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TRiADA por Kitana

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Notas del capitulo:

Hola a todo el mundo!!!

la adevertencia de rigor, todos los personajes estan en OOC, así que si son muy apegadas al canon, abstenganse.

 

Afrodita de Piscis contempló con gesto complacido como las facciones del jovencito se distorsionaban a causa de la ira y el dolor.

--- Tu maestro era un cretino. Solo era un imbécil, hasta el último momento buscó salvar su vida intentando convencer a Milo de que se pusiera de su lado. --- comentó el sueco con burla.

--- ¡Cállate! --- le gritó el muchacho con lágrimas asomando en sus ojos.

--- ¿Y si no lo hago qué? ¿Tú me vas a obligar a callar? ---- una dulce y burlona carcajada brotó de los labios del hermoso sueco. Le lanzó una mirada despectiva  y siguió amenazándolo. --- Créeme, lo mejor que puedes hacer es largarte, no querrás ver lo que mis niñas le hacen a un remedo de santo de bronce.

--- ¡Cállate! ¿Cómo puedes hablar así de mi maestro? Albiore era el hombre más justo y honorable que haya pisado esta tierra... no puedes hablar de esa manera de él.

--- Hablo como se me antoja, ¿entiendes? Un niño estúpido como tu no puede ni debe atreverse a indicarme que hacer o no.

--- ¡Basta! No me gusta pelear, los dioses saben que desearía no estar aquí ahora, pero en este caso, ¡debo vengar a mi maestro! ---- Afrodita solo rió, esa era la reacción que estaba buscando desde el principio.

 

Por un momento el pisciano se sintió tentado a acabar con él sin miramientos, pero lo necesitaba, era la única oportunidad que tendría y no debía desperdiciarla. A pesar de la situación, el chico no se decidía a atacar. Afrodita le atacó con sus rosas negras, aún se dio el lujo de destrozarle la armadura con el ataque de las rosas piraña. Comenzaba a irritarse, ese chiquillo estaba poniéndole difíciles las cosas.

 

Reconoció que el momento preciso había llegado, el chiquillo estaba llegando al límite de su resistencia, al igual que él. Preparó su Bloody Rose, dispuesto a que todo terminara ahí. No tenía intenciones de desperdiciar más tiempo ni energía en alguien tan desagradable.  Andrómeda le atacó con su tormenta nebular, era el momento. En el último momento bajó sus defensas, lanzó la rosa blanca que sujetaba en su mano izquierda y permitió que el ataque del santo de bronce golpeara de lleno su cuerpo.

 

Lo siento griego... pero esta es la única manera en que puedo alejarme de ti...

 

 La muerte llegó súbitamente, sintió un estallido de dolor inconmensurable y luego, todo fue oscuridad y frío. Así que eso era lo que se sentía... frío, oscuridad, la nada...

 

Andrómeda cayó a su lado, aún tuvo tiempo de ver como las rosas cubrían el cuerpo del doceavo guardián. La rosa de Piscis había hecho su trabajo. Agonizaba al lado del más hermoso de los santos de la orden de Atenea.

 

En Escorpión, Milo se mantenía a la expectativa acerca del desenlace de aquella batalla, para esos momentos estaba realmente convencido de que esa mujer era la verdadera Atenea. Las dudas carcomían su mente y su corazón. Lo único a lo que podía aferrarse era a Afrodita.

 

Cuando sintió el cosmos de su amante desaparecer, se volvió loco. Creyó que era una ilusión, que aquello no era indicio de que Afrodita hubiese perdido la vida. Estaba en shock, no podía digerir la idea de que Afrodita no existiese más. No podía creer que su amante hubiera perecido a manos de un insignificante santo de bronce. No podía concebir que uno de esos malditos muchachos le hubiera arrebatado al ser que más amaba en el mundo, al único ser al que de verdad amaba en el mundo.

 

Sintió deseos de llorar, de gritar, de maldecir s los cielos por arrebatarle su razón de existir. Pronto llegó hasta su templo la diosa, más por obligación que por deseo, se postró ante ella. Solo podía pensar en Afrodita, en que tal vez no había muerto aún, en que necesitaba verlo, sentirlo cerca. Quería creer que el sueco simplemente estaba ocultando su cosmos como solía hacerlo para mantenerse al acecho.

 

Subió junto con la diosa y los sobrevivientes hasta el templo del patriarca. Pasaron por Capricornio. No le pasó desapercibida la reacción de Aioria, el castaño se descompuso por completo, nada había quedado del santo más leal a la diosa, estaba muerto y su armadura reposaba al lado de la estatua que se alojaba en el salón principal del templo de la Cabra Montesa. La barbilla de Aioria tembló ligeramente, se mordió los labios para no llorar, para no gritar en ese preciso instante el dolor que acudió a su pecho al saber muerto al hombre que fuera su primer amante.

 

En Acuario se repitió la historia. Camus yacía muerto en el piso de su templo al lado del cadáver congelado de su discípulo. Milo contempló con pasmosa calma el cadáver del francés y asistió a la resurrección del santo del Cisne. Estaba demasiado ocupado en pensar en Afrodita como para atender a la mirada cargada de odio que le dirigió el muchacho a penas recobrar la conciencia.

 

Sus compañeros lo miraban, ni siquiera la noticia de que Death Mask había muerto a manos del discípulo del anciano de Rozan el griego había mudado el gesto apático en su rostro.

 

El corazón de Milo latió con más fuerza al hallarse en las proximidades de Piscis, el templo de los Peces se extendía frente a él, emanando el habitual perfume. Al llegar hasta el umbral, todo su ser se resquebrajó. No podía creer que el cuerpo que reposaba ante la puerta del templo de los Peces cubierto por rosas fuera el de Afrodita, su amante estaba muerto.

 

Dioses, esto no puede estar pasando. ¡No puede ser verdad!

 

El único que percibió la turbación del escorpión fue Aioria. Por un momento creyó que Milo se arrojaría sobre el que había matado a su amante para destrozar lo que quedaba de él. Pero Milo se mantuvo impasible, con los puños crispados y una mirada asesina. El rostro cargado de dolor del griego se tornó en una máscara de furia e indignación al ver que la diosa volvía a la vida al santo de bronce pasando por alto a su amante. La diosa abandonó el templo de Piscis y se dirigió hacia donde se hallaba el patriarca.

 

Mientras el resto continuaba avanzando, Milo de Escorpión permaneció estático, como si estuviera clavado en el piso.  Cuando se vio solo, se arrodilló ante el cadáver de Afrodita. No pudo más. Apoyó la frente en el pecho del que fuera su amante y dio rienda suelta a su dolor. Lo lloró como no había llorado a Kanon, como jamás lloraría a nadie más. lo amaba tanto que se juró ahí mismo jamás volver a amar a nadie, conservar ese amor hasta el final de sus días. Lloró como nunca antes lo había hecho, maldiciendo a cada instante a su suerte.

 

Tomo en sus brazos ese cuerpo de ese ser que tantas veces le había poseído, que tantas veces le había pertenecido. Con paso decidido le llevó hasta el lecho, Afrodita parecía dormir. Cuidadosamente se ocupó de retirarle la armadura.  Lo llevó hasta la bañera, le desnudó y lo aseó con amoroso cuidado. Le vistió con una túnica de un blanco impoluto y cepilló cuidadosamente la dorada cabellera del sueco. Le colocó ese par de brazaletes de oro que él le había obsequiado, y que el sueco solo empleaba en ocasiones importantes, así como aquella pulsera de oro que él mismo había colocado por primera vez en el marmóreo tobillo izquierdo de su amante.

 

Besó con delicadeza sus mustios labios a modo de despedida. Su rostro se había humedecido a causa del silencioso llanto. No podía más, estaba derrumbándose sin remedio. No había modo alguno de frenar el llanto, de dar fin a ese dolor tan terrible.

--- Amortajar cadáveres no es trabajo para un dorado. --- dijo una voz a sus espaldas, una voz que reconoció de inmediato.

--- Leo, métete en tus asuntos y déjame en paz con los míos. --- siseó el escorpión mientras alisaba algunos pliegues en la túnica de Afrodita.

--- Todos perdimos algo en esta batalla.

--- Estás equivocado... esa mujer y tú no han perdido nada, al contrario, ella ha ganado ser reconocida como la verdadera encarnación de Atenea y tú has conseguido que se limpie el nombre de tu hermano.

--- Perdí a Shura.

--- Para ti él era fácil de reemplazar. ---dijo el rubio mientras limpiaba con violencia las lágrimas que escurrían por sus mejillas.

--- ¿Tanto amabas a Piscis? --- la voz se le quebró al león dorado.

--- Te repito que no tienes que meterte en mis asuntos. --- siseó Milo mientras acariciaba la mejilla de Afrodita.

--- Esto que haces es malsano Milo. --- dijo Aioria sujetándole la mano.

--- ¿Quién te crees que eres para juzgarme? --- dijo el rubio apartándolo con violencia. --- ¡Tú te revolcabas con el asesino de tu hermano! --- gritó Milo sin poder controlarse más.

--- Es bueno ver que después de todo sí tienes sangre en las venas. --- dijo y se dio media vuelta.

 

Milo creyó que se había ido, pero Aioria volvió poco después trayendo algunas velas y un tazón con té. Milo lo miró extrañado.

--- Te lo envía Shaka, como una ofrenda de paz.

--- Debiste decirle que se guarde sus hipocresías, entre él y yo no hay lugar para esta clase de tonterías, de sobra sé lo que piensa de mí; no en vano es tan buen amigo de Aries.

--- Deberías hablar con él, te darías cuenta de que ha cambiado.

--- ¿Virgo o Aries?

--- ¿Por qué nunca nos llamas por nuestros nombres?

--- No sé, costumbre. ---- murmuró mientras se perdía en la contemplación del rostro pálido y apacible de su amante muerto. --- No respondiste a mi pregunta.

--- Me refería a Shaka. Ha hallado la paz consigo mismo. Puedo asegurarte que en realidad ahora es el hombre más cercano a los dioses. --- dijo Aioria convencido de sus palabras

--- Me da lo mismo, en mi experiencia, hombres y dioses han sido cortados con la misma tijera. Nada hay de bueno en ambos.

--- No deberías hablar de ese modo, eres tan humano como cualquiera de nosotros.

--- Ni tú deberías juzgarme tan a la ligera y sin embargo lo haces. --- se quedaron callados, Aioria había distribuido las velas alrededor del lecho en el que reposaba Afrodita. El león contempló un instante los restos mortales del sueco, aún muerto era hermoso. Aún muerto poseía el corazón del escorpión. --- Quédate un momento, debo ir a Cáncer. ---- dijo Milo.

--- De acuerdo. --- susurró Aioria.

 

El león estaba sorprendido, Milo aún llevaba puesta su armadura y se veía simplemente aterrador y sombrío. La muerte de su amante le había llenado de oscuridad.

 

Milo arribó a Cáncer sintiendo un enorme vacío apoderarse de él. Tal vez se habían distanciado, pero Death Mask había sido su único amigo durante todo ese tiempo, a pesar de la feroz competencia por  ganar la atención de Afrodita.

 

Nadie se había atrevido a entrar en Cáncer a pesar de que la atmósfera  estaba completamente libre de aquel cosmos oscuro que solía envolver al cuarto templo.

 

Ángelo, Death Mask permanecía tirado en mitad de su templo, sin su armadura y con los  ojos aún abiertos.

 

--- Por Zeus... --- susurró Milo al notar la expresión que había quedado en el rostro de su compañero. Llevó el cuerpo hasta el  baño para asearlo.

 

Lo vistió con la mejor de sus túnicas, le colocó un par de brazaletes idénticos a los que  reposaban en algún lugar de su templo. No quiso dejarlo en Cáncer, decidió llevarlo hasta Piscis. Se dijo que aún en la muerte, ellos serían compañeros.

 

En cuanto llegó, Aioria le notificó que el cuerpo de Piscis debía ser llevado junto con el de Death Mask al  salón del trono del patriarca, ahí se celebrarían las exequias de los caídos.  Milo no le contestó ni mostró interés alguno hasta que se mencionó el nombre de Saga de Géminis. El rubio sintió hervir de rabia cada gota de su sangre, odiaba desde lo más profundo de su corazón a Saga.

 

Primero me arrebató a Kanon.... Ahora me ha arrebatado a Afrodita.

 

Aioria lo contemplaba mientras Milo colocaba una moneda en la boca de su amante, misma que procedió a cerrar y a besar con doloroso afán. Enseguida lo vio desaparecer tras las puertas del baño para regresar con un par de frascos de perfume.  Aioria no pudo evitar pensar que Aioros no había gozado de tal tratamiento. Contempló en respetuoso silencio a Milo mientras ungía con aceite perfumado el cadáver de su amante y también el de  su amigo.

--- No te acerques... esto es algo solo entre ellos y yo, además de mí, nadie va a lamentar su muerte. --- dijo Milo al notar que Aioria se dirigía hacia él para ayudarle.

--- Solo quería ayudar.

--- Si lo que quieres es ayudar, ve a mi templo y trae mis mejores mantos... les servirán de mortaja. --- dijo el rubio con gesto sombrío.

 

Aioria obedeció, bajó hasta Escorpión y tomó un par de finísimos mantos escarlata que Milo había adquirido en fechas recientes.

 

Milo se encargó de envolver ambos cuerpos con los mantos y él mismo les transportó hasta el salón del trono. Colocó a cada uno en su féretro, y tomando una daga, cortó un mechón de sus largos cabellos para colocarlo en el féretro de Afrodita. Aioria lo miraba, percibía el dolor que traspasaba la férrea coraza de indiferencia de su coterráneo, sabía que estaba a punto de estallar.

 

El funeral fue para Milo la experiencia más amarga que hubiera podido siquiera imaginar. Tuvo que esforzarse por mantener la calma y no gritar presa de la furia cuando la diosa comenzó a hablar de los caídos en términos por demás hipócritas a su juicio.

 

Antes de sepultar a sus compañeros, Milo retiró de sus cuellos los medallones que les señalaban como ejecutores, no se había desprendido de su armadura ni por un instante.

 

El griego sintió que el mundo se le venía encima cuando vio desaparecer el féretro de Afrodita bajo las constantes paladas de tierra. Se reprimió, no iba a llorarlo frente a su asesino, pero un día, si los dioses eran propicios, tomaría venganza. De un modo  o de otro, tomaría venganza.

 

A la mañana siguiente le enviaron un mensaje con uno de los guardias, debía presentarse ante la diosa. Maldijo a su suerte, esa mujer era el último ser viviente al que quería ver en esos momentos.

 

La noticia que se les dio no pudo ser más insultante. Tenía que dar su sangre para que las armaduras de los santos de bronce fueran restauradas por Mu de Aries.

 

-- Vamos Milo. --- le urgió Shaka.

--- ¿Por qué debo dar mi sangre para que este recobre una armadura que ni siquiera merece? --- dijo el griego con la furia brotando por cada poro de su piel. Hyoga estuvo a punto de lanzarse sobre él.

--- Es una orden de la diosa Milo, debes hacerlo. --- le dijo Aldebarán.

--- Por mi esa punta de idiotas puede ir directo al infierno, pueden morirse ahora mismo y escupiría sobre sus asquerosos cadáveres. --- dijo el griego con todo el rencor que era capaz de expresar. El resto le miró con preocupación, aún Mu, sabía bien que el griego jamás mostraba lo que sentía.

 

Si los dioses lo permitieran... que mi sangre le perfore el corazón al que la toque..., pensó mientras veía escurrir la sangre de su muñeca.

 

Una vez que derramó la sangre suficiente, presionó en el sitio exacto para que la hemorragia cesara y se retiró a su templo, mareado y confundido, a punto de estallar...

 

Aioria le vio irse, dolido, herido en lo más profundo de su ser. El león también sufría, no había sido fácil darse cuenta de la realidad, de que la razón de su desgracia se limitaba a la intervención de un solo hombre. No podía culparlo, incluso le daba lástima, estaba enfermo y había actuado así empujado por su enfermedad. No podía entender el odio que Saga de Géminis había despertado en el indiferente rubio del que estaba enamorado.

 

Se había retirado a un rincón solitario y un tanto oscuro, se obligó a sí mismo a mantenerse impasible, a pesar del nudo que le atenazaba la garganta. Se mantuvo impasible, se dijo que así era como debía actuar, ocultarse en la coraza de indiferencia era lo más conveniente en ese momento.  No lograba entender que los otros dieran cabida entre ellos a los asesinos de sus compañeros tan fácilmente.

 

Se hallaban todos reunidos en uno de los salones del templo del patriarca, Milo se hallaba aislado del resto sin fijar sus apáticos ojos azules en ninguno de los presentes. No le importó nada que la recién establecida burocracia del santuario le mirara de mala manera, ni siquiera los intentos de Shaka de Virgo por acercarse a él. No toleraba que el hindú se deshiciera en disculpas cada vez que se veían, o que Aldebarán intentara consolarlo por su pérdida con palabras amables. No quería escuchar ni una palabra más de consuelo de los labios de Aioria., estaba cansándose de todo. Sabía que faltaba muy poco para que llegara a su límite. Estallaría a la menor provocación.

 

Se dijo que simplemente no encajaba. Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no se percató de que Leo  y Virgo se le acercaban con uno de los santos de bronce.

--- Milo. --- dijo Shaka con aquella voz que Death Mask solía comparar con la de las sirenas, encantadora y cargada de traición.

--- Virgo. --- siseó el griego clavando su pétrea mirada en la diminuta figura que parecía ocultarse entre la estilizada figura del santo de Virgo y la imponente anatomía de Aioria de Leo. --- ¿Se les perdió algo de este lado del infierno? --- dijo el escorpión mirando alternativamente a las tres personas frente a él.

--- Hay una persona que desea tratar un asunto contigo. --- dijo el hindú. --- Debes venir con nosotros.

--- Me niego, estoy condenadamente bien aquí donde estoy.

--- Debes venir Milo. --- dijo Aioria. La expresión del castaño le indicó que no iban a dejarlo en paz a menos que accediera a acompañarlos. Se irguió cuan alto y majestuoso era ante los dos dorados y su acompañante, en silencio los siguió. Llevaba un cigarrillo en los labios.

 

Aioria no pudo dejar de pensar que Milo comenzaba a adoptar las manías de sus compañeros caídos. Le había dado por fumar como lo hacía Death Mask, le había dado por no permitir que nadie le tocase como hacía Afrodita. No podía entenderlo, no podía comprender como era que un ser humano pudiera ocultarse debajo de toda esa montaña de falsedad e indiferencia.

 

Milo, por su parte, se sentía agobiado bajo el peso de su sino. Dolía no tenerlo, no tenerlos a ambos, a su amante y a su amigo. No quiso prestar atención a ese chiquillo que le miraba furtivamente. No le interesaba absolutamente nada de aquello que lo rodeaba, pero el chico no dejaba de mirarlo con cierta duda en sus ojos.

--- ¿Se puede saber que demonios me miras? --- siseó el griego con voz exenta de emoción.

---- Calma Milo. --- dijo Shaka. Temía la reacción del escorpión, a raíz de la muerte de Afrodita se había tornado en un ser tremendamente inestable.

--- Eres tu quien debe calmarse Virgo, le hice una inocente pregunta, solo eso.

--- Siente curiosidad, es todo. --- dijo Aioria para dar por zanjado el asunto.

--- ¿Curiosidad? No soy un maldito espectáculo de circo como para que un mocoso sienta curiosidad hacia mí. --- el rubio le dirigió una mirada nada amable al muchacho. --- Cómo sea... tenemos cosas que hacer. --- dijo y siguió caminando.

 

Quizá me estoy haciendo viejo... se dijo mientras seguía a Shaka y Aioria a los aposentos de la diosa.

 

Junto con la diosa se encontraban los santos de bronce, a los que Milo calificó como un grupo de idiotas. No entendía que demonios tenía que hablar con la diosa si todo estaba condenadamente claro, era un siervo y debía obedecer aún si le pesaba hacerlo.

 

Se sentó donde le indicaron que lo hiciera. No había manera de librarse del protocolo arcaico y exigente de la orden. Se río mentalmente  al pensar que Afrodita detestaba aquello y que siempre disputaban acerca del amor hacia las formas que celosamente el griego guardaba en todos los actos oficiales de la orden. En ese momento no le importaba nada el juramento prestado, ni los votos solemnes que había pronunciado al recibir su armadura. Odiaba esa situación, se odiaba a si mismo por no tener el valor de tomar la justicia en sus manos y aniquilar ahí mismo al asesino de Afrodita.

---- Te he hecho venir porque deseo hablar contigo. --- dijo la diosa.

---- ¿Frente a todos ellos? --- dijo el griego imprimiendo a su voz un toque de desprecio que fue notado por los aludidos.

--- No, solo frente a uno de ellos. --- como si aquella frase hubiera sido una señal, cuatro de los presentes salieron del salón dejándoles el campo libre para iniciar la conversación. --- Milo, ¿recuerdas a este joven? --- el griego negó la cabeza.

--- No le conozco. --- sentenció con dureza.

--- Él es Andrómeda Shun. --- la mandíbula de Milo se plegó en un gesto de furia mal contenida. Crispó los puños por un segundo, pero se forzó a mantenerse frío ante aquella situación que se le hacía de lo más absurda. El férreo autocontrol de Milo se hizo presente, sólo se permitió esbozar una sonrisa cínica.

---- Comprendo... lo que quiere es que terminemos de limar asperezas, ¿no es cierto?--- le dijo el griego con una sonrisa sardónica.

--- Nunca quise matarlo... -- susurró el chiquillo. El santo de Andrómeda quiso evitar a toda costa las gélidas pupilas del escorpión. Sentía como si le perforaran en lo más profundo de su ser.

--- Me queda claro que aún sí esa fuera tu intención no lo hubieras conseguido a menos que su deseo fuera morir. --- sentenció Milo.

--- Estoy al tanto de la relación que sostenías con Afrodita de Piscis, sin embargo, eso no te da derecho a hablarle de esa forma a Shun. --- intervino la diosa.

--- Es cierto... estoy actuando de manera descortés, debería ser más educado y agradecerte por haber asesinado a Piscis. --- dijo el griego con marcado sarcasmo. --- Sí es todo, permita que me retire señora. --- la diosa hizo un ademán afirmativo con la mano. Milo se llevó la mano al pecho y cerrando el puño, lo golpeó a modo de despedida.

--- Esto va a ser más difícil de lo que imaginamos... --- dijo Sahorí mirando las anchas espaldas del imponente guerrero. Shun lo miró con aflicción, había notado la llama del odio encenderse en las pupilas turquesas del heleno.

--- Jamás me lo perdonará... tal vez si lo hubieras resucitado...

--- No, Afrodita debe cumplir su castigo por traicionarme. --- dijo con firmeza la diosa.

 

Milo salió a paso lento del templo del patriarca. Sus compañeros lo esperaban afuera. Lo vieron venir con ese andar cansino y el gesto apático de siempre. Había decidido que era preferible mostrarles ese rostro apático a mostrar lo que en realidad sentía en esos momentos.

 

Notó que Aries lo miraba. Lo pasó por alto, no se sentía capaz en ese momento de contenerse de ejercer sus artes de asesino sobre el carnero. Shaka se le acercó, estaba enterado de la materia que la diosa quería tratar con Milo, sabía que no era el momento y se lo había advertido a la deidad, sin embargo, no había sido escuchado.

--- ¿Te encuentras bien? --- le dijo.

--- ¿Por qué no habría de estarlo? Yo soy Milo de Escorpión, nada ni nadie me afecta. --- dijo Milo sin detener su andar. A los pocos instantes, el santo de Andrómeda le dio alcance.

--- Milo...

--- Para ti soy Escorpión, no te he autorizado a usar mi nombre para referirte a mí.  Por si no lo has notado existe una diferencia enorme entre nosotros. Tú eres un patético santo de bronce en tanto que yo soy un dorado. --- dijo el griego con profundo desprecio.

--- Deja esa actitud que no te va. --- le dijo uno de los de bronce.

--- Esa enorme bocaza solo puede pertenecerle a un ser humano, Ikky del Fénix, ¿no es verdad?  --- comentó Milo con franca burla. Aioria se alarmó, en el estado en que se encontraba, Milo era perfectamente capaz de aniquilar ahí mismo a los hermanos.

--- ¡No te permito que le hables así! --- gritó el discípulo de Camus.

--- ¿Tú crees que puedes permitirme o no algo? ¡Zeus Olímpico! --- dijo el escorpión burlándose. --- Alguien como tú no tiene derecho a juzgarme.

--- Basta Milo. --- dijo Aioria interponiéndose entre su compatriota y el adolescente.

--- Esto no te compete Leo, ni a ti ni a nadie más que a los implicados. Este quiere jugar, le mostraré que con el escorpión no se juega. --- dijo Milo, sus ojos enrojecieron, Aioria percibió que encendía su cosmos, estaba decidido a terminar con lo que había comenzado días atrás.

--- Milo detente. --- dijo Aioria sujetándole por el brazo.

--- No. --- fue la seca respuesta del rubio, se libró bruscamente de Leo. --- El que ustedes no sean más que un hato de pusilánimes no quiere decir que yo también lo sea. Antes de que intentes volver a mencionarlo Virgo, comprendo perfectamente que en las guerras hay bajas, en ambos lados, pero eso no quita que este supremamente encabronado con este mocoso que se hace llamar santo de Atenea. --- dijo señalando a Andrómeda. --- ¿Ya olvidaste tu amistad con Acuario? ¿Y que me dices tú Tauro, has olvidado ya a Acuario? ¿Has olvidado tan fácilmente a tu amante Leo? Aries, se que eres un maldito manipulador,  pero te decías amigo de Acuario. A diferencia de ustedes, yo no he olvidado, no me he olvidado de Afrodita, y tampoco de Death Mask. No logro entender como es que los asesinos de los hombres a los que llamamos amigos, amantes, compañeros son tan bien recibidos entre nosotros. Aún este que se atrevió a levantarse contra su maestro.--- dijo señalando a Hyoga.

--- ¡Basta! No tienes ningún derecho de hablarme así. --- dijo el ruso con la paciencia agotada.

--- Ni tú tienes derecho a portar el cloth del cisne; no tienes derecho a vestir ese cloth y lo sabes maldito niño sentimental. Sólo ten en mente que cada vez que te la pones llevas encima no solo mi sangre, que los dioses quisieran termine por matarte...  no, no solo mi sangre ha sido derramada sobre ese cloth... también la de tu maestro.... Y la de Isaac. ---- dijo el griego con gesto sádico.

--- ¡Cállate! --- el puño derecho del cisne fue a estrellarse contra la pétrea mano de Milo de Escorpión.

--- ¿Te sientes suicida hoy niño? Ten cuidado... ya no hay nadie que suplique por tu vida como lo hizo Acuario. --- dijo Milo entre sarcásticas risas.

--- A mi no me asustan tus bravatas Escorpión. --- le dijo el Fénix.

--- Me alegra que no te asustes, así serás un buen juguete. Me permito aclararte que no es mi intención asustarte... a ninguno de ustedes. Todo lo que quiero es que los límites queden muy claros... y hacerles saber que poseo una excelente memoria. Esto va para todos, no se atrevan a aparecerse por mi templo en un buen rato. --- no dijo más, se alejó a toda prisa rumbo a Escorpión.

 

--- Me preocupa... él no esta bien... --- dijo Aldebarán cuando Milo estuvo a una distancia considerable.

--- Lo sé, es como si hubiera terminado por odiar a todo el mundo. --- dijo Aioria.

--- Todo se debe al dolor, su amargura es terrible. --- dijo Shaka.

--- Lo único que le sucede a ese es que al fin ha terminado por enloquecer. --- dijo Mu con fastidio.

--- Como quiera que sea, no pienso permitirle hablarnos de esa manera una vez más. --- dijo Ikky.

--- Escúchame bien Fénix, te daré un consejo y eres libre de aceptarlo o no, pero te convendría aceptarlo. --- dijo Aioria. --- No te le acerques, no te metas con él.

--- Aioria tiene razón. Lo mejor que podemos hacer con respecto a Milo, es respetar su deseo de permanecer a solas. --- dijo Shaka. --- Sin importar lo buenas que sean nuestras intenciones, en este momento, Milo es más peligroso que nunca, para nosotros y para sí mismo. Lo mejor que podemos hacer es dejarlo estar solo.

--- ¿Y permitir que se muera solo en Escorpión? Debes estar de broma. - dijo Leo.

--- No exageres Aioria, ni siquiera él es tan estúpido como para dejarse morir. Su peor error respecto a él es que lo subestiman.

--- Y tú le crees capaz de cualquier cosa. --- dijo Aioria.

--- Deja de defenderlo. Créeme que no lo necesita. Basta echarle una hojeada a los archivos del santuario para darse cuenta de que no necesita protección.

 

Aries se retiró a su templo furioso.

 

El dragón le seguía a prudente distancia, mientras que el resto de los presentes se mantenía expectante. Aioria y Aldebarán estaban seriamente preocupados por el escorpión. Milo jamás había actuado de esa manera. Él era la indiferencia en persona. Nunca mostraba nada de si mismo, ni de sus sentimientos, les parecía inconcebible que se tratara del mismo hombre. Era inconcebible que el furibundo hombre que les hablara hacía unos minutos fuera el mismo asesino frío y distante que se presentara a penas días atrás a la reunión que Arles convocara.

 

Mu se dirigía a su templo, el dragón había terminado adelantándolo y se había quedado solo en el camino. Estaba por llegar a Escorpión. No supo porque le alteraba tanto Milo, era algo que iba más allá de sí mismo. Estaba furioso, y el carácter indolente de Milo no le allanaba el camino. Era difícil saber que pensaba Milo, era ciertamente indescifrable, aún en el tiempo en que su relación se llevaba en buenos términos, jamás había conseguido comprenderle ni siquiera un poco. Es cierto, él tampoco había hecho las cosas del todo bien, sí se había enredado con Adriano de Saggita no había sido solo por la imponente personalidad que el santo de plata poseía, sino porque era el único ser viviente capaz de sacar de sus casillas a Milo de Escorpión.  No consideró la posibilidad de que podría terminar enamorándose del santo de Saggita como sucedió al final.

 

"Todo habría sido mejor si no te hubieras enamorado Milo..." pensó mientras llegaba a la puerta de Escorpión. No podía evitarlo, aún deseaba al escorpión y se sentía dividido entre su odio y su deseo. Milo no era nada fácil de olvidar.

 

El estómago se le encogió de incomodidad al sentirse en los dominios del griego.

- ¡Mu de Aries solicita permiso para cruzar el templo del Escorpión Celeste! - gritó, nadie más que el silencio le respondió.  No pudo sentir el cosmos del griego por ninguna parte. Supuso que estaría en alguno de sus escondites. Apresuró el paso, no quería estar ahí.

- Jamás dije que podías pasar Aries... - la voz de Milo le pareció tétrica, el griego había susurrado aquella frase a su oído, había estado escondido, acechándolo, esperando el momento preciso de atacar.

- Escorpión... - exclamó Mu algo alterado, no había conseguido detectar el cosmos del griego hasta que este se lo hizo notar.

- Nunca entres en la guarida de un depredador... a menos que quieras ser devorado. - siseó el griego. -Largo de mi templo. - dijo y se apartó.

Mu avanzaba rápidamente escaleras abajo, no podía dejar de reprocharse ser tan descuidado, Milo bien habría podido matarlo, pero se había limitado a realizar ese jueguito macabro.  Sabía que de desearlo, en ese momento ya estaría muerto.

 

Los días pasaron y el carácter de Milo, lejos de mejorar, había empeorado.

 

La luna bañaba con sus haces de plata las lápidas del muy poblado cementerio del santuario. A lo lejos, podía verse a una figura sentada en medio de dos tumbas. Sostenía una botella de licor medio vacía entre sus manos. Hablaba y se reía solo, dirigiéndose a las mudas lápidas testigos de su aflicción. Estaba ebrio.

--- Y ahora están buscando un jodido patriarca nuevo.- dijo apartando con torpeza un sucio mechón de sus largos cabellos rubios. --- Cuando me preguntaron mi opinión simplemente les dije que si era tan fácil para la diosa resucitar a la gente, bien podía resucitar a Saga ya que no hay ningún candidato. Me miraron como si estuviera anunciándoles el Apocalipsis. --- dijo entre  risas ebrias. Bebió un largo trago de la botella que sostenía, algo del licor escurrió entre sus labios. --- Ah... no tienen idea de cuanto los extraño... en especial a ti sueco... nunca tuve oportunidad de disculparme por ese idiotez con Acuario... --- las lágrimas asomaron a sus ojos, pero se negó a dejarlas salir. --- ¡Salud por ustedes! --- dijo y rió como un loco mientras se llevaba la botella a los labios. Con gesto desquiciado de dolor roció un poco de vino en la tierra seca, como un homenaje a su amante y compañero muertos.

--- Así que has vuelto a refugiarte aquí. --- dijo Aioria aproximándose con un manto entre las manos.

--- Sí, se esta bien entre los que nos aman. --- comentó el escorpión, Aioria tuvo que concederle razón a Aries, el alcohol hacía de Milo un ser todavía más oscuro que lo habitual. Lo dotaba de un humor negro capaz de atemorizar a cualquiera. Pero el león sabía que aquello no era más que una forma de expresar ese dolor que de otra manera le habría asfixiado ya.

---Vámonos de aquí, hace frío y tu honorable trasero espartano terminará congelándose si sigues aquí.

--- Claro que hace frío, es invierno Leo. --- comentó Milo con una sonrisa burlona.--- ¿Te unes al festejo?

--- ¿Qué festejas?

--- El cumpleaños de Afrodita. --- dijo y la botella volvió a sus labios. Aioria se limitó a mirarlo, con el transcurso de los meses, Milo había mutado a un ser  realmente extraño, aún más que de ordinario. Era realmente aterrador y solitario.  Sólo toleraba la cercanía de Aioria. El escorpión solía decirle a su compatriota que  él era el único que podía entenderle en parte.

--- Festejemos a cubierto, hace demasiado frío. --- sugirió el León al ver que Milo permanecía en su sitio. Aioria deslizó el manto sobre los hombros de su compatriota. --- Vamos Escorpión, de pie. --- dijo y lo obligó a incorporarse.

--- Sólo un último brindis... --- dijo el rubio con voz pastosa. Bebió un sorbo más, el resto lo derramó sobre las lápidas de Afrodita y Death Mask. Aioria se quedó quieto, solo faltaba el toque final. Milo no lo decepcionó. --- ¡Y esto es lo que pienso de ustedes! --- dijo para luego lanzar un escupitajo sobre las lápidas de Saga y Camus.--- Ahora si podemos largarnos.

--- Bien. --- dijo Aioria, rodeó la cintura del rubio y lo guió fuera del cementerio, Milo no apartaba la mirada de las dos tumbas que cada noche iba a visitar.

 

"Esto no puede seguir así. Pensó Aioria mientras arrastraba a Milo en dirección al templo de Escorpión. Se hallaba en un estado deplorable. A juzgar por su aspecto, llevaba días bebiendo. Estaba sucio, desaliñado y probablemente no había comido nada en días. No era el mismo Escorpión de antes. No, la muerte de su amante había cimbrado hasta los cimientos al fiero escorpión.  Atrás había quedado en esos momentos la frialdad y la arrogancia. Se dijo que en realidad pocos eran los que conocían la risa de Milo, y aunque ebria, él había podido escucharla.

 

Aioria tuvo que reconocer que Milo ya  no era más que un pálido reflejo de su antiguo esplendor.

--- No me lleves a mi mausoleo. --- dijo el rubio arrastrando las palabras.

--- ¿Qué sugieres?

--- Sí me gustaran las mujeres te pediría que me llevaras a la barraca de las amazonas... no sé... tal vez podría dormir en Géminis para poder maldecir a ese infeliz hijo de puta.

--- Olvídalo, te llevaré a mi templo.

--- Gracias... musitó el rubio dejándose llevar por Aioria.

 

Milo se quedó dormido a penas tocó la cama. Aioria se limitó a mirarlo, sorprendiéndose a sí mismo, pues aún en esas condiciones, lo hallaba hermoso. Milo estaba destruyéndose a sí mismo, pero su atractivo permanecía intacto.

 

No era la primera vez que lo encontraba en esas condiciones ni sería la última. Estaba seguro de ello, a pesar del tiempo, no podía reponerse de la pérdida de su amante. Era claro como el día que no sabía como enfrentar la pérdida.

 

Cubrió a Milo con las mantas, sus movimientos eran gentiles, cariñosos, cargados de amor hacía ese ser que parecía decidido a acabar consigo mismo a la brevedad posible.

 

Aioria le dedicó una última mirada a Milo antes de dormirse.

 

"No voy a dejarte solo... no voy a permitir que te destruyas a ti mismo." Pensó mientras se arrebujaba en las mantas de su improvisado lecho para finalmente caer presa del sueño.

 

Por la mañana, Aioria se levantó muy temprano. Milo aún dormía. No habría querido despertarlo, pero las órdenes eran muy claras, debían bajar a entrenar en el coliseo junto al resto de los dorados.

 

--- Arriba Escorpión. - dijo moviéndolo suavemente.

--- Bien. - susurró Milo de mala gana. Despeinado y aún somnoliento, Milo salió de la cama --- Leo, debo usar tu baño.

--- Adelante, buscaré algo que puedas usar, tu ropa apesta. --- Milo solo sonrió con amargura mientras se encaminaba al baño. Todo parecía indicar que al menos el rubio no había olvidado la cita en el coliseo.

 

Aioria se apresuró a buscar algo en su armario que le sentara bien a su compatriota. La sola idea de Milo desnudo en su habitación le provocó un sonrojo, si bien había tenido oportunidad de mirarle casi desnudo, jamás había podido admirar su espléndida figura por completo.

 

El escorpión contempló el austero cuarto de baño del templo de Leo, habría preferido un baño de tina, más no estaba para remilgos, había que agradecer lo que había. Aioria ya había sido demasiado amable y no era bueno pasarse del límite. Se introdujo bajo el chorro de agua tibia, la sensación de bienestar que aquello le producía no servía para opacar los sentimientos encontrados que yacían en su interior desde que perdiera a Afrodita.

 

Sabía que estaba llegando al límite, no solo de su cuerpo, también de sus emociones. Era el momento de decidir si seguiría viviendo o se dejaría morir para reunirse con Afrodita. Dejó que el agua tibia le bañara el rostro. Tenía que tomar una decisión, seguir viviendo o ponerle punto final a todo. Ciertamente a sus ojos ambas ideas tenían su encanto, más tenía deberes que cumplir, aún cuando no fueran de su agrado.

 

No olvidaría a Afrodita, era sencillamente imposible, pero seguiría viviendo, día a día en espera de que llegase el día de decir adiós al mundo. Tendría que llevar un estilo de vida distinto al que estaba llevando desde el fallecimiento del sueco, pero estaba consciente de que no podía vivir como si nada hubiera pasado. Era el momento de sobreponerse al dolor y dejar de hacer el ridículo, dejar de darles la razón a los que pensaban que estaba acabado.

Tomó la ropa que Aioria le había dejado a mano, mientras el león se duchaba decidió pasarse por la cocina a preparar el desayuno a modo de agradecimiento por los favores y la paciencia de que Aioria había hecho derroche.

 

Aioria se ducho en no más de diez minutos, cuando apareció por la cocina se sorprendió no solo por el agradable aroma, sino por la presencia ahí de Milo, había creído que el rubio partiría en cuanto le fuera posible.

 

Se sentaron a la mesa que Milo había dispuesto con la misma diligencia que de ordinario empleaba en todos sus actos antes del fallecimiento de su amante.  Aioria quedó gratamente sorprendido ante el talento culinario de su compañero de armas. Pero aún más le sorprendió ver que el estado de ánimo de Milo era prácticamente normal.

 

--- Creí que a estas horas tendrías resaca.--- dijo Aioria.

--- Jamás he tenido resaca, no sé porque. - comentó Milo con el tono plano de siempre.

--- Dioses, esto esta excelente, de saber que cocinas tan bien te habría invitado antes.

--- No te acostumbres Leo, solo ha sido para agradecerte el favor de anoche.

--- No tienes nada que agradecer. No tenías que hacer esto.

--- Ni tú lo que hiciste.--- dijo el rubio mirándolo fijamente. ---- Gracias.

--- Quiero pensar que es lo que un amigo haría.

--- ¿Me consideras tu amigo? --- dijo Milo con algo que parecía un asomo de sorpresa.

--- Sí, ¿te sorprende?

--- No, de ti nada me sorprende, eres tan bondadoso como un animal. --- dijo Milo, Aioria no supo como interpretar el comentario. --- No entiendo como es posible que después de toda la sarta de idioteces que te he dicho desde que éramos aprendices aún te atrevas a considerarme un amigo. --- los ojos tremendamente azules de Milo se clavaron en Aioria. el castaño no sabía que hacer, se sentía como lo haría un animal ante un depredador.

--- Será mejor que salgamos de aquí, debemos entrenar en el coliseo, ¿recuerdas?

--- De acuerdo. --- dijo el rubio poniéndose de pie.

 

Hicieron el trayecto al coliseo en medio de un silencio sepulcral. Aioria no sabía como decir lo que pensaba en esos momentos y Milo simplemente sentía que no tenía nada que decir.  Milo había recobrado el cansino andar de siempre y Aioria no dejaba de mirar el pálido e inexpresivo rostro del octavo guardián.

 

Cuando hicieron su aparición en el coliseo, más de un par de ojos repararon en ellos.

 

---- ¿Quién diría que ese terrible dolor tendría consuelo tan pronto? --- dijo Mu de Aries con un deje de burla.

--- Todos aquí podríamos decir lo mismo acerca de ti cuando murió Adriano, enseguida hallaste consuelo en brazos de otros. --- dijo Shaka un tanto molesto por la actitud de ese al que siempre había llamado amigo. Mu frunció los labios en un gesto de molesto desdén. Nadie dijo nada más, la conducta que el escorpión exhibiera en los meses pasados era más que suficiente para desalentar aún al más osado.

 

Milo fue a sentarse a la sombra de una columna, el sol quemaba a pesar de ser aún temprano. Aioria decidió seguir a su lado a pesar de la absoluta indiferencia que Milo mostraba hacía él. Pronto se les unió Aldebarán.

--- Está haciendo demasiado calor. --- dijo el enorme brasileño abanicándose con la diestra.

--- Es verdad... ¿por qué nos habrán citado aquí a todos? --- dijo Aioria.

--- Porque la diosa estará presente. ---- dijo Aldebarán.

--- Ya veo, seremos el circo privado de la chiquilla. --- comentó Milo con amargura. Sus compañeros se quedaron en silencio, la afilada lengua del griego seguía siendo un peligro.

--- Como quiera que sea no podemos evadirlo. --- comentó Aioria mientras contemplaba los destellos dorados que el sol matinal arrancaba a la cabellera de Milo.  Aldebarán asintió en tanto que Milo se limitó a quedarse en silencio con la mirada perdida en el horizonte.

Pronto se presentó la diosa acompañada de los santos de bronce. Milo les dedicó una mirada cargada de desprecio que no tardó en esfumarse. Aún sentía deseos de despedazarlos con sus propias manos. A pesar de que aquello no era precisamente la visión más agradable del mundo, se obligó a sí mismo a mantenerse imperturbable, sí quería volver a ser el viejo Milo de Escorpión debía comenzar por recuperar el dominio de sí mismo.

 

Cuando llegó su turno y se percató de que debía practicar con Aries, le dio la impresión que el mundo definitivamente estaba contra él o que la diosa quería ver una pelea de verdad. A pesar de todo, se plantó en mitad de la arena para enfrentar al tibetano, no era el momento de escapar, y estaba decidido a vender cara la derrota a pesar de que se trataba de una simple práctica.

 

Mu se situó frente a él con gesto molesto.

--- No me mires de esa manera si no estás dispuesto a sostener lo que salga de tu boca. --- le dijo Milo con ese tono plano e inexpresivo de antaño.

--- Cállate escorpión. --- siseó Aries.

 

A unos instantes de escuchar la señal de comenzar la pelea, se alanzaron uno sobre el otro, en los ojos de Mu podía verse el deseo de aniquilar a su oponente en tanto que los opacos ojos del guardián de Escorpión no mostraban absolutamente nada.

 

Los movimientos de Mu eran hábiles y rápidos, pero Milo era todavía más rápido que él. Aioria lo miraba angustiado, preguntándose si el griego estaba buscando irritar lo suficiente a Mu como para que éste lo matara en el transcurso de la pelea.

--- ¡Maldición! - gritó Aioria al  ver la sonrisa en los labios de Milo cuando logró evadir el stardust revolution de Mu. --- Sí no los detenemos, terminaran matándose uno al otro.

--- Es cierto. --- dijo Shaka adelantándose un poco.

 

No fueron lo suficientemente rápidos, cuando Mu volvió a atacar, Aioria estaba en su camino. Su ataque le habría dado de lleno si Milo no se hubiera interpuesto con un movimiento tan veloz y ágil que le arrancó un suspiró de sorpresa a su compatriota.

 

Milo cayó de rodillas sobre el polvo con la espalda cubierta de sangre, más de uno lo creyó muerto.

--- ¡Por Zeus! --- exclamó Aldebarán al ver la gravedad de las heridas de Milo.  El griego había terminado por apoyar las palmas en tierra. Sangraba profusamente, tosió algo de sangre y emitió un quejido de dolor.

--- ¡Pronto! Debemos llevarlo con los médicos. --- dijo Shaka.

--- Será mejor que lo llevemos a mi templo. --- sugirió Aioria.

--- No hablen de mí como si no estuviera presente. --- murmuró Milo. --- Que yo sepa aún no estoy muerto. --- Milo se puso de pie, el resto le miraba extrañado, después de un golpe semejante y sin llevar puesta una armadura, más de uno le dio por muerto o en agonía. --- Me encuentro bien. --- dijo y fue a sentarse en uno de los extremos del coliseo.

--- Sabes que eso no es verdad, ese ataque pudo haberte matado. --- dijo Shaka.

--- ¿Desde cuando les preocupa tanto mi bienestar? --- dijo y volvió a levantarse. Lentamente se apartó de los presentes, en lo que a él concernía, el entrenamiento había terminado.

 

"Maldito Aries" pensó mientras se alejaba. Incluso el fénix le miró sorprendido, no creí posible que alguien pudiera levantarse después de recibir de lleno  un ataque semejante. No creía que Milo fuera tan resistente.

 

Los presentes le vieron retirarse con su conocido paso cansino, sangrando y con gesto indiferente. Aioria le siguió. Pronto le dio alcance.

--- Ocúpate de tus asuntos Leo, ya sabes lo que dicen, hierba mala nunca muere, y si muere no hace falta. - dijo Milo con una sonrisa de medio lado.

--- ¿De verdad crees que no haces falta aquí Milo? --- dijo Aioria con preocupación.

--- Solo hay una cosa para la que me consideran necesario en este lugar, y esa puede hacerla cualquiera, con que la tendrían fácil a la hora de reemplazarme.

--- A veces eres demasiado cínico.

--- A veces eres demasiado ingenuo. --- murmuró Milo. --- No soy cínico, solo realista. Es la verdad, no puedo ser el asesino por siempre. El ataque de Aries me lo ha demostrado. Estoy fuera de forma y no sé si me apetece recobrar mi condición.

--- No estarías fuera de forma si no te hubieras dedicado a embriagarte desde que Afrodita falleció.

--- ¿Estás regañándome Leo? --- dijo Milo levantando una ceja.

--- Solo digo lo que pienso.

--- Lo que haga o deje de hacer es mi maldito problema Leo, de nadie más. --- dijo Milo comenzando a molestarse.

--- Estás afectando a otros con tu actitud.

--- Lo sabía... ¿ahora vas a abogar por esa partida de mocosos ineptos? Ahorra palabras Leo, mientras no se acerquen a mí todo estará bien. Aún no puedo verlos sin sentir deseos de matarlos con mis manos. --- los ojos de Milo reflejaban la furia que sentía.

--- No debes atacarlos... tienes mucho que perder Milo. Te expulsarían de la orden.

--- ¿Crees que me interesa estar en una orden cuya diosa ve morir a los suyos sin hacer nada al respecto? --- Milo escupía cada palabra con un profundo rencor. Aioria no dijo nada más, en cierta medida le entendía, Shura había comprendido al final que Sahorí Kido era la verdadera diosa y había sacrificado su vida para salvar al dragón, y ni siquiera eso había bastado para que la diosa decidiera volverle a la vida.

 

Leo no se apartó, siguió a Milo hasta su templo. Aparentemente nada perturbaba al rubio, más la verdad era que estaba furioso.

--- ¿Ahora vas a ser mi maldito perro guardián? --- dijo Milo un tanto molesto. - Despreocúpate, no se atreverá a atacarme ahora, es demasiado imbécil.

--- No estoy aquí por eso. No creo que vaya a atacarte, tampoco que tú lo permitieras, si vine siguiéndote es porque estoy seguro de que no podrás solo con esa herida. - dijo Aioria.

--- Es cierto. --- murmuró el rubio con una sonrisa triste. La ultima vez que lo hirieran había sido Afrodita quien curara sus heridas, nunca había confiado en los médicos del santuario. El sueco le había reprochado su descuido, le habían herido en el vientre, algo de cierta gravedad. --- Bienvenido a la guarida del escorpión. --- dijo Milo cuando cruzaron las puertas de su templo.

 

Aioria se quedó callado, Escorpión no se parecía a nada de lo que había imaginado, y Milo pocas veces le había permitido ir más allá del salón principal. Esta vez se adentró siguiendo al propietario, hasta las habitaciones privadas.

 

--- Será mejor hacerlo en el baño, las jodidas manchas de sangre no salen muy bien del mármol, aún estoy limpiando la sangre del maldito discípulo de Camus. --- comentó Milo.

--- Sólo tú podrías hacer una broma con eso...

--- ¿Y qué esperabas? Con algo tengo que matar el tiempo. --- dijo Milo encaminándose al baño. Una vez dentro, Milo se despojó de la ropa y se sentó en la orilla de la tina. Para Aioria era obvio que no podía moverse con facilidad.

---- ¿Tienes antiséptico?

--- Detrás de ti. --- dijo Milo señalándole a Aioria una gaveta empotrada en la pared.

--- Dioses... estás listo para todo. --- dijo Aioria al abrir la gaveta.

--- Nunca he confiado en los médicos del santuario.

--- Tú no confías en nadie.

--- Entonces eres nadie. --- Aioria se quedó callado, no esperaba algo como eso. Milo le dio la espalda para que pudiera atender sus heridas.

--- Esto no se ve bien tal vez... ---- dijo Aioria al ver las heridas de Milo.

--- Sí no crees poder con eso vete, lo haré yo mismo. --- dijo Milo con voz dura.

--- No, no, lo haré. --- dijo Aioria. El castaño empapó una borla de algodón en antiséptico y limpió cuidadosamente las heridas de Milo. No le sorprendió que Milo se negara a mostrar que dolía, a pesar de que en más de un punto la piel había desaparecido dejando la carne expuesta. --- Listo. --- dijo Aioria mientras terminaba de colocar un apósito y vendar el maltrecho tórax de Milo.

 

--- ¿Quieres beber algo? --- ofreció Milo mientras terminaba de ponerse una muy holgada camisa.

--- ¿No es muy temprano para beber?

--- Te estaba ofreciendo un café o una soda, pero si te apetece algo más fuerte veré si queda algo en el sótano. --- dijo Milo.

--- El café estará bien.

--- De acuerdo.

 

Pasaron la tarde juntos. Aioria le resultaba casi agradable, la mayor parte de las ocasiones en que habían hablado, se decían puras tonterías, o se limitaban a lanzarse puyas uno al otro, jamás habían hablado de la forma en que lo estaban haciendo esa tarde.

 

Sin saber como, fueron a parar al sótano, Aioria insistió en asegurarse  de que Milo no tenía más licor en su templo.

--- No sé porque insistes tanto, es claro como el día que ya me he bebido todo lo que había y no tengo dinero para comprar más.

--- Simplemente quiero estar seguro. --- dijo Aioria.

--- Entonces velo por ti mismo. --- dijo el escorpión encendiendo las luces del sótano.

--- Zeus, esta cosa parece una mazmorra. --- dijo Aioria al ver el sótano ya iluminado.

--- Mi maestro solía darle ese uso. --- comentó Milo con seriedad. --- Pero yo simplemente la uso como almacén.

--- Guardas cualquier cantidad de porquerías aquí. - dijo Aioria con tono juguetón.

--- Es verdad... tal ves un día me anime a tirar todo esto.

--- Hoy es tan buen día como cualquier otro para hacerlo. --- dijo el león.

--- Hmmm tal vez tengas razón.

 

Pasaron el resto de la tarde limpiando el sótano del templo de Milo, Aioria había tenido razón al afirmar que había una gran cantidad de porquerías ahí dentro. Cuando terminaron, comieron algo y se sentaron en las escaleras de Escorpión a mirar el atardecer, Aioria lo había propuesto para levantar el decaído ánimo de su compatriota.

 

--- Nunca entendí porque te dio por beber de esa manera, tú jamás bebías de más. --- dijo Aioria-

--- Es muy simple Leo, solo puedo llorar de verdad cuando estoy ebrio. ---  la amarga sonrisa en los labios de Milo le indico que aquello era la pura verdad.

 

Esa misma noche Milo de Escorpión subió al techo de su templo. Con cierta dificultad, se tendió sobre el gélido mármol. La fina película de helado roció le produjo una oleada de dolor. Aioria se había despedido al oscurecer, a su juicio había sido lo mejor, a  pesar de no querer quedarse solo, sabía que si Aioria se hubiera quedado esa noche en particular, las cosas habrían cambiado radicalmente para ambos.

--- No es lo mismo sin ti maldito sueco. --- murmuró mirando hacía el límpido cielo nocturno que le cobijaba esa noche. Permaneció ahí el resto de la noche, permitiendo que fuera el gélido viento nocturno el que limpiara sus lágrimas.

 

Al amanecer volvió a su habitación. Tuvo tiempo de pensar en sus fallos y en la forma de corregirlos. Estaba dejándose morir, así de simple. Había permitido que el dolor por la muerte de Afrodita gobernara su vida. Eso no era bueno. Había que replantearse la vida y comenzar de nuevo en donde se había quedado. La idea de que tal vez un día podría reunirse con Afrodita era lo que le sostendría.


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