Hay demasiado silencio. A veces hay tanto silencio que se vuelve un oscuro martirio enterrado en lo más profundo de mi ser. Aunque mis ojos griten ahogados susurros a los tuyos siempre me responde el lánguido silencio de tus ojos. Siempre con la misma expresión. La de un muñeco sin vida mirando un punto muerto. Tu piel es tan perfecta que si te quedas muy quieto pareces un muñeco de porcelana de verdad. Quisiera volver a pecar con mis dedos sentir esa piel tersa de tus mejillas. Te he mirado por horas buscando esa cálida pasión que alguna vez sentí nacer en ti. Esa quieta ansiedad en tus ojos chispotear como una flama. He vuelto una vez más a este lugar con la esperanza de encontrarte a solas e intentar romper esa capa dura de hielo que ha crecido en tu corazón. Aunque tus ojos denotan soledad se que compartes esa soledad con alguien más. Sus manos siempre sostienen las tuyas con una suave delicadeza que yo jamás podría tener. Y mis ojos se entristecen aun más al ver sus fieros ojos de muñeca sin vida clavados en ti. Sus labios diminutos y pálidos pronunciar tu nombre. Mientras reposa su rubia cabellera sobre tus hombros tus ojos fríos como una tormenta perdida en algún planeta desierto no se atreven a voltearme a ver. Siempre me conformo con mirar. Me trago este silencio como un amargo veneno que cada vez invade más mi corazón. Una parte de mi muere lentamente como una rosa que poco a poco va perdiendo su color. Quisiera poder tomarte entre mis brazos como ella lo hace.
Tal vez algún día nuestras miradas vuelvan a cruzarse. Mientras me seguiré conformando con este silencio. Te conozco de toda la vida. E visto tu rojiza cabellera hondearse al viento miles de veces. Tu solitaria expresión sumirse en un sueño el cual me he encargado de vigilar sin que te des cuenta. Aunque no puedo estar contigo siempre he permanecido a tu lado. Te he otorgado la más dulce de mis sonrisas sin esperar nada a cambio. Pero... ¿Por qué? ¿Por qué cuando cierro los ojos estas ahí? Siempre que estamos en la misma habitación mi corazón no puede dejar de latir. Aunque han pasado los años y poco a poco nuestros juegos de niños se han ido apagando y a crecido este silencio aun sigo esperando el día en que esa sonrisa cálida que recuerdo de mi niñez vuelva a esbozarse en tu rostro para mí.
En la soledad de mis pensamientos más profundos el silencio cada vez se va desvaneciendo como la niebla al paso de las horas que con el tierno calor del sol se va evaporando. Vuelves a mí como aquella vez en que no te reconocí. Estaba preocupado y no te a primera vista lo que estaba sucediendo y eso me hace sentir culpable porque sé que no eras tú quien habitaba en ti, mas sin embargo en cuanto lo supe no me quise detener. Cometí el pecado de sujetarme a tu piel una y otra vez. Tus ojos, estaban vivos y escupían flamas. Eran como cielo y el inferno. Ardían y quemaban como el fuego y el hielo haciendo cenizas de mi piel. Con tus manos me tomaste de los hombros y sin siquiera poderme mover asaltaste mis labios descargando algo que jamás había sentido. Despertaste cada poro de mi piel con el simple rose de tus labios que desprendían llamas. Entonces me sentí desahuciado, débil deje que mi mente se nublara y solo tú fuiste mi guía. Aunque era tu voz la que pronunciaba mi nombre con ese gesto travieso sabía que no eran tus labios los que añoraban los míos. Pero quise creer. Me aferre a mi sueño y apreté mis parpados muy fuerte mientras aquel extasiante dolor emergió de mi y no pude evitar clavar mis dedos en tu camisa de seda negra. Estaba perdido. ME había extraviado en el palpitante éxtasis de tu cuerpo sediento de mí. Tu cuerpo estaba tan junto del mío que podía sentir tus formas varoniles firmes ceñidas a mí. El cielo se abrió ante mí y deje que me arrastraras hacia ese lugar donde me despojaste de mis ropas y me sentí frágil como si fuera a romperme en mil pedazos. Apenas podía sentir un hilito de mi sangre recorrer mi cuerpo hasta morir en el suelo de aquel salón. Sujetaste mi barbilla con tus cálidas manos y volviste a compartir la humedad de tus labios con los míos. El mundo giro y jamás volvió a volver a su forma original. Tus caricias quemaban y aunque sentía que mi espíritu me abandonaba mi cuerpo no podía detenerse. Quería besarte y probarte. Quería desvestir tu cuerpo y contemplar tu desnudez recortada contra la luz de la luna. Tus formas perfectas y bien formadas que jamás me habría imaginado que serían. Te lleve hasta ese lecho nublado por la pasión y en tus ojos veía el mismísimo inferno en el que moría por arder. Quería ahogarme en las llamas de tu cuerpo hasta desfallecer. Ver la satisfacción dibujada en tus ojos azules. Aunque en ellos no veía al Shiki inexpresivo de siempre deje que me cegara mi lujuria. Vi mi egoísmo reflejado en tu ojo marrón como mi propia imagen condenada al pecado en las llamas eternas. Tus brazos pedían que envolviera tu cuerpo y estos me entrelazaban hasta que nuestros cuerpos se hicieran uno solo. El sudor recorriera nuestros cuerpos como una miel amarga pero a la vez dulce. Lo prohibido siempre es dulce. Como olvidar esa frase que expulso tu boca cuando me miraste como jamás sueles hacerlo. Porque no eras tú. Tu voz… tus palabras... se encajaron en mi pecho como un dolor muy agudo en una herida que jamás sanaria. “Pero lo deseas, Ichijou. Se que me deseas.” Entonces volví a sentir que todo se nublaba ante tus caricias. El lejano piano de la estancia de música de nuestro hogar de la infancia vino a mí como una música sacada con sangre del corazón. Era un placer amargo que sabia tan bien como estar dentro de ti. Sentir la suavidad y calidez de tu cuerpo ciñéndose a mí. Haciéndome gritar. Ahogue mis gemidos en tus labios volviéndote a besar. Buscando en ellos redención. El perdón. Entonces tus cabellos rojos como aquellos centelleos se mezclaron con los míos y nuestros cuerpos se envolvieron en una danza que se aceleraba al ritmo de nuestros corazones que latían cada vez más fuerte. Hundí mis labios en tu cuerpo y deje que aquel liquido sabroso y calientito se volviera parte de mi. Entonces vi tus recuerdos. En tus recuerdos pude verte a ti en la distancia mirándome cuando yo no te miraba. Entonces vi a Rima como un maniquí inmóvil junto a ti. Tan solo un maniquí. Un hermoso maniquí sin vida. Entonces mi corazón no pudo más y sentí que si continuaba se detendría para siempre pues no podía contener tanto placer en sí. Estaba tendido sobre ti con mis piernas enganchadas a las tuyas y estabas ahí y volví a mirarte y tu pecho de marfil se volvía más deseable. Parecía brillar con las diminutas gotitas de sudor recorriendo sus contornos. Me aferre cada vez más fuerte y vi tu rostro sumido en un profundo placer e imagine que eras tú quien disfrutaba de aquellas pulsaciones. Era una corriente del más puro encanto que destellaba de tu cuerpo y entonces el corazón se precipito tanto que cobro vida propia y casi abandona mi pecho. Entonces mi alma de alejo de mi. Mis puros instintos se dejaron correr en aquel cuerpo que hervía fusionado a mí y no pude más.
Deje que mi cuerpo cediera ante ti y arrugaste tus ojos es pequeños espasmos. El rio de placer se vertí por completo y entonces me miraste otra vez. Por un segundo creí verte a ti. Al verdadero tu. Inocente y perdido en el mismo paraje en el que yo estaba. Tus ojos me hablaban sin decir nada. Suplicaban. Se dejo ver por un diminuto momento que pareció congelarse dentro de mi mente ese azul profundo de tus ojos. Como un mar eterno mezclado con el cielo claro de la mañana para volver a arder y sumergirse en aquel rojo sangre como el cielo teñido del atardecer. Mi corazón se detuvo y sentí que perdía el aliento y me acerque a ti otra vez y muy cerca a tu oído como un cálido susurro con la esperanza de que solo tú lo escucharas te dije que te amaba. No sé si lo escuchaste. No sé si lo recuerdas. Pero sé que de cierta forma lo sabes y eso hace el silencio que nos abraza no sea un daga de hielo que despedaza mi alma, si no una muerte lenta por no poder estar contigo.
Cuando volví en si estaba desnudo sobre mi propia cama. Mis sabanas aun tenían tu aroma. Me estremecí al recordar aquello que había sucedido. El tono subió a mis mejillas y el sabor de tu sangre volvió a mi boca como un recuerdo de locura vertido en mí. Aunque fue Rido Kuran el que poseía tu cuerpo y todo fue tan solo una quimera aun vive la esperanza en mí de que vuelvas a mirarme. Quiero ahogarme en el mar de tus ojos una vez más. Pero por más que mis ojos gritan tan solo me sigue respondiendo tu silencio.