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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

Han hör ett ord med makt så mörk, ur dödsjungfruns vila mund. Han vill sjunka, känna, hennes anda av is: sitt liv I byte mot en gåva, en frusen kyss. Inatt, I evighet han sova.

(El escuchó la palabra de un poder tan oscuro, de la boca de la doncella de la muerte. El quiso hundirse en su pecho helado, sentirlo: dio su vida a cambio de un don, un beso helado. Esta noche, en la eternidad él duerme. - Finntroll, Den frusna munnen, fragmento.)

59º  En fruzen kyss.

      (Un beso helado.)

 

Después de Béziers visitaron Nîmes y de ahí saltaron hasta Escandinavia. Enrico quería visitarla antes de que hiciese demasiado frío, y Teo estuvo de acuerdo. En aquellos helados parajes de Laponia donde la frontera entre Finlandia, Noruega y Suecia se perdía sin que a nadie le importara buscarla Enrico se reencontró con Lotario.

El fantasma no había encontrado un momento a solas con Enrico. Lo vigilaba a escondidas de Teo y su conducta era ejemplar. Devotamente enamorado de Teodora lo veía, no se explicaba como fue posible que aquel día lo besara y le confesara amor. Mientras Enrico se calentaba en el sauna (era mas friolento que Teo) y esperando que no malinterpretara el momento de su llegada, lo abordó.

Le habló como había decidido en compañía del padre Mikael. Enrico lo escuchaba y asentía, enamorándose más en su fuero interno de ese perfecto caballero. El también había pensado en Lotario. Dolido al principio por su reacción poco a poco fue comprendiéndolo.

Lotario pertenecía a otra época. Era como una gota de tiempo cristalizada por la muerte, atrapada en el amor. Había sido un insensible al ir a proponerle un menage a trois a un convencido partidario de la monogamia. Su sueño había sido tan hermoso: Teo, Lotario y el bajo el mismo techo, sobre la misma cama...

Conquistar un poquito del amor de Lotario, que se lo demostrara con besos en el cuello mientras Teo lo preparaba, dispuesto y ansioso por ver como hacían el amor, dispuesto a unírseles en medio después de un rato... aquellas fantasías se esfumaron junto con el vapor del sauna.

 Se envolvió en dos batas de toalla, por el frío, porque Lotario se mostraba turbado de saberlo desnudo debajo de aquello. Lo escuchó y le aseguró que a nadie amaba como a Teo. Asintió cuando le pidió que olvidara sus sentimientos por él. Resultaba irónico que quien se lo pidiera no hubiera desistido en su amor no correspondido por casi un milenio. Que le pidiera ignorar de un sentimiento quien no había podido ignorarlo. Paradójico; casi cruel.

Aquellos labios que se movían negándole su amor... ¡que ganas de besarlos!

Cuando Lotario se fue Enrico se quedó con un dulce desconsuelo y un vago sentimiento de envidia por Teo.

Aquella noche, después de hacer el amor bajo los gruesos edredones Enrico se acurrucó en el pecho de Teo y le preguntó si alguna vez se había acostado con Lotario.

Descolocado por la pregunta, el joven tardó en contestar.

-No.

-¿Nada?  ¿Ni un beso?

-No... no que recuerde ahora. Una vez me le ofrecí pero él se rehusó...

-¿¡Se rehusó!?

-Si, fue la mayor vergüenza de mi vida... pasada.

-¡Le deseabas entonces!

-¡No! Llevaba poco tiempo de conocerlo y creí... que si le daba lo que los hombres parecían buscar me dejaría en paz.

-¡Que tierno! - Enrico suspiró abrazándose a Teo - ¿Sabes? Nunca he entendido como no te enamoraste de él.

-Supongo que fue cuestión de química... o de ser mujer. O casualidad.

-Tú no crees en la casualidad.

-Ummm... ¿te satisface entonces que para reencarnar y conocerte a ti?

Enrico sintió que flipaba.

-¡Mi amor!!! - le inundó el cuello de besos - No te merezco. Lotario te merece más.

Teo no dijo nada: en cierto modo había llegado a la misma conclusión. Tomo la barbilla de Enrico con una mano y lo besó profundamente. Volvieron a calentarse bajo los edredones.

 

***

 

Fue en Londres donde las descubrió. Las notas de Teo sobre como suicidarse. Estaba impactado, no podía creerse que fuera de verdad. Es un ejercicio teórico, pensó, una absurda broma.

Siempre le habían parecido ridículas las estadísticas que revelaban que la mayoría de familiares y amigos de los suicidas no se enteraban de que estos tenían intensión de abandonar  la vida. Se negaba a creerlas. Son unos despistados, decía. ¿Cómo no darse cuenta que tu esposo se siente tan mal como para querer morir?

Enrico estaba desolado. ¿Tan mala vida le daba a Teo? Aquellas salidas misteriosas que le llevaron, celoso a hurgar sus pertenencias... ¿tenia pensado no volver de alguna de ellas? De repente, la perspectiva de que Teo tuviera una amante le parecía preferible.

Abrumado, cargado como la espesa neblina de Londres, tomaba el cuadernito y volvía a leer todo aquello. Parecía broma: de un lado ponía el modo de suicidio y del otro las causas por los que quedaba desechado. Había motivos tan variopintos como lanzarse como espontáneo al ruedo cuando hubiera toros particularmente temibles (Veraguas o Miuras), o sugestionarse durante las noches con un disco que repitiera: "deja de respirar, deja de respirar"

Aquello era extraño como se lo mirase. "Como suicidarse sin suicidarse", era lo que estaba escrito al principio de la primera hoja que trataba de esos temas, subrayado. "¿Es la paradoja de Newcomb la única cuestión?", se leía debajo.

Enrico sospechó siempre que pensar demasiado no conducía a nada bueno. Y si quería una prueba ahí la tenia. ¡Había que sentir, que vivir, que gozar! La mente era demasiado fría... prefería la calidez del contacto, el cuerpo del otro.

Admiraba a Teo por su preclaro intelecto, le gustaba que fuese así de inteligente. Un nerd, si no fuera tan lindo y rebelde. Esa rebeldía de Teo, esa constante lucha que el identificaba como el combustible que alimentaba la llama de la vida de su esposo le parecía del todo incompatible con la idea del suicidio.

¿Teo suicida? Era absurdo. ¿Renunciar su Teo, resignarse, rendirse? ¡Jamás! Teo no era así, no era así...

Consternado, seguía hojeando las notas. Quería convencerse de que aquellas notas eran un ejercicio de lógica, un juego, no que en serio Teo buscara la manera de suicidarse sin suicidarse. Vamos, que resultaba chocante. Pretencioso: suicidarse sin suicidarse. ¿Para que diablos querría suicidarse sin suicidarse? Si quieres suicidarte te suicidas y ya, no importa el método, o cuando mucho, que no sea doloroso...

Seguramente estaba exagerando. Teo no compartía con el sus ¿investigaciones? El contenido de esa libretita se lo reservaba. Nunca le había prohibido directamente el leerla, pero la escondía hábilmente de el. Estaba implícito en la relación que debía respetar cierto margen de privacidad, en el que estaban incluidos los ratos que pasaba con Lotario y esa libretita.

Para salir de dudas, lo mas sencillo seria, cuando Teo regresara, encararlo mostrando las notas, preguntarle que significaba aquello. Si, era sencillísimo, pero no podía. Teo se enfadaría. Seria romper las reglas.

Avergonzado por haberlas roto a hurtadillas, enterándose de algo que ni necesitaba ni quería saber devolvió la libretita a su escondite.

Se asomó a la ventana. Por entre las rejas de hierro forjado apenas se veía la silueta del edificio de enfrente. Miró a la dirección por la que suponía quedaba la torre de Londres. Juntos la visitaron el día anterior, y ahora, suponía, Teo estaba mostrándosela a Lotario. No podían ir los tres juntos pues el fantasma no lo consentía. Quizá tampoco a Teo le agradara la idea.

¡Que hermoso hubiera sido visitar los tres las viejas mazmorras! Había que ser muy ingles para mostrar como atractivo turístico las cárceles donde tanta gente fue torturada.

A veces sentía envidia de la conexión entre Lotario y Teo. Celos, y no sabia por quien; ¿se sentía celoso por Teo o por Lotario? Lotario parecía comprender a Teo mejor de lo que él lo hacia. A veces se sentía inferior intelectualmente a su esposo, y eso lo entristecía porque era un factor que los alejaba. ¿Me creerá tonto Teo? ¿Por eso no me habla de sus investigaciones, o solo es reservado?

Enrico suspiró, empañando el cristal. Debió saber que la felicidad con la que inició su vida de casado era demasiado buena para durar. Noviembre se acababa, y pronto habría que estar de vuelta en casa para la Navidad. Dibujó un corazón con el dedo en su vaho. T&E, escribió dentro. Sopló y dibujó otro. Y otro. Teo y Enrico.

-¿Qué haces?

No había oído a Teo entrar.

-Nada. - se apresuró a borrar con su palma los dibujitos, pero Teo alcanzó a verlos.

-Eres adorable. - besó sus labios.

Enrico lo miró con las pestañas bailándole: ¿ese chico de mirada tan alegre, tan enamorada, realmente quería suicidarse sin suicidarse?

-Teo... ¿me amas? - fue lo que le salió del alma preguntarle.

-Si.

Enrico se abrazó a su cintura, pues estaba sentado.

-Con eso me basta. - lo apretó fuerte - Si algún día dejas de amarme, dímelo.

-¡Pero Enrico... - se sentó a su lado. Al mirar la expresión ansiosa de su esposo negó con la cabeza - eso nunca pasará.

-Si un día pasa, dímelo. - insistió - Y Teo, por favor, nunca te vayas sin decir adiós.

Ocultó las lágrimas en su hombro. Teo lo estrechó y acarició su cabeza. No se explicaba la melancolía de Enrico. Quizá el clima de Londres afectara a alguien tan sensible como él.

 

***

 

La nieve caía sobre Estambul cubriéndola con un piadoso manto de pureza. Los tejados sucios y las horribles moles grises de concreto desaparecían bajo el agua, ni líquida ni sólida, que las nubes dejaban caer.

Envuelta en un traje típico de tupida lana; pantalón, vestido y velo, Fiammetta observaba por su ventana. Sobre la cama estaba el estado de cuenta que Ludovico le hacia llegar. ¿Pero de que le servían tantos ceros en el banco si lo único que podía hacer era mirar por su ventana?

Cualquier romanticismo sobre princesas encerradas en torres le parecía ahora estúpido. El tedio en la oficina, el estrés del trabajo bajo presión eran mil veces preferibles a aquella horrible monotonía que nada interrumpía. Aquel no tener nada que hacer la iba sumiendo en un letargo en el que ya ni leer las amenas historias contadas a la manera típicamente medioriental quería hacer.

Nada quería hacer, nada: solo acostarse en el lecho a mirar las vigas de madera del techo, a contar los hoyos producidos por las termitas. O mirar por la ventana aquel río Bósforo que envidiaba, porque siempre estaba yéndose al mar y estaba ocupado las veinticuatro horas del día, mientras ella estaba triste y aburrida.

¿Era aquello la depresión?

Extrañaba los arreglos vacuos de los centros comerciales, luces e imágenes de renos colgadas por las calles. Jamás imaginó que los arbolitos de Navidad fueran tanto un símbolo de masas de su cultura. El no verlos ahora la hacia sentirse tan aislada. Cuando regresara a occidente (si algún día regresaba...) iba a donar dinero para aquello. Y a los imbéciles que proponían eliminar la decoración navideña por cuestiones ecologistas buscaría quien les diera por el culo y los encerrara medio año en una prisión islámica como en la que ella estaba, ¡a ver si se desintoxicaban de gilipollez!

¡Dios, que desesperada estaba! ¿Llegaría su oración al Señor, a pesar de los años, de los kilómetros? ¡Dios mío, cualquier cosa! ¡Mándame cualquier cosa! ¡Lo que sea, pero que pase algo!

-Perla entre las perlas - dijo la voz de Abdallah a través de la celosía de su puerta - tienes visitas.

¡Dios, eso fue rápido!, exclamó en su mente.

-¡Que pasen!

¡Incluso el cínico de Ludovico y su puto del momento eran bienvenidos! Pero cuando la puerta se abrió...

-¡Enrico! - se lanzó a sus brazos con efusividad, besándolo en ambas mejillas - ¡Dios santo, Enrico, tú aquí! - se separó para verlo, emocionada, y entonces reparó en la personita ceñuda que venia detrás - ¡Teo, tu también! - sin importarle su gesto hosco lo abrazó también. - ¡Dios santo, que alegría! ¡Estaba volviéndome loca aquí!

-Fiammetta - Enrico la observó de arriba abajo - estas irreconocible, ¡pareces toda una musulmana!

-¡Oh, calla! - la chica le dio un manacito - Ese cerdo de Abdallah se ha negado a comprarme ropa de invierno occidental aduciendo que resaltaría mucho así que solo me ha traído esto y he tenido que ponérmelo para no congelarme. ¡Este jodido sitio es una  nevera! - concluyó con cara de "quien lo hubiera imaginado"

-Pues te ves lindísima. A ver, descúbrete la cabeza. Justo lo que imaginaba. - chasqueó la lengua al ver las raíces castañas del cabello de la joven, y el morado ya irreconocible de tan deslavado.

Fiammetta se sonrojó. Teo disimuló una sonrisa malvada: estaba fea y lo sabia, la muy coqueta. Enrico puso una maleta sobre la cama, la abrió y saco un kit para teñirse el cabello en casa.

-Espero que sea tu tono. - dijo al dárselo.

-¡Kya! - la chica bailoteó con el, entusiasmada como nunca creyó hacerlo por un tinte de pelo - ¡Enrico, eres un  amor! - dijo y volvió a besarlo.

Aunque era en la mejilla, Teo se molestó: ¿pues que el estaba pintado, o qué? ¡Era el marido!

-Teo también te trajo un regalito. - la apartó de si y se volteó a Teo.

-Noticias de la Abadía: la policía ha desacordonado el lugar y metido el expediente al cajón de los casos sin resolver.

-¡Kya! - interrumpió la joven.

-Pero todavía eres buscada. - le advirtió Enrico, cogiéndola de los brazos para mirarla a la cara - Mi familia esta trabajando en ello, pero como eres el único cabo que tienen se niegan a soltarte.

-Imbéciles... - negó Fiammetta, abrazando su cajita de tinte. - Pero bueno, ¿a que debo el honor de su visita?

-Estamos de luna de miel. - abrazó a Teo por la espalda, acercándolo.

Fiammetta se quedó sorprendida un momento.

-¡¿Se han casado!? 

-Si. - contesto Teo, un poco duro.

-¡Vaya! ¡Que maravilloso, felicidades!

Aunque la chica sonaba sincera Teo no quería concedérselo. Sentía una antipatía por ella difícil de explicar, y la pobre que nada le había hecho... como Elisabetta. Tal vez si era un misógino.

-Gracias.

-¿Y cuando fue?

-El 24 de octubre.

-Vaya, que bien. Creo que son el  uno para el otro. Aunque si los papacitos siguen juntándose entre ellos no se que vamos a hacer las mujeres. Volvernos lesbianas, supongo.

-¡Jajaja! Y nosotros estaremos en primera fila para ver, ¿verdad Teo?

 

-Supongo.

Nueva carcajada de Enrico y Fiammetta. Bajaron los cojines de la cama a la alfombra para sentarse en ellos en torno a la mesita baja de la joven. Abdallah les llevó botana y café y estuvieron conversando un rato. Que si aquellas monedas habían ido a parar a un museo en Bogotá. Que si aquel relicario terminó en manos de un coleccionista Yakuza fascinado por las persecuciones urakami de la era Shogún...

No llevaba mucho de puesto el sol cuando pretextando sueño por el cambio de horario Teo se retiró. No le pareció muy bueno que Enrico se quedara conversando con la excuradora de museo ni que la habitación asignada por Abdallah fuera la del otro lado del pasillo, pero con todo se puso la piyama, sacó su viejo móvil y se tumbó en la cama, a reflexionar sobre su ultima paradoja al ritmo de Ensiferum.

 

Continuara...

 

Notas finales:

Fría es la mano de la doncella de la muerte, amante eternamente...

Carpe noctem!

link: http://www.youtube.com/watch?v=1LaBY-wuOfg


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