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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Fool: kneel for me again. You do believe, so I can say that you are owned by me. You do believe, so let us pray for all those fools that be.

Tonto: arrodillate de nuevo para mi. Como tu crees, me perteneces. Tu crees, asi que recemos por todos esos tontos que hay. (Fools of damnation, fragmento. Epica.)

13º Fools of damnation.

 

El sueño, si en verdad había sido un sueño, absorbió toda la atención de Teodoro al día siguiente. ¿Lotario? ¿Teodora? Le gustaría pensar que todo eran alucinaciones, pero... Enrico también vio al hombre de la capa. Quizá esa visión si fue real y el sueño un producto de su imaginación, del subconsciente... en el sueño el hombre lo había convertido en mujer: eso podía ser un claro símbolo de su problema de identidad sexual. Vamos, que en su sueño hasta era "Teodora"; parecía un chiste. Teodora, Teodoro... las estadísticas para que en tu vida anterior fueras Teodora y en esta Teodoro debían de ser bajísimas, y eso, asumiendo que las vidas pasadas existieran.

La reencarnación era una creencia básica para los tibetanos. El Dalai Lama siempre era el mismo, reencarnado una y otra vez, a veces incluso, todavía no se moría cuando ya había reencarnado. ¿Se bilocaba como los santos?

Que bilocaciones ni que nada. El era católico no budista. Hasta donde él sabía la gente no reencarnaba: se muere y se va al infierno, al purgatorio o al paraíso. No regresa. Aun así... los judíos del tiempo de Nuestro Señor consideraron la posibilidad de que fuera alguno de los profetas reencarnado. La bruja de Endor hacia comparecer a los espíritus...

Las grandes religiones de occidente, nacidas en medio oriente, no creían en la reencarnación. Pero las grandes religiones de oriente si. ¿Seria diferente para unos y otros, en realidad el ser humano era capaz de crear incluso el más allá a su conveniencia?

Teo sacudió la cabeza, eso era absurdo. Los silogismos cuánticos solo valían para la ciencia, para la ciencia, si, o el móvil estaría pitando todo el día en vez de solo cuando lo necesitamos. Pero el mas allá... vamos, ni siquiera otra avanzadísima rama de la física moderna se plegaba a las explicaciones de la teoría cuántica: la astrofísica, las cosas a gran escala, el big bang: nada de eso obedecía las reglas que rigen lo mas pequeño. Ni siquiera Stephen Hawking con todo su genio había logrado reunirlas, fusionar la teoría que explica lo inmensamente grande con la que explica lo inmensamente pequeño.

Tal vez todos esos científicos fueran tan necios como San Agustín tratando de entender el misterio de la Trinidad.

La clase de matemáticas terminó, los alumnos se encaminaron animadamente al laboratorio de química. El profe Santorini, uno de los pocos docentes seglares, era tan apocado que escribía el experimento en el pizarrón y se escondía en el gabinete de los reactivos: si te quedaba alguna duda y se la ibas a preguntar te contestaba en voz bajita y sin mirarte.

Con semejante profesor la clase de química era un desmadre. Elisabetta y sus amigas practicaban los más in pasos de baile y se maquillaban las unas a las otras sin saber o sin importarles que los putos cosméticos son inflamables. Y en esas asquerosas uñazas como garras debía quedar una cantidad alarmante de residuos químicos cada que se dignaban hacer el experimento.

Teo hacia equipo con los más tímidos cuando no podía hacerlo el solo. Echaba mucho de menos a Javiercete en esa clase. Y al profe Durán. En Castilleja, en clase de química, nadie osaba parpadear sin la instrucción directa del viejo químico.

Cuando fue por los reactivos Elisabetta le fue a la saga, llegándole por detrás con un repegón de tetas y caderas, importándole bien poco que el profesor Santorini estuviera de cuerpo presente a escasos metros.

-Cuidado. - le dijo, dispuesto a tomar aquello como un resbalón.

-Mídeme mis cosas Teodoro. - la chica pronunciaba su nombre con una voz muy cantarina.

-Mídetelas tú. - se apuró a echar los polvos en el cucurucho de papel previamente pesado para obtener la cantidad exacta.

-No seas malo... - Elisabetta violaba su espacio personal.

Teo no dijo nada, retiró tantito polvo con la espátula hasta que la báscula estuvo en perfecto equilibrio. Elisabetta metió una mano en su saco.

-¡Oye! - le reclamó, moviéndose bruscamente y tirando un poco del preciado polvo - ¡Joder! - exclamó molesto - ¡Quítate, no lo toques! Es muy alcalino. - Teo se apresuró a limpiarlo con una escobetilla seca - Ahora tendré que volver a pesarlo. ¿Por qué no vas a... rizarte las pestañas o algo? - le espetó y miró al profesor como para solicitar su autoridad, pero Santorini ocultó la cabeza detrás del libro de practicas.

Elisabetta salió haciendo pucheros. ¿Por qué no podía dejarlo en paz? ¿No entendían ella y toda esa bola de taradas que siendo tan ofrecidas asqueaban a los hombres? Tan encimosas, tan empalagosas: hartaban a cualquiera.

Ya no se podía ir al antro sin que una docena de tías te acosaran "dando el primer paso", tal y como sus estúpidas revistas se los habían enseñado.

Alejó todo aquello de su mente armando el sistema de destilación con ayuda de Iuliano, un pecoso que cada que podía robaba el acido salicílico para su acné.

Al terminar la clase se quedo recogiendo y lavando el material, para ser el último en salir y no socializar con nadie, pero en clase de química, ese gesto le valía la simpatía de sus compañeros. El profe Santorini abandonó su escondite para ayudarle. Mientras cerraba las ventanas se fijó en que Elisabetta estaba afuera. ¿Y si salía por una de las ventanas atravesando la huerta para no topársela? No tuvo que hacerlo porque el bravucón del colegio, un tal Rossi o Brossi, la abordó.

-Elisabetta, ¡ven conmigo a la convivencia del día de san Valentín!

-No Bruno. - la chica se volteó- Voy a ir con alguien más.

-¿Con quién? - preguntó el muchachote enrojeciendo de celos.

-¿Qué te importa? - su voz no era nada cantarina cuando hablaba con Rossi, comprobó Teo al salir - ¡Déjame, vete! ¡Teodoro!

Teodoro  echó a correr, no paro hasta atravesar la verja del colegio, dejando tras el los ecos de la airada discusión de sus compañeros.

 

***

 

Enrico ultimaba los detalles de su plan de San Valentín. Estaba obsesionado con el: quería darle una gran sorpresa a Teo pero sin darle a notar su amor, solo su amistad. La sangre tedesca de su padre le daba fuerza para mantenerse firme en su decisión de reprimir el deseo que Teodoro le inspiraba. La ternura si podía demostrársela, pero tampoco tanto. Si se diera rienda suelta se la pasaría pellizcándole los cachetes al pelicastañito. Era adorable, con su carita apática y su aire de genio retraído.

En cuanto a los otros deseos... ¡mamma mia! Le urgía una visita a la Casa de los Placeres para desfogar con otro la pasión que su pupilo le encendía. Se le hacia horrible esa atracción: una especie de incesto. Teo era un niño a su cuidado. Debía protegerlo paternalmente, no calentarse con él.

La primera vez que leyó de una relación así fue en "Enrique de Lagarderé o el Jorobado". El protagonista criaba a una pequeña princesa cuyo padrastro quería matarla y luego de haberla visto crecer se enamora de ella. Sintió asco al leer aquello. ¿Cómo podía desear follarse a una niña a la que había cambiado los pañales? Era repugnante.

Ahora el repugnante era el, si bien a Teo lo había conocido del alto que tenia ahora y desde hacia solo semanas.

Igual encargó  a la repostería los pétalos cubiertos de chocolate.

 

***

 

Globos de helio en forma de corazón saturaban el paisaje. Los niños pequeños jugaban con el padre Lawrence: literalmente, jugaban con él. Mensajeros vestidos con lo que pretendía ser una túnica griega, aureola y alitas repartían mensajes de amor, chocolates y flores disfrazados de algo a medio camino entre Cupido y un ángel. Algunos mensajes eran poemas declamados, particularmente vergonzosos para quien los recibía, sobre todo si era chico. A las chicas les gustaba más.

El 14 de febrero no había clases. Todos los alumnos entraron a las nueve de la mañana vestidos con ropa casual para participar en los eventos del día de un santo que ya no figuraba en el santoral por ser legendarios sus orígenes. Esto ni impedía que el festejo incluyera la representación teatral del martirio del hipotético santo romano que casaba cristianos cuando el emperador Claudio lo prohibía. Los niños de kínder harían un baile. Todos los grupos de primaria y secundaria contribuían con un acto. Los padres y hermanos podían asistir.

Teo acudió solo y de uniforme. Le gustaba el uniforme, le hacia sentirse protegido, parte de un grupo, sin necesidad de destacar. Tomó asiento en una de las sillas mas alejadas del improvisado escenario montado en el centro del enorme patio escolar donde los niños de primaria jugaban a la hora del recreo.

Después de las representaciones artísticas habría kermese, y por la tarde-noche los alumnos de secundaria y preparatoria tendrían su convivencia. Habían tapiado las ventanas del salón más grande para improvisar ahí una disco. Incluso se iba vender vino y cerveza.

Señoras guapas y feas y uno que otro marido se acomodaban. Un contingente de cupidos-ángeles se acercó a él. Teo intuyó peligro y emprendió la graciosa huida al baño, pero fue interceptado. Ningún mensajero quería cederle primacía a otro por lo que los cinco italianos declamaron sus poesías a la vez. La gente lo miraba y Teo estaba avergonzado. Aturdido, firmó los recibos de poemas, flores, chocolates y tarjetas. Malhaya la hora en que los de tercero de secundaria organizaron las entregas anónimas de día de san Valentín para financiar su baile de graduación. ¿Cómo era posible que le gustara a tantas chicas, se preguntó al verse cargado de regalos, como era posible que les gustara hasta el punto de mandarle regalos? En Castilleja no le pasaba así: debía de ser por la novedad. Por ser el estudiante de intercambio.

Entro al baño y dejó los ramilletes de flores sobre los lavabos, por si algún chico deseaba tomar uno y dárselo a su novia. Consideraba si dejar los chocolates o llevárselos cuando la puerta se cerró de un portazo.

Teo se giró, temiendo encontrar a su fantasma pero no era un muerto sino un vivo muy vivo, y cargado de mala leche, el que ahí estaba. Bruno Rossi, o Brossi. Tronándose los nudillos parado frente a la puerta. Teo tragó saliva, era muy alto, y fuerte. Caminó hasta quedar frente a él.

-Compermiso.

-Tú miserable gusano...

-¡Compermiso! - repitió Teo cabreado, empujándolo.

Pero Bruno le sacaba ocho centímetros y como treinta kilos. Lo aventó contra los lavabos.

-Enclenque don juan... ¡Tú! - Bruno tenia la cara congestionada - ¡Tú vas a llevar a Elisabetta al baile! ¡Vas a pasar la convivencia con ella o te quebraré los huesos!

-¡Ja! - Teo se indignó y la sangre caliente bulló en él - ¿Tú y cuantos más?

-¡Yo solo gusano! - cogió un ramo de rosas rojas y se lo aventó - ¡Vas a regalarle esas flores a Elisabetta y...

-¡Que se las dé su madre! - replicó Teo arrojando el ramo al pecho de Bruno - Yo no quiero nada con esa gilipollas.

-¡Como has dicho!

-Gi-li-po-llas. - deletreó Teo, sádico en su superioridad intelectual - Significa imbécil. Tarada. Tonta del ciruelo.

Bruno arremetió a ciegas, con la fuerza bruta de su puño. Teo se escurrió hacia un lado y los dedos de Bruno crujieron contra el espejo, rompiéndolo. Teo tropezó con un basurero de hierro que rodo estrepitosamente. Con un bramido Bruno se lanzó sobre él. Teo ganó la puerta en el momento en que el padre Aramis la abría y le dio un portazo en plena cara.

-¡Quieto! - ordenó el cura bajito y francés, apuntando a Bruno que se venia con ojos de toroloco. Resoplando, el muchachote se paró, mirando incrédulo el dedo admonitorio del secretario. - ¿Estas bien? - le preguntó a él.

Teo se había llevado las manos a la cara por instinto y las retiraba bañadas en sangre. Se tocó la nariz: por lo menos no se la había roto.

-Si. - se acercó al lavabo y se enjuagó. Bruno seguía furioso pero no se atrevía a golpearlo delante del padre Aramis. El cura del bigotito imponía. El o su daga, concluyó al ver que el dedo admonitorio no era tal sino una pequeña daga triangular, de las que en Japón son llamadas kunais.

Aramis entró y cerró la puerta: noto la mancha de sangre y haciendo caso omiso de que lo mal que pudiera estar Teodoro era su culpa impuso orden.

-¿Qué pasó aquí? - ninguno de los dos hablo - Que paso aquí. - repitió el padre.

-Elisabetta... - dijo Bruno - Éste prometió a Elisabetta que iría a la convivencia con ella y no le quiere cumplir.

-¡¿Qué!? ¡Mentira! ¡Yo nunca le he prometido nada a esa!

-Oh, la mujer, la mujer... - suspiró el padre Aramis sacudiendo la cabeza- No es pretexto para hacer estos espectáculos mas propios de una taberna de puerto que de un colegio de señoritos. Estas escenas no pueden suceder, ¿entendido? El colegio tiene bastante con una sola demanda...

-¡Demanda entablada por culpa de éste! - lo señaló Bruno - ¡De sus mariconadas con el barón! - Teo dejó de limpiarse con toallas de papel mojadas - ¡Por eso no quiere llevar a Elisabetta!

-¡Basta! - dijo el padre lanzando su daga por entre los centímetros que los separaban - Señor Rossi usted no puede obligar al señor De Haro a que vaya al baile con ninguna señorita. Más le vale dejar este asunto por la paz, señor Rossi, por el bien de su carta de buena conducta.

-¡Favorecen a Haro porque el barón es su tutor!

-Una palabra más y su carta de buena conducta dejara de existir, señor Rossi. - Aramis esperó a que Bruno dejara de resoplar - El señor De Haro es un estudiante  más, uno al que todos deberíamos exforzarnos en hacerlo sentir cómodo ya que viene de intercambio desde nuestro colegio hermano de España. Dense la mano. - Teo se hizo el remolón pero un ligerísimo rictus del labio superior del padre, que movió su bigote derecho, fue suficiente para convencerlo. Se la dio y Bruno se la apretó en exceso. Teo también se la apretó duro. - ¿Quién rompió ese espejo?

-Yo. - admitió Bruno.

-Tendrá que acompañarme a que le pase la factura, señor Rossi. Señor De Haro, le sugiero que disfrute del festival. - abrió la puerta y lo invitó a salir como un maître invita a entrar al restoran.

A Bruno lo cogió por el brazo y se lo llevó a la dirección. Antes de entrar en esta el muchachote alzó el puño amenazadoramente en dirección a Teodoro.

El pelicastaño se sentó en la última fila a ver como san Valentín era crucificado en un martirio un tanto inexacto porque fue el emperador Nerón, no Claudio, el de la idea de crucificar a los cristianos. Le dolía la nariz y le escurría un poco de sangre, buscó un pañuelo en su bolsillo pero lo que sacó fue una cartita. Color de rosa y doblada con origami. Recordó a Elisabetta metiéndole mano en clase de química. La desdobló y confirmó sus sospechas.

Era la invitación de la chica a ir al baile con él.

Continuara...

 

Notas finales:

Fools, everyone. Toditos tontos del haba. Desde San Agustin hasta Elisabetta la de la sonrisa atornillada.

Un enlace a la cancion de Epica, por si alguien esta interesada:

http://www.youtube.com/watch?v=csYBwZPCleY

Ahora una noticia, con mi nuevo trabajo tendre menos tiempo libre, aun asi, procurare seguir actualizando dos veces por semana, aunque no lo prometo.

Foolish kisses!!!


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