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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Jag såg solens och manens steg, jag såg sanningen en dyster väg. I mörkrets källa jag sanning fann.

(Vi el camino del sol y la luna, he visto la verdad de un camino triste. En la fuente de la oscuridad encontré la verdad. Finntroll, Nedgång, fragmento.)

42º   Ur själ djup

        (Desde lo más profundo del alma)

 

Tiempo atrás, Enrico había buscado por mar y tierra un mayordomo. Pero no uno cualquiera. A resultas de haber mirado "El conde Pátula" cuando niño quería que su mayordomo se llamara Igor y fuera lo mas jorobado posible. Lo de la joroba no era tan difícil, pero lo de llamarse Igor en Italia si. Tuvo que exforzarse bastante para encontrar a Igor Peronella, mayordomo que llenaba satisfactoriamente el perfil solicitado por el barón.

Igor era el mayordomo del castello desde hacia siete años, y nunca había dado motivo de queja a Enrico. Callado, eficiente, ni hacia preguntas ni las respondía. Tal vez por eso ganaba el doble que el mayordomo promedio. Tan corcovado personaje fue quien abrió la verja victoriana cuando llegaron de madrugada, luego de haber trasbordado en Estambul, consiguiendo lugares en el vuelo retrasado del día anterior.

Habían dormitado malamente en los asientos del avión, y Enrico conducía agotado, hastiado. Una vez estacionado en la cochera (antiguo deposito de armas) Enrico salió como si se quemara del ordinario vehiculo gris y lanzándole las llaves a Igor le dijo:

-Devuélvelo, no quiero volver a verlo.

-Como el barón mande.

-Dile a Tomasa que me prepare algo.

-La cocinera esta de vacaciones.

¡Cierto! Se las había dado considerando que no habría nadie en casa durante una temporada. Hizo pucherito: ¿Cómo la sociedad podía pretender que un noble se bastara solo? Algo que extrañaba de los tiempos antiguos era que a los esclavos no se les daban vacaciones.

-Pidamos una pizza. - sugirió Teo: no se viven 15 años con Violeta impunemente.

-¿A las 4:40 de la madrugada?

Se miraron con hastío: occidente les había fallado. Enrico se dirigió con paso resuelto al refrigerador. Ahí estaba, la salvación de los gringos deprimidos, el invento que había evitado tantos suicidios: el helado.

-¿Chocolate o fresa? - preguntó a Teo.

-¿Vainilla?

-Si, si hay.

-Vainilla entonces.

-¿Con galletitas de chocolate?

-Y un cafecito.

Teo adrede hizo de sentarse dejando que su inútil noble le sirviera como si fuera su mujer, para ver como lo hacía. Hubo de admitir que Enrico se desempeño con entusiasmo y vergüenza torera en la difícil misión de hacer funcionar la cafetera y buscar el articulo específicamente diseñado para servir bolas de helado.

Se sentaron uno frente a otro, pues aparentemente Igor se había tomado la orden de su amo muy a pecho.

Con hambre, atacaron sus respectivos tazones. Una pizca de helado se deslizó por la comisura izquierda de la boca de Enrico y al notarlo, sacó la lengua para lamerla. A Teo aquello le gustó y rogó porque un poco más de rico postre se desviara de su camino. Enrico notó la manera predativa en que el jovencito miraba sus labios, y decidió provocarlo: moviéndolos mucho, chupándolos.

-Delicioso. - le dijo mirándolo lleno de intención.

-¿Cuál es la cosa mas perversa que has hecho? - le soltó a bocajarro.

Enrico se quedó un tanto ciscado: no le gustaba hablar de su pasado con Teo; quería hacerle como en la canción de Madonna y presentársele like a virgin.

-Vamos... - le dijo - no voy a ponerme celoso.

-Que sea un juego. - propuso Enrico - Con opción de verdad o prenda.

-Verdad o prenda o acción. - sonrió el chico, que ya veía el modo de materializar sus fantasías con su prometido y el helado.

-Vale, yo empiezo: ¿alguna vez te hiciste una paja por detrás?

Teo recordó las pajas que se hacia un tal Sánchez-Dragó, pero no, esas eran al revés, no por detrás. Una paja por detrás debía ser...

-¿Qué si me metí los dedos por el culo? - Enrico asintió - Pues... no.

El rubio se quedo pensativo; el si que se había metido los dedos antes de perder la virginidad. Esa virginidad.

-¿Cuál es la cosa mas perversa que has hecho? - repitió.

Enrico hizo pucherito.

-No sé. - dijo - Hize un montón.

-Una...

-Dejar que una chica me follara con un consolador. - dijo rápido y de mala gana, y antes de que los ojos de Teo terminaran de agrandarse soltó su pregunta: - ¿Qué tal lejos llegaste con esa chica, Elisabetta?

-La manoseé, y ella me la mamó; nada más.

-¿En serio? - la chica tenia fama de ser tan puta que en el pueblo se decía que el padre de Bruno, en plan guasón, le regaló una piyama en su noche de bodas para que tuviera algo que estrenar.

-Si, me ofreció sexo, pero no quise... creo que ya estaba enamorado de ti.

Enrico se sintió súper enternecido, con ganas de abrazar a su Teo como si de un osito de peluche se tratara: uno de la onda gótica, mal encarado y descosido pero no por eso menos cute.

-Mi turno - el pelicastaño seguía pensando en su rubio follado por una chica, pero mejor preguntó otra cosa - ¿tú has visto lesbianas en vivo?

-¡Oh si! - Enrico sonrió perversamente - Un jeque me dejo una vez espiar el baño de su harén... - se perdió en la beatitud de sus recuerdos - toda una orgía de mujeres desnudas, mojadas y enjabonadas. - al ver la dificultad con que Teo tragaba saliva le preguntó - ¿Tú como te consideras, bi, gay... o hetero?

-¿Cómo podría ser hetero? - se sonrojó el chico - Creo que bi porque... tu me gustaste como persona, no como miembro de un sexo.

Enrico quedó encantado con la respuesta. Tanto que se le olvido que ya había preguntado él.

-¿Te gustaría hacerlo con una chica?

Teo sintió bajarse su calentura: esa era una pregunta peligrosa, como cuando su madre le preguntaba a su padre si pensaba que fulana era guapa.

-Si. Pero ningún polvo valdría la pena el serte infiel. Si Simone Simons se me ofreciera le diría que no.

El barón sintió arder las llamas del moe: creía recordar que la Simone Simons era una pelirroja hot.

-¿Y no fantaseas con hacer un trío conmigo y una chica? - inquirió Enrico.

-Ufff... - Teo sentía la sangre caliente - ¿Tu follando a la chica, yo follando a la chica o los dos follando a la chica?

-Como tú quieras, tal vez tú follando a la chica y yo follándote a ti. O al revés.

-Wooow... Ya has preguntado muchas cosas; ¿quieres follarme?

-¿En serio Teo? ¿Entre tantas cosas y me haces una pregunta retórica? Ludovico piensa que hay que estar loco para no desear follarte.

Teo, quien no se sentía particularmente guapo, se sonrojó. Y se afianzo más que nunca en su posición de no bajar la guardia con el menor de sus cuñados.

-Ahora dime tú, ¿me dejaras alguna vez?

Teo asintió.

-Solo... dame tiempo, ¿si?

-Todo el que quieras. - Enrico se sirvió más helado, aunque ya no tenía hambre, bueno, no de comida. - Tenemos una vida por delante.

-¿Has violado a alguien?

-No. He montado la fantasía pero no seria capaz de forzar a otra persona.

Teo admiró a Enrico: el si que sería capaz...

-¿Has... fantaseado con Lotario?

Teo se quedó estupefacto.

-Ah, no! - Enrico se mordió la lengua - ¿Tú sí?

-Poquito... no puedes negar que es muy guapo.

-Supongo...

-No te enojes mi bello... sólo son fantasías. - Enrico se le sentó en el regazo con el bol de helado - Fantasías como amarrarte y cogerte con un consolador de hielo para que lo derritas con tu calido culito... o que tomes un cuchillo y me amenaces con él, haciéndome pequeños cortes para beber mi sangre...

-Eso último suena factible...

-¡Kyaaa! Eres tan violento...  - con la cuchara llevó un poco de helado a los labios de Teo - un día tendremos que montar la fantasía de que me violas en el bosque.

-Pero vestido de chica. - se relamió los labios.

-Con un largo vestido blanco, pretendiendo que soy virgen...

-Y con lencería...

-¿Quieres verme en lencería?

-¡Quiero verte como sea!

Teo se estiró como para incorporarse, pero Enrico le apretó las bolas. Dejando el bol en la mesa se sentó a horcajadas sobre Teo, ondulándose como serpiente contra el, frotando su entrepierna vestida contra la del pelicastaño. Se abrió la camisa, recuperó el bol de helado y dejó que una fría masa resbalara por su cuello erizándole los vellitos de la nuca. Teo no esperó a que el rubio le ofreciera el cuello y se lo lamió larga y sensualmente, degustando aquel sabor a vainilla, aun más perfumado luego de estar en contacto con esa piel.

-¡Ah! Desnúdame y tiéndeme sobre la mesa.

Teo atendió la petición de Enrico, arrojando al suelo el bote de helado, las galletas, la taza de café tibio que se hizo añicos contra el piso sin que a ninguno de los dos les importara. Del bol que había servido Enrico puso dos cucharaditas sobre los pezones que se irguieron al contacto, todos rositas debajo de aquella cremita blancuzca. Le lamió los pezones y Enrico se dejó hacer, apretando los puños, dispuesto a permanecer en una absoluta pasividad.

Cuando terminó aquel helado el muchacho desenvolvió a su amante como si fuera un valioso regalo: se inclinó sobre aquel pene erguido entre la pelusilla rubia para lamer la gotita que surgía del orificio de su punta. Enrico levantó las caderas y Teo abrió la boca, dispuesto a mamársela, chupando con enérgicos movimientos de cabeza. Separó su boca solo para aplicar un poco de helado, dando al ojiazul tremendos escalofríos.

Enrico se abrió de piernas y con ellas estrechó los hombros de Teo, quien le daba sexo oral. El bello rubio apretaba su culito ansiando sentir algo por ahí: un dedo, un pene, el mango de una cuchara, ¡lo que fuera! Quería que Teo le llenara ese vacío pero ya.

-Cógeme cielo, por favor... ¡ya no aguanto más!

-Hasta que te corras...

-Me voy a correr en cuanto me lo metas. - gimió Enrico. Teo, malvado, siguió con el sexo oral - Si no lo haces tu me lo haré yo... - y como no recibiese lo que deseaba Enrico metió los dedos en el bol y los dirigió a su trasero. Teo paró su labor para ver como el rubio se metía un par de dedos por su rosado culito... era flipante, casi tanto como sus gemidos.

Teo tomó un poco de helado, ya casi derretido, y lo dejó correr por el interior de los muslos de Enrico, lamiendo el caminito de inmediato, llegando hasta la suave curva del trasero, mordiéndolo, apartando los dedos de Enrico para lamer su orificio con sabor a vainilla, colando su lengua por el y haciendo al rubio derretirse de placer.

-Más Teo, más... cómeme todo...

A Enrico le encantaba: se masturbaba con fuerza, apretando el otro puño y golpeando sobre la mesa. Sentirse servido así, listo para ser devorado, con las piernas abiertas y el culo al aire... su Teo le estaba dando una lamidita bárbara!

En cuanto sintió el semen salpicarle Teo retiró su lengüita del exquisito orificio, se abrió la bragueta a la carrera y sin apenas tomar su pene por la base lo dirigió al exquisito lugar, abriendo a Enrico y haciéndolo gemir a la vez.

Comenzó con los embates de inmediato, Enrico, con los dedos aún llenos de semen llevó su mano a su propia cara, embarrándose, chupando, degustando su propio sabor. Teo, antojado, tomó su mano y la llevó a sus labios: sabía demasiado bien su hermoso, si lo convirtieran en un sabor de helado seria su favorito... no podría dejar de comerlo; era tan adictivo.

-Te amo...

-Dame más...

-¡Enrico!

-¡Aaaah!!!

Teo se curvó de placer sobre el y se vacio en sus entrañas. Cuando salió de el y miró por la ventana ya había amanecido.

 

***

 

"¡Aaah!" Despertarse y estirar los fantasmales brazos. Recuperar la conciencia después de un largo y merecido descanso... Disfrutar del sueño de los justos después de las labores del día. Su tesoro ya estaba a salvo: había requerido de casi toda su energía el cambiarlo de escondite, pero ahí donde estaba vendría venir los milenios sin que nadie lo tocara.

El Abad incorporó su oronda figura y se estiró como cuando en vida tenia que ir a rezar los maitines. Era mucho mejor ser fantasma. Su existencia como espectro era mucho más agradable: sin obligaciones, sin pecados, con el tiempo completo para dedicárselo a sus joyas, ¡sus hermosas joyas! El Abad no sabía cuanto tiempo había descansado, podía ser un día de los mortales o cien.

Sin prestar atención al azul más límpido que cualquier zafiro del cielo se encaminó a su montículo. No tenia ojos para el fulgor del sol, mas brillante que todos los topacios del mundo, y mas calido. Sus frías joyas saciaban sus fríos apetitos.

Notó que algo iba mal al ver que las piedras estaban removidas, los huesos sacados fuera. Con una angustia mortal asomó a las profundidades de la tierra: nada. Solo cenizas y cenizas de gusanos. De sus amadas joyas no quedaba ni una, ni aun la más pequeña perla.

Un aullido animal, sobrenatural, desgarró el aire. Los pajaritos volaron de las ramas de los arboles. Un torbellino se formó ahí donde estaba el Abad, sin que ninguna razón meteorológica lo explicara en aquella límpida mañana de verano. Un grito desesperado, irracional: de haber tenido garganta el Abad se la habría desgarrado. Arañó su cara y sus vestiduras: tiró de los escasos pelos de su tonsura y por primera vez desde que muriera dirigió su mirada al cielo, para reclamarle el porqué.

-¡Porque Dios mío, porque! ¿Por qué mis joyas? Mis crisopacios, mis turmalinas... ¡mis inigualables rubíes! ¡Oh Dios, yo te maldigo!

A lo lejos, en la torre octogonal, Lotario se tapó los oídos y apoyó la espalda contra el muro al lado de la ventana. No podía tolerar semejantes blasfemias. Había permanecido en la Abadía, expectante del momento en que el Abad descubriera su justo castigo. Pero le pasaba como en la batalla, la primera vez que mató a un hombre y miró sus ojos, su expresión de completo estupor, de "esto no me esta pasando a mi" en lo que terminaba de clavar su espada en su pecho, empujándolo para arriba, quedando muy cerca de su cara. Y al sacar su espada tuvo que apoyar su pie en el pecho de aquel desgraciado para hacer fuerza y sacarla. Sangre caliente salpicó su rostro y aquel hombre pareció caer muy despacito, llevándose a penas las manos al pecho, con cara de no acabárselo de creer. La prisa de la batalla, la urgencia de derrotar al enemigo, le hicieron volverse sobre otro hombre, descargando un mandoble sobre su hombro, hendiéndolo hasta la mitad del pecho. Tal vez evitara la cara del muerto, tal vez la cara del otro muerto estaba todavía muy presente, pero de aquel solo recordaba el aullido casi gutural, semejante a los que ahora profería el Abad.

Entendió entonces el consejo de los veteranos sobre no mirar los rostros de los muertos. Era horrible verlos morir, con su cara de incredulidad y sus gritos bestiales, si tenían tiempo de enterarse, en medio del dolor, de que estaban muriendo.

Lotario no quería mirar la cara del Abad, pues estaba seguro de que tendría una cara idéntica a la de aquel veneciano. Sin embargo, el Abad no era un soldado anónimo, un enemigo sin rostro de un ejército contrario en general, sino un enemigo personal. Matar a un hombre en guerra no era pecado de homicidio, matar a un hombre en una venganza personal, sí.

Se dio fuerzas recordando el sufrimiento de Teodora y se apareció frente a el, la sentencia que memorizara, que ensayara a solas en la torre, se le ahogó en la garganta. Aquel espectro estaba consumiéndose, derritiéndose... su figura se volvía aguada, negra, como pez derritiéndose.

-¡Tú! - le dijo el Abad, señalándolo con un dedo que chorreaba hacia abajo - ¡Tú! ¡Se lo has dado a tu amante! ¡Yo te maldigo Lotario da Milano, a ti, a ella y a vuestro Dios!

Horrorizado de que aquel hombre vomitara su condenación Lotario sintió el impulso de retroceder...  el suelo estaba volviéndose negro y sinuoso, como el de las arenas movedizas. Lotario se mantuvo firme, y el piso dejó de transformarse justo frente a sus pies, uno de los dos vértices de un óvalo.

-No se lo he dado a Teodora. - pudo decir por fin, aunque no era la frase que había practicado - Lo deje a la vera del camino para castigar tu maldad, pues fuiste capaz de matar a personas para obtener energía.

-Maldito...  - le dijo el Abad. Círculos concéntricos se formaban en torno a él, y se iba hundiendo y derritiendo, convirtiéndose en una masa negra, una masa negra que lloraba lágrimas de petróleo - Pero terminaras como yo, lo leo en tus ojos... desesperarás y morirás. ¡Que eso me sirva de consuelo...

La ultima sílaba Lotario casi se la imaginó: el Abad se hundió por completo en el círculo mas profundo y entonces el ovalo le pareció como un ojo, uno de múltiples pupilas. ¿Qué era aquello? Tuvo la impresión de que el ojo lo miraba y sintió como un golpe en el pecho, una angustia tan profunda que golpeaba... Como en un lento parpadeo el óvalo se cerró y el torbellino, los gritos, cesaron.

¿Qué había sido aquello? ¿Dónde estaba el Abad? El terreno, físicamente el terreno había cambiado: piedras y huesos por doquier, y la tierra desnuda, como quemada en frío...

Unas ganas terribles de ver a Teodora, de tomar su mano como un bálsamo, se apoderaron de él. Usando su alma como guía, de una manera tan sencilla que ya ni siquiera tenia que exforzarse se dirigió donde ella. Estaba seguro de que en cuanto estuviera en sus brazos estaría bien, que cuando oyera su voz su corazón se calmaría y que la mirada de sus ojos borraría el horrible recuerdo de aquel ojo infernal.

Sin embargo, al llegar donde su amada estaba, tuvo que volverse atrás, avergonzado de lo inoportuno de su visita.

Desnuda en brazos del otro estaba ella, luego de hacer el amor.

 

Continuará...

 

Notas finales:

En runa talte till mig om blod och raseri! ¡Una runa me dijo sobre sangre y rabia! Muajajaja!!! (Nezal sacude su larga cabellera negra) Ok, me calmo, me encanta esto de lo gótico *.*

Enlace a la cancion: http://www.youtube.com/watch?v=XFfBMPd22Tg

Proximo capitulo: Agnese Sidonia, ¿será capaz de alcanzar la redención?

Pd: el idioma en que canta Finntroll (el de las notas y titulo de capitulo) es sueco, por si a alguien le interesaba.


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