Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

TRiADA por Kitana

[Reviews - 104]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Hola a todo el mundo, bue, aquí hay capi nuevo XD, un poco flojo, pero es lo que hay.

Esta vez sólo hay una advertencia;
Lo ms crudo del invierno estaba quedando atrs. Aquella maana pintaba para ser un poco ms clida que la anterior. Mientras Milo intentaba no dar pie a recordar sus frustraciones, Afrodita dorma a su lado, en medio de un sueo inquieto y voltil, como sola serlo desde que salieran del santuario. No haba podido dormir. No entenda el porqu. Era como si algo en su ser sintiera que la vida, tal como la conoca, estaba en riesgo de cambiar de una manera drstica e irreversible.

Escuch a lo lejos el ruido de un auto. El ronco sonido del motor le puso alerta. ltimamente se senta como si todo a su alrededor significara una amenaza.

Se levant con cuidado, procurando no hacer ruido para no despertar a Afrodita. Mir el reloj. Eran las seis de la maana. En silencio y con los pies descalzos, baj a la cocina y se prepar un caf. Se sent slo frente a la ventana a mirar como el amanecer desvaneca los colores de la noche.

Su mano tembl e hizo tintinear la taza al colocarla sobre la plancha de mrmol ante la que estaba sentado.

La vida se tornaba ms y ms extraa conforme pasaban los das y Afrodita no se decida a hablarle. Tena cosas en la mente, demasiadas, quiz. Lo cierto era que no entenda el proceder de su amante. Afrodita haba vuelto a convertirse en un jeroglfico. No le entenda de unas semanas a la fecha. Su comportamiento haba sido errtico, y su desconfianza haba crecido exponencialmente.

Recin la noche anterior haban discutido. Algo estaba pasando y l no se atreva a decirlo. La pregunta no era qu se callaba? Sino, por qu? Afrodita no sola actuar as sin un motivo. No quera preguntar nada. No tena caso, seguramente no conseguira una respuesta. Slo silencio. Ese silencio pesado que comenzaba a asfixiarle.

Llen, una vez ms, la taza con caf caliente que bebi lentamente. Estaba preocupado y no saba como expresarlo a su amante. Senta que les pisaban los talones. No quera morir. Pero no estaba en condiciones de evitarlo, y eso era tremendamente frustrante. Estaba a punto de estallar, y no senta que aquello fuera algo que pudiera contarle a su amante o a alguna persona viva….

No supo en que momento Afrodita dej la cama y se acerc a l.
— Qu haces aqu? —le dijo sentndose a su lado.
—Nada, me despert muy temprano y no quise molestar —le respondi sin nimo, con esa voz plana de siempre, esa voz que hasta a l mismo haba llegado a irritar algunas veces. Cundo se haba convertido en eso que era ahora?
—Tenemos algo de que hablar… —dijo Afrodita sin mirarlo. Se qued callado, pensando en todas esas cosas que se arremolinaban en su mente da con da.
—Dilo… —susurr con calma, mientras miraba el reflejo distorsionado que le devolva el negro fondo de su taza.
—Lleg el momento de decidir acerca de este asunto, no quiero hacerlo slo. Quiero que ests conmigo, pase lo que pase, quiero que ests a mi lado.
— De qu se trata? —dijo el griego sin apartar la mirada de su taza.
—De Ares —respondi Afrodita con calma—. No va a esperarnos ms.
— Qu piensas?
—No hay mucho que pensar, es la mejor oferta que tenemos, con mucho.
—Lo s, pero…
—Pero, qu?
—No estoy listo… yo… no soy el de antes —dijo Milo con un leve titubeo en la voz.
—Lo estars, haremos que lo ests —dijo Afrodita abrazndolo por la cintura. Milo intent conformarse con aquello. Pero no poda. Su orgullo le impeda aceptar que las cosas haban cambiado, que el fro y eficiente asesino, en realidad, estaba acabado, que no era ni la sombra de lo que haba sido.
—Supongo que eso significa que iremos.
—Supones bien —dijo Afrodita y estamp un beso en su nuca. Lo amaba, y hara lo necesario para ponerlo a salvo. Ver a Saga tan de cerca le haba hecho pensar que no deba subestimar a sus oponentes. S se lo propona, Saga dara con ellos de nuevo y tal vez no sera tan sencillo deshacerse de l esta vez.
— Cundo?
—Esta noche.

La decisin estaba tomada, no haba manera de cambiarla. Las cosas comenzaban a ponerse en marcha, tal vez para el acto final de esa farsa que ellos queran llamaban vida. Milo saba que an si cambiaban de colores, en el fondo, como siempre, su tarea sera siempre la misma, la nica que hombres como ellos podan realizar.

El da transcurri como cualquier otro, con Afrodita rondando por la casa como un animal acorralado, rumiando su disgusto, su impaciencia sin decirle nada. Al caer la tarde, lo dispusieron todo para partir. Tomaron a penas lo necesario, all a donde iban, no necesitaran de gran cosa. Se miraron un instante a los ojos. En esa habitacin en la que no pareca correr el tiempo, en ese pequeo espacio que haba sido su refugio y cobijo durante los ltimos meses, no quedara nada de ellos, salvo el penetrante aroma a rosas que acompaaba a Afrodita en todo momento. La suerte estaba echada, y aunque desconocan las cartas con las que jugaran, saban que al menos seguiran juntos, que al fin, hallaran un poco de calma. Era ya tiempo de dar el primer paso, de echar a andar los engranes de eso que saban estaba ya fuera de su control, ms all de ellos y que el papel que representaran, estaba ya escrito por alguien que, seguramente, se reira de ellos un poco ms todava.

Abandonaron en silencio aquella casa, blanca y luminosa en la que quisieron vivir la ilusin de ser slo ellos dos. En silencio, sin aspavientos, tal como haban llegado, se fueron, dejando tras de s solo el silencio, esperando que el futuro les trajera algo mejor que lo vivido.

La decisin estaba tomada, y ellos la honraran hasta sus ltimas consecuencias. Quiz otros podan verles como traidores, sin embargo, ellos queran vivir, juntos, sobrevivir a la locura que se gestara an antes de que ellos se dieran vieran por primera vez la luz del mundo.

Lejos de ellos, en el santuario, las cosas tomaban el giro que Ares haba maquinado que tomasen, eso que tanto haba deseado, finalmente estaba a punto de ocurrir. Todo estaba dispuesto. El banquete de la venganza pronto sera servido…

Arrodillado frente a la diosa de la sabidura se hallaba en esos momentos un mensajero del precioso Febo. Zeus haba decidido tomar cartas en el asunto despus de su ltima conversacin con Apolo. El dios sol haba ofrecido malas noticias a su padre, y ste le haba ordenado averiguar que les deparaba el futuro mientras l se diriga a Atenas. Haba que ser veloces y tomar precauciones, aunque tal vez ya era demasiado tarde.

La encarnacin de Atenea desliz su mirada sobre la prolija caligrafa de aquel mensaje. Sinti que su cuerpo temblaba, vctima de un escalofro de temor y ansiedad. Si Zeus en persona se presentara en su santuario era porque la situacin que enfrentaban no era algo que estuviera ya en sus manos controlar.
—As que este es el mensaje que te ha dado Apolo para m…—susurr la diosa luego de leer, por tercera vez, el contenido de la misiva que su hermano haba enviado esa misma maana.
—Si, seora, escrito de puo y letra de mi seor, el brillante Apolo —le respondi el jovencito que haba trado el mensaje.
—Retrate —dijo la diosa con tono desdeoso.
—Mi seor me orden esperar tu respuesta, veneranda —dijo tmidamente el mensajero.
—Te la dar, pero antes, necesito de unos minutos a solas —le respondi ella al lmite de su paciencia, luchando por mantener la compostura.

En cuanto se vio sola, no quiso ni pudo resistir ms. Las lgrimas de impotencia comenzaron a baar su rostro. Estaba desesperada! No entenda como Zeus y Apolo le pedan semejante cosa. El solo pensar en que debera permitir que Ares pisara su santuario le hacia perder los estribos. Dentro de unas cuantas horas, Zeus arribara al santuario acompaado por su squito, en el que, por supuesto, se encontraba Ares, su despreciable hermano. El asesino de hombres podra ingresar en sus dominios sin que ella pudiera impedirlo, sin que ella pudiera evitarlo. Sera obligada a recibirlo, Zeus le impondra la presencia de aquel al que ms odiaba en el mundo. Se senta humillada, pero no poda hacer nada al respecto. Era una orden directa de Zeus, una orden que no poda desobedecer.

Le tom algunos minutos serenarse lo suficiente como para ser capaz de tomar pluma y papel para redactar la respuesta que enviara a Apolo. Todo lo que el dios sol peda era la confirmacin de que haba sido recibido el mensaje. No le peda su anuencia para presentarse en el santuario, slo que estuviera preparada para recibir al padre de los dioses junto con la lite de su orden. Zeus exiga, aunque solapadamente, ver a los doce santos de oro. No saba por qu, ni que era lo que su padre se propona con aquello, pero deba obedecer.

Respondi cortsmente, afirmando que estara preparada para recibir a Zeus y su squito a la maana siguiente. A travs de uno de los hombres de la fundacin, hizo llegar al mensajero su respuesta, misma que parti en el acto haca donde Apolo se encontraba. Atenea pens que la premura de aquello slo poda ser mala seal. Seguramente se encontraban muy cerca, lo suficiente como para que les tomara menos de un da llegar hasta Atenas.

A penas tendra el tiempo suficiente como para disponer todo lo necesario para recibir a Zeus y su comitiva. Orden reunir a la alta burocracia, a los hombres que decidan, en sustitucin del patriarca, acerca de la administracin y funcionamiento de la orden. A ellos pensaba encargarles los preparativos para la recepcin a los visitantes. Ella tena que poner en orden sus ideas, tena mucho en que pensar…

En su mensaje, Apolo peda claramente que Zeus fuera recibido por ella y los doce santos de oro… de dnde iba a sacar a los santos faltantes? Dohko estaba muerto, Milo, Afrodita y Death Mask haban sido expulsados de la orden.. Shaka haba huido del santuario llevndose consigo la armadura de Virgo…

Haba intentado sustituir a los asesinos en su cargo de santos de oro con algunos de los aprendices ms aventajados, pero el resultado haba sido verdaderamente nefasto. Las armaduras parecan rechazar a cualquier pretendiente. La armadura del Escorpin Celeste, Lesath, haba causado un gran dao a quien pretendi portarla, el pobre muchacho que pretenda vestirla estuvo al borde de la muerte durante poco ms de una semana. La escena se haba repetido tantas veces como ella pretendi otorgarla a alguien ms. Las armaduras de Piscis y Cncer no mostraron semejante agresividad, sin embargo, parecan ms bien muertas, no reaccionaron ni siquiera con la sangre de la diosa…

Pareca como s el destino se empeara en hacer mofa de ella. Luego de instruir a la gente de la fundacin, se encerr en sus aposentos. No tena idea de que era lo que le dira a Zeus, ni siquiera saba a ciencia cierta cuales eran los motivos del crnida para acudir al santuario. En un principio crey que, luego de saber por boca de Apolo lo que ocurra, Zeus la llamara a su presencia, pero no haba sido as. Aquello le causaba ms desconcierto y dudas. El padre de los dioses, sin duda, le exigira una explicacin que no estaba segura de que resultara convincente.

La encarnacin de Atenea entenda que haba faltado al que era su deber primordial. Aquello que era su deber custodiar no slo haba sido descuidado, sino que tambin, estaba fuera de control. Haba fallado estrepitosamente. Haba estado tan ocupada culpando de todo a Ares que perdi de vista lo que era evidente. No quera, pero tena que reconocer que haba actuado de manera negligente.

Aquella noche que le pareci interminable, no pudo dormir. Se encontraba nerviosa, como nunca antes lo haba estado. Estaba preocupada, tema al encuentro con Zeus. Tema a las palabras de Zeus, porque stas podran confirmar todas sus sospechas.

Cuando la maana lleg, los dorados se despertaron con la noticia de que eran requeridos al templo del patriarca lo antes posible. No se les dijo el motivo. nicamente recibieron la orden de presentarse ah y esperar instrucciones. Poco a poco comenzaron a subir las escalinatas hasta llegar al templo del sumo sacerdote. Ninguno saba o se imaginaba siquiera los motivos por los que se les estaba llamando. Todos, an Kanon, haban sido llamados. A esa reunin tan repentina.

Los concentraron en el saln del trono. Uno a uno, tomaron su lugar, sin que ninguno de ellos pudiera pasar por alto los grandes vacos en sus filas, quiz el ms escandaloso era el de Shaka, la mayora conoca los motivos por los que el santo de Virgo haba decidido abandonar la orden. No les haban ordenado buscarlo y nadie hablaba de l.

El pesado silencio que exista era incmodo para cada uno de los presentes. La desconfianza y el resentimiento flotaban en el ambiente. Las miradas, cargadas de recelo y suspicacia, iban de un rostro a otro, parecan ser la marca de la casa. Los ocho hombres ah congregados, se evadan los unos a los otros, rechazando todo contacto visual. Dispersos a uno y otro lado del saln, los ocho miembros de la lite de la sagrada orden de Atenea permanecan en absoluto silencio sin que en esa habitacin se escuchara otra cosa que no fuera el rumor de sus respiraciones y el rumor de las armaduras cuando cambiaban de posicin.

Al lado de Aioros de Sagitario se encontraba su hermano menor, el santo de Leo. Todos podan notar la mejora que haba experimentado el menor de los hermanos de unas semanas a la fecha. Aioros haba insistido en que permanecieran juntos, pese a que las reglas les obligaban a hallarse en lados opuestos del saln. Aioria no haba tenido ms remedio que ceder. No tena energas para otra discusin con Sagitario. El arquero pareca estar obsesionado con discutir cada vez que se presentaba la ocasin y Aioria haba terminado por hartarse de ello. El santo de Leo intent echar una mirada al menos al otro lado del saln sin que Aioros lo notara. Mir de reojo a Saga y a Kanon. Los gemelos llevaban ya un buen tiempo enfrascados en una conversacin en apariencia rspida.

No haba tenido tiempo de hablar con Kanon luego de que este le contara lo que haba pasado cuando acudiera a entregar el mensaje de la diosa a Apolo. Necesitaba hablar con l, aunque no saba exactamente que deba decirle. Se senta un tanto confundido, el haberse enterado de que era muy probable que Milo se encontrara a salvo haba representado un alivio, sin embargo, la emocin que haba sentido distaba mucho de lo que sintiera tiempo atrs, cuando Milo y Afrodita retornaron al santuario luego de la resurreccin. La emocin era ciertamente clida, sin embargo, no era arrebatadora ni apremiante. Estaba ms preocupado por la forma en que Kanon le mir al decirle aquello que por conocer los detalles de la situacin de Milo.

Quiz era que Kanon comenzaba a reemplazar al escorpin no slo en sus pensamientos…

No pas desapercibido a los ojos de Aioros la manera en que su hermano miraba al ms joven de los gemelos. Esto no slo lo not Aioros, sino tambin Camus de Acuario. Una sonrisa torcida se pos en los labios del francs. Aquello prometa ser una fuente de buena diversin para l.
— Qu es eso que encuentras tan divertido? —le dijo Shura, quien se hallaba a su lado. El espaol se preguntaba que poda hacerle sonrer dadas las circunstancias. Al escucharle, la sonrisa de Camus se ensanch.
—Cre que era evidente… —dijo con doble intencin que el hispano, aburrido como estaba, no alcanz a entender.
— Qu? Qu ests pensando a quien de los presentes puedes tirarte?
—Oh dioses, no, de sobra sabes que el nico que me falta es Kanon —dijo Acuario con voz risuea —. Y no, no es eso lo que me pas por la mente, aunque, por la manera en que Aioria lo mira, no dudara que l si lo tenga en mente —dijo con claro nimo de picar el orgullo del espaol.

Shura, como era de esperarse, pic el anzuelo. Inmediatamente los ojos del hispano se posaron en la delgada figura del santo de Leo.
—Ests desvariando, de donde sacas que Aioria y ese tienen algo que ver? —dijo Shura sin dejar de mirar a su ex amante. Camus lo mir con un extrao brillo en los ojos.
— De dnde? Simple, el mocoso se la pasa visitndolo en Gminis, al principio cre que a quien buscaba era a Saga, pero pronto me di cuenta de que sus visitas coincidan con la presencia de Kanon.
— Qu demonios puede verle?
— Cmo saberlo? Responder esa pregunta se me antoja tan difcil como responder qu te vio a ti? —dijo el francs en tono burln.
—Eres un idiota.
—T lo eres ms, es evidente que Kanon slo espera su oportunidad. Si yo fuera t, me apresurara a asegurarlo.
— Cmo t aseguraste a Milo? —dijo el espaol con saa. Camus no respondi, pero la sonrisa se esfum de su rostro.
—Ests metindote donde no te llaman, Shura.
—Al igual que t.
—Har como que no escuch eso, Shura. Como quiera que sea, pienso que deberamos concentrarnos ms en algo distinto de con quien folla Aioria, pienso que las cosas podran ponerse feas, sabes? Saga est demasiado nervioso desde que volvi de su ltimo viaje. Eso no me gusta —dijo el francs inclinando un poco el rostro hacia Shura. No quera pelear, aunque haba sido divertida la reaccin del hispano a sus palabras.

Shura tuvo que tragarse su disgusto, en ese momento, los profundos ojos verdes de Saga se posaban en l hacindole sentir que los das en que el gemelo personificaba a Arles no haban pasado todava. Sinti el mismo estremecimiento de antao. Apart el rostro y se sumergi en sus pensamientos, olvidndose por el momento de Acuario y sus provocaciones.

Muy a su pesar, no poda apartar de su mente la duda que Acuario haba sembrado en l. De verdad Aioria tendra algo con Kanon? No poda saberlo, pero deseaba con todas sus fuerzas que aquello fuera falso. No haba renunciado a Aioria. No lo hara jams, pero tampoco estaba ciego. Haba notado el poderoso inters que Aioria iba desarrollando por el ex general. Evidentemente, en la vida de Aioria, Kanon estaba tomando el lugar de Milo, ese mismo lugar que una vez fue suyo. …l, de algn modo, lo haba dejado atrs, muy atrs.

Al otro lado del saln, Saga insista en charlar calmadamente con su hermano.
—Kanon… —susurr Saga mientras intentaba llamar la atencin del ex general.
— Qu sucede? —le respondi l de mala gana.
—Tenemos que hablar…
—No —dijo tajante —. No tenemos nada que decirnos. No estoy interesado en lo que sea que ests planeando con el resto.
—Lo que tengo que decirte no tiene nada que ver con eso.
—Sea lo que sea no me interesa.
— Ni siquiera si puedo decirte dnde encontrar a Milo? —Kanon lo mir sorprendido. No estaba seguro de poder creer lo que Saga deca. Conoca a su hermano y le saba capaz de usar esa informacin como un gancho para atraerle lo suficiente como para que participara de lo que maquinaba. Estaba a punto de interrogarle al respecto cuando la enorme puerta del saln se abri de par en par dando paso a los hombres de la fundacin.

El grupo de hombres se abri paso entre los dorados, se les vea plidos y nerviosos, como si no supieran que hacan ah, entre esos hombres que eran capaces de desmembrarlos a mano limpia si se lo proponan. Uno de aquellos hombres, Takamura, se adelant un poco. Los mir detenidamente con un mohn despectivo arrugndole el rostro. Miro a aquellos hombres, altos, imponentes, fornidos y amenazantes que parecan despreciarlo profundamente. No estaba lejos de la verdad, entre los dorados no gozaba de ninguna popularidad. Se haba ganado a pulso el desprecio de esos hombres menosprecindolos, ofendindolos, hacindolos ver como simples mercenarios.
—Buen da a todos —dijo mirndolos de los pies a la cabeza —. Se estarn preguntando por el motivo por el que fueron llamados. Tenemos una situacin en la que se requiere de su presencia. La seora recibir visitas, importantes visitas y ustedes deben estar presentes. Se les pide que se comporten de acuerdo a las circunstancias y a lo que se espera de los miembros de la lite de esta organizacin. Las visitas llegaran en aproximadamente dos horas, reprtense aqu dentro de una hora y media, en sus templos hallaran el vestuario elegido para la ocasin —fue lo que dijo antes de abandonar el saln seguido por el resto de aquellos hombres.

Los dorados se miraron unos a otros sin comprender ni media palabra de lo que Takamura haba dicho, sin asimilar el hecho de que se les estaba tratando como a simples empleados.
—Esto es demasiado… —sise Shura. Estaban hacindolos a un lado! A todos ellos! Si alguien deba entrar al santuario, ellos, los ms cercanos a la diosa, deban ser los primeros en saberlo, deban ser ellos quienes se encargaran de controlar la situacin en vez de ser utilizados como meros ornamentos!
—No podemos permitir que se nos ignore de esta manera —dijo Saga, ellos eran la lite de la orden, la cabeza de la jerarqua, slo por debajo del patriarca y la propia diosa, un hombre que no tena ni idea de toda la sangre que haban tenido que derramar para llegar a ese rango no poda darles rdenes. Todos los dems lo miraron como si estuvieran de acuerdo con lo que deca.
— Qu ms da? Me voy a mi templo, los ver despus —dijo Camus con gesto de aburrimiento. Los dems se quedaron callados, sin decir o hacer nada para detener al primero en salir.
— Cmo pueden permitir esto? —dijo Aioros en voz alta, sin poder contener ms la frustracin y la molestia que senta. Se abri paso entre los dems y les encar. Todos le miraban fijamente —. Somos santos de oro! Somos la cspide de la jerarqua de la orden nosotros somos quienes deberan saber antes que nadie lo que sucede aqu y somos siempre los ltimos en enterarnos de lo que pasa en nuestras narices. Al menos deberamos estar enterados de quin vendr al santuario, al menos el patriarca debera saber de que se trata todo esto, pero l ni siquiera esta aqu! —gru apretando los puos. Todos los ojos se posaban en l, cada uno de los presentes reaccionaba con incomodidad, Aioros tena razn…
—Es cierto, l tiene razn —dijo Saga situndose detrs del arquero.
— Y entonces qu? De que nos sirve esto? —dijo Camus dndoles la espalda.
—Esta conversacin pinta para ser muy interesante, seores, pero me sentira ms tranquilo si la seguimos en otra parte —dijo Shura con el ceo fruncido.
—Estoy de acuerdo —dijo Mu a media voz—. Creo que no es necesario recordarles que este no es un lugar seguro para hablar, ni siquiera de estupideces.
—No es el momento para que pierdas la cabeza, Aioros —susurr Aioria al odo de su hermano —-. T menos que nadie… —susurr el menor en tono ntimo. Aioros se contuvo lo mejor que fue capaz.

El arquero pareci meditar un instante, luego, sin decir ni una palabra, sali del saln sin siquiera mirar a sus compaeros. Ellos le siguieron. Todos, an Camus. Ninguno de ellos tenan bien claro si hablaran o haran algo, solo lo seguan. Sin embargo, todos aquellos hombres parecan intuir que, definitivamente, lo que hacan en ese momento devendra en algo que no cualquiera podra soportar.

En silencio, movindose lentamente uno detrs de otro, siguieron a Aioros por los oscuros corredores del templo del patriarca, hasta llegar a un pequeo jardn que preceda las estancias privadas del sumo sacerdote. No lo hallaron ah, sino recluido en lo ms profundo de sus aposentos, contemplando con aire ausente un pequeo envoltorio de tela roja.
—Supe, hace mucho, que este momento tendra que llegar, slo que no imagin que vendran todos al mismo tiempo —dijo Shion ocultando de la vista de aquellos hombres lo que tena en las manos. Ellos lo miraron en silencio, mientras se pona sobre los hombres la pesada tnica del sacerdocio.

Shion perdi la calma cuando not la mirada que los ensombrecidos ojos de Sagitario le dirigieron. Fue en ese momento que comprendi que lo que haba intentado evitar estaba sucediendo sin que l pudiera hacer nada por detenerlo.
—Santidad —dijo Aioros traspasando el umbral de la puerta. Detrs de l, los dems se limitaban a mirar, confundidos, expectantes, esperando hallar, finalmente, todas las respuestas que necesitaban desde haca un tiempo.
—S a lo que han venido… no pienso seguir escondindoles lo que se. Pero… este no es el lugar ni el momento apropiado para hablar de ello —dijo encarndolos, enfrentando los rostros juveniles, marcados por cicatrices, por la amargura…
—Si no lo hace ahora, cundo lo har, santidad? —atac Saga. Shion sonri de lado. sus extraos ojos se posaron en el anguloso rostro de Gminis mientras reprima una expresin de disgusto.
—Ser pronto, lo juro —respondi el patriarca mirndolos a todos.
—Especficamente, cundo? —le apresur Aioros.
—Al amanecer, cuando los hombres de la fundacin no lo noten. Creo que est de ms decirles que no deben saber de esto. Maana, al amanecer, estar esperando por ustedes en Star Hill, y que los dioses me perdonen por lo que pienso hacer…—dijo Shion con aires majestuosos.
—Santidad, s que no es prudente hablar en este momento, pero preferira saberlo ahora —dijo Camus —. Espero que comprenda que lo que sea que est all afuera no admite demora. Sospecho que esta vez hay ms en juego que la salud mental de todos los que estamos aqu presentes —dijo el francs con seriedad, esperando que alguien le apoyara para terminar de acorralar a Shion.
—Maestro, estoy de acuerdo, debemos saber lo que sucede antes de que sea todava ms grave. Si queremos triunfar, al menos debemos saber que estamos enfrentando —dijo Mu, el patriarca se sorprendi, de entre todos ellos, no hubiera esperado que su propio discpulo lo cuestionara. El asunto estaba estallando en su rostro. Todo estaba sucediendo de la manera en que no lo hubiera querido.
—Quiero que entiendan que no es posible que les diga lo que se en este momento, ni en este lugar… —dijo el patriarca.
—Supongo que ya todos habrn notado que nos vigilan de cerca, no es correcto arriesgarlo todo de esta manera —dijo Kanon —. Pienso que deberamos esperar a tener oportunidad de hablar en otro momento.
—No, no podemos esperar, al menos no yo —le interrumpi Saga.
—Hagmoslo esta misma noche, cuando los dems estn distrados con los visitantes — sugiri Mu —. No podemos seguir esperando, debemos saber al menos de que se trata esto y si es que tenemos una oportunidad cuando lo enfrentemos.
—Comprendo su sentir… supongo que no har mucha diferencia si lo hacemos al anochecer… —dijo Shion como si pensara en voz alta —. Esta noche, cuando las luces del templo de la diosa se hayan apagado, descender a Libra. Ah los esperar y les dir lo que s.
— En Libra? —dijo Camus —. Cmo se supone que iremos all sin que nos descubran?
— A travs del pasadizo, Saga sabe a lo que me refiero, y supongo que Shura tambin —dijo Shion dndoles la espalda —. Por ahora, ser mejor que se vayan. No es bueno levantar ms sospechas. Dentro de poco tenemos que presentarnos en el saln del trono.

Se retiraron, al poco, le dejaron completamente solo. En ese momento fue que sus nervios lo traicionaron y pens que haba cometido un error. Cmo terminara aquello? No estaba al tanto del panorama completo de los planes de Ares, por lo que no poda imaginar un escenario de lo que iba a pasar en el futuro. No tena idea de las consecuencias de sus actos a partir de ese momento.

Haba logrado enterarse de que Zeus visitara el santuario ese mismo da, de que buena parte de su corte se adentrara en los dominios de Atenea. Pero an no tena claros los motivos por los que el rey de los dioses haba decidido dejar sus dominios en el Olimpo para viajar a Atenas. Fuera lo que fuera, tena que ser grave, de suma importancia. Desde el momento en que supo de la visita de Zeus, Shion supo que haba algo detrs de esa visita aparentemente inocente al santuario. Algo que, evidentemente era de tal magnitud que obligaba al padre de los dioses a salir de su refugio. Tena que ser algo grave. Quiz ese algo que an desconoca era la clave para comprender lo que suceda a su alrededor, ese rompecabezas que hasta el momento haba sido incapaz de armar por s slo. Ansiaba entender lo que ocurra, en su mente, todos esos extraos sucesos se conectaban con el errtico proceder de su diosa.

Mientras tanto, lejos de l, Ares se encontraba en su campamento, recibiendo al mensajero de su padre. Finalmente reciba esa orden que tanto haba esperado, desde haca tanto tiempo. Una enorme sonrisa cargada de satisfaccin se dibuj en los sensuales labios del dios de la guerra mientras rompa el lacre de la misiva.
—Retrate, da a mi padre que ir a su encuentro en cuanto mis tritas estn preparados —dijo al mensajero, cuando ste se retir, el dios se irgui cuan alto era y se dirigi a los hombres que comandaban a sus tritas —. Preprense, saldremos dentro de una hora para encontrarnos con mi padre de camino a Atenas. Pueden irse, t no, Cassandros —dijo el dios dndoles la espalda. Sus servidores obedecieron, mientras sus compaeros salan, Cassandros permaneci arrodillado —. Ven conmigo —dijo el dios con voz suave directamente a su odo. El trita se levanto sin prisa, al poco, segua a su seor hasta las estancias privadas del dios, un sitio al que, de entre todos sus servidores, slo Cassandros tena acceso.

Una vez que se encontraron a solas, Ares dio rienda suelta a sus deseos. Lleno de pasin, tom a Cassandros entre sus brazos, aplastndolo contra su amplio pecho mientras le llenaba el rostro de besos hmedos y cargados de lascivia. Una de las manos del dios se ocup de deshacer la gruesa trenza de cabellos rubios que el trita sola usar. Ares se tom un momento para gozar de la belleza de ese hombre, de ese rostro un tanto maduro y perfecto que le miraba sereno. Cassandros se dejaba hacer, sintindose, por momentos, como un juguete en manos de su dios. Cerr los ojos al sentir las placenteras caricias que los labios de Ares le proporcionaban a su cuello y su pecho. La lengua del dios se entretena con los pezones, arrancndole a su servidor algunos gemidos completamente involuntarios.

Ares le bes en la boca, con lujuria, con pasin desmedida que ambos entendan no se originaba realmente en el hombre rubio que Ares sostena con fuerza entre sus brazos. El dios pretenda hacerle saber a su amante a travs de ese beso cuanto lo deseaba.

El asesino de hombres se desnud con premura e impaciencia. Aferrando la cintura de Cassandros con uno se sus brazos, Ares lo derrumb en la cama. Los rubios cabellos del trita se desparramaron sobre el lecho, dotndole de un matiz de apostura y elegancia que fascin al dios. Cassandros era, con mucho, la ms hermosa de sus posesiones.

El trita pudo sentir la ereccin de su seor frotndose contra su entrepierna, contra sus muslos, al tiempo que su miembro palpitaba ansioso. Ares sonri al notar aquello. Su servidor haba aprendido a disfrutar de esos encuentros casi tanto como l.

Le arranc la poca ropa que le quedaba y le tendi en el lecho, sumiso y obediente, Cassandros se dej hacer. Ares lo penetr, con fuerza, con energa, cerrando los ojos al sentir la oleada de placer que le envolvi al sentirse dentro de las apretadas entraas de su amante. Ares lo posey con la absoluta conviccin de que Cassandros lo disfrutaba casi tanto como l, con la absoluta conviccin de que el hombre que yaca debajo de l era incapaz de fingir ese placer.

El rubio estaba exhausto, sin embargo, luego de complacer a su seor en tres ocasiones, abandon el lecho.
—No tenemos tiempo para esto ahora, mi seor —dijo mientras Ares intentaba despojarlo, de nueva cuenta, de sus ropas.
— Me rechazas, Cassandros? —dijo el dios imprimiendo un matiz amenazador a su voz.
—Por supuesto que no, seor, no me atrevera, es slo que usted debe apresurarse y partir al encuentro de Zeus dentro de muy poco tiempo.
—Es verdad… aunque, estamos cerca.
—An debo preparar a los otros —Ares suspir contrariado, Cassandros tena razn. El trita era, sin duda, el ms eficiente de sus servidores, en el ms amplio sentido de la palabra.
—En ese caso, ocpate de que todos estn listos a tiempo. Me asear un poco y luego me reunir con ustedes —dijo el dios dndole la espalda.

Cassandros sali sin hacer ruido, Ares sonri pensando que dentro de poco le dara a su trita favorito una agradable sorpresa. Por el momento, deba concentrarse en lo que vena. En realidad, no poda pedir ms. Las cosas estaban saliendo tal como l lo haba querido.

Mientras limpiaba su cuerpo, pensaba que estaba a unos minutos de disfrutar de una de las ms grandes humillaciones que Atenea hubiera sufrido. Haba llegado el momento de que su hermana comenzara a pagar las consecuencias de sus actos. La ltima pieza haba cado y en cuanto se resolviera el asunto del que Zeus tena que ocuparse personalmente en el santuario, no quedara nada, absolutamente nada, ni un solo obstculo entre l y su venganza. Todo estaba resultando de acuerdo a lo planeado, despus de todo, la paciencia le estaba rindiendo frutos…

La muerte de Hades no iba a quedar impune…

Si todo resultaba como se haba encargado de planear y orquestar, dentro de muy poco tiempo sera capaz de gozar del placer de la venganza. Entonces se retirara del mundo y quiz volvera junto a su padre, pero por el momento, deba alistarse.

Se ase escrupulosamente, para luego vestir la poderosa armadura que le caracterizaba. Tom su casco de luenga cresta y ci la espada en su cintura. Estaba listo. Cuando sali de su tienda, los tritas, armados y listos, esperaban por l. Slo lo ms selecto de su ejrcito estaba presente en aquel campamento. Alcestes, Mitrades, y por supuesto Cassandros, le acompaaran. Death Mask se encontraba ah, pero haba recibido rdenes de permanecer en el campamento, en espera de las rdenes de su seor. No le permitira an presentarse en Atenas, deba quedarse con los dems tritas. An no era prudente que diera la cara.

Ares haba decidido que an era pronto para mostrar todas sus cartas. De modo que, cuando lleg el momento, Ares se present antes Zeus llevando tras de s slo a los tres comandantes. Zeus se sorprendi al ver que su hijo slo se haca acompaar por esos tres hombres de aspecto descuidado y sombro.
—Padre… —susurr el dios de la guerra mientras se inclinaba profundamente frente al rey de los dioses. Zeus lo mir atentamente, un poco descolocado por el hecho de que Ares hubiera decidido presentarse portando su armadura. Haba esperado con ansias a su hijo. Con Ares luchando de su lado, las cosas resultaran ms fciles.
—Me alegra verte —dijo Zeus con sinceridad pasando un brazo por los anchos hombres del que era considerado el peor de sus hijos —. Slo has venido desde Tracia slo con ellos? —le pregunt en voz baja fijndose en esos hombres que seguan a su hijo como si fueran su sombra, armados de pies a cabeza y con los rostros cubiertos.
—No, padre, slo ellos me acompaan porque quise obedecer tus rdenes, padre, dijiste que no queras a mi ejrcito en el santuario. Pero descuida, el resto de mis tritas se encuentran muy cerca de aqu, esperando por mi seal de ser necesario.
— Has trado a las amazonas?
—Un batalln completo. Esperan junto a los tritas, armadas y listas para la batalla.
—Supongo que sern suficientes si algo pasa… —musit Zeus —. Debemos partir cuanto antes —aadi Zeus mucho ms tranquilo.
—Cu7ando t lo dispongas, padre —dijo Ares intentando mantener la calma —. Te acompaa mi madre?
—No… he decidido que ella permaneciera en Olimpia hasta no saber a que atenernos. Quiero estar seguro —Ares sonri de lado, haba cosas que nunca cambiaran. No lo mencionara siquiera, pero l saba por qu su madre, Hera, la de los nveos brazos, se negaba a presentarse.

Ella no aparecera mientras l estuviera cerca. Hera le tema de una manera que no era capaz de explicar, de un modo en el que ninguna madre le tema a su hijo. No lo comprenda, nunca lo comprendera. Haba renunciado a hacerlo. Tena que obviar aquello y concentrarse en conseguir su objetivo.

Poco despus, se unieron al resto del grupo, Apolo haba llegado tambin. Minutos ms tarde emprendieron la marcha en direccin al santuario de Atenea. El grupo pareca compacto, uniforme, excepto por Ares y sus tres servidores. El dios de la guerra y sus tritas eran los nicos que acudan a ese encuentro portando armas y armaduras. Destacaban poderosamente entre el resto no slo por eso sino por lo imponente y atemorizante de su aspecto.

Luego de una caminata relativamente breve, llegaron hasta la entrada del santuario de la diosa de la sabidura. Ella aguardaba, nerviosa, deseando esconderse entre sus servidores. El compacto grupo formado por los santos de oro la rodeaba, como una especie de muralla presta para cualquier eventualidad. Cuando los vio venir, la encarnacin de Atenea trag grueso. Aferr con insistencia su bculo, intentando mantenerse calmada. Con slo mirar a Ares se sinti furiosa, ofendida. No estaba en posicin de repelerlo, de orillarlo a irse… no poda hacer nada. Comenzaba a dudar de que fuera capaz de seguir con eso. Pronto los tres dioses y su squito se encontraban a unos tres metros de ella.

La diosa avanz tmidamente tres pasos, nerviosa, furiosa al mismo tiempo. Contempl la alta figura que dominaba la escena, no, no era Zeus quien llamaba su atencin, ni siquiera el hermoso Apolo. Era Ares, enfundado en esa armadura del mismo color de la sangre fresca, que le sonrea con desparpajo mientras Zeus avanzaba haca ella. Esa sonrisa medio disimulada gracias al caso no le paso desapercibida.

El perfecto Apolo se hallaba a la diestra de su padre, mirando a su hermana, notando en silencio el terrible temor y la furia que Ares despertaba en ella. Atenea lo mir, los dorados rizos del dios sol caan en grcil desorden ocultando parcialmente sus hermosos ojos azules. Su hermano tena el aspecto de un hombre joven, alto y bien proporcionado. Aquello le disgust. Por qu ella tena que permanecer en ese cuerpo viejo y ajado por la edad? Mir entonces a Zeus, y sinti vergenza de su aspecto. El padre de los dioses haba elegido un cuerpo magnfico para deambular entre los mortales, era casi tan alto como Ares, con los cabellos grisceos, en desorden, su nariz posea la perfeccin de una estatua y pareca tan majestuoso como deba serlo el rey de los dioses.
—Sean bienvenidos, padre, hermanos —dijo finalmente, aparentando una calma que estaba muy lejos de sentir. Apolo y Zeus le respondieron con verdadera amabilidad, en tanto que Ares se limit a despojarse del casco.
—Hermana… —susurr con esa sonrisa burlona danzando en sus labios mientras se acercaba ms y ms a ella. La expresin triunfal en su rostro bast para enfurecer a la diosa.

En medio de la tensin reinante, se dirigieron al templo principal, sin que los servidores del dios de la guerra perdieran la oportunidad para estudiar a los que su seor les haba prometido seran sus rivales en un futuro no muy lejano.

Mientras avanzaban, los dorados no dejaron de reparar en los tres hombres que seguan de cerca de Ares. Era imposible no fijarse en ellos, ni en su seor. De las deidades presentes, Ares pareca el ms relajado. Casi pareca disfrutar de aquello, sin temor a nada, pues estaba convencido de que la victoria estaba al alcance de sus manos. Esta vez no iba a resultar derrotado. Esta vez la victoria le perteneca a l.
Notas finales: Bueno, me he dado cuenta de que practicamente ya nadie lee, así que haré limpieza de historias, XD. See ya!!!

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).