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Like a feather por Kitana

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Notas del capitulo: Ejem ejem, mil perdones Torres!!! pero bue, aqui esta el nuevo capi de esta historia que es todita tuya jejejeje, TQM amiga!!!!
Finalmente era viernes. No era que no lo deseara, pero… había pasado muy rápido el tiempo. En menos de doce horas haría ese viaje con Radamanthys. Milo había estado fastidiándolo toda la semana y estaba un tanto harto de esa miradita burlona en los ojos de su amigo. Pero no era eso lo que le tenía nervioso. Definitivamente no. Lo que le tenía nervioso era el hecho de que pasaría un fin de semana completo con Radamanthys. Una situación verdaderamente tentadora y verdaderamente peligrosa. Estaba cierto de que ni él ni el inglés iban a conformarse con simples arrumacos de adolescentes.

Estaba seguro de que iban a tener sexo, por supuesto que la idea no le desagradaba ni un poco, pero tenía sus reservas al respecto. En definitiva, sabía que eso era algo que iba a suceder si seguía adelante con esa relación, no iba a tomarse de la mano por toda la eternidad, Radamanthys y él eran hombres, ¡qué demonios! Sus hormonas se desbocaban cada vez que le besaba.

Cerró su oficina, pero no su mente a los pensamientos que le sacudían. No podía pensar en nada que no fuera lo que le esperaba a la mañana siguiente. Se fue sólo a casa, Milo le dijo no sé que cosas acerca de una cita para algo extraño y se había ido temprano.

Llegó a casa, se sacó la corbata y puso en el reproductor uno de sus discos de jazz favoritos. Se sirvió una copa de vino y se puso a pensar en lo que pasaría al día siguiente. La idea le tenia entusiasmado, ¿por qué no reconocerlo? Con una amplia sonrisa se metió a la cama, pensando en lo que iba a suceder al día siguiente, en todo lo que pasaría a partir de ese momento. Ya no tenía dudas, su elección estaba hecha.

Por la mañana se levantó muy temprano, de un humor excelente. Repasó la lista de todo lo necesario para el condenado viaje, Milo le había agregado al menos diez cosas a su lista. Todo estaba en orden, todo perfecto, sólo faltaba esperar a que Radamanthys llegara a recogerlo. El inglés no lo hizo esperar, se presentó a la hora acordada, con una enorme sonrisa y vistiendo, por primera vez desde que lo conocía, de mezclilla. Afrodita sonrió al verlo.
— ¿Te alegra verme? — dijo, Afrodita sonrió y al poco sintió que Radamanthys le abrazaba con fuerza —. ¿Listo?
— Si, claro, voy por mi maleta.
— Te ayudo — dijo Radamanthys mientras entraba al departamento en pos del sueco.

Media hora después, abandonaban la ciudad, sonrientes y felices, sin preocuparse por nada que no fuera disfrutar de esos dos días que serían sólo para ellos.
— ¿Sabes? Por un momento pensé que te arrepentirías de esto — dijo Radamanthys cuando transitaban por aquella carretera solitaria.
— ¿Por qué?
— No sé, no dejo de pensar que ese amigo tuyo, el español, tiene pinta de ser algo más que amigo para ti — Afrodita sonrió suavemente.
— En algún momento lo fue, eso no puedo negarlo, pero ahora las cosas son diferentes.
— ¿Estás seguro? — dijo el inglés con cierta reticencia.
— Si no lo estuviera, no estaría aquí, ¿no lo crees? — Radamanthys sonrió ampliamente, después de todo, las cosas con Afrodita no iban por tan mal camino como él había pensado.

Poco después arribaron a la casa de campo propiedad de Radamanthys. Afrodita se había imaginado algo definitivamente rústico, sin embargo, no contaba con que el inglés era tan amante de las comodidades como lo era él. La casa contaba con todos los servicios y el aire de la montaña le pareció embriagador. No podía pedir más.

Salieron a caminar por el bosque, hacía frío y una fina llovizna caía sobre ellos, pero no bastó para hacerlos desistir de la idea de llegar hasta el riachuelo que Radamanthys dijo que corría cerca de ahí. Llegaron hasta ahí después de caminar durante media hora, Afrodita se sentía extraño, la verdad era que nunca había sido muy afecto a situaciones semejantes, la naturaleza le repelía. Pero ahí estaba, con lodo hasta en los ojos, pero feliz. Radamanthys le miraba con esa sonrisa tan suya y le contaba historias de su infancia.

En definitiva, aquello estaba resultando para ambos mucho mejor de lo que esperaban.

Al caer la tarde, volvieron a la casa, un tanto húmedos pero de excelente humor. Radamanthys se encargó de encender la chimenea mientras Afrodita insistía en preparar el café, haciendo caso omiso de lo que su amante inglés le decía. Como resultado, el sueco terminó con dos dedos chamuscados y un poco de mal humor.
— Te dije que yo podía hacerlo — dijo Radamanthys mientras aplicaba con calma un poco de ungüento en los dedos de Afrodita.
— Lo siento, creo que estoy negado para estas cosas.
— Descuida, sólo es cuestión de práctica — dijo el inglés con una sonrisa —. Ya aprenderás.
— Llevo casi toda mi vida viviendo sólo y es la hora en que no se ni siquiera freír un huevo.
— Tonterías, ya verás que si te lo propones aprenderás — dijo mientras le atraía hacía sí, Afrodita se dejó llevar, pensando que iba a suceder lo inevitable.

Con suavidad, Radamanthys lo empujó hasta hacerle caer de espaldas sobre el enorme tapete en el que se hallaban sentados. Afrodita entreabrió los labios, esperando por lo que iba a suceder. Se dejó llevar, como nunca en su vida, sin medir las consecuencias, sin importar nada más. Las manos grandes de Radamanthys recorrían su cuerpo, desprendiéndole de la ropa. Inconscientemente sus manos imitaron la labor del inglés, arrancando algunos sensuales ronroneos de la garganta de su amante. Su amante…

Aquella palabra era tan poco usual en su vocabulario…

Se dejó envolver por todo aquello… sintiendo que la pasión invadía cada resquicio de su ser, impidiéndole pensar en nada que no fuera el hombre que besaba sus labios en esos momentos. Radamanthys se deleitaba con ese cuerpo, perfecto y delicioso, que se retorcía de placer debajo suyo.

El inglés lo llenó de besos, sintiendo que no había mañana, quería que Afrodita sintiera todo lo que él deseaba hacerle sentir. Estaba enamorado, como nunca lo había estado, como sabía que nunca más volvería a estarlo, porque Afrodita era hermoso, porque Afrodita era la síntesis de la perfección…

Afrodita no supo de donde fue que Radamanthys sacó ese preservativo que desenrollaba sobre su miembro erecto con una extraña sonrisa en los labios.
— Yo nunca… — susurró Afrodita al ver que las cosas transitaban hacía terrenos delicados y un tanto peligrosos.
— Sólo ven aquí — ronroneó Radamanthys mientras se tendía en la cama, dándole la espalda a Afrodita, mostrándole una vista que hizo que la erección del sueco se intensificara. Afrodita se aproximó a su amante, sintiendo que cada fibra de su ser vibraba al compás de la pesada respiración de Radamanthys. Asió con ambas manos la cadera del inglés —. Sólo hazlo — murmuró Radamanthys. Afrodita asintió en silencio, sintiendo que las palabras sobraban en ese momento.

Con cierta impaciencia el sueco intentó internarse en ese cuerpo que comenzaba a hallar fascinante. Radamanthys permanecía quieto, esperando que su amante consiguiera penetrarle, dada la inexperiencia de Afrodita, aquello se tornó una tarea difícil para ambos. El sueco por fin consiguió su objetivo. La sensación no podía ser más placentera para ambos, aunque al principio, Radamanthys no lo estaba pasando muy bien. Afrodita se sintió desfallecer al alcanzar el orgasmo, nunca, en toda su vida, nunca había sentido algo semejante. Sin más, abrazó a Radamanthys, sintiendo una necesidad imperiosa de hacerlo, de tenerle cerca, de hacerle partícipe de eso que sentía.
— Te amo… — susurró sin querer, Radamanthys sonrió y le besó en los labios.
— Yo también.

Aquella noche durmieron juntos, sin preocuparse por lo que había afuera, por lo que pasaría después.

Un mes más tarde, para horror de Milo y decepción de Shura, Afrodita y Radamanthys eran una pareja oficial. Aunque había que admitir que nunca se había visto a Afrodita de mejor humor. La relación con el inglés lo había transformado en una persona mucho más serena y relajada, mucho más abierta, y eso era mérito por completo de Radamanthys. Milo seguía burlándose de vez en cuando, sin embargo, había dejado de ser tan vehemente, se percataba de que su mejor amigo era feliz y eso era suficiente.

Los dos amigos habían planeado salir ese viernes, ahora que estaba con Radamanthys, Afrodita se había vuelto más aficionado a las salidas nocturnas.
— ¿A dónde iremos? — dijo Afrodita mientras ordenaba algunos papeles.
— No sé, ni idea…
— ¡Pero si el que esta organizando esto eres tú! — dijo Afrodita, Milo se echó a reír.
— No sé porque vamos a explorar, mi querido amigo, a veces deberías dejar que termine mis frases, ¿sabes? — dijo Milo sonriendo.
— Normalmente, cuando uno se calla por mucho tiempo después de haber dicho algo, se entiende que ha terminado.
— Cómo sea, la idea es que es una sorpresa, ¿entiendes? ¿Vendrá el príncipe cejón?
— No, tiene demasiado trabajo, algo de una presentación… no me lo explicó.
— Ese hombre trabaja demasiado… eso explica que se gusten.
— Será mejor que nos vayamos.
— Correcto, vamos en mi auto, ¿OK?
— Me parece bien.

Bajaron al estacionamiento, subieron al auto de Milo charlando de nimiedades, enfrascados en decidir a dónde irían, Milo había recibido muy bien el cambio en Afrodita, le gustaba esa nueva faceta de su amigo.

Decidieron parar en un bar con jazz en vivo, algo que ninguno de los dos abogados había intentado antes, pese al gusto de Afrodita por el jazz. Les dieron una mesa cercana al escenario y se sentaron a beber brandy, no tenían nada en mente, más que disfrutar del momento, de su amistad, como siempre lo habían hecho.
— Mi madre me llamó por teléfono ayer — dijo Afrodita mientras esperaban la segunda ronda de música.
— ¿En serio?
— Si, no sé para qué, pero insiste en hablar conmigo.
— ¿Crees que sea buena idea? — Afrodita negó con la cabeza.
— Lo dudo, de verdad lo dudo, pero creo que el padre de una de nuestras clientes esta metido en esto.
— Lo supuse… digamos que no me pareció normal que insistiera tanto en que conocía a tu madre.
— Si, pero no quiero hablar de eso.
— Bien, entonces, ¿de qué hablamos?
— No sé, ¿qué tal tu nueva conquista?
— Yo no lo llamaría así, sólo somos amigos, me estoy dando tiempo, escarmenté bastante después de tu loco amigo — dijo Milo antes de echarse a reír.
— Espero que sí — dijo Afrodita sonriendo, no le gustaba nada lo que había ocurrido entre ellos —. ¿Has vuelto a verlo?
— Oh no, afortunadamente no.
— Me alegro, tenía la impresión de que si volvía a acercarse a ti seguramente terminarían golpeándose.
— ¿Por qué tengo la impresión de que crees que sigo comportándome peor que en la universidad?
— ¿Será por que conozco todas tus hazañas, Milo?
— Ah, supongo que a ti no se te puede mentir, ¿verdad? La verdad es que me muero de ganas por dejarlo más feo al maldito, pero no voy a buscarlo, podría pensarse otra cosa, ¿no crees?
— Lo mejor que puedes hacer es alejarte de él, no buscarlo, ni siquiera si es para partirle la cara como se viene mereciendo desde hace tiempo.
— Es verdad, creo que me cegué cuando creí que lo amaba — dijo Milo en voz baja.
— Estoy seguro de que encontraras algo mejor.
— Eso espero — respondió Milo con una sonrisa triste.
— ¿Qué pasó con el español?
— Nada, no lo he visto más que para asuntos de trabajo desde que... bueno ya sabes.
— ¿Desde que te decidiste por sir cejotas? Si lo supuse, eres demasiado recto como para jugar con él.
— …l no es de las personas con las que se debe jugar, es un buen hombre.
— Si, claro, si tú lo dices… — se rió Milo.
— ¿Sigues con esa teoría de que todos los hombres somos unos malditos hasta que se demuestre lo contrario?
— ¡Por supuesto que si! A mi nadie me saca eso de la cabeza.
— ¿Qué me dices de tu amigo?
— Vamos, él no es un hombre, él sólo es un amigo.
— ¿No es un hombre?
— Si, no es un hombre con el que podría salir, enredarme y tener sexo, más bien es un hombre con el que puedo hablar de fútbol y ser como soy, es… como tú, pero con más testosterona.
— Tonto… voy a pedir otra copa — dijo Afrodita riendo junto a su amigo. Giró el cuerpo para dar con el mesero y fue en ese momento en el que se encontró con una visión completamente desagradable.
— ¿Qué paso? ¿No das con el mesero? — dijo Milo al notar el profundo silencio de su mejor amigo, los ojos del griego siguieron la trayectoria que las dilatadas pupilas de Afrodita describían hasta dar con el objeto que atraía su atención. Era Radamanthys. Radamanthys besando en la boca a un muchachito bastante joven.
— Larguémonos de aquí inmediatamente — dijo Afrodita.
— Afrodita, yo creo que…
— Milo, por favor, no me vengas con cosas, y ni siquiera te atrevas a sugerir que no es lo que parece o que me equivoco, ¿de acuerdo? — Milo asintió mirando fijamente a su amigo, estaba furioso, y vaya que tenía motivos para hacerlo.
— Si… pero, si no quieres que te vea, mejor esperemos un poco.
— Milo, yo quiero que me vea, ¡quiero que se de cuenta de que no soy un idiota! — exclamó Afrodita a punto de estallar. Milo asintió, con torpeza se levantó del asiento y botó algunos billetes en la mesa, tuvo que correr prácticamente para darle alcance a Afrodita. El sueco estaba furioso, más de lo que nunca hubiera estado desde que tenía memoria. ¿Cómo era posible que él le hiciera algo semejante?
— ¡Tranquilízate! — le dijo Milo tomándolo del brazo. Afrodita se quedó callado, con los ojos fijos en Radamanthys que no dejaba de tocar a ese muchachito que tanto odio despertaba en él sin siquiera conocer su nombre.
— Buenas noches, señor Wyvern — dijo el sueco al llegar al lado de ese al que podía considerar desde ese instante, su ex pareja. Radamanthys lo miró fijamente, sin poder mesurar el intenso resentimiento que mostraban los gélidos ojos de Afrodita.
— Afrodita, yo…
— Sólo pasé a saludar — dijo mientras avanzaba a la salida seguido por un aturdido Milo. Apresuró el paso, no quería que Radamanthys le diera alcance, no quería verlo, todo lo que quería era desaparecer. Desaparecer para siempre…

— ¿Estás bien? — le preguntó Milo cuando ya estaban a una distancia considerable del bar.
— Si… sólo… sólo llévame a casa… — dijo Afrodita, se llevó las manos al rostro, sintiendo que las lágrimas no tardarían en salir.
— Que no te de pena, abogado, yo también lloré cuando ese italiano hijo de puta dijo que no quería nada conmigo…— susurró Milo con voz dura cuando subieron al auto.
— Soy un estúpido… — siseó Afrodita furioso.
— Todos lo somos en estas materias…
— ¡Eso no es excusa! ¿Lo ves? Era mejor seguir como antes, cualquier cosa era mejor a esto…
— Tienes que…
— No, Milo, no digas nada más, ya no quiero hablar… — dijo el sueco interrumpiéndolo.

El griego condujo en silencio hasta el departamento de Afrodita. Preparó café y se dispuso a escuchar lo que fuera que Afrodita diría en semejante situación, sin embargo, su amigo se limitó a quedarse callado y beber café.
— Creo que sería buena idea que… bueno, tú sabes, que hablaras — Afrodita negó con la cabeza.
— Vete a casa, mañana tenemos junta a las doce, ¿te acuerdas? — dijo el sueco intentando aparentar naturalidad.
— ¿Puedo quedarme? No quiero conducir.
— OK, voy a darme una ducha antes de dormir — dijo el sueco, Milo asintió preocupado, definitivamente él no estaba bien. Nada bien.

Afrodita se encerró en el baño y, a penas abrir las llaves, se echó a llorar como un niño. Se sentía devastado, nunca se imaginó que podría volver a sufrir de esa manera, que podría volver a sentir lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Lloró bajó la ducha un largo rato, cuando salió, se encontró a Milo durmiendo en su cama, sonrió con tristeza, entendió que pasara lo que pasara en la vida de ambos, siempre serían amigos y Milo, con todo y sus desvaríos, siempre sería su mejor amigo.

Al día siguiente, se levantaron temprano, Milo tomó prestado uno de sus trajes y desayunaron fuera.
— Tienes que dejar de mirarme así — dijo Afrodita mientras endulzaba su café.
— No te estaba mirando.
— Te conozco, mejor de lo que crees. Estoy bien.
— A mi no me lo parece. No dormiste nada.
— Se me pasará. Ya lo verás — dijo el sueco intentando sonreír.
— Insisto en que deberías hablar al respecto.
— Milo, hay cosas que no se arreglan hablando — le dijo. Milo se quedó callado, sin saber que hacer para confortarlo, era evidente que estaba sufriendo.

Se presentaron en la oficina, como todos los días, Afrodita se dijo que aún cuando su vida personal fuera un desastre, no debía afectar su desempeño laboral, sin embargo, sentía el peso de lo sucedido la noche anterior sobre sus hombros asfixiándolo. Estaba seguro de que no volvería a ver a Radamanthys, a menos que fuera inevitable, pero jamás por voluntad. No iba a perdonarle aquello. Se suponía que tenían una relación, se suponían que era suficiente el uno para el otro, pero Radamanthys parecía opinar lo contrario.

El día se le pasó volando, agradeció al cielo tener tanto trabajo. No quería ir a casa y darse cuenta de que todo había sido real, todo, cada una de sus partes…
— Hora de irnos — dijo Milo irrumpiendo en su oficina.
— Vete tú, me quedaré a terminar el reporte semanal.
— Lo hacemos mañana temprano, ahora quiero que levantes tu precioso trasero sueco y vengas conmigo.
— No, no lo haré,
— Afrodita, no seas infantil.
— ¿Infantil? ¿Yo? — dijo Afrodita molesto — Yo no soy infantil, soy estúpido, idiota, imbécil, pero no infantil, Milo.
— OK, necesito ayuda, ¿de acuerdo? Por eso quiero que vengas conmigo.
— ¿Ayuda?
— Si, ayuda. Necesito hablar de ciertas cosas con la única persona que es capaz de entenderme, pero no estás en condiciones, así que hagamos un trato, tú me cuentas y yo te cuento — dijo Milo con gesto serio.
— Mañana, hoy no, ¿sí? Aún no estoy listo.
— Como digas — dijo Milo, en realidad no tenía mucho que decir, pero algo se inventaría para hacer hablar a Afrodita. No le gustaba nada la actitud que su amigo estaba adoptando, aparentemente lo sucedido con Radamanthys le había afectado más de la cuenta. Se dijo que debía ser así, después de todo, su amigo carecía de experiencia en asuntos semejantes. Tenía que ayudarlo, a como diera lugar, tenía que ayudarlo —. Tengo hambre — dijo el griego —. Y no quiero cocinar.
— Salgamos, entonces, ¿al lugar de siempre?
— Sí, me parece bien.

Avanzaban hacia el elevador cuando este se abría para mostrar el único rostro que Afrodita Zlatan no quería volver a ver en lo que le quedaba de vida.
— Vayamos por las malditas escaleras — siseó al tiempo que variaba el rumbo para dirigirse a las escaleras.
— De acuerdo — dijo Milo intentando seguirle el paso.
— ¡Afrodita! — gritó Wyvern para llamar su atención, sin embargo, el abogado ni siquiera parpadeó al escucharlo, prefirió seguir hacía las escaleras, el inglés no se dio por vencido y le dio alcance — ¡Afrodita, tienes que escucharme! — dijo mientras hacía a un lado a Milo y se apresuraba a tomarlo del brazo.
— ¡No vuelvas a tocarme, Wyvern! — gritó el sueco intentando librarse de él. No controló aquello y rodó escaleras abajo un buen tramo.
— ¡Menuda idiotez la tuya! — gritó Milo mientras corría a auxiliar a su amigo —. ¿Todo bien?
— No… me duele mucho el brazo… — dijo Afrodita intentando levantarse.
— Mejor no te muevas… ¿sí? — dijo Milo con preocupación al notar la manera en que el brazo de su amigo estaba plegado —. Voy a llamar a urgencias, ¿de acuerdo? — Afrodita asintió levemente mientras evitaba a toda costa mirar a Radamanthys, el inglés tenía cara de culpabilidad.

Afrodita fue llevado al hospital más cercano a la oficina, Milo fue con él.
— ¿Nos siguió?— dijo Afrodita cuando lo bajaban de la ambulancia.
— Creo que si, es terco el maldito.
— En cuanto puedas, dile que se vaya al demonio — siseó Afrodita con muy mal humor — ¿Crees que esto sea serio? — dijo señalando su brazo.
— Es una fractura, señor — dijo el paramédico.
— Excelente… lo único que faltaba… — susurró el sueco agobiado, en todo en lo que podía pensar era en irse a casa y no volver a ver a Radamanthys, le dolía sobremanera aquello que viera días atrás.

Dos horas más tarde, con un humor de perros y un brazo enyesado, Afrodita salió del hospital. Milo se veía realmente tenso a su lado.
— El médico dijo que tienes que volver dentro de unas semanas.
— Lo haré, pero no aquí, iré con alguno de los médicos de la red de nuestro seguro.
— Me parece buena idea.
— ¿Cómo estás?
— Muerto, ¿y tú?
— He tenido mejores días… tengo hambre, ¿quieres cenar?
— Si, hay que irnos pronto de aquí, el cejón no sigue — dijo Milo en voz baja.

Abordaron un taxi, decidieron ir al departamento de Milo, ambos estaban cansados y llenos de estrés. Milo preparó una cena sencilla que se apresuraron a consumir.
— ¿Cómo es que pase lo que pase siempre terminamos juntos, cenando pasta barata en tu cocina?— dijo Afrodita con cierta desesperación.
— Deja que te aclare dos cosas, primero, esta no es pasta barata, yo diría que no es nada barata; y segundo, bueno, se espera que terminemos juntos cuando las cosas van mal porque somos amigos, ¿no crees?
— Supongo que si…
— Oh vamos, no es tan malo, ¿o sí?
— No, no puede ser malo, eres lo más cercano a una familia que tengo, ¿sabes?
— Gracias, sabes que eres correspondido. Ahora come tu cena y después vamos a dormir, calculo que mañana tendrás que dar dos o tres explicaciones en la oficina.
— Si, creo que así será…
— Y esa es la razón por la que no hay que liarse con nadie que tenga que ver con la oficina…
— No me sermonees.
— No lo hago, sólo hice un comentario, algo fuera de lugar pero sólo era un comentario.
— Pero es la verdad… nunca debí meterme en un asunto como este.
— Amigo mío, no puedes vivir de esa manera, ¿sabes? Si uno se mantiene al margen, se pierde lo mejor de la vida.
— Permíteme diferir, esto que me pasa no me parece lo mejor de la vida.
— Ya, pero esto no es todo, tendrás nuevas experiencias, si te das la oportunidad.
— No sé si quiero eso, ¿me entiendes?
— Mi querido Afrodita, si yo pensara como tú seguro que me habría quedado célibe desde los diecisiete — dijo Milo intentando sonreír.
— Tú nunca hablas de eso pero tengo la impresión de que a los diecisiete te pasó algo, ¿cierto?
— Cierto, no sé si debes saberlo, tal vez cambie tu concepción de mí — dijo Milo mientras revolvía los restos de su cena.
— Sólo dilo, te conozco y creo que nada de lo que hayas hecho haría que mi opinión de ti variara demasiado.
— Otro día, ahora estoy cansado y no me apetece resucitar a ese muerto — dijo Milo intentando sonreír.
— Espero que no estés intentando engañarme.
— No lo hago, sólo digo que será otro día, vamos a dormir.

Afrodita sonrió, sabía que pasara lo que pasara, Milo siempre estaría ahí.

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