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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Jag är världens mörkret, jag är det dödande vattnet; jag är livets blod.

(Yo soy la oscuridad del mundo, yo soy el agua mortal; yo soy la esencia de la vida. Finntroll, Nattfodd, fragmento)

39º Donde late el pulso de la vida.

 

Enrico nunca había visitado Sevilla. Tampoco había acudido nunca a una corrida de toros: lo más cerca que había estado de estos mundos era la ópera de Carmen. Estaba emocionado y consultaba su programa y escuchaba atentamente las explicaciones de su suegro sobre cuando gritar "olé".

Fernando estaba sentado en segunda fila con Violeta a un lado y Enrico del otro. Al otro lado de Enrico estaba Teo y cerraban con Javiercete.

-A Javiercete le gustan muchísimo los toros. - dijo Fernando.

-¿Ah si? - preguntó educadamente Enrico.

-A mi me gustan mas los toreros. - dijo Violeta, acomodándose la mantilla: iba vestida como toda una princesita gitana.

Teo temió que a Enrico le pasara igual cuando los matadores y sus cuadrillas de ayudantes salieron a dar el paseíllo. Toreaban Sebastien Castella, Miguel Ángel Perera y Arturo Macias: tres jóvenes maestros que prometían dar más de si.

-Que trajes tan... adornados. - comentó Enrico. Pero Teo, que lo conocía, siguió su mirada y vio que no admiraba los trajes si no los percheros.

-Son de la época del barroco. - dijo Fernando, contentísimo de tener a quien presumirle sus conocimientos taurinos - Los reglamentaron en el siglo dieciocho, y han permanecido así desde entonces: son como una gotita de tiempo congelada.

-Vaya... - Enrico pensaba que todos los pantalones eran así en el siglo XVIII las mujeres de esa época debieron ser muy felices. Sintió la mirada de Teo sobre si, la encontró y le hizo un guiño.

Teo no supo si sentirse celoso o divertido. Trató de optar por lo segundo.

-Que animal tan grande... - comentó Enrico.

-El toro de lidia español. Es un capricho del ser humano: la naturaleza habría acabado con el desde hace mucho, es un bicho malo, pero la gente lo cría. Toma cinco años su crianza, haciéndolo correr en amplias dehesas, monte arriba, monte abajo... Es una especie que no habría sobrevivido sin la fiesta brava.

-Que interesante.

-Mire joven, ya va a empezar el primer tercio.

-¿O sea que el torero ya se va a enfrentar al toro? ¿Así nada más, sin un escudo o algo?

Fernando rió quedito.

-Lleva el capote - dijo - no necesita mas. Es un duelo a dos armas: pitones y peso contra capote y espada.

Enrico silbó admirado: los cuernos del animal se veían impresionantes. Había que tener mucho valor para incitar a esa mole de media tonelada y mucha mala leche contra una capa sostenida delante del cuerpo, hurtándola un segundo antes de que el toro la tocara. Había precisión en esos movimientos, y delicadeza, como en el ballet. Claro que en el ballet nadie se jugaba la vida.

-¿Y ahora? - preguntó Enrico al ver que el torero conducía al toro hacia un jinete armado con una lanza.

-Van a picarlo. El toro esta tan furioso que esta ahogándose con su propia sangre, necesitan hacerle una sangría. En la época en que se inventó esto las sangrías eran el tratamiento mas recetado.

El toro embistió tan fuerte que volteó al caballo, tirando al jinete. Se armó revuelo en las gradas.

-¿Esta bien?

-Raro es el picador que muere. Los toreros, en cambio, si mueren más a menudo, o si no la partida no sería justa. - al ver que Enrico lo miraba Fernando especifico - Es la equivalencia, como igualar la ecuación: si la muerte no cegase para un lado y para otro esto solo seria un espectáculo, no arte.

-Un arte mortal. - dijo Enrico.

-El arte más puro, el que mejor imita a la naturaleza. Gente y animales mueren, es el ciclo de la vida, aunque a la gente ahora le gusta ignorarlo.

-Son como los cretenses de la época de Akenaton, que no tenían la palabra muerte en su vocabulario, y cuando alguien moría lo arrojaban al mar a toda prisa, avergonzados. Ignorándola hasta que venia por ellos. - dijo Teo.

Enrico se quedo meditabundo. Un hedonista como el habría sido buen cretense, sin una palabra para designar a la muerte.

-¿Qué no fueron los cretenses los primeros en tener fiestas de toros?

-Si - dijo Fernando - bailaban delante de ellos, sobre ellos, pero solo nobles consagrados pedían hacerlo. Después del baile se sacrificaba al animal, pues un toro que ha sido lidiado una vez toma maña y para la siguiente va a por el cuerpo.

-Vaya... y para que le han puesto esos palitos.

-Se llaman banderillas: las ponen los subalternos, los ayudantes, para lucir su bravura.

-¡Vaya! ¿Es una profesión eso de ser ayudante?

-Pues... la mayoría de los ayudantes son tíos que no pudieron ser toreros, por no tener las habilidades. Pero mantenerse de eso esta difícil... tampoco criar toros de lidia es un negocio rentable que digamos... la mayoría de los que participan activamente en la fiesta brava lo hacen mas por amor al arte que al dinero.

-Ah...

-Ahora viene la mejor parte joven, la lidia. ¿Vio esa movida? Se llama el péndulo, esa otra, la que esta repitiendo ahora, manoletina...

Enrico asentía y ponía atención. Violeta se abanicaba perezosamente. Javiercete estaba emocionadísimo: tenía la boca casi cerrada y de hecho podían verse sus pupilas moviéndose para seguir lo que pasaba en el ruedo.

Al sentirse observado Teo deslizó la vista por los tendidos. Había tantos rostros en la monumental plaza que parecían manchitas, cabecitas de alfiler color carne sobre un colorido lienzo. El torero en el ruedo era bueno y el público no dejaba de ovacionar, y sin embargo, de entre esos centenares de personas que habían pagado no poco para entrar a ver alguien desperdiciaba su dinero mirándolo a él. Una mirada intensa, ansiosa, que no le gustó.

El temple con el que el muchacho aguantaba hasta el último momento la embestida del toro, sin moverse un ápice mientras el animal le pasaba rozando, como se lanzaba contra sus cuernos para matarlo o morir, tenia mucho de estoico, considero Enrico. Así lo dijo a su suegro en el intermedio entre uno y otro toro, mientras sacaban al animal muerto y arreglaban la arena.

-Si. Séneca era de Córdoba. Esa ciudad era la capital taurina en el medioevo. Hay un tío que escribió un libro hace poco, el libro no esta muy bueno, pero la explicación sobre como eran los festejos taurinos en la época de los Austrias vale la pena. Algo de Fátima, creo que se llama, la mano.

-¿Le gustó? - pregunto Violeta a Enrico. Se veía mayor, con el abanico tapándole de la nariz para abajo.

Enrico no estuvo seguro de que aquello le gustara: era poner los dedos sobre la yugular abierta de la vida, mojándotelos de sangre a cada latido. Enrico no estaba seguro de querer estar donde latía el pulso terrible de la vida.

-Es... fuerte, pero hermoso. Tiene razón suegro: es un arte, no un show o un deporte.

Fernando le apretó el brazo: comenzaba a simpatizarle bastante, su yerno.

-¿Y tu Javiercete, lo disfrutaste? - le preguntó.

-Mucho. - afirmó sin dar emotividad a su voz.

-Es raro que Castella mate a la primera, por lo general es lo que le falla. Pero mire, hoy le van a dar oreja.

-Es el premio.

-Aja. Una oreja, las dos o hasta el rabo, dependiendo de lo bien que haya estado.

-¿O sea que puede estar mejor?

-O peor. Hay toreros a los que hasta les regresan los toros vivos al corral, porque no pueden matarlos, y eso es lo peor que puede ocurrirles. Un torero al que se le va vivo el toro es difícil que le vuelvan a dar oportunidad, por eso dice doña María que si no matan al toro se maten ellos, antes de que el público lo haga. Afortunadamente solo es un dicho, o si no ella misma habría perdido así a un buen amigo, el Potro. Justo ahí esta mire. - levantó la mano para saludar al otro lado del tendido, en las barreras de sol.

Teo miró al punto desde el que les devolvieron el saludo y se topó con la mirada que había estado fija en el. En él o en Enrico, más factible, pues Enrico era guapísimo y atraía las miradas. Sin embargo, Teo sentía que esa mujer lo miraba a él, sentada al lado de los amigos de doña María.  Estaba muy lejos para apreciarla bien, pero se veía bajita, algo rechoncha, morena. No era una mujer guapa, a pesar de tener grandes los ojos y las tetas, por lo menos no para Teo, aunque igual y era su animadversión por ella. La miró feo, procurando que se diera cuenta, que sus ojos se encontraran. Tomó la mano de Enrico y se decidió a ignorarla.

Inconcientemente, adoptó una postura con el tronco ladeado hacia Enrico, los hombros altos, tratando de protegerlo de la mirada de la mujer, si bien se daba cuenta de que la mujer lo miraba a él y no a su bello novio, como quería creer. Se distrajo observando al segundo toro de la tarde, si bien no pudo relajarse y disfrutarlo por completo.

Mientras las lidias se desarrollaban nació en el la idea de abandonar de prisa la plaza de toros. No quería que esa mujer lo alcanzara, toparse con ella. No había un motivo lógico para pensar eso, como no fuera que quisiera lanzársele a Enrico, si bien no lo miraba a él. Aquella idea de evitar a la odiosa mujer agitanada estaba en un limbo, como el de la duermevela: no era una idea que acabara de nacer, de generarse, pero tampoco estaba calmo el mar de sus pensamientos. La superficie estaba turbia, aunque la ola, la idea, permanecía reprimida.

-¿Y si nos vamos ahora? - propuso una vez que terminó la lidia del quinto toro.

-¿Y perdernos el segundo toro de Macias? - exclamó Violeta - Ni loca. - y selló su determinación con un abanicazo.

En la faz de papá se veía que daba la razón a su hijita: no había nada que hacer, como no fuera irse solo.

-Solo quieres verlo porque esta guapo. - refunfuñó Teo.

-No es cierto. También porque casi no lo he visto: viene de México. - le respondió Violeta con tono de niña fresa, en plan "o sea".

-¿Guapo? - le susurró Enrico, dándole un codacito. Pero la sonrisita se le borró al ver la cara de ogro de Teo. Daba más miedo que el toro.

En cuanto el mexicano cortó su bien merecida oreja Teo se puso de pie y jaló a Enrico.

-Vámonos. - dijo - O va a atiborrarse la salida.

-¡Dicen que Macias regala autógrafos y besos papito! - protestó Violeta - ¡Yo quiero uno! - no especifico qué.

Con cara de "tu hermanita quiere uno" Fernando miró a Teo y ya de pie ovacionaron al torero en su vuelta al ruedo, y luego siguieron pacientemente a la lenta borregada que se encaminaba a las salidas. Teo buscaba con la mirada a su odiosa mujer, pero no la veía por ningún lado. Con la incomoda sensación de topársela de frente salida de la nada Teo hizo fila detrás de Violeta, Javiercete y su papá, cogiendo bien del brazo a Enrico. La fila se le hacia eterna, llena de chicas fans, de señoras mayores, de señores respetables y jóvenes con chancletas.

Cuando finalmente fue el turno de Violeta la niña no quedó decepcionada. El torero la saludó de beso, le dijo que era una maja (Violeta se ruborizó) y le regaló su foto autografiada. El papá lo felicitó de mano y Javiercete le miró a los ojos. Luego se apartaron y la fila empujó a Teo y Enrico. Como en cámara lenta, el jovencito vio como el torero, con su eterna sonrisa en el rostro, tomaba de la mano a Enrico para saludarlo de beso como hiciera con su hermana.

-Gracias por venir. - le dijo - ¿Es extranjera?

-De Italia. - dijo Enrico suavemente, como para no desengañar al apuesto matador de su error sexual.

-Que padre... - el torero, que tenía una larga fila por delante, firmó su foto, la entregó a Enrico y estrechó la mano de Teo. - Muy guapa su novia. - le dijo.

Teo contuvo un gruñido y jaló a Enrico, quien todavía tuvo el descaro de voltear disimuladamente a verlo. Teo buscó con la mirada a su familia y puso cara de hastío al verlos formados en la fila para solicitar el autógrafo de Castella. Y peor aun, aparentemente celoso del don de gentes del mexicano, hasta Perera había puesto fila. Violeta no se dio por satisfecha hasta haber besado a los tres y recibido sus autógrafos. A regañadientes, Teo permitió que Enrico hiciera otro tanto, si bien no engañó a Castella respecto a su sexo: tenia ojo de buen francés.

Ya de camino al estacionamiento, mientras el sol se ponía, Enrico conversaba despreocupado.

-¿Por qué esos dos creerían que era mujer? ¿Me vestí como mujer? - se señaló jovial.

-Esos ponchos son unisex. - dijo Fernando, un tanto turbado, señalando la camisa blanca, tipo tunica, con manga larga y solo una estrecha abertura en el cuello, larga hasta la cadera.

Enrico la había comprado junto con unos huaraches a un vendedor inmigrante y ambulante, de Perú o de por ahí, y se la había puesto junto con unos jeans raídos, para andar fresco.

-¿A dónde cenamos? - preguntó Fernando, una vez dentro del auto.

-¡Donde la Niña! - pidió Violeta, pues uno de sus sueños, además de ser princesa o modista, era ser cantante, y le gustaba jugar a imitar a la Niña, la cantante de tablao flamenco amiga de la mamá de Javiercete.

Nadie sugirió otro lugar: hasta Enrico había aprendido que se hacia y se iba a donde Violeta quería, cuando Fernando iba "al mando" de la expedición.

Se unieron al tráfico lento, amodorrado, de típico sábado por la noche. Oscurecía ya, con las obras de arte de Dios dibujándose de la nada en la oscuridad, cuando entraron al local de la Niña Puñales: "El templo de la copla".

No estaba demasiado lleno porque el administrador y mas grande admirador de la Niña, en cualquier acepción de la palabra (pesaba ciento ochenta kilos) no permitía la entrada a cualquiera dentro de su templo. Celoso, como los sacerdotes de antaño, sacaba a quien llevara chanclas de plástico o fuese vestido con ropa playera. El obeso anciano miró un instante de más a Enrico, y no por su guapura sino por su facha, y le permitió la entrada solo por ir con un amigo de doña María.

-Don Fernando, señorita de Haro, joven Teodoro, joven Javier, caballero; tengan la bondad. - señaló una mesa que tenia reservaba para sus amistades.

Era la mesa mejor localizada, justo delante del tablao, orillada a la izquierda, de manera que también colindaba con el bar. El espacio detrás de la barra tenia un ancho excepcional pues había sido hecho a la medida del bartender.

Don Ibrahim, falso abogado de La Habana, había tenido una vida dura. Exiliado de Cuba cuando Fidel Castro subió al poder había llegado en un trasatlántico en busca del sueño europeo, pero no había encontrado nada. El Viejo Continente estaba tan mal como el Nuevo, o incluso peor, pues los odios, las mezquindades y la xenofobia habían caído sobre él. Imposibilitado de ejercer el derecho debido a la delación de un colega se había refugiado en el mundo del hampa, pero del hampa con estilo. Traficaba habanos y anís, y de vez en cuando se encargaba de algún trabajo de esos en los que hay que hacer pocas preguntas. De esa manera conoció a su brazo derecho, a su mejor amigo: el Potro del Mantelete, andaluz golpeado por la vida metafórica y literalmente.

Torero fracasado que en los cuernos de los toros solo encontró humillación y mutilación había salido de los ruedos con un chirlo que le atravesaba desde el pómulo hasta la sien, dejándole una cicatriz y un cerebro que escapó a la contusión de milagro, pero que no volvió a ser el mismo. El Potro estaba enamorado de la Niña, una cantante fracasada cuyo nombre, según don Ibrahim, debió lucir en las marquesinas junto a los de María Félix y Sophia Loren.

Don Ibrahim tenia negocios con Curro Velazquez, y cuando este andaba enamorando a la que seria su mujer, la llevo al crucero donde, en aquella época, la Niña cantaba y los hombres se alojaban. La Niña y María se hicieron grandes amigas y al cabo de años de sudar cargando cajas de habanos a media madrugada en playas sucias para no pagar impuestos don Ibrahim y el Potro habían realizado su sueño: ponerle a la Niña, su diosa, un templo a la altura, donde expresara su arte de la manera que mas le placiera, sin tener que soportar las risitas de coristas cuyo único atractivo era ser jóvenes o de turistas gringos incultos que conversaban a gritos, de un lado al otro del salón, sobre el precio del maíz en Arkansas mientras ella desgranaba con esa voz suya, trémula y poderosa, el "Capote de grana y oro."

-Muchas gracias, don Ibrahim. - Fernando le sacó la silla a Violeta y Teo estuvo tentado a hacer otro tanto con Enrico, pero este se sentó solo. - Me pareció verlos en los toros, ¿Cómo hicieron para llegar tan rápido?

-Salimos en cuanto murió el sexto, la Niña se sentía indispuesta.

-¡Válgame Dios! ¿Esta mala?

Una sonrisa se dibujó en el rostro acabado del viejo.

-Yo más bien creo que lo hizo por deferencia al Potro, para que no se sintiera celoso de esos maestros tan galanes.

-Ah, vaya. - Fernando le devolvió la sonrisa - ¿Tendremos el placer de oírla cantar "Cucurrucucú paloma"?

-Se la pediré en persona. Los amigos de doña María son mis amigos.

-Muy agradecido don Ibrahim le manda saludos: se quedó indispuesta en su casa, ella si de veras.

-No será nada grave...

-Una jaquequilla...

Teo, que comenzaba a aburrirse con aquel protocolo sintió una presencia poderosa, casi maligna, cerca. Cuando don Ibrahim se retiró para dejarlos ordenar se la topó, casi de narices, salida de la nada, como sospechó desde que la viera. Aquel encuentro era inevitable.

-Tú eres Teodora Ortelano. - afirmó la mujer, la gitana.

 

Continuará...

 

Notas finales:

¡Proximo capitulo: "Las aguas del olvido"! ¿Que le sucedió a Teodora Ortelano? ¿Porque regresó?

Mas allá de la laguna Estigia se encuentra el río Leteo...

pd: enlace a la cancion Nattfodd: http://www.youtube.com/watch?v=k5VkiQoxGLE

 


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