas calmase la ansiedad de la única manera efectiva que conocía.  No podía evitarlo, no podía discernir si era o no lo menor mantenerse cuerdo en medio del ojo del huracán en el que vivía.

 

De vuelta a casa, sintió que el mundo se le venía encima una vez más. ¿Acaso la paz le estaba negada para siempre? aquel gramo de cocaína quemaba sus manos, le hacía sentir un deseo ardiente por inhalar que no se creía capaz de soportar. No tenía idea de que iba a decirle a Misty.  No sabía como iba a contarle a su pareja, como iba a explicarle aquello.  Sin ser consciente de lo que hacía, su mente comenzó a calcular  que aquello le daría para dos o tres líneas.

 

¡Tenía tantos deseos de inhalarla! A cada segundo  la idea de hacerlo tomaba más y más fuerza. A cada segundo, se sentía más y más indefenso ante la acuciosa necesidad que le acometía.  Los latidos de su corazón parecían instruirle para que cediera a la tentación y se detuviera en algún lugar tranquilo y apartado para drogarse. ¿Por qué le sucedía algo semejante ahora que se creía libre de la adicción? No comprendía lo que sucedía, ni por qué el destino parecía orillarle a la degradación.  Sabía que no era capaz de mantenerse alejado del todo de ese mundo, sabía que era débil. ¿Por qué tenían que poner semejante tentación en sus manos?

 

Volvió junto a Misty sumergido en una honda confusión.  El francés lo notó nervioso, afectado por algo que a todas luces quería esconderle, a pesar de que fingía que todo era normal.

- ¿Sucede algo, Ángelo? - le preguntó, estaba muy preocupado, estaba notando ese brillo en los ojos de su amante, ese brillo que no podía anunciar nada bueno. Los negros ojos del italiano se escabulleron presurosos de su escrutinio.

- No es nada... - dijo con una sonrisa triste.

- Sigues sin conseguir empleo, ¿verdad? - Death Mask asintió entrecerrando los ojos. No quería confesar sus verdaderos temores, sus verdaderas intenciones, ni la causa de su desazón. Sintió los tersos brazos de su amante ceñirse alrededor de su cuello -. Ya verás que muy pronto se arreglará todo, ya lo verás. - dijo el francés besando suavemente su mejilla.

- Sí... espero que sea pronto... que todo se arregle pronto.

 

Tenía miedo. Miedo de lo que podía suceder si Misty sabía de lo cerca que había estado de rendirse a la tentación. ¿Qué impresión guardaría de él si lo sabía? ¿Qué pensaría si le dijera que  estaba más ansioso que nunca?  Misty no debía, no podía enterarse de nada de lo que sucedía. Era preciso callar, aún si estaba tan asustado. No iba a arriesgarse a perder a Misty, el francés era todo su mundo.

 

Se pasó la noche entera sin dormir. No pudo conciliar el sueño ni siquiera por unos minutos sabiendo que había droga a su alcance. De reojo miraba a su amante dormir plácidamente a su lado, ignorante por completo de la revolución que albergaba su mente.  Death Mask prefería mantenerlo ignorante de la crisis por la que estaba atravesando, el rubio debía permanecer al margen de todo. Prefería dejarlo creer inocentemente que todo iba bien, que todo estaba resultando bien y que no había de que preocuparse.

 

Por la mañana, Misty se despertó sólo en la cama. No había ningún rastro de Death Mask por ninguna parte. Se preocupó, su amante no solía ausentarse sin decirle nada, sin decir a donde iba. Miró el reloj, era muy temprano como para que hubiera ido en busca de los hombres que organizaban las peleas.

 

No podía quedarse a esperarlo. Pronto comenzaría su turno en la panadería. Lleno de angustia e incertidumbre, abandonó el modesto cuarto de hotel en que vivían. Tuvo mucho miedo, de todo cuanto le rodeaba, de todo lo que había a su alrededor. Tal vez Ángelo había sufrido algún percance, tal vez los habían encontrado ya y había tenido que huir, o en el peor de los casos, iba camino al santuario para recibir el castigo decretado por la propia Atenea. Ni por un instante le pasó por la mente el que Death Mask  hubiera podido recaer. Para él, la adicción de su amante era caso cerrado, algo que pertenecía al pasado.

 

Cuando abandonó el edificio, las negras pupilas de su amante le acompañaban. Death Mask había estado esperando afuera a que él abandonara el hotel. No podía más con la tentación, y no se había atrevido a mirarlo a la cara. Simplemente no podía encararlo en semejantes circunstancias.  No quería encontrarse con él y por eso se había escabullido de la cama antes de que Misty se percatara de ello.

 

Se recluyó en el cuarto de hotel en el que vivían. Se sentó en la cama, ansioso y  temeroso, de sí mismo, de lo que había soñado con hacer desde hacía un buen tiempo. El paquetito con la cocaína daba vueltas entre sus dedos. Su vida era un gran lío, y no había que ser un genio para descubrir que a partir de la decisión que estaba a punto de tomar las cosas bien podían empeorar antes que mejorar.

 

Estaba hundiéndose, más y más, ¡y estaba arrastrando a Misty consigo! Estaba desesperado. Nada de lo que hacía daba resultados. Nada de lo que hacía los alejaba de la dolorosa miseria que experimentaban, así como de la persecución que no cesaría hasta que muriera. Pasara lo que pasara, no recobraría el rumbo. Se sintió miserable siendo quien era, siendo lo que era. Había intentado cambiar, pero la vida se reía en su cara, una vez más. Había intentado encajar, ¡pero era imposible! Era un inadaptado, alguien que estaba fuera de lugar que no funcionaba si no se hallaba inserto en la orden que lo había formado. Lo sabía, nunca formaría parte de nada... sólo de la tríada que él mismo había roto...

 


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