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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo: Hola a todo el mundo, pues las advertencias de rigor, completamente OOC y bueno pues prometo solemnemente ponerme al dìa con el resto de mis historias
 

El clima era particularmente húmedo en esa región de China, y la humedad no hizo sino intensificarse cuando se aproximó a la cascada de Rozan.  Se enjugó el sudor con un pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo y siguió andando.

 

Ciertamente el bucólico paisaje le enfermaba. Le hacía recordar cosas que se había empeñado en olvidar hacía años.

 

Ahí estaba como de costumbre, sentado al pie de la cascada, contemplando absorto el romper de las aguas contra las afiladas rocas que había abajo. Tan viejo y sereno como  lo recordaba, ni más ni menos,

 

El anciano santo dorado de Libra. Ciertamente no era inofensivo, pero ¿qué podía hacer contra Arles? Nada, solo era un hombre después de todo, y aunque Arles también lo era, tenía de su lado a los santos de oro, aún a Aioria, el hermano del traidor. Tenía a los asesinos, y el anciano solo tenía de su lado a esos santos de bronce. No quería hacerlo. No quería terminar así con el viejo. Lo respetaba, y aún si no lo admitía, lo admiraba.

 

Ascendió por la empinada ladera, pronto pudo ver la menuda figura del anciano maestro, como de costumbre, el anciano se hallaba en meditación. Algo más llamó su atención, notó dos presencias más, una era de un santo, la otra de un humano normal.

 

Miró al cielo.  No había manera de escapar de la responsabilidad. No había manera de evitar cometer ese homicidio. En realidad no estaba seguro de poder matar a Dohko de Libra, ese hombre era más de lo que aparentaba ser y él lo sabía.

 

Sí solo pudiera apreciar a ciencia cierta la magnitud de su cosmos,

 

Pensó mientras diseñaba mentalmente la estrategia a seguir. No quería hacerlo. No quería.

 

Se acercó en silencio, intentando evitar al fantasma del pasado.

 

Li Xiang.

 

El nombre evocó a la imagen y le pareció verla correr en pos de Yang Fei en ese mismo paraje, a sí mismo contemplándolos, riendo con sus bromas de niños.

 

Agitó la cabeza para evadir el recuerdo, no era el momento ni el lugar para pensar en ellos. Contempló al anciano, sentado  frente a él se encontraba un muchacho, menor que él, 17, tal vez 18 años a lo sumo.

 

- Dohko de Libra. - dijo en voz alta para llamar la atención del anciano.

- Bienvenido a tu hogar Ángelo de Cáncer. - dijo el anciano esbozando una sonrisa.

- Mi nombre es Death Mask de Cáncer. - dijo el italiano sintiéndose incómodo. Los ojos del anciano se fijaron en él y le hicieron sentir que lo atravesaban.

- ¿A que has venido?

- He venido a reclamar tu vida. Por órdenes de su santidad voy a matarte. Tu traición al santuario de la diosa no puede ser perdonada. - el anciano se limitaba a mirarlo con esa serenidad tan suya, como si no temiera morir, como si estuviera seguro de que Death no le haría daño alguno.

 

Ha perdido el camino. Pensó el anciano al notar el agitado cosmos del dorado de Cáncer. Death solo lo miraba esperando que el anciano lo atacara. Pero Dohko de Libra permanecía inmóvil. Mirándolo sin hacer nada.

 

- ¿Sabes que lo que haces está completamente fuera de los cánones de justicia y honor que rigen a nuestra orden Ángelo? - le espetó el anciano. Death sintió que la droga consumida momentos antes comenzaba a surtir efectos.

- Maestro.... No vuelva a llamarme Ángelo.

- ¿Prefieres ese infame sobrenombre con que se refieren a ti?

- A decir verdad... sí... es más adecuado a mi personalidad.

- ¡Te entrené para ser un santo dorado no para ser un asesino!

- ¿Qué importancia tiene eso ahora maestro? Tal vez no sean los mejores métodos los que empleo, sin embargo, ¿quién tiene la autoridad moral para juzgarlos? Las definiciones de maldad y justicia cambian totalmente con el transcurso del tiempo. La historia es prueba de ello. Los humanos somos tan inconstantes como las variaciones del viento. Los actos del patriarca puede ser que hoy parezcan injustos, sin embargo, bien podría ser que el día de mañana Arles sea consagrado como un héroe y sus actos considerados necesarios.

- No puedo creer que tú seas el muchacho al que entrené para pertenecer a la sagrada orden de Atenea.

- En eso tiene razón... yo ya no soy más ese muchacho... no  hay más que hablar maestro... usted debe morir.

 

Se disponía a atacar cuando se le enfrentó ese joven. Se trataba del santo que había notado en los alrededores, el santo de  bronce del dragón.

- Un santo de bronce. - masculló entre dientes. - ... Y además ciego... - añadió sin disimular su desprecio.

- No te atrevas a tocar al maestro. - dijo el chico, Death Mask se rió, la vida daba giros extraños.

- Apártate si no quieres terminar muerto. - dijo el dorado con gesto francamente amenazador.

- Soy Shiryu del Dragón y no voy a permitir que ataques al maestro. - insistió el más joven.

- Sí lo que quieres es morir... ¡cumpliré tu deseo! - Death Mask lo miró, Dohko de Libra no perdía detalle de lo que acontecía.

- Detente Shiryu... no eres rival para él. Es un santo dorado.

- Maestro, lo derrotaré, se lo aseguró.

- No me hagas reír niño ingenuo... ¿cómo un santo dorado puede ser vencido por un insignificante santo de bronce? Lanza tu mejor ataque muchacho y prepárate a morir. - el santo de Libra los miraba en silencio. Con dolor, tuvo que reconocer que los rumores que había escuchado acerca de Death Mask eran completamente ciertos, quizá era superados por la realidad.

 

Shiryu atacó con toda su fuerza al santo de Cáncer, Death Mask se burló de su débil ataque y se dispuso a terminar el trabajo.

- Te mostraré el verdadero poder de un santo dorado niño. - dijo y se colocó exposición para arrojarle de una vez por todas de cabeza al infierno.

- Basta Cáncer. - dijo una voz a sus espaldas. Se giró para encontrarse con el que le impedía terminar lo que comenzara.

 

Death se sorprendió al encontrarse con Mu de Aries.

 

- ¡Santo de Jamir! - exclamó el muchacho que yacía tumbado a los pies de Death Mask.

- Aries... el maldito traidor del primer templo. - siseó  Cáncer. Sus ojos permanecieron fijos es ese hombre al que había odiado por años, ahora tenía le excusa perfecta para hacerle descender a los infiernos, pero... Dohko de Libra estaba presente.

 

Anciano o no, Dohko seguía siendo un santo dorado. Era un rival que no podía ser despreciado, no en vano se había cargado a la mitad de los espectros de Hades en una guerra santa. Las crónicas decían que de no ser por él, el venerable Shion jamás habría llegado a ser patriarca.

 

En medio del furor homicida que le inducía la droga consumida, Death Mask veía a los presentes. Tenía que ser razonable. Ni siquiera uno de los asesinos era capaz de enfrentar a dos dorados al mismo tiempo.

 

La retirada era la opción más viable, podía estar un tanto loco, pero no era estúpido. Dio un paso atrás, las negras pupilas del italiano se fijaron en el muchacho ciego que permanecía en el suelo.

- Está bien... no puedo enfrentar a dos santos de oro... pero estoy seguro de que nos veremos de nuevo Shiryu del Dragón, y entonces tu rostro adornará las paredes de mi templo. ¡Estaré esperándote en Grecia si es que tienes las agallas suficientes! - gritó para  luego desaparecer de la vista de sus enemigos.

 

No paró su carrera hasta que se sintió bien lejos de ellos, a salvo de los recuerdos que Mu y Dohko despertaban en él.

 

Se sentó a la orilla de un sendero. Encendió un cigarrillo y le dio un par de caladas, se sentía absurdamente avergonzado. El estar frente a Dohko le había hecho ver que gran parte de su vida era inconfesablemente vergonzosa. Supuso que si se ponía a hacer recuento de cada uno de los actos de su vida desde que  adquiriera su armadura, el resultado sería que había faltado a todas y cada una de las reglas que le enseñara Dohko mientras era aprendiz.

 

No le gustaba recordar los días en Rozan, no le gustaba pensar que aquello había sido real porque si lo creía, entonces caía en cuenta de que su vida actual no solo era un desastre, era una reverenda porquería, que aún si estaba cansado de vivir, no podía matarse. No tenía miedo de que lo que fuera que estuviera después de la muerte resultase ser peor de lo que era la vida misma, nada podía ser peor.

 

No pudo resistir el maldito impulso de acercarse hasta las tumbas donde reposaban Xiang y Fei, sin embargo, al hallarse a unos metros del cementerio en que ellos yacían, volvió sobre sus pasos, ni siquiera era digno de aproximarse. Ángelo no existía más, solo quedaba él, Death Mask y nada podía devolverle el ser que era, el ser al que ellos habían amado, el amigo por el que Fei había muerto, el hombre al que Xiang deseaba darle hijos...

 

Se sintió miserable, y perdido en un mundo que no alcanzaba a comprender del todo. Ciertamente nunca había deseado ser un santo de Atenea, creía fervientemente que el único golpe de suerte en su vida había sido llegar a Rozan, solo que lo había desperdiciado. Había perdido a su familia, y con lo que acababa de hacer, había perdido también a su maestro.

 

Volvió a Grecia sintiendo que su vida carecía de sentido, más que nunca deseo que aquello terminara, que las cosas parasen de una vez por todas...

 

Se sentía a la deriva, carente de todo apoyo ahora que Misty había muerto. No podía contar con Milo o con Afrodita, ellos tenían más que suficiente con intentar mantenerse juntos, estaban demasiado ocupados en ellos mismos.

 

En aquellos momentos se arrepintió de las palabras que le dirigiera a su maestro, tal vez él hubiera podido ayudarle a salir de la cloaca en que se había sumergido, tal vez él era la respuesta a sus dudas, a sus temores, el camino a la redención que creía imposible.

 

Volvió al santuario, abatido y de mal humor se dirigió a rendir informe ante el patriarca.

 

Al regresar a su templo los sintió. No quiso definir que garganta era la que maldecía y cual era la que gemía. Eran ellos, amándose, entregándose eso que a él se le negaba.

 

Esa noche más que nunca le hirió saber que el sueco jamás posaría sus ojos en él, que jamás dejaría al griego para correr a sus brazos.

 

Abandonó su armadura en los confines de su templo y partió con dirección al pueblo. Necesitaba drogarse, necesitaba olvidar en brazos de quien fuera el maldito pasado que le aplastaba inmisericordemente.

 

Se aventuró por las calles de Galatsi en busca de una taberna en que pudiera beber hasta perder la consciencia. No quería pensar, pero sobre todo, no quería sentir.

 

Finalmente encontró un lugar que consideró apropiado. Se sentó en el rincón más oscuro del lugar, no quería que nadie lo viera, no quería que nadie se acercara y se atreviera a preguntarle que le sucedía. No habría podido responder, no sabía a ciencia cierta que era exactamente lo que estaba haciendo mella en su caótico cerebro.

 

Una mujer se acercó a él, se sentó y se inclinó frente a él mostrando sus enormes pechos con descaro y vulgaridad, ni  siquiera se dignó a mirarla hasta que ella dijo algo que llamó su atención.

- Me gustaría acostarme con un hombre como tú antes de morir.

- ¿Por qué habrías de morir?

- Tengo un tumor en el cerebro... no me han dado más que dos meses de vida. Esta mañana me enteré de ello.

-  ¿Por qué dices que quieres acostarte con un hombre como yo?

- Porque pareces un hombre de verdad. - dijo ella, Death se rió con ganas. La mujer estaba ebria y no tenía consciencia de lo que hacía y decía.

- En la mañana dirás que soy un patán.

- En la mañana estaré muerta. - dijo ella con convicción. Death contempló esos ojos y se dio cuenta de que decía la verdad. Esa mujer no tenía intenciones de sobrevivir a esa noche. - Y bien... ¿vendrás conmigo o me tendré que buscar a otro?

- Vamos, después de todo, eres hermosa.

- ¿Cómo te llamas?

- Todos me dicen Death Mask.

- Eres el asesino del santuario,  ¿cierto?

- Sí. ¿Eso te importa?

- No. Sólo me sorprende que no seas sodomita como tus compañeros. - Death se carcajeó con ganas. - ¿De que te ríes?

- Solo mi abuela decía esa palabra. - dijo el italiano poniéndose de pie.

 

Salieron de la taberna, la mujer se aferró a su cintura y pegó su cuerpo al de él. Era hermosa, tenía el cabello oscuro, sus ojos eran verdes y poseía un rostro que hubiera hecho que  la mismísima Helena de Troya luciese fea.

- ¿Cómo debo llamarte? - dijo él.

- Mi nombre  no importa.

- Tengo que llamarte de alguna manera.

- En casos como este sobran las palabras ¿no lo crees?

- Si tú lo dices...

- Esta es mi casa. - dijo señalándole un pequeño chalet de estilo afrancesado.

 

Apenas cruzar la puerta Death sintió que cometía un error, no podía hacer eso con ella.

 

Ciertamente no era la primera mujer con la que estaba, aunque sí la primera desde que descubriera sus sentimientos hacia Afrodita.

 

Ella no le dio tiempo a pensárselo. Prácticamente se lanzó sobre él con un beso cargado de deseo.

 

Tuvieron una larga sesión de sexo, pareciera como si quisieran colmar el uno en el otro sus ansías de un cariño verdadero, un cariño que sabían no encontrarían en la persona que tenían enfrente y probablemente en ninguna otra.

 

Death se quedó dormido evitando pensar en Afrodita, en su maestro, en el resto del mundo.

 

Cuando la mañana llegó, se despertó solo en la cama. Ella estaba sentada en un sillón, sostenía una hoja de papel en las manos. Estaba muerta. Death la miró, parecía que tenía apenas unos minutos de haber muerto. La dejó ahí y se fue. Tenía que volver. Al menos por unas horas había conseguido olvidarse de todo gracias a esa mujer de la que ignoraba todo, incluso su nombre.

 

Cerca del mediodía, Afrodita se despertó en el lecho de su amante. Milo le abrazaba con fuerza, aún dormía.

- Quédate así... - susurró algo adormilado. Habían tenido una noche especialmente intensa.

- Tenemos que salir de esta cama algún día.

- No será hoy, te lo aseguro. - dijo el griego y le dedicó una sensual caricia. Afrodita no picó el anzuelo y salió del lecho. Milo lo miró, iba completamente desnudo. Lo amaba, y sentía que a cada instante se le iba de las manos un poco más. Sabía que de alguna manera lo estaba perdiendo. Que eso que Afrodita se negaba a decirle comenzaba a pesar entre ellos.

Se dirigieron a la cocina sin querer pensar en lo que estaba sucediendo a su alrededor.

 

Para esos momentos la mayoría de los dorados se encontraban en sus templos en espera de que la falsa diosa y sus seguidores se presentaran. Solo faltaban tres, Aries, Libra y Acuario. De los dos primeros se había confirmado con la reciente incursión de Death Mask que indefinitiva estaban contra Arles. Al tercero el patriarca había decidido concederle el beneficio de la duda a pesar de que entre los seguidores de la falsa Atenea se encontraba su discípulo.

 

Después de lo que había ocurrido con Aioria, Milo tenía sus dudas acerca de la identidad de esa mujer japonesa. Esta vez era en serio, no como años atrás en los que simplemente dudaba que la diosa se encontrara en el santuario. Estaba vez dudaba con seriedad de la existencia de la diosa.

 

Sus dudas no eran como para pasarse por alto. Sí esa mujer era la verdadera diosa entonces estaba en problemas. Las palabras de Albiore de Cefeo resonaron en su mente, "

 

No matas por voluntad de la diosa sino por voluntad de Arles.

 

Si resultaba cierto lo que sostenía esa gente, seguramente Arles terminaría siendo derrotado. Ni siquiera a Afrodita se lo había confesado, pero no estaba seguro de salir bien librado de aquello. No eran pocas las atrocidades que había cometido, aún si habían sido por órdenes de un superior, había cometido crímenes imperdonables sin ninguna justificación real.

 

Se sentaron a la mesa, contempló a Afrodita beber su té. El sueco parecía distante, un tanto ausente. Prefirió mantenerse callado y no preguntar la razón. Optó por asumir que era otra de esas barreras que a veces Afrodita interponía y le impedía traspasar.

- Estaba pensando... tal vez sería bueno largarnos de aquí... - dijo Milo en voz alta.

- ¿Pensando en desertar griego? - dijo Afrodita levantando una ceja, ciertamente eso era algo que podría esperarse de cualquiera, incluso de él, pero no de Milo, eso era algo que iba definitivamente en contra de los principios del griego.

- Por supuesto que no... me refería a algo semejante a unas vacaciones... estoy harto de este maldito agujero, harto de toda esta podredumbre que nos rodea.

- Estás haciéndote viejo y débil escorpión. - dijo Afrodita.

- Tal vez... estoy empezando a soñar.

- No tenemos derecho a soñar Milo, somos simples peones en este juego, son otros los que deciden nuestro destino. - dijo Afrodita.

- ¿Te refieres a los dioses?

- No... he dejado de creer en dioses hace mucho tiempo. me refiero a otros hombres, gente como nosotros solo que más astuta. - dijo el sueco. - Ellos no nos dejaran ir Milo... jamás abandonaremos este sitio, como so sea muertos.

- Hay días en los que quisiera estar muerto... o al menos poder volver a casa, aún sabiendo que no será lo mismo.

- ¿Casa? Creo que nunca he tenido un sitio al que podría llamar de esa manera.

- ¿Ni siquiera cuando tenías familia?- se aventuró a preguntar Milo.

- Ni siquiera entonces.  - Afrodita bajó el rostro para evadir los recuerdos de su asqueroso pasado. No quería pensar en aquello que le atormentaba.

- Yo soy ahora tu familia y tú eres la mía. - dijo  Milo, el sueco se limitó a sonreír, no había forma de rebatirle aquello.

 

Ciertamente esa frase era lo más condenadamente cursi que Milo  hubiera dicho en toda su vida, sin embargo, de una u otra forma, era la verdad. Solo se tenían uno al otro.

 

- Cuando termine toda esta locura, iremos a tu casa. - dijo Afrodita con voz ronca.

- No garantizo que te agrade... pero iremos. - dijo Milo con una leve sonrisa.

 

Bajaron al Coliseo, era tiempo de entrenar. Milo no estaba de humor ese día para tolerar a nadie que no fuera Afrodita, como de costumbre, apenas llegaron se dirigieron a uno de los extremos del coliseo mientras el resto permanecía en el otro.

 

Aioria los vio venir.  Los encontró especialmente  hostiles esa mañana, Afrodita lo fulminó con la mirada al pasar al lado suyo. Milo, como era habitual en él, seguía  a Afrodita con paso lento y cansino, sin atender a nada que no fuera el acompasado andar de su amante. Al verlo así, Aioria pensaba que los que decían que Milo de Escorpión no veía más allá de las caderas de Afrodita de Piscis tenían la verdad de su lado.

 

Death Mask se apareció cuando ya había comenzado el entrenamiento. El italiano se acercó hasta donde se encontraban Milo y Afrodita practicando entre ellos.

-¡Maldita sea Escorpión! - gritó Afrodita al ver que Milo no había detenido su golpe y había ido a estrellarse a uno de los muros.

- Tómalo con calma Piscis. - recomendó Death Mask.

- Mejor cállate, en cuanto termine con él, sigues tú. - dijo el sueco Death Mask solo sonrió.

- ¿Buena noche Cáncer? - dijo Milo  con esa sonrisa cínica que lo caracterizaba en los últimos tiempos.

- Muy buena Escorpión. - dijo mientras se llevaba un cigarrillo a los labios. - Tranquilos, solo es tabaco, simple, y vulgar tabaco barato. - dijo el italiano al notar la alarma en sus compañeros. Tal vez nunca decían nada, pero parecían ser de la opinión de que las cosas de los asesinos debían quedarse entre los asesinos.

- Bien... sigamos con lo nuestro. - dijo el griego y se dispuso a continuar su pelea con Afrodita.

 

Death Mask los miraba, mientras peleaban esos dos no parecían ser amantes sin o verdaderos enemigos. Esos dos eran los únicos que se tomaban en serio los combates de entrenamiento.

 

Milo estaba molesto aunque se cuido muy bien de ocultarlo detrás de su fachada de eterna indiferencia. No le gustaba nada que a pesar del tiempo transcurrido, Death continuara interesado en Afrodita. No le gustaba nada la forma en que lo miraba cuando creía que nadie lo miraba.

 

Después del entrenamiento se dirigieron a Escorpión. Tanto Milo como Afrodita notaron enseguida que algo le  había sucedido a Death Mask, algo de lo que no quería hablar. Fuera lo que fuera, le había dotado de una tranquilidad que en alguien como Death Mask era  un claro indicio de peligro.

 

Se acomodaron en el pequeño salón adyacente al dormitorio de Milo. Era temprano aún para beber, así que Milo acudió a la cocina en busca de un poco de café.

- ¿En que demonios estás pensando? - dijo Afrodita.

- ¿Por qué tendría que estar pensando en algo?

- Porque tienes esa mirada y esa expresión estúpidas en tu maldito rostro.

- Lo que yo piense es cosa que no te importa maldito sueco entrometido

- Como sea, en realidad no me interesa saber lo que piensas, solo quiero aclararte que si eso que estás pensando es abrir tu maldita boca con el griego de lo que tú y yo sabemos del patriarca, será lo último que digas. Él no tiene porque enterarse de esto. - los ojos de Death se abrieron al máximo, en todo ese tiempo habría jurado que Milo estaba al tanto de todo. Pero el griego no sabía nada y Afrodita quería mantenerlo así. No quiso ni imaginar ni siquiera los métodos que Afrodita había empleado para mantener al griego en su ignorancia, simplemente supuso que serían aún más terribles que los empleados por el griego para conseguir información.

 

No pudo decir nada, Milo estaba de regreso. Sosteniéndole la mirada con franco desafío, Milo fue a sentarse al lado de Afrodita, Death Mask conocía esa mirada, el griego estaba dejándole saber sutilmente que estaba adentrándose en terrenos peligrosos al poner sus ojos de esa manera en Afrodita.

 

El italiano se dijo que esos dos eran tal para cual, ambos tremendamente celosos, solo que el griego era mucho más mesurado en ese aspecto que su amante.  Milo no daba demostraciones públicas de sus celos, pero se cuidaba muy bien de hacer saber a quien fuera necesario que Afrodita de Piscis le pertenecía.

 

Conversaron evadiendo el tema del cambio de ánimo de Death Mask.  Su conversación se vio interrumpida por la irrupción de un guardia en el templo de Escorpión.

 

- ¿Qué ocurre esta vez? - dijo Milo con un tono en el que solo Afrodita pudo identificar un matiz de hastío.

- Su santidad lo llama al templo principal señoría, a usted y a todos los santos dorados. - dijo el guardia inclinándose respetuosamente ante Milo.

- Bien, será mejor ir antes de que se enfurezca. - dijo Death Mask poniéndose de pie. La torva mirada que esas obsidianas le dirigieron, bastó para que el corazón del guardia diera un vuelco.

-Largo. - siseó Afrodita antes de beber el resto de su té.

 

El guardia se inclinó una vez más ante Milo y salió prácticamente corriendo de ahí.  Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en los labios del griego. No podía negarlo, en el fondo le agradaba la sensación de ser temido por todos.

- Será mejor apresurarnos. - dijo Death, los otros asintieron y se dispusieron a abandonar  el templo.

- Adelántate. - dijo Milo refiriéndose a Death Mask en el último momento.  El italiano asintió con la cabeza y se alejó, Afrodita se volvió para mirar a su amante, le pareció que el griego tenía algo que decir.

- ¿Hay algo que tenga que saber? - dijo, sus límpidas pupilas recorrieron a detalle el poderoso tórax de Milo, el griego apartó el rostro evitando encontrarse con esos ojos que adoraba.

- No... simplemente he querido caminar solo contigo. - dijo y se echó a andar.

 

Milo se convenció en el último momento de que fuera lo que fuero el sueco terminaría diciéndoselo como siempre. lo hacía.

 

Afrodita lo miró y pidió a lo que fuera que estaba más allá de él porque Milo no sospechara nada acerca del patriarca, en las circunstancias presentes, descubrir  la verdad sobre Arles podía costarle la vida.

 

Acudieron al templo principal, Arles les ordenó expresamente tomar asiento en el orden en que se encontraban sus templos, generalmente les permitía sentarse donde mejor les acomodara.

 

Milo pasó de largo ante la fila en que se encontraban las cajas de las armaduras de los dorados. Nada había de interesante en ellas para él.  En cambio, los ojos claros de Afrodita se avocaron a la tarea de hallar una en particular, la de Acuario.  Cuando la vio sintió que  la ira y los celos corroían su alma. Acuario estaba ahí, dispuesto a hacer lo posible por arrebatarle al escorpión.

 

Maldijo a su suerte por haberle hecho el santo de Piscis, tendría que sentarse junto al francés. Siguió a Milo hasta su sitial flanqueado por dos sillas que estarían vacías.  Antes de retirarse y tomar su lugar, Afrodita arrancó un violento beso de los labios de su amante.

 

El griego se dejó hacer, disfrutando a su modo de la caricia. Dominado por la sorpresa, le permitió hacer aquello a sabiendas de que tales muestras de afecto no eran permitidas en esas circunstancias. No dijo nada, y en secreto gozó de aquello. No le resultaron inesperadas las inquisitivas miradas del resto, en especial de Capricornio, siempre tan apegado a las formas, el español no toleraba que esa clase de situaciones se presentaran.

 

Milo se sorprendió de que nadie se atreviera a censurar su conducta, en especial le sorprendió que Shaka de Virgo se mantuviera en silencio. Después de su viaje a la India, el sexto guardián había cambiado notablemente, solo que Milo no se había percatado de ello.

 

Afrodita tomó asiento al lado de Camus. Una sonrisa de triunfo de posó en sus carnosos labios al notar el efecto que había tenido en el francés el beso entre él y Milo. Miró con gozosa crueldad la forma en que  el francés había bajado el rostro y apretaba los puños al punto de dejar sus nudillos más que blancos. Su sonrisa triunfal trocó en una enteramente cruel y satisfecha al percatarse de lo afectado que estaba el francés.

 

Al fin se cerraron las puertas del salón, tres de los lugares estaban vacíos, los tres nombres de sus ocupantes  manchados por la traición.

 

Aioria contempló con pesar el sitio que en vida ocupara su hermano y sintió que la etiqueta de traidor le pesaba tremendamente. Disimuladamente posó sus ojos en Milo, lo contempló con embeleso preguntándose sí acaso el también le juzgaba por los actos de su hermano, preguntándose si al igual que Shura, sólo aceptaría verle a escondidas.

 

La gélida mirada que le dirigió Afrodita bastó para hacerle caer de bruces en la realidad, Milo jamás tendría ojo para alguien que no  fuera Afrodita de Piscis.

 

El patriarca hizo su aparición, con paso majestuoso se dirigió hasta su trono. Recorrió con la mirada a todos los presentes y sonrió con satisfacción detrás de la máscara.

 

- Sean bienvenidos. - dijo con aquella voz majestuosa, cargada de intención y destinada a seducir a quien le escuchara. - Las bendiciones de la diosa desciendan sobre ustedes.

- ¡Y sobre el que es su voz en la tierra! - exclamaron a coro los dorados.

- Se les ha ordenado presentarse hoy a este concilio para hacerles participes de los acontecimientos que nos vemos obligados  a enfrentar. - tomó asiento y siguió hablando mientras alisaba los pliegues de su túnica. - Como ya muchos de ustedes saben, un grupo de traidores apoya a esa mujer que dice ser la encarnación de la diosa. No solo se han atrevido a mostrar a los ojos de los humanos normales las habilidades que los santos de la diosa poseen, sino que blasfeman sosteniendo que esa mujer es la verdadera diosa. - los dorados se miraron unos a otros y los murmullos poblaron el recinto. - La situación resulta insultante y peligrosa, no podemos permitir que las cosas continúen de esa manera. Los santos de plata y algunos de oro, han fallado al detenerles, en cualquier momento se presentaran por aquí y desafiaran a nuestra diosa. Es por eso que los compelo a defender sus templos y exterminar a los traidores y a esa falsa Atenea.  No debe haber piedad... no deben tener misericordia al detenerles.  - dijo Arles.

 

Los nueve guerreros presentes le miraron fijamente, el patriarca había dado una orden y debía ser obedecida.

- Vayan a sus templos y no permitan que nadie pase por ellos. - se puso de pie, los dorados le imitaron, se inclinaron ante él, Arles abandonó el recinto y los dorados permanecieron ahí un instante más.

 

Afrodita abandonó su lugar unos momentos después de que el patriarca saliera. Quería reunirse con Milo. El griego obvio el hecho de que Death Mask se disponía a darle alcance y avanzó con la lentitud habitual hacia el sueco. No estaba de ánimo para una batalla verbal con Cáncer.

 

Afrodita lo sintió nervioso, tenso, lo atribuyó a la cercanía de Death Mask, en los últimos tiempos la relación entre ellos se había vuelto especialmente tensa.

- Lo mejor será que cada uno vaya de inmediato a su templo. - dijo el  sueco intentando evitar toda fricción entre Death y Milo, sospechaba que el italiano solo necesitaba de un buen pretexto para comenzar algo que el griego no dudaría en terminar.Milo solo asintió a la petición de Afrodita, Death Mask se encontraba detrás de él observándolo.

- No comprendo porque se hacen tanto problema, solo se necesita que Arles nos dé la orden de salir y aniquilarlos para que se termine el problema. - dijo el italiano llevándose un nuevo cigarrillo a los labios. - Nos desharíamos de ellos en un santiamén. Sí alguien aquí tiene experiencia en deshacer revueltas somos nosotros. Tengo muchos deseos de encontrarme con ellos... - murmuró mientras luchaba por hacer funcionar su encendedor,

- Será mejor que mantengas tu bocaza cerrada. - dijo Milo quitándole el encendedor  de las manos. - Hablar antes de tiempo es tan malo como no prepararse para una batalla, no es nada recomendable. - sentenció mientras ofrecía fuego al italiano.

- Les estás dando demasiado crédito. - dijo Death.

- Y tú les estás restando importancia. - dijo Afrodita. - Siempre has tenido la boca muy grande y el cerebro muy encogido; el griego tiene razón. Ninguno de nosotros debe confiarse, en especial nosotros. Querrán hacerles justicia a los rusos y a todos los que hemos matado en nombre del santuario. - dijo Afrodita con dureza. Milo clavó sus apáticos ojos en la gélida mirada de Afrodita.

- Como quiera que sea, difícilmente pasaran de Tauro... y en caso de que lo lograran, sus rostros terminarán adornando mis muros. - dijo Death Mask con una inflexión de crueldad en su voz.

- Si tú lo dices... - dijo Milo con una sonrisa burlona y sádica. Tenía sus dudas, el buen corazón de Tauro siempre sería su punto débil, sin importar lo fuerte que pudiera ser ese hombre, poseía un defecto insuperable a sus ojos: era una buena persona.

- Ambos están olvidándose de Aries. - dejó caer Afrodita con gesto serio. Necesitaba conocer la reacción de Milo ante aquello. El griego se mantuvo estoico, ni siquiera movió un músculo.

- No vendrá, - dijo Cáncer. - Es simplemente un sucio traidor...

- ¿Te consta que no vendrá?- preguntó Afrodita.

- No vendrá... lo garantizo. - dijo Death Mask. - Fue él quien intervino para evitar que matara al anciano.

- Dudo mucho que haya sido solo por él. - dijo Milo con sarcasmo. Ese par de ojos carentes de expresión se fijaron en la poderosa figura del santo de Cáncer. - Si no lo mataste fue porque no quisiste, Aries es fuerte, pero no tanto como tú. Libra es solo un anciano. - el italiano se quedó callado. - No lo mataste porque aún lo respetas. Fue tu maestro, ¿no es verdad?

- Ese anciano merece más respeto incluso que Shion, ¡ese viejo acabó con medio ejército de Hades él solo y vivió para contarlo! Francamente dudo que sea por su bonito rostro que consiguió una armadura dorada y la mantenga hasta ahora- dijo Death. Afrodita solo los miraba sin participar de la disputa, había aprendido que era la única manera en que Milo conseguía sacarle la verdad al italiano.

- Eso no quita que sea un anciano y que tú seas un estúpido por desaprovechar la ventaja. El anciano está fuera de forma, lleva doscientos años sentado frente a esa cascada sin hacer nada más que meditar, ¿crees que era un rival peligroso? Yo no.

- Deja de fastidiarme griego, si lo maté o no es cosa que no te importa, tampoco te importan mis razones. Es todo, y no voy a empezar ahora a darte explicaciones a ti ni a nadie.

- Déjense de idioteces, hay cinco santos de bronce a los que debemos matar. - dijo Afrodita dándoles la espalda.

 

Estaba nervioso, pero se cuido muy bien de mostrarlo. La presencia del santo de Acuario acechando al griego le tenía perturbado y furioso. No iba a darle oportunidad alguna de que se acercara a Milo.

 

La mayoría de los dorados se quedaron intercambiando impresiones mientras ellos salían. Casi habían alcanzado la puerta cuando Camus de Acuario  se les plantó enfrente. Las verdes pupilas del francés se posaron más de la cuente en Milo, cosa que terminó con el muy escaso control que Afrodita poseía.

- Quítate  de en medio Acuario. - gruñó el sueco. Camus sintió que toda su determinación se derrumbaba al sentir sobre sí la feroz mirada que le dirigía Afrodita. Milo ni siquiera se había fijado en él, y en ese momento dolió más que nunca. No tuvo el valor de hablarle ahí mismo. Solo sintió el hombro de Death Mask de Cáncer clavándose en su brazo para hacerle a un lado y abrirle paso al sueca. Notó el peligroso aroma a rosas que emanaba del sueco cuando pasó a su lado.

 

Sus ojos siguieron a Milo, no podía dejar de amarlo aunque lo deseaba. Aún cuando no había querido admitirlo, estaba enamorado de ese bloque de indiferencia que solo sabía despreciarlo y hundirlo en la desesperación.

 

No había conseguido dejar de sentir ese amor que durante años había guardado solo para sí.

 

Se dirigió a su templo. No tenía sentido pensar en eso que nunca sucedería. Nunca obtendría de Milo de Escorpión nada más que indiferencia y comentarios irónicos. Los vio despedirse con un largo y apasionado beso, un beso como nunca lo recibiría él de esos labios griegos.

 

Afrodita se quedó solo en su templo. Sentía rabia contra sí mismo, contra el santuario, contra la diosa y la vida misma. La impaciencia se apoderaba de él. Hubiera querido bajar a las puertas del santuario para encargarse ahí mismo de esos molestos muchachos de bronce. Se había tomado la molestia de investigar lo necesario como para trazar una de esas estrategias que a Milo tanto le gustaba planear. Se dijo que tal vez hubiera sido correcto compartir la información con sus compañeros asesinos, sin embargo, consideraba que esos santos de bronce no merecían la molestia de crear una estrategia simplemente había que aplastarlos sin miramientos.

 

Entró en el elegante baño de su templo y se lavó el rostro. No tenía caso engañarse, lo que le tenía en ese estado de inquietud no era el tener que permanecer en su templo mientras esos santos se internaban en el santuario. La verdadera razón detrás de su inquietud era el saber que en cuanto tuviera la oportunidad, Camus se Acuario acudiría a Escorpión para insistir sobre el mismo asunto.

 

Maldita la hora en que nos hiciste un favor.

 

Se dijo intentando no pensar en ese incidente ocurrido un par de años atrás  en Siberia. Sabía que Acuario no descansaría hasta que el griego pasara por su cama. Y él no estaba dispuesto a permitírselo. Nunca las manos de ese sucio francés rozarían siquiera a Milo. Él no iba a tolerar  durante más tiempo la desfachatez de Acuario, le pondría remedio apenas pasara la contingencia. Sin importar nada no iba a permitirle que se acercara más de lo debido al griego.

 


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