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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Cuando Ulises desembarcó en Ítaca, sólo llegó hasta la primer cantina y mejor se regresó.

26º   La vuelta a Ítaca.

 

Cádiz es lo primero que una ve cuando regresa por trasatlántico a la madre patria. Tomada por saco en 1596, asediada en 1811... La vieja ciudad seguía ahí, viejo finisterre.

Cádiz, Sanlúcar, Sevilla. Por fin Sevilla luego de tantos años. Era una niñita cuando salió de ahí y se juró jamás regresar hasta haber cumplido su venganza. Agnese Sidonia, Sidonia como aquella Elisa que también había vagado expatriada por el Mediterráneo...

El fuerte viento arrebató su pañuelo rojo de su cabeza, y el último vestigio de su vida como gitana se perdió la espuma del mar. Agnese, bajita y voluptuosa, solo un poco pasada de peso, ya no vestía con faldas coloridas de satén ni blusas de corte campesino. Ahora vestía jeans y camiseta de tirantes. Había vendido a un ropavejero toda la parafernalia de su antigua profesión. Solo había conservado los instrumentos de su don: la bola de cristal, la baraja del tarot, su libro de magia, (comprado a un precio excesivo a un marchante guapísimo) su cuarzo y su guardapelo de oro. El pañuelito se lo había quedado casualmente, traspapelado con su ropa intima.

Aquellos instrumentos eran parte de si, una extensión de su cuerpo, como los anteojos lo son de las personas miopes. Los necesitaba. Sobre todo para poder encontrar a Teodora Ortelano y aspirar a la redención.

Bajó del ferri y jaló por las calurosas calles su maleta de rueditas: una vida de vagabundeos no le había dejado mucho, pero siempre, por mas pobre que una sea, tiene algo que llevarse, una pertenencia que no quiere dejar atrás. Pregunto por la calle del Curro hasta que un transeúnte fue lo bastante amable para contestarle y entonces se dirigió al número 19, a "El templo de la copla", el tablao de su amiga La Niña.

Ojala la amistad haya sobrevivido lo bastante intacta para que me de trabajo de fregona, rogó Agnese.

Un anciano desmesuradamente gordo, vestido de blanco y fumando un puro fue lo primero que vio cuando entró al local.

 

***

 

-¡Dios santo! ¡¿No saben lo que le ha pasado a Elisabetta?!

La amiga-sin-nombre-#1 de Elisabetta se dirigió a todos arrojando su mochila sobre el pupitre.

-¿Qué le ha pasado? - preguntó la comedida de la clase.

-¡La ha atropellado al autobús escolar!

A Teo se le escapó una carcajada y la amiga anónima lo fulminó con la mirada. No iba a disculparse aunque debería: la escena le recordó terriblemente a la de aquella película, "Chicas pesadas".

-¡Cielos! ¿Y como está?

-Ella esta fuera de peligro, pero el bebé... - la amiga hizo una pausa elocuente - Tal vez aborte.

Murmullos de expectación y preocupación sustituyeron el silencio. Hacia unas semanas había sido un coñazo el anuncio de que Elisabetta estaba embarazada. Se había desmayado durante la clase de educación física y en la enfermería la madre Thérese había descubierto el motivo en un periquete. La estudiante estaba encinta. La pobre monja casi se desmaya también y aunque el padre Aramis corrió a hacerse cargo de la situación el rumor se regó como pólvora, de manera que cuando Bruno Rossi fue llamado a comparecer a la oficina del director todos se preguntaban cual seria el desenlace de los prematuros padres.

Una alumna embarazada en un colegio católico era un escándalo, todavía. En nombre de lo políticamente correcto los padres no podían expulsarla sin más como en el siglo XIX. Los padres de Elisabetta no se lo tomaron con filosofía: cualquiera a 20 metros a la redonda pudo oír los gritos de su madre llamándola puta, a lo que la muchacha lloriqueaba que siempre se había puesto encima para evitarlo... Los padres de Rossi tomaron la actitud de escepticismo, diciendo que su hijo no podía ser reputado por padre del hijo de aquella señorita (dicha con sorna esta palabrita) sin un test genético previo.

Demostrando más madurez que sus progenitores Bruno declaró que él era el padre del hijo de Elisabetta. Elisabetta lo confirmó, y sacando fuerzas de la entereza de Bruno dejó de lloriquear, anunció a sus padres que tendría al niño y que se casaría con Bruno. Bruno, que le había pedido matrimonio desde antes, estalló en lágrimas y dijo que dejaba la escuela en ese mismo instante para ponerse a trabajar y tener algo que ofrecerle a su hijo y a ella.

Sus padres y el padre Aramis protestaron, pero nada se pudo hacer. El muchachote era como un huracán. Volvió al aula solo para recoger las cosas de su pupitre, y aun sin tener certificado de preparatoria consiguió un rentable empleo en la empresa de su padre. Elisabetta decidió terminar la prepa.

Muchas madres de familia consideraron escandaloso que una chica evidentemente embarazada luciera el uniforme, con la faldita ajustada por debajo de la redonda panza, vislumbrándose entre los botones abotonados a duras penas (no era tan avanzado su embarazo pero su ropa si que era muy ajustada). O peor aun, que su novio pasara a recogerla todos los días en el carro blindado, pero nada se pudo hacer.

Era un hecho que después de la graduación Bruno y Elisabetta formarían una familia y no una carrera universitaria. Bueno, la formarían si Elisabetta no abortaba.

Teo se desentendió de las novedades con su notebook. Los exámenes finales se acercaban y con ellos el fin de su estancia en Italia. No quería ni pensar en irse de Italia. Regresar a Castilleja le parecía una broma de mal gusto del destino. Por eso ignoraba los mensajes de su madre urgiéndolo a que le contestara a que universidad quería ingresar o que carrera cursar, y no le devolvía las llamadas a pesar de los reproches de Violeta.

Lo bueno se acaba, reza el dicho, pero el no quería que aquello se acabara nunca. La vida en Belcançone era ideal: tenía un novio y un amigo como nunca soñó tener... Enrico y Lotario: tan importantes, tan separados. Y así tenían que estar. No podían, no debían conocerse. Eran como Cástor y Pólux: cuando uno vivía el otro moría, no podían coexistir.

Enrico y sus noches de pasión... Lotario y sus tardes de convivencia... Le había enseñado la Abadía, la esplendida Abadía como era antes del incendio. La iglesia lo sobrecogió con la belleza de sus ríos de luz y la biblioteca lo enamoró con su torrente de sabiduría.

Enrico le enseñaba como gozar hasta de la ultima fibra de su ser.

Desde que empezara el mes de mayo una urgencia mayor a la de antes apremiaba a Teo a gozar de Enrico, era como si cada beso y cada orgasmo tuvieran que quedar grabados en su alma, pues serian los últimos... un gusanillo se revolvía en lo mas profundo de Teo indicándole a grandes voces que gozara pues pronto no gozaría mas.

Dejo al padre Tezza disertar sobre la ahora risible moral de los confesores del siglo XVII por quince minutos antes de dar su tradicional anuncio, y fue el primero en salir, generando murmullos por su desinterés por la salud de Elisabetta y su bebé, que mucho atribuían a celos de amante rechazado.

Enrico lo estaba esperando en el ferrari, con lentes oscuros para protegerse del sol.

-¿Qué han atropellado a una chica de tu clase?

-¿Ah? Si, a Elisabetta.

Enrico se bajó los lentes oscuros hasta media nariz para verlo directamente.

-¿Con la que estuviste el día de San Valentín?

-Si. - dijo acomodándose a su lado.

-¿Y?

-¿Y qué?

-Te liaste a golpes por ella.

Teo se carcajeó por segunda vez en el día.

-Invenciones de la gente. - le contó lo que realmente sucedió - Estabas celoso, ¿verdad?

-¿Celoso yo? - dijo con indiferencia Enrico, que sin embargo se había quitado un peso de encima.

-Celoso. - insistió Teo. - No tienes de que estarlo tontito: eres el único que amo.

-¿Seguro?

Se veía ya la Abadía; Teo la miró instintivamente.

-Si.

-¿Entonces con quien hablas cuando te encierras en tu cuarto?

Teo se reconvino mentalmente por no haber aprendido, en tantos meses, el arte de comunicarse con Lotario sin usar la voz del cuerpo.

-Ummm... con... Javiercete.

-¿Tu amigo el premio nacional de matemáticas? - preguntó Enrico.

-El mismo. - contestó muy feliz Teo, creyendo ahuyentar toda sospecha de celos.

Lejos estaba de imaginar que encelo aun más a Enrico, quien estaba hasta el gorro de oír mentar al amiguete en prácticamente todo lo que Teo contaba de su infancia y su pueblo: "La única vez que he ido de pesca mi papá nos llevó a mi y a Javiercete" o "El examen de trigonometría era tan difícil que hubiera sacado un nueve sin la ayuda de Javiercete"

Con los recortes obtenidos aquí y allá Enrico se había formado un collage de Javiercete que se lo presentaba demasiado guay para no ser tenido como enemigo, como rival. Sabía que su Teo había llegado puro a sus brazos sexualmente hablando... ¿pero sentimentalmente? ¿Qué tal si su pequeño seme estaba enamorado sin saberlo del Javiercete, y, cuando regresara, se daba cuenta y lo dejaba, a él, viejo y libertino, por un partido de su edad y más decente?

Enrico mordía la almohada de celos de imaginar que le quitaran a su Teodoro. El chico se le había metido bien adentro, en el corazón y en el culito. Lo había educado para darle placer a él. Lo amaba como no había amado a nadie.

Que se fuera a Castilleja era una espada de Damocles aun más terrible que el cáncer de su papá, aun sin remisión. Era egoísta, quizás, era ingrato, pero así es el corazón. Quería que Teo se quedara con él, ¿Qué no había universidades en Italia? ¡Y mejores que las de España! Pero no se atrevía a decírselo... no encontraba el modo: no quería parecer asfixiante ni posesivo... ¿Qué derecho tenia él sobre Teo? Solo era su novio... Si estuvieran casados... seria otro cantar, pero entonces: ¿no se espantaría Teo ante una propuesta tan seria a tan corta edad?

Enrico lo comparaba a si mismo a su edad: a los diecisiete el quería experimentar de todo, gozar la vida, el compromiso le daba pavor.

-Enrico.

-¿Um?

-Has dejado el castello atrás hace tres minutos.

-¿¡Que!?

Enrico dio un bandazo al volante, girando ciento ochenta grados y levantando una nube de polvo. Efectivamente, había pasado de largo por el camino de terracería, absorto en sus meditaciones.

-¿Por qué no me lo has dicho antes?

-Temí que te enojaras, como el padre Tezza. - Teo sonrió y se le abrazó - No... en realidad era porque te ves tan hermoso cuando estas distraído...

Enrico lo besó, apretando el acelerador sin fijarse. Pronto el castello volvió a quedar atrás. Cerca de las ruinas de la Abadía Enrico estacionó el auto. Solo Ludovico era aficionado al sexo al volante, en especial si era con pilotos de formula uno. Pero Enrico era tranquilito, no le gustaba abusar de las sensaciones extremas.

Dejó el auto aparcado bajo un vetusto pero aun frondoso árbol y se subió encima de Teodoro en el reducido espacio. Sus cuerpos estaban apretados y sus besos y caricias eran desesperados, intensos: el ansia por poseerse era mutua, ardiente, era imposible saber quien deseaba más a quien.

Teo liberó su erección en tanto Enrico se lo agasajaba, tocándolo por debajo de la camisa y el chaleco escolar, con tanto frenesí que de un momento a otro los rompería. El jovencito llevó sus dedos a la bragueta de Enrico y luchó contra el cierre. Tiró de su ropa hasta dejar expuesto ese culo blanco y redondeado por el que tantos habían suspirado. Intentó abarcarlas con las manos, sin lograrlo, masajeándolas, apretándolas y sacudiéndolas. Al barón le encantaba: buscó la boca de su seme e invitó a su lengua a una danza antigua y erótica.

Con Enrico arriba la saliva de ambos corría por la barbilla de Teodoro. Apartó una mano para humedecer sus dedos con esa saliva y luego los introdujo en el culito de Enrico. Este succionó su lengua a la par que sus dedos, apretándolos dentro de su cuerpo. Pero Teo se los sacó y los sustituyó con su polla. Enrico soltó su lengua e inclinó la cabeza sobre su hombro, respirándole de manera sensual en el oído, pues sabia cuanto le excitaba oírlo.

"Teo, mi Teo..." pensaba con todas sus fuerzas, sintiéndolo hundirse hondo y duro en su trasero. Se sostenía con las rodillas sobre el asiento, a ambos lados de los muslos de Teo, y lo dejaba que debajo suyo moviera las caderas a su ritmo. "Debe de estar prohibido gozar de este modo... no hay manera en que sentirse tan bien pueda ser permitido"

-Teo...

Teo le pidió que se moviera ahora él. Estaba bañado de sudor debajo suyo, en la tarde casi estival. Ajustó su mano de manera que pudiera masturbarlo con el movimiento natural de la cabalgata de Enrico.

-Enrico...

Enrico lo miraba intensamente por entre sus mechones desordenados, apretando los dientes, cercano ya al clímax.

-Enrico... ¡oh Enrico! ¡Te amo!

Enrico y el se corrieron al mismo tiempo. Su chaleco escolar quedó salpicado de manchitas lechosas. Enrico, cansado, se desempaló y se sentó en su regazo, volviendo a apoyar la barbilla en su hombro. Teo lo abrazó con dulzura, acariciándole tenuemente la espalda y los cabellos. Uno de ellos, caído ya, se enredó en su dedo. El chico le giró la mano para terminar de enredar aquella hebra de oro y la besó. Luego la guardó en el bolsillo de su pantalón: no podía permitir que ni un fragmento de Enrico se perdiera.

 

Continuara...

Notas finales:

La vuelta al hogar luego de larga ausencia, tan añorada, tan idealizada... regresar y ver que todo ha cambiado, que solo el perro flaco te reconoce... es como para irse a emborrachar a la primer cantina y regresarse. Mejor, quiza, vivir con la ilusion que morir con la realidad.

Un beso enorme!

¡No se pierdan el proximo capitulo!


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