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Unforgivable por midhiel

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Unforgivable

Como otras veces, mi agradecimiento a Prince Legolas por haber leído esta locura y haberme hecho sugerencias.

Y muchas gracias a Lui por corregir con paciencia.

Capítulo Dos: Pasiones Encontradas

Legolas despertó alicaído esa mañana, con una extraña sensación de opresión en el pecho. Aragorn se había preocupado, pero el elfo lo había tranquilizado, comentando que se podía tratar de una mala posición adoptada durante el sueño.

Mientras ellos se vestían, la niñera acicaló a Caladel y los soberanos bajaron a desayunar con su hijo. El niñito percibió que su ada no se sentía bien y trató de mantenerse lo más quietecito posible.

Aragorn se conmovió con su conducta y, apenas retirados los platos, alzó a su hijo sobre sus hombros y lo paseó por el comedor, simulando ser un caballo. Legolas los observó con la mirada triste. ¿Por qué se sentía así? De pronto parecía sufrir depresión y cansancio.

-Su Eminencia, el Senescal Faramir, está aquí, Su Majestad – anunció formalmente el ujier.

Aragorn asintió y bajó a su hijo.

Legolas se estremeció abruptamente con la mención de Faramir y sus blancas mejillas se llenaron de rubor. Su esposo, preocupado por los asuntos que habían quedado pendientes el día anterior, no notó su calor y salió alegremente al encuentro de su amigo.

-Aragorn, ahora sí puedo hablarte – sonrió el senescal, extendiéndole la mano. Acarició la oscurita cabeza de Caladel, de pie junto a su padre, y miró a Legolas para saludarlo. Pero apenas sus miradas se enfrentaron, los dos sufrieron una fuerte impresión.

-Supongo que pasaremos la mañana encerrados discutiendo – bromeó el rey -. Legolas ya me comunicó ayer algunos de los problemas que surgieron y cómo los solucionaron

-Sí, Aragorn – respondió Faramir, tratando de evitar la mirada del príncipe. Pero un impulso extraño lo obligó a observarlo otra vez -. Buenos días, Legolas.

-Buenos días – respondió el elfo con un ligero temblor.

Aragorn se volvió hacia su esposo.

-Legolas se despertó indispuesto –comunicó a Faramir -. Dice que puede deberse a una mala postura durante la noche.

El elfo se sobó la frente. La presencia del senescal lo perturbaba demasiado.

Aragorn llegó hasta él y lo abrazó.

-Pero yo creo que puede deberse a alguna otra cosa –sonrió el rey con picardía y le susurró al oído -. Llamaré a los sanadores, mi amor. Quizás sea un bebé lo que te esté perturbando allí dentro.

Legolas sacudió la cabeza con vehemencia. Ya había estado embarazado una vez y aquellos no eran los síntomas.

Aragorn lo besó, feliz. Los elfos no se enfermaban y su esposo gozaba de buena salud. Un embarazo debía ser el único motivo por el que pudiera sentirse indispuesto.

Los soberanos se separaron para comenzar sus actividades diarias. Aragorn se despidió de Caladel y salió, acompañado de Faramir. Legolas no quiso saludar al senescal. Sentía una emoción confusa hacia él, como un deseo febril que no terminaba de entender.

El senescal, por su parte, estaba tan aturdido como el elfo. Después de hechizar a Legolas, Arwen había repetido el rito con una camisa de Faramir, que había robado en la lavandería para utilizar su esencia, y lo había hechizado también a él.

Hombre y elfo estaban hipnotizados, completamente sometidos a sus instintos más primitivos. Una fuerza incontrolable les demandaba que unieran sus cuerpos urgentemente y no tardarían en sucumbir a ella.


……………..


El estado de Legolas mejoró en el transcurso del día y, para la tarde, su malestar ya era cosa del pasado. Aragorn se juntó con su familia como todas las tardes y avisó al elfo que había decidido invitar a Faramir y a su esposa Eowyn para cenar. Aún quedaban asuntos pendientes de gobierno que rey y senescal tenían que atender durante la cena.

-No nos demoraremos en trabajar más de media hora, mientras sirven la mesa – le prometió al elfo, mirándolo con amor -. Y después cenaremos tranquilos los cuatro, sin tocar temas de estado. ¿Qué te parece?

Legolas volvió a sentirse extraño, ahora con ganas de ser besado y tocado por Faramir, y se asustó de sus emociones.

Aragorn no notó su confusión y lo abrazó y besó como solía hacerlo. Pero Legolas lo alejó instintivamente de un empellón.

-¿Qué te sucede? –se sorprendió el hombre.

El elfo recién tomó conciencia de que lo había rechazado y sacudió la cabeza.

-No sé. Me siento raro y cansado. ¿No podríamos dejar la cena para otro momento?

Aragorn enarcó una ceja, preocupado. Quiso estrecharlo otra vez, pero al ver su reacción, decidió tomarle la mano.

-No te sientes bien desde la mañana, Legolas – le acarició la cabeza -. Llamaré a Filigod para que te examine.

Filigod era un sanador de confianza, que había atendido al príncipe durante su embarazo.

-Quiero recostarme – pidió Legolas, sobándose la frente.

El hombre asintió con el semblante serio y acompañó a su esposo a la alcoba. Pero estuviera indispuesto a no, la violencia con que el elfo lo había apartado de su lado le llamó poderosamente la atención hasta el punto de provocarle fastidio. Su elfo jamás había rechazado sus besos o caricias. ¿Qué estaba ocurriendo con Legolas?


………..


Entretanto el senescal llevó el mensaje a su esposa. Él y Éowyn llevaban cuatro años de matrimonio, se habían casado un mes después que Aragorn y Legolas, y su vida transcurría feliz y tranquila. Faramir amaba a su esposa con devoción y ella le respondía de igual forma. Sólo una sombra había oscurecido su felicidad durante los primeros años. Éowyn había resultado estéril y se había sometido a múltiples tratamientos para concebir. Finalmente el esfuerzo había valido la pena y ahora disfrutaba de un embarazo de cuatro meses.

-Te ves cansado –advirtió la joven, sentándose frente a su esposo -. Demasiado trabajo, ¿no es así?

-Aragorn estuvo ausente durante un mes y tuve que ponerlo al tanto de todo – respondió Faramir. Sin embargo, no era cansancio lo que sentía sino más bien confusión. Pero hacia qué y por qué, no lo sabía.

-Legolas los habrá estado ayudando, ¿verdad? – opinó Éowyn inocentemente.

Su marido empalideció. El nombre de Legolas aumentó su desconcierto. ¿Qué le pasaba con el elfo? Cerró los ojos para tranquilizarse y, sin quererlo, lo imaginó desnudo con su cabello largo y rubio, y su piel clara, igual a su bella esposa.

Eowyn se levantó, preocupada.

-Faramir.

-No te asustes, mi amor. No es nada – mintió el hombre. ¡Cuánto detestaba la mentira! Jamás había pronunciado antes una falsedad. Sin embargo, su esposa estaba embarazada y no podía alarmarla.

La joven lo tomó de las manos.

-Deberías relajarte –le acarició la cabeza -. Descansa y si no te sientes bien, avisaremos al rey que suspenda la cena.

Faramir sacudió la cabeza con un suspiro. Eowyn aproximó el vientre, apenas abultado, a su rostro y lo miró, con esa mirada tan suave y franca que él tanto adoraba.

-Deberías quedarte, esposo mío –pidió la mujer, tan gentil como bella.

Eowyn tenía los ademanes y la dulzura de una madre. Faramir a veces se preguntaba si no se había enamorado de ese aspecto maternal al conocerla; cuatro años atrás, en las Casas de la Curación de Minas Tirith, los dos se habían visto por primera vez cuando se sanaban de las heridas de la guerra. Eowyn era una princesa con fama de doncella guerrera. Pero el hombre, la primera vez que la vio, creyó contemplar a su propia madre y se enamoró perdidamente.

-Quédate – suplicó la joven una vez más.

Faramir la miró a los ojos y se espantó cuando vio a Legolas reflejado en su rostro.

-Necesito salir – exclamó el hombre, levantándose -. Necesito caminar por los jardines, necesito aire fresco.

Eowyn se alarmó.

-¡Faramir! – le tomó la mano.

Recién entonces, él se percató de que finalmente la había alarmado.

-No es nada –le besó la mano, pero no la tranquilizó -. Me siento cansando. Necesito caminar.

-Estás pálido – Eowyn le tocó la frente.

Un paje golpeó la puerta.

-Adelante –ordenó Faramir.

El paje entró y le entregó una esquela del rey. El senescal rompió el sello y la abrió.

-Aragorn me avisa que suspendió la cena porque Legolas se siente indispuesto.

-¡Oh, pobre! – exclamó su esposa -.¿Explica qué tiene?

-Dice que lo atendió Lord Fingod pero que no encontró nada extraño y le recomendó reposo.

-También tú deberías recostarte y descansar.

Faramir sonrió. Asombrosamente el saber que no tendría que cenar con Legolas lo alivió.

-Quiero salir a caminar un momento. Estuve encerrado con Aragorn todo el día en su despacho y necesito aire fresco – le besó otra vez la mano -. No te preocupes, estoy bien.

Eowyn lo notó más tranquilo y asintió.

-Regresa en una hora, que cenaremos los dos juntos.

-Claro, mi amor – Faramir se despidió con un suave beso en los labios.


……….

El anciano Filigod era uno de los sanadores más expertos de la Tierra Media que se había instruido en las artes médicas bajo la supervisión de Lord Elrond, el mejor sanador de Arda. Atendió al príncipe y le recomendó reposo. Después de despedirlo, Aragorn se sentó en un extremo del lecho y permaneció velando el sueño de su esposo hasta que llegó la hora de la cena de su hijo.

-Namarië, meleth nin – se despidió de su elfo con un beso en la frente -. Cenaré con nuestro Caladel y regresaré a tu lado.

Diciendo esto, lo arropó, corrió las cortinas y salió de la recámara.

Legolas despertó con el ligero golpe de la puerta al cerrarse. Un calor abrasante le quemada el pecho. Había despertado con la desesperante necesidad de ver a Faramir. Necesitaba estar a su lado, sentirse tocado por él, besado, acariciado, penetrado.

El calor bajó a sus genitales, irrigando su pene. Legolas se asustó, pero, cada vez más sometido s sus instintos más bajos, cubrió la erección con la mano y se levantó apresurado. Su cuerpo entero le demandaba ser poseído por el hombre.

Sin conciencia ni control de sus sentidos, el elfo asomó la cabeza por la puerta. Había un largo pasillo que conectaba las distintas habitaciones de los departamentos reales. Su audición élfica le permitió oír que Aragorn estaba en el comedor, un par de puertas más adelante, conversando con Caladel.

-Tengo que ver a Faramir – suspiró Legolas. Se anudó la bata celeste y echó a correr por el pasillo desértico. Sus pies descalzos y sus pasos suaves no alertaron a nadie.

Abrió la puerta de salida y saludó al guardia que la custodiaba desde afuera.

-Su Alteza, ¿os encontráis bien? – preguntó el hombre, asombrado de verlo en ropa de dormir.

-¿Dónde está el senescal? – preguntó Legolas, ansioso.

El soldado sacudió la cabeza, incrédulo.

Sin darle tiempo a responder, el rápido elfo salió a correr en dirección a las escaleras que conducían a las salas inferiores y al jardín interno que tanto le gustaba cuidar.

…………

Faramir llegó desesperado al jardín de Legolas con la necesidad imperiosa de encontrarse con el elfo. Su virilidad también se había despertado abruptamente y su pene exigía penetrar en el tibio interior del príncipe. Fisgoneó hacia los costados y enfiló hacia el banquito de mármol donde Legolas solía sentarse por las mañanas, esperando cruzarse con él. El cabello áureo de Legolas y sus facciones suaves le producían un regodeo que aumentaba el volumen de su miembro.

Legolas llegó al jardín, aceleradísimo, y oteó hacia los cuatro costados, buscando a Faramir. Finalmente lo vio de pie junto al banco. Sobándose las manitas húmedas de sudor, se le acercó.

-Legolas – llamó el hombre, ansioso de encontrarlo al fin.

Apenas el elfo se detuvo a su lado, Faramir le circundó la delgada cintura con las manos y fundió sus labios anhelantes en un efusivo beso. Ni en las noches más fogosas, Aragorn había besado a Legolas con tanta violencia. En realidad, Aragorn siempre lo besaba con dulzura, aún en sus besos más ardientes.

A Legolas el beso lo chocó. Era una criatura demasiado suave. Pero la necesidad de entregarse lo llevó a responder mordiéndole los labios. La mordedura excitó aún más al hombre y atrajo impetuosamente al elfo contra su sexo.

-Ámame – ronroneó Faramir, imperante.

Legolas se desanudó la bata y masajeó su vientre contra el de su amante. Presa del más desbordante frenesí, Faramir empujó al príncipe para impactarlo contra el tronco de un pino. Con la espalda afirmada contra el árbol, Legolas soltó un gruñido de salvaje placer. Faramir le bajó de un jalón los pantalones de hilo y descendió los suyos. Los miembros de ambos estaban crecidos y erectos. El elfo lo miró con los ojos erráticos, chispeando de lujuria.

Sin mediar palabras, el hombre le separó las piernas con tanta fuerza que el elfo gimió, y lo penetró salvajemente. Legolas aulló de dolor. Aragorn jamás lo había penetrado sin irrigar previamente su ano pequeño. El senescal se acomodó dentro con rudos empellones. El príncipe lloró y se sacudió torpemente para zafarse. Pero Faramir estaba perfectamente posicionado frente a su cuerpo, sujetándolo de las muñecas, y le impidió moverse.

-¡Por favor, detente! – sollozó el elfo, angustiado.

Un delgado arroyuelo bermejo corrió por sus piernas. El hombre percibió la humedad de la sangre y su excitación aumentó. Con golpes bruscos, comenzó a embestir el interior del aterrorizado príncipe.

-¡Suéltame! – suplicó Legolas tan desesperado como dolorido.

Sin embargo, Faramir estaba completamente absorbido por el hechizo y le mordió ferozmente la boca para callarlo.

El senescal no había amado antes a alguien de una manera violenta. Cuando hacia el amor con su esposa era tan suave y gentil como Aragorn con su elfo, pero ahora estaba poseído por una magia siniestra y no podía controlarse. Siguió embistiendo al elfo con más y más fuerza.

Legolas gritó. El dolor le era intolerable. Los violentos movimientos le desgarraban la carne, abriendo y sangrando la herida. Pero Faramir no se detenía. Deleitado con sus alaridos y el olor de la sangre, el hombre golpeaba sin piedad al elfo contra el árbol. Legolas sentía las astillas del tronco desgarrándole la carne y esto, sumado al dolor de la penetración, lo hacía aullar y sacudirse frenéticamente.

-¿Me sientes, Legolas? – jadeó el hombre, ajeno a la tortura a la que lo sometía -. ¿Me sientes? ¡Quiero que me sientas!

Lentamente, en medio del lacerante dolor, Legolas comenzó a experimentar un angustiante placer y mezcló sus jadeos de sufrimiento con algunos de gozo.

-Te siento – balbuceó el elfo, apenas abriendo los labios -. Quiero sentirte más.

Faramir intensificó las embestidas con más violencia. El elfo sentía ya gozo y ya dolor, y sus jadeos combinaban quejidos con gritos de pasión. El hombre le atenazó el cuello contra el árbol y le devoró la boca a mordiscos, rasgándole los labios. Legolas sintió que se asfixiaba y bebió desesperado algunas gotas de su propia sangre.

Finalmente el éxtasis los alcanzó y ambos lanzaron chillidos brutales el mismo tiempo. Como fieras recién apareadas, se besaron desaforadamente, mientras se rasguñaban las espaldas en un desesperado intento por prolongar el clímax.

El hombre derramó hasta la última gota de su simiente en el interior del elfo. Legolas ronroneó, aceptando su semilla con anuencia.

Entretanto, el guardia que Legolas saludara, había comunicado perplejo la actitud del príncipe al monarca. Aragorn se había lanzado escaleras abajo y buscado a su elfo en cada rincón. Después de casi una hora de búsqueda infructuosa, había salido al jardincito.

-¡Legolas! – exclamó el rey sin dar fe a lo que veía.
















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