Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

TRiADA por Kitana

[Reviews - 104]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo: Hola!!! bueno pues ya estoy por acá de nuevo, luego de un laaaargo break,pero con más ánimo porque ahora sé que hay alguien muuuy especial que me apoya je je (tú sabes que yo sé que tú sabes que eres tú =D)
 

Los días siguieron su marcha y poco a poco, Milo se parecía más y más al que había sido antaño. Esa mañana se había levantado temprano para entrenar, solo, no quería a nadie cerca hasta no estar por completo seguro de que era dueño de si mismo otra vez.

 

Cerca del medio día un guardia se presentó en su templo trayéndole un mensaje de la propia diosa. A penas leyó un par de líneas y se dio cuenta de que no podía escapar de sus deberes como ejecutor. No tenía más opción que seguir prestando sus servicios como asesino en tanto perteneciera a la orden. Nunca se había planteado con seriedad la posibilidad de resistirse, ahora menos que nunca, ese empleo tan mal visto era uno de sus escasos vínculos con Afrodita.

 

Debía seguir prestando a su diosa el único servicio que ningún otro sobreviviente podría prestarle.

 

Tuvo que reconocer que las cosas habían cambiado, la diosa no le había llamado a su presencia como solía hacerlo Arles. La diosa se había limitado a enviarle una fría misiva donde le explicaba la naturaleza de su misión en escuetas frases.

 

Partió esa misma noche, a penas tenía tiempo de llegar a su destino, la isla de Creta. Su misión consistía en acabar con un grupo de terroristas que se ocultaban ahí para planear un ataque en Gaza, en mitad del conflicto palestino-israelí.

 

Comió algo ligero y partió en dirección a El Pireo. No tenía caso retrasar lo inevitable.

 

Cuando llegó al puerto, su transporte esperaba. Subió al barco en silencio y sin fijarse en nadie. No tenía deseos de nada, solo de que eso terminara pronto. Llegaron al amanecer. Tuvo que esperar a que la noche llegara para comenzar su labor.

 

Ese grupo terrorista no supo ni siquiera que les pasó. No dejo a ninguno con vida... justo como le habían ordenado.

 

Milo ladeó el rostro con gesto inexpresivo mirando el cadáver que yacía a sus pies.  Del destrozado cráneo manaba la sangre mezclada con  la masa encefálica del muerto. No había empleado ninguna de  sus técnicas, se había limitado a molerlos a golpes.

 

Se sentía inquieto, molesto, con esa sensación de vació que le acometía cada vez que hacía esa clase de trabajo. Solo que en esta ocasión fue aún peor, estaba solo, muy a su pesar, sintió la necesidad de algún contacto humano. Fue en ese momento que se percató de verdad de la magnitud del dolor que le imprimía la ausencia de Afrodita y Death Mask.

 

La carga de trabajo se intensificaría dado que solo quedaba un asesino, él. No podía negarse a hacerlo, jamás lo había hecho y ciertamente no era el momento de hacerlo.

 

El trabajo estaba hecho, no tenía nada más que hacer en ese lugar. Era momento de volver al santuario. Se arrebujó en el manto que llevaba y se dirigió al puerto dejando tras de sí un rastro de cuerpos destrozados.

 

Resopló con fastidio, estaba de muy mal humor. Había sido ingenuo al creer que la llegada de la diosa causaría su baja como asesino, que las cosas cambiarían. Pero parecía que no estaba entre los planes de la diosa cambiar las cosas, sino que más bien le complacía que siguieran justo como habían sido antes de la muerte de Géminis. No solo no le habían relevado de sus deberes como asesino, sino que empezaba a creer que jamás lo harían. Siempre sería un asesino, sin importar lo que hiciera, siempre sería considerado un asesino. Era el único de los sobrevivientes capacitado física y emocionalmente para esa labor.

 

La diosa... aún no se creía que esa adolescente fuera la encarnación de Atenea, la diosa a la que había jurado servir cuando recibió su armadura. Era solo una chiquilla sin nada especial, solo su cosmos. La mujer por la que había creído matar, la mujer en la que había confiado ciegamente, la misma que le había decepcionado profundamente.

 

La única certeza existente en su vida se había esfumado con la llegada de la diosa al santuario. Desde niño había creído firmemente en la bondad de su diosa. Esa idea era lo que le había mantenido en pie durante años, lo único que le quedara cuando fue arrebatado del lado de su familia. Había sido a lo que se aferrara, en lo único que creía mientras sus manos se manchaban con la sangre de los que había asesinado. Se empeñaba en creer en la bondad de la diosa, Cassandros, su hermano mayor lo había dicho, ella era buena y amaba a los suyos.

 

Pero apenas llegar al santuario se percató de que la bondad no tenía cabida entre los siervos de la diosa, o al menos no en el templo del escorpión celeste.

 

Bastaron unos días para que se diera cuenta de que  él no era como el resto de los chicos que entrenaban bajo la tutela de Erebo de Escorpión, así como de la antipatía del santo de Escorpión hacía él. Desde que llegara se había pasado noches enteras llorando, añorando a su familia, en especial a su hermano Cassandros. Los castigos de Erebo eran especialmente crueles cuando se trataba de él, no entendía como era posible que ese hombre sirviera a una diosa a la que suponía bondadosa.

 

La impresionante biblioteca del santuario terminó siendo su refugio predilecto. Leía con voracidad los voluminosos tomos que contenían la historia de la orden, sorprendiendo a los bibliotecarios pues leía a la perfección el griego antiguo y las crónicas en otras lenguas no representaban dificultad alguna para él.

 

Milo encontró que cada uno de esos volúmenes coincidían en hablar de la bondad de la diosa y el amor que profesaba a los suyos. Esa era la única razón por la que había aceptado servirle. Había creído en la bondad de la diosa durante su entrenamiento, y aún en los tiempos más oscuros. Si bien no lo exteriorizaba, guardaba una férrea lealtad hacía la diosa y un profundo respeto hacía ella, a pesar de que dudara de su encarnación.

 

Sin embargo, toda esa idealización no sobrevivió al cotejo con la realidad. La decepción sobrevino, toda su lealtad se hizo añicos con la muerte de Afrodita. La muerte del sueco le destrozó la vida en un instante. No sabía que hacer con los pedazos de si mismo. Se vio a sí mismo como le percibía el resto, como un asesino, como un hombre entrenado para matar sin contemplaciones, sin escrúpulos, solo siguiendo ordenes.

 

A sus ojos había quedado perfectamente claro su papel en el santuario, en la orden. Simplemente tenía que seguir haciendo el trabajo sucio, ese que nadie más haría. Comprendía que se le despreciaba y temía en la misma medida, que le mantenían en la orden porque en el fondo no sabían que hacer con él. Comprendía que le veían como alguien carente de toda moral y ética, y aquello no era cierto. Poseía un código de ética, ciertamente distinto al de la mayoría de sus compañeros pero no por ello inexistente.

 

Había decantado por permitir que las cosas sucedieran, dejarse llevar por la corriente de los acontecimientos haciendo gala de su bien conocida indolencia. Había llegado a la conclusión de que en tanto sirviera a Atenea estaba en sus manos y nada de lo que hiciera serviría para disuadirla de usarle a su antojo. Lo mejor que se le ocurrió hacer fue vivir el día a día, sin esperar nada de nadie, justo como había sido al principio, olvidarse de todo, insensibilizarse al máximo. Todo volvería a ser como al principio, aunque tal vez más amargo, después de tener algo, volvía a quedarse sin nada.

 

Aunque lo negara, tanto Kanon como Afrodita habían tenido que ver en la clase de persona que era en el presente. No podía volver a ser el adolescente que había hallado en brazos de Kanon el significado del amor, y tampoco el joven que se había prendado del desquiciado carácter de Afrodita.

 

La coraza de indiferencia que había forjado a su alrededor a modo de defensa había sido vencida ya dos veces y eso no podía pasarlo por alto. Había cedido ante esos dos hombres a los que muy a su pesar había amado. No podía ser igual, de ninguna manera podía serlo.

 

Erebo lo había orillado a aislarse del mundo, a ver como un espectador y no como participante la vida, pero Kanon y Afrodita le habían devuelto la capacidad de interactuar con otro ser humano.

 

Abandonó el lugar evadiendo pensar en lo que acababa de hacer, no tenía caso pensar en ello, no iba a cambiarlo con un solo pensamiento.

 

Pensó que su existencia era todavía menos llevadera a raíz de la ausencia de Afrodita. Sus emociones estaban a flor de piel y eso no era ni remotamente agradable. Hacia tanto tiempo que no se sentía así...

 

Mientras emprendía el regreso en esa barca que amenazaba con naufragar en cualquier momento, evocó el bellísimo rostro de  Afrodita de Piscis, su violenta y agresiva personalidad, su absurda muerte... Durante mucho tiempo había estado enojado con Afrodita por haber permitido que un insignificante chiquillo le diera muerte. Había estado furioso por la certeza de saber que Afrodita había utilizado a Andrómeda como un instrumento para conseguir suicidarse, había llegado a tacharlo de cobarde. Pero ahora estaba furioso consigo mismo por no haber impedido que el sueco hiciera aquello.

 

Sí, la resignación arribaba lentamente, más dolía, dolía en lo más profundo de su corazón.

 

Apenas se internó en los dominios de la diosa, sintió la oleada de miradas despectivas caer sobre si, llenas de reproche, reprobándole, haciendo escarnio de su persona. No le afectaron en lo mínimo, él era Milo de Escorpión. Se limitó a mirarles de la misma manera apática de antaño, sin fijarse en ellos, sin reparar en sus rostros, sin importarle nada más que él mismo.

 

Se irguió ante los que le miraban, si, era un asesino, el último de la tríada. No se avergonzaría jamás de su oficio, era su único vínculo con Afrodita ahora, y aún si comenzaba a pesar, no iba a dimitir por ninguna razón.  No abandonaría la única senda que conocía.

 

Se recluyó en su templo para redactar el informe que debía entregar a la nueva burocracia que había sustituido al patriarca. Redactaba aquellos informes por mera obligación, estaba seguro de que a ninguno de esos hombres le interesaba a cuantos había tenido que despachar ni los métodos que había empleado para destrozarles. Sonrió con amargura al recordar que no había vuelto a usar la Scarlett Niddle desde la muerte de su amante.

 

Las cosas le resultaban más y más difíciles cada día. Muy a su pesar era un ser de hábitos y costumbres, seguía la primera regla que Kanon le enseñara, mantenerse preparado para cualquier contingencia, no podía ni debía confiarse nunca más.

 

Luego de presentar el informe, volvió con paso cansino a Escorpión, evadiendo en todo momento cruzar por Piscis y Acuario, al primero por no recordar a su amante, y al segundo por el profundo rencor que le guardaba al difunto guardián. No olvidaba la violenta discusión que se suscitara entre él y Afrodita por causa del favor que le pidiera Acuario.  No perdía ocasión de mostrar su resentimiento, más de una vez le habían sorprendido ebrio, maldiciendo ante la tumba del señor de los hielos.

 

Entró en su templo con la idea fija de beber hasta perder la conciencia, ¿qué más daba?

 

Cuando se adentró en su templo y se topó ahí con Aioria, de un modo extraño, la presencia del león dorado le tranquilizó. Aioria estaba tumbado en su sofá y le sonreía.

--- Bienvenido. --- dijo el castaño sin perder la sonrisa. Milo solo le dirigió una mirada vacía y se dirigió a sus habitaciones. ---Creí que habías decidido dejar de beber. --- dijo el castaño al ver que Milo sacaba de debajo de la cama una botella de vino.

--- He dicho tantas cosas últimamente... Solo es un poco de vino para refrescarme.

--- Al menos podrías invitarme un poco. --- dijo Aioria sabiéndose vencido.

--- Sírvete tú mismo. --- dijo el rubio ofreciéndole la botella. Aioria bebió directamente de ella y se la devolvió. Milo bebió un largo trago y posó sus opacos ojos azules en el despeinado león. --- ¿Qué te trae a mi templo?

--- No mucho...

--- ¿Aburrimiento tal vez? ¿O acaso caridad? --- Aioria no respondió. La manera en que el escorpión se pasó la lengua por los labios inquietó a Aioria.  No podía dejar de notar la sensualidad de semejante acto.

--- ¿Ya te has enterado de las  nuevas noticias? --- dijo solo para salir del paso.

--- Te recuerdo que recién llego, no sé nada.

--- Poseidón ha despertado. --- dijo el castaño.

--- Eso explica esta condenada lluvia. --- dijo el rubio como restándole importancia al asunto.  Clavo los azules ojos en el nublado cielo, no quería que Leo notara su inquietud.

--- Tenemos órdenes de custodiar el santuario, debemos permanecer vigilando.

--- La diosa ya se encuentra en el templo submarino, ¿no es cierto? --- dijo el rubio con un brillo feroz en sus normalmente apáticos ojos azules.

--- Sí, ha llevado a los de bronce consigo.

--- No podía esperarse menos de ella... --- siseó el rubio. --- En ese caso, creo que me quedaré en mi guarida hasta que pase la lluvia.

--- Son órdenes directas de la diosa que nos reunamos en Aries.

--- Mato para ella, moriré para ella si es necesario, pero no puede ordenarme que acuda a ese templo. --- dijo el rubio con desdén.

--- Te reitero que así lo ha ordenado la diosa.

--- Y yo te reitero que no he de obedecer Leo.  No voy a fraternizar con tus amigos.

--- Ten en cuenta que te castigaran por tu rebeldía. --- una sonrisa amarga se posó en los labios del rubio.

--- Mil veces me han castigado y otras tantas volví a rebelarme. ¿Me darán latigazos? Te recuerdo que se soportarlos muy bien. Para mí no tienen importancia alguna.

--- De acuerdo... quédate aquí si es lo que quieres. --- dijo Aioria incomodo, Milo podía llegar a irritarle con su testarudez.

--- Deberías calmarte, no pasará nada. Tal vez alguien muera, pero ¿desde cuando le importa eso a los dioses? Dejémosles arreglar sus malditos problemas solos.

--- Como quieras... te veré en la cena. --- dijo Aioria intentando sonreír. Milo lo miró intrigado, Leo pudo notar un brillo mortecino de curiosidad en los apáticos ojos de su compatriota.

--- ¿Acaso debo entender que me invitas a cenar Leo? --- Aioria sonrió, en los últimos tiempos, el desconfiado griego no ponía atención a nada de lo que le rodeaba. Tomó de la mesa cercana el sobre que él mismo había colocado ahí momentos atrás. El sobre estaba rotulado con el nombre del guardián de Escorpión escrito en una elegante y rebuscada caligrafía.

 

Aioria le ofreció aquel sobre a Milo. El rubio lo tomó con cierta desconfianza. Reconoció de inmediato el sello. Lo rompió sin cuidado y se apresuró a leer el contenido. A penas leer la primera frase sus labios se curvaron en una mueca de burla.

--- Shaka de Virgo me invita a departir en su templo "para estrechar y fortalecer los lazos que nos vinculan". --- dijo Milo en un tono que la constante observación había permitido a Aioria catalogar como burlón.

--- Ha invitado a todos los dorados.

--- Tan elitista y grandilocuente como era de esperarse... imagino que será un intento más de hacerme entrar en razón. --- susurró el rubio, hizo pedazos la misiva y los dejó caer con indolencia al pulimentado piso. Se dirigió a la ventana y la abrió de par en par a pesar de la feroz tormenta que se cernía sobre los dominios de la diosa en esos momentos. Aioria solo lo seguía con la vista.

--- ¿Asistirás? --- Milo negó con la cabeza.

--- Paso... la hipocresía no esta incluida en mi dieta. --- parecía disgustado. Aioria comenzaba a distinguir los casi imperceptibles cambios de humor en él, a fuerza de pasar tiempo juntos estaba lográndolo. En ese momento lo supo enfadado.

--- Con esa actitud lo único que consigues es aislarte de todos.

--- ¿Qué te hace pensar que no es ese mi propósito? Ni yo quiero estar con ustedes ni ustedes quieren estar conmigo, es así de sencillo. Tú crees que me entiendes, y tal vez, en cierto nivel, eso resulte correcto. Sin embargo, el hecho de que durante años hayas sido el hermano del traidor note capacita para saber lo que el amante del traidor siente.

--- Milo...

--- Aioria, entre mis defectos no se encuentra la estupidez, sé que en el fondo no confías en mi, ¿cómo hacerlo? Nadie garantiza mi inocencia en todo este asunto de Arles. Todos creen que también yo conocía la identidad de Arles, que he mentido solo por salvar el pellejo. Conozco a la perfección los rumores que tu buen amigo Aries se ha encargado de diseminar por todo el santuario, hasta los malditos aprendices se sienten con agallas para juzgarme a mí, ¡a un jodido santo dorado! --- en los ojos del rubio brillaba no solo la furia, también un rastrero dolor que le dañaba en lo más profundo --- Si alguno de ustedes me conociera al menos un poco sabría que de saber que Arles era Géminis lo habría acabado sin miramientos, sabrían que en este preciso momento me da lo mismo vivir que morir.

--- Tú no puedes estar hablando en serio...

--- ¿Por qué no? Es mi puta realidad Leo... odio todo lo que la orden representa y mi fidelidad a la orden es más cuestionable que nunca. No miento al decir que haría cualquier cosa por volver a estar a su lado. La diosa no solo ha dejado de ser mi prioridad, también ha dejado de ser alguien digno a mis ojos de la lealtad que en algún momento le tuve. Si peleo por ella es solo porque lo he jurado y jamás en toda mi maldita vida he faltado a mi palabra.

--- Milo... no creo que debas repetir eso jamás.

--- Ahorra palabras Leo... si, soy un traidor en corazón y pensamiento. ---dijo Milo --- Ustedes y yo no tenemos nada que ver. Lo acepto, ante quien sea necesario. Aún amo a afrodita, aunque esté muerto, fui su amante, y si siguiera con vida continuaría siéndolo, le pesara a quien le pesara. Aún lo amo y estoy orgulloso de ser lo que soy, de ser quien soy, porque en  toda esta maldita orden no hay nadie más que tenga las agallas de hacer lo que hago. Y nada de lo que ustedes imbéciles digan me hará cambiar de opinión.

 

Aioria no respondió nada más, Milo siempre sería Milo, lleno de orgullo, lleno de coraje y de honor, de rencor...

 

Le dejó solo, a pesar de considerar que no era lo mejor para él. No tenía idea de cómo acercarse al arisco escorpión sin que este opusiera la férrea resistencia que había mostrado hasta entonces. Milo no estaba en su mejor momento, a los ojos de Aioria era como sí no quisiera reponerse de la muerte de Afrodita.

 

Milo ya no era el hombre que solía ser. Era aún peor... después del brote de violencia había surgido en él una indiferencia total a todo y a todos. Milo había mutado hasta llegar a ser un personaje verdaderamente oscuro y desafiante aún con la propia diosa.

 

A pesar de su indiferencia, Aioria estaba convencido de que era cuestión de tiempo el que Milo terminase estallando contra quien estuviera cerca, cosa que con toda seguridad, terminaría acarreándole la expulsión de la orden. Esa burocracia que poco a poco se adueñaba de la orden le tenía en la mira. Esos hombres que sin conocerles ni siquiera el rostro se apropiaban cada detalle de sus vidas iban a terminar considerándolo un problema y le echarían de la orden tarde o temprano. No estaba seguro de cómo tomaría aquello su compatriota.

 

Aioria arribó a Aries sintiéndose incómodo, su relación con Mu jamás volvería a ser la misma. Ya se encontraban ahí el resto de sus compañeros. Aldebarán vino a su encuentro, le pareció que el brasileño estaba sinceramente preocupado.

 

--- No ha querido salir de su cueva, ¿cierto? --- dijo, Aioria solo asintió. --- ¿Le dijiste que era una orden directa de Atenea?

--- Sí, y ni siquiera la perspectiva del castigo lo hizo cambiar de opinión. Esta decidido a volverse un ermitaño. Su actitud es preocupante.

--- Lo es. Lo que hace es insano, anormal... aunque hay que reconocer que él no es del todo normal.

--- ¿Quién de nosotros lo es? --- dijo Aioria, Aldebarán sonrió con tristeza.

--- Nadie... pero no es agradable aceptarlo en voz alta.

--- Basta, por ahora hay cosas más importantes que Milo de Escorpión. --- dijo Mu apareciendo detrás de ellos.

--- Mu, creo que ninguno de nosotros debería restarle importancia a este asunto. Debemos permanecer unidos, tiempos difíciles se avecinan y debemos fortalecer nuestros lazos, una forma de hacerlo es ocuparnos unos de otros. --- dijo Virgo aproximándose a Aries.

--- No soy yo quien se recluye en su templo, aislado de todos y solo sale de él para matar a algún pobre desgraciado. --- dijo Aries casi iracundo.

--- Algún pobre desgraciado que tu piadosa conciencia te impediría eliminar aún de ser necesario, ¿cierto Aries? - los cuatro santos  se sorprendieron, era Milo, y los miraba con una frialdad terrible.

--- No todos poseemos tu despiadado talento para asesinar Escorpión. --- dijo Aries, Milo soportó la puya con total indiferencia, cosa que encendió aún más los ánimos del tibetano.

--- Es suficiente, ambos deben calmarse, Milo no ha tenido las cosas fáciles, nadie de los que estamos aquí, sabemos que atraviesas una situación especialmente dolorosa y difícil. --- dijo Shaka, intentaba pararlos, no quería que las cosas fueran más lejos.

--- Virgo, agradezco tu... ¿preocupación? Sin embargo, no necesito que nadie arregle mis asuntos por mí. --- siseó Milo --- Cierto, soy un asesino, no me avergüenza admitirlo, ¿tendría que avergonzarme por ello? No lo creo, solo he hecho lo que me ordenan hacer. No es mi culpa que deba matar a quien estorbe, simplemente realizo el trabajo sucio de la orden, trabajo que sus honorables y timoratas consciencias les impiden hacer. ¿Qué más quieren de mí? Solo he hecho mi trabajo hasta ahora. --- dijo no sin cierto cinismo.

 

Los cuatro dorados se quedaron en silencio, mirando fijamente a Milo que seguía apostado en esa actitud indiferente. No reparó en la angustia de Aldebarán, ni en la impotencia de Shaka, tampoco en el dolor de Aioria. Sólo podía ver el rostro desencajado de Aries.

-¿Qué ocurre Aries? ¿Vas a intentar hacerme tragar mis palabras o es que ni para eso tienes agallas? --- dijo Milo en son de reto.

--- ¡Maldito asesino! ¡Asesino! --- gritó el tibetano, Milo avanzó unos cuantos pasos en dirección a él, Shaka se interpuso en su camino, los ojos rojizos del escorpión le habían puesto ya en alerta.

--- Apártate Virgo, esto no es de tu incumbencia, es sólo entre Aries y yo. --- Aioria ya estaba detrás de Milo, sentía que el rubio estaba al borde de la locura.

--- Lárgate.... ¡fuera de mi templo! ¡Vete en este preciso instante! --- grito Aries tan furioso como Milo.

--- Como gustes... solo te diré que un día no habrá quien me detenga. --- dijo el griego y abandonó Aries.

 

Una vez afuera, hurgó entre sus bolsillos en busca de un cigarrillo que la lluvia le impidió disfrutar. Miró al cielo y ahogó un suspiro. En el fondo de su ser comenzaba a gritar una voz que le decía que la vida no tenía ya ningún sentido.

 

Estaba lloviendo a cántaros. Pero eso no significaba que se retractaría y entraría en Aries. No tenía intenciones de volver ahí. Pronto quedó completamente empapado, aquello nizo que su mente viajara a la noche en que perdió a Kanon.

 

Se preguntó si acaso existía algo o alguien en el universo que se divertía arrebatándole a todos los que amaba. Primero sus padres, luego Cassandros, después Kanon, y por último, Afrodita. Parecía destinado a sufrir la más absurda soledad. Se repitió mentalmente que Afrodita sería el último. No volvería a permitirse sentir nada por nadie, ni siquiera afecto, nada.

 

Estrelló su puño cerrado contra una columna de roca sólida. Notó que alguien lo observaba.

 

--- Tal vez deberías olvidarte de tu orgullo y entrar. --- era Shaka de Virgo.

--- Paso. --- susurró el griego mientras sostenía en sus labios el humedecido cigarrillo. No quería a Shaka cerca... ¿por qué había salido él y no otro, o mejor, ninguno? Se sintió incómodo, ese hombre transmitía una paz y una serenidad imposibles de ignorar.

--- Sí te quedas aquí podrías enfermarte.

--- Ya sabes lo que dicen... hierba mala nunca muere, y si muere no hace falta. --- dijo mientras miraba fijamente el horizonte. --- No tienes que estar aquí Virgo, si deseas tranquilizar tu consciencia búscate otra obra de caridad. No tienes que preocuparte por mí, nadie debe hacerlo porque aún la muerte me desprecia.

--- Aioria está más que preocupado por ti. --- dijo el santo de Virgo con algo parecido a una sonrisa.

--- ¿Realmente crees eso? ¡Bah! Estar tan cerca de los dioses te ha alejado de nosotros los insignificantes mortales. Leo no sabe ni lo que quiere.

--- Si de verdad deseas estar solo, debo reconocer que has hecho una excelente labor. Has conseguido apartarnos a todos.

--- Nunca los he querido cerca, a nadie. No necesito a nadie a mi lado. Tú, la diosa... nunca dejarán de verme como algo absurdamente insultante. Aries me detesta porque maté al único hombre al que fue capaz de amar. Leo cree que puede borrar mis pecados y redimirme aún cuando le he dejado claro que no me interesa ni lo uno ni lo otro. Tauro... Tauro es tan ingenuo que da lástima, cree que podemos ser amigos.

--- Ellos y yo vemos algo en ti que tal vez ni siquiera has advertido. --- Milo se rió burlón.

--- Virgo, guarda tu caridad para alguien que pueda y quiera aceptarla, tus palabras se oyen tan hermosas como el canto de la sirena, más solo son eso, palabras y el viento terminara llevándoselas. El único que pudo verme tal como soy en realidad y le gustó lo que vio esta muerto. No me sirve de nada tu compasión, no me sirve de nada tu deseo de salvarme de mí mismo. Vuelve allá, con los que son como tú, déjame solo con mis demonios que es lo único que tengo ahora. Prefiero seguir disfrutando de la gentileza del señor de los mares a verle el rostro a Aries. No quiero ser rescatado Virgo. --- dijo el griego con evidente sarcasmo.

 

Shaka le dedicó una última mirada antes de volver a Aries. No iba a darse por vencido, aún si el griego le insultaba, lo orillaría al final a entender sus propósitos. Tarde o temprano, Milo se daría cuenta de que no estaba solo en todo ese mar de dolor.

 

Las horas transcurrían con desesperante lentitud, nadie sabía exactamente lo que sucedía en el templo submarino, lo único que se sabía era que la armadura de Libra había sido enviada por su propietario por conducto del aprendiz de Aries a modo de apoyo a los que allá peleaban.

 

La lluvia cesó tan repentinamente como había empezado. Aioria fue en busca de Milo para obligarle a entrar si era necesario, al menos para que escuchara las noticias de lo que había ocurrido en el templo submarino. Milo decidió entrar solo por fastidiar a Aries, no se interesó ni un poco en el relato del chico sino hasta que de los labios del muchachito  surgió un nombre que estaba seguro jamás volvería a escuchar.

----... Kanon, el hermano menor de Saga de Géminis fue quien despertó a Poseidón, valiéndose de engaños se apropió la escama del Dragón del Mar y manipuló al dios de los mares para adueñarse del mundo.

 

Sólo Aioria notó que la máscara de indiferencia del rubio se resquebrajaba por un instante. Lo vio salir sin pronunciar palabra alguna, rápido, nervioso y alterado, más allá de lo que jamás le había visto aún ebrio.

 

En la mente de Milo solo existía un pensamiento, Kanon no había muerto ahogado en Cabo Sunión como él había creído; Kanon había vivido hasta ese día.

 

Corrió escaleras arriba, recorriendo los doce templos hasta hallar refugio en el templo de los Peces, en un intento por consolarse con los vestigios que en él quedaban del doceavo guardián. No hallo explicación a su conducta, sólo sabía que el dolor y la desazón se abrían paso a través de él desgarrándole las entrañas.

 

Él mismo se había encargado de mantener el templo de su amante justo como se hallaba la última vez que él y Afrodita compartieran el lecho. Se había esforzado por mantenerlo así a modo de recuerdo hacia su amante muerto.

 

Entró en la habitación donde tantas noches había amado y se había dejado amar por Afrodita. Hurgó en el armario hasta dar con la botella del whisky que su amante solía beber de cuando en cuando, y luego se sentó  en esa cama que a pesar del tiempo, conservaba el aroma a rosas que siempre acompañó al sueco.

 

Destapó la botella que sus manos temblorosas aferraban y bebió despacio, dejando que el calor que  nacía en su garganta se expandiera lentamente por su cuerpo.

 

Reconoció que no existía en todo el ancho mundo un lugar para esconderse de sí mismo, en donde pudiera escapar del dolor que hincaba los dientes en su corazón y hacía pasto de su espíritu. Lo había creído muerto, lo había llorado, incluso había llegado a sentir que traicionaba su memoria al enamorarse de Afrodita. Había maldecido una y otra vez a Saga por señalarle como culpable de su ausencia, porque gracias a él no contaba siquiera con un sepulcro al que ir a llorar.

 

Se maldijo a sí mismo por ser tan estúpido. Había confiado en él, le había revelado cada uno de sus más íntimos secretos, había entregado todo de sí, su corazón, su alma, su cuerpo impoluto... ¡y él le había abandonado sin mirar atrás! ¡sin siquiera decir adiós!

 

La ausencia de Afrodita le pesaba más que nunca...

 

Aioria penetró en el oscuro templo de Piscis. Instintivamente se dirigió a la que fuera la recámara de Afrodita. Ahí halló a Milo sumergido en un silencio atroz que le crispó los nervios. La imagen que Milo ofrecía en esos momentos se le clavó en el pecho cual cristales rotos. Notó aquellos opacos ojos azules perdidos en un punto indefinido. Milo había estado bebiendo de nuevo.

 

Se sentó en silencio a su lado. Milo pareció pasar por alto su presencia

 

--- ¿Te encuentras bien? --- preguntó el castaño. Por toda respuesta,  Milo tomó la botella y bebió un largo trago. --- Milo... --- susurró Aioria.

 

El rubio se cubrió el rostro con las manos y dejó que un par de lágrimas brotaran de sus ojos.

--- Milo. --- volvió a decir Aioria. El escorpión se mantuvo en silencio, Aioria posó entonces sus manos en los anchos hombros de su compatriota. Milo levantó el rostro, las acuosas turquesas se posaron en Aioria. Contempló las esmeraldinas pupilas de Leo y siguiendo un impulso desquiciado, le besó.

 

Aioria no se negó a recibir ese beso que sabía a dolor y desesperanza. El león rodeó al rubio con ambos brazos como queriendo exorcizarle de las penas. Al abrazar a Milo lo sintió ausente, desvalido, atado al pasado con lazos irrompibles.

 

No quiso pensar en que mientras Milo lo besaba, en la mente del rubio no había nada que no fuera Afrodita, ese bellísimo sueco que aún en la tumba poseía el corazón del rubio que temblaba en sus brazos, ese hombre con el que Milo se había compenetrado a la perfección.

 

Fue Milo quien rompió el beso, Aioria pensó por un momento que el rubio le arrojaría lejos y juraría que aquello había sido un error. Pero eso no sucedió. Las manos de Milo comenzaron a recorrer el atezado rostro de Aioria, siguiendo los contornos de ese rostro tan clásico, tan perfecto que recordaba las esculturas de Fidias.

 

Las manos pronto fueron sustituidas por los labios del rubio. Aioria le permitió degustar el sabor de su piel sin moverse, sin hablar. Le pareció que Milo no quería darse tiempo a pensar, a comprender la magnitud y alcances de lo que hacía.

 

Sin importarles ya nada, ambos se dejaron llevar por la pasión que las continuas caricias avivaban. Aioria desnudó a Milo como si no hubiera un mañana, lo besó con ansiedad, con el dolor inherente a saberse un instrumento para alcanzar el olvido y aliviar el dolor.

 

Las caricias se tornaron más y más íntimas, Aioria yacía en el lecho con Milo encima de él. El castaño acarició con suavidad la espalda de Milo topándose con una miríada de diminutas cicatrices. Su mano izquierda ascendió hasta la nuca de Milo, donde halló más cicatrices. Milo se sintió incómodo al sentirse tocado justo donde Afrodita solía hacerlo. El rubio no quiso darle tregua a Aioria ni a sus recuerdos. Milo se deshizo de las últimas prendas de ambos y acarició a Aioria con cierta torpeza. No quería pensar, no quería abrir los ojos y toparse con que ese que estaba debajo de él no era Afrodita. Optó por rendirse a la pasión, por dejar que sus sentidos se desbordaran y tomaran las riendas de la situación.

 

Milo exhaló un gemido de matices guturales cuando el endurecido miembro de Aioria irrumpió en sus carnes. Suspiró mientras la mano de Aioria masajeaba su miembro con sapiencia. Ambos comenzaron a moverse con un  desesperado vaivén. La pasión sentó sus reales, Milo se arqueó en dirección a Aioria clavando los dedos en los hombros del castaño, no queriendo notar el aroma a rosas que emanaba del lecho en el que se hallaban.

 

No quería pensar, no quería sentir, solo quería perderse en el placer que Aioria y él compartían en ese momento. Quería creer que solo ellos dos existían.

 

Alcanzaron el orgasmo casi simultáneamente, luego, Milo se dejó caer en el lecho completamente desmadejado. Aioria lo sintió caer sobre sí, aún incrédulo de lo sucedido, sintió el agitado latir del corazón del rubio contra su pecho.

 

Leo no podía creer que ese tibio cuerpo que le cobijaba aún agitado por el enloquecedor placer del orgasmo fuera el de Milo de Escorpión. Exhaló un suspiro que devolvió a Milo a la realidad.

--- Milo... --- dijo Aioria intentando acariciarle el rostro. La mano de Milo se cerró en torno a la suya como una pieza de acero.

--- Cállate...  no te atrevas a decir nada. --- siseó Escorpión, había conseguido finalmente procesar el hecho de que había fornicado con Aioria justo en el mismo lecho que solía compartir con su amante muerto.

--- Milo... sé que piensas que esto fue un error, pero...

--- Te he dicho que te calles... no me interesa hablar de esto. Olvidémoslo y deja de fastidiarme ahora que has conseguido lo que querías.

--- Debemos hablar.

--- No, no hay nada que decir, fue un error, tú mismo lo dijiste.  No tiene sentido buscar explicación a algo que no  la tiene. Nos acostamos, fin de la historia. --- dijo Milo.

 

El rubio abandonó el lecho trastabillando y tomó sus ropas. Se negaba a mirarlo, se vestía mientras entre sus muslos escurría parte de la simiente de Aioria mezclada con rastros de sangre. El león notó la confusión y angustia de Milo, era obvio su sufrimiento, su furia, su dolor...

 

Le vio caer de rodillas al suelo. Milo comenzó a golpear con furia el pulido piso de mármol hasta hacerlo añicos. Aioria se acercó a él sin preocuparse por su evidente desnudez. Asió al rubio por las muñecas. La imagen de Milo que tenía frente a sí, difería por completo de la que el rubio presentaba de ordinario. Era, con mucho, la más humana que le hubiera visto. Milo lloraba arrodillado en el piso mientras de sus puños manaba la sangre. Aioria se arrodilló a su lado y terminó acunándole en sus brazos.

--- Vete Leo... lárgate de aquí... déjame solo. Lo último que necesito es más compasión.

--- ¿Es que no te das cuenta de que no es la compasión lo que me mueve?

--- Sea lo que sea... lárgate, olvídalo ya, ¡vete Leo! Vete de una vez por todas... no puedo amarte Leo... no esperes que esto tenga consecuencias porque no las tendrá... más allá de un mal recuerdo, esto no es nada para mí. No soy bueno para ti Leo, los dos lo sabemos.

--- Por favor Milo...no digas nada más y deja que sea yo quien juzgue lo que es mejor para mí.

--- Déjame solo... olvídame, olvida que existo... olvida todo lo que se refiere a mí.

--- No voy a hacerlo. No espero nada de ti Milo, solo que me permitas estar a tu lado.

--- Haces bien en no esperar nada porque a mi ya no me queda nada que ofrecer.

--- Te equivocas.

--- ¿En qué? Solo soy realista Leo, solo recalco lo que es evidente.

--- Milo, por los dioses...

--- ¡Cállate! Sal de aquí, desaparece de mi vida...

--- No puedes actuar de esa manera... tú... tú no eras así.

--- ¿Cómo sabes que yo no soy así como me ves? No tienes idea, no tienes ni una puta idea de cómo soy. Ni tú ni nadie que este vivo sabe como soy. No me conoces y no sabes absolutamente nada de mí.

--- Hablas como si fueras completamente distinto del resto de nosotros.

--- ¿Quieres saber que tan distintos somos? Dime algo Leo, ¿sabes como se escucha el cráneo de un niño despedazándose bajo tus pies?  Yo sí. - dijo el rubio mirándolo fijamente. - ¿Sabes lo que es apestar continuamente a sangre aún si te bañas en perfume?  --- Aioria se mantenía en silencio sin saber que decir a su compañero. --- ¿Lo ves? Esa es la pequeña diferencia entre nosotros Aioria. Esas pequeñas cosas son las que me hacen diferente del resto de ustedes. --- dijo Milo y se apartó de Aioria. El castaño le dio alcance y lo abrazó con fuerza. Milo se mantenía quieto, rígido. --- Haces bien en no esperar nada de mí porque yo nada puedo darte. Estoy seco y vacío por dentro... Leo... ¿es que no es evidente que no soy bueno para ti?

--- Eso no puedes saberlo... deja que sea yo quien elija.

--- Esta demostrado que siempre eliges mal... primero Capricornio, luego yo, ambos asesinos.

--- No, ambos son buenos hombres que han estado en situaciones poco afortunadas. --- le dijo Aioria a modo de consuelo.

--- Mentiras... hablas por hablar... en mi no hay un gramo de eso que llamas bondad... Estoy tan cansado de vivir así... no tolero más esta vida... quisiera estar muerto.

--- Eso no puedes creerlo de verdad...

--- Es cierto... no puedo creerlo, no puedo pensarlo... mucho menos ponerlo en practica... solo me queda pensarlo, imaginarlo...

--- Tranquilízate...

--- Basta de compasión Aioria... basta de ridiculeces... - dijo el rubio empujándolo lejos una vez más.

---Calla, solo calla...  --- dijo Aioria y le besó en los labios. Milo se apartó e intentó ponerse en pie. Aioria lo sostuvo una vez más para evitarle la caída.

---  Déjame... --- pidió el rubio con cierta furia. Aioria no le atendió --- ¿Qué es lo que quieres de mí Leo?

--- Te quiero Milo, te amo.

--- No sabes lo que dices... ¿cómo alguien como tú se enamoraría de alguien como yo? --- dijo el rubio apartando el rostro.

--- Siempre te has juzgado con dureza.

--- Pobre Leo... aún crees que puedes redimirme.... ¿es que acaso no te has percatado de que solo quiero ahogarme en la sangre que yo mismo he derramado?

 

Aioria lo dejó ir, Milo trastabilló un poco antes de abandonar Piscis. El rubio guardaba aún mucho dolor dentro de sí. Tal vez nunca terminaría de exteriorizarlo.

 

Minutos después, Aioria volvía a Leo. No podía olvidar las caricias de Milo, ni esa manera desesperada de entregarse. Fuera como fuera, lo había tenido entre sus brazos y eso nada ni nadie podría cambiarlo.

 

Se tendió en las perfumadas sábanas de su lecho, añorando el perfume de la piel del escorpión, de su aliento chocando contra el suyo, contra su piel... no supo por qué ni como, pero Shura comenzó a surgir de entre la neblina de los recuerdos. Tuvo que reconocer que las palabras de Shura fueron acertadas al afirmar que en los últimos tiempos todo lo que había entre ellos era sexo. No se amaban. Él había dejado de amarlo hacía ya un buen tiempo. Pero aún así, solo la muerte de Shura los había separado. Ni siquiera eran amantes, solamente eran dos seres que no veían más allá de sus cuerpos... tal y como le había ocurrido con Milo. Pero Milo no era Shura, el rubio era muy distinto del hispano, en muchos aspectos francamente opuesto. Milo se hacía sus reglas, Shura luchaba por que las ya existentes se respetaran a cabalidad.

 

Shura temía al que dirán, al escarnio público, en tanto que Milo parecía tan indiferente a ello como a todo lo demás. Estaba seguro de que si algo como lo de Aioros sucedía de nuevo, Milo no le daría la espalda, tal como no se las había dado a Afrodita y Death Mask. Milo era terriblemente complicado y su personalidad estaba plagada de recovecos oscuros que difícilmente lograría descifrar, el escorpión parecía empeñado en no permitir a nadie acercarse.

 

No era nada fácil lidiar con él. No iba a ser fácil convencerlo de abrirse de nuevo a la vida.

Notas finales: EScrito en las estrellas esta el destino, escrito en las estrellas está lo que siento por tí... kimi o ai shiteru...

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).