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Mi Faraón por Shiochang

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Mi faraón

Como dije antes, tenía el episodio "los recuerdos del faraón" esbozados en tres partes las cuales resumí en uno solo dada la extensión de los mismos, ahora los retomo y explico un poco más la situación. Sin embargo, hasta aquí llega el paralelo con la historia de Guerreros Legendarios, en adelante, cambiará.

Salve al Nuevo faraón

Heero preparó prolijamente las ropas nuevas para el príncipe ya que esa noche, como había acontecido en otras tantas ocasiones, había una fiesta en palacio a la que el trenzado estaba obligado a asistir como príncipe puesto que el Faraón estaba de cumpleaños. A Menfis, la capital de Egipto, habían llegado altos dignatarios extranjeros y nacionales, gobernadores de todas las regiones e invitados especiales, entre ellos varias princesas que ambicionaban ser la esposa del heredero.
- Odio todo esto - le dijo a Heero recostado en su cama viendo como iba y venía juntando sus cosas - aún soy joven para que se me busque una esposa.
- Su padre se casó muy joven, me dijeron.
- Mi abuelo igual y tuvo cincuenta hijos de los que sólo le sobrevivieron dos - se encogió de hombros - mi padre debería intentar engendrar otro varón en vez de preocuparse por mí - gruñó - prefiero por sobre todas las cosas estar contigo.
Heero lo miró de reojo sin comentar nada, al parecer su joven amo necesitaría mucha asesoría política cuando llegara a ser faraón o hundiría al imperio en menos de dos días. Pero eso no se lo podía decir él, "un esclavo no puede ni debe dar su opinión en cuestiones políticas", se recordó y siguió con su labor.
- Estás demasiado callado hoy, Heero, eso no me gusta, es como si le estuviera hablando a las paredes.
- Amo, usted habla por los dos - le replicó poniendo sobre un asiento las cosas que iba sacando para ponerlas luego ordenadamente en un baúl que sería llevado a palacio - no es necesario que yo agregue nada.
- ¿Por qué no dejas eso por un minuto y me mimas un rato? Es aburrido verte ir y venir. Además, quiero dormir la siesta en tu regazo.
- Creo que mejor no - le dijo pensativo - terminaré primero, usted descanse porque tengo que maquillarlo y vestirlo bien luego.
- No seas aburrido - le reclamó - no quiero tener que ordenarlo.
- Amo - resopló cansado de su conducta - ya perdí la cuenta de las veces que le he dicho que me molesta que haga eso.
- ¿Qué tiene de malo que yo quiera estar contigo?
- Usted me lo dijo la primera vez que lo bañé, mientras usted no esté casado, no debemos hacer ese tipo de cosas ¿recuerda? Y si su padre viniera...
- Nunca lo hace - lo interrumpió sonriendo y se levantó de la cama - no sé que tanto te preocupa, yo me encargaré de cuidar que nadie te haga daño - le rodeó la cintura con los brazos apoyando su rostro en su hombro - venga, déjame dormir en tu regazo - lo obligó a sentarse en la cama antes de hacerlo también - nada mejor para relajarse por completo - se acurrucó y se quedó dormido.
Heero suspiró y le desató la trenza con cuidado, aprovecharía el tiempo para arreglarle el cabello y no tener que hacerlo más tarde.
Un ruido violento alertó a Heero y trató de sacarse a su amo de encima despertándolo al escuchar la voz de un hombre mayor, de seguro el propio faraón, exigiendo ver a su amado príncipe a gritos, pero no alcanzó a escapar puesto que este entró azotando la puerta y vio a su hijo que se sentaba sorprendido en la cama con el esclavo detrás de él.
- ¡YA SABÍA QUE ERA CIERTO QUE TENÍAS RELACIONES INTIMAS CON ESTA ESCORIA! - le gritó furioso tomando al japonés del brazo con violencia - ¡IRÁS AL CALABOZO POR PROFANAR AL HEREDERO!
- ¡HEERO NO ME HA HECHO NADA! - intentó defenderlo Deia levantándose para tratar de hacer que lo soltara.
- ¡NO ME MIENTAS, BIEN SABES QUE ES TU AMANTE!
- ¡NO PUEDES QUITARME A HEERO! - dijo casi llorando de rabia al ver que no conseguía que lo soltara - ¡NO PUEDES!
- PASARÁ ESTA NOCHE EN PRISI”N, YA MA—ANA ORDENAR… QUE SE PREPARE SU EJECUCI”N - respondió cortante.
- Si le haces algo a Heero te quedarás sin heredero - lo amenazó tratando de recobrar la calma, pero no lo conseguía - y no iré a tu maldita fiesta.
- Irás - le replicó el faraón furioso - así como no volverás a ver a esta basura.
- ¡Heero no es basura! - reclamó exasperado - lo amo - y se tapó la boca al ver como los ojos de su padre ardían de ira y lo lanzaba lejos con sus poderes - no cambiarás nada con golpearme - se levantó - nada.
- Ya veremos - replicó lanzándolo esta vez contra la pared de manera que consiguió herirlo.
- ¡Amo! - gritó Heero tratando de safarse al ver que este comenzaba a sangrar por los golpes - ¡por favor! - gimió la ver que era golpeado una vez más hasta quedar inconsciente.
- Te quedarás aquí y tú - miró a Heero que parecía no temerle - esperarás tu muerte en una oscura celda.
- Ha sellado su destino y no seré yo quien muera pronto - murmuró Heero al sentir como lo arrastraba sacándolo de la alcoba de su amo a la fuerza sin permitir que nadie fuera en auxilio del joven herido - en la persona que más confía encontrará la muerte dentro de siete noches a partir de hoy y pagará con dolor todos los golpes que le dio a su hijo.
- Cállate, destruiste a mi hijo, no lo harás conmigo.
- Ni aunque se arrepienta cambiará ya las cosas, el principio del fin se ha puesto en marcha y nada lo detendrá, el destino es así.
- Cállate - le repitió y le dio un golpe tan fuerte que lo dejó inconsciente de inmediato y lo sacó a la rastra de la casa para entregárselo a los guardias de palacio con la orden de golpearlo hasta el cansancio pero sin matarlo, quería que el propio Deia presenciara su ejecución y rogara por su vida.

Deia despertó todo adolorido lo que le hizo comprender de inmediato que lo que había pasado no había sido una pesadilla como habría querido pensar. Se sentó en la cama y vio los ojos angustiados de uno de los esclavos mayores y trató de hablar sentándose en la cama, pero este lo obligó a recostarse.
- Preguntamos por el joven Heero, pero su padre lo ha encerrado en el fondo de las mazmorras de palacio como si fuera el peor criminal del imperio - le dijo el hombre al verlo tan angustiado - y le ha dicho a todo el mundo que usted está enfermo y que por eso no asistirá a la fiesta, para decepción de muchas princesas que venían exclusivamente a verlo.
- Viejo desgraciado, nunca viene a verme y justo ahora se le ocurre, cuando apenas había convencido a Heero de estar un rato conmigo - gruñó molesto.
- Amo, alguien debe haberle dicho que pasaba en la casa ¿De qué otra forma él habría irrumpido así en su hogar hoy si siempre ha actuado como si usted no existiera para él?
- Pero todos aquí me son leales ¿no? A no ser que fuera alguno de los nuevos por envidia a Heero - dijo pensativo - dime ¿se ha sabido algo más de palacio?
- Oh, sí, uno de sus primos ha dicho que es lamentable su enfermedad, pero que se le pasará muy luego, con la causa lejos.
- Maldito Aleh, él es el que le ha estado metiendo ideas en la cabeza a mi padre, de seguro él le prometió algo grande al esclavo traicionero para que delatara a Heero y así tener la ocasión de destruirme.
- Pero el joven administrador no lo ha profanado ¿verdad?
- Por supuesto que no, nunca pasa de acariciarme y dejar que lo ame, pero nada más - dijo rojo hasta la médula - si se hubiese dejado, yo... - comenzó a llorar - y ahora mi padre ordenará su muerte ¿qué voy a hacer?
- Eso debe decidirlo usted, amo.
- ¡Heero! - lo llamó derramando más lágrimas aún sintiendo que el mundo se le acababa - Heero.

Heero despertó en el silencio, un horrible olor y una terrible oscuridad lo rodeaban, ni siquiera se veían las estrellas desde ese lugar tan oscuro, trató de sentarse, pero sus brazos no resistieron su peso, al parecer su cuerpo había sido golpeado brutalmente mientras aún estaba inconsciente, podía sentirlo en sus costillas. Levemente paso sus manos por su cuerpo y revisó todos sus huesos, tenía rota una costilla del lado derecho, por eso le costaba respirar, el brazo derecho en las mismas condiciones, pero nada más, aparte de sus ropas rasgadas. Cerró los ojos intentando controlar las nauseas al pensar que lo podrían haber violado, pero su cuerpo tendría otras señales, se dijo, y pudo calmarse. Apretando los labios con fuerza acomodó las costillas en su lugar correcto y de arregló el brazo vendándolo con jirones de su ropa.
- Eres un chico hermoso, lástima que le hayas pertenecido primero a mi primo - le dijo una voz burlona desde arriba - debió haber previsto que esto le podría pasar si los descubrían - agregó alejándose mientras se reía.
- La serpiente ponzoñosa - se dijo sintiendo que el dolor le robaba la conciencia - y al parecer aún no termina su trabajo.
Un ruido llamó su atención y volvió su mirada a su izquierda, pero allí no había nada, se concentró más y vio lo que estaba sobre la pared, un esqueleto permanecía colgado de unas gruesas cadenas y los ratones caminaban por él.
- Podría pasarte lo mismo - le dijo una voz del otro lado - ese era un hombre joven al que acusaron de ser amante de la reina, decían que era el verdadero padre del príncipe y el faraón lo encerró aquí hasta la muerte. Claro que el mismo joven Deia le demostró que estuvo equivocado cuando mostró sus poderes, pero jamás se acordó de él.
- Así que su padre verdaderamente es un hombre despiadado.
- Claro que sí, dicen que los antiguos faraones revisaban los casos de los presidiarios en sus cumpleaños, pero Saamón II nunca lo hace, dice que es una pérdida de tiempo, si pudiera, encerraría a su propio hijo en estas mazmorras para que se muriera igual que ese hombre.
- Mi pobre amo - suspiró - espero que no le haya hecho mucho daño.
- ¿Eras esclavo del Príncipe?
- Así es, me enviaron de oriente para servirlo.
- Ya veo, la envidia a entrado a palacio de nuevo, espero que esta vez no pague las culpas del faraón algún inocente...
Heero dejó de escucharlo de a poco, el dolor lo había hecho perder la conciencia finalmente.

Deia se despertó muy temprano esa mañana y salió en silencio de su casa, no iba vestido de acuerdo a su categoría y mucho menos se había maquillado, apenas y se había trenzado a la mala el cabello en el apuro que tenía de llegar a ver como estaba su amado esclavo, le llevaba un poco de ropa y algo de comer, lo único que tenía que hacer era usar sus poderes sobre los guardias y llegaría hasta él, no podía sacarlo aún, menos sin un plan bien trazado en mente, eso lo metería en problemas peores, pero por el momento podría asegurarse que estuviera bien tratado y alimentado.
Al llegar a las puertas de la prisión dejó dormidos a los guardias usando sus poderes, tomó una antorcha y se dirigió al fondo de las mazmorras en el más absoluto de los silencios. No le gustaba el espantoso ambiente que se respiraba en ese lugar, era fétido y asfixiante, pero no podía hacer nada por cambiarlo ne ese momento, ya se encargaría él cuando fuera el faraón de cambiar las condiciones de vida tanto de los presos como del pueblo y los esclavos, después de todo el que ellos fueran dioses no los hacía mejores que el resto de los mortales, ellos también morían ¿o no?
- ¿Heero? - susurró buscando a su amado y vio como este levantaba la cabeza - ¡dioses! - gimió al ver su rostro golpeado, herido, y se acercó a él - te limpiaré el rostro para que no se te infecten esas feas heridas - le informó sacando un paño mojándolo con agua limpia para hacer lo que le decía - espero que no te hayan hecho nada más.
- No debería estar aquí, príncipe - le dijo en un susurro.
- No me importa, me encargaré que estés bien alimentado y bebido, en algún momento conseguiré sacarte de aquí aunque tenga que irme de Egipto para siempre para estar contigo - le dijo - también te traje ropa, la tuya está muy maltratada.
- Al menos sigo vivo - dijo pensativo dejándose hacer - amo, usted está bien ¿verdad? Su padre parecía tener intención de matarlo.
- ¿Crees que unos cuantos golpes van a acabar con Deia Mon? - le sonrió - estoy bien, descuida - le dio un beso en la mejilla por entre las rejas - gracias por preocuparte por mí.
- Su padre estaba muy furioso ayer, pensé que iba matarlo a golpes.
- Pagará muy caro cada golpe que nos dio, amorcito, muy caro - le dio la comida y la ropa - me vengaré a como dé lugar y te sacaré de aquí, ya verás - le dijo poniéndose de pie - vendré más tarde a verte, no te preocupes.
- Amo, tenga cuidado - le pidió - el león viejo aún no termina de castigar a su cachorro, pero pronto llegará su final.
- ¿Qué quieres decir con eso? - lo miró intrigado.
- Amo, váyase, no quiero que su padre lo encuentre aquí y lo trate de matar.
- Muy bien, pero volveré, ya verás que sí - le dio un beso suave y se marchó corriendo.
- Hacen una pareja muy bonita - le dijo una voz en la oscuridad de las mazmorras - se nota que se aman mucho.
Heero comenzó a comer en silencio, no podía refutar las palabras del otro prisionero ni aunque quisiera, amaba a ese loco trenzado que muy pronto se volvería faraón según le habían dicho las estrellas.

Deia había conseguido detener la sentencia de muerte de Heero por cuatro días, pero había perdido el peso por la angustia y su rostro daba claras señales de agotamiento al no conseguir que su padre entrara en razones y soltara a Heero de prisión, tampoco había asistido a las ceremonias religiosas en Heliópolis, lo que tenía muy preocupados a los sacerdotes de Ra que habían decidido abogar frente al faraón por el bien del primogénito y del reino, pero nada habían conseguido, al contrario, se había endurecido, por eso estaban con el príncipe en su casa.
- No me iré de aquí sin Heero - se resistió el trenzado.
- Es por su bien, alteza - insistió el sacerdote - además, tenemos que tener alguna coartada para usted para cuando saquemos a su esclavo de prisión.
- ¿Liberarán a Heero? - dijo preocupado - ¿cuándo? ¿cómo?
- Tranquilo, querido príncipe, usted sólo deberá esperarlo tranquilamente en el templo y pasará esta misma noche entre sus brazos - le sonrió otro sacerdote - su padre no sabrá qué ha pasado hasta que ya sea demasiado tarde, y si es necesario, los sacaremos a ambos de Egipto hasta que sea el momento que usted regrese a gobernar su reino y libere sus energías para ayudar a su gente, no como hace su padre.
- Está bien, iré al templo a esperar a Heero - dijo feliz al fin - pero pobre de ustedes que le pase algo malo o les va a ir muy mal conmigo.
- No se preocupe, príncipe, al joven Heero lo sacaremos de prisión, lo vestiremos y se lo entregaremos sano y salvo en el templo.
- Más les vale, miren que mi padre lo ha golpeado cuanto ha querido solo porque le dijeron que él me había profanado - se puso de pie - si bien es cierto que he estado con él en intimidad, jamás se ha permitido llegar más allá de lo que yo le hago, de otro modo habría preferido la muerte.
- No hable así, príncipe, no es bueno para usted.
- Bien, recogeré mis cosas, me maquillaré un poco y me arreglaré para partir de inmediato, cuanta más distancia ponga entre mi padre y yo, más difícil será que descubra nuestras intenciones ¿verdad?

Heero vio que una luz se acercaba a su celda y se preocupó al ver la sombra, no era quien esperaba, aunque siempre le dijera a su amo que no viniera a verlo, que dañaba su imagen, que ponía en peligro su integridad, etc, pero su corazón saltaba de gozo al verlo a su lado cuidándolo, trayéndole de comer y de beber, curando sus heridas y trayéndole ropa limpia. Pero esa tarde, o al menos eso creía, no había venido a visitarlo ¿le habría pasado algo malo?
- ¿Eres Heero? - le dijo el hombre, un sacerdote por lo que pudo ver de sus vestimentas, y asintió sin mirarlo - bien, quiero que salgamos de esta prisión como si estuvieras condenado a morir - le dijo - le hemos dicho a los guardias que traemos tu sentencia - agregó y bajó la voz - sin embargo, es una estratagema para llevarte con el joven Deia al templo sagrado.
- El faraón viene todos los días a darme una paliza porque mi amo y yo...
- Lo sabemos, pero a partir de esta tarde y por los próximos cinco días tiene una ceremonia especial que no lo dejará llegar hasta aquí y los guardias de aquí no le dirán nada pensando que lo que trajimos fue una orden de su parte hasta que él regrese y ya será muy tarde, estarán a salvo.
- ¿Cuántos días han pasado desde mi arresto? - preguntó de repente.
- Cinco días - respondió frunciendo el ceño.
- O sea que esta noche se cumplirán las seis noches - murmuró - el fin esta aquí.
- ¿A qué te refieres con eso? - le dijo intrigado.
- A nada, ya no se puede cambiar el destino - movió la cabeza y se puso de pie - mi amo me espera ¿no? Es mejor que nos pongamos en camino.
- Sí, pero primero te darás un baño, este lugar apesta - dijo abriendo la celda amarrándolo para que los guardias no sospecharan - al faraón se le ha dicho que el príncipe ha partido esta mañana a Heliópolis, así que lo encontrarás allí, sé perfectamente que tipo de relación tienen ustedes y no los culpo, al menos tienes la posibilidad de hacerlo feliz ya que él no está segado por el poder.
- ¿Por qué lo dice? - preguntó sin mirarlo.
- Supongo que viste el cuerpo que estaba colgado en esa celda - señaló hacia atrás - en el tiempo que ese joven fue encerrado se corrió el rumor que era porque había traicionado al faraón al tener relaciones con su esposa favorita, sin embargo, el faraón nunca tuvo una favorita, ella sólo dio a luz al heredero, su verdadero amor era él y como el anterior faraón le dijo que no sería soberano mientras lo tuviera de amante, lo encerró aquí y lo dejó morir por haber descubierto su relación.
- Pero ¿acaso no lo amaba?
- Tal vez, pero prefería ser faraón y el poder lo hizo destruirlo y destruirse y se ha desquitado de su infelicidad con cuanto se ha cruzado en su camino.
- Pero la era del león viejo está por acabar - dijo cerrando los ojos al ver la luz del sol de lleno por lo que el sacerdote se vio obligado a arrastrarlo por el patio y luego lo empujó sobre el carro que lo trasladaría al lado de su amo.

Deía revisó con atención la habitación en que lo alojaron, estaba bastante alejada el templo principal, por lo cual no habría problemas si hacía mucho ruido, y era bastante cómoda y templada, no era como la suya en su casa, pero no podía quejarse, en especial porque pronto estaría allí a su lado su querido Heero sin las restricciones que le imponía ser el primogénito de Egipto. Se sentó en la cama y miró la división con el cuarto de baño, estaba seguro que Heero estaría feliz de darse un buen baño después de toda esa putrefacción en prisión.
- Yo lo seré quien lo bañe ahora y lo acariciaré de arriba abajo como nunca antes - sonrió sonrojándose profundamente - será mío de nuevo y ya nada podrá separarnos.
- Espero que cumpla, amo - le dijo Heero entrando en el baño mientras lo abrazaba - pensé que no lo vería más.
- No seas tonto, Heero, te dije que volveríamos a estar juntos ¿verdad? - se volvió hacia él y lo besó en los labios - ahora, déjame bañarte.
- Los sacerdotes me hicieron bañarme antes de venir aquí - le dijo pero comenzó a quitarse la ropa - pero por usted...
- Malvado - le dijo el trenzado sonriendo y también se quitó la ropa - nos mandarán la cena muy pronto y podremos dormir hasta tarde dado que no tengo obligaciones hasta dentro de cinco días - agregó contento - está todo listo, los sacerdotes dicen que si mi padre descubre que ellos te sacaron de prisión, nos sacarán de Egipto y yo podré vivir contigo como un simple ciudadano más, seríamos pareja ¿sabes? Y podrías hacerme tuyo cuando quieras, te sentiría entero dentro de mí y...
- Amo - le dijo Heero metiéndolo al agua - habla demasiado.
- Tal vez - sonrió rodeándole el cuello con los brazos - pero me amas ¿verdad?
- Siempre, mi amo siempre - y se entregó a sus caricias.

Amanecía el primer día de la octava luna del año, ya hacía varios días desde que Heero había dejado la prisión en Menfis y este se preguntaba si sus predicciones habrían sido exactas, no sería de extrañar que le fallaran, después de todo la tabla del adivino no le había enseñado nada claro, pero siempre ocurrían. Sin embargo, aquella tarde sería sacado de dudas, un guardia de palacio había llegado a informarle a los sacerdotes que el Faraón había sido envenenado por una de sus esposas y que uno de sus sobrinos había estado involucrado.
Deia no podía creerlo, su padre estaba muerto desde dos días después de su arribo al templo, siete noches después del arresto de Heero, la era del león viejo había acabado violentamente, tal como lo presagiaron hace tantos años los profetas cuando comenzó su mandato, según le contaron los sacerdotes.
- La era del león nuevo comienza - dijo Heero mirando el cielo estrellado - sin embargo, las sombras lo siguen empañando, aún hay un enemigo en las sombras.
- ¿Qué haces, corazón? - le dijo el trenzado sentándose a su lado mirando los signos sobre la tabla que tenía el esclavo - ¿qué es esto?
- Es la tabla del adivino - la dejó a un lado - pero no quiere contarme de su futuro, solo que su tiempo de gobernar será el mejor que haya visto por generaciones Egipto.
- Contigo, todo será mucho mejor - lo besó en los labios - aunque me gustaría casarme contigo - se acomodó en su regazo cerrando los ojos.
- Sabe que debe dejarle descendencia al trono de Egipto - replicó - además, sólo soy un esclavo, si no lo recuerda.
- ¿Cómo lo voy a olvidar si me lo recuerdas a cada rato? - dijo molesto.
- Amo - le dijo acariciando su frente - ¿cuándo regresamos a Menfis?
- Mañana - dijo luego de un largo silencio - mi padre está siendo momificado y el proceso tomará al menos una luna para estar listo y yo debo presidir el cortejo hacia el Valle de los Reyes, pero debo asumir antes.
- Bien, entonces comenzaré a preparar sus cosas - quiso levantarse, pero el trenzado no lo dejó obligándolo a que se acostara - ¿qué hace, amo?
- Adivina - le dijo subiéndose sobre él besándolo en los labios.
- Amo - le reclamó en un gemido sintiendo que una mano traviesa se metía bajo su ropa y atrapaba su miembro que se excitó al contacto.
- Déjate hacer, Heero - le dijo frotando con firmeza - te amo.
- Yo a usted, mi faraón, yo a usted - gimió entregándose una vez más.

Al día siguiente regresaron a la capital y el trenzado permitió que se comenzara con los preparativos de la coronación y este se preocupó de revisar los casos de los prisioneros en las mazmorras de palacio, algunos de ellos realmente eran culpables, pero había algunos que no se merecían ni de broma estar allí, así que los soltó. También inició la investigación acerca de la violenta y traicionera muerte de su padre, no era que le importara, simplemente era su deber castigar a los malvados que habían matado a una deidad, resultando culpables una de sus esposas, que le dio el veneno, y su primo Aleh, que se lo entregó a ella, por lo que ambos fueron condenados a muerte. Y con Heero a su lado se sentía más seguro y tranquilo, en especial cuando este asumió con gran seguridad la administración del palacio y todo empezó a funcionar a la perfección y sin contratiempos.
Pero el tiempo pasaba inexorablemente y todos los asesores le insistían en lo mismo, que se consiguiera una esposa que le diera un nuevo heredero al reino, pero él no se sentía dispuesto a cambiar la tranquilidad de su amor por Heero por algo que no quería hacer ¿cómo estar con una mujer si en realidad quería estar con Heero? Sentía que eso sería traicionar su corazón y su alma.
La noche era calmada, las estrellas parecían ser más brillantes esa noche en especial, Deia pretendía convertirla en la más grande de su vida, iba a entregarle su cuerpo a Heero, a amarlo como nunca y como a nadie, pero sabía que este no lo iba a aceptar fácilmente, ya de por sí había sido difícil conseguir que le permitiera tenerlo, hacerlo suyo, el amarlo no había sido bajo ningún concepto un lecho de rosas, más bien había sido un lecho con más de alguna espina filosa pero no podía quejarse porque se sabía amado por su esclavo. Y con aquello contaba para lograr lo que quería, nunca se entregaría a alguien más sin haber sido primero de su Heero. Pero ¿cómo conseguirlo? ¿Cómo conseguir que Heero lo tomara sin tener que obligarlo?
- ¿Qué le pasa, mi faraón? - le dijo levantando su rostro para poder desmaquillarlo mejor - lo noto algo preocupado.
- No me quiero casar con nadie que no seas tú, Heero - replicó atrapando su mano para atraerlo hacia él - quiero ser feliz, pero dudo lograrlo sin ti.
- No debería pensar así, mi faraón - lo besó en los labios con ternura - yo siempre estaré a su lado, no lo dude nunca.
- Pero es que no quiero estar con nadie que no seas tú - le devolvió el beso.
- Está loquito, mi faraón, por eso lo amo.
Deia sonrió acomodándose en su hombro abrazándolo por la cintura, debía empezar por allí para conseguir sus objetivos, el ser suyo finalmente, esa noche debía ser magnífica, debían gozarla como nunca, después de casado con alguna princesa no podría pasar el tiempo a su lado tanto como quisiera, las obligaciones serían demasiadas.
- ¡Faraón! - llegó gritando un guardia y se separaron bruscamente antes de darle autorización a entrar en la habitación.
- ¿Qué sucede? - dijo el trenzado molesto por la interrupción.
- Señor, la señorita Helfali acaba de llegar a la ciudad de Tebas y los sacerdotes quieren saber si comienzan a preparar su boda para mañana.
- ¡No! - dijo sin precaución - para dentro de tres días, diles - agregó al ver la mirada de Heero.

Habían pasado apenas dos lunas y Deia seguía aplazando la boda con la princesa, cualquier excusa le era válida y esperaba acabar con la paciencia de la chica para que ella se marchara por su propia cuenta y así tener la excusa para pasar mucho más tiempo al lado de Heero planeando con lujo de detalles la noche perfecta en que al fin este lo tomaría y haría sus sueños realidad, claro que a veces las cosas no le resultaban ni remotamente como lo había planeado, aquella noche había sido clara muestra de aquello, se la pasaron rodeados de gente y jamás pudo poner en práctica su gran plan de seducción. Al final se fueron a la cama sin haber hecho nada, como pasaba cada noche desde la anterior luna, cuando estuvo más cerca de conseguir que Heero lo poseyera si no hubiese sido por la interrupción en su cuarto de una de sus mascotas- el destino se empeñaba en separarlos e interrumpirlos en el peor de los momentos.
Amanecía y Heero no estaba a su lado como siempre lo hacía desde que había asumido como faraón, lo que le llamó la atención y le pareció extraño que no viniera a verlo tan pronto lo llamó, por lo general estaba muy atento a todos sus deseos, incluso los más pequeños, con excepción de uno. Entró a la habitación contigua que usaba el joven esclavo y vio que la cama estaba estirada. Avanzó más y vio que había un papiro enrollado sobre la ropa:

"Amo, usted es la persona que más amo y más
me importa en esta vida, y es por eso que
creo que lo mejor es que lo abandone para
siempre ahora, usted debe cumplirle a su
pueblo y a usted mismo y yo sólo soy un
estorbo en su vida, perdone que lo haga así,
pero es necesario. Lo ama, Heero".

Deia sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor al leer la nota, ni siquiera había conseguido que lo tomara una vez, había mucha gente a su alrededor durante el día y la noche como para intentarlo siquiera, pero tenía grandes planes para quedarse a solas con él en algún momento esa noche, y esta supuesta traición echaba por tierra todos sus sueños y planes en mente ¿cómo se atrevía a abandonarlo así como así? Volvió a acostarse y sintió como las lágrimas caían sin control por su rostro despintado hacia la almohada.
- ¡Heero! - susurró en el silencio esperando y deseando despertar y ver que aquello había sido una terrible pesadilla y que él seguía a su lado como siempre, que acariciaba su piel y se volvían uno, que la pasión los desbordaba una vez más y que su sueño de entregarse al joven de ojos cobalto se cumplía.
Pero no estaba sólo en la habitación como él creía, una mujer de cabellos castaños estaba esperando en las sombras el momento preciso para atacarlo. Espero que el joven se calmara y se quedara medio dormido para amordazarlo firmemente mientras su amante le lanzaba una maldición:

"El sueño eterno para el Faraón Deia Mon,
un sueño que sólo el amor verdadero podrá romper..."

El joven comenzó a perder la conciencia lentamente, sentía que su cuerpo se iba haciendo más y más liviano y a la distancia escuchó la voz de Heero gritando:
- ¡Guardias, han atacado al faraón! - el ruido de sus pasos los escuchaba levemente - ¡atrapen a los traidores!
"Heero no me ha abandonado, fue una mentira para que bajara la guardia".
- Amo, no se muera - le rogó remeciéndolo un poco - no me deje.
Pero Deia no podía abrir los ojos por más que intentaba.
- ¡El libro de los Muertos! - y ya no escuchó más.

Heero escuchó un fuerte y horrible ruido afuera de la habitación de su amo y se levantó de la cama apoyándolo con cuidado para no despertarlo. Se quedó unos cuantos segundos viéndolo y luego salió a ver que pasaba. Hacía unos cuantos días un sacerdote menor del templo mayor le dijo que había quiénes querían deshacerse de su querido amo, y por lo mismo había hablado con los guardias leales para que tuviera protección noche y día.
Se alejó por el pasillo y salió al patio principal en donde interrogó a los guardias que le dijeron que habían visto sombras en el patio pero que no habían podido encontrar a sus dueños, pero que seguirían buscando. Regresó a la habitación y lo que vio lo dejó mal, una mujer tenía a su amo amordazado y un hombre sostenía un libro oscuro mientras se reía.
- ¡Yo seré el faraón! - y lo identificó como el otro de los primos de su amo.
- ¡Guardias, han atacado al faraón! - los guardias atraparon rápidamente a la mujer pero el hombre desapareció - ¡Atrapen a los traidores! - vio a los guardias salir y abrazó a su amado trenzado - amo, no se muera, no me deje - le rogaba mientras lo remecía tratando de despertarlo. En eso vio algo en el suelo y se puso pálido - ¡El libro de los muertos!

Toda la mañana estuvo acompañando al dormido faraón, esperaba que en cualquier momento despertara de aquel horrible sueño en que lo habían puesto, pero no conseguía despertarlo y comenzaba a desesperarse.
- No sabemos que maldición fue - dijo el sacerdote junto a la cabecera del faraón con desesperanza - no nos queda más remedio que esperar que despierte sólo.
- ¿No se puede intentar algo más? …l no tiene herederos ¿recuerdan?
- Si, lo sabemos, pero sin saber que tipo de maldición le echaron, es imposible prácticamente que consigamos hacer algo más que perturbarlo.
- Mi amo hermoso - apartó los cabellos desordenados de la frente - debemos evitar que lo ataquen de nuevo, hay que ocultarlo.
- ¿Qué propones? Recuerda que eres su administrador y tú decides.
- Enterrarlo como si hubiese muerto, pero no momificarlo, él respira y algún día va a despertar y a ocupar su verdadero lugar.
- Su pirámide está lista, pero nunca pensamos que tan pronto tuviera que ser ocupada y menos por él.

La ceremonia del funeral fue preparada tal como lo decían las reglas de los muertos, sin embargo, el faraón parecía vivo para muchas personas y los sacerdotes leales hicieron esparcir la idea que la muerte se había enamorado de él y que por eso seguía tan bello después de tantos días.
Su cuerpo había sido envuelto en vendas de fino lino y puesto en un sarcófago de la más fina madera del Líbano recubierto por dentro y por fuera de delgadas capas de oro, sobre su pecho descansaba una tablilla con su historia y las joyas que Heero había traído del lejano oriente como regalo, además de la máscara de oro que simulaba su bello rostro. Fue trasladado según el ritual por las aguas del río siendo la ceremonia de la apertura de boca por uno de los sacerdotes principales y se le colocó en su pirámide para que descansara en paz.
Después de cumplido el ritual, Heero regresó solo a la pirámide, iba a despedirse de su amado faraón antes de sellar definitivamente el sarcófago, un sarcófago que sólo él podía abrir dado que tenía una clave para levantar la tapa. Pasó los dedos delicadamente por los dibujos sobre este y presionó el que decía "Amado" y este se abrió.
- Lo amo tanto, mi faraón que no puedo seguir así, me estoy muriendo sin usted, regresaré a casa, allí lo recordaré para siempre y reviviré nuestros pocos días de felicidad - le cubrió el rostro con un fino paño de lino y puso la máscara mortuoria sobre su bello rostro - ojalá despierte algún día y se olvide para siempre de mí, lo único que quiero es que sea siempre feliz aunque yo no esté a su lado - cerró la tapa del sarcófago y dijo - sólo la persona correcta podrá abrirlo, nadie podrá profanarlo, mi amo - y se marchó.
La pirámide fue sellada herméticamente y el nombre del faraón quedó inscrito en la puerta de entrada.
- Solo espero que nadie consiga profanar su tumba sin que usted lo quiera - se dio la vuelta y regresó a palacio, aún tenía que preparar su viaje de regreso a casa, aunque sospechaba que tal vez no fuera bien recibido o no lo dejaran partir...

Continuará...

Bueno, ya lo dije, hasta aquí explica Guerreros legendarios, pero estoy muy lejos de haber terminado la historia. Claro que para quienes prefieren el final de esa historia, no sigan leyendo, pero si quieren tener un final feliz, esperen el siguiente capítulo, a la misma hora y en el mismo canal.
Wing Zero (Me deshice de Shio Chang Ups!)
Perdonen que no responda los reviews ahora, lo haré en el siguiente, palabra de Gundam.

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