Mi cachorro dorado, de ojos amelados y sonrisa brillante, ¿por qué estás triste?
¿Qué dudas anidaron en tu corazón?
¿Acaso se enturbió el agua pura del manantial de tu risa?
Acércate, no temas.
No hay razón para el miedo.
¿Temes al futuro?
Es absurdo.
El futuro no existe escrito en una lápida, inmutado, inmutable, eterno.
Tú haces tu propio futuro en cada paso, bajo cada piedra, en cada página, sobre cada letra y en cada canción.
¿Entiendes el mensaje, cachorro de oro, que quiso darte este niño que creció sin querer?
Que no quiso estar, que quiso volver, pero ahora lucha por su porvenir.
Somos iguales, mi áureo cachorro.
Tú eres mi alma, yo mi conciencia.
Quiero tenerte, no quiero perderte.
Quiero llevarte colgado en el pecho, meciéndote en la brisa de este día festivo.
¿Me escuchaste, mi dulce cachorro?
¿Aún estás triste?
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Joey parpadeó asombrado, mientras caminaba por la playa, sus ojos fijos en la delgada figura sentada sobre una roca. El nuboso cielo ya estaba avanzando hacia ellos. Pronto llovería...
¿Y si era verdad que la lluvia no sólo limpiaba el cuerpo sino también el alma? ¿Y si sólo estaba buscando excusas en el futuro, sólo por miedo a no enfrentar el presente?
Historias de amor. Historias de muerte. Están bajo el mismo estigma del cuerpo.
Quien las padece, luego no desea amar. Sólo desea volver el tiempo atrás, pero no hay modo de descorrer la cortina de niebla.
De esa niebla que brota del pecho del hombre amado y se funde con el aroma inconfundible del perfume de los labios.
¿Por qué dudaba?
Si por un instante su ciego y tonto corazón pudiera sentir el reflejo aumentado del rayo que brota cuando la luz de la luna caía sobre las perlas azules, sobre el cabello castaño de reflejos caoba...
El hombre que amaba tenía a tantas personas que deseaban poseerlo, y Seto se había entregado por completo sólo a él.
El hombre que amaba poseía más de diez propiedades alrededor del mundo, y Seto sólo era feliz en esa cabaña frente al mar, junto a él.
El hombre que amaba gozaba de los lujos más suntuosos, y Seto prefería acurrucarse en una simple manta a su lado.
El hombre que amaba podría conseguir los manjares más deliciosos, y Seto sólo disfrutaba de una taza de chocolate preparada por él.
El hombre que amaba hubiese podido estar en la fiesta más lujosa, rodeado de reyes y presidentes, bailando en la cúspide de una torre con el mundo entero rendido a sus pies, y Seto había decidido quedarse a su lado...
Con suavidad, Joey envolvió la manta sobre los hombros del hombre que amaba y puso la taza de chocolate caliente entre sus manos. Los ojos intensamente azules del joven se posaron un instante sobre los suyos, esperando... Siempre esperando.
Jamás lo forzaría, jamás le pediría nada. Sólo esperando. Esperando por él.
- Feliz cumpleaños, Seto.
Una sonrisa más dulce que cualquier cosa que él hubiera visto iluminó el rostro de Seto. ¡Por fin lo había dicho! Al fin y al cabo, no era tan difícil, ¿no?
Joey buscó sus labios y el primer relámpago que precedió a la inminente tormenta, sólo alcanzó a iluminar a dos jóvenes de pie en la arena, besándose con la desesperación de a quien ya no importa el mañana.
Sin embargo...