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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

ADVERTENCIA: los personajes de este fic se encuentran completamente OOC, es decir no me he apegado al canon respecto de ninguno de ellos.Otra advertencia, hay violencia explicita en este capitulo.

Deseo agradecer a mi amiga Cyberia_bronze saint por las porras y la asesoría brindada para la realización de este capitulo, mil gracias amiguita, besotes!!!!

 

Cerca del ocaso, Milo de Escorpión se paseaba por la playa. Habían transcurrido ya tres meses sin que tuviera noticias de Kanon. Eso le molestaba, nunca había pasado tanto tiempo sin verlo y la sensación que se formaba en su pecho era simplemente insoportable. Caminó sin prestar atención al rumbo que tomaban sus pasos. Caminó sin poner atención a nada hasta que logró percibir un cosmos tremendamente conocido y furioso. Con una sonrisa en los labios se dirigió hasta el lugar del que emanaba dicho cosmos. Quedó helado al notar que el cosmos provenía de la celda ubicada en Cabo Sunion. Se precipitó en dirección a la solitaria prisión rogando por no hallarlo ahí.

- ¡Milo! - gritó Kanon al verlo venir.

- ¡Kanon! - dijo Milo con cierto alivio. Posó sus manos sobre las de Kanon que aferraban los barrotes de la reja.

- Creí que te habías olvidado de mí pequeño espartano.

- Sabes que no podría.

- Olvida eso, lo importante es que me has hallado.

- Ese maldito de Saga supo esconderte bien, pero no ha nacido el hombre o mujer capaz de engañarme. - dijo Milo, Kanon extendió la mano fuera de su prisión para acariciar el rostro del menor. Milo se dejó hacer, tiempo hacía ya que anhelaba tal tratamiento.

- Me muero por besarte. - dijo Kanon y lo atrajo hacia si lo más posible. Milo sonrió mientras lo besaba.

- Debo sacarte de aquí... habrá tormenta. - comentó el menor mientras sus dedos aferraban un mechón de los negros cabellos de Kanon.

- Si, lo sé, pero tendremos que esperar. Saga volverá...

- Al diablo con Saga, le mataré si es necesario. Una vez te dije que nada ni nadie iba a separarme de ti y eso incluye a tu pedante hermano.

- No... sabes que no estás listo para enfrentarlo... aún. - dijo Kanon con una sonrisa torcida.

- Sí tú lo dices... lo creeré, has sido mejor maestro que Erebo.

- Vete ya, si te encuentra aquí  querrá matarte. - sus labios se unieron con ansia y desesperación. Milo introdujo ambas manos en la celda para aferrar con fuerza los hombros del menor de los gemelos. Kanon le miró al romper el beso. No tenía dudas, Saga no podría arrebatarle a Milo, ni siquiera su hermano podría arrebatarle a ese rubio esquivo e indiferente. - Te amo.

- Te amo... y te juro por todos los dioses que te sacaré de aquí. - volvieron a besarse.

- Ahora vete, pero vuelve pronto. - le dijo Kanon. No sin renuencia, Milo se retiró dejando a Kanon en medio de la horrorosa soledad de Cabo Sunion.

 

Poco después se presentó Saga.  Como de costumbre, su rostro exhibía una mueca burlona que simplemente hizo enfurecer a Kanon.

- Buenas tardes hermanito, ¿qué tal tu alojamiento?

- Cállate Saga, no estoy de humor para soportarte.

- Qué pena porque yo sí. - dijo Saga con una cruel sonrisa. - ¿Sabes? Empiezo a hartarme de esto... te estás volviendo aburrido...

-- ¿Significa que vas a matarme?

- Claro que no, no mataría a mi hermano, ¿por quién me has tomado? Simplemente no voy a volver. Tendrás que arreglártelas solo mi querido Kanon... y por cierto, cuídate, habrá tormenta. - Saga se alejó riendo con crueldad. Kanon le miró y agradeció a los dioses que Milo lo hubiera encontrado tan oportunamente.

 

Por su parte, el santo de Escorpión se hallaba recluido en su templo, sondeando la presencia de Saga, el geminiano se había quedado en las proximidades de Cabo Sunion. Aquello simplemente vino a echar por tierra sus planes. La tormenta no tardó en desatarse con furia inconcebible. Aún así, se envolvió en una pesada capa y salió en busca de Kanon. El rubio se sintió frustrado al ver que a causa de la tormenta apenas si podía avanzar.

 

Logró alcanzar Cabo Sunion, llegó hasta allá completamente mojado y medio ciego a causa de la fuerte lluvia. Hizo un gran esfuerzo por calmarse para poder detectar el cosmos de Kanon. No hubo resultado. Corrió hasta la celda... estaba vacía.

- ¡Kanon! ¡Kanon! - gritó desesperado, recorrió los alrededores buscándolo, revisó la cerradura, estaba intacta. Incluso se metió al mar en un  intento desesperado por encontrarle... no pudo hallarlo. Se dejó caer de rodillas sobre la arena de la playa contemplando impotente el encrespado mar que se extendía frente a sus ojos... seguramente estaba muerto, ahogado a causa de esa tormenta. No pudo evitar las lágrimas, gritar, maldecir a los cielos y a los mares por arrebatarle lo único que significaba algo en su apática vida.

 

Lleno de una mezcla de furia y dolor volvió a Escorpión. Se maldijo a sí mismo por haberlo dejado ahí, maldijo también a Saga por haberlo recluido en esa nefasta prisión. Maldijo también al anterior patriarca por condenar a Kanon a la gris existencia que vivió como sombra de Saga.

 

Se pasó la noche llorando, gritando, culpándose a sí mismo por aquella absurda muerte. Le hubiera gustado dar con Saga y matarlo a golpes, obligarlo a admitir ser culpable de la muerte del único ser que le había hecho sentir algo agradable. El amanecer le sorprendió llorando su perdida, con la ropa húmeda y tendido en el pulimentado piso de mármol de su templo.

 

Miró su reflejo en el espejo del espléndido cuarto de baño del templo que custodiaba. Se obligó a sí mismo a adoptar el habitual gesto de indiferencia. Se lavó el rostro, hizo lo mejor que pudo para ocultar la desolación que lo invadía. A los ojos del mundo Kanon ni siquiera existía. No se puede llorar ni sufrir por alguien que no existe. Kanon estaba muerto... eso era lo único que podía pensar.

 

Se presentó en el coliseo luciendo terrible. Casi de inmediato, Death Mask se le acercó.

- ¿Mala noche griego? -

- Muy mala. - fue todo lo que se dijeron. Aquella mañana el entrenamiento fue brutal. Pareciera como si todos los presentes tuvieran en mente despedazarse de una vez por todas.

 

Quizá el más cruento de todos los enfrentamientos fue el que sostuvieron Afrodita de Piscis y Camus de Acuario.

- ¡Eres muy lento! - gritó el sueco esquivando el ataque del francés, aquella voz más que un grito pareció un rugido. Con un movimiento asombrosamente veloz, el sueco le ganó la espalda a Camus y lo derribó de un solo golpe, cuando el francés se puso en pie, lanzo un sanguinolento escupitajo que puso en alerta al resto. Milo observaba la escena con impávido gesto. En realidad no importaba mucho quien ganara, no era una pelea de verdad y por lo tanto, no era de su incumbencia. El francés no quiso continuar, Afrodita era perfectamente capaz de matarlo ahí mismo.

 

Fue el turno de Shura y Aldebarán, el brasileño se mostró calmado  y aunque consideró que el español lo estaba tomando demasiado en serio, se guardo sus comentarios y se mantuvo firme a pesar del furioso ataque de Shura. De haber sido otro el que lo recibiera seguramente hubiera resultado gravemente herido, pero Aldebarán soportó bien aquello. Shura no se detuvo sino que pretendía atacarle de nuevo. Aquello fue suficiente para acabar con la paciencia de Aioria de Leo. El griego se acercó a Shura y le  reprochó su actitud.

- ¿Es que acaso estás pensando en matarlo? - le espetó el castaño en medio de un estallido de furia.

-  Si mi intención fuera matarlo, ya estaría muerto.

- Pues a mí no me lo parece.

- Tu opinión Leo, no cuenta, ya deberías saberlo. - le reviró el español con desdén. Aioria se habría lanzado sobre él de no ser porque una helada mano lo detuvo. Se sorprendió al descubrir que quien lo sostenía no era otro más que Milo de Escorpión.

- No vale la pena... ya lo creo que no. - dijo el rubio mirándolo a la cara. Milo no estaba en su mejor momento, eso era obvio.

- ¿Por qué me detuviste?

- Estás furioso. Te habría matado... a lo sumo en dos ataques, tal vez tres, pero habrías terminado muerto.

- ¿Y eso te importaría? - dijo Aioria.

- ¿A mí? Por supuesto que no. Soy Milo de Escorpión, no ha nacido la persona que despierte mi interés. - dijo el griego con una sonrisa amarga.

- Vamos griego, tenemos cosas que hacer. - dijo Ángelo. Aioria lo miró, cada vez era más extendido el nefasto mote del italiano, Death Mask, muchos lo llamaban ya así de ordinario. Al mirarle aquella mañana, Aioria consideró que el mote estaba más que justificado. Vio a los tres asesinos alejarse. Al parecer se habían vuelto más unidos desde sus recientes incursiones en Rusia e Inglaterra, y habían cerrado filas ante el resto. Ahora meterse con uno significaba meterse con los tres. Y eso no era nada que pudiera dejar de considerarse.

 

Transcurrió un año, la vida en el santuario seguí su ritmo, sazonando el aburrimiento con alguno que otro escándalo protagonizado por alguno de los santos y las frecuentes misiones de los asesinos. Todo el santuario permanecía al tanto de lo que hacían. Todo el santuario sabía de lo violento que podía llegar a tornarse cada miembro de la tríada. En especial Afrodita de Piscis. Hacía un par de semanas alguien había tenido la osadía de atreverse a tocarlo. Había pagado caro su atrevimiento. El precio de su osadía había sido una mano.

 

Cierto, había que reconocer que era hermoso, más hermoso que cualquier otro habitante del santuario, pero era tan salvaje como hermoso, tan cruel como bellos eran sus ojos de un azul cristalino. Su violencia y sadismo habían aumentado a raíz de que el patriarca le obligara a abandonar aquella máscara con la que cubría su rostro. Su delicada figura no hacía sino engañar, se mostraba débil, pero en realidad era fuerte, hábil, agresivo y profundamente cruel.

 

Ángelo, ya conocido entonces por la mayoría de los habitantes del santuario como Death Mask había comenzado a desarrollar una extraña afición por cercenar los rostros de los infortunados a los que asesinaba y llevarlos a su templo. No era un secreto para nadie que el cosmos del santo de Cáncer estaba cambiando y que la energía que rodeaba su templo era cada vez más oscura. Apenas si hablaba con alguien más que con Milo y Afrodita, pocas veces se le veía en público lejos de alguno de ellos dos. Los rumores ya comenzaban a circular, y en realidad nadie sabía a ciencia cierta que creer. Lo único cierto es que Death Mask había desplazado definitivamente a Ángelo.

 

El cambio operado en el custodio de Cáncer había sido notorio. Seguía consumiendo enervantes, solo que ya era una cuestión rutinaria y no exclusiva de las salidas de misión como antaño solía ser. Además, se drogaba prácticamente en cualquier lugar. El aire tétrico y espectral de su templo no hacía sino incrementar la popularidad de la leyenda negra que comenzaba a tejerse a su alrededor. Algunos de los guardias comenzaban a murmurar que en las proximidades de Cáncer podía percibirse el aroma de la muerte.

 

El tercer miembro del grupo de asesinos, el escorpión, no desentonaba con sus compañeros. La eterna indiferencia del griego no había hecho sino acentuarse, sin lugar a dudas estaba peor que antes. Actuaba prácticamente como de costumbre. Solo que le había dado por escapar y perderse durante días. Tan indiferente como siempre, tan apático como de costumbre; quizá solo un poco más amargado que lo habitual, pero en el santuario de Atenea todos eran más o menos amargos. En efecto, se había tornado más cruel e indiferente, incapaz de mantener una conversación con alguien que no fuera parte del grupo de asesinos. Los únicos que se atrevían a acercársele en público eran Aioria de Leo y Camus de Acuario. Podía decirse que mantenían algo parecido a una amistad.

 

Aquella mañana Aioria se encerró en su templo después del entrenamiento. Cada día las cosas eran más difíciles. Estaba harto de la puyas de Shura, de los murmullos de los aprendices y guardias, de las bromas pesadas de Mu y sus amigos... y de sentirse más y más atraído hacia su oscuro compatriota. Sabía de buena fuente que no era el único que lo encontraba atractivo. Más de una vez había escuchado a Mu comentar que encontraba cierto parecido entre Milo y el desaparecido guardián de Géminis, Saga; el mismo que había sido el sueño de adolescentes de casi todos los actuales dorados. Pero el más obvio era Camus de Acuario, el francés no podía ocultar la atracción que el escorpión ejercía sobre él.

 

Un par de semanas después se encontró a Milo en las afueras del santuario. Estaba bebiendo. Se le veía realmente abatido. Sin embargo, el rubio volvió a adoptar el aire indolente de costumbre en cuanto se sintió observado.

- ¿Qué haces espiando a un asesino? - le espetó.

- No te espió. Solo pasaba por aquí.

- Como sea... cuidado al pasar por Aries, están tramando algo.

- Gracias.

- No tienes porque darlas. - dijo el griego. Hubiera querido decirle algo, pero sabía que era pedir demasiado intentar una conversación con alguien como Milo de Escorpión.

 

No volvió a verlo sino tres meses después. El griego por primera vez en su vida vio a Milo de Escorpión andar de prisa. Cuando se detuvo a solicitar permiso para pasar por el templo de Leo lo miró detenidamente. No se veía bien.

- ¿Quieres beber algo? - le ofreció Aioria a Milo. El rubio solo negó con la cabeza.

- Otro día será... me esperan en Piscis. - comentó antes de desaparecer repentinamente de su templo.

 

Milo se detuvo en su templo necesitaba tranquilizarse antes de subir al templo de Piscis. No quería darle el placer a Aries de verle destruido después de su último encuentro. No volvería a poner un pie en Aries a menos que una nueva guerra santa se desatara y solo para comprobar que el guardián estaba muerto.

 

Se dio un rápido baño y mudo sus ropas por otras limpias, intentando con ello borrar de su cuerpo todo vestigio de su encuentro con Aries. No se permitió derramar ni una sola lágrima. No valía la pena. No por alguien que le comparaba con la persona a la que más odiaba en el mundo.

 

Al poco rato de haber llegado a su templo, sintió los cosmos de Afrodita y Death Mask acercándose. Sus compañeros al notar su cosmos en Escorpión decidieron bajar a encontrarse con él en vez de esperarlo, pues sabían de la lentitud del griego.

- ¿Estás visible? - dijo Death Mask ingresando en el templo.

- ¡Entren y acomódense donde se les antoje! - gritó Milo desde el baño.

 

Afrodita y Death decidieron instalarse en el jardín posterior de Escorpión. Poco después Milo apareció con  un par de botellas de vino y una más de whisky. Repartió vasos entre los presentes y se sentó frente a ellos. Su rostro no presagiaba nada bueno.

 

Una hora después estaban completamente ebrios, Milo había sacado más vino de los dioses sabrían donde, además de una buena botella de vodka que recién comprara en el pueblo. El único que parecía medianamente lúcido era Afrodita. Pese a su estado, Milo y Death siguieron bebiendo. No tenían muchas intenciones de dejarlo según pudo ver Afrodita al notar que Milo entraba a su templo para regresar con más alcohol.

 

Repentinamente la conversación que sostenían dio un giro extraño. Sin saber como, empezaron a hablar del resto de los dorados.

- Yo digo que el mayor cretino de todos los dorados es Capricornio... con ese maldito aire de superioridad y su recontra puto acento. - dijo Death con voz pastosa.

- Te equivocas... te apuesto mi cabeza a que es Geminis. - dijo Milo arrastrando las palabras, jamás olvidaría a ese hombre...

- Pero si lleva años perdido el muy... - siseó Death.

- Ustedes dos son un par de idiotas. - dijo Afrodita antes de vaciar una vez más su vaso.

- Deja de quejarte y participa en el juego, dinos, ¿quién crees que es el más cretino de los dorados? - le insistió Death.

- Sí de verdad quieres saberlo... tú. - siseó Afrodita con saña. Ante aquel comentario, Milo no pudo sino echarse a reír con el gesto estupefacto de Death.

- Espero que no lo hayas dicho en serio. - murmuró Death sintiéndose ofendido.

- Claro que no era en serio, él solo quería callarte la boca. - acotó Milo. Había aprendido a conocer a sus compañeros.

- A ti te tolero, al que no soporto es a Leo. - dijo el rubio pisciano con un tono realmente amenazador.

- ¿Y a que se debe eso? - preguntó Death Mask.

- Porque tiene al asesino de su hermano enfrente y en vez de hacer algo al respecto se besuquea con él en los callejones de Galatsi. - dijo el sueco lanzándole una mirada a Milo. Tenía sus sospechas, al escorpión parecía agradarle ese maldito gato, y era obvio para él que de no ser porque el escorpión nunca parecía interesarse en nada, el león ya habría intentado algún avance. El griego ni se inmutó, simplemente bebió un sorbo de vino y asintió como indicando que estaba de acuerdo con lo dicho por Afrodita. - Es un idiota.

- Un idiota con suerte. - añadió Death Mask.

- ¿Lo dices porque en un tiempo gozó de los favores de Virgo o porque es el calienta camas en turno de Aries? - dijo Afrodita.

- El vino te ha soltado la lengua maldito sueco. - dijo el custodio de Cáncer.

- Eres muy ingenuo... ¿No me digas que te creíste que ese quería algo de verdad contigo? - la sonrisa de Afrodita se tornó cruel.

- ¡Retira lo que has dicho!

- ¡No me viene en gana! - gritó Afrodita furioso.

- En mi templo no se habla de ese. - masculló Milo furioso. - Lo diré una sola vez, y no tengo intenciones de repetirlo. Aries es una ramera, una maldita ramera manipuladora con el jodido ego inflado porque era la mascota de Shion. Y si alguien tiene algo que decir al respecto, es mejor que me lo diga ahora mismo para poner las cuentas claras. - siseó el griego con furia.

- ¿Por qué lo dices? - preguntó Death intentando descubrir porque el griego había estallado con tal furia cuando lo normal en él era mantenerse impasible. Aries había pasado a segundo término.

- Porque sé de lo que hablo. Es todo. - dijo el griego. - Me voy a dormir. - anunció poniéndose de pie.

- Yo también.- dijo Death percibiendo la necesidad del otro de estar solo. Afrodita se quedó callado viendo como los otros dos se alejaban. Permaneció callado y muy quieto sosteniendo su vaso de vino, intentando hallar la respuesta a las dudas que asaltaban su pétrea mente en esos momentos. No entendía lo que le sucedía. No entendía porqué  comenzaba a sentir ese deseo irrefrenable de ir tras ese maldito bloque de indiferencia llamado Milo de Escorpión y devolverle al precio que fuera su habitual indiferencia.

 

Exhaló un suspiro cansado. Vació el contenido de su vaso sobre el césped para luego dirigirse al sitio donde estaba seguro encontraría a Milo; el techo del templo de Escorpión.

 

Supero de un salto el tramo que le separaba del escondite predilecto de Milo. El griego estaba tendido de cara al cielo. Afrodita obvió el hecho de que  había huellas de lágrimas en las impecables mejillas de su compañero. Tenía que admitirlo, el griego era un ejemplar de soberbia belleza masculina, con un perfecto rostro de armoniosas facciones, un cuerpo capaz de robarle el aliento a cualquiera y esa melena que le caía en salvaje desorden por la espalda hasta llegar a la cintura.

- No tenia idea de que supieras de este lugar. - comentó Milo rompiendo el silencio entre ellos.

- Sé más cosas de las que tú crees, no eres el único que se sabe a la perfección los movimientos del santuario.

- No te sorprendió lo de Aries... - Afrodita se mantenía de pie a su lado. El viento llevó hasta las fosas nasales de Milo el delicado perfume de rosas que emanaba del custodio de la doceava casa.

- Es porque siempre lo supe... ese maldito engreído acostumbra a alardear con sus conquistas.

- ¿Por qué te molesta?

- No lo sé, solo me molesta. - no supo por qué lo hizo, pero Afrodita se sentó al lado de Milo.

- Tu constelación se ve espléndida esta noche.

- Es porque estamos a mediados de marzo.

- Entonces pronto será tu cumpleaños.

- Así es.

- ¿Cuántos cumplirás?

- Veintitrés.

- Recién cumplí los veinte. - comentó Milo. Afrodita había terminado recostándose a su lado.

- Debo irme...

- Vuelve cuando quieras. - dijo el griego, una oleada del perfume de las rosas de Afrodita fue la despedida del pisciano.

 

La misma escena se repitió en las noches sucesivas. A veces ni siquiera hablaban, y a veces solo hablaban de nimiedades. Pero su relación se iba fortaleciendo poco a poco, al grado de que no necesitaban palabras para entenderse.

 

El resentimiento de Milo hacía Aries no menguó ni un ápice. Cada vez que se encontraban, el griego parecía transformarse en otra persona. Perdía su máscara de indiferencia y estallaba a la menor provocación. El más grave de sus episodios ocurrió una mañana de domingo en Galatsi, los dorados tenían el día franco al igual que la mayoría de los santos. Los tres asesinos se encontraban en la taberna que había pasado a ser su lugar favorito en el pueblo. Bebían y conversaban animadamente en italiano, para los tres era preferible expresarse en ese idioma que en griego, así al menos sus conversaciones podían tener un cierto toque de privacidad.

 

En cuanto los ojos de Milo notaron la menuda figura de Mu de Aries entrar en el local, enrojecieron tal como cuando se preparaba para atacar.

- Sí tanto lo odias solo mátalo. - dijo Afrodita furioso ante la atención que le prestaba el griego a ese insignificante ser.

- Vamos griego, que no note que te afecta o jamás te lo quitarás de encima. - le dijo Death, él mismo sentía deseos de ir donde Mu y cumplir cabalmente el consejo de Afrodita.

- Ustedes dos son un par de idiotas, ese imbécil ni siquiera se acuerda de haberse acostado con ustedes mientras que sus mentes no dejan de pensar en él. - comentó el sueco con crueldad.

- No sabes lo que dices. - dijo Death. Quizá las cosas no habrían pasado a mayores de no ser por la actitud del acompañante de Mu.

 

Se trataba de un santo de plata, alguien que sentía un particular desprecio hacia Milo pues habían entrenado juntos bajo la tutela de Erebo de Escorpión. A juicio de Adriano de Sagitta, Milo sin duda, era el menos digno de todos los dorados de portar una armadura de tal categoría.

 

Milo había logrado recobrar el control y había adoptado la pose de eterna indiferencia que le caracterizaba. Bebía tranquilamente un vaso de vino especiado cuando vio aparecer a Adriano de Sagitta frente a él.

- Milo, cuanto tiempo sin verte. - dijo con gesto burlón. Milo se limitó a dirigirle una mirada carente de toda emoción y atender a su vaso medio vacío. - ¿sabes? Puedes haberte quedado con la armadura de Escorpión pero yo me he quedado con algo  mejor. - los ojos de Milo centellearon de furia al notar la clara referencia hacia Aries. El otro no se percató de la furia que emanaba del cosmos del dorado y siguió hablando. - Apuesto a que tu armadura no te calienta tan bien en las noches como él a mí. - la sonrisa se le congeló en los labios. Milo se puso de pie. En un segundo todo hubo terminado. Adriano de Sagitta cayó muerto a los pies de su amante. La aguja escarlata de Milo le partió en corazón. Nadie se atrevió a siquiera abrir la boca. Ahora Milo no solo era respetado...  también era temido.

 

El incidente el Galatsi tuvo consecuencias, mismas que no hicieron sino endurecer a los asesinos y fortalecer su unión. El castigo de Arles no tardaría en llegar... esa misma noche, Milo fue llamado a la presencia de su santidad. De mala gana y seguro de que sus actos iban a acarrearle un castigo ciertamente ejemplar, acudió al llamado de Arles. Sin embargo, no se arrepentía, lo volvería hacer, sin dudarlo. Nunca había estado tan furioso como en el momento en el que resolvió aniquilar a Adriano. No lograba entenderse, Adriano siempre había sido molesto, siempre estaba fastidiando, siempre alardeando con que era mejor que él, sin embargo, nunca la había hecho hervir la sangre como aquel día.

 

Milo permaneció arrodillado frente al trono del patriarca mientras Arles se paseaba frente a él en silencio. El patriarca no iba a perder esa oportunidad de doblegar el inmenso orgullo del griego.

- Lo que has hecho es imperdonable Escorpión, y tú lo sabes. - Milo se quedó callado, no le importaba el castigo, ni siquiera si implicaba que le echaran de la orden. Estaba harto, no había nada ahí que le retuviera ya. Reconocía que su única razón para quedarse en el santuario era Kanon, y Kanon había desaparecido hacía mucho tiempo. Aries nunca llegaría a llenar el vacío que él le había dejado, nadie podría hacerlo. - Supongo que estarás consciente de que mereces un  castigo. - dijo Arles con un tono que preocupó a Milo.

- Lo entiendo.

- No pareces arrepentido.- Milo se quedó callado. Claro que no se arrepentía. - Conoces el castigo. - dijo Arles en voz baja.

- Cuatrocientos azotes en el coliseo ante todos los habitantes del santuario. - dijo Milo sin levantar el rostro, conocía bien el castigo pues había sido el encargado de ejecutarlo innumerables veces.

- Aunque... tratándose de ti... - dijo Arles en un tono que Milo no le conocía. - ... podría hacerse una excepción... sí aceptarás, solo por una noche compartir mi lecho. - Dijo el patriarca descendiendo de su escaño para sujetar el rostro del griego entre sus manos. El rubio lo miró con la furia brotándole por cada poro de la piel.

- Me inclino por los azotes... tal vez sea un asesino, pero no soy la ramera de nadie. - siseó con un brillo homicida en los ojos. Como toda respuesta, Arles se carcajeo.

- Eres el orgullo en persona... sin embargo, mi  oferta sigue en pie, tal vez cuando estés recibiendo los azotes quieras cambiar los gritos de dolor por gritos de placer. Puedes irte Escorpión, tu castigo será aplicado mañana. Y si cambias de opinión todo lo que tienes que hacer es pedir clemencia. - el patriarca le dio la espalda. Milo se levantó y furioso se marchó a su templo.

 

Se encerró en su templo hasta el momento en el que uno de los guardias se presentó para escoltarlo hasta el coliseo. En silencio, y con gesto retador, se dirigió al sitio que habían dispuesto para que recibiera su castigo. Descubrió su espalda, aferró con sus manos el poste de madera que había sido clavado en medio del coliseo y se dispuso a recibir su castigo.

 

Arles se sentó frente a él, desde su lugar podía ver claramente el rostro del griego. Estaba disfrutando de aquello. El griego jamás iba a doblegarse según vio, pues ya había recibido los primeros cincuenta azotes sin emitir ningún sonido, a pesar de que su espalda comenzaba a sangrar en algunas zonas.

 

"Así que por eso le agradaba tanto a Kanon..." pensó mientras el guardián del octavo templo recibía el resto de los azotes,

 

Una hora después el escorpión volvía por su propio pie a su templo, sangrando y herido, pero con su orgullo intacto. Afrodita y Death Mask estaba a su lado, en silencio y sin mostrar emoción alguna, pero junto a él.

 

En los días siguientes se les rehuia y nadie se atrevía a dirigirles la palabra en público. Los únicos que seguían conversando con Milo eran Leo y Acuario, aunque ninguno se atrevió a preguntarle el porque de su acción.

 

Nadie se lo preguntó, solo Afrodita una de esas noches en las que se reunían en el techo de Escorpión a mirar las estrellas.

- ¿Por qué lo hice? - repitió Milo. - A decir verdad no lo se... tal vez porque siempre había querido hacerlo. - dijo el griego en voz baja. - Nunca me agradó. Ni yo a él. Lo de Aries solo fue un pretexto.- se excusó Milo.

- No te creo.

- No me importa.

- Eso ya lo sé, a ti nada te importa, nada excepto esa ramera del primer templo.

- Él no me interesa más.

- Por supuesto, ahora vas tras el gato. - sentenció Afrodita. - Me voy a mi templo.

- No te vayas.

- ¿Por qué habría de quedarme?

- Porque te necesito aquí. - dijo Milo mirándolo de una forma en que nadie jamás lo había mirado. No hablaron más. Se quedaron ahí hasta el amanecer.

 

Las noches en el techo de Escorpión se hicieron más y más frecuentes. Comenzaron a hablar de si mismos, descubrieron que compartían el interés por la astronomía y resultó que la constelación favorita de ambos era Casiopea. A veces se pasaban las noches relatándose antiguos mitos acerca de las constelaciones extraídos de las más oscuras fuentes.

 

Sucedió una noche de junio. Death Mask se encontraba durmiendo en el salón principal de Escorpión luego de haberse bebido él solo una botella del mejor whisky de Afrodita. Afrodita y Milo se encontraban en el techo de Escorpión, tendidos en silencio con la espalda clavada en el frío mármol. El sueco giró su rostro y sus ojos se perdieron en la contemplación de la dorada melena del griego, en aquellos pómulos perfectos y en las turquesas que el otro tenía por ojos.

 

Milo notó la mirada del otro. Giró el rostro y sus ojos se toparon en la apabullante belleza del rostro de Afrodita. Se le quedó mirando durante un rato. Contempló con callado deleite aquellos labios que se entreabrían, tan frescos y mortales como una de las rosas diabólicas de Afrodita. El sueco le miró a los ojos y no supo más de sí.  En un arrebato, sus manos sujetaron el afilado rostro del griego, y sin pensar, apoyó sus labios con fuerza en los de Milo.

 

El griego permaneció quieto, con los ojos bien abiertos degustó las primicias de aquellos labios tan vírgenes y perversos como un día fueron los suyos. Afrodita retiró sus labios lentamente. Iba a soltar el rostro de Milo, pero las manos de éste se lo impidieron aferrando las suyas.

- Me tocaste...  y sigo vivo.- dijo el griego. Afrodita no dijo más. Los labios de Milo fueron a acariciar los suyos. Afrodita simplemente se dejó hacer. Nunca había entendido porque todos sus compañeros armaban tal alboroto ante esas cosas... hasta que sintió esos labios tibios acariciando los suyos.

- Estás loco y eres extraño... - musitó el sueco cuando se separaron.

- ... Y además soy un asesino.- añadió Milo.

- ... Somos perfectos juntos. - volvieron a besarse. Bajaron del techo de Escorpión ya entrada la mañana. Fue un pacto sin palabras guardar aquello solo para ellos. No era el momento de contárselo a nadie, ni siquiera a Death Mask.

 

Los meses pasaron y la cercanía entre Escorpión y Piscis era muy notoria. Death Mask se mantenía estoico ante la oleada de interrogatorios que se desataron con la ahora habitual compañía de esos dos. De sobra sabía que era completamente cierto lo que se rumoraba en el santuario. No le molestaba, a lo sumo le fastidiaba quedar excluido después de cierta hora de las reuniones en los templos de sus compañeros. Comprendía bien que esos dos extraños seres lograban compenetrarse de una manera en la que nadie más que ellos dos podía entender. Milo ocupaba un sitio en la vida de Afrodita que él jamás hubiera podido ocupar.

 

El trío de asesinos se cerró aún más. Ya todos sabían o intuían la verdadera naturaleza de la relación entre Milo y Afrodita.

 

Quién parecía más afectado era, sin duda, Camus de Acuario. Nunca había perdido la esperanza de convertir su precaria amistad con el griego en algo más. Pero la irrupción de Afrodita en medio de aquello había venido a arruinar sus planes. Tenía que hacer algo. Y debía hacerlo pronto, estaba quedándose sin aliados, Mu había abandonado el santuario después de la muerte de Adriano de Sagitta, y Shaka se encontraba en la India. Además, pronto le enviarían a Siberia, allá entrenaría a la nueva generación de santos de los hielos, con la que el patriarca intentaría restituir el santuario ruso. No estaba de acuerdo, no quería abandonar Grecia, en especial ahora que veía prácticamente perdido al escorpión.

 

Se sentía acorralado. Se esforzaba por encontrar alguna forma de separar a los asesinos. Necesitaba hacerlo antes de partir a Siberia, quería que en cuanto le notificaran su partida el escorpión estuviera dispuesto a seguirle al fin del mundo. La situación era difícil, en especial si consideraba que el griego parecía inmune a sus encantos.

 

Pero no iba a rendirse tan fácilmente.

 

Con el paso del tiempo, a raíz de la noticia de la relación entre los asesinos, los rumores se desataron de un modo inclemente, pero a ellos les tenía sin cuidado. A Camus le bastó ser observador para hallar un camino de acción. Para nadie era un secreto lo posesivo que era Afrodita, así como los celos que despertaban en él cada vez que alguien se atrevía a mirar siquiera a Milo.

 

Alguien más había tomado la relación entre los asesinos de manera personal, Aioria de Leo. El griego estaba enamorado de su compatriota. Muy a su pesar se había prendado del indiferente griego dejando paulatinamente de lado a su amante Shura de Capricornio. No podía seguir con él mientras su corazón sangraba cada vez que veía al escorpión siguiendo a Piscis, no si cada vez que se despertaba evocaba ese rostro plagado de indiferencia, de callado desdén hacía el resto de los santos de la diosa.

 

Con el paso de los días había aprendido a fingir que nada de lo que Milo hiciera le afectaba, pero sospechaba que Afrodita se había percatado del interés que tenía en el escorpión.

 

Y no estaba lejos de la verdad, el paranoico santo de Piscis no toleraba que Milo estuviera cerca ni de Leo ni de Camus, detestaba particularmente al griego, el francés no se ocupaba de ocultar la clase de tretas que gustaba de emplear, pero el león se mostraba más inofensivo y por tanto más peligroso a largo plazo.

 

Aquella mañana, Afrodita se desplazaba, contrario a su costumbre, con lentitud en dirección a la salida del santuario, había acordado verse ahí con Milo y Death Mask. Ya nadie llamaba Ángelo al custodio del cuarto templo, ahora era conocido como Death Mask, y al parecer aquello no le importaba en lo más mínimo. Seguía pensando en cual sería su siguiente movimiento para sacar a Camus y Aioria de la perspectiva de su griego. No toleraba compartirlo con nadie más, no toleraba que nadie se fijara en él más allá de lo necesario.

 

Llegó al lugar de la cita, Death Mask ya estaba ahí, fumando un cigarrillo. Era su día libre y podían hacer lo que se  les viniera en gana, acordaron bajar al pueblo y comprar algunas cosas, luego irían a la taberna favorita de los tres y beberían un poco.

 

- El griego no ha llegado. - dijo Death Mask con desgano al ver la inquisitiva mirada con que Afrodita repasaba los alrededores.

-Como siempre...

- Tranquilo, allá viene. - dijo el italiano señalando la imponente figura del griego que ya se perfilaba a espaldas del sueco. Como toda respuesta, Afrodita le dirigió una mirada hostil, misma que en cualquier otro hubiera hecho mella, pero no en el ítalo, estaba tan acostumbrado a la violencia verbal de su compañero como a la indiferencia del que se acercaba. Afrodita fue a su encuentro, aprisionó el indolente rostro entre sus manos y arrancó un apasionado beso a esos labios con gusto a manzana.

- Vámonos. - siseó separándose de su amante.

 

Bajaron al pueblo, cada uno metido en sus pensamientos, Death Mask miraba a la nueva pareja sintiendo que su corazón se retorcía de dolor. Amaba como nunca al maldito sueco, con esa hechizante mirada azul que solo le mostraba desprecio, pero ni siquiera así lo encontraba menos atrayente. Pero Afrodita no tenía ojos más que para el griego, no había nada más que hacer que conformarse con su suerte y esperar a que las cosas cambiaran para él. Sus ojos apagados se clavaron en la imponente silueta de Milo de Escorpión. Ya no era un chiquillo, ninguno de ellos lo era, habían dejado bien atrás la adolescencia. Él mismo estaba próximo a cumplir 25 años. Aún con tan pocos años se sentía viejo, viejo y desgastado, ajado por dentro, no hallaba nada a que aferrarse para seguir con vida. No quedaba nada de Ángelo, él lo sabía y también sabía que era cuestión de tiempo para que la voz de la muerte dejara de susurrar llamándolo y comenzara a gritar voz en cuello para exigirle acudir a su lado.

 

Se dijo que no podía competir con Milo, el griego era un auténtico adonis mientras que él carecía por completo de atractivo. Había algo en él que Afrodita no hubiera podido hallar jamás en él, o al menos así  lo parecía. Milo llenaba de alguna manera un hueco que Afrodita se esforzaba por esconder a la vista de todos, excepto del griego. Y Afrodita era lo que la vida del griego necesitaba.

 

Sí solo me hubiera elegido a mí... pensó el italiano mientras los miraba besarse con completo descaro en mitad del pueblo ante las miradas escandalizadas de más de uno de los habitantes de Galatsi.

 

Recorrieron el pueblo en busca de las cosas que planeaban comprar. Death Mask vio a Milo detenerse con el joyero, lo vio echar mano al bolsillo y extraer una pieza de oro que entregó al hombre. Intercambiaron algunas palabras y el griego se apartó con su andar pausado para reunirse con él.

- Sí el sueco te hubiera visto seguro que ese hombre ya estaría muerto. - dijo Death con una sonrisa de medio lado.

- Pero no me vio... además ese hombre esta tan viejo que ni soñar con que alguien se pudiera interesar en acostarse con él.

- ¿Para que el oro?

- Para algo especial. - dijo el griego con una sonrisa misteriosa. - No te atrevas a decirle... aún.

- No soy ningún chismoso.

- No, solo tienes las orejas muy grandes y la lengua muy floja. - comentó el griego con cierta dosis de veneno. No era ciego, podía ver la forma en que Death miraba a Afrodita. Por eso no perdía la oportunidad de hacerle notar que el sueco era tan suyo como él de Afrodita. Aún así, se negaba a apartarlo por completo, había aprendido a apreciarlo con el paso de los años.

 

Cualquiera que hubiera visto a Afrodita de Piscis en esos momentos no hubiera reconocido en él al feroz asesino que era. Portaba entre sus manos con delicado y casi amoroso afán, una orquídea. Parecía todo menos un asesino. Death Mask lo contempló con una sonrisa burlona en tanto que Milo se limitó a contemplar al sueco, delineando cada detalle de su bellísima figura. El sueco se acercó a él y le entregó la orquídea. Luego lo miró con gesto frío y se dirigió a la taberna, Milo y Death lo siguieron en silencio. Pronto le dieron alcance, Milo caminaba a su lado mientras que Death aparecía un tanto rezagado.

 

El sueco se detuvo abruptamente al notar que un hombre sentado en la fuente de la plaza no dejaba de mirar al griego. No le agrado la fijeza de esa mirada, ni el hecho de que el rostro de aquel hombre revelaba lascivia en su más puro estado.

 

Sintió que la sangre hervía en sus venas, ese hombre no tenía intenciones de apartar la vista del esbelto y bien formado cuerpo de su amante. Ese hombre le pertenecía solo a él, y nadie más que él tenía derecho a mirarlo de esa manera. Había desarrollado un exagerado sentido de pertenencia hacia el griego, o en palabras de Death Mask, era un celoso empedernido.

 

Advirtió la forma en que la mirada de ese hombre se clavaba en ciertas zonas de la anatomía del griego, aquella forma de contemplar con descarado gozo el redondeado trasero de Milo le enfureció más allá de lo razonable.

 

Tan repentinamente como se había detenido, emprendió la marcha hacía ese hombre. Death Mask estuvo a punto de detenerlo, sin embargo, el sueco fue más rápido que él.

 

Milo, el causante de todo aquello, simplemente se giró para presenciar la escena que iba a desarrollarse ante sus ojos. No era la primera vez y tampoco sería la última... bajo el rostro hacía la flor que el sueco le había entregado. No lo pensó demasiado, fue a darle alcance.

 

Afrodita se plantó frente a aquel hombre con gesto altivo y desafiante. Lucía aún más delgado ante ese hombre que le duplicaba fácilmente en peso y le superaba en estatura. Los fríos ojos azules del sueco miraron desdeñosos a ese insolente. Milo y Death Mask se habían acercado un poco más.

- ¿Por qué lo mirabas de esa manera?- dijo el sueco en tono francamente agresivo.

- Por que me viene en gana.

- No debiste mirarlo así, aún lo miras como si quisieras arrancarle la ropa y poseerlo aquí mismo. - los ojos de Afrodita chisporroteaban ira en su estado más puro. Death lo miraba expectante y el custodio de escorpión se limitaba a contemplarlo sin salir de su indiferencia. Podía notar la creciente furia del sueco, sus dedos acariciaban con suavidad los pétalos de la orquídea que Afrodita había puesto en sus manos mientras sus ojos no perdían detalle alguno de lo que sucedía. -Deja de mirarlo así. - siseó el pisciano al borde del inmenso pozo de la ira y los celos que alzaban sus garras para destrozarle y devorarlo. El otro solo le miró con burla y rió descaradamente.

-¿Y quién me lo impedirá? ¿Ese sucio extranjero? - escupió aquel hombre señalando a Death Mask. - ¿O acaso lo harás tu mismo? - dijo en tono burlón y recorriendo con desdén la figura de Afrodita. El sueco lo miró con furia. Ese hombre no tenía ni idea de quienes eran ellos. No podía saber que se encontraba ante tres miembros de la élite del santuario, tres seres que tenían el dudoso honor de ser los ejecutores de la diosa.

 

Death Mask se debatía entre los resabios de consciencia que aún quedaban en él y el morboso placer que le producía ver al sueco en semejante situación. Milo solo los miraba como analizando la situación.

 

-La gente como tú me fastidia. - masculló el sueco mientras miraba con crueldad a esa mole de músculos que pronto se daría el placer de aplastar.

- Solo mírate, eres tan bonito y fuerte como una mujer, ¿pretendes obligarme a que deje de mirar ese precioso trasero? Más que pelear, me dan ganas de acostarme contigo. - dijo el hombre, Afrodita no resistió más la provocación y se lanzó sobre aquel hombre que tan furioso lo había puesto. La mano de Milo se aferró a su muñeca, furioso, el sueco se giró a mirarlo. Los apáticos ojos de Milo brillaron un instante al mirarlo.

- ¿Qué demonios intentas? - le dijo el sueco furioso.

- Nada... solo pienso que no tienes que ensuciarte las botas con este.

- ¿Tratas de pedirme que no lo mate?

- Eres libre de matarlo... si lo deseas, a mí me tiene sin cuidado, pero prefiero que me ayudes a plantar esto en mi templo. - dijo Milo en un tono plano y carente de emoción mientras mostraba la orquídea que Afrodita le había dado. Se dio media vuelta y enfiló en dirección a la taberna que solían frecuentar. Caminó lentamente, acariciando con suavidad aquella orquídea. -- Tengo sed, vámonos de aquí. Pediré un buen vino.

 

Solo entonces Afrodita dejó de lado a ese hombre que tenía la intención de convertir en una masa sanguinolenta. Siguió a Milo en dirección a la taberna, miró por última vez a ese hombre, quería grabarse muy bien sus rasgos porque no tardaría en ajustarle las cuentas.

 

Esa misma noche, luego de  compartir el lecho con Milo, descendió sigilosamente a Galatsi para acabar con ese hombre. Por la mañana Milo se despertó a su lado, sin imaginar que su amante ya contaba con una muerte más sobre sus hombros.

 

 


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