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PiercedEye por Vanuzza

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Notas del capitulo:

Les aseguro que nada de lo que se esperan seguira en la continuación xD, pero por ahora espero que este cap les sea agradable, Enjoy! nOn

Tenía los labios pintados con un brillo con saborizante. De vez en cuando se lamía el inferior para probar el dulzor de durazno. Su cabello que aún conservaba el tinte pelirrojo caía por sus hombros y espalda cual si fuera una cascada de fuego. Paolo le había arreglado totalmente para que se viera lo más provocador posible, en especial con esos pantaloncillos tan cortos que sus manos una y otra vez tiraban del borde con la esperanza de hacerlos más largos.

Hubiera deseado en ese mismo instante bajarse del auto en que lo transportaban. Hubiera deseado regresar corriendo a casa de Iván, o en su defecto a casa de Carrie, que aun cuando ambos fueran tan distintos, él estar con el doctor lo había acercado a ese cuarteto donde pululaba el punk que tantas veces intentó atraer...resultando este el sobrino de su pareja.

Le hacía cierta gracia el recordar hacia unos tres o cuatro días, cuando fueron a visitar a Iván y fue él quien abrió la puerta. El grito descomunal de Merlov no tenia parecido con ningún otro. Ahogó una pequeña carcajada en el recuerdo. Donde Iván le rodeaba los hombros protectoramente. Su brazo era tan grande que le producía calor, le expresaba seguridad, resguardo...

...Deseaba tanto dentro de su corazón correr ahora a sus brazos, acurrucarse contra su pecho. Se sentía un desgraciado al estar camino a la mansión de aquel narcotraficante, que quien sabe que le haría.

Tenía tanto miedo...
Pero no quería que matarán a Paolo por su culpa, y vivir para siempre con ese cargo de consciencia. Aun cuando fuera el medio más vil de manipulación por parte de aquel que se autoproclamaba "mejor amigo", el dulce niño no tenía la más mínima idea de la compleja realidad, que aquel incluso le había dicho una quinta parte del precio real que estaba pagando aquel duro por el día.

De un momento a otro, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, humedeciendo su retina y aguantando las ganas de echarse a llorar por no dar una mala impresión. Paolo le había comentado que a estos tipos les gustaba tener a esos niños dulces como trofeos entre sus contrapartes.

-Anda que eres nuevo ¿verdad? -Preguntó el conductor de la negra camioneta donde le transportaban, con el mismo lujo de un animal exótico e ilegal-. Tenía mucho sin ver un rostro tan triste.

Daniel no respondió, solo bajo la cabeza con vergüenza. No quería que nadie le viera a los ojos. Sentía que el resto de las miradas podían devorarlo, al punto que no quedara absolutamente nada de él.

-Anda, no tengas pena, he visto más de lo que te puedes creer -Su interlocutor detuvo el automóvil, aparcándolo para alcanzarle un pañuelo que guardaba en la guantera-. Anda, sécate las lágrimas, no es bueno aguantar lo que sientes.

Con timidez, tomó el pañuelo, secándose los silenciosos sollozos con cierta vergüenza, atreviéndose solo entonces a mirarlo a los ojos, a aquel extraño que le hablaba con generosidad. Se dio cuenta entonces que no era tan viejo como creía. Quizás tendría unos treinta años, un poco más tal vez.

-No tienes que tener ningún tipo de vergüenza a mostrar lo que sientes mientras estamos en camino, eso sí, te sugiero que trates de ser lo más profesional posible.

Sonaba tan horrendo llamarle a ser un puto algo profesional. Aunque seguro debían haber los "grandes" del genero, como en cualquier otra cosa. Paolo era uno por seguro.

-A estos hombres les encanta ver que se asusten o lloren, les estimula a ser peores en lo que les estén haciendo. Por eso si no quieres sufrir demasiado, lo mejor sería que te mantuvieras más tranquilo.

Le dedicó una última sonrisa que le sacó un par de arrugas junto a la nariz y los ojos, girándose de nuevo para retomar el rumbo a su destino. Tan pronto llegaron que apenas Daniel tuvo oportunidad para concluir que su "cliente" era un sádico.

Traspasaron el amplio portón de hierro con diseños de florituras elegantes, pasando por amplios jardines con una fuente y estatuas de mármol finamente talladas, y tanta fue su curiosidad que apenas cayó en la realidad cuando estuvieron frente a frente con la entrada de la mansión, la madera laqueada de dorado deba la impresión que fuera oro increíblemente pulido.

Le ayudaron a bajar y su chofer le indicó a los guardias que custodiaban la entrada que él era el jovencito que el "patrón" esperaba. Daniel los analizó de arriba abajo con suma curiosidad. Eran tal cual en las películas que solía ver cuando Iván se iba al trabajo y él no tenía nada de nada para hacer. Vestidos elegantes, con esmoquin negro y camisa blanca, de corbata negra y lentes negros espejados, tal cual como agentes de la CIA. Incluso tenían el cabello engominado, peinado hacia atrás y con un micrófono mínimo colocado estratégicamente en la solapa.

Aunque a diferencia de las novelas, estos hombres, que le comenzaban a llamar "ragazzo" casi como una película siciliana del Padrino, no eran tan feos. Lo condujeron en poco tiempo hasta un amplio salón finamente decorado, que por un instante le hizo creer que entre tanto lujo había traspasado el tiempo hasta esta en Versalles. ¿Cómo algo tan amplio y de ambiente tan barroco podía estar en una ciudad tan modesta?

Oh sí, que tonto, se le olvidaba que esto era fuera de la ciudad.

Y allí estaba, finalmente, cara a cara con el hombre que le hizo un desplante y ahora lo volvía a pedir como si fuera un producto que no se agotaba. Aunque a cambio de un precio alto como la vida de otro (al menos eso era lo que Paolo le había hecho creer).

Sentado en el diván y revestido con un esmoquin blanco, el Lugo le miraba con atención, haciéndole un gesto desde la distancia para que se acercara, obedeciendo a paso tan lento que un caracol le había ganado la carrera.

Conforme estaba junto a él se dio cuenta de ciertos detalles que no había captado aquel día. Tenía el cabello oscuro, negro azabache y ligeramente rizado, al igual que los ojos verdes, profundos. La nariz perfilada dominaba el resto de sus facciones, con un las cejas arqueadas dando un toque de suspicacia a su mirada. Una sonrisa de labios finos que invitaba.

En general, el hombre no era tan horrible como le había parecido al principio. Todo lo contrario, era muy guapo. Y tenía algo en especial que se le hacía bastante familiar. Fue entonces que no hubo escapatoria, estaba sentado a su lado, sintiendo ese aroma que despedía. Una mezcla de humo de cigarrillo y colonia fina, que a pesar de todo no le resultaba del todo desagradable.

Al menos, si la mala impresión se daría en la noche, quería causar una buena en la tarde ¿Era justo verdad?

-Me complace tanto que hayas aceptado venir, Daniel.

Su voz tenía un tono grave, como la de Iván, pero no era tan sensual, ni producía que su corazón vibrara cuando le llamaba por su nombre. Por el contrario, esta le daba la impresión que le llamaría por su nombre más tarde del mismo modo en que llamaría a un perro.

-¿Deseas una copa de vino?

Amabilidad, todo para que todo se diera con calma.
Profesionalismo, para dar la mejor impresión.
Mañana se refugiaría en los brazos de Iván, y pediría perdón a todos los santos por lo que haría ese día.

-Me agradaría. -Respondió finalmente.


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