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PiercedEye por Vanuzza

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Notas del capitulo:

"Una vez le has dado un nombre a algo o alguien... tu corazón se ha encariñado para siempre"

Cálido… Se sentía tan cálida la sensación. Entreabrió los ojos, despertando, sintiéndose como si un tren le hubiera pasado mil veces por encima. Observó el lugar dándose cuenta que no estaba en su casa. Aunque, después de haber sido echado era imposible que se encontrara allí. Sintió que las lágrimas se acumulaban en su retina…

-Puedes llorar si lo deseas…

La voz le sobresaltó, no se había dado cuenta que alguien estaba a su lado. Era aquel ángel nazi, o bueno, no era un nazi, pero llevaba aquella cruz de hierro que le recordaba a las milicias alemanas que alguna vez vio en un libro de historia en el liceo. El cuerpo entero le dolía, siendo justo en ese momento que se dio cuenta que estaba desnudo, y que la herida de su brazo estaba siendo tratada.

-¿Cómo…?

-¿…Llegaste aquí? –Completó la pregunta, comenzando a vendar las heridas que el cuero del cinturón había conseguido abrir hasta romper la piel- Supongo que los médicos tenemos una tendencia natural a ayudar al necesitado. Bueno, al menos, los que no pensamos solo en dinero.

¿Doctor? Se preguntó al respecto largo rato, observando la gran cantidad de tatuajes de sus brazos, los piercings en el cartílago izquierdo y la cabeza rapada. La montura de unos lentes sobre el tabique fino de su nariz. Aquellos ojos almendrados, de mirada atenta, profunda. Y la sonrisa que le estaba dedicando le hizo ruborizarse.

-¿Sucede algo?

-No…no es nada…solo pensaba.

-¿Sobre los tatuajes? ¿La cadena entro otras cosas? –Ahogó una carcajada cuando este asintió, bueno, ya tenían por donde conversar y distraerle de las molestias mientras continuaba con el otro brazo- Bueno, esta cruz era de mi abuelo.

-¿Era militar? ¿Luchó en la guerra? –El doctor asintió, encantado de vez aquellos ojos iluminarse de curiosidad, tan distintos ha los que había observado cuando le encontró.

Esa mirada solitaria, perdida, dolida, muerta. Había un sinfín de adjetivos que podía atribuirle a aquellas pupilas, y sin embargo ninguno era totalmente capaz de cubrir el sentimiento que expresaban sus pupilas miel. Aquella frágil, y sangrante figura, temblando del frío, que le hizo sentir tal compasión que lo tomó en sus brazos para llevarlo a su casa.

-Doctor…doctor… -Su voz le sacó de sus divagaciones.

-¿Si? ¿Sucede algo? –preguntó comenzando a vendarle.

-¿Cómo se llama?

-Iván. –Respondió, terminando finalmente de curarle-. ¿Y tú?

-Daniel.

-Bonito nombre –comentó, arropándolo con cuidado de no rozar demasiado la piel amoratada. Por suerte no había fracturas, y todas las heridas eran superficiales. Acarició sus cabellos con delicadeza, creyendo conveniente el preguntar finalmente la razón de todo aquel embrollo en el que parecía haberse metido- ¿Qué hacías en medio de la lluvia y en este estado?

-Mi padre me echó de mi casa. –Confesó, entornando la mirada con tristeza. Iván estuvo por disculparse cuando este prosiguió- Intentó abusar de mí, me negué y enloqueció.

-Desgraciado, abusar de alguien tan precioso… ¿Cómo pudo atreverse a mancillarte de esta forma? –Comentó, causando un nuevo arrebol en las pálidas mejillas de Daniel- ¿Entonces no tienes donde ir?

-No se preocupe, mañana mismo iré en busca de un cuarto en… algún sitio.

-¿Tienes dinero?

El niño negó con la cabeza lentamente, dándose cuenta que lo más cercano a “algún sitio” sería un callejón o con suerte una cajita de cartón.

-¿Alguien quien pueda recibirte?

Daniel pensó en Paolo, pero recordó que hacía dos días que se había ido con ese tal Lugo a vacacionar una semana por Cancún. Frank y Johnny eran demasiado “fresitas” para recibir a una persona agraviada a ese punto física y emocionalmente. Negó nuevamente, analizando las posibilidades a disposición. La cajita de cartón le parecía mejor sitio.

-Te quedaras conmigo entonces.

¡¿Qué sé qué?! ¿Cómo era posible que el doctor pensara en aquella posibilidad? Alguien que debía de estar sumamente ocupado, como podría contemplar la posibilidad siquiera de tener que cargar con él.

-No, Iván, no podría. Ya has hecho demasiado por mí.

-Al contrario, creo que tú has hecho algo por mí. –Iván no estaba seguro de porque había dicho esas palabras en realidad, pero sentía que más adelante, agradecería haberse encontrado con él esa noche de lluvia tormentosa que aparentemente no tenia fin pues seguía predispuesta a azotar incansable la ventana, al punto que sentía que se rompería en cualquier instante.

Daniel le miraba sin creerlo, pareciéndole asombroso, como un regalo del mismo Dios, el hecho de que alguien pudiese preocuparse por él- ¿Realmente…puedo quedarme aquí?

-La pregunta ofende, claro que puedes quedarte aquí el tiempo que gustes –Contestó-, Aun debes de sanar tus heridas, Daniel. –Le gustaba la sensación sutil en sus labios al pronunciar su nombre, o quizás el modo en que al hacerlo, los ojos del susodicho se iluminaban de una hermosa manera.

El hecho era, que solo había oído su nombre en las listas de asistencia de la universidad. Sus ‘dizque’ amigos le llamaban por cualquier apelativo, su padre siempre le trataba de usted como si fuera un extraño, o gritándole insultos. El escuchar su nombre pronunciado de buena manera, le hacía sentir algo especial, único…

“Una vez le has dado un nombre a algo o alguien… tu corazón se ha encariñado para siempre”



*


La luz había titilado un millar de veces en la casa de Christopher hasta que finalmente se fue, dejando todo a oscuras a excepción de las velas y una luz de emergencia.

-¿Tienes algún siete? –Preguntó Carrie, aburriéndose ya de jugar con las cartas, tomando un largo sorbo de la smirnoff que Eros había sacado de la hielera.

-No, ve a pescar. –Dijo Christopher, que aun detallaba a la luz de las velas, aunque de un modo menos romántico, a Carrie. Incrédulo de que un hombre pudiera ser tan hermoso, sintiéndose confuso también.

El aceptaba con total naturalidad el hecho de que Merlov y Eros fueran novios, al igual que todos los “del otro bando” que últimamente se cruzaban en su camino, pero jamás había considerado la más mínima posibilidad de que se enamorara de un hombre. Aunque, el no se había enamorado “literalmente” de un hombre, el se había enamorado de una chica muy bonita, que en realidad se trataba de un chico precioso, hermoso, maravilloso, con unas piernas que…

-¡Argh! –Exclamó, revolviéndose el cabello con desespero. Era uno de los gestos que su primo y él tenían en común al sentir como se enredaban sus pensamientos, llevándolos al borde de la confusión.

-¿Qué le pasa? –preguntó Eros confidencialmente al gótico y al punk.

-Ah, seguro ya su cerebro está trabajando y sacando respuestas. –Se carcajeó Merlov, imaginándose la lucha mental que debía de tener su primo ante el hecho de que la linda Carrie no era una “linda”. Le tendió una smirnoff- Toma, primo, para que se te baje la excitación.

-¡Que excitación, anarco! Si estoy completamente en paz –aseguró, aunque eso solo causó una sonrisa divertida en sus tres amigos. Empinándose la botella, bebiendo más de la mitad en un sorbo.

-Ah claro, no se te hizo una carpa de solo imaginar lo que hay bajo esta falda ¿eh? -Preguntó Merlov, señalando para hacer énfasis en la falda negra de encajes de Carrie, a lo que Eros le dio un codazo.

-Ah, a él le pasó más que solo una carpita –Carrie les seguía la corriente, por el simple placer de atormentar al rubio.

-¡No, nada de eso! –Replicó, con las mejillas sonrojadas y cubriéndose la entrepierna con las manos, causando la risa de sus compañeros de banda y mejores amigos. Detallando entonces la forma en que Carrie se reía. Era elegante, sublime, pero expresaba una plena felicidad al mismo tiempo, abierta, alegre.

Su corazón se batía apresurado en su pecho.
Sin darse cuenta, quizás si le pasó “algo más” que una carpita.


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