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Mi Faraón por Shiochang

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Mi faraón

Porque los celos pueden llegar a ser una enfermedad peligrosa tanto para el objeto de estos celos como para quien los padece.

Los celos del Faraón

Heero estaba sorprendido por la actitud de Deia, estaba muy agresivo con él, a veces pensaba que demasiado, no dejaba que lo tocara y menos admitía que lo viera a los ojos, lo había degradado al mismo nivel del resto de su gente, sabía que tenía ciertos privilegios al haberlo despertado y convertirse en su pareja oficial, pero no le permitía hacer uso de ellos. Además, no podía visitarlo por las noches como lo hacía antes, había cerrado la puerta que separaba su habitación de la suya y no podía abrirla.
Pero sólo con él había cambiado, frente a los demás era el mismo Deia de siempre, se preocupaba del bienestar de todos sus súbditos y no maltrataba a los esclavos, con excepción de Quatre, al que Heero había designado como su ayudante, lo despachó y se consiguió otra persona que lo cuidara y lo ayudara con su aseo personal. No quería pensar mal, pero lo hacía sentir como si ya no le importara y eso lo hacía infeliz.
Se sentó en la cama, esa tarde su amado faraón partiría rumbo a Tebas a tratar algunos negocios con el embajador de un reino vecino que arribaría al amanecer, se había ofrecido a acompañarlo pero Deia le había lanzado una mirada furiosa y no pudo decir ni media palabra, era como si ahora lo odiara.
- Heero - lo llamó su faraón y se levantó de inmediato, iría a su lado corriendo - ven - le abrió la puerta y la cerró a sus espaldas.
- ¿Qué sucede, mi amo? - le dijo mirando el suelo.
- Me vas a acompañar a Tebas - le dijo - y quiero que me bañes ahora.
- Claro - se sonrió soltando el aire y fue a prepararle el baño, esa oportunidad de tocarlo y acariciarlo nuevamente no se le podía escapar, así que tomó el frasco con esencias de rosas y lo vertió en el agua - está listo - le dijo viendo como se metía al agua - amo...
- No quiero que te metas conmigo - lo interrumpió sentándose en al agua.
- ¿Por qué? - lo miró preocupado, se había imaginado que al fin se le había pasado el enfado, pero se había equivocado.
- No tengo por qué darte explicaciones, sólo haz tu trabajo.
- Muy bien - le dijo molesto - pero recuerde que soy su pareja y tengo cierto derechos que usted no quiere respetarme.
- Tal como tu me has respetado a mí ¿verdad? - le replicó sarcástico cerrando los ojos - soy el faraón y simplemente debes obedecer.
- No sé que fue lo que le pasó todo ese tiempo que estuvo dormido, pero antes era muy franco conmigo, cuando era su esclavo.
- Pues era entonces, cuando yo creía de todo corazón que sólo me amabas a mí, pero me di cuenta que realmente no es así, eres capaz de darle un pedacito de tu alma a cualquiera, cuando ella debía pertenecerme sólo a mí, pero que más podía esperar si venías de regalo desde tierras lejanas, sólo has sido un sueño que se acabó dolorosamente para mí y...
- No diga estupideces - le dijo Heero juntando su baca a la del egipcio - yo sólo lo amo a usted, mi corazón es exclusivamente suyo - le frotó con ternura el pecho - no sé de dónde sacó semejante idea.
- Cómo me gustaría creerte - le rodeó el cuello con los brazos y lo hizo caer al agua - quiero que me lo pruebes esta noche.
- Seré suyo en este mismo instante - le ofreció su cuerpo acariciándolo lentamente, estaba más que ansioso de volver a ser suyo por completo después de tanto tiempo sin él.
- No, lo haremos mientras navegamos el Nilo - le sonrió y vio que los ojos de Heero se oscurecían - es mi sueño ¿Recuerdas?
- Hágamelo ahora y lo repetimos luego - le ordenó.
- Te me has puesto muy mandón - le contestó - eso me agrada, que sepas que me puedes dominar con un beso - le dijo y comenzó a jugar con él agitando el agua a su alrededor buscando el placer.

Heero había desplegado las velas de la barcaza manteniendo una distancia prudente de sus escoltas, no era que le preocupara que los fueran a atacar durante el viaje, pero quería mantener a su faraón protegido de cualquier mal, de todas maneras, él iba armado, tal vez allí pudiera actuar como si fuera un samurai de su tierra.
- Heero, siéntate - le ordenó el trenzado, jalándolo de los faldones de su ropa obligándolo a sentarse a su lado - recuerda lo que me prometiste, no queremos testigos ¿verdad?
- Pero no por eso vamos a relajar la guardia - le dijo ruborizado al ver que su faraón estaba vestido sólo con sus joyas y se había quitado sus prendas cubriendo sus partes pudientes con su cabello - parece algo ansioso.
- Déjate de remilgos y acaríciame - le dijo besándolo en los labios sentándose sobre sus caderas - quiero que juguemos todo el viaje porque cuando arribemos a nuestro destino te tengo preparada una gran sorpresa.
- Alguna gran ocurrencia suya ¿verdad? - le sonrió acariciándole el pecho quitando de a uno sus collares dejándolos caer con cuidado a un costado - que suave es su piel, me gusta el olor que usted tiene.
- Ese olor me lo dejas tú en cada baño - le recordó acariciándole la nuca mientras le acariciaba a besos el cuello y la mandíbula.
- No es cierto, es su aroma propio - le dijo acariciándole los hombros - mis esencias jamás olerán mejor que en su dulce piel - lo besó en los labios - por eso lo amo tanto, mi vida siempre será suya.
- ¿Te puedo pedir algo, Heero?
- Claro, mi amado faraón - le sonrió besando su cuello con delicadeza.
- Deja de tratarme de usted - le pidió - cuando estemos solos debes llamarme por mi nombre, recuerda que somos pareja - le mordió la oreja con ternura.
- Todo lo que usted me pida - gimió con placer - lo amo tanto.
- Heero - le reclamó apartándolo un poco pero este se resistió atrapando entre sus dientes un pezón - eso duele - se quejó.
- Lo siento, la fuerza de la costumbre, mi... Deia - se corrigió frotándolo con la lengua para aminorar el dolor.
- Eso está mucho mejor - le dijo disfrutando de cada caricia con deleite - así me gusta, dale - le dijo separando sus piernas al sentir que cambiaban de posición y Heero quedaba arriba mientras bajaba lentamente por su pecho hacia su abdomen y más abajo - ¡ah!
Heero sentía que una fuerza irrefrenable lo obligaba a acariciar aquella zona que sólo sus manos habían tocado pero que había estado dentro suyo muchas veces, sus labios se pasearon a su alrededor y con su lengua acarició la piel tensa mientras el miembro palpitaba caliente expulsando pocos de semen que Heero se tragó glotonamente mientras lo masajeaba ayudado por sus manos.
- ¡Heero! - gimió deseando sentirse poseído por él, pero bien sabía que Heero no lo iba a hacer mientras fuera soltero. Pero le quedaba una manera, se dijo, sus poderes podían descontrolar a Heero y llevarlo a poseerlo por completo. Sin embargo, no tenía mucha conciencia de si mismo, pero hizo el intento tomando los cabellos de Heero entre sus dedos - poséeme - le pidió bajito y una mano de Heero bajó traviesa por el costado de su muslo hasta encontrar el lugar correcto introduciendo con cuidado un dedo en el interior - ¡ah! - gimió de dolor pero el placer de la boca de Heero sobre su miembro lo hizo olvidarse de este - ¡hm! - gimió con deleite - ¡ah! - dejó escapar sintiendo que el placer aumentaba de tono al sentir un segundo y un tercer dedo en su interior dilatándolo placenteramente - ¡Heero! - le rogó ahora - entra en mí.
Heero no quería, pero sentía como que algo lo obligaba, así que se enderezó y colocó su propio miembro en la entrada del trenzado y entró en él sin ningún tipo de lubricante, pero ambos estaban demasiado acalorados como para fijarse en eso, y comenzaron a moverse lentamente, aumentando la velocidad de las embestidas.
- Más - pedía Deia - más fuerte - gemía rodeando las caderas de Heero con sus piernas haciendo que se hundiera más en él - más.
- Deia - gemía Heero sintiendo un placer que rayaba en la locura - más - repetía también - me gusta - dijo atrapando el miembro un poco olvidado de su trenzado para masajearlo con la misma intensidad con que lo embestía - ¡Ah!
- ¡Ah, Heero, me voy! - le dijo Deia casi sin aire soltando con placer su semilla en la mano de su amado sobre los estómagos de ambos.
- ¡Ah, Deia! - le respondió Heero y también se dejó ir dentro de él - te amo.
- No te salgas todavía - le dijo en un susurró - fue maravilloso - lo besó en los labios - hazlo de nuevo ¿si?
- Estoy cansado - bostezó y se salió de él - descansemos - le ordenó recostándose a su lado. Deia sólo sonrió y se acomodó entre sus brazos para dormir, la mitad de su plan estaba cumplido, ahora sólo faltaba el resto y que Heero le hiciera el amor por iniciativa propia,

Despertó agotado, le dolía la espalda, pero no de la misma manera en que le dolía cuando hacía el amor con su faraón. Se sentó violentamente cubriendo su rostro con las manos al recordar los momentos de pasión, había poseído a su amo cuando aquello estaba prohibido. Se volvió en silencio hacia Deia y vio que dormía profundamente a su lado, se le notaba complacido, pero había una ligera mueca de dolor en su boca y se sintió más culpable aún, sabía que lo tenía más grande que el egipcio y no habían usado ningún tipo de lubricante. Desvió la mirada hacia las otras naves, todavía mantenían la misma distancia, pero de seguro ya estarían por llegar dado que comenzaba a anochecer. Extendió la mano y cubrió con una manta a su amo, antes de vestirse y fijar sus ojos en las estrellas.

"De tierras lejanas llegarán los problemas para el faraón, intentarán matarlo aquellos que se dicen amigos pero su peor enemigo sigue dentro de su propio hogar y no puede hacer nada para acabar con su amenazante presencia hasta que el caballero llegue del otro lado del mar".

- ¿Qué quieren decirme? - le dijo a las estrellas pero escuchó un leve quejido a su lado y notó que su amado faraón había abierto los ojos y lo miraba.
- No me gusta que dejes de prestarme atención a mí - le dijo jalándolo de regreso a su lado - quiero un beso - le exigió.
- Amo, yo quiero pedirle perdón por la manera tan brusca con que lo...
- ¡La próxima vez que me digas así sin que haya alguien presente te echaré a los cocodrilos! - lo interrumpió molesto tratando de sentarse sin lograrlo - debes llamarme por mi nombre.
- Deia - dijo pacientemente - no me puedo quitar la costumbre - lo ayudó a sentarse y escuchó como se quejaba de dolor - por eso no quería hacérselo yo.
- Es mi culpa - le dijo apoyándose en su pecho adolorido - yo te obligué a tomarme sin ningún tipo de precaución, no te culpes, yo te amo tanto que me importa poco el dolor, después de todo me diste tanto pacer, sentía cono tocaba las estrellas al sentirte dentro y miles de luces de colores estallaron en mi interior cuando te derramaste en mí, fue glorioso, indescriptible.
- A mi me parece que se le corrió la teja ya - le dijo Heero y vio como sus ojos se oscurecían, lo había vuelto a tratar de usted - eres muy loco, Deia - lo besó en los labios apaciguándolo.
- ¡Señor Heero, estamos por llegar! - le gritó uno de los guardias de la avanzada y Heero se separó de Deia sonriendo.
- Si no quieres que murmuren vas a tener que disimular el dolor - lo ayudó a pararse - mientras lo vestiré y lo maquillaré, tiene toda su hermosa cara cubierta de pintura azul.
- Delinéame sólo los ojos - le dijo haciendo una mueca - después vas a tener que perder tiempo quitándomelo.
- Van a pensar mal si no te pinto los labios - lo regañó divertido.
- Es lo que más odio de todo esto, tener que pintarme la cara cuando soy hermoso y perfecto aún sin el maldito maquillaje.
- Y vanidoso - le dijo Heero terminando de pintarle los ojos - pero así te quiero.
- Por supuesto - sonrió Deia divertido y se trató de desenredar el cabello con los dedos mientras Heero le colocaba las joyas en su cuello, muñecas y pecho - nadie mejor que este hermoso faraón para hacerte feliz ¿no crees?
- Supongo que no - le dijo comenzando a cepillar su cabello con cuidado.
- Heero, dime ¿qué tanto mirabas al cielo? - le dijo mirando hacia arriba.
- En las estrellas está escrito su destino, la posición de los astros pueden señalarnos futuros acontecimientos, prevenirnos de los problemas.
- ¿En serio? - le dijo Deia preocupado, si Heero descubría su plan de seguro lo abandonaría para siempre - ¿y qué te dijeron?
- Nada nuevo - le dijo continuando su trabajo trenzando su cabello - sólo que tiene un enemigo dentro de su hogar del que no se puede deshacer hasta que llegue el caballero del otro lado del mar - le dijo contándole sólo la segunda parte de la profecía, del resto se haría cargo él.
- Un enemigo - murmuró - de alguien de quien no puedo deshacerme.
- Sí, ¿me podría decir a quien se refiere para hacerla más clara?
- No lo sé - le dijo sin verlo - ya te dije que no me trates de usted.
- Se me olvida - se disculpó afirmando la trenza con una cinta de seda.
- Bien, estoy listo, supongo que tú también debes arreglarte - lo miró divertido - te pusiste mal la ropa y estás desmaquillado.
- Fue tu culpa - lo recriminó rojo hasta la raíz del cabello arreglándose la ropa mientras Deia se reía divertido y más tranquilo.

En la casa del administrador Deia se acomodó en un gran habitación doble que obligó a que Heero la compartiera con él esa noche, no iba a dormir ninguna noche en que estuviera ausente del palacio sin su calor. Heero había intentado hacerlo razonar que aquello no era bueno para su política, pero Deia le recordó que todo el mundo sabía que era su amante, y ser quedaría con él.
- Pero delante de tus visitas deberás decir que soy tu administrador principal, no tu pareja - le dijo sentándose en la cama - no quiero que tengas problemas por algo tan pequeño como eso.
- Así que piensas que debemos ocultar lo que sentimos el uno por el otro como si amarnos estuviera mal.
- No, Deia, es por tu bien y el de Egipto que debemos mantenerlo en silencio de los extranjeros.
- Pues no me gusta andar con mentiras, soy pésimo mintiendo.
- No te pido que mientas, sólo que calles - le replicó parándose para ayudarlo a desvestirse - y será hasta que conozcas sus intenciones.
- Bien, pero no te enojes después si meto la pata - le dijo - si me preguntan directamente si eres mi amante responderé que sí - le dio la espalda para que le quitara las joyas - ante quien me pregunte gritaré que te amo.
- Como quieras - lo abrazó desde atrás - pero es hora de dormir.
- Oye, se supone que yo doy las órdenes aquí - le reclamó pero se dejó llevar.
- Pues las daré yo, no tienes mucha cabeza para eso - lo hizo acostarse y lo cubrió para ir a apagar las velas.
- ¿Por qué dices eso? - le preguntó muy molesto al sentir que se acostaba a su lado y lo abrazaba.
- Simple, mi querido Deia, no piensas en las consecuencias - lo besó - duérmete.
- No, hasta que me expliques lo que quisiste decirme.
- A lo que pasó en la barca - le recordó y bajó su mano a su trasero.
- ¡Ay, eso duele! - se quejó retirando su mano de esa parte de su anatomía.
- ¿Ves lo que te digo? - lo besó en la mejilla - duérmete ¿si?
- Malo - se quejó una vez más pero se acomodó y al poco rato estaba profundamente dormido aunque a Heero le tomo un poco de tiempo imitarlo.

Hacía bastante rato que Heero había despertado, pero no quería despertar aún al faraón, si lo que le habían señalado las estrellas anoche era cierto, debía tener los ojos bien abiertos para protegerlo de lo que viniera, hablaría con el administrador de la ciudad para ver si podía poner en alerta a sus guardias por el bien del faraón sin levantar sospechas.
- Heero, te amo - le dijo Deia acomodándose mejor en su pecho.
- ¿Estás despierto? - lo miró y vio que tenía los ojos cerrados - ¿Deia?
- ¿Qué? - le dijo este abriendo los ojos - oh, ya amaneció - dijo fastidiado - ¿por qué las noches no serán eternas para pasarlas a tu lado?
- Estás muy romántico hoy - le dijo levantando su rostro hacia el suyo depositando un suave beso en sus labios - te amo.
- Me siento en las nubes cuando estoy a tu lado ¿sabías? Es tan rico despertar entre tus brazos y sentirme la persona más amada del mundo, la luz es más clara, los colores son más nítidos y siento que cualquier problema es pequeño cuando descanso en ti, no hay nada que pueda dañarnos cuando estamos juntos, soy tan feliz que el mundo quiere bailar conmigo y...
- Ya - lo detuvo Heero - sé lo que sientes.
- Supongo que debes sentirte igual - se subió sobre él recargando todo su peso en su pecho - eres mi otra mitad y lo que yo siento debes sentirlo en tu corazón.
- Creo que debemos darnos un baño y vestirnos, de seguro pronto llegarán tus visitas - le acarició la nuca - no quiero que tengas que estar todo el día de pie porque te duele el trasero - se burló.
- Eres un malvado, ya vas a ver quien termina adolorido - le dijo comenzando a hacerle cosquillas mientras Heero se retorcía tratando de safarse de él. Ambos rodaron por la cama y llegaron al suelo de golpe quedando el trenzado debajo - ¡me dolió! - se quejó por el golpe.
- Ay, Deia - le dijo Heero ayudándolo a levantarse - vamos.

La llegada de los extranjeros había atraído a mucha gente común del pueblo a curiosear, más que nada por ver de cerca al faraón que antes supieron maldito pero que estaba de regreso por la ayuda del administrador principal. Habían escuchado que en premio por su labor era ahora pareja del faraón, pero como no era mujer, mantenía cierta distancia de su amado.
Los visitantes eran dos príncipes venidos del imperio asirio, dos jóvenes altos, de cabellera oscura pero ojos claros, el príncipe Bahum Ben Said y su hermana, la princesa Hilde, que venían con la intención de hacer una alianza política por medio del matrimonio de ella con el joven faraón. A Heero no le hizo ninguna gracia cuando se lo contaron, pero se quedó callado.
- Son el príncipe Bahum y su hermana Hilde - los presentó con Heero sonriéndole a la chica - él es Heero, mi...
- Administrador principal - lo interrumpió sabiendo que iba a decir "mi pareja" - ya todo está listo, sus majestades - les dijo y los guió hacia las literas que los llevarían a la casa de gobierno en la ciudad.
- Mi país es muy bonito - decía Deia a modo de confidencia - pero mi imperio es demasiado grande para un solo hombre - le sonrió.
- Pero un joven tan guapo como usted debe podérselas arreglar sin problemas ¿verdad? - le sonrió con coquetería y Deia inconscientemente la imitó.
Heero retrocedió junto al administrador de Tebas realmente molesto ¿con que cara se atrevía Deia a coquetear así con ella siendo que sabía que él permanecía cerca, cuidándolo? Trató de tragarse los celos, no podía reclamarle por ello, después de todo él era el faraón y estaba en todo su derecho de buscarse una esposa que le diera un heredero.
- Lo noto fastidiado, señor Heero - le dijo el administrador.
- Es el faraón - dijo molesto aún - casi le dice la verdad, pero ahora le coquetea.
- Eso no se le va a quitar aunque volviera a nacer - le dijo el hombre mayor - de pequeño se ha comportado así, no lo vas a cambiar así porque sí.
- Lo sé - suspiró - pero no me importa.
- No suenas muy convencido - le dijo.
- Bueno, yo quería que mantuvieras la guardia alerta, no quiero que le pase algo a nuestro loco faraón.
- Bien, pero voy a hacerte una recomendación, no le provoques celos al faraón, su padre fue muy destructivo con ellos y se vengó de todo el mundo por ello, no te vaya a pasar lo mismo, que no razonará en tu favor aunque le jures que lo amas.
- Entiendo - asintió pensativo, tal vez por eso no lograba descifrar bien lo que le decían las estrellas, sólo veía los designios de las estrellas para su amado y el resto de la historia estaba en las suyas propias.

Deia estaba cansado, había hablado bastante con los hermanos durante la mañana, pero había buscado con la mirada constantemente a su Heero, este se mantenía a cierta distancia atendiendo los detalles de las comidas, de los sirvientes, de cualquier cosa y ni un momento se había sentado a su lado, ni siquiera a la hora de la comida, siempre mantenía una cierta distancia con él, como si temiera que con su presencia él fuera a meter la pata, pero ya estaba cansado, lo llamaría a dormir un rato la siesta, necesitaba su calor, su cercanía.
- Espero que me perdonen, pero debo descansar - le dijo a los hermanos poniéndose de pie - Heero, necesito hablar contigo.
Heero mantuvo la mirada en el suelo y lo siguió en silencio a la habitación, no sabía que era lo que pretendía, pero una ligera sospecha tenía, había notado en sus ojos la chispa del enfado cuando no se sentó a su lado a comer y más cuando se negó a quedarse en el comedor con ellos, pero su deber era otro y debía cumplirlo.
Deia cerró las puertas de su habitación y le pasó el seguro, pero para asegurarse que nadie los molestara hasta que él así lo quisiera, bloqueó la puerta con las estatuas de piedra por fuera, ellas los custodiarían.
- ¿Qué pasa, Deia? - le dijo Heero viendo que usaba sus poderes.
- Simple, mi querido Heero, me aseguro que nadie nos moleste por un buen rato - avanzó hacia él soltándose el cabello - y no podrás hacerme el quite ahora.
- En ningún momento lo he hecho - respondió retrocediendo.
- Claro que sí, quería que te sentaras junto a mí a comer para recostarme sobre tu pecho, pero te escapaste, después quise que me dieras el postre y te negaste y en toda la mañana estuviste ocupado en esto o lo otro, distante de mí.
- Es que tenía cosas que hacer - le dijo viendo la ira en sus ojos.
- Pues hay cosas que me puedes hacer a mí para que me perdones - le dijo molesto - eres mío y debes hacer lo que te diga lo hizo caer sobre la cama.
- Deia - le dijo tratando de evitar que se le fuera encima - te amo, sólo trato de protegerte.
- ¡Diablos, Heero, fea manera tienes de cuidarme! - le reclamó abrazándolo - me sentí abandonado toda la mañana.
- Pues yo lo vi bien acompañado - replicó tratando de soltarse - falta que me diga cuando es la boda para comenzar los preparativos - dijo dejándole ver los celos.
- ¿Estás celoso, amor mío? - sonrió el trenzado.
- No - le replicó desafiante.
- Claro que lo estás - se rió feliz - sabes que no me voy a casar con ella, en especial porque ya fui tuyo.
- Oh, vamos, sabes bien que a ella no le va a importar aquello, simplemente ella no podría tener eso de ti ni aunque lo quisiera.
- Pero no me puedo casar con ella porque ya no soy virgen - le recordó - tenerte dentro de mí fue lo más hermoso que pude haber sentido y...
- No es necesario que lo seas, se supone que yo soy algo así como tu primera esposa - le dijo pasándose del otro lado de la cama al conseguir soltarse.
- ¿Quieres decir que según las reglas puedo tener otra esposa?
- Claro, una que te dé los hijos que yo jamás podré darte.
- Eso sería lo único que podría darme, mi felicidad estará siempre a tu lado - lo abrazó de nuevo - te amo tanto, quiero ser tuyo de nuevo, que te olvides de todo y seamos sólo un par de amantes que sienten intensamente su amor - lo besó en el hombro - por favor.
- Deia - se volvió hacia él y le ofreció su boca sediento del calor que sabía que sólo el trenzado podía poner en su corazón.

Deia había salido a caminar por los jardines de la casa con la princesa siempre vigilado, habría preferido la compañía de Heero, pero este le dijo que debía comportarse y tratar de averiguar algo más acerca de la gente del imperio asirio, debían conocer a sus vecinos antes de tomar una decisión respecto a la supuesta boda. Pero no estaba ni remotamente de acuerdo con eso de tener una esposa, a él Heero le bastaba y le sobraba, si no podían tener hijos, le importaba muy poco, ya más adelante vería que hacía, ahora quería estar con él.
- En mis tierras también hay jardines, pero hay uno muy especial, le llaman el jardín colgante de Babilonia - se sonrió - mi padre lo conservó luego que destruimos ese imperio.
- Cuéntame más - le dijo divertido, así que su padre y su abuelo no eran los únicos que destruían a sus vecinos.
La princesa procedió a contarle la historia de su reino con lujo de detalles pensando que así conquistaría el corazón del faraón, pero este comenzaba a preocuparse, en especial cuando le contó que se habían infiltrado por medio del matrimonio de su hermano. Al parecer Heero había tenido razón de desconfiar de ellos, que no lo habían enceguecido los celos como a él con respecto a Quatre. Movió la cabeza y decidió olvidarse de ese muchacho, ya vería que hacía para deshacerse de él sin que Heero se enojara.
- Su administrador no es egipcio ¿verdad? - le dijo ella de improviso.
- No, Heero llegó de oriente, de tierras muy lejanas, ha sido una gran ayuda para mí - sonrió - es muy bueno ordenando y organizando.
- Por eso lo quieres tanto ¿verdad? - le dijo maliciosa y molesta.
- Mira, a ti no te importa qué tipo de relación tengo con él - replicó Deia molesto - él cumple bien lo que se le encomienda.
- Así parece - lo señaló en el balcón conversando con un guardia - en especial con los guardias que le cuidan ¿verdad?
Deia fijó los ojos en donde la princesa le indicaba y sintió que los celos volvían a arder en su pecho, al parecer a Heero le gustaban los chicos de aspecto delicado, se dijo molesto y fue directamente hacia ellos.
- ¡Heero! - le dijo y le dio un fuerte revés con la diestra - vete de inmediato a tu habitación.
- Yo... - trató de decirle pero vio que en sus ojos había ira y celos y se puso la mano en la mejilla antes de inclinarse y marcharse totalmente dolido, pero al pasar vio en los ojos la mirada burlona y vengativa de la princesa - no se saldrá con la suya - le dijo y se marchó.

Y el golpe dado al administrador principal se había vuelto la comidilla en la casa, nadie había cuidado los comentarios al respecto, en especial porque encontraban injusta la actitud del faraón al castigar al joven sólo porque se sentía engañado por verlo conversando con otro joven.
- Pero si él coqueteaba descaradamente con la princesa esa a vista y paciencia de cualquiera - dijo uno de los cocineros - no entiendo por qué se enoja tanto.
- Los celos no tienen sentido - les dijo el administrador de Tebas - se lo dije, pero no pensé que los celos llegaran a ese extremo.
- ¿Y qué va a ser del joven que conversaba con el joven Heero?
- El joven Heero lo defendió y lo hizo salir de Tebas mientras consigue hacer razonar al faraón, pero a mí me parece que el faraón no lo va hacer tan fácilmente ya que está muy ofuscado.
- Pobre señor Heero, si lo único que hacía era cerciorarse que el faraón estuviera bien cuidado, a mí esos extranjeros me dan mala espina, en especial esa princesa que anda detrás del faraón, es una descarada.
- Pues yo espero que el faraón no la tome por esposa, sería una terrible pérdida para el imperio que ella sea la madre de sus hijos, además, dudo que ella aguantara que el joven Heero siguiera junto con ellos y nuestro faraón sería terriblemente infeliz.
- Alguien debería recordarle al faraón que el joven Heero es libre ahora y que se puede marchar cuando así lo quiera.
- Claro, para que el faraón lo encierre en una mazmorra como lo hizo su padre con aquel general.

Heero permanecía sentado en un rincón de su habitación esperando que resolución tomaría su amado faraón tocándose la cara con la mano, le dolía mucho, pero el dolor más que físico, era espiritual, le dolía en el alma la manera en que lo trataba. Y él había dado por superada aquella etapa de los celos de su amo al estar lejos del palacio, tal vez los celos eran el enemigo del que hablaba la segunda parte de la profecía de las estrellas.
- Espero que ahora escarmientes y no me andes engañando con cuanto chico se te cruce por el camino - le dijo Deia furioso.
- Pues yo no hacia nada malo - volvió a insistir sin mirarlo.
- Ya te dije que no creo tus mentiras, más cuando lo defendiste de mi justo castigo - le dijo agarrándolo por el mentón - entiéndelo.
- Deia... - intentó apelar a sus buenos sentimientos - no me hagas esto.
- Aquí te quedarás hasta que atrape a ese muchacho que trató de robarle el novio a su faraón - le dijo y se levantó - y como yo sepa que tú lo escondes, me veré obligado a castigarte.
- Te amo, Deia - le dijo al verlo salir y luego abrazó sus piernas con los brazos ocultando su rostro magullado entre las rodillas mientras gruesas lágrimas corrían por su rostro dejando salir al fin su profundo dolor.

Pero Deia se sentía culpable, él había tratado mal a Heero desde que despertó en la pirámide y había coqueteado con Hilde aún frente a él y ahora tenía el descaro de castigarlo por buscar a alguien que lo comprendiera. Sabía que había actuado mal, pero no sabía como disculparse ahora para que no lo abandonara.
- Al parecer no me queda de otra para retenerlo - se dijo y se volvió para regresar con Heero y se topó con Hilde - ¿que crees que haces?
- Me gustas, faraón, pero me temo que debo entregarle tu reino a mi padre.
- No lo voy a permitir - le dijo y de inmediato se vio rodeado de soldados enemigos.
- Estás rodeado, ríndete y quizás considere tenerte por esposo - le dijo ella - siempre que no pretendas conservar a ese tipo a tu lado, me dan asco,
- Se nota que no me conoces - le dijo el trenzado cerrando los ojos mientras una luz blanca lo rodeaba y desarmaba de una sola vez a los soldados - yo me basto para defender mi vida.
- Pero eres un tonto, mataremos a tu gente y a tu querido Heero si no te entregas - le dijo ella molesta.
Pero Heero había visto en la tabla del adivino que su faraón corría peligro y se fugó tomando una espada y corrió a ayudarlo, no iba a permitir que le hicieran daño por muy mal que se hubiese portado con él.
- Tráiganme a los esclavos...
- Vas a tener que revivir a tus soldados, princesa - le dijo Heero manteniendo el brazo de su hermano en la espalda y la espada amenazante en su cuello - ríndase o lo mataré sin contemplaciones y usted le seguirá.
- No serás capaz - le dijo el joven - no le creas, trata de amedrentarte.
- Un samurai jamás miente - le dijo él molesto - retira a tu gente y libera a la nuestra, te lo advierto por última vez.
- Suelta a mi hermano o mato a tu amado faraón - le dijo ella.
- Muy bien - le dijo soltándolo, pero ella igual atacó a Deia que estaba estático de asombro, de inmediato reaccionó y decapitó al príncipe sin consideración alguna y le puso su cabeza en las manos a la princesa colocando a Deia detrás de él - se lo buscaron.
- ¡HERMANO! - gritó ella de dolor y se lanzó contra Heero con la espada de su hermano en la mano para tratar de matarlo, pero Heero la esquivó y la golpeó con el mango de la espada dejándola inconsciente.
- ¿Ve que le digo? No debe ser tan imprudente, mi faraón.
- Heero - le dijo y se abrazó a su pecho - perdóname, soy terrible.
- Ya pasó - le acarició el cabello dejando caer la espada - ordénale a tus guardias que los apresen u los despachen a la capital - le dijo al oído - tranquilo.
- Guardias, encierren a estos traidores y mándelos mañana a la capital, hoy quiero descansar - ordenó y se relajó contra el pecho de Heero - te amo.
- Vamos, le pediré un baño - le dijo guiándolo a su habitación.
- Siempre que me hagas compañía - le dijo algo sonrojado y Heero asintió.

Pero las cosas no se tranquilizaron, Deia veía en cualquier persona un potencial rival por el amor de Heero y vivía pegado a su costado sin dejarlo trabajar tranquilo, no iba a ninguna ceremonia si no lo acompañaba y el japonés notaba que las cosas empezaban a marchar muy mal debido a que no podía tomar las mejores decisiones con Deia a su lado.
Un día cualquiera, cuando Quatre estaba arreglando la habitación de su amo, los celos de Deia volvieron a florecer, pero esta vez las consecuencias iban a ser nefastas para el reino y para Heero.
- Heero mío - le dijo recostado en su pecho aquella noche - quiero que vayamos a un lugar muy especial, allí estaremos a solas una semana, sin nadie que nos moleste - le dijo coqueto.
- Pero, Deia, tenemos una reunión especial con los guardianes del depósito - le recordó - las cosechas de este año...
- Acompáñame ¿sí? - le pidió pasando su perna por sobre las del Heero rozando con la cara interna de su muslo el sexo de Heero, despertándolo.
- Eres muy... agresivo - le dijo y lo besó en la boca - iré contigo hasta el infierno si así lo quieres, amor mío.
- Genial, e iremos solitos porque nadie más que yo puede entrar y salir de ese lugar, es muy especial, allí verás porque nadie puede entrar, es bellísimo, hay un lago de aguas plateadas, un calorcito agradable y mucha vegetación en torno a ti, es perfecto para hacer el amor, nadie nos molestará, no habrá nadie que llegue y nos interrumpa en el mejor momento o que nos haga sentir mal por estar...
- Ya entendí - le dijo divertido.
- Pero debes prometerme que no le vas a decir a nadie que nos perderemos una semana - le dijo frotando la pierna de nuevo.
- Como quieras - le dijo tomando su boca por asalto volviéndose hacia él - pero quiero algo primero.
- Lo que quieras - le sonrió sabiendo que le pediría dispuesto a dárselo...

Heero preparó el carro de su faraón y reemplazó al auriga para conducir él. Deia viajaba tranquilo a su lado, pero tan pronto estuvieron lejos de la vista de todos, Deia se abrazó a su pecho con fuerza usando sus poderes y un extraño sendero se abrió frente a ellos. Heero miró las manos de su amado que descansaban en su cintura y depositó completamente su confianza en él, no les pasaría nada malo mientras su trenzado estuviera tranquilo.
- Detente, Heero, este es el lugar - le dijo soltándolo - mira a tu alrededor, es perfecto para nosotros ¿verdad?
Heero miró con calma el lugar, era hermoso, el pasto verde se extendía por todo lo que sus ojos alcanzaban a ver en la distancia, un lago de mansas aguas los llamaba al descanso mientras los árboles daban una fresca sombra.
- Bien ¿Qué me dices? - insistió Deia mirándolo.
- Es hermoso - se bajó y lo ayudó a bajarse - soltaré a los caballos y podremos nadar desnudos, si es que realmente no hay nadie aquí.
- Aquí solo estamos tú y yo - le dijo el trenzado divertido - y podemos hacer lo que queramos - le dijo quitándose las joyas y su ropa.
- Pero no trajimos de comer - le dijo Heero.
- No nos hará falta, amor mío, lo que sea que queramos comer, es cosa de imaginárselo y lo tendremos - le sonrió tendiéndole la mano - vamos a bañarnos.
- Estás cada día más loco ¿sabes? Pero te amo así - terminó de soltar a los animales se quitó sus prendas también para unírsele en el lago...

Continuará...

Es cierto que los celos matan, en especial cuando son obsesivos.
Bien, ahora no respondo Reviews porque no los bajé, veré si al siguiente me acuerdo de hacerlo.
T-T ¡Buaaa! Shio me quiere desarmar, no la dejen, por favor.
Wing Zero

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