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PiercedEye por Vanuzza

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Notas del capitulo:

~Enjoy

Se había quedado pasmado, frente a él estaba el hombre que tanto había admirado, y que aun así había sido la causa de su desdicha. Sintió que sus heridas volvían a doler, arder como si siguieran en carne viva, aunque no fuera así realmente. Su corazón palpitaba como el de una avecilla asustada. ¿Qué hacia el aquí? ¿Por qué estaba allí? Principalmente ¿Cómo le encontró?

 

-Daniel, ¿Quién está en la puerta? -Preguntó Iván desde la cocina, siguiendo con la masa que el joven pelirrojo dejó a medias.

 

Su voz sacó del ensimismamiento al padre de Daniel, ensanchando los parpados, sus pupilas parecían dos llamas de fuego ante la furia que parecía provocarle su sola presencia.

-¡Tu! ¡Maldita perra! -Gritó, azotando la puerta para cerrarla, olvidándose de que no estaba en su casa-. Desgraciado ¿¡Qué diablos haces aquí!?

 

Aprovechó que su hijo no reaccionaba a la impresión, estampándole un puñetazo contra su rostro aun amoreteado de la paliza anterior, con tal fuerza que cayó al suelo, golpeándose la cien con el borde de la mesa.

 

Le tomó del cabello para levantarle con brutalidad, gritándole nuevamente- ¡Sea un hombre! ¡Parece y defiéndase!

 

Levantó el brazo para volver a golpearle, más sin embargo su muñeca fue sostenida fuertemente por otra mano, apretándola de tal forma que estaba por cortarle la circulación. El doctor le había detenido.

 

-No lo toques. -Su mirada era distinta, la calidez que desbordaban se enfrió a un punto que Daniel podía sentir un frío casi ártico sobre su piel, encogiendo su corazón y a la misma vez reconfortándole-. Suéltalo ahora mismo, Richard.

 

Richard bufó, casi como una bestia desganada, dejándole ir-. No me detengas al regañar a mi propio hijo, Iván.

 

-¿Regañar? ¡¿Llamas a esto regañar?! -Preguntó, apretando los dientes, enfurecido de que usara su sala como rin de boxeo, y peor aún, que tratara de ese modo a su hijo- ¿Tu hijo? ¿¡Tú eres el animal que le ha hecho esto!?

 

De un empujón le mandó contra la pared, ayudando a Daniel a levantarse, protegiéndole tras su espalda, a lo cual el pelirrojo se aferró a su bata de laboratorio, aterrado de que su mundo se fuera a quebrar una vez más, escondió el rostro contra la tela suave que incluso conseguía lastimar su cara amoreteada. Esperó lo peor.

 

Sin embargo nada sucedió.

 

Un bufido, un portazo, un suspiro cansado de su amado doctor. Era agotador sostenerle la mirada a tu anterior jefe- Vamos, hay que curarte -Le habló con suavidad.

 

Daniel levantó la mirada, sin comprender lo fácil que se había marchado aquel diablo. Aunque quizás el hecho de que estuviera sobrio (aparentemente) ayudó a su raciocinio. Y su doctor, quien le dio calor, hogar, comida, salud... seguía defendiéndolo de la tempestad de una u otra forma. Las lágrimas acudieron como una tormenta a su retina. Su corazón compungido, apretado, se sentía pequeño, insignificante, tan conmovido, y con la sensación de no merecer todo lo que aquel hacia por él.

 

-¿Eh? ¿Qué sucede, Daniel? -Preguntó, acariciándole el cabello de forma que pudiese apartar uno de los mechones que ocultaban su tierno rostro infantil- ¿Te duele aun?

 

Sus palabras, su preocupación, su voz...

 

-¿Daniel?

 

La forma sutil con la que decía su nombre...

 

No resistió más su deseo, lanzándose a sus brazos con sumo afecto, aferrándose a la tela de su ropa y llorando en su hombro con desconsuelo. Sus latidos se apresuraron, sus lágrimas empapaban todo a su paso, y en ese instante sintió la necesidad de decir lo que su corazón nunca había expresado.

 

-Te quiero

 

-¿Me quieres? -preguntó el médico, sorprendido y con las mejillas enrojecidas, sonriendo con afecto mientras correspondía al abrazo delicado, de aquella figura susceptible a todos los cambios de su exterior. Le recordaba a un gatito en medio de la lluvia-. Yo también te quiero.

 

Daniel deseó decirle que sentía más, que no solo era querer, que en el fondo realmente gritaba que le amaba, pero no se atrevía. A pesar de todo, era muy pronto, quizás Iván lo malinterpretaría todo.

 

Lo que no sabía es que el médico comenzaba a sentir lo mismo.

 

 

*

 

Era una de las pocas veces en que Eros y Merlov se quedaban a solas. Últimamente Christopher y Carrie se les habían adherido como un chicle en el zapato a la pareja. Pero Carrie tuvo el gran antojo de comer pan dulce, y al no quedar ninguno en la alacena decidió ir a la panadería, junto con Chris que no estaba dispuesto a dejarlo solo. En especial con esas ropas de lolita gótica.

 

"Quien sabe si se lo quieren violar" Dijo, con las mejillas rojas tal cual un par de faroles navideños "Debo ir y protegerle"

 

El punk rió en el recuerdo, imaginando a Chris de caballero andante y a Carrie como una princesa vampirice, puesto que no había manera de que lo idealizara vestido de príncipe. Por lo visto, ni el niño gótico se veía así. Le agradaba su forma de expresarse y decir que era el mismo, no importándole lo que la sociedad estableciera. Al fin y al cabo, los cuatro se la pasaban rompiendo estereotipos.

 

Comenzando por ellos dos, un punk y un emo que se amaban en secreto.

 

Merlov frunció el entrecejo, analizando lo que significaba "amarse en secreto" le daba vueltas y vueltas al asunto, pero seguía sonándole a sexo, como las historias que su madre veía en la televisión, esas novelas de infidelidad y amores prohibidos al más estilo Márquez de Sade, pero traídos al siglo XXI. Y... ellos no habían tenido sexo.

 

No porque el emo no quisiera, siempre le insinuaba, pero había una razón que carcomía en su cabeza, quería sentir que todo fuera especial entre los dos. Hacerle sentir el mismo bienestar, que su sola presencia le producía. Escucharle gemir quedamente en su oído, murmurar te amos en el de su niño con nombre de Cupido.

 

Suspiró pesadamente, acurrucando más a Eros contra su cuerpo, dejando una larga serie de besos por todo su rostro. Sus parpados cerrados con delicadeza, su nariz pequeña y perfilada, sus labios sensuales, aterciopelados, de botón de rosa. El aroma delicioso de una droga irreconocible que su piel despedía, embriagándole. Perdiéndose en sus ojos cuando le vio despertar.

 

Era uno de esos instantes, en que sabía que nunca le dejaría de amar.

No importaba nada, sin saber que pronto se acercarían las reales pruebas de amor para la mente y el corazón.

 


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