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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo: Aqui estoy de nuevo, con capi nuevecito de este fic al que adoro XDD. Espero les agrade XDD
La luna brillaba alto en el cielo despejado. La madrugada reptaba veloz sobre ellos, dos cuerpos desnudos, trenzados el uno con el otro, dos bocas ansiosas, vidas de beber una de otra. Ambos se hallaban unidos por algo que iba ms all de lo que ellos mismos podan siquiera vislumbrar, entregndose uno al otro, como la primera vez, como si fuera la ltima vez.

Dejando escapar un suspiro, Afrodita aferr la cintura de su amante, dejando caer sobre l su cuerpo hmedo y tibio. Milo sostuvo su mano con frentica necesidad. Su pecho suba y bajaba intentando recobrar el aliento luego de alcanzar el clmax en brazos de ese hombre al que amaba.

El sueco bes con tosca terminar los magullados hombros de su amante., sintindose an invadido por la placentera sensacin del orgasmo. Aferr con ms fuerza a su amante, clavando su rostro entre los omplatos de este. Cuanto lo amaba… amaba como a nadie a ese hombre que era el depositario de cada uno de sus anhelos. Milo lo miraba con inters detrs de esos rubios cabellos enmaraados. Los labios del griego se entreabrieron para susurrar algo, algo que no lleg a odos de su amante. El sueco slo lo miraba, con los ojos fijos en su rostro, fascinado por la manera en que brillaban los ojos de su amante.

Afrodita sigui besndolo, ascendiendo por su espalda hasta su cuello, tosco y algo violento, mezclando los besos con mordiscos feroces que heran, una vez ms, la piel del griego. el sueco sabore por un instante el metlico gusto de la sangre de su amante y sigui tocando el cuerpo firme y delgado de su amante. Aferr las caderas afiladas del griego, acaricindole lentamente. Las fras manos de Afrodita descendieron lentamente hasta la entrepierna de Milo, asiendo con firmeza el adormecido miembro del griego, quien dejo escapar una especie de ronroneo de placer. Afrodita no quiso esperar ms, lo penetr de golpe, sin cuidado alguno, Milo se arque y aferr la mano de Afrodita. el sueco lo acariciaba errticamente, cegado por la humedad calidez que hallaba en las entraas de su amante.

Ambos perdieron el juicio, la razn, todo, en medio de esa maraa de emociones, de ese vaivn en el que estaban sumergidos. Milo se sinti enloquecer de placer al sentir a su amante tan profundo en su cuerpo, tan unido a l…

Afrodita bes sus hombros y mordisque su cuello al sentirse prximo al xtasis. El blanco nctar brot de Afrodita una vez ms mientras su mano suba y bajaba por el miembro erguido de Milo. El griego gimi roncamente cuando Afrodita lo hizo llegar al orgasmo.

Se quedaron justo as, unidos, muy quietos y sin decir nada. Afrodita apoy su cuerpo sobre el de su amante, sabiendo que l era slo suyo, sabiendo que nunca habra nadie que significara lo que l en la vida del griego. Milo se apoy por completo en la cama, sintiendo la respiracin de Afrodita sobre su espalda humedecida y desnuda. Hasta l llegaba el vertiginoso latir del corazn de Afrodita, su amante, el nico, tal vez no el primero, pero s el ltimo. Lo amaba, como a nada, como a nadie. Sin importar nada, lo amaba. En ese preciso instante, en el aqu y en el ahora, todo lo que quera era estar con l, olvidarse del pasado, borrarlo de una vez y seguir adelante, los dos juntos, slo ellos. Tal vez era una idea demasiado romntica, demasiado irrealizable, pero ese era su deseo.

Afrodita rept por su cuerpo luego de un rato, sin separarse demasiado, le bes en la mejilla y jal las mantas, preparndose as para dormir.
—Te amo… —susurr el griego, Afrodita lo abraz con ms fuerza y enterr el rostro en los largos cabellos de su amante.
—Yo tambin... —musit Afrodita. Milo sonri a penas y al poco rato se qued dormido. Por el contrario, Afrodita se mantuvo en vela. Tena cosas en que pensar… una, particularmente. Tena que pensar acerca de esa oferta que le haban puesto sobre la mesa haca unos das.

No haba sentido deseos de hablar al respecto con Milo. An no estaba listo para decidir. Era una cuestin ciertamente importante, muy importante para ambos. Le gustaban las cosas tal y como estaban por esos das. Sin embargo, era consciente de que eso no poda durar demasiado. Era consciente de que les pisaban los talones, de que tendran que moverse de nuevo y que as sera hasta el fin de sus das. Eran proscritos, slo eso. Era cuestin de tiempo para que dieran con su rastro y volvieran a la carga. Deba tomar una decisin, deba hacerlo pronto, en esta ocasin, no poda decidir slo.

Era preciso analizar la situacin, necesitaba la visin de Milo. No le agradaba mucho reconocerlo, pero el griego era ms perceptivo que l. necesitaba decrselo, pero no sera esa noche, ni siquiera al da siguiente, tena que viajar una vez ms, esperara a regresar y entonces se lo dira.

Se levantaron muy temprano, y se sentaron juntos a la mesa. De alguna manera, aquello era como en los viejos tiempos del santuario. Ambos se comportaban de la misma manera. Mientras Milo beba caf, Afrodita lo observaba con esos ojos a los que pareca no escaprseles nada.
—Sucede algo? —dijo el griego con voz plana.
—No, nada importante, pero hay algo de lo que quiero hablarte cuando regrese.
—Cunto tardars esta vez?
—Estar de vuelta pasado maana —declar el sueco. Milo asinti pesadamente y volc su atencin en su taza de caf. Haba notado a Afrodita extrao desde haca das, pero no haba hecho preguntas, no tena por qu hacerlas, como siempre, su amante recurrira a l cuando fuera el momento, ni antes ni despus.

—Es hora — dijo Afrodita ponindose de pie. Milo recibi el ardiente beso que su amante le obsequi como despedida y lo vio partir. Si, todo era como antes, excepto que l se quedaba en casa.

Estaba cansado de aquello, verdaderamente cansado. Se senta intil, como si fuera un estorbo. Haba sido independiente desde que le separaron de su familia, haba sido independiente cada da de su vida y ahora esa independencia se vea coartada por su situacin. Contempl con disgusto esa mano medio muerta que penda de su brazo derecho, esa mano que no le serva de nada en esas condiciones. De pronto su vida se haba trastornado. De pronto l ya no era el mismo de antes. De pronto se vea a s mismo como la encarnacin de todo lo que le repela. Tras tanto tiempo en hospitales, tras tanto tiempo en consultas con mdicos que no atinaban a hacer nada por l, haba tenido tiempo para pensar…

Haba pensado en Aioria, en Camus, en Kanon y an en Shura. Haba pensado en esa mujer que se haca nombrar diosa… en el nico que se atrevi a encararla. Al menos ahora respetaba a Libra…

Haba pensado mucho en s mismo. En Afrodita. No poda creer que el sueco insistiera en mantenerlo a su lado sabiendo que era intil, que era una carga, un verdadero lastre con el que tena que cargar a todas partes. Estaba seguro que de ser el caso, ni siquiera podra defenderse dignamente. Iban a matarlo sin misericordia cuando dieran con l. No se reconoca a s mismo en el hombre plido y lleno de cicatrices que le miraba desde el espejo cada maana. Estaba lleno de ira, haca s mismo, haca Shura, haca todo y haca todos. Se odiaba a s mismo… odiaba todo cuanto de lo que l era significante en esos momentos.

Los mdicos haban dicho que su mano no volvera a ser la misma jams. El dao haba sido irreversible. Ni siquiera los mejores especialistas que el dinero haba podido pagar pudieron hacer algo por l. Su mano segua igual. Su mano derecha, el nido de la terrible aguja escarlata ya no era ms que un miembro intil. Contempl el miembro, recorriendo con la zurda cada centmetro de l, atento a la sensacin, disminuida, pero presente.

…l lo saba y no poda seguir ocultndolo…

Milo de Escorpin estaba acabado.

Golpe el mueble ms cercano con el puo cerrado, furioso, deshacindose de dolor. No era capaz ni siquiera de erguir el dedo, de controlar un simple movimiento, cmo iba a ser capaz de liberar de nuevo a Antares?

Ya no era nada de lo que haba sido. Ahora slo era el amante de Afrodita, eso y nada ms… Amaba al sueco, no tenia dudas de ello, sin embargo, estaba acostumbrado a ser l mismo, a ser alguien independiente de su amante, y ahora, dada su lesin, se vea ms y ms como un estorbo, como un accesorio ms de Afrodita.

Necesitaba volver a ser el de antes….

Con ese pensamiento en la mente, abandon su hogar, ira a la playa, a ese sitio solitario en el que sola pasear con Afrodita desde que se mudaran a su nuevo hogar.

Haba comenzado a frecuentar el lugar en las ausencias de Afrodita, aprovechando que poda evadir la estrecha vigilancia de su amante. Era ah donde iba a intentar de recobrar por s mismo su mano. Tena que hacerlo, tendra que, si es que no quera ser un estorbo el resto de su vida. …l mismo encontrara la respuesta, como siempre haba sido.

Al volver, no le dio importancia al hombre que se hallaba sentado en la playa, aparentemente ignorndolo, aparentemente metido en sus propios asuntos,

Mientras tanto, en los dominios de Atenea, Kanon volva al templo de Gminis hecho un manojo de nervios. Luego de rendir el informe correspondiente a su ms reciente misin, no tena deseos de ver a nadie, absolutamente a nadie. El ex general se dej caer pesadamente en su lecho vaco a penas hallarse en su dormitorio. Luego de cumplir con el trmite de entregar su informe, contrario a su costumbre, haba ido directamente a Gminis, evadiendo el templo de Leo. No estaba listo para encarar a Aioria en esos momentos.

Entr en el pequeo cuarto de bao y se moj el rostro. Contempl su semblante lvido en el espejo y de inmediato le vino a la mente el recuerdo de la noche en que haba sido encerrado en Cabo Sunin. Record esa sonrisa en los labios de Saga y se estremeci…

Segua impresionado por lo que se encontr mientras cumpla su misin en el templo de Apolo. Haba sido enviado all por orden expresa de la diosa, ella en persona le haba entregado un sobre y un pequeo saco que deba entregar personalmente a Apolo. El viaje haba sido del todo apresurado, ni siquiera haba tenido tiempo de despedirse de Aioria. Haba viajado toda la noche para llegar a Delfos lo antes posible. Su llegada a la isla se produjo al amanecer, y l tena ms preguntas que respuestas. Al llegar a la isla se dio cuenta de que muy cerca de donde haba atracado el pequeo navo en el que viajaba se hallaba anclada una nave de mayor envergadura, sin banderas ni colores, y que llam poderosamente su atencin.

No sin dificultades, fue recibido por el dios sol, Apolo no confiaba en l. Aparentemente todos estaban enterados de su pasado y no se atrevan a confiar en l. Incluso los servidores del dios le miraban con desconfianza.
—Kanon de Gminis… el hombre que traicion a Atenea y quiso manipular a Poseidn…. —susurr el rubio dios al tenerlo frente a s. Apolo lo mir unos instantes, como si estuviera estudindolo —. Por qu Atenea confa en alguien que ya le ha traicionado? —dijo ponindose de pie y acercndose a Kanon para mirarle ms de cerca.
—Me he redimido de mis pecados…
—Eso parece, eso parece… a qu has venido? — dijo el dios con desdn.
—Mi seora me ha enviado a entregarle un mensaje al brillante Febo — respondi Kanon extendindole el pequeo saco y la nota que la diosa le haba entregado de propia mano para llevar a Apolo.

Kanon alz un poco el rostro y vio al dios palidecer sbitamente cuando de aquel pequeo bolso extrajo un brazalete, roto y retorcido.
—Ya has cumplido tu misin… retrate, di a mi hermana que el padre Zeus sabr de esto… —musit el dios hecho un manojo de nervios.

Kanon abandon el lugar confundido, sospechando que lo que haba presenciado no era un simple ataque de nervios. Apolo no estaba preocupado por lo que vio. Apolo estaba asustado. Qu poda ser tan grave como para causar semejante en uno de los hijos de Zeus, en el poderoso Apolo?

No obstante, no era eso lo que le haba puesto en shock. No, era algo ms, algo ms… familiar. Pensaba en lo que haba visto, conjeturando al respecto, sin atender al rumor de armaduras que se acercaba por ese corredor estrecho y un tanto oscuro. A penas salir del recinto del flechador lo haba escuchado, pero no haba cado en cuenta de que ninguno de los servidores de Apolo portaba armadura….

Jams se imagin lo que enfrentara al doblar en ese corredor metros ms adelante.

De pronto sinti un cosmos, violento y enorme, que se expandi y retrajo en cuestin de segundos. Fue como un flash, fue como una revelacin nefasta el reconocerlo. Lo supo casi al instante… l se encontraba ah mismo, en ese mismo corredor por el que l transitaba. Se qued quieto en donde estaba, como si le hubieran clavado los pies al piso. Cuando se encontraron de frente, su corazn casi se detuvo. Jams, antes de ese da, haba visto su rostro, y crey que morira sin verlo, pero ah estaba y no haba lugar a dudas, era l. Ares, el sanguinario, el asesino de hombres, el salvaje dios de la guerra… imponente y con esa suave sonrisa cargada de crueldad danzando en sus labios, Ares apareci frente a l flanqueado por tres hombres que llevaban los rostros cubiertos.

Los oscuros ojos del dios brillaron con intensidad por un breve momento cuando estuvo frente al ex general. De los labios de Kanon no brot ni una palabra cuando el dios, enfundado en esa armadura del color de la sangre fresca se acerc a l llevando en sus espaldas el legendario escudo que lo caracterizaba.
—Kanon de Gminis… Kanon de Dragn Marino…. —susurr el dios con una media sonrisa —. Saba que un da volveramos a encontrarnos, Kanon, traidor de dioses —aadi el dios con voz ronca y profunda. Instintivamente, Kanon retrocedi y se puso a la defensiva. Ares sonri condescendiente, mirndolo con esos ojos enormes y negros, esos ojos que parecan contener el fuego del infierno —. Estoy seguro de que esta no ser la ltima vez que nos veamos… estoy seguro y la prxima vez, ese al que buscas, estar de mi lado —dijo el dios sin dejar de mirarlo. Kanon se sobresalt al comprender lo que esas palabras significaban.
—…l no…
— …l no traicionara a la que jur proteger? T, Kanon, t fuiste quien le ha enseado a traicionar, t y ningn otro… t eres el menos indicado para juzgar algo como esto.
—No se convertira en un traidor…
—…l no es un traidor, el ha sido el traicionado, no el traidor, como tantos otros que ahora estn conmigo, dispuestos a luchar a mi lado… cmo puedes ser tan ciego y brindarle tu lealtad a quien no la merece? Me decepcionas, Kanon, esperaba ms del hombre que manipul a Poseidn.
—No voy a traicionarla… seguir adelante, dios de la guerra.
—Me alegra, ser bueno medir a mis teritas contigo, pero te advierto que no sern tan fciles de derrotar como los espectros de Hades… mis teritas estn sedientos de la sangre de los servidores de Atenea… mis teritas toman su fuerza de lo ms oscuro de sus corazones… —dijo el dios con un siseo furioso —. Me alegra que decidas seguir este camino, me alegra… slo espero que esta vez sepas llegar hasta el final.

Kanon lo mir con odio, cmo poda decirle todo eso despus de lo que haba hecho con l y con Saga? Haba sido culpa suya buena parte de lo sucedido en su vida! …l era responsable! No tuvo oportunidad de decir nada ms, uno de esos hombres le apart del camino del dios, suavemente pero con decisin. Aquel hombre dijo algo que no alcanz a descifrar, pero su timbre de voz le pareci familiar. Lo vio entrar al saln en el que haba sido recibido por Apolo y a aquellos hombres con l.

El simple hecho de volver a ver a Ares despus de todo ese tiempo, despus de tantos aos de maldecir a la suerte por haberle puesto en el camino de ese dios sediento de sangre, haba trastocado su cordura. Haba removido en su interior todas esas cosas que durante aos haba credo selladas en lo ms profundo de su ser. Ese encuentro haba venido a trastornarlo todo. Ms all de las consecuencias personales, reconoca que lo que Ares haba dicho equivala a una declaracin de guerra. Si haba dicho aquello era porque estaba en pie de guerra… si haba dicho aquello era porque estaba dispuesto a terminar lo que haba comenzado aos atrs. Are no estaba dispuesto a dejarse vencer esta vez…

No saba que hacer, a quin acudir en busca de consejo. A quin poda confiarle lo que ahora saba?

Su respuesta se abri paso en su habitacin instantes despus. Aioria le miraba mientras caminaba hasta la cama. El joven castao se acerc lentamente y le acarici los largos cabellos con una suave sonrisa en los labios. Kanon no dijo nada, slo se perdi en esa mirada verde mientras asa las manos del santo de Leo entre las suyas. Se juro a s mismo que llevara aquello hasta las ltimas consecuencias, ahora que saba que estaba vivo, lo traera de vuelta con Aioria. No dejara ese asunto sin terminar, no poda, ms por Aioria que por s mismo. …l ya haba renunciado a Milo, l ya haba perdido el corazn de nuevo, pero esta vez en manos de ese hombre que le sonrea con calidez…

Horas ms tarde, despus de charlar largamente con Kanon, Aioria volva al templo de Leo un tanto inquieto pero con una sonrisa en los labios.
— Dnde estabas? — dijo Aioros sacndolos de su ensoacin.
—Estuve en Gminis, con Kanon —dijo el ms joven sin demasiado entusiasmo, la expresin en el rostro de su hermano haba hecho que la sonrisa se borrara de su rostro.
—Kanon? As que ahora es Kanon… —sise el arquero con marcado desdn.
—Aioros, por los dioses… lo ltimo que quiero en estos momentos es pelear contigo… hay cosas que me preocupan y quiero hablarlas contigo —dijo Aioria recordando lo que haba sabido por labios de Kanon. Todo lo que quera era escuchar el consejo de Aioros, no sus reproches. Quera que su hermano se enterara, punto por punto, de lo que l saba —Aioros, por favor, no quiero tener otra de esas discusiones — dijo el menor con voz cansina.
—No tendramos estas discusiones si tu supieras escoger mejor a los tipos de los que te enamoras, Aioria, cada uno es peor que el anterior. —dijo el mayor con los ojos llenos de furia —. No tendra que discutir contigo si dejaras de actuar como lo haces.
—Lo que deberas hacer es dejar de tratarme como un nio. No lo soy, Aioros, no soy el nio al que dejaste desamparado al morir. Crec hace mucho.
—Pues a m no me lo parece, a mi me parece que sigues siendo el mismo, confiando en todo el mundo, creyndote todo lo que te dicen… sigues actuando y pensando como ese nio al que tena que proteger —mascull Aioros hecho una furia.
—No te atrevas…
—A qu? A hacerte ver que sigues siendo un mocoso que necesita de mis cuidados? —dijo Sagitario con frialdad —. Aioria, si supieras cuidar de ti mismo como pregonas, ese mal nacido de Afrodita no te hubiera dejado en ese estado.
—Cllate de una vez! No tienes idea de lo que ests diciendo. No tienes derecho… no lo tienes.
—Por qu? Crees que te abandon, no es cierto? Yo no quera morir ese da! No lo deseaba, y note abandon Aioria, nunca quise hacerlo. Todo fue culpa de Saga, del imbcil de Shura, No fue mi culpa! — dijo sujetando al ms joven por los hombros. Aioria lo apart suavemente, lo ltimo que quera era seguir con la discusin —. Aioria…
—No te culpo, nunca lo hice, de verdad que no lo hice. Odi por mucho tiempo a Shura… a Saga y a todo el mundo, pero me di cuenta de que odiar no iba a resolver mis problemas… —dijo el len abandonando a su hermano para recluirse en su habitacin.

Aioros lo sigui unos pasos, pero al poco se detuvo y opt por retirarse a Sagitario. Cada vez que vea a su hermano, senta la necesidad de hacerle saber y sentir lo que le inspiraba, todos esos sentimientos que haban nacido en l tras la resurreccin. Sin embargo, al mirarle a los ojos, se daba cuenta de que no poda hacerlo, que era mejor frenarse. Todo eso que l senta, estaba mal.

No poda. No deba sentir eso por su hermano.

Cabizbajo, abandon Leo, sin saber que hacer, ni con Aioria ni con sus sentimientos. Le haba costado mucho aceptar que estaba enamorado de su hermano, y ahora, le estaba costando todava ms el ignorar esos sentimientos.

Se haba enamorado de Aioria al percatarse de la clase de hombre en que se haba transformado el nio al que tanto le haba dolido dejar slo. Haba sufrido lo indecible al verle postrado en cama durante tanto tiempo. Haba llegado a odiar a Milo por la manera en que le ignor una vez que tuvo a Afrodita de vuelta.

Torci el camino y se apart de los doce templos, sin rumbo fijo, vag hasta llegar al sitio en el que sola entrenar a su hermano cuando ste no era ms que un nio. Recordaba bien esos das y, de alguna manera, no asociaba al nio pequeo y curioso de sus recuerdos con el joven que se haba encontrado luego de la resurreccin.

Este Aioria se le antojaba distinto al adolescente que era cuando tras su asesinato qued slo. Este nuevo Aioria haba hecho que se enamorara de l, sin que pudiera evitarlo, sin que pudiera resistirlo.

Se senta un enfermo, cmo poda sentir algo as por alguien que llevaba su sangre? Saba bien que lo que deseaba era imposible. Aioria nunca sera suyo. Pero an as, era inevitable sentirlo, como era inevitable sentirse furioso cada vez que alguien pretenda acercarse a su hermano.

No confiaba en Kanon, no confiaba en que ese hombre pudiera dejar algo bueno en la vida de su hermano. Quiz no poda estar con l como lo deseaba, pero, al menos, hara lo necesario para que Aioria no sufriera ms dao.

Lejos del santuario, en el corazn de Palermo, se desarrollaba un evento que cambiaria las cosas para el ex santo de Cncer. En esos momentos, mientras la noche caa, Death Mask se hallaba tirado en el suelo mojado de un sucio callejn, siendo golpeado por tres hombres que le exigan el pago que les deba por haberle dado droga esa misma maana. Death Mask permaneca tumbado en donde estaba, inmvil, sin hacer un solo ruido, sin pensar, sintiendo como esos hombres le golpeaban, pero sin experimentar dolor…

Slo estaba ah, flotando en la nada, en el recuerdo del rostro de su amante. Senta los golpes, pero no le interesaba levantarse, todo lo que quera era que aquello terminara, que le dejaran en paz. Estaba drogado, viviendo los ltimos instantes de alegra artificial. Se haba lanzado de cabeza a una espiral de decadencia luego de perder toda esperanza de hallar a Misty. El francs haba terminado por huir de l. Y ahora no tena idea de donde buscarlo, de donde poda dar con l.

Fue slo un parpadeo. Como un rayo de luz, ese cosmos pareci filtrarse hasta l. Por un instante crey que la gente del santuario haba dado con l, que venan por l para ejecutar, al fin, la sentencia decretada por la diosa. Ese cosmos era bastante respetable.

De golpe se levant, velozmente lleg hasta la entrada del callejn, los hombres que le golpeaban se miraron entre s confundidos, cmo alguien que haba recibido semejante paliza era capaz de ponerse en pie as nada ms?

Ignorando a aquellos hombres, comenz a buscar al propietario de ese cosmos. Pronto lo detecto, estaba muy cerca…. demasiado cerca. Los efectos de la droga estaban pasando y sinti la necesidad de huir, no quera morir sin antes ver a Misty una ltima vez, al menos.

Camin en direccin opuesta, decidido a alejarse lo suficiente como para que ese hombre o mujer dejara de seguirlo. Sinti como se diluan los efectos de la droga y eso le puso nervioso. Estaba desorientado, en clara desventaja si llegaba a ser atacado. Apret el paso, ms y ms, intentando por todos los medios poner distancia entre l y su perseguidor. Pero no contaba con que todo aquello estaba planeado. Era un ardid para hacerle llegar a donde ellos queran. Luego de avanzar unas calles, se encontr con que un hombre le cerraba el paso. No pudo distinguir su rostro, la luz de la lmpara detrs de l le cegaba.
—Deja de correr, Death Mask — dijo l con cierto desprecio —. No tienes razones para huir de nosotros —aadi mientras avanzaba haca l. Death Mask se sobresalt al sentir las manos de su perseguidor sobre sus hombros.
—No somos tus enemigos, Death Mask, no lo somos —le dijo. Su voz era suave, aterciopelada, dulce como la de Misty… se estremeci ligeramente al sentir el aliento de ese hombre acariciarle la mejilla.
—Ven con nosotros —dijo el primero —. Hay alguien que quiere hablar contigo, alguien a quien conoces muy bien.
—Debes venir, Death Mask… —el hombre detrs de l lo empuj suavemente haca el otro, se dej hacer, se dej llevar. Estaba cansado de todo, estaba harto de vagar, y ansioso por aferrarse a algo. Se dijo que incluso si lo mataban, sera bueno, todo terminara y l dejara, por fin, de buscar un sitio al que pertenecer…

Esos dos hombres le condujeron hasta un auto que se hallaba a unas calles de ah, un tercer hombre les esperaba.
—Listo —dijo el de la voz suave mientras suban al auto. Pese a que ya poda verles con mayor detenimiento, no lo hizo. Estaba avergonzado, se senta apenado, esos hombres ni siquiera lo miraban a l, pero se senta apenado por el aspecto que ofreca en esos momentos. Pareca un vagabundo. Mientras que l llevaba ropas rotas y manchadas, esos tres hombres se presentaron ante l pulcramente limpios y vistiendo ropas a todas luces finas.


—Alcestes, t te hars cargo de l. Haz que se bae, y que este presentable, has entendido, Alcestes? —dijo el que conduca el auto cuando se detuvieron en un hotel de buen aspecto.
—Si, ya entend, yo me encargo… —reconoci la voz suave del hombre del callejn.
—No te tardes demasiado, estamos? —aadi el conductor —. Mitrades, tu vienes conmigo.
—Hecho —dijo el otro.

Death Mask pens que seguramente esos no eran sus nombres reales, que slo haban hecho aquello para que confiase un poco y poder actuar. Conoca esos mtodos… l mismo los haba aplicado alguna vez, cuando ejerca de asesino.

Descendi del auto, mareado y algo desorientado todava, con ayuda de Alcestes y junto con Mitrades, se acercaron a la entrada del hotel. El conductor sigui en el auto, mirndolo fijamente hasta que se perdieron detrs de las puertas del establecimiento.
—Vamos —le susurr Alcestes urgindolo a entrar en el pequeo elevador que pareca an ms pequeo dado el tamao de quienes lo ocuparan.
—Hasta aqu llego —dijo Mitrades cuando se encontraron a las puertas de una habitacin al final del suntuoso corredor.
—Bien, estar listo en menos de una hora, o al menos eso calculo —le respondi Alcestes mientras sacaba la llave de su bolsillo.
—Estaremos aqu entonces… —Death Mask lo vio alejarse, aquel hombre le intrigaba, ese hombre era demasiado elegante como para ser lo que intua que era. Le intrigaba todo ese asunto en el que se estaba mezclando.
—Muy bien Death Mask, entremos — dijo Alcestes palmendole el hombro. Ese hombre, con su voz suave y modales refinados, le haca pensar tantas cosas… Las manos grandes y suaves de Alcestes le empujaron al interior de la habitacin. El lugar era lo ms elegante y cmodo que hubiera visto en meses —. El bao est por all —dijo Alcestes sealndole un rincn de la habitacin—, mientras te duchas, buscar con que vestirte, eres ms grande de lo que calcul —aadi dndole la espalda. A Death Mask aquello pareci indicarle que Alcestes le daba una oportunidad de huir si es que lo deseaba.

No tom aquella oportunidad. Penetr en ese cuarto de bao que le recordaba un poco el de su templo en Grecia, recordando a cada minuto lo que haba vivido en el santuario. Puso su mente en blanco, no quera recordar aquello. No quiso pensar en cuanto tiempo haca que haba tomado un bao; pero su cuerpo sucio y su cabello enmaraado podan delatarle.

Abri la regadera y dej que el agua tibia desentumiera sus cansados msculos, su cuerpo, maltrecho y delgado, mostraba los estragos de todas esas semanas vagando tras el fantasma de Misty. Llevaba ya muchos das en la calle, sin tener un lugar fijo para vivir, durmiendo donde poda, donde hallaba un lugar para hacerlo. No haba tenido una buena comida en muchos das y su nica compaa eran la culpa y el recuerdo de Misty, su fiel amante, al que haba echado por su propia cuenta de su lado.

Dej que el chorro de la regadera escondiera su llanto, apagando con las manos el estertor de sus sollozos. No poda ms…. estaba acabado. S Misty se haba alejado de esa manera de l, era porque, en definitiva, no quera verlo ms…

No poda culparlo. No poda hacerlo despus de las palabras con que le haba echado. Todo era culpa suya. …l mismo haba echado de su lado al nico ser que haba sido capaz de amarlo verdaderamente. Luego de la ducha, se mir en el espejo. Estaba plido y ojeroso. Sus ojos lucan vidriosos, mostrando as los abusos que haba estado cometiendo desde que renunci a la posibilidad de encontrar a Misty. segua sintindose avergonzado por todos y cada uno de sus actos previos… segua sintindose un traidor, no slo ante la orden sino ante sus antiguos compaeros. No poda olvidarse de la mirada llena de odio que Afrodita le dirigiera la ltima vez que se vieron. Estaba seguro de que la prxima vez que se encontraran, Afrodita no tendra empacho alguno en asesinarle. No estaba seguro de qu haba sido de Milo, pero si segua vivo, seguramente tena bien ganado ya su desprecio.

En ese momento entendi que no poda seguir actuando como lo haba venido haciendo. No poda dejar que la vida siguiera arrastrndolo como lo haba hecho hasta ese momento. La nica decisin consciente que haba tomado en mucho tiempo haba sido el decidir acompaar a esos hombres, sin siquiera saber a que se arriesgaba, con la sola idea de aferrarse a algo. Era el momento de salir de la podredumbre, de emerger del cmulo de errores que haba cometido hasta entonces. Fuera lo que fuera que esos hombres tenan que ofrecerle, sin duda era la oportunidad perfecta para comenzar de nuevo. No iba a desaprovecharla. Si consegua enderezar su vida, si poda hacerlo por s mismo, entonces quiz Misty volvera a su lado.

Luego de afeitarse cuidadosamente, se visti con la ropa que Alcestes haba dejado a su alcance. Se senta extrao, con ese hombre mirndolo con tanto inters como nadie lo haba hecho en mucho tiempo. En ese momento, Death Mask luca muy distinto al hombre con el que Alcestes se haba topado en el callejn. Luca atractivo, eso deba reconocerlo. Ese aire lnguido y desolado contribua a acentuar el encanto de sus facciones firmes y masculinas. Alcestes decidi que quera averiguar ms, no iba a conformarse con lo que saba de l.

Haba transcurrido ya una hora. Cuando sali del bao, se encontr con que Mitrades y Alcestes le esperaban sentados en la cama. Pudo ver a Mitrades mejor, con mayor cuidado que haca un rato. Ciertamente no tena pinta de ser honorable, vaya que no, aunque, quin era l para juzgarle? Opt por guardar silencio, era lo mejor. No saba nada de esos hombres y pens que, por el momento, era mejor seguir as, casi prefera seguir en la ignorancia, casi…

Baj escoltado, una vez ms, por Alcestes y Mitrades. Estaba nervioso. De nuevo en el auto, les esperaba ese hombre que aparentemente era el lder. De nueva cuenta, pudo sentir el odio brotar de ese hombre que no pareca confiar en l.
—Suban —indic l, Death Mask se desparram en el asiento trasero del vehculo sin terminar de caer en cuenta de que todo lo que estaba sucediendo era completamente real.

Fue llevado a un sitio apartado, en las afueras de la ciudad. No tena idea de que suceda, no tena idea de en que estaba metindose esta vez. Slo saba que fuera lo que fuera, le servira muy bien para redimirse.

—Llegamos —dijo el conductor y descendi del auto. Death Mask sigui con la mirada a ese hombre que insista en cubrirse el rostro, pronto lo vio reunirse con alguien ms. Adivin otra silueta masculina en la penumbra que pareca estarlos esperando. Era un hombre de largos cabellos negros que parecan flotar en el viento de esa noche que pareca demasiado silenciosa. Escuch su risa y su cuerpo se estremeci con un escalofro cuya razn no supo explicar.

Los otros dos lo arrastraron hasta dnde se hallaba ese hombre y pronto se hallaba frente a l. Lo que se encontr fue a un hombre enorme, muy hermoso y de presencia imponente. Alguien que, seguramente, estaba acostumbrado a hacerse obedecer en el acto.
—ngelo…—susurr l, con una voz profunda y masculina, Death Mask no supo que hacer, cmo era que ese hombre saba su nombre? — . Mi querido ngelo… —susurr ponindole las manos en los hombros—… te he echado de menos, a ti, pero an ms a tus ofrendas… — susurr mientras lo miraba con esos enormes ojos negros. Death Mask se sinti traspasado por esa mirada oscura —. An no me reconoces, hijo mo? —dijo sin dejar de mirarlo ni un segundo —. ngelo… recuerdo muy bien cada una de tus matanzas, cada uno de los baos de sangre en que participaste, recuerdo muy bien cada uno de los rostros que adornaban las paredes de ese templo en Grecia, recuerdo bien como fue que elegiste a cada uno… los recuerdo a todos, recuerdo a todos los que son mis hijos, como t.
—Yo no…
—Todo aquel que derrama sangre es uno de mis hijos, ngelo, an si no lo sabe, an si me rechaza. Siempre estuviste llamado a ser uno de mis teritas… — dijo como pensando en voz alta —. Yo soy Ares, el nico dios de la guerra, el nico que merece tener bajo su mando a hombres como t, ngelo.
—Yo…
—Serviste a mi hermana, a Atenea, lo s. Pero ella te ha echado, no es cierto? Te ha arrojado lejos, como se arroja a un animal que se desprecia…
—Yo lo mereca…
—No, mi querido hijo, no lo merecas, hiciste todo cuanto ella ordeno, cada vez que lo orden…
—Pero, Saga…
—Pagaste por ello, no es verdad? Ella te ech porque es incapaz de reconocer sus errores, es incapaz en enfrentar el hecho de que est acabada. No puede enfrentar su propia podredumbre. Es incapaz de aceptar que todo lo que est pasando es su culpa! —sise el dios estallando en clera. Death Mask lo mir sin creer todava que se trataba de Ares, sin entender lo que el dios le deca —. No soy como ella, no faltar a mis promesas, te dar lo que deseas, ngelo… puedo hacerlo, si t vienes conmigo y aceptas estar de mi lado.
—Yo…no puedo… mi maestro…
—Puedes hacerlo, que nada te detenga, puedes ser uno ms de los teritas, como estos hombres que estn aqu con nosotros. Ellos, como t, han sido traicionados por esa intil y pasiva mujer que se hace llamar una diosa, por ese ser que vale menos que la suciedad en tus zapatos.
—No puedo… hice un voto —dijo Death Mask bajando el rostro, no quera que el dios notara que, pese a que mostraba resistencia, le haba convencido desde el primer momento.
—Lo s… pero ella te liber de esos votos en el mismo instante en que te ech de su lado, no lo ves? Eres libre y yo soy esa respuesta que buscas! — dijo el dios sujetndole el rostro —. Soy yo, slo yo, ngelo. Soy yo el nico que puede darte la respuesta, el nico que traer de vuelta lo que deseas —susurr en su odo, como si quisiera seducirle.
— Qu debo hacer? —respondi Death Mask desarmado y sintiendo que Ares tena la razn, que no tena nada ms a que aferrarse, que l y los teritas eran su nica oportunidad.
— Slo tienes que seguirme, yo me encargar de que tomes el lugar que te corresponde, no volvers a vagar, un hombre como t no puede ni debe seguir arrastrndose en la inmundicia. Eres un guerrero, un autntico terita… Lucharemos juntos, todos nosotros, ngelo —dijo Ares sonriendo con ferocidad.

Death Mask se dejo llevar, confiando en las promesas de Ares, de ese dios al que ya una vez haba seguido, an si fue de manera indirecta. Lo nico que esperaba era que en esta ocasin los resultados fuesen mejores.

Esa misma madrugada, Afrodita se hallaba en las cercanas de la Baslica de Santa Sofa. Haba terminado con lo que deba hacer en ese sitio y en esos momentos se dispona a tomar el camino de vuelta a casa, al lado de su amante. Pero, algo lo haba obligado a detenerse.

Por un momento crey que aquello haba sido fruto de su paranoia. Sin embargo, no le quedaron dudas cuando se acerc para corroborar aquello. Saga de Gminis se hallaba en las cercanas. Vagabunde un poco por la ciudad esperando hallar indicios de que no era l quien le segua. Pero las dudas se disiparon por completo cuando se percat de que Saga lo haba notado y le segua a donde quiera que fuese.

No tena pensado escapar ahora que l le haba descubierto por completo. No estaba en desigualdad como aquel da en que haba atacado a Gminis con desesperacin por la situacin que enfrentaba. No, las cosas haban cambiado y estaba ms que dispuesto a ofrecer pelea, estaba dispuesto a aplastar a Gminis si era necesario. No iba a rendirse tan fcilmente, esta vez iba a mostrarle a Saga de lo que era capaz. Poda enfrentarlo, an vencerlo, conoca sus lmites, y los del propio Saga. No en vano haba sido escogido para portar la armadura de Piscis. No sera fcil, pero la derrota no estaba dentro de sus planes.

Penetr en la iglesia casi vaca, sintiendo como el aroma de la cera ardiendo saturaba el ambiente. Sus pasos resonaron en el antiqusimo edificio atrayendo la atencin de los que se encontraban ah. Afrodita luca magnfico, vestido completamente de blanco, con ese atuendo que le haca parecer uno ms de los ngeles retratados en los conos que poblaban la penumbra de la iglesia. Pronto consigui la atencin de Saga. Gminis no tuvo necesidad de voltear a mirarlo para comprobar que se trataba de Afrodita. Era imposible no saber que era l. Por encima del suave aroma de la cera, comenz a imponerse un penetrante pero delicado aroma a rosas. Los que se hallaban ms cerca comenzaron a toser, alejndose en el acto.

Sin mayor trmite, Afrodita se sent al lado de Saga. Estaba molesto y deseoso de terminar con ese asunto lo antes posible.
—No tengo pensado volver, Gminis. Dnde quieres hacerlo? A m me da igual —dijo Afrodita a los pocos instantes.
—S que no quieres volver, y no estoy aqu por eso.
—Entonces, por qu?
—Las cosas no estn nada bien en el santuario.
—Esa no es novedad. En ese lugar las cosas nunca han estado bien, nunca van a estarlo.
—Esta vez es diferente…
—No me interesa. Por si no recuerdas, soy un paria, me persiguen como si fuera un animal, por qu habra de importarme lo que pase all? No me interesa nada, Gminis, slo yo mismo. Nada de lo que pase all me importa.
—Nos hace falta ayuda, no sabemos lo que enfrentamos.
—No es a m a quien tienes que pedirle ayuda. Ustedes tienen a su diosa, que ella agite el bculo que tanto ama y lo resuelva.
—No lo comprendes, Afrodita, ella no puede hacer nada porque est fuera de control!
—Ese no es mi problema, entiendes? —dijo Afrodita intentando levantarse, mas la mano de Saga se aferr a su antebrazo —… Gminis, si pretendes conservar esa mano, te sugiero que la quites —sise el sueco con violencia. Saga sinti que sus ojos escocan mientras el aroma a rosas se volva ms y ms potente. Afrodita segua siendo el mismo de siempre, violento, salvaje, brutalmente inadaptado…
—Afrodita…
—No puedes obligarme a nada, Saga. Ya no tienes el poder que tenas. Ya no creo en ti, Gminis, Arles o como te llames ahora. Sera mejor que abrieras los ojos y te dieras cuenta de cmo se han puesto las cosas ahora. Debes darte cuenta de que ya no hay manera de detener lo que est sucediendo. Tienes que darte cuenta de que ella no significa nada para m, ni para nadie, ella no es nada para m ahora como nunca lo ha sido para ti —dijo el sueco antes de desaparecer del lugar.

Saga lo dej partir. No se atrevi a detenerlo. Quiz tena razn y ya no haba nada que hacer, no haba manera de arreglar las cosas al interior de la orden de Atenea. Quiz era que l segua persiguiendo un ideal que llevaba muerto ya mucho tiempo. Quizs tambin pecaba de ingenuo… sin embargo, no poda permitir que las cosas se terminaran de esa manera. Tena que mostrarse ms fuerte y consistente de lo que haba mostrado hasta el momento. Tena que actuar ms y pensar menos.

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